Celebraremos el próximo año, los 500 años de la reforma luterana. El papa Francisco está protagonizando diversos actos para recordar tan fausto acontecimiento, e incluso el Vaticano ha lanzado un programa de actos encaminados a homenajear, al mismo tiempo que a recordar, el enorme impacto de la Reforma; y, matando varios pájaros al mismo tiempo, aprovechar también para dar notables pasos en el camino del ecumenismo. Nuestro valiente papa, y amante de la objetividad, ha pronunciado palabras como éstas: “Lutero fue un reformador en un momento difícil, dio un gran paso para poner la Palabra de Dios en manos de los hombres”. Esta actitud sincera, que enfurece a algunos cardenales de Curia, engrandece a un Pastor, que busca la reunificación del rebaño, más que destacar las anécdotas intrascendentes que tanto destacan otros jerarcas de la Iglesia.
Muchas veces he citado al que considero, de lejos, el mejor profesor que he tenido en mi vida, considerando todos los niveles, y todos los centros de estudio por los que he pasado (Pontificia de Salamanca, Instituto de Pastoral Juan XXIII, de la Pontificia de Salamanca en Madrid, Pontificia Universidad Católica -PUC-, de Sâo Paulo, Universidad Mª Medianera, de los jesuitas de Sâo Paulo, Facultad de Filosofía de los salesianos de Sâo Joâo del Monte, de Minas Gerais, etc.), el padre Miguel Pérez del Valle, ss.cc. No pudimos tener un profesor mejor de Historia de la Iglesia que él: de una inmensa cultura literaria, histórica, filosófica, artística, -considerado por los entendidos como uno de los más expertos españoles en el arte barroco-, con enormes conocimientos, teóricos, sí, pero que los sabía comunicar y explicar hasta los más profundo, sin perder nada de claridad, de cine, música, ya hasta ciencia, (jamás olvidaré la clase que nos dio para explicar la figura musical de la sonata, o de la fuga, así como nunca he escuchado nada mejor que la explicación de la Física como la ciencia símbolo del conocimiento de la naturaleza, con la ayuda de otro conocimiento instrumental con grandes parcelas también de simbolismo, como la Matemática, etc., etc.) Pues bien, nuestro gran y reconocido profesor desmitificó muchas de las grandes figuras que por entonces se exaltaban en España, como los reyes de la casa de Austria, principales responsables, según su parecer, por sus erráticas políticas, para los españoles, en Europa, del inicio y declive, poco después imparable, de la economía y el tejido productivo español, así como enfocó de manera positiva, y sin prejuicios, a personajes, y fenómenos históricos, por aquellos años, década de los sesenta, tan vilipendiados y condenados, como Lutero y la Reforma luterana. Así como nos hizo ver las tremendas sombras de la llamada Contra-Reforma, que pareció, en muchos momentos, no tener otro objetivo y otro rumbo que presentar, punto por punto, los opuestos directamente a la Reforma. Ésta tuvo, sobre todo, bajo la inspiración de Lutero, el gran acierto de permitir que los laicos, el gran número de fieles alejados de la Biblia por no conocer el latín, en el que ella se presentaba, pudieran tener acceso a su lectura, estudio y reflexión. El contraste con la Iglesia Católica, que prohibía toda traducción bíblica a las lenguas vernáculas, es lamentable, lastimoso, flagrantes y sangrante. La primera traducción permitida por la Iglesia española, con el preceptivo “nihil obstat”, sucedió en el año 1943, ¡ayer, como quien dice! Y desde la Reforma hasta ese años, no solo no se podía leer la Biblia sino por los que eran capaces de hacerlo en latín, sino que la ¿Santa? Inquisición perseguía a los que la traducían. El caso de Fray Luis de León es paradigmático. Según nuestro siempre recordado profesor, Lutero es, junto a San Agustín y Santo Tomás de Aquino, uno de los mayores genios religiosos de la Historia de la Iglesia. Y, desde luego, de los que más han influido, e influyen, en su desarrollo. Y su traducción de la Biblia al alemán es uno de los más clásicos libros del alemán moderno, permitiendo que todos los fieles pudieran tener en sus manos la Palabra de Dios. Justamente esto es lo que destaca la alabanza del Papa que he citado al comienzo de este artículo, y vuelvo a transcribir: ” Lutero… dio un gran paso para poner la Palabra de Dios en manos de los hombres”. La Iglesia alemana, también la católica, se benefició de esta rica posibilidad.
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La inmensidad amazónica plantea desafíos en todos los campos y, como no podría ser menos, también en el de la evangelización. Encontrar caminos que puedan llevar la Buena Noticia del Evangelio a cada rincónde esta gran región exige la presencia de todos los cristianos, laicos, religiosos y clero. Durante mucho tiempo la inmensa mayoría de la Iglesia, constituida por los laicos, no fue tenida en cuenta y quedó relegada a un papel secundario.
Desde hace más de cincuenta años la Iglesia católica viene insistiendo en la importancia de los laicos. El Concilio Vaticano II, en sus diferentes documentos, aborda estas cuestiones, partiendo de la idea de Iglesia Pueblo de Dios y de la común dignidad de todo bautizado. Después de varias décadas en las que las ideas conciliares fueron aparcadas, la llegada del Papa Francisco ha supuesto una recuperación del protagonismo laical que el Vaticano II pretendía. El obispo de Roma ha expresado esto en repetidas ocasiones. Sirva como ejemplo la Carta que en marzo de este año el Papa Francisco escribía al Cardenal Marc Oullet, Presidente de la CAL (Comisión para América Latina), en la que decía abiertamente que "es la hora de los laicos, pero pareciera que el reloj se ha parado". En opinión del Papa Francisco es necesario "recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo", dejando bien claro que "la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios", y que ésta no puede continuar dejándose dominar por el clericalismo. En términos similares ya se había pronunciado en 2015 en su visita a Filadelfia, donde destacaba el papel fundamental de las mujeres y advertía "que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa". En consonancia con estas ideas del Papa Francisco, la CNBB, Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, por sus siglas en portugués, aprobaba en su última Asamblea General un documento que tiene por título "Cristianos laicos y laicas en la sociedad y en la Iglesia". El desafío es que las ideas que en él aparecen puedan llegar a las comunidades cristianas y sean asumidas por toda la Iglesia, incluída la jerarquía, pues como el propio Francisco señala, "uno de los grandes desafíos de la Iglesia en este momento es fomentar en todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la Iglesia y capacitarlos para que puedan cumplir con tal responsabilidad como discípulos misioneros". En la tentativa de traducir a la realidad amazónica aquello que los obispos de Brasil proponen, la diócesis de São Gabriel da Cachoeira, en el extremo noroccidental del país, ha reunido a sus agentes de pastoral y lideres de las comunidades para reflexionar en la Asamblea Diocesana sobre el documento episcopal. La teóloga laica, María Soares de Camargo, durante más de treinta años profesora de teología en la Universidad de Campinas y desde hace más de siete misionera en la Amazonia, ha ayudado a los presentes a descubrir los entresijos del documento 105 de la CNBB y a intentar responder a diferentes cuestiones que provoquen una mejor asimilación y puesta en practica de lo que en él aparece. Una de las problemáticas que aparecieron en las discusiones fue la de la celebración de la Eucaristía en las diferentes comunidades de la región, donde la presencia sacerdotal, en muchos casos, es de una o dos veces por año. Estamos hablando de un territorio de casi tres cientos mil kilómetros cuadrados, comunicado casi exclusivamente por vía fluvial y donde el numero de sacerdotes no suele superar la veintena. Como señalaba el obispo local, Monseñor Edson Damian, esta cuestión ya ha sido abordada en diferentes momentos por los obispos de Brasil, aunque hasta ahora no ha habido ningún avance. Uno de los principales impulsores ha sido Monseñor Erwin Kräutler. El ya obispo emérito de la Prelatura del Xingú llegó a plantear la cuestión al Papa Francisco en 2014, quien le respondió su disposición a escuchar propuestas valientes que pudiesen llegar desde la Conferencia Episcopal Brasileña. Todo indica que va a ser retomada en la reunión que el próximo mes de noviembre va a tener lugar en Belem y a la que están invitados todos los obispos de la Amazonia brasileña. Podemos preguntarnos por qué seguir "castigando" a tantas comunidades, privándolas de aquello que, como señala la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, es "fuente y cima de la vida cristiana". No se puede responder con esquemas europeos a realidades amazónicas. El deseo del Papa Francisco de fomentar en todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la Iglesia es algo importante en todo lugar, pero en el caso de la Amazonia esto se convierte en una necesidad elemental, hasta el punto de poder decir que de la implicación y reconocimiento de la importancia de los laicos depende buena parte del éxito del proceso evangelizador en la región. No podemos continuar estructurando la Iglesia a partir del sacramento del orden y sí desde el bautismo. Aubrey de Grey, es un biogerontólogo londinense que viene dando guerra para convencernos de que se puede vivir mucho más de lo que vivimos (se supone que en los países de su mundo). Pertenece a la Fundación para la Investigación de la Senescencia Negligible Ingenierizada (SENS). Bonita Fundación, esforzada para nada… Este célebre biogerontólogo trabaja en una técnica de recuperación de tejidos que asegura que nos permitirá vivir 1.000 años.
Lo primero que se me ocurre a propósito de este noble trabajo investigador para la recuperación del tejido celular de la persona que podría permitirnos vivir mucho más, según él, es que si el fin es bueno el móvil es baldío y hasta el remotísimo e hipotético logro contraproducente. Baldío, porque él no verá los resultados. Contraproducente, porque el diferencial entre las expectativas que su trabajo ofrece y esos hipotéticos resultados, ha de generar más frustración en quienes confíen en él y en sus investigaciones que esperanza por fiárnoslo tan a largo plazo. Pero es que además su planteamiento por sí mismo me parece de todo punto erróneo, pues atiende exclusivamente a aspectos orgánicos y físicos del ser humano. Aubrey de Grey recurre a comparar al cuerpo humano con el motor de un coche o de un avión. El envejecimiento es lo que le sucede a cualquier máquina que tenga partes, puede ser un coche o un avión, dice. Una obviedad física. Y se pueden reparar. Otra obviedad. Y se queda tan satisfecho con sus conclusiones y sus propósitos que a buen seguro agotaràn el motivo que él ha encontrado como motor de vida, de su vida, para seguir viviendo muchos años más, aunque eso se verá… Lo segundo que se me ocurre es que De Grey piensa para su “proyecto” en el hombre o mujer medios o en el hombre o mujer “felices”, acomodados y sin problemas, ni materiales ni morales que son los que más desgastan “el vivir”. Pues si los problemas materiales podemos evitarlos obteniendo y acumulando dinero, los morales no se evitan salvo que extirpemos de nuestra personalidad la conciencia moral, la preocupación por los demás y por la vida en general; en suma, la sensibilidad; convirtiéndonos así en eso que ya circula por ahí como el futuro alojamiento de nuestro cuerpo en el futuro: el robot. Por otro lado, el deseo de inmortalidad y el de no envejecimiento está en el imaginario humano desde siempre. Desde el “Fausto” de Goethe hasta “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, hay un buen número de obras literarias y ensayísticas que tratan del asunto… En el primer caso, Fausto es capaz de vender su alma a Mefistófeles, el diablo, con tal de ser inmortal. En el segundo, Dorian desea tener siempre la edad que tenía cuando le pintó en el cuadro Basil. Mientras él mantiene para siempre la misma apariencia del cuadro, la figura retratada envejece por él. Dorian no envejece pero el retrato sirve como un recordatorio de los efectos de su alma: con cada pecado la figura se va desfigurando y envejeciendo… En una palabra, y hablo del De Grey autor de este programa y de esta investigación, como buen hijo del utilitarismo, del pragmatismo anglosajón sólo atiende a los aspectos fibrilares del organismo, obviando los psicológicos y morales que tanto influyen en el proceso vital del envejecimiento y de la jovialidad. Y esto me parece un despropósito aunque él se ciñe a lo suyo y, como el jurista, no se puede salir del orden y parámetros prestablecidos para ejercer bien su oficio de gerontólogo. Como despropósito me parece conformarse con lograr una apariencia de nuevo, renovando el chasis del coche o avión a los que compara con el organismo humano pero manteniendo el mismo motor vetusto… que en el ser humano es un alma, un mente o un espíritu irremplazables. Que teniendo (y luchando para conseguirlo) un organismo joven y unas células renovadas se vive más y mejor, nadie lo duda. Que hoy se vive en el conjunto de la sociedad màs que hace un siglo, tampoco. Pero la vida es mucho más que eso. Pues aparte de vivir más o menos, la vida es efecto de una serie de concausas y resulta indiferente vivir más si la vida no es gratificante por causas ajenas a la salud, a las células, renovadas o no, y a las físicas y materiales. Y no es gratificante ni deseable cada vez para mayor número de personas que siguen en vida o se la prolongan artificialmente de varias maneras, estando en cambio moribundas por dentro… En resumidas cuentas, la gente no se cansa de vivir solamente porque envejece físicamente o porque a sí misma se ve vieja. La gente se cansa de vivir porque las razones que han dado vida a su vida y las novedades que la han estimulado acaban inexorablemente no siéndolo o bien aun siéndolo, porque acaban también siendo justo un estorbo para el sentido personal de la belleza, de la armonía, del solaz, y para el sentido de la vida en general asociado a todo eso, que es lo que se lo ha dado en el transcurso de ella. Eso, hablando de un hombre o de una mujer medios y felices, sin sobresaltos ni graves contratiempos. Porque si examinamos al hombre y mujer medios, pero de una medianía en la que están presentes los conflictos que acompañan al devenir social y familiar, a la ruina, a la quiebra de la salud y a la tenebrosidad de su futuro, suyas y de sus seres queridos (o la falta en absoluto de seres queridos), el deseo de vivir más nos abandona cuando la presión del sentimiento de fracaso o de caducidad de la vida es demasiado alto. Y esto es muy acusado en tiempos tan críticos como los que que vivimos; tiempos de tanto sufrimiento moral en la vida de las personas “normales”; tiempos en que se excita el deseo, en la medida que no puede satisfacerse; tiempos en que es usual la ruptura de la familia tradicional, acompañada esa ruptura de graves disturbios psicológicos de la pareja y de la prole; tiempos en que sin embargo o por eso mismo, paradójicamente predomina el ansia por evitar el dolor físico y el sufrimiento moral a cualquier precio, sin poder lograrlo; tiempos en que predomina la imposibilidad de lograr un trabajo y la desesperanza de encontrarlo; tiempos, por otro lado, de suma lucidez combinada, también en paradoja, con suma cretinez… Por todo lo cual no es difícil conjeturar que el deseo de abandonar la vida esté en general con creces redoblado. Y hay un último argumento. El tiempo no existe. La eternidad sí. Pues bien, comparando un tiempo que no existe pero que medimos por razones pràcticas, con la eternidad, ¿nos quiere decir De Grey qué importancia tiene regenerar las células del organismo para vivir en lugar de cien años doscientos, de mala manera, con sufrimientos previsibles, y con un panorama para la vida sobre la tierra aterrador y espeluznante para quienes no somos ni queremos ser ese robot, o para ese ser necio que nada en la abundancia con un alma como la de Dorian Gray? Prescindamos de los que por múltiples razones o ninguna no desean vivir y se suicidan. Basten los siguientes datos: uno, 800.000 personas se suicidan al año en el mundo. Y otro (éste bien elocuente y a tener en cuenta en otros aspectos sociológicos): mientras la tasa de suicidios en Europa occidental y Estados Unidos ronda el 23 por cada 100.000 habitantes, en los países dominados por el Islam apenas pasa del 0,1… Así es que déjese De Grey, a menos que no tenga otra cosa que hacer o a menos que de este oficio no haga su medio de vida o su “azón de ser”, de empeñarse en regenerar células humanas para vivir tanto. Ahórrese tamaño esfuerzo. Pues hay fundadas sospechas para pensar que, tal como va la sociedad humana y la vida en la Naturaleza y en el planeta, va a llegar un momento que seràn muchos más los seres humanos que deseen acortar su vida que los que quieran prolongarla… Estarás pensando que es un frase sacada de contexto y que suena fuerte así, tal cual, y más como título de un post… Déjame que te cuente que el contexto es aún mejor. La frase es de un trabajador social de una entidad cristiana. Se dirigía a un obispo. En un invierno frío. Gente en la calle. El ayuntamiento que no destina bastantes recursos para albergarlos porque quizás no los tiene o quizás los gasta en otros fastos. El obispo de la ciudad, preocupado, ha convocado a este agente de una entidad y le pregunta: “¿Qué estamos haciendo? ¿Qué más podemos hacer? Cuando hace tanto frío no puedo dormir porque no me quito de la cabeza a la gente de la calle”. Y este le responde: “Sabe lo que voy a hacer yo, pues voy rezar para que haga todavía más frío y que usted se joda y no pueda dormir y así Dios le siga manteniendo preocupado por la gente de la calle”. Este encontronazo con la realidad hizo saltar un resorte que movilizó recursos del obispado y la diócesis para dar soluciones de urgencia en un campaña de frío, y más adelante soluciones de fondo con programas a sin techo innovadores y creativos.
Recientemente el Servicio Jesuita a Migrantes ha presentado en diferentes ciudades de España su Informe CIES 2015. Tras la presentación en Valencia, una persona del público intervino indignada para mostrar su estupefacción: “¿Se sabe que hay menores en los CIES, mujeres víctimas de trata, refugiados a los que no se atiende… ¡Y NO PASA NADA!?” Y ahí es donde uno se dice: “bendita indignación”. Muchos/as la compartimos pero ¿qué más hace falta para que pasemos de la indignación y el “clicktivismo” a la acción? ¿Cuánto “frío” más?, ¿cuántas imágenes más de niños ateridos, aterrorizados por las bombas y el mar, famélicos, gaseados a las puertas de Europa necesitamos ver? ¿Qué tiene que pasar para que nos “jodamos” y que así, aunque sea por poder dormir, nos movilicemos? José Luis Pinilla habló en su intervención en Valencia de que su corazón vibraba y se estremecía pensando dónde estarán esos otros corazones que perdemos en las rutas migratorias, esos menores desaparecidos, traficados, esas personas que expulsamos de los CIES o que dejamos en libertad pasado un tiempo porque las “enCIErramos” a pesar de saber que eran inexpulsables… Reconozco que mi trabajo en el SJM me quita el sueño. Los rostros, las historias, las vidas rotas. A mí no me dijo nadie que rezaría para que me jodiera, pero el Señor me bendijo con una charla con Santiago Yerga, redactor del informe, que en un coloquio informal con Pinilla nos confesaba: “Gracias, José Luis, por haber puesto la nota sentimental al informe. Yo no puedo, me rompo porque sé las historias completas y conozco los nombres y los rostros de muchas de esas personas…”. Y añadió: “Uno de los testimonios se dice que está ahora desaparecida. Bueno, después apareció. Había sido captada por una red de trata. Intentamos ayudarla, pero la volvimos a perder”. Esa es la herida de la frontera de la que hablan los amigos del Servicio Jesuita a Refugiados. Así, querido lector/a, por mi parte rezaré por ti. ¡Ojalá que las imágenes de Aris Messinis(por ejemplo) te indignen, te revuelvan el estomago y no te dejen dormir! Y así nos encontremos en la noche incómoda del alma. Y juntos/as empecemos a construir desde la incidencia, la denuncia y la participación una Europa más justa. Como gritaba el poeta, “es tarde pero es nuestra hora”. Y es hora de tomar las calles, las redes y las instituciones. Es hora de exigirnos responsabilidades entre ciudadanos. Es la hora de que emerja una ciudadanía concienciada que marque el ritmo y el rumbo a la clase política, que parece que está tristemente más ensimismada en negociaciones y negocios internos que en el clamor de las calles. Es hora de ejercer la democracia (no tanto de hablar de ella o de reducirla a votar a cada rato), y de recuperar la responsabilidad compartida. Es tarde, “pero somos nosotros esa hora tardía”. Y perdona que insista. Dejemos de lamentarnos ya, y pasemos a la movilización, a la militancia en ONGs e instituciones que trabajan por una sociedad más justa. Los políticos no parecen interesados en hacerlo. Comencemos pues nosotros/as, tú y yo, y vayamos haciendo camino, porque es tarde “pero es madrugada si insistimos un poco”. "Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber". Con estas palabras se inicia el libro primero de la Metafísica de Aristóteles, quien se inspiraría seguramente mirando a las estrellas en las noches luminosas que abundan en lo que hoy llamamos Grecia. Yo también me he puesto a observar estrellas en una noche de verano, entre las pocas que se ven en nuestro firmamento vasco. Y pensaba sobre el hecho de que puede llevar muerta cientos de años dada la distancia que existe con estos astros luminosos. Podemos captar la luz de estrellas que están a millones de años luz de la Tierra. Imbuido en estas reflexiones sentí la grandeza del universo desde la pequeñez humana hasta interiorizar que la clave de la felicidad es la verdadera humildad, la única fuente de la que mana la capacidad de asombro.
Curiosamente, y a pesar de que la humildad es fácil de denigrar (actitud propia de gente débil, etc.), nadie insulta ni desprecia a otro llamándole "humilde". A lo sumo, se tolera como eufemismo pero no como algo degradante, quizá porque todos sabemos que tras la humildad se esconde la verdadera grandeza. Aunque nuestras limitaciones la proyecten como virtud inalcanzable. Una persona humilde no se siente auto-suficiente; sus códigos de conducta están alejados de los de la propia conveniencia egoísta. El problema radica en la necesidad de conocernos mejor para acertar más y esto es algo que, en la sociedad superficial de hoy en día, se da por amortizado, no es necesario en el corto plazo que reclama nuestra cultura consumista. La humildad, en cambio, nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado por cierto, incluida la percepción de las estrellas. Y no se deja manipular como muestra la paradoja de que, cuando se descubre la humildad intencionadamente, se corrompe y desaparece; ya no es modestia. La coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo disfrazado que choca con la máxima de esta virtud: no se predica, se practica. Merece la pena aprovechar alguna de las noches veraniegas que quedan para contemplar el cielo mientras sentimos admiración ante una creación asombrosa que al mostrarnos nuestra pequeñez puede hacernos más grandes por dentro. La mariposa recordará siempre que fue gusano, recordaba Mario Benedetti; la mariposa no lo recordaba para desvalorizarse sino porque quería sentir el gozo de reafirmarse en la maravilla que supone la transformación cuando trabajamos humildemente por ella. El cosmos nos puede hacer humildes ante su infinitud de dimensiones inabarcables para la mente humana. Es algo que no podemos contenerlo mentalmente porque la realidad supera nuestra capacidad, desborda nuestro entendimiento y cualquier atisbo de control sobre lo que casi ni imaginamos que existe. No estamos en un cosmos inmutable que cabe en nuestra realidad minúscula, sino en una especie de cosmogénesis o inmensa secuencia de eventos interconectados en el desarrollo del universo cuyas magnitudes aconsejan humildad: Leo que se llevan contabilizadas 80.000 millones de galaxias. Y cada una de ellas, alberga cientos de miles de millones de soles como el nuestro en los que, a su vez, cabrían un millón de planetas como el nuestro. Cuando podemos ver una estrella como un lejano puntito, tenemos que imaginarnos su enorme tamaño para verlas a simple vista. Hay que tener en cuenta que una distancia normal entre dos estrellas es de diez años luz, unos cien millones de kilómetros... ¡entre dos estrellas! Solo en la oscuridad puedes ver las estrellas, decía Martin Luther King, y cuando despojamos a la frase de su sentido metafórico profundo, puede ayudar a ponernos en situación ante lo que nos permite la vista y alcanza la imaginación: en la medida que reconocemos lo poco que somos y podemos, eso que facilita nuestro deseo de buscar más; no es necesario utilizar la arrogancia. La historia, una vez más, nos cuenta las consecuencias cuando optamos por la dirección contraria. 10. Y ser realmente libres
“La verdad os hará libres”, dijo Jesús de Nazaret. Pero la verdad no es ninguna creencia, como tienden a creer sus seguidores. No nos libera ningún credo, sino el reconocimiento de nuestra propia verdad. Como suele ocurrirnos a los humanos, sus discípulos pensaron que la verdad consistía en la adhesión mental a la persona y al mensaje de su Maestro y redujeron la palabra sabia de Jesús a una creencia más, dentro del panteón de los credos. Sin embargo, de la misma manera que ninguna creencia puede encerrar la verdad, tampoco ninguna de ellas puede ofrecer libertad. Esta –que tampoco conoce opuesto- es una con la verdad y, en último término, una con la realidad. Todo es un fluir libre en despliegue incesante. Ahora bien, así como la mente tiende a apropiarse de la verdad y la reduce a una creencia, del mismo modo tiende a apropiarse de la libertad para atribuírsela al ser humano individual, haciéndole creer que es él quien lleva el control de los acontecimientos. Como resultado de esa apropiación –otra creencia más-, se introduce la confusión y, con ella, el sufrimiento, en forma de tensión, con las secuelas de orgullo y de culpabilidad. Si soy “yo” quien lleva el control, merezco ser reconocido por mis logros o me sentiré culpable de mis errores. En cualquier caso, remaré habitualmente en contra del despliegue armonioso de la misma Vida, manejándome por los “debería” o “no debería” mentales, que nada tienen que ver con la verdad de lo que es. No hay ningún “yo” libre –porque el supuesto “yo” es solo una ficción, otra creencia más- y, sin embargo, somos Libertad. Se trata, sencillamente, de no perder la conexión con nuestra Verdad más profunda, donde nos experimentamos uno con lo que es, para verificar que no hay sino Libertad ilimitada. José Díez Faixat lo ha expresado con acierto: “La presunta libertad del yo individual es, paradójicamente, su esclavitud, ya que es precisamente la creencia de ser una entidad personal lo que impide reconocer al Sí mismo real, eternamente libre. Nadie que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria”. También aquí son precisamente las creencias las que nos alejan de, sencillamente, reconocernos en la Libertad que somos. Tanto las creencias que sostienen que el “yo” es un sujeto libre como aquellas contrarias que lo niegan. Porque todas ellas nos mantienen en el “nivel aparente”, en el que se da por sentada justamente la existencia de aquel “yo” que es solo un pensamiento más. Por eso es necesario soltar todas las creencias, para trascender ese nivel aparente o mental. Al tomar distancia de ese nivel, cesa la identificación con el pensamiento. Y, al mismo tiempo, dejamos de creer los mensajes mentales relativos a la supuesta libertad individual que nos habían confundido y con frecuencia atormentado. Reconocer que no existe ningún “yo” libre, no significa negar lo que denominamos “progreso” en el mundo de lo relativo. Todo se seguirá haciendo como antes, pero sin la creencia de que existe un “yo” que lo hace. Porque, en efecto, esto último era solo una interpretación mental, una idea. Por poner un ejemplo, es como cuando nuestros antepasados suponían la existencia de un dios del mar que agitaba las aguas los días de tempestad. Hoy, los océanos continúan embraveciéndose, pero ya no hay nadie detrás enfurecido. Nunca lo hubo. La sutileza de la manifestación es la apariencia de que todo depende de nosotros. En ese sentido, se trata de una representación magníficamente “armada”. Pero solo es apariencia. No se niega nada de lo que se despliega en el mundo de lo manifiesto; lo que se niega es, simplemente, que exista un hacedor individual que fuera sujeto del mismo. No hay ningún “yo”. Es la consciencia la que va actuando en todo, a través de todos los medios que operan en ese nivel, tanto orgánicos y neurológicos como “intelectuales”. Y esa consciencia es nuestra identidad última: verlo es Verdad y vivirlo, Libertad. En una no-dualidad exquisita que abraza todo. En ese punto han caído ya todas las creencias, sin excepción. Una parábola desconcertante la del rico epulón y el pobre Lázaro que nos coloca ante una escena que revuelve el corazón porque concentra en una imagen una realidad presente en nuestro mundo: el abismo entre ricos y pobres. Existe la injusticia; existe la humillación y la indiferencia hacia los menos agraciados; existe el despilfarro de unos frente a la miseria de otros. Y esto sucede también entre nosotros, comunidades y familias creyentes.
Nadie quiere identificarse con el pobre maltrecho y agraviado que mendiga un poco de humanidad, porque resulta demasiado patético; tampoco con el rico derrochador y egoísta, pagado de sí mismo, que busca su placer y bienestar, porque no queda bien la etiqueta de la insolidaridad. Pero junto a la pesadumbre y la congoja, la parábola nos despierta la compasión hacia los dos hombres: con el pobre Lázaro, por su desgracia e inocencia; con el rico, por su final poco feliz. Así pues, estamos ante un texto doblemente turbador: que nos deja inquietos ante la humillante situación inicial del pobre, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico; y ante la suerte última del rico, que gritaba para que Lázaro le refrescara la lengua porque le torturaban las llamas. ¿Qué nos quiere comunicar el Señor a través de la contemplación de esta narración que provoca tal desasosiego? ¿Cuál es la enseñanza que late en esta historia de salvación que habla de condenación? - En la primera parte del relato la idea prevalente es que todo lo que hacemos repercute en los demás: la situación de Lázaro es consecuencia del mal proceder de otros. Los pobres no existen “porque sí”, sino por un deficiente reparto de los bienes (materiales y espirituales). Y, por tanto, depende de nosotros. Está en nuestras manos cómo vivir y cómo morir. Lázaro esperaba pacientemente…; el rico, que se vestía de púrpura y lino banqueteaba espléndidamente; es decir, miraba para otro lado (ojos que no ven…). - En la segunda parte, el destino del rico epulón, nos confronta con un hecho: el fruto de nuestra existencia está ligado al modo en que hemos actuado. La realidad futura no se nos impone “a pesar nuestro”, sino en conformidad con lo que hemos deseado. Es una ingenuidad querer algo y no sus consecuencias, pues éstas forman parte de eso que tanto hemos estimado. La vida es un camino que se abre paso a paso según la dirección que vamos eligiendo. Dios propone y ofrece salvación, somos nosotros quienes nos “condenamos” a la soledad y el aislamiento cuando rechazamos al prójimo. Somos los primeros perjudicados cuando despreciamos a los demás. - En la tercera parte, ante la petición del rico de avisar a sus hermanos para que no cometan el mismo error que él, se nos recuerda que en este mundo es necesaria la fe. Ninguna supuesta evidencia, ni aunque viéramos a un muerto “en vivo” –como sugiere el pobre epulón-, nos ahorraría la elección de confiar, o no, en las palabras del Señor. Todas estas ideas están detrás del vuelco que da la historia al final, en donde se invierten los papeles y surge la pregunta: ¿Quién es de verdad el hombre rico y el hombre pobre? El destino del rico epulón es el mejor espejo para ver la realidad tal cual es, esa que el mundo nos impide reconocer: que el auténtico mendigo e indigente era él, y que la soledad le acechaba en medio del dispendio más descontrolado. Esta parábola nos habla más del presente que del Más Allá; de todo lo que podemos cambiar desde ahora para tener un futuro mejor: un verdadero banquete, donde la única riqueza y pobreza sea el amor compartido y caritativo. ‒ Judas, se me han roto los zapatos. Tienes que darme dinero para comprarme unos nuevos.
‒ ¿Cuánto necesitas? ‒ pregunta Judas sin entusiasmo. ‒ He visto unos muy sencillos. Sólo cuestan seiscientos veinticinco euros. Judas pega un salto. ‒ ¡Seiscientos veinticinco euros! ¿Estás loca, Susana? ¡Estos que llevo puestos me costaron treinta! ‒ Pues el bolso que hace juego con los zapatos cuesta mil cuatrocientos cincuenta. Bartolomé sonríe contemplando la escena. Susana es la gran bienhechora del grupo, ha entregado todo su dinero, sin reservarse nada, y ahora está poniendo en un aprieto a Judas. “Judas no tiene sentido del humor”, piensa Bartolomé. “Se cree que Susana va en serio”. ‒ A mí no me parecen caros esos zapatos ‒comenta para incordiar‒. Yo creo que deberías darle el dinero. ‒ No tenemos ni trescientos euros, estúpido. ‒ Entonces no podré alquilar la suite de lujo que cuesta veinte mil euros la noche. ‒ ¿No tenéis cosas más serias de las que hablar? ‒interviene Jesús‒. ‒ Esto es muy serio, maestro. ¿Sabes cómo tira el dinero la gente, el lujo con que viven algunos? ‒ Claro que lo sé. Basta ver la televisión. ‒ Tú estás muy atrasado, maestro. Tienes que meterte en Internet. Buscar en Google. Casas de lujo, relojes de lujo, coches de lujo, zapatos de lujo… No te imaginas la sorpresa que te ibas a llevar. ‒ Sorpresa, no. Indignación. Prefiero no mirar. ‒ Y los cabrones que gastan el dinero de esa forma, ¿se salvarán? ‒pregunta Tomás con deseo de provocar a Jesús. ‒ Ya deberías saber la respuesta. Os conté una historia sobre ese tema. ‒ Yo no la recuerdo. ‒ Estarías fuera, como siempre. ‒ Cuéntala otra vez, maestro ‒pide Pedro‒. Jesús se sienta, se concentra un momento y comienza: ‒ Había un hombre rico que se vestía en los mejores sastres de Nueva York, viajaba en su avión particular, miraba la hora en un reloj de oro con brillantes, comía en los restaurantes más lujosos y habitaba en un palacete de cuarenta habitaciones en medio de un bosque inmenso. ¿Sabéis cuánto gastó un día en una comida en un restaurante del sur de Francia? Rebuscó en la mochila y finalmente consiguió encontrar una factura que enseñó a todos. ‒ Ciento siete mil quinientos veinticuatro francos. Hice una fotocopia del periódico porque no me lo podía creer. ‒ Y eso en euros, ¿cuánto es? ‒ pregunta Judas. ‒ Más de dieciséis mil euros, bastante más. ‒ ¡Por una sola comida! ‒ Cuando iba a la ciudad en su deportivo ‒continuó Jesús‒, el rico pasaba delante de un mendigo sentado a la entrada de una pobre choza, fabricada con cartones y cubierta con una chapa de uralita. El mendigo lo miraba con envidia y el rico apartaba la mirada. El mendigo acudió una vez a la mansión del rico para pedir algo de comer. Pero encontró la verja cerrada y el guardia de seguridad lo despidió con malos modos. Al cabo del tiempo murió el mendigo y fue al paraíso. Poco después, el rico se estrelló con su deportivo a doscientos por hora, murió, lo enterraron, y fue a parar al infierno. Estando allí, achicharrándose vivo, levantando los ojos, vio a lo lejos al mendigo, y le grito: “Por favor, tráeme un vaso de agua, aunque sólo sea un vasito; me muero de sed y me torturan estas llamas.” Pero el mendigo le contestó: “Lo siento, tío. Recuerda que tú tuviste de todo en la otra vida mientras yo me moría de hambre. Ahora se han cambiado las tornas. Además, aunque te parezca que estoy cerca, entre nosotros hay un abismo que nadie puede cruzar.” El rico guardó silencio un momento y luego preguntó: “¿Cómo te llamas?” El mendigo le contestó: “Si me hubieras preguntado mi nombre en la otra vida, también me habrías dado de comer. Pero tú siempre apartabas la mirada. Por eso estás ahora al otro lado del abismo”. Menos Tomás, todos recordaban la historia, que siempre les impresionaba. Fue Susana quien rompió el encanto. ‒ Cuando yo enseñaba catequesis, contaba una historia parecida que me habían enseñado las monjas de pequeña. ¿Os la cuento? Y la contó sin esperar permiso de nadie: - Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. (El seno de Abrahán es como el paraíso, explicó Susana, y Abrahán es el que se encarga de organizarlo todo allí.) Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.” Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros. ‒ Se parece mucho, pero a mí me gusta más lo de los aviones y el deportivo ‒opinó Leví. ‒ Todavía no he terminado ‒lo cortó Susana‒. Mi historia sigue diciendo que el rico le insistió a Abrahán: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.” Abraham le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.” El rico contestó: “No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.” Abraham le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.” Cuando Susana calló, Bartolomé comentó irónico: ‒ El problema es que hoy día nadie cree en el infierno. Habría que cambiar la historia. Por ejemplo, que al mendigo le toque la primitiva y el rico se arruine. ‒ No seas tonto, Bartolomé ‒lo cortó María‒. Eso sí que no se lo cree nadie. ¿Dónde se basa esta historia? La parábola del rico y Lázaro, exclusiva del evangelio de Lucas, se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este domingo como primera lectura. Este profeta del siglo VIII a.C. vivió una situación muy parecida, en ciertos aspectos, a la de hoy: gente millonaria, que puede permitirse toda clase de lujos, y gente que llega a duras penas a fin de mes o incluso pasa hambre. El profeta se dirige a la clase alta de las dos capitales, Jerusalén (Sión) y Samaria, y denuncia su forma de vida: «Os acostáis en lechos de marfil, os arrellanáis en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José». El lujo se extiende a todos los ámbitos: al mobiliario, con lechos y divanes de marfil, mientras la inmensa mayoría de la gente duerme en el suelo; a la comida, a base de carne de carnero y de ternera, cuando los pobres se contentan con pan y agua, unas uvas y un poco de queso; a la bebida en copas refinadas o de gran tamaño (el término hebreo puede interpretarse de ambos modos); a los perfumes carísimos, mientras los pobres sólo huelen a sudor. Y esta gente que se permite toda clase de lujos “no se duele del desastre de José”. José no es una persona concreta sino todo el país, conocido entonces como Casa de José porque sus tribus principales eran Efraín y Manasés, los dos hijos del patriarca José. Lo que dice el profeta es que esa gente que vive con toda clase de lujos no se preocupa lo más mínimo del sufrimiento de millones de personas que lo pasan mal. Como castigo, les anuncia la invasión de un ejército extranjero que pondrá fin a sus orgías y los deportará. El cambio que introduce la parábola La parábola cambia radicalmente el tema del castigo. Mientras Amós piensa qué ocurrirá en esta vida, mediante la invasión de los asirios, Jesús lo desplaza a la otra vida. Él no se hace ilusiones; en esta vida, el rico seguirá disfrutando, y el pobre pasando hambre. Este cambio radical en el punto de vista ayuda a entender otras afirmaciones del evangelio de Lucas. En el Magníficat, María pronuncia unas palabras que, aplicadas a nuestro mundo, resultan estúpidas o de un cinismo blasfemo cuando dice que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. A la luz de la parábola del rico y Lázaro queda claro cuándo tendrá lugar esa revolución. Lo mismo afirma el comienzo del Discurso en la llanura (equivalente en Lucas al Sermón del monte de Mateo), que contrasta la situación presente (ahora) con la futura. “Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis… Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque pasaréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo” (Lc 6,20-25). El rico no era un criminal Lo que más debe intranquilizarnos (porque la parábola pretende sacudir la conciencia) es que el rico no es un explotador ni un criminal, no se dice que pagara un salario de miseria a sus obreros ni que se hubiera enriquecido con el narcotráfico. Lo que denuncia la parábola es su forma exquisita de vestir (púrpura y lino)y de comer (banqueteaba espléndidamente todos los días), sin fijarse en el pobre que está tendido a su puerta. Es la injusticia indirecta causada por el egoísmo. ¿Dos textos trasnochados? Tanto Amós como Jesús viven en una sociedad muy distinta de la nuestra (al menos de la del Primer Mundo). Entonces no existía la clase media. La riqueza se acumulaba en pocas manos, mientras la mayor parte del pueblo vivía en circunstancias muy duras. Aplicar la parábola a los multimillonarios de hoy día, jeques árabes, grandes industriales, artistas de cine, deportistas de élite… supondría dejar con la conciencia tranquila a los millones de personas que vivimos en circunstancias infinitamente mejores que la inmensa mayoría de la población mundial. Si ahora mismo resulta difícil resistir su mirada, mucho más difícil será cuando nos mire Dios. Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lc de la riqueza. Yo también tengo claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos. Acaba de decir el evangelista: “Oyeron esto (no podéis servir a dos amos) los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él”. Jesús apoyándose en las creencias que ellos aceptaban, quiere hacerles ver que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan pegados a las riquezas.
Esta parábola es clave para entender algo de lo mucho que nos dice el evangelio sobre las riquezas. No se puede hablar de ellas en abstracto y la parábola nos obliga a pisar tierra. El rico no tiene en cuenta al pobre y sin esa toma de conciencia nada tiene sentido. Lo único negativo del relato es que, mal interpretada, nos ha permitido utilizarla como opio para el pobre. Aguanta un poco, hombre, que aunque te parezca que el rico disfruta, espera al más allá y le verás freírse en el infierno, mientras tú encontrarás la dicha más completa. Esta parábola nos dice lo mismo que (Mt 25,34-46) “Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber...” Las dos hay que entenderlas dentro de una visión mitológica del más allá: premio y el castigo más allá, como solución de las injusticias del más acá. Utilizar estos textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos en el más allá, no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que no se revelen contra la injusticia y poder así seguir disfrutando los ricos de sus privilegios. Para comprender por qué el rico, que comía y vestía de lo suyo, es lanzado al “hades”, debemos explicar el concepto de rico y pobre en la Biblia. Para nosotros “rico” y “pobre” son conceptos que hacen referencia a una situación social. Rico es el que tiene más de lo necesario para vivir y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidades vitales. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, sobre todo Amós, los que levantaron la liebre y denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple: la riqueza se amasa siempre a costa del pobre. Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo, que no tenía nada en qué apoyar su existencia; no tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Esta confianza era lo que les hacía agradables a Dios, que no les podía fallar (Lázaro, -´el´azar en hebreo- significa Dios ayuda). No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre, porque nada se podía desligar del aspecto religioso. Ahora comprenderéis por qué el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin más matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas, simplemente las utilizaba a su antojo. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre, el que con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico. Tampoco Lázaro se propone como ejemplo moral de pobre, sino como contrapunto a la opulencia del rico. Para comprender que no es fácil descubrir el verdadero sentido del evangelio, basta ver el comportamiento de Jesús. Sin duda ninguna, Jesús manifiesta una predilección por todos los que necesitaban liberación, entre ellos los pobres; pero también admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de un fariseo rico, etc. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús. Jesús descubrió que la riqueza acumulada y no compartida, impide entrar en el Reino de los cielos; así lo predicó sin contemplaciones. Pero su actitud no fue excluyente, sino abierta y de acogida para con los ricos. El mensaje del evangelio no pretende solucionar un problema social sino denunciar una falsa actitud religiosa. Una correcta actitud religiosa solucionaría la injusticia social. El evangelio está a años luz del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en hacer de todos los hombres una comunidad de hermanos. La diferencia es sutil, pero sustancial. El comunismo reparte los bienes, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús propone compartir como fruto del amor que nos une. La consecuencia sería la misma, que los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo, pero el camino recorrido humanizaría tanto al rico como al pobre. Seguramente que el rico de hoy hacía favores e invitaría a comer a sus hermanos y a los amigos ricos como él. Esa actitud no garantiza humanidad alguna. Elamor cristiano solo está garantizado cuando hago algo por aquel que no va a poder pagármelo de ninguna manera. El amor que pide Jesús nunca se puede desligar de la compasión. Amor sin compasión es interés. Un niño no tiene compasión por su madre, por eso lo que siente por ella no es “amor” sino interés radical, porque en ello le va la vida. La inmensa mayoría de las relaciones que calificamos como amor, no superan el listón del interés egoísta. Ahora podemos entender por qué refugiarse en la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre del mundo no puede ser excusa para no hacer nada. Vuelvo a recordarlo, la denuncia no es de un problema social, sino religioso. Nuestra pasividad está demostrando que la religión no es más que una tapadera que intenta sumar alguna seguridad espiritual a las seguridades materiales que nos tranquilizan. Jesús no te está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza como salvación. No se te pide que salves el mundo, sino que te salves tú. Ahora bien, si los ricos dejásemos de acaparar bienes, inmediatamente llegarían a los pobres. Me daría por satisfecho si todos nosotros saliéramos de aquí convencidos de que la pobreza no es un problema que alguien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participamos y del que tenemos la obligación de salir. No es suficiente que aceptemos teóricamente el planteamiento y nos dediquemos a criticar las injusticias que se están cometiendo hoy en el mundo. Es lo que hacemos todos. Se trata de descubrir que aunque yo esté dentro de la más estricta legalidad cuando acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con los hombres, y por lo tanto con Dios, sea la correcta. No basta con que los ricos sean despojados de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían inmediatamente su lugar. Eso ha pasado en todas las revoluciones sociales. La única solución es la que propone Jesús y pasa por superar todo egoísmo para hacer un mundo de hermanos. Es verdad que los ricos no se consideran hermanos de los pobres, pero no es menos cierto que los pobres tampoco se consideran hermanos de los ricos. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión. No podemos desarrollar nuestra religiosidad sin contar con el pobre. Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha desarrollado un individualismo absoluto. Lo que cada uno debe procurar es una relación intachable con Dios. La moral católica está encaminada a perfeccionar esta relación. Pecado es ofender a Dios y punto. El evangelio nos dice algo muy distinto. El único pecado que existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría. Meditación-contemplación “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Los que han tenido una experiencia de humanidad, nos lo advierten; Pero solo escuchamos las sirenas del hedonismo. ...................... Intenta ir un poco más allá de los instintos. Satisfacer las necesidades biológicas no es malo, pero es insuficiente. Solo las exigencias de tu verdadero ser te llevarán a la plenitud. No debes renunciar a nada sino elegir lo mejor para ti, aquí y ahora. .............. Abandona la perspectiva de un premio o de un castigo. Dios te está dando siempre una posibilidad de plenitud. No desarrollar esa potencialidad, es la verdadera condenación. Tú solito estás malogrando tu existencia. Las misas solemnes como eventos sociales y protocolarios por: Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara11/12/2016 Estoy seguro de que algunos de mis lectores opinarán que soy un pesado, y es verdad. Me repito en el tema del que voy a escribir hoy, pero la causa es clara: porque se repiten los motivos para hacerlo. Hay muchas mas misas de esas solemnemente protocolarias, nada parecida por cierto a la “Última Cena del Señor” que artículos míos, o de otros, que las comenten a partes iguales con preocupación, con cansancio, y, también, con algo de escándalo, y mucho más de indignación. Mi colaboración escrita en estos casos no tiene como objetivo incordiar, o molestar, sino, sencillamente, que vayan acabando esos acontecimientos religiosamente ampulosos, litúrgicamente indebidos, y, en mi opinión, pastoralmente contraindicados, cuando no negativos. Es este momento estoy pensando en tres misas de éstas bien solemnes, y bastante aburridas.
1ª) La primera, de hoy mismo en la Basílica del Pilar. El señor arzobispo de Zaragoza, D. Vicente Jiménez Zamora, ha comenzado la homilía, al estilo de un show televisivo o teatral, saludando-presentando a un innumerable y variado elenco de personalidades e instituciones religiosas, políticas, militares, sociales, culturales y musicales de la ciudad. Hasta ha saludado a la escolanía, y al coro de no sé donde, etc. La pregunta es: ¿Qué hacían, como tales, esos organismos, personas, instituciones, o agrupaciones en la celebración de la Cena del Señor? Supongo que, fundamentalmente, dos cosas: oír la Palabra, y partir el Pan. Pero eso ya lo sabemos, y lo deben de saber todos. Otra cosa es que, en efecto, esa sea su intención al asistir a acto tan solemne, con protocolo y vestimenta de alta gala. Y, por supuesto, a la escolanía sele pide que cante cuando le toque, lo mismo que al coro. Y cuando lo hagan, los fieles tendrán cabal conocimiento de su presencia, y del nivel artístico de su intervención. A algunos les habrá sorprendido mi pregunta sobre qué papel tienen esas personas, organismos o instituciones, como tales, en la Cena del Señor. Estoy seguro de que muchos de mis lectores estarían esperando, en lugar de ese recuerdo neo-testamentario, la expresión “Eucaristía”, o Misa. Porque, efectivamente, es lo que quiero provocar: que caigan en la cuenta de que es muy difícil recordar, en todo el aparato ceremonial y ritual, con reminiscencias medievales, bizantinas, y hasta egipcias, adobadas con detalles de religiosidad natural como inciensos, hachones, báculos y sombreros exóticos, recordar, digo, que estamos cumpliendo el mandato del Señor, “haced esto en memoria mía”, y “comed el pan y bebed del vino”, y que este compartir la proclamación de la Palabra de Dios, y comer el mismo pan y beber el mismo vino son los primeros y principales fines de la celebración eucarística. Pero, ¿Cómo pueden tener esto en cuenta si muchos de los invitados al banquete no se atreven a participar del mismo, y no saben, o han olvidado hace tiempo, que a la misa se va a participar de un festín comunitario? Pues yo no me cansaré de reiterar, pero nunca tanto como reiteran los que programan esos espectáculos rituales, que celebremos la eucaristía de otra manera, que el estamento clerical no sea tan necesario y protagonista, y que las pequeñas comunidades puedan existir, ser autónomas, y celebrar la Eucaristía, presididas por un miembro natural, “laico”, por supuesto, pero capaz de presidir a sus hermanos en la celebración, es decir, de ser “presbítero”. (Nota: laico vienen de laos, pueblo; y presbítero es el mal llamado sacerdote, cuyo ministerio es presidir las celebraciones de la Comunidad eclesial) 2ª) De la segunda (misa) ya escribí algo en mi artículo ¡Ayer vi en la televisión un Papa mohíno!, (del 05/ septiembre de este año). Pero ese día se me pasó un detalle que quería indicar. Comenté el mar de mitras, en lo que llamé “suntuosa canonización de la Madre Teresa de Calcuta”, que, por cierto, en la primera JMJ (Jornada mundial de la Juventud) que le tocó presidir al papa Francisco, en Río de Janeiro, intentó disuadir a tanto obispo cuya presencia no es necesaria para nada, que el dinero que iban a gastar en viajes y estancias lo dedicaran a los pobres. Por lo visto, los prelados no hacen mucho caso, y lo triste es que esa barahúnda episcopal, más que ayudar, estorba, exige unos escenarios carísimos y complicados, y no agiliza nada la liturgia eucarística. La tercera solo la tendré en cuanta por ser otro evento grandioso y reciente. . Me refiero a la celebración de la última JMJ de Cracovia, en Polonia, de la que leí, en no recuerdo qué portal cristiano, el ingente número de cardenales y obispos que acudieron a la ciudad polaca en el último mes de Julio. Pero el detalle que se me pasó es el siguiente: los gastos provenientes de acudir a esos fastos, ¿los pagan los obispos de su bolsillo, o los abonan la diócesis correspondientes? Me gustaría muchísimo que alguien que lo sepa nos saque de dudas. |
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