Solo la actitud interna es expresión válida de una auténtica espiritualidad Por: Fray Marcos11/11/2018 Nos encontramos en los últimos versículos del c. 12. Jesús una vez más, enseña. A pesar de que el episodio que acabamos de leer se reduce a cuatro versículos, tiene una profundidad enorme. Es el mejor resumen que se puede hacer del evangelio. La simplicidad del relato esconde el más profundo mensaje de Jesús: Toda la parafernalia religiosa externa no tiene ningún valor espiritual; lo único que importa es el interior de cada persona. Muy probablemente fue en su origen una parábola que se convirtió en episodio real.
Este simple relato deja clara la crítica de Jesús a la religión de su tiempo. Señala la diferencia entre religión y religiosidad; entre cumplimiento y vivencia; entre rito y experiencia de Dios. Hoy seguimos dando más importancia a lo externo que a una actitud interior. A la religión sigue interesándole más que seamos fieles a doctrina, ritos y normas. Seguimos estando más pendientes de lo que hacemos o dejamos de hacer que de nuestra actitud vital. Queda claro el talante de Jesús. Hoy le hubiéramos dicho a la viuda: no seas tonta; no des esas monedas a los sacerdotes; tienen más que tú. Utilízalas para comer. Pero Jesús, que acaba de criticar los trapicheos del templo, descubre la riqueza espiritual que manifiesta la viuda y reconoce que a ella sí le sirve ese modo de actuar, porque es reflejo de su actitud con Dios. Alejada de todo cálculo, se deja llevar por el sentimiento religioso más genuino. Muchos ricos echaban cantidad. Las monedas se depositaban en una especie de embudos enormes en forma de bocina, colocados a lo largo del muro. La amplia boca de las bocinas de bronce permitía lanzar las monedas desde una distancia considerable. Los ricos podían oír con orgullo, el sonido de sus monedas al chocar con el metal. Lo que echó la viuda fueron dos monedas del más bajo valor. Hoy serían dos céntimos, cantidad ridícula. Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. El comienzo “en verdad os digo” indica que lo que sigue es muy importante. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es nueva en la religiosidad judía; se encuentra en muchos comentarios del AT. Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo de actitud religiosa. Esta es la originalidad de la propuesta de Jesús. Dio todo lo que tenía para vivir. Para captar toda la fuerza de esta frase final, debemos tener en cuenta que en griego “bios” significa no sólo vida, sino también, modo de vida, recursos, sustento; sería el conjunto de bienes imprescindibles para la subsistencia. Hoy nosotros podíamos emplear otros términos: “víveres” o “sustento”. Dio todo lo que constituía su posibilidad de vivir. Equivaldría a poner su vida en manos de Dios. Jesús ya había llevado a cabo la “purificación del templo”. Sabemos su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su crítica al expolio de los pobres en nombre de Dios, para que los jefes religiosos vivieran como reyes. De hecho, el templo era el centro económico de todo el país. Esa economía estaba basada en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar al templo el diezmo de todo lo que cosechaban, además de proponer encarecidamente donativos voluntarios. El Dios liberador, convertido en el dios opresor. En contra de los que solemos pensar, el evangelio nos está diciendo que el principal valor de la limosna no es socorrer una necesidad perentoria de otra persona, sino mostrar una verdadera actitud religiosa. La limosna de la viuda, a pesar de su insignificancia, demuestra una actitud de total confianza en Dios y de total disponibilidad. En nuestra relación con Dios no sirven de nada las apariencias. La sinceridad es la única base para que la religiosidad sea efectiva. No podemos engañar a Dios ni debemos engañarnos con acciones calculadas. No se trata directamente de generosidad, sino de desprendimiento. Lo que el evangelio deja claro es que el egoísmo y el amor son dos platillos de la misma balanza; no puede subir uno si el otro no baja. Nuestro error consiste en creer que podemos ser generosos sin dejar de ser egoístas. Lo que Jesús descubre en la viuda pobre es que, al dar todo lo que tenía, el platillo del ego bajó a cero; con lo que, el platillo del amor había subido hasta el infinito. Si mi limosna no disminuye mi egoísmo, no tiene valor espiritual. El evangelio de hoy, ni cuestiona ni entra a valorar la limosna desde el punto de vista del necesitado, porque lo que la viuda echó en el cepillo no iba a solucionar ninguna necesidad. Se trata de valorar la limosna desde el punto de vista del que la hace. Es una perspectiva que solemos olvidar y por eso nuestros donativos terminan valorándose según la repercusión bienhechora que tengan en los destinatarios de la limosna. Es un error. La limosna de la que hoy se habla, no es la que salva al que la recibe, sino la que salva al que la da. La diferencia es tan sutil que corremos el riesgo de hablar hoy de tanta necesidad acuciante que podemos encontrar en nuestro mundo y por tanto, de la necesidad de hacer limosna para remediar esas necesidades extremas. Hoy no se trata de eso. Se trata de dilucidar dónde ponemos nuestra confianza. Podemos ponerla en la seguridad que dan las posesiones o en Dios que no nos va a dar ninguna seguridad. La motivación de la limosna no debe ser remediar la necesidad de otro sino el manifestar el desapego de las cosas materiales y afianzar nuestra confianza en lo que vale de verdad. La cuantía de la limosna en sí no tiene ninguna importancia; solo tendrá valor espiritual si, el hacerla, supone privarme de algo. Dar de lo que nos sobra, puede aliviar la carencia de otro, pero no tener ningún valor religioso para mí. Mi limosna valdrá solo cuando me duela. El que recibe una limosna puede estar necesitado de lo que recibe; en ese caso, la limosna ha cumplido un objetivo social. Ese objetivo no es lo esencial. El que recibe una limosna, puede aceptarla como una lotería sin descubrir la calidad humana del que se la ha dado. O puede darse cuenta de que la actitud del otro le está invitando a ser también él más humano. Si esto segundo no sucede, es que la limosna como acto religioso ha fallado para el que la recibe. Alcanzar este último objetivo depende de la manera de hacerla. El que la da puede dar de lo que le sobra; o puede ser que se prive de algo que necesita. En el primer caso podía demostrar la renuncia al afán de acaparar y buscar en las riquezas la única seguridad que me tranquiliza. En el segundo, entramos en una dinámica religiosa. Un necesitado podría dar una limosna al que no la necesita. En ese caso, el objetivo religioso del que la da se cumple. Sin tener esto en cuenta, con frecuencia dejamos de dar una limosna, porque pensamos que no va a utilizarse para remediar una necesidad perentoria. Solo cuando das lo último que te queda, demuestras que confías absolutamente. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo, decía S. Ambrosio: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Un famoso escritor actual dijo en una ocasión: solo se gana lo que se da; lo que se guarda se pierde. La viuda, al renunciar a la más pequeña seguridad, pone de manifiesto la verdadera pobreza. Meditación No importa que sea insignificante lo que des. Su valor está en lo más íntimo de la persona. Mi escala de valores debe cambiar. Debo dejar de valorar lo que se ve, para empezar a valorar en mí y en los demás lo que me hace más humano y más cristiano.
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Se trata de un relato muy sencillo, que recuerda a las “Florecillas” de San Francisco de Asís. Lo importante no es su valor histórico sino su mensaje. Destaco algunos detalles.
1. La pobreza de los protagonistas. En el mundo antiguo, de estructura patriarcal, las personas más marginadas eran las viudas y los huérfanos; la muerte del marido o del padre los condenaba en la mayoría de los casos a la miseria. En nuestro relato, esta situación se ve agravada por la sequía, hasta el punto de la mujer está segura de que ni ella ni su hijo podrán sobrevivir. 2. La fe y la obediencia de la mujer. Muchas veces, comentando este texto, se habla de su generosidad, ya que está dispuesta a dar al profeta lo poco que le queda. Pero lo que el autor del relato subraya es su fe en lo que ha dicho el Señor a propósito de la harina y el aceite, y su obediencia a lo que le manda Elías. 3. La categoría excepcional de Elías, al que Dios comunica su palabra y a través del cual realiza un gran milagro. Teólogos presumidos y una viuda generosa (evangelio) El relato tiene dos partes: la primera denuncia a los escribas, la segunda alaba a una viuda. Las relaciona la actitud tan contraria de los protagonistas: mientras los escribas “devoran los bienes de las viudas”, la viuda echa en el arca “todo lo que tenía para vivir”. ¡Cuidado con los escribas! Los escribas eran especialistas en cuestiones religiosas, dedicados desde niños al estudio de la Torá. Tenían gran autoridad y gozaban de enorme respeto entre los judíos. Pero Jesús no se fija en su ciencia, sino en su apariencia externa y sus pretensiones. La descripción que ofrece de ellos no puede ser más irónica, incluso cruel. Forma de vestir (amplios ropajes), presunción (les gustan las reverencias en la calle), vanidad (buscan los primeros puestos en la sinagoga y en los banquetes), codicia (devoran los bienes de las viudas), hipocresía (con pretexto de largos rezos). Todo esto es completamente contrario al estilo de vida de Jesús y a lo que él desea de sus discípulos. Por eso los amonesta severamente: «¡Cuidado con los escribas!». No es preciso añadir que los discípulos le hicieron poco caso a Jesús y terminaron vistiendo como los escribas, exigiendo reverencias y besos de anillo, ocupando primeros puestos, y devorando bienes de viudas, viudos y casados. Por desgracia, de este evangelio no se puede decir: «Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia», aunque debemos reconocer que la situación ha mejorado bastante. Elogio de la viuda En la 1ª lectura y en la segunda parte del evangelio tenemos personajes parecidos: una viuda y un profeta (Elías-Jesús). Pero la relación entre ellos se presenta de manera muy distinta. Basta fijarse en los siguientes detalles: ¿De qué hablan la viuda y el profeta? Elías y la viuda mantienen un diálogo, mientras que Jesús no dirige ni una palabra a la viuda. Cuando ve lo que ha hecho, no la llama para dialogar con ella, sino que llama a sus discípulos para darles una enseñanza. ¿Qué hace la viuda por el profeta? La viuda entrega todo lo que tiene a Elías y trabaja para él; la viuda del evangelio no hace nada por Jesús. ¿Qué hace el profeta por la viuda? Elías hace un gran milagro para resolver el problema económico de la viuda; Jesús no le da ni un céntimo. La enseñanza silenciosa de la viuda Los relatos anteriores de Marcos (que no se han leído en las misas del domingo) han ido presentando una serie de personas y grupos que se presentan ante Jesús para discutir con él las cuestiones más diversas: su autoridad, el pago del tributo al César, si hay resurrección de los muertos, cuál es el mandamiento principal, etc. Al final aparece esta viuda, que no se preocupa de cuestiones teóricas ni teológicas, ni siquiera se interesa por Jesús; sólo le preocupa saber que hay gente pobre a la que ella puede ayudar con lo poco que tiene. La viuda es un símbolo magnífico de tantas personas de hoy día que no tienen relación con Jesús, pero se preocupan por la gente necesitada e intentan ayudarlas, sin considerarse ni ser cristianos. Y la preocupación de la viuda no es de boquilla, entrega todo lo que tiene. Jesús, que no la llama para hablar con ella e invitarla a formar parte del grupo de sus discípulos, nos puede servir de ejemplo para la actitud que debemos adoptar ante esas personas. No hay que intentar convertirlas a toda costa. En los tiempos que corren, de tanta necesidad para tanta gente, el evangelio de este domingo nos da mucho que pensar y que rezar. Marcos sólo necesita siete versículos para mostrarnos dos realidades de alto contraste que evidencian dos formas de situarse ante la vida y la religiosidad.
Comienza el texto situando a Jesús en su rol didáctico. Enseñaba a la gente, enseñaba con honestidad y desde la libertad que le caracterizaba. En esta ocasión, su enseñanza se convierte en un consejo casi imperativo: tened cuidado con los escribas. Y da razones por las que hay que protegerse de ellos. Ciertamente los escribas eran los expertos e intérpretes oficiales y lícitos de la Escritura. Gozaban de gran autoridad. Buscaban siempre ser vistos y adorados. Vestían de forma especial. Jesús denota que les gustaba pasearse con amplio ropaje. No es casualidad que también indique que “devoran los bienes de las viudas” puesto que solían persuadirlas demostrando ser muy devotos para administrar sus bienes y aprovecharse de ellas. Posteriormente pondrá a una mujer viuda como antítesis a lo que vive este grupo religioso. Son justo lo contrario a lo que viene predicando Jesús; el conflicto está servido. Estos líderes religiosos podrían mostrar ese nivel líquido de vivir la fe y el compromiso creyente. Una religiosidad basada en la apariencia, en la conservación de una posición socio-eclesial, en mantener un puesto visible y jerárquico, en la prioridad de mantener un ego enaltecido que conduce a vivir en modo ego-céntrico y ego-ísta. La religión, el seguimiento a Jesús en nuestro caso, es un modo de vivir, un compromiso existencial; no estamos ante una ideología o una adquisición cultural. Desde la posición de estos líderes religiosos, cualquier gesto solidario, de atención a los pequeños, de entrega de algo de uno mismo, será una exhibición, un acto público de reconocimiento para demostrar el bien que se hace. Una manera muy poco honesta de vivir lo esencial de nuestro vínculo con la Divinidad. Marcos añade una nueva situación: la viuda que echa dos monedas y que servirá de contraste para comprender su mensaje. Jesús observa que una mujer viuda echaba dos monedas en las ofrendas. Esta mujer es mucho más que una viuda que echa una insignificancia en el cesto. Jesús realza esta figura simbólica que ha roto los esquemas patriarcales y religiosos de los poderosos judíos, teólogos judíos en este caso. Un simple gesto ha recuperado la dignidad de una mujer que, por ser mujer, no iba a ser visible de ninguna manera y por ser viuda está en una posición de indigencia absoluta según la visión judía. Si bien es verdad que la viudez la sitúa en una independencia económica (aunque sea pobre) y en una capacidad de decisión que, en aquel momento, era inviable para una mujer. Parece que esta mujer estaba liberada de los que hubieran podido administrar sus bienes o sus necesidades. La generosidad de esta mujer no está basada en una obligación moral, ni en un gesto público para ser aplaudido, sino que se apoya en una conciencia de su dignidad que la moviliza a entregar lo que ella considera que debe donar. Jesús utiliza este ejemplo vivo para ilustrar el modo de situarse ante su seguimiento en contraste con los escribas y fariseos. Critica a estos personajes, ciertamente, pero propone una alternativa: la de una vida conectada a la dignidad y que tiene como consecuencia gestos de entrega, de sencillez y libertad. El modo de vivir la vida y la fe no es una cuestión de cantidad, de las veces que repetimos ritos, de las veces que hacemos gestos generosos, de los dineros que donamos u otros actos repetitivos que se van vaciando de sentido. Es más bien una cuestión de calidad, de una autoconciencia de percibirnos arraigados en una PRESENCIA que nos moviliza a poner toda nuestra realidad bajo la influencia de la energía creadora de Dios; La mujer viuda echa todo lo que tiene para vivir. Trascendiendo el sentido económico de este gesto, somos invitados a echar todo lo que tenemos y somos para vivir, en esta opción por seguir a Jesús, desde la autenticidad y la dignidad que nos confiere. En otra ocasión, aquí en Feadulta, comenté la primera parte de este Evangelio. Entonces era la versión de Mt 22, 34-40. Su contenido, en síntesis, era: El amor a Dios y el amor al prójimo son un mismo y único amor y mandamiento. Dos en uno. No podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al hermano a quien vemos. Hoy voy a centrar mi reflexión en la segunda parte del texto de Marcos. El levita acepta la respuesta de Jesús a su pregunta sobre el primer mandamiento: Muy bien, Maestro, tienes razón …..Y ante la conclusión que saca el levita de que el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios, Jesús, viendo que había respondido sensatamente (con Sabiduría), le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”.
En el texto conciso de Marcos se refleja con precisión la evolución de todo proceso de enseñanza-aprendizaje: A una pregunta interesada le sigue una respuesta documentada. Luego el aprendiz reconstruye y elabora lo enseñado y saca su conclusión. Por último, el maestro evalúa el resultado y ofrece retroalimentación acerca del trabajo ya realizado y abre la puerta a futuros aprendizajes. El escriba, que sabe mucho sabe también que le falta mucho por saber y quiere saber más. Por eso hace la pregunta necesaria ante tanto mandamiento ¿cuál es el primero, el más importante, el principal? Para él es una pregunta interesante. La respuesta que le da el Maestro es sabia y novedosa. Une dos fragmentos de la Ley, Deuteronomio y Levítico. Los une y sintetiza. No hay mandamiento (en singular) mayor que éstos (amor a Dios y al prójimo). Ha sido una buena enseñanza. Veamos cómo ha sido el aprendizaje. Al levita la respuesta le parece correcta, adecuada a lo que él ya sabía sin saberlo y, por su cuenta une la Ley y la religión: El amar vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Amar es más importante que cumplir. Esta respuesta sí que merece una Matrícula de Honor. Así lo reconoce el Maestro: No estás lejos del Reino de Dios. Evaluación positiva de lo aprendido y puerta abierta a nuevas búsquedas y aprendizajes. Lo que le queda por aprender al maestro de la Ley es qué sea el Reino de Dios. No lo dice Marcos. Suspende el relato para que nosotros lo continuemos. Pero el proceso de aprendizaje continúa aunque no quede constancia literal de ello. Seguro que el escriba siguió dándole vueltas al asunto en su cabeza. Y nosotros también vamos a hacerlo. El que ama a Dios y al prójimo con todo su ser no está lejos del Reino de Dios. Pero, en positivo, estar cerca y entrar en el Reino de Dios y pertenecer a él y trabajar por él suena a que es un proceso que hay que seguir paso a paso. ¿Cómo? Vamos a partir de lo que ya sabemos: Dos principios y cinco conclusiones. 1.-Lo primero y más importante en la vida es amar. Si Dios es amor nosotros también. Somos amor como Dios es amor. Nuestro ser verdadero y profundo es amar. Es nuestra esencia y necesidad básica: Amar y ser amados. El amor es la fuerza que nos constituye como “humanos”. En la evolución de la especie humana, a más cerebro e inteligencia más humanidad, por socialización. Y esto antes de que nacieran las religiones. El cuidado del débil fue precoz en la evolución humana. La prueba está en los yacimientos de Atapuerca y el museo de la Evolución en Burgos. Según estos hallazgos, se puede comprobar que además de la inteligencia técnica para hacer herramientas, el hombre primitivo poseía una inteligencia social que le facilitaba la solidaridad con el más débil. Por tanto, en el diseño del perfil humano está el ser en relación con otros, ser para otros, abierto a los otros. Conclusión: A más cerebro más inteligencia técnica y social, más humanidad solidaria. Castillo: “El amor, la bondad, el afecto, la ayuda mutua, sin otro interés que aliviar el dolor o aumentar la felicidad de los demás seres humanos, esto es lo que nos humaniza, lo que nos hace más inteligentes”. Etty Hillesum: “El amor salva”. 2.-El Reinado de Dios en la tierra es una buena noticia para los hombres. Es el Evangelio que predicó Jesús de Nazaret. En la vida y mensaje de Jesús sabemos lo que Dios quiere para nosotros. Una vida más digna, sana y dichosa para todos es el sueño de Dios para la humanidad (Pagola). Como dice el texto del canto que repetimos en la Litúrgia “tu reino es vida, tu reino es verdad; tu reino es justicia, tu reino es paz; tu reino es gracia, tu reino es amor; venga a nosotros tu reino, Señor”. A esto hay que añadir que el Reinado de Dios es: libertad, fraternidad e igualdad. A partir de estos principios saquemos alguna de sus consecuencias o conclusiones: 1.- Relación entre amar, Reinado de Dios y logro de la plenitud humana. Entrar en el Reino de Dios es salvarse. Y trabajar por él es la plenitud humana. Entrar en el Reinado de Dios es cumplir el anhelo más profundo del ser humano: plenitud y felicidad. Estar cerca, entrar, pertenecer y trabajar en y por el Reinado de Dios. 2.- Reinado de Dios en la tierra es la misión que Jesús asumió en su vida y enseñó a sus discípulos a que lo imitaran. Jesús, en sus dichos y hechos, buscó la dignidad, humanidad, justicia, felicidad para todos los que le escuchaban. Quería liberarles de las esclavitudes que los deshumanizan y hacen sufrir. 3.- No puedo ser cristiano sin participar en el proyecto de Jesús de Nazaret. El proyecto de Jesús es el Reino de Dios. El mío también. Jesús nos invita a entrar en el Reino de Dios y su justicia, querer el bien del otro, desear y facilitar su felicidad, ser compasivos, sufrir con el que sufre y gozar con el que goza. Compasión y misericordia, comunión. 4.- El Reinado de Dios es un proceso coextensivo, en espacio y tiempo, con la humanidad. Mientras haya hombres sobre la tierra habrá que trabajar para que el mundo sea cada vez más habitable y humano para todos. 5,- Vivir para el Reinado de Dios da sentido a mi vida. Responde a la pregunta ¿Para qué estoy aquí? Jesús vivió para el Reino de Dios. Envió a sus discípulos a anunciar y propiciar el Reinado de Dios. Trabajar en y por el Reinado de Dios da sentido a la existencia. Da razones para levantarse cada mañana. Aunque exige renuncia y entrega merece la pena. Como siempre acabo diciendo Ponlo a prueba y si encuentras algo mejor cómpralo. Me apena ver, como esta Iglesia se va hundiendo en el pantano, en busca de soluciones simples que solo provocan su aceleración.
Año de la Fe, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, Iglesia en salida, Congreso para la Evangelización, Primer anuncio… ¿Qué ha quedado de eso? Nada, un Iglesia acobardada en sus trincheras, tratando de defender el poco poder que le queda. La Iglesia de hoy es una institución política, económica, administrativa, social y también religiosa. Es un Estado, trata de influir en la política; maneja capitales; administra un patrimonio; realiza funciones sociales, hospitales, colegios, Cáritas, misiones, y trata de ser mediadora entre las personas y la Divinidad. En el caso del cristianismo, la figura de Jesús no proclama ni funda una religión o iglesia. Lo que hace es proclamar un kerigma o mensaje de amor y salvación, que abarca desde su percepción de filiación divina y la de todos los seres humanos, de su descubrimiento del rostro amoroso de Dios, de una propuesta de conducta basada en la ética y el amor al prójimo, hasta la garantía de salvación. La Iglesia, fundada por San Pablo, que 20 años antes de que se escribiese el primer Evangelio fundaba pequeñas eklesias o comunidades, al aliarse con el poder, convierte el kerigma de Jesús en una religión, estructurándolo y codificándolo de acuerdo con la mentalidad de su tiempo, que pertenece a un paradigma greco-romano que no es el nuestro. Nuestra conciencia es evolutiva, nadie piensa como cuando era niño, joven o adulto La visión del universo, del mundo, del hombre, del sentido de la vida… es muy diferente de la que se expresa en ese paradigma antiguo y por ello, si cambia el nivel de conciencia y también el paradigma o conjunto de valores, ideas, costumbres, con el que vemos la realidad ..., es lógico que se necesite una nueva interpretación del kerigma, que sin negar la anterior, la integre , la transcienda y la haga inteligible al mundo de hoy. Benedicto XVI en una de sus alocuciones dijo: “La palabra de Dios no está en la literalidad de los textos, sino en el seno de una interpretación y por eso la lectura de las Escrituras es un reto para cada generación. Y cada generación tiene el derecho y la obligación de interpretarla a la luz de su tiempo y así la fe puede regar y fecundar distintas épocas y culturas”. La Iglesia tiene que tomar conciencia de que no es un fin en sí misma, que su función mediadora es la de estimular la búsqueda de Dios y que esta función parece que hace agua en estos momentos. En la sociedad actual, la Iglesia no es más que la forma de una expresión religiosa, pero esta expresión no tiene la calidad y fuerza que contiene el mensaje que pretende transmitir. Y no tiene esa calidad y fuerza porque hay una crisis de pedagogía, pobreza de léxico e inadecuación de la palabra. Se observa un agotamiento de recursos verbales y un deterioro de la comunicación. Hay una dilución de los símbolos, una vaciedad en las frases convencionales y una necesidad de cambiar el lenguaje. Agrade o no, el cambio acaba imponiéndose. Es, pues, necesario anticiparse al mismo o sumarse a él. Hay que controlar el cambio y disfrutar con la aventura del cambio y no cesar de cambiar. A la crisis explicativa y a la de su presencia social, hay que añadirle su falta de liderazgo moral no sólo por su retraso en aceptar los avances del mundo, ya sean científicos o sociales, como la democracia, derechos humanos, feminismo…, sino por la conducta escandalosa de muchos de sus representantes oficiales, alejados del mensaje que pretenden comunicar. La propuesta del Obispo de Mallorca de cerrar iglesias, con la excusa de que acude poca gente a las Eucaristías y concentrarlas en una sola para que haya más participantes, es de una simpleza enorme. Si acuden 12 personas a 10 iglesias y se cierran 9, de las 120 personas que acudían, sólo irán 60 a la que permanezca abierta. La estructura actual de las misas, está muy lejos de ser una reunión de comunidad familiar en la que los fieles participen activamente. Y la petición de que canten, es una forma de adormecimiento colectivo. A finales del año pasado, el Papa Francisco invitó a la Asociación de Teólogos Italianos a “repensar la Iglesia para que sea conforme al Evangelio que debe anunciar y a repensar los grandes temas de la fe cristiana, dentro de una cultura en profunda mutación”. Entiendo que esta invitación se extiende a toda la Iglesia, incluidos los laicos, que deben sentirse aludidos por este mensaje. Es un valiente paso para actualizar y modernizar la estructura y el papel de la Iglesia en este cambio de época. Es tarea difícil, porque hay un sector del clericalismo reticente y temeroso que esclerotiza a la Institución y presenta resistencia a las reformas, que se quiera o no, acaban imponiéndose. Esta es mi esperanza. Estamos viviendo un momento de mucha trascendencia para el futuro del planeta, nuestro hogar, y como consecuencia para el presente-futuro de millones de personas ya ahora y sobre todo para las generaciones futuras.
¿Qué planeta encontramos los que tenemos más de 40 años? Recuerdo como mi padre, recién jubilado, se dedicaba en Pto Colom, Mallorca -donde teníamos casa de verano que se convirtió en su residencia habitual hasta que murió- se dedicaba en su barquita a pescar auténticas delicias y a coger cangrejos, otra delicia que cuidadosamente guardaban para el sábado y domingo donde habitualmente íbamos apareciendo. El mar estaba limpio, los plásticos se doblaban cuidadosamente y guardaban para reusar. No se tiraba comida, no se salía a comer fuera más que para grandes celebraciones, y algo que me parece precioso, se recogía el agua de lluvia en un sistema de tejado preparado para ello, el agua, iba a una cisterna de uso exclusivamente potable. Echo de menos aquellos cangrejos ¡pobres! y también aquella fruta del árbol de los tíos que también en su jubilación cuidaban y compartían. Y el mar tenía algas, en cantidad, y las rocas tenían hierba y erizos y… y los niños y las niñas disfrutábamos de aquella naturaleza viva y hermosa. Y sí, a la playa los jóvenes no íbamos en coche o en yate, íbamos en bici o remando, y no hacía falta ir al gimnasio porque todo el día te movías, me refiero en vacaciones o fines de semana. Estoy segura que cada una recuerda su infancia y juventud, la de excursiones por parajes indescriptibles con vegetación y animales maravillosos. Ya veis por donde voy, no paréis vuestra mente… dejadla recordar lo bello. Y lo sencillo. Eso queremos para nuestros hijos y nietos y biznietos. Pero nuestros hijos y sus hijos tendrán que luchar con una realidad distinta, prácticamente varias ya generaciones desde la universidad dedican un montón de energía y creatividad para investigar como limpiar lo que nuestra generación ha destruido en unos pocos años. Miles de años para formarse un fondo marino con unos grados de acidez, temperatura y salubridad concreta, maravillosamente lograda a través de procesos imperceptibles, milagros continuos del Planeta, cuna, casa de todos. Esa precisa temperatura del agua para que todo el sistema ecológico delicadísimo acoja y nutra la multiplicidad de vida. Hoy las mentes más brillantes, en lugar de investigar para erradicar enfermedades, tienen que descubrir como liberar esa maravilla de la manta de plásticos y polución que los cubre ahogando la vida, cambiando así el hábitat. Estas mentes están hoy completamente involucradas en limpiar nuestra inconsciencia y egoísmo. Recibía ayer unas fotos desoladoras del Yosemite Park en California. Hace 17 años estuve ahí cuando trabajaba cerca, y aquello era indescriptiblemente maravilloso, hoy sigue siendo precioso, pero resulta que se ha secado el río y por supuesto las cataratas cuyas cascadas eran las más altas de América del Norte y las quintas más altas del mundo. Hoy están secas. (????) “Padre-Madre, que te conozcan” ¡Cómo entiendo la oración de Jesús, su deseo, su necesidad, sus ganas de compartir la experiencia de amor que él vive, que él siente y que le posibilita vivir distinto! Jesús consigue un cambio en unos pocos, que aún pervive y es la historia más cautivadora que conocemos. No es un dios de la mitología, con poderes. Es un joven, un hombre, que ante lo que no le gusta, porque le duele en el alma la injusticia, la falsa religiosidad, se pone a dialogar con su padre-madre. Así de normal, humano es nuestro Dios, tanto que le llamamos Hijo de Dios. En plena naturaleza, en contacto con el monte y el mar, Jesús desarrolla su alma contemplativa y de esa oración unificada: su Padre-Dios, sus montes, los campos y sobre todo su querido mar, brotan sus metáforas para explicar a los que tienen sed de un mundo más justo y de Amor, lo que él ya está viviendo. Ese mar hoy tumba de tantos. “Padre, que te conozcan”. Y a partir de él, algo ocurre entre Dios y nosotros. A partir de esa relación cordial (de corazón a corazón) con el Abba nace en nosotras la capacidad de crecer y madurar y “ser” hijas e hijos, de la familia, de la comunidad. Es la comunidad cristiana porque por nuestras venas corre la sangre de Cristo. Si viéramos la oración como la circulación veríamos como el corazón (que es él) bombea, con cada latido, Vida y se expande por todo el cuerpo, en cada célula…y da vida y tú y yo vivimos con amor, con mimo, cuando acogemos su latido. ¡Padre, que te conozcan! Porque si te conocen tendrán vida y la recrearán continuamente. ¿Cómo? ¿Qué es lo que se recreará? La Tierra, la Vida, la Comunidad. Los científicos afirman que con meditación se produce un cambio incluso físico del cerebro humano. Imaginemos que a esta meditación silenciosa la seguimos con un espacio de “diálogo, personal, íntimo con el Abba que me conoce, que me confía la Vida y lo sé por su Palabra, pronunciada sobre mí en el mismo momento que la acojo en mi silencio y en mi pobreza. El Dios bíblico, el Dios de Jesús, no es silencioso, es el Dios de la Palabra. Por eso el mandamiento judío por antonomasia es “Shemá Israel” “Escucha hijo mío-pueblo mío”. El silencio es un regalo de Dios a la persona para que consiga escuchar, porque ahí radica la posibilidad de conocer y con el roce, de amar, y así, actuar desde ese conocimiento mutuo. El silencio es difícil cuando no se quiere oír, cuando lo que se quiere es ser escuchado, ser importante, ser el centro…Cuando el centro va siendo Dios, el Planeta, las hermanas…se hace silencio en el corazón porque necesitamos oír. Si le conociéramos no destruiríamos nada. Pisaríamos el planeta con pisada mínima, sin aplastar nada ni a nadie. La pisada es también la palabra bien o mal intencionada. Y cuando un grupo de mujeres y hombres “Escuchan” empezamos a “conocer” y me atrevo a decir a “recrear”. Todo nace de nuevo porque le damos otra oportunidad. Todo se unifica y surge en nosotros ese deseo enorme de ser Uno con todo y con todos. ¿Por qué? Porque cuando “conoces” se produce el milagro. La bondad, el respeto, la alegría, la justicia brota y da vida. Y mientras el templo viejo y falso se está desmoronando, un grupo de itinerantes alrededor de Jesús forman algo nuevo. Me emociona ver que algo de esto estoy viviendo hoy con un grupo de unas 15 personas, todas españolas todavía, que ante un carisma de “conocerle y crear la paz y la unidad con el todo” nos hemos reunido en red para formar esa comunidad de hombres y mujeres de “Shemá”. Con los pies en el suelo y el corazón abierto iniciamos un proceso, un itinerario de compartir vida y susurro de Dios, e ir viendo, tal vez no es llegar a ningún sitio, sino disfrutar del camino juntos. Creo que como el grupo original de Jesús somos gente de bien, normal y estamos en la tarea de recuperar el planeta, de recuperar las relaciones humanas igualitarias, de reconstruir la iglesia desde nuestra “Escucha” porque hacemos nuestra la palabra del Dios de Jesús, del Abba sobre nuestra vida “Shemá, Israel”. Y sueño una tierra nueva, y un mar nuevo. Sueño que cuando vuelva al Puerto de mi infancia, que es como los brazos de mi madre, lo encuentre vivo, con sus aguas tranquilas limpias, con sus peces y cangrejos que huyeron, con su belleza infinita a los pies del monte donde la “Dona, la Mare de Déu de Sant Salvador” lo contempla y protege. “Padre, que te conozcan”. “Shemá, hermanas y hermanos”. Y así iremos siendo padres y madres del Planeta, rostro de Dios y cuna-casa de todas. Hoy cambiamos de escenario. Jesús lleva ya unos días en Jerusalén. Ha realizado la purificación del templo; ha discutido con los jefes de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos sobre su autoridad para hacer tales cosas; con los fariseos y herodianos sobre el pago del tributo al cesar; con los saduceos sobre la resurrección. Las discusiones que los rabinos sostienen con Jesús no presuponen hostilidad especial contra él; más bien podrían indicar una valoración muy importante de la persona. El letrado que se acerca hoy a Jesús, no demuestra ninguna agresividad, sino interés por la opinión del Rabí.
La pregunta tiene sentido porque en la Torá se contabilizaban 613 preceptos. Para muchos rabinos todos los mandamientos tenían la misma importancia, porque eran mandatos de Dios y había que cumplirlos solo por estar mandados. Para algunos el mandamiento más importante era el cumplimiento del sábado. Para otros el amor a Dios era lo primero. Aunque Jesús responde recitando la “shemá” (Dt 6,4-5), Jesús da un salto muy importante en la interpretación, porque une ese texto, que hablaba sólo del amor a Dios, con otro que se encuentra en (Lv 19,18), que habla del amor al prójimo. No solo los pone al mismo nivel, sino que termina haciendo de los dos mandamientos uno sólo. El amor a Dios fue un salto de gigante sobre el temor a Dios, amo poderoso y dueño de todo. En el AT el amor a Dios era absoluto, “sobre todas las cosas”. El amor al prójimo era relativo, “como a ti mismo”. Según la Tora, era perfectamente compatible un amor a Dios y un desprecio absoluto, no solo a los extranjeros sino también a amplios sectores de la propia sociedad judía a quienes creían rechazado por el mismo Dios. En Lc preguntaron a Jesús ¿quién es mi prójimo? y contestó con la parábola del buen Samaritano. Según Jesús, la palabra mandamiento tiene que dar un cambio radical y significar algo distinto cuando la aplicamos a Dios. Dios no manda nada. Dios no hace leyes sino que pone en la esencia de cada criatura el plano, la hoja de ruta para llegar a su plenitud. Dios no “quiere” nada de nosotros ni para nosotros. Su “voluntad” es la más alta posibilidad de la criatura, no algo añadido desde fuera después de haberla creado. En Jn los dos mandamientos se convierten en uno solo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Jesús no dice que le amemos a él ni que amemos a Dios, ni que ames al prójimo como a ti mismo, sino que ames a los demás como él te ha amado a ti. El cambio es radical. Aún no nos hemos dado cuenta de esta novedad. Dios no es un ser separado de mí, al que debo amar, sino “el amor” que me permite sentirme uno con el otro y con el universo. Debemos cambiar nuestra idea de Dios para descubrir qué es amarle. Dios es “ágape”, don absoluto, infinito y total que unifica en esencia todo lo creado. Es puro don, pura gracia que se nos da y nos capacita para darnos. En nosotros el amor es una cualidad que puedo tener o no tener. En Dios el amor es su misma esencia. Si dejara de amar se destruiría. Juan dice: "El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó". Esa realidad es el fundamento de toda vida espiritual. Es la misma esencia de Dios en la base de nuestra propia existencia. En Dios todo es UNO. El amor cristiano sería “caritas”, la síntesis del eros humano y el “ágape” divino que nos permite una singular relación con los demás. Se trata de una posibilidad específicamente humana. El amor-Dios y nuestro amor no son grados distintos de la misma realidad, sino realidades sustancialmente distintas. Dios no se puede relacionar con las criaturas como lo hacemos nosotros, porque no está fuera de ninguna de ellas. Nosotros podemos relacionarnos con las demás criaturas pero no con Dios porque es nuestro ser. Vivir el ser de Dios en nosotros nos permite identificarnos con los demás, es decir, amarlos. Una vez más el lenguaje nos juega una mala pasada. La palabra “amor” es una de las más manoseadas del lenguaje. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de otro en lo que tiene de más íntimo, también le llamamos amor. Hablar con propiedad de Dios-Amor-Unidad, es imposible. Nuestro lenguaje es para andar por casa. Al emplearlo para hablar de lo divino se convierte en trampa que pretende ir más allá de lo que puede expresar. Intentar llegar a Dios con nuestros conceptos es inútil. La manera de trascender el lenguaje, es la vivencia. Solo la intuición puede llevarnos más allá del discurso. El AMOR es la punta de lanza de la evolución. En realidad, el camino hacia el amor empezó en las primeras millonésimas de segundo después del Big-Bang; cuando las partículas primigenias se unieron para formar unidades superiores. Esta tendencia de la materia a integrarse en entidades más complejas, lleva en sí la posibilidad de perfección casi infinita. La aparición de la vida fue un gran salto hacia esa capacidad de unidad. La vida consigue unificar billones de células. No sabemos que es la vida biológica, pero sabemos que tiene unos efectos sorprendentes. Dios es la Vida que unifica todo. Llegada la inteligencia y superada la pura racionalidad, el ser humano está capacitado para alcanzar una unidad que no es la del egoísmo individual. Un conocimiento más profundo y una voluntad que se adhiere a lo mejor, hacen posible una nueva forma de acercamiento entre seres que pueden llegar a un grado increíble de unidad, aunque no sea física. Descubierta esa unidad, surge lo específicamente humano. Esta capacidad de salir de la individualidad e identificarme con Dios y con el otro, es lo que llamamos amor. Este amor es consecuencia de un conocimiento, pero no racional. Es inútil que nos empeñemos en explicar por qué debemos amar a los demás. Este amor solo llegará después de haber experimentado la presencia en nosotros del Amor que es Dios. Lo mismo que llamamos vida a la fuerza que mantiene unidas a todas las células de un viviente, podemos llamar AMOR a la energía que mantiene unidos a todos los seres de la creación. Si descubro que la base de todo ser es lo divino, descubriré la “razón” del verdadero amor. Todos los místicos de todas las religiones, de todos los tiempos, han llegado a la misma vivencia y nos hablan de la indecible felicidad de sentirse uno con el Todo y fuera del tiempo. Esa sensación de integración total es la máxima experiencia que puede tener un ser humano. Una vez llegado a ese estado, el ser humano no tiene nada que esperar. Fijaros hasta qué punto demostramos nuestro despiste, cuando seguimos llamando “buen cristiano” al que va a misa, confiesa y comulga, solo porque tiene asegurada la otra vida. Ser cristiano no es el objetivo último del hombre, solo un medio para llegar a amar. No debo comerme el coco tratando de averiguar si amo a Dios. Lo que tengo que examinar es hasta qué punto estoy dispuesto a darme a los demás. Solo eso cuenta a la hora de la verdad. El amor teórico, el amor que no se manifiesta en obras y actitudes concretas, es una falacia. Ya lo decía Jn en su primera carta: Si alguno dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, es un embustero y la verdad no está en él. Pero es imprescindible que nos examinemos bien. No debemos confundir amor con instinto. Si apartamos de nuestro amor a una sola persona todo lo demás es egoísmo. Meditación El amor planteado desde la razón no tiene sentido; tampoco entendido como mandamiento y precepto. Aprender a amar es la tarea más importante para el ser humano. Ser más humano es ser capaz de amar más. Lo que no te lleve a esa meta, será tarea inútil. Esta fiesta puede tener un profundo sentido si la entendemos como invitación a la unidad de todos en Dios. No recordamos a cada uno de los humanos como individuos. Celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno. No se trata de distinguir mejores y peores, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. El concepto de santo, que arrastramos desde hace muchos siglos, tiene que ser superado. No refleja el mensaje de Jesús sobre lo que Dios espera de nosotros.
Trataré de explicar cómo hemos llegado a ese concepto. Cuando el cristianismo se tropezó con la cultura griega, los ‘Santos Padres’ emprendieron una tarea de inculturación que trastocó el mensaje de Jesús. La razón griega trituró el mensaje que era vitalista. El Logos griego engulló al mito judío. Hoy conocemos el ideal de perfección que manejaban los filósofos griegos. Los cristianos incorporaron ese ideal. La ‘arete’ griega pasó al latín como ‘virtus’; en ambos casos significa fortaleza, valor, perfección. El hombre perfecto era el ‘vir’ que se guiaba siempre por la razón y no se dejaba llevar nunca por la pasión. La propuesta del evangelio se convirtió en perfección griega y se vendió como propuesta evangélica. Pero la perfección griega es fruto de la razón y el evangelio no tiene nada que ver con la racionalidad. Desde entonces el santo era aquel ser humano que obraba siempre desde una fuerza de voluntad (vir-tuoso). Este sutil cambio tuvo consecuencias nefastas para la religiosidad posterior. El santo será para siempre el que actúa desde la racionalidad, que quiere decir desde el falso yo. Todo lo que haga o deje de hacer estará encaminado a potenciar su individualidad. Será una pura programación para conseguir un fin personal. Digo todo esto porque la idea que hemos manejado de santo corresponde a esta influencia griega. Queda así explicada, no justificada, la racionalización del concepto de santo. Las dos consecuencias nefastas de esa postura las seguimos padeciendo hoy. Por un lado el sentirse superior y en la medida que alcanzo ese ideal de perfección, mirar a los demás por encima del hombro, creyéndoles inferiores. No hay nada más alejado del mensaje evangélico. Por otro lado, en la medida que no consigo ese objetivo que me he propuesto, la necesidad de simular para que los demás me crean perfecto, cayendo en un fariseísmo deshumanizador. Esta distorsión se culminó con la incorporación al cristianismo de la juridicidad romana. Durante muchos siglos quien canonizaba a los santos era la comunidad (pueblo de Dios), con criterios de humanidad. Después canonizó la Iglesia con criterios racionales: un proceso con abogados que defienden la perfección del candidato y la aportación de los preceptivos milagros bien justificados y el veredicto final de unos jueces. Así se explica que haya en los altares tantas personas que han llevado una vida programada perfecta: muy cumplidores de todas las normas externas, pero con ninguna empatía con los demás seres humanos. Es verdad que los evangelios ponen en boca de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Pero ¿cómo es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed santos porque yo soy santo”, no hace alusión a la condición moral. La perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es todo esencia, no hay nada que pueda tener o no tener. Cada uno de nosotros es perfecto en nuestro verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotros. No estamos hablando de nuestras cualidades sino de Dios nuestra esencia, tesoro que llevamos en vasija de barro. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un error garrafal el creer que podemos alcanzar la perfección evangélica con el esfuerzo personal. “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. Jesús decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la última tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección que acabamos de explicar. Dios no valora el cumplimiento de una programación sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido de Dios. Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de “comunión de los santos”? Si pensamos que se trata de unas gracias que ellos han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros que andamos escasos o carentes de ellas, estamos ridiculizando a Dios y a cada ser humano. Los dones de Dios ni se pueden cuantificar ni se almacenan. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y por lo tanto, nunca se puede merecer. Ahora bien, si tomamos conciencia de que en Dios todos somos uno, comprenderemos que lo que cada uno puede vivir de Dios, de alguna manera, lo viven todos y beneficia a todos. Por la misma razón tenemos que aquilatar la expresión “intercesores”, aplicada a los santos. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, una vez más, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad: Dios no nos ama porque somos buenos, menos aún por recomendación, sino porque Él es amor y está en cada uno de nosotros. Claro que se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos ese mismo descubrimiento, y por lo tanto, el acercamiento a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus miserias, nos tiene que animar a confiar más nosotros mismos. Y no solo valdría para los que convivieron con ellos, sino para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y milagros”. Allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes. No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. Jesús dijo al joven rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado santo? Pues nosotros no solo santo sino que nos atrevemos a llamar a un ser humano, santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio! No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Todos somos santos aunque muy pocos lo descubren. Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir. La clave sería: las riquezas no son el valor supremo. El valor supremo es el hombre. Hay que elegir el reino del poder o el Reino de Dios. Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor y humanidad. Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de los difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo impoluto, Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No puede haber miedo a equivocarse. Todos son santos en su esencia. Meditación-contemplación La esencia divina nos toca a todos. Verdad que no pudieron soportar los fariseos, ni terminamos de aceptarla nosotros. No tengo que conseguir ninguna meta inalcanzable. Solo tengo que centrarme en lo que ya soy. La curación del ciego Bartimeo nos dejó camino de Jerusalén. En la cronología de Marcos, el domingo tiene lugar la entrada triunfal; el lunes la purificación del templo; y el martes, en la explanada del templo, las autoridades interrogan a Jesús sobre su poder; los fariseos y herodianos sobre el tributo al César; los saduceos sobre la resurrección. Son enfrentamientos con mala idea, que desembocan en una escena inesperada, en la que un escriba reconoce la sabiduría de Jesús.
1. El protagonista es un escriba. Los escribas son los especialistas en la Ley de Moisés, parecidos a los actuales profesores de teología, pero con una formación mucho más intensa, porque tenían que aprender de memoria el Pentateuco y las interpretaciones de los rabinos; además, no podían ejercer su profesión hasta cumplir los cuarenta años. Gozaban de gran prestigio entre el pueblo, aunque su peligro era el legalismo: la norma por la norma, con todas las triquiñuelas posibles para evadirla cuando les interesaba. Por eso Jesús tuvo tantos enfrentamientos con ellos. En los evangelios aparecen generalmente como enemigos, pero en este caso las relaciones entre el escriba y Jesús son muy buenas y los dos se alaban mutuamente. 2. La pregunta por el mandamiento principal. La antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que dividía en fáciles y difíciles. Fáciles, los que exigían poco esfuerzo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero o ponían en peligro la vida. P.ej., eran difíciles el honrar padre y madre, y la circuncisión. Generalmente se consideraba que los difíciles eran importantes; entre los temas importantes aparecen la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá (el Pentateuco). Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, o de saber qué era lo más importante. 3. La respuesta de los contemporáneos de Jesús. Citaré dos casos. El primero se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivieron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay (hacia 30 a.C.) y le dijo: “Me haré prosélito [es decir, estoy dispuesto a convertirme al judaísmo] con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja”. Shammay lo echó amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces el pagano fue a Hillel (hacia el 20 a.C.), que éste le dijo: "Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación". Y lo tomó como prosélito. También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuerzo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18); este es un gran principio general en la Torá". 4. La respuesta de Jesús. El esfuerzo por sintetizar en una sola frase lo esencial se encuentra al final del Sermón del Monte en el evangelio de Mateo: “Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas” (Mt 7,12). En el evangelio de hoy, Jesús responde con una cita de la Escritura: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6,5), aunque añade también “con toda tu mente”. Estas palabras forman parte de las oraciones que cualquier judío piadoso recita todos los días al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente. La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). Ambos preceptos están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. Jesús no acepta que se pueda llegar a Dios por un camino individual e intimista, olvidando al prójimo. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Por eso, tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. A la pregunta del escriba por el mandamiento más importante (en singular) responde diciendo que son estos dos (en plural). Y no hay precepto más grande que ellos. 5. La reacción del escriba. El protagonista, que no ha venido a poner a prueba a Jesús (como ocurre a los escribas y fariseos en otros casos), sino a conocer lo que piensa, se muestra plenamente satisfecho de la respuesta. Y añade un comentario importantísimo: amar a Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Con estas palabras, el escriba abandona el plano teórico y saca las consecuencias prácticas. Durante siglos, muchos israelitas, igual que hoy muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos de animales... Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. En esta línea se orienta el escriba. Aunque su punto de vista es muy fácil de entender, cuento una anécdota interesante. En la basílica de la Virgen de Luján, en Argentina, un sitio de peregrinación nacional muy frecuentado, era costumbre llevar ramos de flores para la Virgen. La última vez que estuve allí, me llamó la atención un letrero colocado de manera oficial y muy clara advirtiendo a los fieles que a la Virgen le agrada mucho más que se dé de comer al hambriento que el que le regalen a ella un ramo de flores. Noviembre ya está aquí y empieza, como siempre, con lo del más allá: primero, santos, y luego difuntos.
Celebraciones populares en muchísimos sitios del mundo. Seguramente ya vimos la película “COCO”, entrañable la fiesta de los muertitos en México, colores y flores llenan aquellas hermosas tierras. Y, cómo olvidar la celebración de Halloween exportada a todo el mundo: en breve estarán llegando zombies, fantasmas, sangre, huesos y harapos a los centros comerciales. ¿Quiénes son esos Santos y Santas que celebramos cada año y que son multitudes a lo largo de los tiempos? Creo que son los santos que, mientras están entre nosotros, no saben que lo son. Y cuando dejan este mundo no forman parte de Santoral. Santas y Santos desconocidos, mínimos, ocultos, sencillos, con biografías que no aparecen en Wikipedia. Personas anónimas que están por ahí como la levadura en el bizcocho, suministrando esperanza en tiempos duros. Acogen a quien lo necesita aunque vivan en cuarenta metros cuadrados, tengan tres hijos a su cargo y un padre con demencia senil. Abren la puerta a sus hijos que llegan en paro con los suyos de la mano, poniendo a disposición su pensión de jubilación… ¡A ver si llegamos a fin de mes! Santos y Santas anónimos que arriesgan sus vidas en la defensa de los que no tienen voz, viéndose atrapados en una maraña legislativa que los toma por delincuentes en vez de samaritanos. Los hay que se hacen pobres con los pobres adentrándose en el peligroso terreno de lo No-Legal. Algunos recorren la ciudad de punta a punta para pasar una hora escuchando a alguna anciana o anciano que vive en soledad absoluta y no habla con nadie. Después van a clase a la universidad. Hay otros que intentan poner paz en su propia familia dividida y enemistada, viendo que todos pierden, y los niños los que más. Los hay que recorren siete, ocho… diez pueblos en el medio rural, para decir misa cada domingo, cuando ya suman más de cincuenta años de sacerdocio. Santas y Santos en los pueblos indígenas luchando sin armas por conservar su vida y sus costumbres y la tierra a la que se sienten ligados. Hay Santos y Santas que no se dejan corromper por el dinero ni el poder. Eso trae problemas, quedan señalados. ¿Cuántos son?... “Una muchedumbre inmensa, incontable, que procede de toda nación, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7, 9). ¿De dónde vienen?... “De la gran tribulación” (Ap 7, 14). ¿A dónde van? … A donde “ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno (…) Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 15-16). Cerremos los ojos, respiremos hondo... subamos al monte con Jesús, como hizo aquel día y cada día para contempla a las multitudes viendo a cada uno como pieza única, como “hijos de Dios pues ¡lo somos!”(1Jn 3, 1-3)… y digamos con Él: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”… ¿No empezaste por el final indicando de quien es el Reino de los Cielos? Claro, Tú explicaste que el Reino de los Cielos es aquí y ahora. Así que estos “bienaventurados” son los Santos y Santas que no saben que lo son pero ya están actuando en la realización de tu Reino. Algunos que luego serán elevados a los altares son también esos pobres de espíritu haciéndose pobres con los pobres y elevando la voz por los que no tiene voz, como San Romero de América, elevado al santoral popular desde los corazones de quienes se sintieron amados y defendidos por él. Desde el 14 de octubre pasado es oficialmente San Óscar Arnulfo Romero. “Bienaventurados los mansos (o humildes) porque ellos poseerán en herencia la tierra. Santos y Santas que saben compartir y repartir para que nadie se quede fuera o se sienta extranjero. “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” Santas y Santos que arrimarán el hombro para que quien sufre pueda recibir apoyo, dejando su tiempo y su energía en ser consuelo en medio de un mundo hostil. “Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Santos y Santas empeñados en que la justicia llegue a todos. Santos y Santas que no se contentan con leyes que no llevan en su esencia del equilibrio de la justicia para todos. “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Santas y Santos que se saben pequeños, pero empujan para dar a otros amor y misericordia, y todo les vuelve crecido. “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Estos son Santos y Santas pequeñitos, niños y niñas que todavía no han olvidado quienes son en el corazón de Dios; y también las Santas y Santos que hicieron el camino de regreso hacia dentro cuando entendieron que si no nos hacemos como niños… no hay nada que hacer. “Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Santos y Santas de un lado para otro clamando por una paz que no llega; pacificando en sus ambientes de familia, trabajo, Iglesia, etc. “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Santas y Santos perseguidos por la justicia del mundo, por rencores enquistados, por leyes discriminatorias, por razón del color de su piel, lengua cultura o religión, y también por razón de su sexo. “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acuse en falso de toda clase de males. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. Santos y Santas que se paran y se plantean de qué manera Te siguen, a Ti que eres el Maestro, el que se subió a la Montaña para dejarnos este Mensaje. Quedan pensativos viendo que no hay nadie que les injurie ni les persiga, o acuse en falso… que no tienen grandes problemas. ¡Es raro!, piensan. Y exclaman concierto sobresalto interior: ¡Será que estamos rebajando el Evangelio a la medida que marcan los poderes del mundo! A la caída del sol una suave brisa trae un susurro de voces alegres que sólo escuchará quien tenga abierto el oído del corazón: “Vosotros sois la sal de la tierra… y la luz del mundo (Mt 5, 13-14). No lo olvidéis”. Son los Santos y Santas que no sabían que lo eran cuando vivían entre nosotros pero ahora ya lo tienen claro. |
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