Celebramos estos días la Navidad, palabra abreviada que viene da la latina Nativitate (Nati-vita-te); es decir, Nacimiento de la vida para ti. En este caso el de Jesús, un niño más de los innumerables nacidos en esta prolífica Tierra desde que el mundo es mundo. Y hasta quizás -con una visión mística más universal- celebramos también la Natividad de todo ser que tiene vida. Todos viven y respiran por igual, con el vital aliento del Espíritu: el que sobrevoló y ordenó el caos primigenio. De este modo lo vio el Maestro Eckhart hace más de siete siglos.
Hubo un día en mi vida que pude tocar a Dios... Un instante, unos segundos, el tiempo se paró, dejé de respirar... Sentí un estallido, una ola que crecía en mí y me desbordaba, era... fui el big-bang... me expandí, me disolví, crecí... mis moléculas y mis átomos volaron alrededor... en mi latido fui árbol, flor, montaña, tierra, piedra, mar, cielo, nube... La celebración de este evento es secular en todas las culturas, amén de la cristiana, y es coincidente con el solsticio de invierno. Los días –nos referimos al hemisferio norte- comienzan a crecer y, la mayoría de ellas lo interpretan y reconocen como un período de renovación y re-nacimiento. Los conceptos de nacimiento o renacimiento de los dioses solares han sido, asimismo, comunes en ellas: Horus, Attis, Krishna, Mitra, Dionisius, por ejemplo. Las similitudes dogmáticas del cristianismo con religiones mistéricas no son consecuencia de una revelación divina. Son más bien producto de un sincretismo religioso. Jesús, cuya Nati-vita-te celebramos en el atardecer y amanecer de cada año, logró ser Dios un día. Lo llegó a ser, pero no por obra y gracia del Espíritu Santo como con falsedad en documento público se intentó demostrar en el Primero de Nicea, sino porque creció y creció hacia dentro. Intento que en enésimo lance da la puntilla Benedicto XVI con un rotundo “sí es verdad” en su último libro La infancia de Jesús. Posiblemente su nombre bíblico de Emmanuel –Dios con nosotros- debiera traducirse, en una exégesis más ajustada a las demandas espirituales de nuestros días, como Dios en nosotros. Esto era elnous aristotélico. Un Dios “cosa de cosas”, no del allende sino del aquende, que es el que de verdad nos interesa en esta vida. El de la orilla eterna está eternamente garantizado. “Quizás un día aún lejano una más clara visión le mostrará (al hombre) que debe buscar ánimos y confortación en la propia alma. Creo que Dios está dentro de mí o no está en lugar alguno”. Lo escribió S. W. Maugham en El filo de la navaja, y lo descubrió Jesús y otros muchos antes y después de él, cada vez que fondearon reflexivamente en sí mismos. Es una forma de vida propuesta por todas las Religiones –aunque no siempre promovida en la acción- que empuja, a quienes sí lo hacen, al inestimable término de hacerse plenamente humanos. Necesitamos un cristianismo místico –no mítico-que, para serlo, ha de ser activamente solidario con todos y con todo. El discípulo amado de Jesús fue tajante a este respecto: “Si alguien dice que ama a Dios a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, está mintiendo” Jn 4:20. Otro gran místico de nuestros días, Rainer María Rilke, así lo canta poética y apocalípticamente positivo en su poema ADVIENTO: Empuja el viento rebaños de copos por el bosque invernal como un pastor, y más de un abeto siente que pronto se hallará nimbado de luz y de amor; y escucha un rumor distante. Resuelto tiende sus ramas por senderos blancos, y hace frente al viento y crece soñando una noche de gloria y majestad. Ese Dios que Jesús logró ser porque creció y creció hacia adentro sin dejar de crecer simultáneamente hacia afuera, es el Dios de sus sentidos y los míos: y esto es Encarnación. Un Dios vivo dentro de él y de mí -y de los otros- que él descubrió explorando ignotas geografías, y que luego partió, repartió y compartió con todos los demás a manos llenas. (¡Gracias, valeroso explorador de ignotas geografías espirituales!) Un Dios cuyo corazón “palpita amoroso en mi pecho con el mío”, como lo sintió el poeta, y como lo predicó Eckart en sus sermones: “Cuando el hombre descubre y desnuda la luz divina, que Dios ha creado en él de forma natural, entonces se revela en él la imagen de Dios. Por el nacimiento se reconoce la revelación de Dios, pues que el hijo se diga nacido del Padre viene del hecho de que el Padre le ha revelado paternalmente su misterio. Y por eso, cuanto más y de forma más clara el hombre descubre en sí mismo la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él” ( Sermón “La imagen desnuda de Dios”).
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Como pensaba Marx, la revolución es mundial, o no es, y nada indica que pueda explotar una revolución en un mundo en el que el capitalismo está férreamente asentado y las viejas y las nuevas potencias luchan por la hegemonía mundial dentro de este modo de producción. Estamos muy lejos, si es que llega algún día, de uno tan integrado en el que simultáneamente puedan producirse movimientos sociopolíticos que alcancen a todo el planeta.
Cierto que el capitalismo, como todo, es perecedero y algún día acabará, pero desde el horizonte previsible no se detecta un orden socioeconómico alternativo que pueda funcionar, ni mucho menos una vía para llegar a él. Es este el dato fundamental que hemos de tener muy presente a la hora de imaginar con algún realismo lo que pueda suceder. El socialismo, con las muchas facetas diferentes que tuvo en el pasado, desde el libertario al socialdemócrata, ha dejado de tener un contenido concreto, diluido hoy en pura retórica. Los que lo evocan como alternativa al orden establecido no ofrecen un concepto claro y convincente, ni trazan el camino que conduciría a una meta definida de manera tan imprecisa. El último residuo que del socialismo de los dos últimos siglos queda, la socialdemocracia, ha pasado de aguardar paciente la revolución, que indefectiblemente traería consigo las contradicciones insuperables del capitalismo, a intentar transformarlo desde dentro con la conquista del voto universal, que ciertamente ha posibilitado la integración política de la clase obrera, y con ella la social y la económica, de modo que se creyó que por la vía democrática se podría llegar al socialismo, entendido todavía como un nuevo orden socioeconómico en que se habría superado el antagonismo entre asalariados y dueños del capital. El paso siguiente consistió en abandonar la meta de un orden distinto, aceptando la “economía de mercado”, como el mejor modo de producción, y la democracia representativa, como la culminación del proceso de democratización en que se decía consistiría el socialismo. La socialdemocracia aún pretendía hacer las correcciones necesarias para lograr domeñar el paro y achicar la desigualdad social con un mejor reparto de la renta nacional, pero ha acabado por asumir sin la menor corrección el orden socioconómico existente. Hoy aspira únicamente a defender los intereses de la mayoría más desfavorecida, una pretensión que, en el común afán de ganar votos, comparte con los demás partidos. Un reciente informe de FMI señala que España no recuperá el PIB del 2008 hasta el 2018, manteniéndose un paro en torno al 20 %. Con tamaño descenso del nivel de vida, las instituciones sufren una pérdida de legitimidad y aumenta el descontento social, provocando manifestaciones, huelgas, movimientos como el 15-M o el 25-N, y una variada gama de protestas todavía por ensayar, que el Gobierno tratará de encauzar endureciendo las medidas represivas, combinadas con pequeñas concesiones y el anuncio permanente de que se saldrá pronto del túnel. Al enjuiciar los efectos sociales de la crisis, el hecho contundente que hay que recalcar es que por perversos que sean para una buena parte de la población, y por deslegitimado que haya quedado el sistema, no existe un modelo alternativo que sea creíble y operativo. Después de un tramo más o menos largo de protestas, incluso con algunas acciones brillantes que logren llamar la atención, pero sin resultados palpables, los caidos en el mayor desamparo tendrán que buscar la forma de subsistir, bien al margen de la ley –aumento de la criminalidad agresiva, acudiendo al engaño y la estafa, o refugiándose en la economía sumergida– o bien, recurriendo a las propias fuerzas, con nuevas formas solidarias de intercambio que llevan a cabo los “autónomos de supervivencia”, una nueva categoría que habrá que establecer. Junto a la economía formal, se irá desarrollado una paralela, basada en cooperativas de crédito, de producción y consumo, o simplemente en el trueque de bienes y servicios, en definitiva, una “economía social y solidaria”, que desde el interior del sistema, vaya creando redes alternativas que resultan eficaces gracias a los modernos medios de comunicación. A muchos no les quedará otra salida que resistir en un sistema paralelo de producir, intercambiar y consumir, incluso utilizando una moneda propia, por rechazo a la oficial al servicio de un capitalismo financiero meramente especulativo. Se trata de reinventar la economía productiva sobre una nueva base social que haya superado el choque entre operarios y dueños del capital. A fin de cuentas se quiere impedir que el trabajador, que el sistema ya no necesita, quede degradado a mero consumidor sin recursos. A la parte de la sociedad desalojada del sistema de producción, no le queda más que el dilema que formuló Albert Hirschman, de oponerse protestando (voice) o salirse (exit), si nada consigue. Como la rebelión y la protesta no van a cambiar el capitalismo financiero establecido, no queda otra salida, que trasladarse a otro país –la emigración vuelve a ser el destino de muchos españoles– o bien encontrar acomodo en la economía alternativa, saliéndose del sistema. Para muchos un sistema de producción alternativo resulta imprescindible para sobrevivir, a la vez que es tolerable para el sistema, al necesitar cada vez menos mano de obra. El pasaje de Lucas, continuación del texto leído el domingo pasado, muestra la respuesta del pueblo a la predicación de Juan. Hay varios detalles muy significativos:
La predicación de Juan ha sido una tremenda amenaza: "Dad fruto válido de arrepentimiento y no os pongáis a deciros: 'Nuestro padre es Abrahán', pues yo os digo que de esas piedras puede sacar Dios hijos para Abrahán. El hacha ya está aplicada a la cepa del árbol: el árbol que no produzca frutos será cortado y arrojado al fuego". Y el auditorio reacciona impresionado pidiendo instrucciones sobre lo que hay que hacer. Es muy notable fijarse en quiénes son las personas que, según Lucas, responden bien al Bautista: "la gente", algunos publicanos, unos soldados. El término usado por Lucas es "la gente", que no se identifica con "el pueblo entero" sino con las gentes normales, en contraposición con los estratos superiores de la sociedad. Y con ellos, dos representantes de personas tenidas como "de mal vivir", publicanos y soldados, temidos como exactores y/o violentos y, ciertamente, personas nada religiosas en el sentido corriente de la palabra. La respuesta del Bautista es moral, no convencional ni cultual: compartir los bienes con los necesitados, ser justos, no extorsionar... Y finalmente, Juan anuncia que lo suyo sólo es preparación. Después de él viene algo superior, incomparablemente superior, que será "espíritu y fuego", con que se anuncia la Buena Noticia que está por llegar. R E F L E X I Ó N "Viene el Señor", mensaje-resumen del Adviento. Y dos reacciones ante esa "venida": La primera es la que proclama Juan Bautista, "el último profeta". El Bautista tiene una concepción justiciera del Mesías. Está anunciando "los últimos tiempos" con la imagen de la cosecha. Viene el juez definitivo, viene el día temible. Es un anuncio terrorífico. "Cambiad de conducta si no queréis que vuestra vida acabe en desastre". Esta interpretación es válida, pero no es la Buena Noticia. Es válida. En efecto, el ser humano puede echarse a perder. Y esto puede entenderse - y ya no es tan válido - como una amenaza divina. Además de las dificultades normales de la vida, hay un juicio sobre las acciones de los humanos. Un ser humano no puede vivir satisfecho fijándose sólo en lo superficial. Todas las alegrías son pasajeras, todas las satisfacciones son mediocres. El corazón del ser humano solamente se siente feliz cuando no piensa en su caducidad. Y sobre todos pesa la presencia inevitable de lo desagradable, lo doloroso, la enfermedad y la muerte. Y esto, por hablar solamente de lo que sucede al ser simplemente humano, prescindiendo de lo que los humanos producimos a los otros humanos: la explotación, la miseria, el hambre generalizado, el genocidio... tan presentes en el mundo como los mismo males "naturales". Sobre todo eso pesa además, la amenaza de lo religioso: para los males del mundo se da solamente el consuelo de que "en la vida eterna no habrá ya males", pero condicionado a un comportamiento moral correcto, que se presenta como difícil y - frecuentemente - reservado a unos pocos privilegiados muy bien informados que disfrutan de ayudas divinas excepcionales, la minoría selecta de los que se salvan, los "elegidos". Casi podríamos decir que, según una interpretación bastante habitual, además de todos los sufrimientos de la vida, te espera el sufrimiento eterno. Pero no es ésta la Buena Noticia. La Buena Noticia no es que haya acciones correctas o incorrectas, eso es viejo. La Buena Noticia no son los Diez Mandamientos; eso también es viejo. La Buena Noticia no es que al final hay un juicio y que cada uno es responsable de sus obras. Eso pertenece al mundo de lo jurídico, aplicado a la religión, y es viejo, muy viejo. La Buena Noticia del Reino es otra manera de entender al ser humano y a Dios, propia y exclusiva de Jesús. Ante ella, lo de Juan está a la altura de las correas de las sandalias, es agua comparada con el fuego del espíritu. La Buena Noticia es de qué parte está Dios, qué pinta Dios en todo eso. El ser humano es un "Hijo en proyecto", un peregrino, a veces ciego y a menudo enfermo, que necesita ayuda para realizar su camino. Dios es esa ayuda. Dios lo lanzó al camino, lo engendró por el amor con que las madres engendran a sus hijos, y lo saca adelante, como los padres sacan adelante a sus hijos. Hay Palabra de Dios para curar la ceguera y hay Espíritu de Dios para empujar hacia adelante. Esta Buena Noticia es Liberadora. Nos libera de varios intolerables pesos que abruman nuestra vida: - Nos libera ante todo del temor a Dios. Dios no pesa como una amenaza: podemos contar con Él. Es el que saca de la esclavitud, el que hace pasar el mar, el agua y el pan del desierto, la lámpara que hace posible caminar, el padre del Hijo perdido, el pastor ... - Nos libera del temor al pecado. Jesús hace un análisis profundo de la sicología del pecado y no se fija precisamente en la culpabilidad y la desobediencia, sino en la ceguera y la esclavitud. Dios no es "el que castiga al pecador" sino "el que quita el pecado". No es el juez, es el médico. Así, son mis pecados los que me amenazan, no Dios. Mis pecados me echan a perder; Dios me salva de eso. - Nos libera de la trivialidad de la vida, de "tirar la vida", de dejarnos fascinar por las pequeñas satisfacciones, de que la vida no sirva para nada. Hay un destino, hay un sentido, hay una tarea que hacer, que no está en sufrir y resignarse mirando a la vida eterna, sino en trabajar para construir el Reino, la humanidad soñada por Dios, aquí y para siempre. - Nos libera del "problema del mal". No somos capaces de entender por qué hay mal en el mundo y en nuestra propia vida, pero sabemos qué tenemos que hacer frente al mal del mundo y sabemos que todo ha de acabar en la victoria del amor de Dios. Respecto al mal, Dios no está "arriba y fuera", disponiendo o consintiendo, sino "abajo y dentro", luchando y animando nuestra lucha de liberación, contra los males radicales -el pecado-, y contra los males añadidos,- todos los dolores del mundo. Esta Buena Noticia es la que resplandece en Jesús, en sus Parábolas, en sus curaciones y, sobre todo, en su manera de ser, de vivir, de comportarse con las personas, de relacionarse con "El Padre". La Buena Noticia es Jesús, el Primer Ciudadano del Reino: en Él vemos cómo es Dios y cómo es el ser humano lleno del Espíritu. Es interesante comprobar quiénes reciben la predicación de Juan y la Buena Noticia de Jesús. Los mismos: "la gente", "los publicanos", "los soldados"... Es decir, los que se sienten necesitados de liberación, los que se sienten acorralados por los pecados... Y no los sabios, los sacerdotes, los teólogos, los ricos, los reyes, que no quieren ser liberados de nada; les basta lo que tienen... "Viene el Señor", mensaje básico de Adviento, puede entenderse como una amenaza. Pero significa "VIENE JESÚS", y entonces es un alivio. Jesús lo cambia todo. Ahora, hasta podemos volver a tomar la imagen de Dios-Juez como una Buena Noticia, porque sabemos quién es el Juez. Podemos decir: ¡Qué alivio, mi juez es Dios, sólo Dios, el que me conoce y me quiere más que mi madre! Por todo esto, podemos hacer nuestras las palabras de los primeros textos: "Alégrate, lanza gritos de gozo, está en medio de ti tu Salvador" "Estad siempre alegres en el Señor, el Señor está cerca". Ya desde el inicio, Jesús es presentado como aquel que “bautiza con Espíritu Santo y fuego”. Se trata, probablemente, de dos imágenes equivalentes. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles –obra también de Lucas, el autor del texto que estamos comentando-, en el relato (simbólico) de Pentecostés, se habla del Espíritu como “lenguas de fuego” que se posan sobre los discípulos.
En este evangelio, de un modo particular, Jesús es presentado como el hombre lleno del Espíritu y conducido en todo momento por él. Si sabemos distinguir entre el ropaje mítico del relato y el contenido espiritual del mismo, podría “traducirse” de este modo: Jesús vive en plenitud, consciente de su verdadera identidad (el Espíritu o “Yo Soy” universal) y en conexión con ella. Vivir en el Espíritu no significa que mi yo individual se “somete” a una entidad mayor que actúa desde fuera. Esa es la lectura dualista adonde conduce la mente, cuando absolutizamos su percepción. Vivir en el Espíritu significa, más bien, reconocer nuestra más profunda identidad, compartida y no-dual, y vivirnos en conexión con ella. Una identidad que es Plenitud (y que puede nombrarse igualmente como “Espíritu” o “Yo Soy”), y que sabe a Gozo, Certeza y Libertad. Desde ella, reconocemos el “yo” como una forma temporal que aquella identidad adopta, y comulgamos con las palabras de Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos que viven una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana”. En este marco, decir de Jesús que “bautiza con Espíritu Santo” significa que comunica su propia vida divina, es decir, que conoce su verdadera identidad, que sabe que esa identidad es también la nuestra (y de todos los seres), y que despierta nuestra capacidad y gusto por vivirla. En una palabra: nos hace descubrir y vivir quiénes somos. No es extraño que se haya visto el bautismo como un “nuevo nacimiento”. De eso se trata exactamente, de “nacer” al descubrimiento de nuestra verdadera identidad, porque solo entonces es cuando realmente salimos del “sueño”, “despertamos” del engaño que nos reducía al yo y “nacemos” a quienes somos. Mónica Cavallé dice que “la práctica espiritual es una tarea de autoconocimiento”. No puede ser de otro modo, pues todo se ventila justamente ahí, en hallar la respuesta adecuada a la pregunta “¿quién soy yo?”. Ser “espiritual” no tiene que ver, en primer lugar, con lo quehacemos (aunque se refleje en ello necesariamente), sino con lo que somos. Y, para serlo, necesitamos en primer lugar conocerlo. Cuando la sabiduría repite la máxima del oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”, está diciendo la misma cosa. Conoce la verdad de quien eres porque, de otro modo, no saldrás de la ignorancia ni del sufrimiento. La ignorancia de la que se habla aquí no tiene que ver con la estupidez ni la falta de conocimientos. Como escribiera el maestro tibetano Chögyam Trungpa, en Más allá del materialismo espiritual, “cuando hablamos de ignorancia, no nos referimos en absoluto a la estupidez. En cierto sentido, la ignorancia es muy inteligente, pero se trata de una inteligencia de sentido único. Es decir, que solo reaccionamos a nuestras propias proyecciones en lugar de ver simplemente lo que es”. Dicho de otro modo, la ignorancia consiste en tomar como verdaderas las proyecciones que hace nuestra mente, en lugar de ver la verdad de lo que es. Detrás de tal engaño, se esconde el principio, también erróneo, que nos hace creer que “mis pensamientos son la realidad”. Y, de entre todos, tomar como absolutamente cierto el primero de ellos: soy lo que mi mente me dice que soy, confundiendo de ese modo mi “personalidad” con mi “identidad”. Hasta que no respondamos adecuadamente a esta cuestión, nos hallaremos lejos de la espiritualidad, y haremos verdad aquella reflexión: “Pobre ser humano deseando siempre tenerlo todo, sin darse cuenta que nunca le ha faltado nada”. Dice Thich Nhat Nanh que el siglo XXI será un siglo de espiritualidad, "pero sólo si somos capaces de convertirnos en una gran comunidad. Sin una comunidad, nos convertiremos en víctimas de la desesperación". Nos adherimos al llamado del monje vietnamita. No podía ser de otra forma. Hasta el presente no lo logramos, pero ahora sí puede por fin prosperar el anhelo de convertirnos en una gran comunidad planetaria. Añade este profeta de nuestros días, que sufrió en su propia carne la persecución política: "Nos necesitamos los unos a los otros. Necesitamos reunirnos para compartir nuestra sabiduría, nuestra comprensión y nuestra compasión." Tuvimos que transitar el largo lapso de la separación, aprender las lecciones que estaban en ese itinerario plagado de banderas particulares. Si el mundo se ha tornado tan pequeño, si estamos todos/as interconectados/as, ¿qué nos resta para ensanchar techo y mantel, para asumir la conciencia de familia y de responsabilidad planetarias?
Hasta aquí hemos llegado con nuestras espadas y cañones, con nuestros fusiles y otros fatales hierros que tantas heridas abrieron. El viento de la comunión levanta el olor a pólvora que aún se estancaba en tantas laderas. Cicatriza ya la historia y su ignorancia supina, la ceguera de no sabernos hermanos, de no reconocernos por naturaleza unidos. La ideología está llamada a ser suplantada por valores eternos y universales, por principios trascendentes; las patrias y religiones a mermar para que pueda emerger por fin el humano planetario. La diversidad está llamada a nutrir y enriquecer, nunca más a confrontar. Ya no es viable aquello de que cada quien proteja únicamente su propio coto, su exclusiva geografía. Se trata de un cambio sustancial en la mentalidad humana y sin embargo es la única salida posible al actual momento de profunda crisis. Pantalla y teclado nos revelan todo su poder para amalgamar gentes y cocrear alternativa. El presente es un círculo que se ensancha cada día más y más a golpe de bits, a gesto de mano tendida. La clave del presente es asumir en el ámbito de nuestra responsabilidad no sólo a los más allegados, no sólo a los de nuestra familia de sangre, los de nuestro club, los de nuestro color deportivo..., sino al conjunto de la familia humana; asumir nuestra responsabilidad, en tanto que hombres y mujeres, con todos nuestros congéneres, también con los reinos animal, vegetal y mineral que nos sostienen y a los que igualmente debemos cuidado y protección. No nos cansaremos de decirlo, no está en crisis sólo un sistema económico, un país determinado a orillas de un Mediterráneo. Está en cuestión un modo de pensar anclado en lo más profundo de nuestras células que nos invita a preocuparnos exclusivamente de nosotros mismos. Está en aprieto la mentalidad que ha regido toda la historia humana hasta nuestros días, está en profunda quiebra todo un modelo civilizacional basado en el progreso de lo particular a costa de lo colectivo. Tenemos por delante el gran salto de la conciencia, el Rubicón de la evolución humana: la superación del paradigma de la confrontación. Por doquier los signos que nos invitan a pensar en clave global, a dejar atrás el tiempo de la separación, de las ideologías, las clases, las patrias y religiones confrontadas. ¿Cuántos llamados a cuántas batallas? Ya no deseamos triunfar sobre nadie, tampoco padecer bajo nadie. Pagamos ya la cuota de dolor, regamos con nuestra sangre todos los campos de batallas. Caímos en todos los barros empuñando todas las armas que han sido. Hemos matado y hemos muerto las veces que ha hecho falta. Cubrimos ya la cuota de desgarro y de lágrimas. ¿Qué nos falta por ver o por sufrir antes de reorientar definitivamente nuestros pasos hacia el compartir y el colaborar? El futuro demanda que cada quien asumamos una responsabilidad cada vez más amplia en medio de una tierra aún demasiado parcelada. Caduca para siempre aquello de "¡Sálvese quien pueda...!", "¡Gane, triunfe quien pueda!"..., que tornó insostenible la vida, que nos colocó al borde del abismo colectivo. La diabólica deriva de pensar sólo en primera persona ha puesto en cuestión el futuro del planeta y la humanidad. Toca ahora ensayar lo nunca probado a gran escala: anteponer los intereses colectivos a los personales, pensar en el beneficio de la comunidad antes que en el propio. Ya no vivir sólo para nosotros y los nuestros, sino convertirnos cada quien en guardianes del otro, en custodios de la comunidad global. Claudican los dictadores de todo signo, se resquebrajan sus pirámides de dominio. Sólo nos aguarda toda una civilización por reinventar de arriba abajo. Estamos en período germinal, estamos en tránsito, pero podemos echar un lazo audaz, resuelto y creativo al mañana. Ya no es necesaria la prolongación del dolor inherente a un mundo fragmentado. Ya no podemos volver sobre nuestros pasos, retornar a las trincheras clausuradas, reinaugurar los campos de batalla de antaño. Por delante nos aguarda aquella era por fin fraterna, el tiempo de la mutua ayuda, de la prevalencia del principio superior de solidaridad universal, de la máxima sagrada de unidad en la diversidad. El aprendizaje de toda una larga historia colectiva de odio y batalla ha de traer ya, sin más dilación, su "debida de recompensa de Luz y de Amor" (Gran Invocación). La primera palabra de la liturgia de este domingo, la antífona de entrada tomada de la segunda lectura, es una invitación a la alegría. Claro que esa alegría no se debe a que llega el turrón y los regalos, sino a que Dios es Emmanuel.
Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios ya ha llegado, y con su venida a cada uno de nosotros, nos ha comunicado todo lo que Él mismo es. No tenemos que estar alegres porque Dios está cerca, sino porque Dios está ya en nosotros. La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente. Es más bien la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por el conocimiento, es decir una toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mi ser, encontraré la absoluta seguridad dentro de mí. Las realidades que vienen de fuera, son secundarias, frente a la realidad divina dentro. EXPLICACIÓN ¿Qué tenemos que hacer? La pregunta es una prueba de la sinceridad de los que se acercan a Juan. Con cuatro pinceladas marca el Bautista la necesidad de cambiar la manera de pensar y de actuar. Tres versículos antes, llama 'raza de víboras' a los que cumplían escrupulosamente con los ritos y las leyes, pero se olvidaban completamente de los demás. Como Jesús, Juan no quiere saber nada de lo que se cocina en el templo ni del cumplimiento minucioso de las normas legales. La religiosidad que no llega a los demás no es la religiosidad que Dios quiere. En esto coincide totalmente con Jesús. El Bautista, desde la perspectiva de una religiosidad judía, pide a los que le escuchan una determinada conducta moral para escapar al castigo inminente. Esa conducta no se refiere al cumplimiento de normas legales, como hacían los fariseos (esto es un gran avance sobre la religiosidad oficial) sino a manifestar la preocupación por los demás. En ningún caso hace alusión a la religión, lo que pide a todos es mejorar la convivencia humana. El evangelio de Jesús propone una motivación más profunda. El objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. Jesús nos invita a descubrir el amor que es Dios dentro de nosotros y en consecuencia, dedicarnos a obrar conforme a las exigencias de esa presencia. Para el Bautista, la aceptación de Dios depende de lo que nosotros hagamos. El evangelio nos dice que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios, es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro y seguimos anhelando que nos llegue de fuera. El poblado estaba en expectación. Una bonita manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al ansiado Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La explicación que da a continuación (yo no soy el Mesías) no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión posible. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor. APLICACIÓN La seguridad de tener a Dios en mí, no depende de mi perfección. Es anterior a mi propia existencia y depende solo de Él. El no tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo pueden ser felices los perfectos, porque solo ellos tienen asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos de las enseñanzas del evangelio que nos dicen exactamente lo contrario. Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy, a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios de parte de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que Él nos arrastre hacia lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad actual es absurda. Estamos dispuestos a hacer todos los "sacrificios" y "renuncias" que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo. La verdad es que no hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el "Emmanuel" (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que puedo esperar. Ésta tenía que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría. En Jesús lo hemos visto claro. Estamos engañados cuando esperamos encontrar la salvación en la satisfacción de deseos referidos a nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos, las pasiones, nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Removemos Roma con Santiago para que Dios no tenga más remedio que darnos la salvación que le pedimos. Muchos, en nombre de la religión, han puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación que deseas. El reconocimiento de Dios, del que hablamos, no es racional ni discursivo, sino vivencial y de experiencia. Ésta es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana, no nos permite valorar otros modos de conocimiento. Estamos aprisionados en la racionalidad que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Así permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos. Pidiendo incluso a Dios, que potencie nuestro falso ser, porque creemos que ahí está nuestra salvación. La alegría de la que habla la liturgia de hoy, no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o al sufrimiento. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me empeño en apoyarme en esa parte de mi ser, el fracaso está asegurado. Cuando el dolor produce tristeza es que no lo estamos asumiendo desde la perspecti¬va de Jesús. La respuesta que debemos dar hoy a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es muy simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues en la realización de una serie de obras puede entrar en juego la programación y entonces nos tranquilizará solo en parte. No se trata de hacer esto o dejar de hacer lo otro, sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro que me necesita. Se trata de que desde el centro de mi ser fluya humanidad en todas las direcciones. La salvación, hoy como ayer, consiste en un convencimiento vivencial de lo que significa ser humano. No alcanzaré mayor grado de humanidad por ponerme nuevos capisayos (obras buenas, oraciones...), sino por dejar que fluya, desde dentro, mi verdadero ser. No tengo que entrar en la dinámica de una programación para llegar a ser. Tengo que descubrir lo que soy para actuar como lo que realmente soy. Solo sacando fuera lo falso que tengo dentro iré alcanzando paso a paso, mayores cotas de humanidad. Meditación-contemplación No preguntes a nadie lo que tienes que hacer, inmediatamente caerás en una programación. Descubre tu verdadero ser y ahí encontrarás sus exigencias. Tu meta tiene que ser alcanzar tu plenitud. ....................... Solo podrás crecer como ser humano si tus relaciones con los demás son cada día más humanas. No hay otro camino para alcanzar la meta. Necesitas al otro para ser tú en plenitud. ................... Todos los esfuerzos en el ámbito religioso tienen que terminar en los demás. Ninguna otra práctica puede tener sentido si no desemboca en la preocupación por el hermano. Acabo de salir de la cárcel, de Santa Cruz de la Sierra, que se llama Palmasola. Estoy roto por dentro por lo que allí contemplé. Necesito compartirlo contigo, amigo del alma. Tú y yo nos reconocemos en lo profundo del corazón: Allí sentimos a Dios como PADRE, nos sentimos hermanos todos, pero especialmente de los que carecen de todo. Somos solidarios de los que sufren; nos duele el dolor del vecino o del lejano. Qué hermoso es sentirnos abrazados al que sufre, al que carece de todo y a lo mejor por nuestro cariño, cercanía, ayuda, todavía le queda esperanza.
Te cuento lo que viví, sufrí esta tarde, día 7 de diciembre del año 2012, en la cárcel de Palmasola. En compañía de Richar Calvo, voluntario de Hombres Nuevos, que trabaja en la cárcel , del arquitecto Alfredo Soliz., del Dr. Julio Valdivia y su asistente médico del penal, saludamos al gobernador y llegamos al Pabellón broncopulmonar para los presos enfermos de sida, tuberculosis o con algún trastorno mental. Población toda joven. Habitan en aquella pocilga 56 personas de aspecto astroso, de facha repulsiva, con todos los estigmas de la enfermedad y la miseria, con un color enfermizo en un ambiente abandonado, inhóspito, indigno de personas humanas, que viven el siglo XXI. Son personas como tú y yo; pueden haber cometido un error grave, pero siguen siendo personas, que tienen dignidad y para nosotros son hijos de Dios. En el último mes fallecieron 4 internos de este pabellón. Un joven de 20 años boliviano, por una muerte evitable y conculcando el sentido mínimo de los derechos humanos; por no poseer ni él ni la familia 100 Bs., 9 euros, no había escolta para trasladarle a la clínica. Así viven y mueren los pobres en nuestra Bolivia, que gasta 7 millones de $ para hacer un museo, el museo de la Revolución Democrática y Cultural, para exhibir los regalos del Presidente, Evo Morales. Como ves en Bolivia, en el SUR, nos envuelve la tragedia, se mueren porque no tienen 100 Bs., o 9 euros. Amigo esta tragedia te rompe el alma. Pero luego nos reunimos, querían oir la voz de alguien que les iba a hablar en el nombre del Señor. Había dos españoles, David de Canarias y Francisco de Barcelona. Posaron su mirada agradecida en mi y nos comunicamos espiritualmente. Este encuentro fue como un sacramento, un signo de la presencia del Señor, que se completó con las palabras que me dirigieron. Habló Willam el representante de los internos del pabellón: "Sabemos que usted vive y se desvive por los pobres, como nosotros, faltos de libertad, por cometer un error. Gracias por venir hasta nosotros, a este pozo de la miseria". Verificamos las necesidades: el techo, el tejado con goteras, un saneamiento contaminante, el sistema eléctrico un riesgo mortal, el piso requiere una cerámica, los baños y duchas, sin agua caliente, un basural de contaminación... Pero la solidaridad hace milagros y en breve estará hecho el milagro de un pabellón digno, limpio y funcional. La obra saldrá por unos 15.000 euros. Mostraban el deseo de tener una cancha polifuncional, dentro del recinto, una vez terminada la refacción del pabellón. Asciende a 8.000 euros más. Los internos son responsables y lo cuidan. Tienen hasta un huerto con hortalizas que les sirve de terapia, recuperación y alimentación. Se adelantó la Navidad. Volvió a nacer Jesús en Belén, pero esta vez en el pabellón broncopulmonar para los enfermos del Sida, Tuberculosis del centro penitenciario "Palmasola", en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). En los rostros de los internos se refleja la luz de la esperanza. Hombres Nuevos les miraba con ternura, compasión (sufría con ellos) y se solidarizaba. Esta es la otra NAVIDAD, la del SUR, que se celebra en el reverso de la historia, en donde no hay consumismo, ni derroche y sí mucho amor y esperanza. La publicación del libro de Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús estimo que impone algunas consideraciones sobre "El Jesús histórico". Para ello nada más indicado que alguno de los apuntes que hace sobre el tema John P. Meier, en su libro "JESÚS UN JUDIO MARGINAL" publicado en la Editorial Verbo Divino.
"Primordialmente, la fe cristiana proclama y venera a esa persona -en verdad encarnada, crucificada y resucitada- y sólo secundariamente las ideas y afirmaciones acerca de ella. En el marco de la fe y de la teología, el "Jesús real", el único Jesús ahora existente y viviente, es el Señor resucitado, al que sólo se tiene acceso mediante la fe. ¿Cuál es entonces -se me objetará- la utilidad del Jesús histórico para los creyentes? Mi respuesta es clara: ninguna, si se pregunta sólo por el objeto directo de la fe cristiana: Jesucristo, crucificado, resucitado y ahora reinante en su Iglesia. Este Señor ahora reinante es accesible a todos los creyentes, incluidos los que nunca, ni un solo día de su vida, estudiarán historia o teología. Sin embargo, mantengo que la búsqueda del Jesús histórico puede ser muy útil si aquello por lo que se pregunta es la fe que trata de entender; o sea, la teología, en un contexto contemporáneo. La teología de las épocas patrística y medieval permanecía dichosamente ajena al problema del Jesús histórico, puesto que operaba en un panorama cultural carente de la perspectiva histórico-crítica que marca el actual pensamiento occidental. La teología es un producto cultural; por eso, desde el momento en que una cultura adopta una óptica histórico-crítica –como hizo la occidental a partir de la Ilustración-, la teología sólo puede hablar a esa cultura y actuar en ella con credibilidad si adopta en su metodología un enfoque histórico. Para la cristología contemporánea, esto significa que la fe en Cristo debe hoy entregarse a una reflexión sistemática sobre sí misma, de manera que permita a la teología hacer suya la búsqueda del Jesús histórico. Porque éste, aunque no es el objeto ni la esencia de la fe, debe ser parte integrante de la teología moderna. Esta apropiación de la búsqueda por la teología no es idolatría a modas pasajeras, sino que sirve a los intereses de la fe al menos de cuatro modos: 1) Contra todo intento de reducir la fe en Cristo a una cifra sin contenido, un símbolo mítico o un arquetipo intemporal, la búsqueda del Jesús histórico recuerda a los cristianos que la fe en Cristo no es una vaga actitud existencial o una manera de estar en el mundo. La fe cristiana es la adhesión a una determinada persona que dijo e hizo determinadas cosas en determinado tiempo y lugar de la historia de la humanidad. 2) Contra todo intento por parte de cristianos piadosos de tendencia mística o doceta de escamotear la humanidad real de Jesús poniendo un énfasis "ortodoxo" en su divinidad (de hecho, un criptomonofisismo), la búsqueda afirma que el Jesús resucitado es la misma persona que vivió y murió como judío en la Palestina del siglo I, una persona verdadera y plenamente humana -con todas las mortificantes limitaciones que eso implica- como cualquier otro ser humano. 3) Contra todo intento de "domesticar" a Jesús para adaptarlo a un cristianismo confortable, respetable, burgués, la búsqueda del Jesús histórico, casi desde su comienzo, ha tendido a recalcar los aspectos embarazosos, no conformistas que presenta Jesús: p. ej., su asociación con la "chusma" social y religiosa de Palestina, su crítica profética de la observancia religiosa exterior que pasa por alto o ahoga el espíritu interno de la religión, y su oposición a ciertas autoridades religiosas, especialmente la clase sacerdotal de Jerusalén. 4) Pero, para que los "usos del Jesús histórico" no parezcan ir todos en una misma dirección, es preciso señalar que, a pesar de las afirmaciones de Reimarus y muchos otros después, el Jesús histórico tampoco se deja captar fácilmente para programas de revolución política. Comparado con los profetas clásicos de Israel,el Jesús histórico guarda un notable silencio sobre muchos de los temas sociales y políticos más candentes de su tiempo. Se le puede convertir en un político revolucionario de este mundo sólo mediante una exégesis retorcida y una argumentación forzada. Como la buena sociología, el Jesús histórico subvierte no sólo ciertas ideologías, sino todas las ideologías, incluida la teología de la liberación. De hecho, la utilidad del Jesús histórico para la teología es que termina por eludir todos nuestros espléndidos programas teológicos; los hace discutibles negándose a encajar en los moldes que creamos para él. Paradójicamente, aunque la búsqueda del Jesús histórico suele estar relacionada en la mente popular seglar con la "relevancia", su importancia radica precisamente en su perfil extraño, evasivo, embarazoso, igualmente molesto para la derecha y para la izquierda. En cuanto a esto al menos, Albert Schweitzer tenía razón. «Cuanto más apreciamos lo que Jesús significó en su tiempo y lugar, más "ajeno" a nosotros nos parece». Debidamente entendido, el Jesús histórico es un baluarte contra la reducción de la fe cristiana en general y de la cristología en particular a una ideología "relevante" de cualquier índole. La imposibilidad de incluirle en una escuela de pensamiento específica es lo que impulsa a los teólogos a buscar nuevos senderos; por eso el Jesús histórico sigue siendo un constante estímulo para la renovación teológica. Aunque sólo sea por esta razón, al Jesús de la historia merece la molestia de irse en su busca." Los obispos católicos españoles no se han presentado a ninguna de las elecciones durante los últimos 35 años de democracia. Sin embargo, las ha ganado todas, cualquiera haya sido el color ideológico de los partidos que gobernaran. ¿Es uno de los misterios del catolicismo, un jeroglífico, una adivinanza? Puede parecerlo a primera vista, pero no lo es. Intentaré explicarlo. La jerarquía católica nunca apoyó la creación de un partido confesional, no tanto porque fuera contraria a la confesionalización de la vida política, cuanto por miedo a que, una vez creado, adquiriera autonomía y se le fuera de las manos.
La primera batalla que ganaron fue en las Cortes Constituyentes de 1977-1978. Es verdad que los obispos más integristas no consiguieron que se introdujera el nombre de Dios en la Constitución, pero el sector moderado del episcopado, bajo la guía del cardenal Tarancón, sin tener un solo representante en el Congreso ni en el Senado y bajo la amenaza de pedir a los católicos el voto en contra, lograron dos triunfos en los artículos 16.3 y 27.3 En el 16.3 consiguieron introducir una mención explícita al catolicismo eclesiástico: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Afirmación que entraba en clara contradicción con la primera parte del mismo artículo: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. En el artículo 27 consiguieron la presa más preciada: que se reconociera el derecho de los padres a que sus hijos recibieran la formación religiosa y moral acorde con sus convicciones; en otras palabras, la incorporación de la religión –en ese momento, en clara referencia a la católica- en la escuela, que fue puesto en práctica inmediatamente. El mismo artículo establecía como objetivo de la educación “el pleno desarrollo de la personalidad en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a todos los derechos y libertades fundamentales”, que tardó en aplicarse más de un cuarto de siglo con la aprobación de la asignatura de Educación de la Ciudadanía. El segundo gran triunfo de la jerarquía fue la firma, por el secretario de Estado de la Ciudad del Vaticano cardenal Jean Villot y el ministro de Asuntos Exteriores Marcelino Oreja Aguirre, de cuatro Acuerdos de rango internacional: jurídico, económico, sobre enseñanza y asuntos culturales, y sobre asistencia religiosa a los católicos de las Fuerzas Armada y servicio militar de clérigos y religiosos. La firma tuvo lugar en el Vaticano el 3 de enero de 1979, solo siete días después de que el rey sancionara la Constitución en las Cortes Generales. No pocos constitucionalistas y expertos en Derecho Eclesiástico del Estado coinciden en que se trata de unos Acuerdos anticonstitucionales, ya que no respetan tres principios fundamentales de la Constitución española de 1978: la laicidad, la neutralidad del Estado en materia religiosa y la igualdad de toda las religiones. Resulta difícil encontrar unos convenios tan desequilibrados en favor de una de las partes: para la Iglesia católica, todos son privilegios económicos, fiscales, sociales, jurídicos, militares, educativos, culturales. Para el Estado español, todas son obligaciones, desde la financiación hasta la obligatoriedad de la oferta de la religión católica en todos los grados y niveles de enseñanza durante el periodo escolar. La jerarquía católica logró un nuevo triunfo en la batalla por las fiestas laborales, cuando, tras una dura negociación y teniendo en contra a la mayoría de los partidos políticos y de la patronal, consiguió que la efemérides der la Inmaculada Concepción, que se celebra dos días después del día de la Constitución, se reconociera como fiesta laboral. ¿Siguen ganando hoy los obispos batallas, sin presentarse a las elecciones? Por supuesto, acaba de hacerlo en dos campos. El primero es el económico. La jerarquía católica es la única institución que se ha salvado de la crisis económica y no ha sufrido recorte alguno. El segundo es el ideológico, que está teniendo lugar en estos días con dos medidas del Gobierno del PP favorables al catolicismo: la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía -bestia negra de la jerarquía católica- y el establecimiento de una asignatura alternativa a la religión en la futura ley de educación. ¿Qué necesidad tiene la jerarquía católica de contar con un partido confesional o de presentarse ella misma a las elecciones, si las gana todas, sin someterse al voto de la ciudadanía? Desde tiempo, el mes de octubre está dedicado a “la misión”, muy poco recordada en México, por lo menos en mi experiencia, y probablemente, cada vez menos en el mundo, pero que ha sido muy importante siempre en mi país (Bélgica) y en especial en Flandes por tener muchos/as misioneros/as aunque mucho menos hoy. Naturalmente, tengo un gran interés en este tema como ‘misionera’ y por tener mi especialización en misiología. Estas palabras, ‘misión’, ‘misiología’, ‘evangelización’, como muchas otras palabras y su contenido relacionado con religión, catolicismo y la Iglesia, están en descrédito, por varias razones.
Los misioneros están demasiado conectados con invasión, imposición, dominación; mientras que entendido correctamente, y más vivido como debemos hacerlo, ‘la misión’, la ‘evangelización’ (tema del Sínodo en el mes de octubre en Roma), siguen teniendo una importancia grande en el cristianismo, porque es esencia del cristianismo y de ser cristianos/as. También el creciente y reciente encuentro entre culturas y religiones, con su enriquecimiento mutuo, convoca a repensar el contenido de la evangelización, y todavía más, el sentido profundo del concepto “inculturación” que ha entrado en toda la visión y el acercamiento de la misión cristiana, aunque muchas veces abusado y mal interpretado. Inculturación en su sentido teológico (y es fundamentalmente una palabra y un concepto teológico, y no antropológico –la palabra antropológica correcta es ‘enculturación’) quiere decir: dar la posibilidad que ‘Dios’, y para los/as cristianos/as ‘Jesús y su mensaje’, de verdad, pueda revelarse y manifestarse, brotar y florecer, en cualquiera cultura, con cualquier pueblo, a su ritmo, con sus pensamientos y sus costumbres, como el Dios de los hebreos/judíos lo logró en su historia, en el camino con su pueblo, tomando su tiempo, para llegar desde un Dios de la guerra, a un Dios personal… a Jesús, al Dios de Jesús. En octubre, el mes de la ‘misión’, se celebró en Roma el 25º Sínodo desde que empezó después del Concilio Vaticano II en 1967, impulsado por una nueva visión para una nueva estructura eclesial, como vamos a ver en el siguiente párrafo. Un Sínodo es una asamblea de obispos, representantes de las Conferencias Episcopales, por una u otra razón, teniendo el derecho de estar presentes, junto con unos 20 obispos de las Iglesias Orientales y unos 10 religiosos elegidos por la Unión de los Superiores Generales, en total unos 260, todos con derecho a votar. En adición, están presentes unos 40 expertos y unos 40 oyentes, y entre estos últimos podríamos contar algunas mujeres mayormente religiosas, todos/as estos/as sin derecho a votar, igualmente unos 20 representantes de otras denominaciones cristianas, y esta vez encontramos la presencia de una mujer obispa, representando ‘El Consejo Mundial Metodista’. Las pocas mujeres presentes, recibieron el mismo trato de los expertos, de los oyentes y de los que no pertenecen a la Iglesia Católica, este grupo no es parte del ‘cuerpo institucional de la Iglesia’. Nosotras mujeres, todavía no pertenecemos a la estructura eclesial, no tenemos todavía un lugar en la Institución Eclesial, signo de una desigualdad y discriminación fundamental, signo también de que este conjunto de hombres hablan sobre democracia, denunciando discriminación y desigualdad en otras instituciones, reclamando apertura para la libertad de expresión de su religión, pero no teniendo conciencia sobre estas prácticas propias de discriminación, no teniendo conciencia que más de la mitad de los fieles (las mujeres), ni están presentes en estas asambleas, ni pueden estar presentes. Ni está permitido ‘reflexionar’ y ‘hablar’ sobre ‘el sacerdocio de la mujer’, por orden del papa beatificado (erróneamente, digo yo), diciendo poco tiempo antes de morir que ‘este asunto estaba cerrado’. Ni está permitido apoyar el deseo de las mujeres que piden el sacerdocio, sin ser amenazado de excomunión eclesial (¡ni lo hacen con los sacerdotes pedófilos!), como pasó el año pasado con un Maryknoll misionero, y con otros y otras. Yo me pregunto continuamente, como pueden ellos, los hombres en la jerarquía eclesial (y otros), seguir tranquilamente sin sentirse mal con estas actitudes de doble moral, discutiendo y reflexionando durante 3 semanas sobre ‘evangelización’, sobre la esencia de la vida de Jesús y de su presencia continua entre nosotras/os, sin pensar en ningún momento que están faltando más de la mitad de los creyentes ¡Si la Institución Eclesial debe estar y quedarse exclusivamente en manos de los hombres (lee varones), tendríamos tal vez que preguntarnos, nosotras mujeres, por qué quedarse dentro de esta estructura si no tenemos una presencia de igualdad, y más todavía si ésta no es lo que encontramos en la vida de Jesús, ni refleja a Jesús! Debo también dar un dato importante sobre el origen de estos Sínodos, como lo recuerdo de los tiempos del Vaticano II, un dato que no he visto dado en ningún documento reciente, pero que en este tiempo del Concilio, nosotras y nosotros que seguimos de cerca el proceso de este Concilio y reflexionamos mucho durante años, hemos vivido y sufrido. Probablemente, no quieren recordar el deseo inicial que muchos tenían, cuando se creó esta instancia, ‘el Sínodo episcopal’. Me acuerdo muy bien, porque lo seguimos de cerca y lo discutimos intensamente, este inicio de los sínodos. La propuesta de empezar sínodos era para dar una oportunidad para probar de gobernar la Iglesia de manera diferente, al modelo de la Iglesia Primitiva, donde los obispos juntos con el representante, ahora el papa, se unieron para decidir asuntos doctrinales y disciplinarios, sin el poder absoluto e infalible de una persona (recordamos el Primer Concilio de Jerusalén, Hch. 15,28). Pero, después del primer Sínodo, en 1967, se cambió todo porque el magisterio y con ellos el papa, no querían perder su poder y control, y decidieron que los sínodos no tendrían ninguna función para co-gobernar, sino sería otro órgano, para reflexionar, sugerir y después, sí votar sobre asuntos eclesiales (que en la práctica muchas veces no tiene ningún poder, ni seguimiento). ¡Recuerdo muy bien la decepción y el enojo que sentimos! En octubre de este año, tenían el 25º Sínodo desde Vaticano II, en Roma con el tema “La Nueva Evangelización”, planeado junto con ‘el año de la fe’, que este papa ha lanzado… Recordando los 500 años de evangelización en América Latina, el papa Juan Pablo II promovió la idea de una ‘nueva evangelización’ en los años 90 del otro siglo. ¿Cuántas nuevas evangelizaciones vamos a celebrar? En las dos ocasiones, en mi opinión, el anterior papa y éste, la lanzaron mucho más porque están perdiendo el control, el manejo (la manipulación) de sus fieles…., y el interés es mucho más por ‘la Iglesia’, que por la realización del proyecto de Jesús en el mundo, en nuestro mundo. Esta actitud, reflejada fuertemente en la actitud global de los obispos unidos, se muestra en todo el proceso de este Sínodo, y se refleja todavía más en las 58 propuestas, como la conclusión final de esta asamblea. Hablaron sobre la situación de la Iglesia, evitando casi completamente el escándalo de los últimos años (solamente un obispo de Canadá lo mencionó, por lo más que podría saber), analizando el por qué de la indiferencia grande de tanta gente, del abandono de los sacramentos y de la misa dominical, del gran número de los/as que han salido de la Iglesia Oficial… (con todo el acento sobre “La Iglesia” como tal) echando la culpa, algunos, a la apertura del Vaticano II que supuestamente llevó a una libertad desordenada; muchos echan la culpa a la secularización (que llaman únicamente ‘secularismo’, ignorando –probablemente por no saber- la diferencia entre secularización y secularismo) que afortunadamente ha dado apertura a la responsabilidad de los seglares en muchos terrenos (a explicar más) quitando tal vez la exclusividad de los clérigos y su poder; a la falta de fe y espiritualidad, de formación adecuada (es un argumento fuerte) y la profundización de la fe, que también deben ser adaptados a los tiempos actuales…, pero no hablaron de que la Institución Eclesial misma tal vez está fallando, tal vez no está adaptada a los tiempos actuales, que la gente no es más tan ignorante y analfabeta como antes…, que debemos urgentemente hablar y explicar a un Dios de hoy, usando la ciencia y el conocimiento que se ha adquirido en los últimos tiempos. Para dar un ejemplo concreto. Propusieron promover otra vez ‘la confesión’, que acepto puede tener un valor importante, pero olvidan o no saben que este sacramento se creó en el siglo XII (Lombardo), que la confesión que practicamos está modelada a las prácticas de los monjes (del siglo V…), y no era así en la Iglesia Primitiva, que hemos tenido diferentes modelos de confesar en la historia de la Iglesia (tal vez no debe ser como lo hicieron en los primeros siglos, pero tal vez tampoco como lo imponemos ahora). (Hay un peligro, que la sociedad, y los cristianos están perdiendo el sentido de culpa, pero esta no va a resolverse con promover la confesión tradicional.) Toda la doctrina, todos los sacramentos tendríamos que, desde su esencia misma, tratar de explicar y adaptar al tiempo actual, en especial el sacramento del matrimonio, donde olvidan que es un modelo sociológico (hay mas modelos sociológicos para vivir la unión matrimonial y formar familia), un modelo que no viene de Dios sino de los seres humanos, pero en el cual trataremos de poner la dimensión trascendental, sagrada, dar lugar a Dios… Las discusiones que hicieron, me parece, se quedaron en torno de lo mismo, regresando a lo tradicional, explicando lo tradicional, recuperando lo tradicional, afirmando “la Iglesia” como tal. Atacaron secularización y relatividad, el ultimo un concepto importante e interesante en el mundo actual pero, me parece, que no lo entienden ni conocen el sentido verdadero, sin ver la diferencia entre relatividad y relativismo. Por lo más que pude investigar, nunca atacaron el fundamentalismo en nuestra propia Iglesia, un fundamentalismo que ha hecho y que está haciendo daño mucho más grave a la Iglesia, que la secularización o la relatividad… Pensemos en Maciel, el fundador de los Legionarios, que era fundamentalista en su creencia y práctica religiosa (no estoy pensando en su actitud inmoral); el Opus Dei, la mayoría de los grupos carismáticos…, promovidos por el magisterio y los últimos papas pero que enseñan a un Dios ajeno al tiempo de hoy. El General de los Jesuitas, Adolfo Nicolás, con una experiencia larga de misionero en Asia, reclamó que no tocaron la riqueza del pasado de la actividad misionera, ni el trabajo arduo y también bueno de los/as misioneros/as, y que no tomaron suficiente en serio las otras religiones, y aquí hablaba en especial sobre ‘el islam’. Hubo críticas duras de algunos obispos contra congregaciones misioneras por no tomar suficientemente en cuenta las órdenes de los obispos, y por estar más preocupadas con la miseria del pueblo que con la proclamación del Evangelio. (Pero, ¿Qué es evangelización? ¿Qué quiere decir el proyecto de Jesús?, espero que este obispo lo reflexione seriamente y lea bien los evangelios para ver lo que hizo Jesús en su vida.) Hay un problema serio del Islam últimamente, dijo Dun, obispo de Canadá, y lo pienso también. Es verdad, que nos falta entender bien el Islam como tal (como lo pidió el padre Nicolás), aunque no quiere decir que no debemos reaccionar contra la persecución en muchos lugares de ciertos grupos del islam contra los/as cristianos/as, y que el islam está en un período de conquista, da un problema. Hay preguntas que hacer y preocupaciones que tener, pienso yo también. Pero para mí es más preocupante, que no retomaron a fondo el decreto “Nostra Aetate”, documento del Concilio Vaticano II, donde no hablan más de que “fuera de la Iglesia (católica naturalmente) no hay salvación”, afirmado muy estrictamente en el Concilio de Trento (1545-1563), sino que todavía siguen con la misma exclusividad, hablando el mismo lenguaje, cuando confirman y exigen creer y afirmar que “Jesucristo”, si creen en él o no, “es el único Salvador”, indirecta o directamente, consciente o no, olvidando que Dios es más grande que nuestro esquema ’humano’ de Salvación, negando la actuación salvífica de Dios en las otras religiones y culturas. Con esta actitud cristiana, mostramos una prepotencia grande cuando exigimos a las otras religiones, no conociendo o no aceptando a ‘Jesús el Salvador’, que ni modo este Jesús les va a salvar. No tocaron este tema, por lo más que sé, porque es un tabú para Benedicto XVI (y lo era también para Juan Pablo II), que ha condenado a más de 120 teólogos (con el consenso del papa) en su función ‘de proteger supuestamente la verdadera fe’, en los años anteriores a su papado. La mayor parte de las condenaciones eran por no aceptar las actuales explicaciones teológicas de ‘Jesucristo’, ‘hombre/dios’, asunto por el cual han condenado a un buen número de teólogos en los primeros siglos de la era cristiana, como ‘herejes’ (la mayoría en mi opinión no negaron ni contradijeron la verdad en torno a Jesús, sino usaron otra filosofía desde otras regiones, explicando en el fondo lo mismo). No tocaron este punto en el último sínodo, porque la mayoría prefieren quedarse en el absolutismo de que los cristianos, y en especial los católicos, son los mejores y son los únicos que tienen la verdad y la revelación de Dios, “una vez para siempre”. Sí, confirmaron que no debemos hacer proselitismo, pero lo desarrollaron poco. No tomaron en serio, por lo que sé, ‘la inculturación de Jesús y su mensaje’, en las diferentes culturas y pueblos, y menos promovieron esta inculturación en la práctica pastoral, que se queda en general muy europea, muy romana. Se tomaron la realidad del mundo actual, reflexionando sobre los problemas, las trampas, los retos con los cuales la institución eclesial, y la iglesia “pueblo de Dios”, se debe confrontar. Discutieron sobre las razones de la supuesta pérdida de la fe, de la práctica religiosa, de la mentalidad secularizada que supuestamente no acepta a Dios y a la autoridad eclesial. Por lo más que he podido saber por lo que me llegó desde el sínodo, no he encontrado datos de que los presentes en el sínodo, se preguntaron si están presentando un Dios de hoy, con un lenguaje actual, con conceptos adaptados en este tiempo… sino juzgando a la gente de hoy con una mentalidad del pasado. Si la gente no acepta más como antes la autoridad eclesial, no es porque no creen más sino porque esta autoridad sigue poniéndose absoluta y santa, lo que no coincide con la realidad: esta autoridad no es absoluta en ningún sentido, ni es santa, y las experiencias de los últimos años lo han mostrado. Un obispo de México, tocó la Religiosidad Popular como un instrumento de fomentar la fe, con la exigencia de purificar esta religiosidad, tristemente mostrando que ni sabe bien lo que es. La Religiosidad Popular es un modelo de Iglesia en México, paralela a la Iglesia oficial (como lo defendí en mi tesis doctoral, viendo la diferencia entre folclore y Religiosidad Popular, diferente de ‘religión del pueblo’…), andando muchas veces de la mano con la religión oficial, necesitando purificación pero igual que la Iglesia Oficial. El peligro es que la autoridad eclesial, por lo menos en México, manipula demasiado este instrumento de la Religiosidad Popular para promover la fe, promoviendo prácticas religiosas que son casi supersticiones, magia,… lo que conviene muy bien al pueblo ignorante como doctrina de la fe, porque su vida popular está llena de estas prácticas y creencias: el diablo, el infierno, el castigo de Dios, penitencias y sacrificios… son tan frecuentes en las pláticas y homilías de los curas y obispos (¡lo he oído!). Un Dios que manipula y condena, y no el Dios de Jesús, de igualdad, de misericordia… La Evangelización debe ofrecer la posibilidad de construir, juntas/os, otro tipo de comunidad, de sociedad, de pueblo, de nación, desde su propia realidad… ¿Porqué hablaron los obispos de México tan fuerte sobre este instrumento para la evangelización, pero no hablaron de la situación de fraude continuo, de mentira, de engaño, de la mentalidad a-moral tan típica en México, de violencia extrema, que está castigando su país? ¿Sería posible que esta realidad tan dolorosa, no sea la realidad de ellos porque viven en una burbuja de seguridad, de pretensiones, de ‘santidad’, lejos de la realidad? Evangelizar podemos, debemos hacer, sin tener necesariamente la fe en el Dios de los cristianos, porque evangelizar es tratar de hacer de este mundo de Dios, un mundo como él/ella lo planeó, lo quiso: un hogar, una casa, donde es bueno vivir para todas y todos, donde hay justicia y paz, amor y solidaridad, donde no más reina el miedo continuo, la inseguridad aguda, la falta de libertad para pensar y decir lo que tu conciencia te dicta, donde no debes temer ser silenciada/o por la autoridad civil y eclesial… Evangelizar es tratar de fomentar este ambiente, aunque tal vez no practiquen más los sacramentos de la Iglesia que no se explican en un lenguaje actual…y que siguen siendo más esclavitud que liberación porque no han tomado en cuenta la realidad de la vivencia de la gente hoy, como se muestra por excelencia en el matrimonio y el divorcio, en la diversidad sexual, en la vida de los pobres, en la mujer como persona, en el ser indígena, negra, homo o lesbiana… Estamos en un mundo de interculturaciones, de interreligiones…, cada una con su riqueza e importancia para la realización global del ser humano, para realizar el supuesto Reino de Dios (mejor dicho, ‘el proyecto de Jesús’), no solo aceptando y tolerando y apreciando estas diferentes culturas y religiones, pero también viéndolas con su propio valor y necesidad, para lograr la totalidad del ser humano, lo holístico de este mundo en Dios mismo, plan de este Dios. ¿De qué evangelización hablaron? Para mí, los presentes en el Sínodo, globalmente, perdieron su tiempo, o dicho más suave, como dijo el General de los Jesuitas, Nicolás: “perdieron su oportunidad”. Me parece muy claro, que “el Instituto Eclesial” es mucho más importante para la mayoría de la jerarquía, que el sentido profundo de la vida de Jesús y de su mensaje, reflejado en los Evangelios, el “instituto eclesial” es mucho más importante que el pueblo mismo, que sus gritos a una liberación verdadera. Necesitamos: no sacrificios pero misericordia, no farisaísmo pero vida, no leyes absolutas pero apertura, no instituciones pero seres humanos, no diferencias de raza, clases sociales, género, sexualidad… sino aceptación igual de cada persona… ¡Que lejos está nuestra institución eclesial de todo eso! |
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