Hay que distinguir entre doctrina de la Iglesia y fe de la Iglesia. Durante mucho tiempo fue doctrina eclesial que quienes morían sin recibir el bautismo no podían conseguir la salvación, incluidos los niños que no habían podido cometer pecado alguno. A este respecto la Comisión Teológica Internacional ha declarado: "la afirmación según la cual los niños que mueren sin Bautismo sufren la privación de la visión beatífica ha sido durante mucho tiempo doctrina común de la Iglesia, que es algo distinto de la fe de la Iglesia”.
Ejemplo significativo de cambio doctrinal lo tenemos en estas dos diferentes y aparentemente contrapuestas afirmaciones de los Concilios de Florencia y del Vaticano II. Florencia sostiene que fuera de la Iglesia no hay salvación, añadiendo explícitamente que los judíos, herejes y cismáticos, y también los paganos, "irán al fuego eterno aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se unieren con la Iglesia”. Sin embargo, Vaticano II deja claro que los que ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia "pueden conseguir la salvación eterna”. Más aún: que Dios "no niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios”. ¿Más ejemplos? A propósito del sacramento de la penitencia, la praxis de los primeros siglos se limitaba a una sola celebración durante toda la vida, pues se consideraba incomprensible que un bautizado se alejase de Cristo; o a lo sumo se permitía una segunda celebración de la penitencia, pero se dejaba para el final de la vida, porque ya una tercera era del todo inconcebible. Tras el Concilio de Trento la Iglesia recomienda la confesión frecuente. En los primeros siglos las segundas nupcias eran desaconsejadas y prácticamente hasta el Concilio Vaticano II se consideraba al matrimonio como un remedio para la concupiscencia y su finalidad era la procreación de los hijos. Hoy ya se dice claramente que el matrimonio encuentra su fin y su sentido en el amor. Hay tres criterios que se refuerzan mutuamente y no solo explican, sino que promueven la renovación en la doctrina: uno, el mejor conocimiento de las Sagradas Escrituras y de la Tradición y, junto con ese conocimiento, una interpretación más adecuada de las mismas; dos, la escucha atenta de los signos de los tiempos y, junto a esta escucha, un mejor conocimiento de la naturaleza humana; y tres, el mismo Magisterio que, muchas veces gracias a la ayuda de la teología, va ofreciendo pautas de mejora y de adaptación a las nuevas necesidades pastorales.
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La idea predominante del matrimonio en la Iglesia es producto de una imagen de Jesús como legislador y una consecuente lectura jurídica de los pasajes bíblicos que tratan el asunto, diferente de aquella que la exégesis informada expone.
Es común asumir que, porque Jesús condenó el divorcio antaño, lo haría también hoy. Esa idea es un "anacronismo etnocéntrico", por eso Bruce Malina pregunta: "¿Significan lo mismo el matrimonio y el divorcio cuando Jesús habla de ellos y cuando nosotros hablamos de ellos?". Es lo que queremos ver más de cerca tomando en cuenta los condicionamientos socio-culturales. Su importancia estriba en que la atención se centra en el hombre, y este en su contexto, no en textos escritos como tales, abstraídos de sus contextos. Uno de los errores es precisamente ignorar los contextos, especialmente los socio-culturales, más cuando se trata de relaciones humanas. El factor socio-cultural El documento vaticano de 1993 La interpretación de la Biblia en la Iglesia, nos recuerda que "el estudio crítico de la Biblia necesita un conocimiento tan exacto como sea posible de los comportamientos sociales que caracterizan los diferentes medios en los cuales las tradiciones bíblicas se han formado" (I.D.1). Yo añadiría, y los condicionamientos culturales. Más adelante aclara que el acercamiento antropológico cultural "permite distinguir los elementos permanentes del mensaje bíblico que tienen su fundamento en la naturaleza humana, y las determinaciones contingentes, debidas a culturas particulares" (I.D.2). Jesús, Pablo, y los evangelistas, cada uno de ellos vivía en una determinada cultura con su cosmovisión y costumbres, dentro de la cual su discurso tenía sentido. Los valores, lenguaje, creencias, y por cierto su comportamiento, se derivaban de la sociedad en la que vivían. Es en esa matriz que podremos comprender las razones para la conducta y los discursos que leemos en el Nuevo testamento, entre ellos los relacionados al divorcio. Nuestra cosmovisión no es idéntica a aquella de los tiempos bíblicos. Los conocimientos adquiridos en las áreas de humanidades, el escudriñamiento de la naturaleza y el cosmos, han cambiado considerablemente nuestros conceptos y nuestros paradigmas socio-culturales, nuestra manera de comprendernos a nosotros mismos y de relacionarnos. Y esto, sin duda alguna, ha llevado a entender de otra manera también la relación entre el hombre y Dios. Todo esto significa que entre ellos y nosotros hay una considerable distancia, no solo en el tiempo y el espacio, sino en lo que concierne la matriz socio-cultural en la que se dan sus significados. Así, en el Occidente moderno ni se entiende ni se vive el papel de la mujer como antaño, ni su relación con el varón y su lugar en la sociedad; hoy no admitimos como válida la vetusta idea de que ella es un ser inferior y que debe estar subordinada al varón, como se lee de inicio a fin en la Biblia. Las relaciones sociales eran estrictamente jerárquicas. La subordinación de la mujer al marido era parte de las normas y virtudes propias de antaño, y nos es conocida también del Nuevo testamento. Solo él podía divorciarse. La mujer que no vive bajo la tutela de un varón es vista como carente de honra, de aquí la importancia del acta de divorcio, que le permite volver a casarse. Solo nuevas nupcias le restituyen su honor, al entrar en la esfera del honor del varón. La unión matrimonial El matrimonio era un contrato entre dos familias para la promoción de cada una. No era una opción libre y madura de la pareja, particularmente por parte de la mujer. No existía una etapa previa que conocemos como enamoramiento. Ella se casaba porque era el deber de todo padre honorable procurarle un marido adecuado a su hija, y buscaba las ventajas familiares. El varón se casaba fundamentalmente para tener hijos -no tenerlos era una deshonra-. Los novios generalmente provenían de familias que se conocían, y no pocas veces emparentadas, dentro del mismo núcleo familiar o clan, y de la misma región. Eso significa que, a diferencia de nuestra sociedad y costumbre de casarse sin relación alguna entre las familias, antaño venían ambos de mundos que ya compartían, de historias que les eran cercanas. Hoy vienen generalmente de mundos, familias, costumbres, idiosincrasias, posiciones o estatus, escuelas, ocupaciones, muy diferentes. Puesto que el matrimonio era fundamentalmente un contrato social, la armonía de la pareja no estaba garantizada por motivos afectivos, sino por exigencias sociales -por los deberes que se impone cumplir. Un componente fundamental era el honor. Esa unión era entendida, dentro de su mentalidad determinista, como designio de Dios: así como es Dios quien determina quienes son nuestros padres, es Dios quien "une" en matrimonio, de allí la cláusula "lo que Dios unió" (Mc 10,9). La prioridad del honor sobre el amor se refleja en Dt 22,28s, que regía hasta tiempos de Jesús: "Cuando algún hombre halle a una joven virgen que no ha sido desposada, la toma y se acuesta con ella, y son descubiertos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta piezas de plata; ella será su mujer, por cuanto la humilló, y no la podrá despedir en toda su vida". Antaño no había una ceremonia matrimonial como conocemos hoy, por un juramento público o un acta firmada. Tampoco existía tal cosa como un matrimonio religioso. Era un contrato convenido basado en el honor. El matrimonio se afirmaba en el momento -a menudo ceremonial (cf. parábola de las 10 vírgenes)- en el que el novio llevaba a la novia de la casa paterna para introducirla a su casa, y se sellaba en el lecho conyugal -de aquí la importancia de su virginidad (Dt 22,13-19). Llevarla a la casa equivalía a afirmar "se casó con...". Por eso se dice que "son una sola carne". La relación de esposos en el mundo mediterráneo era según el modelo de la relación patrón-siervo. Ella está sujeta al hombre. El patronazgo asegura protección y proporciona honor al siervo/esposa; a cambio ella se somete, es dócil y obediente al patrón, y por cierto le es absolutamente fiel. Falla en esto es causal suficiente para el divorcio. Esto contrasta con el acento en la independencia, la autoestima y la libertad, en nuestro mundo. Todo lo dicho debe alertarnos a las diferencias culturales, pero también a la presunción de que vocablos para designar a las personas y sus relaciones significaban lo mismo que hoy. Esposa, matrimonio, divorcio, son términos que no tenían antaño el mismo significado que tienen en el Occidente moderno. El divorcio Puesto que el matrimonio era asumido como un contrato social, el divorcio era la ruptura de ese contrato. El divorcio afectaba la dote de la esposa, su residencia y el honor de las familias. Disuelto el vínculo, quedaba "libre", por tanto se abría la posibilidad de nuevas nupcias. Por ser el fin de un vínculo legal, el divorcio tenía que certificarse mediante un "acta de divorcio" para abrir las puertas a un eventual nuevo matrimonio. En el judaísmo el divorcio siempre implicaba la posibilidad legal de nuevas nupcias; se sobrentendía. No se concebía a un hombre que viva soltero. La mujer por su parte necesitaba protección y honorabilidad, ambas asociadas al matrimonio. Había diferentes motivos "legales" para proceder al divorcio. Según Dt 24,1, texto base, "Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente le escribirá carta de divorcio, se la entregará en la mano y la despedirá de su casa". La "cosa indecente ('ervah)" se refería a algo o un comportamiento inapropiado, indecente, por tanto vergonzoso, que afecta el honor. Como se observa, el texto es muy amplio y deja las puertas abiertas a lo que leemos en Mt 19,3 como causal: "por cualquier motivo". Algo similar se lee en Sir 25,26 "Si (la esposa) no se comporta según tu voluntad, apártala de tu lado". Por su parte, la Mishna anota que: "La escuela de Shammai dice: Un hombre no puede divorciarse de su esposa excepto si halló en ella falta de castidad, pues está escrito ‘Porque encontró en ella indecencia (‘arub dabar) en algo'. Y la escuela de Hillel dice: (un hombre) podrá divorciarse aún si ella le malogró un plato, pues está escrito ‘Porque encontró en ella indecencia en algo'". R. Akiba fue el más liberal: el hombre puede divorciar a su mujer "inclusive si encuentra otra más bella que ella, pues está escrito: ‘Y será despedida si no la encuentra agradable a sus ojos (de él)...' [Dt 24,1]." (m.Git 9,10; vea m.Sotah 6 sobre causales de divorcio). Ya mencioné que el honor era un aspecto fundamental en la relación familiar: contaba la imagen pública del matrimonio (no la relación íntima per se). La mujer era para el hombre motivo de orgullo o de vergüenza, motivo de su aceptabilidad social (cf. Prov 31). Por eso se cuidaba la conducta de la esposa, su decoro, y se castigaba su infidelidad. Era ella quien constituía la fuente de honor del hombre. Esto era parte de la cultura patriarcal y andrógena de antaño. Aunque sea compañera o consorte, legalmente la mujer era tratada como propiedad. Pero era propiedad que, además, involucra su honor. Un atentado contra lo uno, lo era contra lo otro. Si alguien cometía adulterio con ella era como si le robara o destruyera su propiedad. Si fue violada, exige venganza; si ella consiente es adulterio, y el marido debe divorciarla. Adulterio se imputaba a la mujer, no al varón. Y adulterio es deshonra. Por eso el marido engañado debía divorciarla para así recuperar su honor. Notoria es la sentencia en Prov 18,22: "el que guarda una (esposa) adúltera es tonto e impío" (cf. Sir 25,26). Solo el varón podía divorciarse. Si era sin motivo válido era una ofensa a la familia de la mujer pues atentaba contra su honor, puesto que se le achacaba como causal alguna falta normalmente asociada al decoro y la conducta sexual. Debemos tener presente que la conducta que en el Oriente importa es la social, de carácter público. De aquí la importancia del honor. Los normas conductuales refieren a estructuras sociales, no a la conciencia individual -recordemos el Decálogo y el Sermón del monte (cf. 1Cor 6,9s; Gál 5,19ss)- ni a su autorrealización. Es de aquí que hay que juzgar la moral de antaño: tiene por finalidad asegurar la cohesión del grupo. Por lo mismo, virtudes son aquellos comportamientos que fortifican las relaciones grupales; vicios o pecados son aquellos que atentan contra la cohesión del grupo. Las famosas Haustafeln, códigos de conducta familiar, eran normas para la convivencia armoniosa en casa y conciernen la honorabilidad (Ef 5,21-6,1; 1Pdr 2,18-3,7). Es con ese trasfondo que hay que juzgar el matrimonio y el divorcio tal como se entendía antaño: ¡el honor podía obligar al divorcio! La posición de Jesús de Nazaret. Veamos ahora el evangelio. Tomaremos Mc 10,2-9 como representativo de la situación original. En él se basan Mt y Lc. Se plantea la pregunta si es lícito el divorcio. En el judaísmo, a tenor de Dt 24,1 lo era. ¿Qué dice el maestro de Nazaret? Parte de la cultura son las ideas religiosas propias de un pueblo, que se manifiestan en costumbres. Así, Dt 24,1 permitía al hombre divorciarse por cualquier motivo calificado como comportamiento impropio (‘ervah), lo que podía entenderse ampliamente, como lo hacía la escuela de Hillel. Esto ponía a la mujer a merced del capricho del hombre, y se prestaba a legalizar la calificación de falta grave en la mujer a lo que era intrascendente, lo cual atentaba contra su honor y el de su familia. Por eso se aclara en Mc 10,5 que eso "lo escribió Moisés por la dureza de su corazón". Acto seguido se remite a la creación como voluntad de Dios. Pero, ¿cómo entendía el judío antaño Génesis en relación al matrimonio? Una idea nos la da la oración de Tobías: "Tú mismo creaste a Adán y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste ‘No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él'. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad" (8,6s). La razón de ser de la creación de la mujer es la procreación (Gén 1,27s) y que sea compañera del hombre (Gén 2,18ss). Pero, hay circunstancias en las que ella claramente deja de ser compañera, como sucede cuando le es infiel o cuando lo deshonra. El deseo de Tobías era que "podamos llegar juntos a nuestra ancianidad", lo que por cierto dejaba abierta la posibilidad de que no sea así. La visión de Jesús sobre el tema del divorcio no era idéntica a la de los maestros judíos; por eso le preguntan y está en el Nuevo testamento. ¿Cuál era la diferencia? Por lo pronto, Jesús se alejó de la concepción jurídica (lo permitido, lo mandado) propia del judaísmo, sobre la que se le cuestiona, y remite a una visión de principio, no legalista, en Génesis, para concluir que "lo que Dios unió, no lo separe el hombre". ¿Qué entendían los judíos por "lo que Dios unió" (expresión ausente en Génesis)? Pues, el atractivo del varón hacia la mujer, que le motiva (a él!) a dejar a sus padres para ser "una sola carne" con ella (Gén 2,24). Esta expresión es una referencia a la unión sexual, con la cual se sella el matrimonio. A la base hay una idea determinista, hoy descartada pues contradice la libertad del hombre. Recordemos que el matrimonio era un contrato entre familias, al margen de posibles consideraciones afectivas por parte de los novios. En la crucial sentencia "no lo separe el hombre", anthrôpos/ha'adam se refiere al ser humano en general, no solo al esposo. En aquella sociedad el varón era visto más como macho que como esposo, y se esperaba que juegue ese papel -por eso se le condescendía la infidelidad, no así a la mujer. Jesús presenta un imperativo moral: ¡no separe! (mê jorizetô; no dice "si se ha separado", o "si se separa"), imperativo que constriñe a no ir en contra de la intencionalidad divina al crear a la mujer para que sea compañera del hombre, y por tanto éste tiene la obligación de tratarla como tal: "carne de mi carne, hueso de mis huesos". No estamos ante una sentencia jurídica sino una exhortación; no se refería al divorcio como tal, sino a la fidelidad entre hombre y mujer. La expresión ¡no separe! implica que sí es posible la separación -por eso contemplada- pero debe evitarse llegar a una situación que la haga inevitable. Sabiamente, Jesús deja abierta la cuestión de las situaciones en las que es imperativa la separación en aras del bien mayor. A eso responde la versión de Mateo. En Mt 19 se plantea la pregunta de si es lícito el divorcio, no ya por principio como en Mc 10, sino "por cualquier motivo", tácitamente admitiendo que el divorcio es lícito. ¿Qué causal, que no sea "por cualquier motivo", podría haber? Tiene que ser un motivo serio que lo justifique. Mateo explicita: "excepto en caso de porneia" (reiterado en 5,32). ¿Qué entenderían los lectores de Mateo bajo este vocablo griego? Tiene que ver con sexualidad (porn-) en su sentido común amplio. No se limita al adulterio, para lo cual hay un vocablo explícito (moijeia), además que obligaba al divorcio en aras del honor (cf. Mt 1,18-20). Tratándose del matrimonio, ineludiblemente concierne algo que ocasione vergüenza, que atente contra el honor, la respetabilidad del hombre. Tal sería el adulterio o una conducta impropia en el área sexual de una mujer casada, con lo que abre el abanico pero siempre dentro de la misma esfera de la sexualidad, a lo que antaño se era sumamente sensible (pensemos en todas las leyes de pureza ritual en Levítico). Pablo también contempla una excepción que legitima el divorcio en 1Cor 7,15: por discrepancia religiosa para salvaguardar la fe. En resumen, la visión jesuánica del matrimonio no es la tradicional de un contrato entre familias ni de defensa de derechos del varón; no es jurídica, por eso en su mente no hay lugar para casuísticas. Su visión se inspira en Gén 1, por eso, con sensibilidad humana, no avala sumisiones asimétricas como las de Dt 24. Jesús toma con absoluta seriedad la "dignidad" de las personas, que es una constante en su conducta, especialmente de las más relegadas. De hecho, la descalificación de Dt 24 como norma y su referencia a la Creación incluye una implícita defensa de la dignidad y la honorabilidad de la mujer, y es eso probablemente lo que primaba en la mente de Jesús. No es voluntad de Dios que ella esté sujeta al capricho del varón. La suya es una visión existencial, no legalista, que apunta a un ideal de vida. Ese es el sentido que expresa la advertencia a continuación en Mc 10,11: "El que despide a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquélla". Esta advertencia ha sido puesta en labios de Jesús por la comunidad cristiana posterior. Sorprendentemente, contra la costumbre y las apreciaciones de su tiempo, se califica de adúltero al hombre -no a la mujer-, cosa que el judío no hacía pues se casa con una mujer no casada. El hombre es calificado de adúltero solamente si tiene relaciones con una mujer casada. Esa advertencia pone de relieve la seriedad del divorcio. Jesús entiende que el honor se aplica también a la mujer, y por eso el marido la deshonra al divorciarla y es calificado de adúltero. Es una exageración exhortar a sacarse el ojo o cortarse la mano si es causa de escándalo; también lo es calificar de adulterio el hecho de desear poseer la mujer ajena (en Mt 5,28). Y el modo de hablar, en cuanto a su forma literaria, es el mismo en todos estos casos; no es legislación. Jesús no legisla. No jugó el papel de legislador, sino de profeta. Mediante este lenguaje hiperbólico, propio de profetas, al calificar de adúltero al que se divorcia de su mujer, se pone de relieve lo injusto de su acto: le es gratuitamente infiel. Implícitamente, para Jesús el honor corresponde no solo al varón, sino también a la mujer, y por eso el que la divorcia injustamente la deshonra; la trata como "infiel", adúltera: vulnera su honor y el de su familia. Si la divorcia por porneia (impudicia), como Mateo indica expresamente, segundas nupcias son legítimas. Pero, si el hombre se divorcia para casarse con otra no lo es, por eso la cláusula "y se casa con otra". Al ser "expulsada" la mujer necesitaba reconstituir su honorabilidad y contar con el sustento y la protección que da el varón, por eso normalmente se volvía a casar. Ahora bien, si la divorciada se vuelve a casar, al ser ilegal un divorcio "por cualquier motivo", el marido carga con la responsabilidad del adulterio que ella comete "legalmente" al casarse de nuevo, como se lee en Mc 10,11: "comete adulterio contra ella". Como vemos, el tema para Jesús de Nazaret no era el divorcio en sí, su legitimidad. No había idea de una suerte de indisolubilidad invariable. Ningún contrato -y el matrimonio era entendido así- es indisoluble. Para Jesús el tema era la dignidad de la persona que es víctima de la imposición caprichosa, del abuso de otro: el divorcio "por cualquier motivo", como lo explicita el texto de Mateo. Como en muchos otros textos, Jesús sale en defensa de la parte débil, la víctima de la discriminación y de la marginación (la divorciada es repudiada, rechazada, ¡tratada como leproso!). De ayer a hoy Para la lectura correcta de un texto es necesario tomar en cuenta la realidad socio-cultural en la cual se produjo, y que el lector esté consciente de sus propios condicionamientos socio-culturales e ideas filosófico-teológicas, entre otros. Así, si antaño en Oriente un principio de convivencia era el honor, hoy en Occidente lo es la dignidad; si antaño se pensaba en términos relacionales, hoy es en términos personales; si el ideal de vida antaño era la paz y la armonía, hoy lo es la realización personal y el éxito. Estos principios no fueron pensados en abstracto, aunque la intención fuera universalista. Surge pues la pregunta por la validez, el alcance y las limitaciones de los principios y normas que provienen de la cultura del autor, para la cultura del hombre de hoy en Occidente, con todos los conocimientos que entre tanto ha adquirido y las sensibilidades humanas que ha desarrollado. Se impone así una suerte de círculo hermenéutico entre la cultura de antaño y la moderna, entre Oriente y Occidente. Por eso los diálogos interculturales, que incluyen los interreligiosos, han ido cobrando importancia y han relativizado no pocas de nuestras certezas. Sin embargo, la mayoría de las personas que leen la perícopa sobre el divorcio lo hacen desde la perspectiva individualista de nuestro mundo, sin considerar la sociocultural de antaño -eso si no desde una visión netamente doctrinaria. La entienden como un problema individual que hay que resolver, no como una problemática comunitaria (familiar). Más, la leen en clave jurídica y no de lazos familiares. De hecho, como nos recuerda Bruce Malina, hablar de "persona" en relación a la Biblia es un anacronismo; ni siquiera tenían ese vocablo. Y la exégesis ha puesto en claro que no se trata de una legislación jesuánica. Se ponen así en evidencia los alcances y valores, y también las limitaciones tanto del texto en razón de sus condicionamientos históricos, como las nuestras al descubrir valores que hemos perdido o riquezas que ignorábamos. Con estas observaciones, veamos sucintamente el sentido del texto referido al divorcio leído desde sus orígenes puesto en diálogo con nuestra modernidad. 1. A Jesús le piden su opinión sobre el divorcio, y responde que hay que remitirse a la voluntad e intención primigenia de Dios en la creación del hombre expuesta en Génesis, que contrasta con la opinión común que se remite a Deuteronomio. ¡No actuó como legislador, como se le ha imputado tantas veces! Como hacía con las parábolas, invitaba a reflexionar, discernir y decidir. Su reflexión a partir de Génesis la asumió la comunidad y está en Mc 10,10-12 par. Importante por tanto es la intención de Jesús, que no responde con sí o no, ni entra en un debate: plantea un punto de partida para la reflexión y aplicaciones concretas. La posición de Jesús frente al divorcio es coherente con la que le conocemos de otras situaciones: la defensa de la parte marginada, asumiendo una postura principista (Gén), no legalista (Deut). De él aprendemos a tomar distancia de una visión predominantemente jurídica en relación a la vida, la sociedad y la convivencia, y asumir más bien una actitud compasiva y solidaria con "el pobre". El tomaba en serio a las personas y su valía, especialmente a los relegados y los marginados. Por eso Jesús veía a la divorciada como persona, no como objeto, cuya dignidad defiende al remitir a Gén 1, y recusaba la tradicional concepción de la mujer como subordinada a la voluntad del varón, y el divorcio fácil que establece Dt 24. Estos, así como su clara defensa del matrimonio, son valores que debemos resaltar del texto que nos concierne, y concuerdan con nuestra cultura. 2. Por otro lado, hoy no admitimos teológicamente la concepción determinista del matrimonio como "lo que Dios unió". Es la negación de la libertad de los seres humanos. Condición indispensable para la validez del matrimonio hoy es precisamente la libertad de ambas partes. Tenemos una concepción más egalitaria de las personas que la que tenía Jesús y se lee en el Nuevo testamento en general. Rechazamos aquella idea que la mujer es parte de las propiedades del hombre, por tanto disponible. Era una relación asimétrica, en la cual el marido era amo y señor. Paulatinamente hemos llegado a reconocer la igualdad de derechos de todos, incluidas las mujeres y los niños. Nos regimos, en general, por los Derechos Humanos, que contrastan con la cultura social antigua. La mujer hoy es libre y se impone igualitariamente con el varón; no acepta ser súbdita. 3. La idea -y vivencia- del matrimonio hoy es diferente, como lo es la idea de familia, y la constitución de la sociedad misma. No somos Orientales... El matrimonio se determinaba en Palestina fundamentalmente en base a conveniencias sociales y prácticas, pactado entre los padres; hoy lo es por el amor mutuo libre, previa etapa de enamoramiento. Por eso, tanto la unión como la separación, no se basaban en los mismos valores que los nuestros. Para nosotros, que priorizamos la individualidad, es primordial en una relación interpersonal la atracción, el afecto, independientemente de las expectativas de la otra parte. Hoy no se casan en Occidente para cumplir con el mandato "creced y multiplicaos", sino por el amor mutuo. Los hijos encarnan ese amor mutuo. Notemos que en el evangelio no se habla de los hijos, sin embargo hoy son tan importantes que pueden justificar el divorcio. Hoy se casan en edad más avanzada que antaño, además con profesión, y autonomía, -lo cual acarrea más problemas para la adaptación a la convivencia. Añadamos a eso la diferencia enorme entre la vida social y laboral en las grandes urbes modernas, con sus efectos sobre la familia, y la vida estrechamente entrelazada en los pueblos palestinos. La sociedad de hoy es notoriamente diferente. Esto crea un sistema diferente de valores. No podemos cerrar los ojos al hecho de que en el curso de dos mil años hemos aprendido mucho sobre el hombre en sus varias dimensiones que se desconocía antaño, pero también que la estructuración de la sociedad y la vida familiar, con su ritmo de vida y las exigencias de la misma son palmariamente diferentes de antaño. Obviamente, no es lo mismo vivir en una aldea campesina que en una gran urbe moderna. 4. La mayoría de casos en los que se plantea el divorcio resultan de alguna situación de imposibilidad práctica de lograr una convivencia armónica. Antes de que "la muerte los separe" efectivamente, ya murió afectivamente. Con nuestros conocimientos del hombre gracias a la sicología, la sociología, la antropología, y afines, y en sintonía con nuestra valoración de los Derechos humanos, apreciación de la autoestima, y cuidado del equilibrio sicológico, consideramos causales de divorcio situaciones antes desconocidas, para salvaguardar la integridad y la dignidad de las personas -incluidos los hijos. No solo cuidamos la salud física, sino también la síquica. ¿Qué sucede en una sociedad como la nuestra, donde no es un ideal que la mujer esté sujeta al marido, sino que se desenvuelva y surja (hoy estudian, son profesionales, incluso ejecutivas)? De allí el alcance y las limitaciones de lo que dice el texto bíblico, texto que corresponde a los condicionamientos socio-culturales del momento en que se produjo. Frecuentemente las familias vivían cercanas las unas a las otras, eso si no contiguas, que contrasta con nuestro mundo donde viven distantes. La esposa se mudaba a la casa del marido, que solía estar en o cerca de la casa de sus padres (cf. Mt 10,35; 25,5s), cosa que hoy se da cada vez menos. La familia era además una unidad productiva, donde la economía era compartida totalmente -hoy cada parte maneja su economía, hasta individualmente. Esos eran lazos que unían y favorecían la estabilidad matrimonial y familiar. En cambio hoy el mundo laboral y social impone obligaciones que separan a las personas del círculo familiar. Vivimos en un mundo de cambios aceleradas y alta movilidad. 5. Permítaseme añadir algunas preguntas y reflexiones cándidas. Al hablar del matrimonio, ¿es lícito aplicar los patrones culturales de la sociedad palestina del primer siglo a los patrones culturales ancestrales del mundo Andino, por ejemplo? El honor, tal como lo entendemos, no es un valor en el Ande, la fidelidad es relativa, la convivencia a prueba antes del matrimonio (servinakuy) es parte del proceso, la mujer se deja golpear ("cuanto más te quiero más te pego"), y la lealtad es en primer lugar con el pueblo, no con los padres. Conocemos las interminables discusiones al suponer que una cultura es superior a otra. El amor afectivo y la realización personal son parte de nuestra cultura, por eso son vitales para nosotros. Estas son las fuerzas motoras para el matrimonio hoy. ¿Podemos trasladar e imponer la prioridad de las conveniencias de los padres y decidir sobre la legalidad del matrimonio de los hijos en esos términos? Más, ¿es lícito imponer la "concordia" grecorromana o la "armonía" hebrea como ideal de matrimonio a nuestra cultura, para decidir sobre su validez? Sería un imperialismo cultural pretender imponer los ideales y valores sociales de una cultura a otra. ¿Por qué no se dice nada de la necesidad del divorcio cuando la convivencia es un infierno y los que sufren son los hijos? ¡Es notorio que no se mencione a los hijos en relación al divorcio! ¿Debemos mantener la valoración que se tenía antaño de los niños? Su situación en la familia era diferente que en las nuestras; no contaban -por eso no se mencionan en relación al divorcio. Pero en nuestro mundo, precisamente por la importancia de los niños, el divorcio se impone como necesidad si el clima familiar es infernal o disfuncional, y también las nuevas nupcias si le van a dar estabilidad y seguridad a los hijos. ¿Por qué se olvida, a la hora de considera la sentencia de Jesús que apuntaba a principios generales basados en la idea que tenía de Dios: un padre (abba) dispuesto al perdón y movido por la compasión, pero también defensor de "la viuda, el huérfano y el extranjero" (la divorciada está en la misma situación que la viuda)? Jesús mismo no dijo nada explícito sobre las nuevas nupcias -lo dicen Marcos (10,11s) y Mt/Lc. Pablo deja abierto el que la parte que fue abandonada por la pagana se vuelva a casar, pero con un cristiano (1Cor 7,15). Cierto, él prefiere que no se casen. El mismo indicó que hay que vivir el carisma (v.7); "es preferible casarse que quemarse" (v.8s). 6. El mensaje es lo que constituye la Palabra de Dios, la cual debe hablar al auditorio que lo escucha, y que vive en una matriz sociocultural particular, no idéntica a aquella de otras latitudes o tiempos, ni de los tiempos bíblicos. Palabra de Dios no es la cultura, sino los valores profundos que se transmiten. En relación al divorcio, es la defensa de la integridad y la dignidad de la persona víctima del capricho de alguien. Al remitir al origen como respuesta a la pregunta por la licitud del divorcio, Jesús exhortaba a restituir la dignidad de la mujer como persona creada por Dios (notar que se trata de Dios creador) y a tomar en su seriedad como voluntad divina "la vocación" al compañerismo (independientemente de lo que condujo al matrimonio). La sentencia de Jesús sobre el divorcio no es un mandato (género literario), y lo que se dice hay que entenderlo en el contexto de la visión socio-cultural de antaño sobre el matrimonio: la importancia del honor, la vida en estrecha comunidad, el trabajo complementario familiar, etc. Por eso, los evangelistas adaptaron la visión de Jesús sobre el matrimonio a las realidades socio-culturales de sus comunidades, y Pablo la adaptó a la situación de Corinto. Nosotros debemos hacer lo mismo, para que esa palabra de Dios siga hablando hoy. Los juicios emitidos en base a valores Orientales, como el código de honor, deben ser reconsiderados en culturas donde los valores son diferentes, donde la primacía no es el honor sino la dignidad, que incluye el derecho a la autorrealización. Por eso, como excepción que legitime el divorcio no puede valer solamente el adulterio (Mt 19,9), sino también la incompatibilidad insuperable de caracteres que coactan esos valores, la reiterada violencia física, la negación de la libertad, y otras causales que nos han enseñado a valorar las ciencias sociales y humanas. Y no solo se trata del divorcio como tal, sino también de la posibilidad de nuevas nupcias, como ya antaño se contemplaba cuando se hablaba de divorcio. Quien no tiene vocación de célibe debe casarse, sentenció Pablo (1Cor 7,9). Mucho antes en Gén 2 se destacó que "no es bueno que el hombre esté solo"... y Dios le creó una compañera. Y en Gén 1 se subrayó que, creado "a imagen de Dios", el ser humano (ha'adam) fue hecho "varón y mujer" (v.27). Fue a Génesis que Jesús remitió como principio hermenéutico, y fue su profunda compasión que le movía a defender la dignidad de las personas, especialmente las marginadas y maltratadas. 7. Al concluir su extensa tesis doctoral sobre el tema, Corrado Marucci apuntó a una gran verdad, como había hecho antes Joseph Fitzmyer, cuando afirmó que "gran parte de las resistencias sobre la interpretación que también nosotros sostenemos aquí, deriva del temor que, concedido un motivo de divorcio en Mt, se abra la concesión a cualquier motivo... Admitir un solo motivo de divorcio significa destruir la teoría del vínculo metafísicamente indisoluble, es decir afirmar que el matrimonio (válido) entre dos cristianos no es esencialmente indisoluble". Me temo que sigue latente la crucial pregunta que se planteó durante el concilio de Trento: "¿Puede sostenerse que el matrimonio, aun en caso de adulterio, es indisoluble, cuando el conocido pasaje en Mat 19,9 no es explicado de manera inequívoca en ese sentido por exegetas como Cayetano; cuando de hecho tenemos decisiones conciliares, decretos papales y testimonios patrísticos que asumen la postura contraria; y cuando las Iglesias orientales desde hace muchos siglos observan la práctica contraria?". Nos encontramos en los últimos versículos del c. 12. Solo queda por delante en el evangelio de Mc el discurso escatológico del c. 13 y la pasión. Jesús una vez más, enseña. A pesar de que el episodio que acabamos de leer se reduce a cuatro versículos, tiene una profundidad enorme. Es el mejor resumen que se puede hacer del evangelio. La simplicidad del relato esconde el más profundo mensaje de Jesús: Toda la parafernalia religiosa externa no tiene ningún valor espiritual; lo único que importa es el interior de cada persona.
Este simple relato deja clara la crítica de Jesús a la religión de su tiempo (y a la de todos los tiempos). En él señala la diferencia entre religión y religiosidad; entre cumplimiento de las normas y la vivencia interior; entre los ritos programados y la experiencia de Dios. Aún no hemos aprendido la lección. Hoy seguimos dando más importancia a lo externo que a una actitud interior. A la religión sigue interesándole más que seamos fieles a la doctrina, a los ritos y a las normas. Y la verdad es que nosotros mismos estamos más pendientes de lo que hacemos o dejamos de hacer que de nuestra actitud vital de donde proceden los actos. En este episodio queda claro el talante de Jesús. Cualquiera de nosotros, progresistas, le hubiéramos dicho a la viuda: no seas tonta; no des esas monedas a los sacerdotes; tienen más que tú. Utilízalas para comer. Pero Jesús que acaba de criticar tan duramente los trapicheos del templo, descubre también la riqueza espiritual que manifiesta la viuda pobre y reconoce que a ella sí le sirve esa manera de actuar, porque es reflejo de su actitud para con Dios. Alejada de todo cálculo, se deja llevar por el sentimiento religioso más genuino. Echaban en cantidad. Las monedas se depositaban en una especie de embudos enormes en forma de bocina, colocados a lo largo del muro. La amplia boca de las bocinas de bronce permitía lanzar las monedas desde una distancia considerable. Los ricos podían oír con orgullo, el sonido de sus monedas al chocar con el metal. Lo que echó la viuda fueron dos monedas del más bajo valor de la época. Las dos monedas constituían una cantidad ridícula. La traducción debía acomodarse a cada época. Hoy serían dos céntimos. Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. El comienzo “amen dico vobis” indica que la frase es muy importante. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias, no es nueva en la religiosidad judía; se encuentra en muchos comentarios del AT. Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo de actitud religiosa. Esta es la originalidad de la propuesta de Jesús. Dio todo lo que tenía para vivir. Para captar toda la fuerza de esta frase final, tenemos que tener en cuenta que en griego “bios” significa no sólo vida, sino también, modo de vida, recursos, sustento; sería el conjunto de bienes (normalmente alimentos) imprescindibles para la subsistencia. Nosotros tenemos una palabra que se podía aproximar bastante a lo que expresa el texto griego: “víveres” o “sustento”. Dio todo lo que constituía su posibilidad de vivir. Equivaldría a poner su vida en manos de Dios. Hay que tener en cuenta que Jesús ya había llevado a cabo la “purificación del templo”. Sabemos su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su crítica al expolio de los pobres en nombre de Dios, para que los jefes religiosos vivieran como reyes. De hecho, el templo era el centro económico de todo el país. Esa economía estaba basada en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar al templo el diezmo de todo lo que cosechaban, además de donativos voluntarios. Al Dios liberador, le habían convertido en el dios opresor y exigente que esclavizaba el pueblo por medio de sus dirigentes. En contra de los que solemos pensar, el evangelio nos está diciendo que el principal valor de la limosna no es socorrer una necesidad perentoria de otra persona, sino mostrar una verdadera actitud religiosa. La limosna de la viuda, a pesar de su insignificancia, demuestra una actitud de total confianza en Dios y de total disponibilidad. En nuestras relaciones con Dios no sirven de nada las apariencias. La sinceridad es la única base para que la religiosidad sea efectiva. A Dios no se le puede engañar con acciones calculadas. No se trata directamente de generosidad, sino de desprendimiento. Lo que el evangelio deja claro es que el egoísmo y el amor son dos platillos de la misma balanza, no puede subir uno si el otro no baja. Nuestro error consiste en creer que podemos ser generosos sin dejar de ser egoístas. Lo que Jesús descubre en la viuda pobre es que, al dar todo lo que tenía, el platillo del ego bajó a cero; con lo que, el platillo del amor había subido hasta el infinito. Si mi limosna no disminuye mi egoísmo, no tiene valor espiritual. El evangelio de hoy, ni cuestiona ni entra a valorar la limosna desde el punto de vista del necesitado, porque lo que la viuda echó en el cepillo no iba a solucionar ninguna necesidad. Se trata de valorar la limosna desde el punto de vista del que la hace. Jesús ensalza la actitud de la viuda, aunque acaba de criticar muy duramente la manera que tenían los sacerdotes de gestionar los donativos al templo. La limosna de la que hoy se habla, no es la que salva al que la recibe, sino la quesalva al que la da. La diferencia es tan sutil que corremos el riesgo de hablar hoy de tanta necesidad acuciante que encontramos en nuestro mundo y por tanto, de la necesidad de hacer limosna para remediar esas necesidades extremas. Hoy no se trata de eso. Se trata de dilucidar donde ponemos nuestra confianza. Podemos ponerla en la seguridad que dan las posesiones o en la seguridad que nos da la confianza en Dios. La motivación de cualquier limosna no debe ser, en primer lugar, remediar la necesidad de otro, que está en peores condiciones que yo, sino el manifestar el despego de las cosas materiales y afianzar nuestra confianza en lo que vale de verdad. La cuantía de la limosna en sí, no tiene ninguna importancia; sólo tendrá valor espiritual, si el hacerla, supone privarme de algo. Dar de lo que nos sobra, puede aliviar la carencia de los demás, pero no tener ningún valor religioso para mí. Mi limosna valdrá la pena sólo si me duele un poquito. El que recibe una limosna, puede estar necesitado de lo que recibe; en ese caso, la limosna ha cumplido un objetivo social. Ese objetivo no es lo esencial. El que recibe una limosna, puede aceptarla como una lotería sin descubrir la calidad humana del que se la ha dado. O puede darse cuenta de que la actitud del otro le está invitando a ser también él más humano. Si esto segundo no sucede, es que la limosna como acto religioso, ha fallado para el que la recibe. Alcanzar este último objetivo, depende de la manera de hacerla. El que la da puede ser que da de lo que le sobra; o puede ser que se prive de algo que necesita. En el primer caso podía demostrar desapego, al superar el afán de acaparar y buscar en las riquezas seguridad. En el segundo, entramos en una dinámica religiosa. Un necesitado podría dar una limosna al que no la necesita. En ese caso, el objetivo religioso, del que la da, se cumple. Sin tener esto en cuenta, con frecuencia dejamos de dar una limosna, porque pensamos que no va a utilizarse para remediar una necesidad real. Sólo cuando das lo último que te queda, demuestras que confíasabsolutamente. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo, decía S. Ambrosio: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Un famoso escritor actual dijo en una ocasión: solo se gana lo que se da; lo que se guarda se pierde. La viuda, al renunciar a la más pequeña seguridad, manifiesta la verdadera pobreza. Meditación-contemplación La viuda entregó todo lo que tenía para subsistir. Las dos monedas no tenían ningún valor, pero la actitud interna que demuestra ese insignificante don es lo más valioso que podemos imaginar. …………… Los actos sólo tienen valor religioso y humano en la medida en que son expresión de nuestro interior. No importa que sean espectaculares o insignificantes. Su valor está en lo más íntimo de la persona. ……………… Mi escala de valores debe cambiar. Debo dejar de valorar lo que se ve, Para empezar a valorar en mí y en los demás lo que me hace más humano y más cristiano. ……………… Una viuda con mucha fe (1ª lectura)
Se trata de un relato muy sencillo, que recuerda a las leyendas sobre San Francisco de Asís (las “Florecillas”). Lo importante no es su valor histórico sino su mensaje. Destaco algunos detalles. 1. La pobreza de los protagonistas. En el mundo antiguo, de estructura patriarcal, las personas más marginadas eran las viudas y los huérfanos; la muerte del marido o del padre los condenaba en la mayoría de los casos a la miseria. En nuestro relato, esta situación se ve agravada por la sequía, hasta el punto de la mujer está segura de que ni ella ni su hijo podrán sobrevivir. 2. La fe y la obediencia de la mujer. Muchas veces, comentando este texto, se habla de su generosidad, ya que está dispuesta a dar al profeta lo poco que le queda. Pero lo que el autor del relato subraya es su fe en lo que ha dicho el Señor a propósito de la harina y el aceite, y su obediencia a lo que le manda Elías. 3. La categoría excepcional de Elías, al que Dios comunica su palabra y a través del cual realiza un gran milagro. Teólogos presumidos y una viuda generosa (evangelio) El relato tiene dos partes: la primera denuncia a los escribas; la segunda alaba a una viuda. Lo que las relaciona es el la actitud tan contraria de los protagonistas: mientras los escribas “devoran los bienes de las viudas”, la viuda echa en el arca “todo lo que tenía para vivir”. ¡Cuidado con los escribas! Los escribas eran especialistas en cuestiones religiosas, dedicados desde niños al estudio de la Torá. Tenían gran autoridad y gozaban de enorme respeto entre los judíos. Pero Jesús no se fija en su ciencia, sino en su apariencia externa y sus pretensiones. La descripción que ofrece de ellos no puede ser más irónica, incluso cruel. Forma de vestir (amplios ropajes), presunción (les gustan las reverencias en la calle), vanidad (buscan los primeros puestos en la sinagoga y en los banquetes), codicia (devoran los bienes de las viudas), hipocresía (con pretexto de largos rezos). Todo esto es completamente contrario al estilo de vida de Jesús y a lo que él desea de sus discípulos. Por eso los amonesta severamente: «¡Cuidado con los escribas!». No es preciso añadir que los discípulos le hicieron poco caso y terminaron vistiendo como los escribas, exigiendo reverencias y besos de anillos, ocupando primeros puestos, y devorando bienes de viudas, viudos y casados. Por desgracia, de este evangelio no se puede decir: «Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia», aunque debemos reconocer que la situación ha mejorado bastante. Elogio de la viuda En la 1ª lectura y en la segunda parte del evangelio tenemos personajes parecidos: una viuda y un profeta (Elías-Jesús). Pero la relación entre ellos se presenta de manera muy distinta. Basta fijarse en los siguientes detalles: ¿De qué hablan la viuda y el profeta? Elías y la viuda mantienen un diálogo, mientras que Jesús no dirige ni una palabra a la viuda. Cuando ve lo que ha hecho, no la llama para dialogar con ella, sino que llama a sus discípulos para darles una enseñanza. ¿Qué hace la viuda por el profeta? La viuda entrega todo lo que tiene a Elías y trabaja para él; la viuda del evangelio no hace nada por Jesús. ¿Qué hace el profeta por la viuda? Elías hace un gran milagro para resolver el problema económico de la viuda; Jesús no le da ni un céntimo. La enseñanza silenciosa de la viuda Los relatos anteriores de Marcos (que no se han leído en las misas del domingo) han ido presentando una serie de personas y grupos que se presentan ante Jesús para discutir con él las cuestiones más diversas: de dónde procede su autoridad, si hay pagar tributo al César, si hay resurrección de los muertos, cuál es el mandamiento principal, etc. Al final aparece esta viuda, que no se preocupa de cuestiones teóricas ni teológicas, ni siquiera se interesa por Jesús; sólo le preocupa saber que hay gente pobre a la que ella puede ayudar con lo poco que tiene. La viuda es un símbolo magnífico de tantas personas de hoy día que no tienen relación con Jesús, pero que se preocupan por la gente necesitada e intentan ayudarlas, sin considerarse ni ser cristianos. Pero es importante advertir que la preocupación de la viuda no es de boquilla, entrega todo lo que tiene. Jesús, que no llama a la viuda para dialogar con ella ni pedirle que pase a formar parte del grupo de sus discípulos, nos puede servir de ejemplo para la actitud que debemos adoptar ante esas personas. No hay que intentar convertirlas a toda costa. En los tiempos que corren, de tanta necesidad para tanta gente, el evangelio de este domingo nos da mucho que pensar y que rezar. “Corruptio optimi, pessima”, decía un antiguo adagio latino. Cuando lo mejor se corrompe, se convierte en lo más dañino y peligroso. Y eso ocurre con la religión, que se corrompe en el momento mismo en que se absolutiza y, con ella, los que detentan el poder dentro de la institución.
La explicación es sencilla: todo aquello de lo que el yo se apropia, se pervierte. Y cuanto más “elevado” es el objeto de su apropiación, tanto más peligro reviste. Así, la religión, en cuanto construcción social que buscaba vehicular y potenciar el anhelo humano de plenitud, una vez apropiada por el yo, se convierte en instrumento de poder, al servicio de quienes se han constituido como “mediadores” del Absoluto. Si todo poder otorga un estatus de superioridad, que se traduce en dominio sobre los otros, cuando al poder se le atribuye un origen divino, resulta incuestionable: no queda otra posibilidad que la sumisión. Y eso es lo que ha ocurrido, con demasiada frecuencia, en el campo religioso. Quien se reviste de esa aureola de “poder sagrado” se ve fácilmente tentado por la pretensión de superioridad frente a los demás y, aun sin ser consciente, irá adoptando modos y maneras en los que aquella supuesta superioridad se haga manifiesta. Y encontrará justificaciones para cualquier comportamiento: desde “pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, y buscar los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes”, hasta “devorar los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos”. El engaño del poder –particularmente nefasto en el ámbito religioso- encuentra su remedio únicamente en lo que simboliza la imagen de la viuda, que aparece en este mismo relato. Entendida simbólicamente, esa figura representa la actitud de desprendimiento o desidentificación del yo: “Ha echado todo lo que tenía para vivir”. Estas son realmente las personas que nos cautivan y despiertan nuestras más nobles aspiraciones: aquellas radicalmente desegocentradas, que manifiestan una confianza incondicional y una libertad contagiosa. En esta misma clave simbólica, mientras los letrados simbolizan la religión absolutizada, de la que han hecho su medio de vida y de poder, la viuda representa la espiritualidad sabia, que constituye una dimensión fundamental del ser humano, caracterizada por la libertad. La religión es un “mapa” que pretende orientar en el camino hacia el descubrimiento de quienes somos. Entonces se vive al servicio de la persona y de la espiritualidad. Sin embargo, cuando se absolutiza, se corrompe y confunde. La espiritualidad constituye aquella dimensión profunda de la persona, por la que clama nuestro anhelo más hondo, y que tiene que ver directamente con nuestra verdadera identidad. La religión es lo que tenemos, la espiritualidad es lo que somos. Es conocida la frase de Teresa de Jesús: “también entre los pucheros anda el Señor” (Fundaciones 5,8). Pero la entenderemos mal si pensamos que eso le ocurría a ella sola, porque debía ser de otra pasta.
Pues no: antes que santa, doctora de la Iglesia o mística, Teresa era simplemente un ser humano de carne y hueso, como todos nosotros. Decir esto parece una perogrullada. Pero, si olvidamos esa perogrullada, todas las grandezas de Dios parecen no pertenecer a esta tierra nuestra. Y acabamos creyendo que no nos atañen a nosotros, sino a seres de otra galaxia. Por eso creo que no es bueno leer a Teresa olvidando sus cartas: ellas tienen una espontaneidad que no podían tener sus otros escritos, expuestos al ojo escrutador de inquisidores y teólogos. En ellas se permite referirse al Nuncio como “Melquisedec”, a los miembros de la inquisición como “los ángeles”, o a los calzados como “los del paño”. Allí confiesa también que “a una monja descontenta yo la temo más que a muchos demonios”. Cuando hacen provincial a un fraile que ha tratado mal a sus monjas comenta con sorna: “debe ser porque tiene más cualidades que otros para hacer mártires”. Y cuando ve a otro fraile muy seguro sobre la admisión de una postulanta, porque cree que “en viéndola la conocerá”, le para los pies diciéndole que “no somos tan fáciles de conocer las mujeres”… Otras cartas reflejan su lucha para conseguir que no se impusieran a las monjas confesores obligados: “que yo temo más que pierdan el gran contento con que nuestro Señor las lleva…”. O expresan su alegría por “que mande nuestro padre que coman carne las dos de mucha oración”: pues considera que todo eso de los arrobamientos “no me parece más oración”. Reconoce también que “mozas con viejas no se pueden hallar bien”; por eso dice a su querido Jerónimo Gracián que se espanta de “cómo no se cansa de mí”. Pero se tranquiliza pensando que eso es una gracia que Dios le concede, para que “pueda pasar la vida que me da con tan poca salud y contento, si no es en esto”. Sus complicidades afectivas con Gracián (con pseudónimos y todo) darían para análisis más detenidos. Pero al menos apuntemos que a veces se pone hasta pesada quejándose porque le escribe poco; otras veces le explica cuánto le apena que tenga dolor de muelas “porque tengo harta experiencia de cuán sensible dolor es” y si tienes una sola dañada “suele parecer que lo están todas”; o le pregunta “si ha caído en ponerse más ropa, que hace ya frío”. Hacia el fin de su vida reconocerá que ha aprendido a gobernar y no es la que antes era: ahora “todo va con amor”, aunque no sabe si ello se debe “a que no me hacen por qué” (no me crean problemas) o a que, por fin, “ha entendido que así se remedia mejor”. Baste como conclusión que la más profunda experiencia mística no es incompatible ni con el sentido común, ni con la ironía o la lucha por lo que se cree justo, ni con un carácter enérgico o una afectividad difícil de controlar y con tendencia posesiva… En una palabra: no es incompatible con ser como somos todos. Una amiga, maestra en grafología, me contó que, cuando vio por primera vez la letra de Teresa, su impresión fue de susto porque traslucía “gran sexualidad y afán de poder”. Después comprendí -me explicó- que las personas no somos nuestro carácter ni nuestras pasiones, sino lo que cada cual hace con esos materiales, y que ahí está la grandeza de nuestra libertad. De hecho, con ese temperamento, Teresa escribe en sus reglas que “la priora sea la primera en barrer”, en aquella época en que tantas prioras (hijas naturales de nobles discretamente camufladas), tenían sus sirvientas que les barrían la celda mientras ellas “contemplaban”. ¿Qué contemplarían?… Esto permite comprender que “los pucheros” no están sólo fuera de nosotros, sino que el Señor anda también en ese complejo puchero que cada uno somos, donde se puede cocer una humanidad de muy buen sabor. Decir que entre los pucheros anda el Señor no significa sacralizar los pucheros, sino divinizar el trabajo hecho con ellos: simplemente porque ese trabajo servirá para alimentar a otros. De hecho, Teresa se lo dice a las hermanas que han de trabajar en la cocina. Apasionada y dueña de sí, doméstica y entrañable, perseguida y de buen humor, contemplativa y activa, fue también suficientemente sabia como para entender que si a un rico le dicen que modere su plato para que puedan comer los pobres “sacará mil razones para no entender eso sino a su propósito”: porque a los ricos “sus hechos les tienen ciegos”. Antaño tuve la paciencia de leerme todas las acusaciones que contra ella se presentaron a la inquisición (aquel famoso Orellana que creía jugarse su salvación eterna si no la acusaba…). Hoy disfruto pensando qué es lo que (en esa otra dimensión del más-allá) sentirá aquel acusador viendo a Teresa doctora de la Iglesia y quedando él como analfabeto teológico. Que es lo que son tantos afanes inquisitoriales, de ayer y de hoy. Cuando se habla de la evangelización de los pueblos indígenas, viene a la cabeza de algunas personas la intolerancia religiosa y la falta de respeto a las creencias, a las costumbres y a la cultura de los pueblos originarios. Recientemente, la Junta de las Misiones Nacionales usó su página en Facebookpara pedir oraciones por la evangelización de los pueblos indígenas en Brasil. El asunto repercutió bastante y en forma negativa en las redes sociales por Internet.
No pasó mucho tiempo para que algunos seguidores manifestaran su opinión sobre el tema. Algunos creen que la evangelización de los pueblos indígenas es un verdadero asesinato, un terrorismo étnico-cultural, y que la evangelización acaba con algo "raro y bonito” que todavía existe en Brasil. Otros apoyan el proyecto y subrayan que no es necesario dejar de ser indio para ser cristiano, y que el Evangelio no disuelve su cultura sino que la complementa. En entrevista con Adital, el pastor Valdir Soares, gerente nacional para la Evangelización de los Pueblos Indígenas de la Junta de las Misiones Nacionales [JMN], afirma que el trabajo de evangelización que las Misiones Nacionales vienen realizando en comunidades indígenas es de cuño social. "Desarrollamos un trabajo de relevancia social y no religioso, nuestro trabajo está orientado a la traducción del Nuevo Testamento, a cuadernillos en el área de la salud, tenemos líderes misioneros que trabajan capacitando a líderes indígenas para realizar el trabajo de evangelización en la propia comunidad”, resalta. Para la pastora Romi Marcia Bencke, secretaria general del Consejo Nacional de Iglesias Cristianas de Brasil (Conic), el tema es bastante complejo y delicado, pues en el marco de los 500 años de la colonización de América Latina, éste fue un tema muy debatido. En este contexto, se osó mirar críticamente las acciones evangelizadoras ante las comunidades indígenas. Tales acciones, en varias situaciones, recurren al uso de la fuerza y de la violencia. Fue necesario rever esa historia y rediscutir el concepto de misión y evangelización. "Esto significa colocarse del lado de los pueblos indígenas, respetando y acogiendo su forma de ver a Dios. Significa también aprender sobre la espiritualidad indígena y su manera de relacionarse con Dios y con la naturaleza. Los pueblos indígenas nos enseñan la cultura del buen vivir. Creo que ésta es una forma de evangelización. No significa hacerlos creer en Jesús, sino mostrar que nosotros, a partir de nuestra fe en Jesucristo, podemos y debemos respetar y acoger profundamente la forma en que los pueblos indígenas celebran a su/s divinidad/es” explica Romi. El pastor Valdir Soares explica que, en comunidades indígenas que solicitan la presencia misionera, el trabajo se realiza a través de acciones que promuevan la identificación y la valorización cultural de la etnia. Son acciones en el área de educación, como la escritura de la lengua, la preparación de cuaderillos de alfabetización en lengua indígena, diccionarios y producciones literarias en la lengua nativa, orientaciones sobre los cuidados de higiene y salud y la concientización sobre la prevención del uso de alcohol y substancias psicotrópicas, sobre la preservación ambiental, y el respeto y el amor al prójimo. "La única intención que tienen las Misiones Nacionales en este trabajo es contribuir a la promoción de la cultura y de los derechos indígenas, en lo relativo a la preservación de la vida y bienestar de sus comunidades; cuando nosotros, los de las Misiones, somos invitados por líderes indígenas buscamos siempre ayudarlos en sus necesidades reales”, explica el pastor. Romi cree que muchas acciones evangelizadoras ante los pueblos indígenas son realizadas a partir de un pasaje de la Biblia: "Id y haced discípulos en todas las naciones, bautizando en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28.19). Subraya además que cualquier acercamiento a los pueblos indígenas debe estar orientado por el respeto de su religiosidad, de sus divinidades y de sus espacios sagrados, sin destruir el espacio sagrado indígena para construir iglesias, lo cual sería herir la dignidad religiosa de los pueblos tradicionales. Cuando se le preguntó si el Conic tiene algún proyecto social o alternativo en relación con este tipo de misión, Romi explica que el Consejo propiamente no lo tiene, pero las iglesias del Conic sí. En la Iglesia Católica Romana, por ejemplo, existe el Consejo Indigenista Misionero [Cimi], y la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en Brasil tiene el Consejo de Misión entre Pueblos Indígenas [Comin]. "Estas dos experiencias ofrecen ejemplos de acción misionera respetuosas de la religiosidad y la espiritualidad indígenas y, como Consejo Ecuménico, el Conic se identifica con la propuesta de estos dos organismos. Ambos Consejos [Comin y Cimi] parten de la comprensión de que trabajan con los pueblos tradicionales y no por los pueblos tradicionales. Esto es muy significativo”, explica Romi. "Esto significa apoyarlos en sus luchas por el territorio, la preservación de su cultura, sus espiritualidades, etc. Tanto el Comin como el Cimi han realizado trabajos misioneros muy interesantes, en el sentido de denunciar las violaciones sufridas por los pueblos tradicionales. Esto es una forma de hacer misión y evangelizar. A partir de la fe en Jesucristo ponerse junto a los pueblos tradicionales es el principio de la compasión y de la comunión”, completa la pastora. Cuando se le preguntó si el Conic está a favor de las acciones de evangelización de los pueblos indígenas, Romi aclaró que el Consejo está a favor. "Debemos ser convertidos y convertidas por la cultura del buen vivir indígena. Nuestra lógica de la expansión capitalista a cualquier costo no es coherente con el Evangelio. La espiritualidad indígena nos enseña a mirar hacia la esencia del Evangelio”, señala. Cuando se le preguntó si el trabajo de evangelización interfiere en las creencias y en los costumbres de los pueblos indígenas, el pastor Valdir Soares aclaró que el acceso a la educación abre puertas a nuevos horizontes. Al ser alfabetizados, se amplían las oportunidades de trabajo y estudio, de modo que muchos pasan a tener acceso a la universidad. Si paseamos cualquier tarde por los alrededores del Centro nocturno de Baja Exigencia, en la calle Dr. Fedriani de Sevilla, podemos contemplar el espectáculo desolador de decenas de personas sin hogar que deambulan esperando que se abra la reja de entrada. Cuando ésta se abre, un trabajador de la empresa que gestiona dicho centro, Grupo 5, leerá los nombres apuntados en una lista, nombrando a los elegidos que, al menos esa noche, podrán dormir en una cama, al abrigo de las inclemencias del tiempo. Nombres en una lista que salvará por un día aproximadamente a cuarenta personas afortunadas. Los que entran lo hacen rápido, sin apenas mirar atrás, donde dejan amigos, colegas o compañeros de fatigas. Caminan, sin creerse aún la suerte que les permitirá ducharse, cenar caliente y dormir tranquilos varias horas seguidas.
Muchos otros, los no elegidos, cogerán sus escasas pertenencias y caminarán de nuevo en busca de un lugar seguro, de un abrigo o refugio donde pasar la noche. Si observas sus rostros puedes leer la angustia y la ansiedad que esa forma de vivir les provoca. Rostros ajados, secos, enjutos en su mayoría. Ojos hundidos, con la mirada perdida y de pisadas lentas. Antonio, Carlos o Fidel son algunos de ellos. Vidas diferentes e igual resultado: la calle como hogar. Ellos me cuentan cómo son sus días. Y lo que me dicen es estremecedor: días llenos de pasos que no llevan a ninguna parte, llenos de miradas y gestos de desprecio. Bien por su aspecto o bien por su olor, son expulsados sistemáticamente de todos los lugares públicos, condenados a la soledad y el abandono. Se marchan sabiendo que mañana les tocará volver a la misma reja y probar suerte de nuevo, sin que nadie pueda saber los criterios de selección que manejan para dejarles, o no fuera. He intentado, sin éxito, que me confirmen desde Grupo 5 y el Ayuntamiento dichos requisitos ante la reclamación de las personas afectadas, que esgrimen posible arbitrariedad y ocultación de los mismos. Entonces me pregunto cómo es posible que un ayuntamiento como Sevilla, con un presupuesto de setecientos cincuenta y cinco millones de euros, destine a paliar la problemática de las personas sin hogar casi cuatro millones de euros, y aún así sigan viviendo tantas personas en la calle. ¿Son suficientes dichos recursos? Los recursos para las Personas sin HogarLa financiación de los servicios para personas sin hogar es en un 90% financiación a través de partidas públicas, autonómicas, municipales y europeas. El otro 10% lo aportarían algunas entidades privadas y particulares. Veamos cómo se distribuye parte de la partida presupuestaria de los Recursos Municipales, todos ellos de titularidad pública, gestión privada y financiación pública. -Tres millones cuatrocientas euros son destinados a las UMIES (Servicio de Intervención Social en Emergencias Sociales y Exclusión Social), que los divide en aportaciones a la SES (Servicio de Emergencias Sociales), que cuenta con un servicio de atención 24 horas al día, 365 días al año, para lo cual está dotada de una furgoneta para la atención en la calle y el traslado de usuarios en situación de emergencia. Y el Centro de Acogida Municipal, situado en la calle Perafán de Ribera, donde se acoge a unas 165 personas sin hogar, distribuidos en programas de corta, media o larga estancia, donde tienen habilitados, también, varios módulos familiares. Allí los internos pueden permanecer las 24 horas al día, donde reciben atención a sus necesidades más básicas, así como orientación e información sobre otros servicios y procedimientos administrativos. -Por otra parte, con una dotación de trescientos setenta mil euros anuales, el Centro de Acogida nocturna de Baja Exigencia Hogar Virgen de los Reyes, donde pernoctan alrededor de 40 hombres y mujeres sin hogar. Allí se les ofrece duchas, cena y desayuno, una cama en literas en habitaciones compartidas y una taquilla para sus pertenencias durante su breve estancia, debiendo abandonar el albergue a las 8 de la mañana, después del desayuno. Se da la circunstancia de que en el próximo mes de Noviembre se llevará a cabo una nueva adjudicación de la gestión privada de este Centro, que se encuentra actualmente en fase de valoración de las ofertas presentadas. En el concurso, varias empresas se disputan dicha gestión, entre ellas la que lo gestiona actualmente, Grupo 5, y la que lo gestionó anteriormente, la Fundación RAIS. Además de estas entidades, existen otros centros, de titularidad privada, gestionadas por entidades religiosas en su mayoría, pero con dotación económica pública y privada, aunque las grandes partidas correspondan a la financiación pública. Entre otros cabría destacar el Centro Amigo, de Cáritas (con unas 20 plazas de estancia media o larga), Miguel de Mañara, de San Vicente de Paul (con otras 20 plazas de estancia media) o Cristo Vive (con otras 10 plazas). Como podemos comprobar, aún sumando todos los recursos, públicos o privados, no llegarían a cubrir ni el 50% de las necesidades estimadas. La primera duda que me asalta es el por qué el Ayuntamiento de Sevilla gestiona los servicios sociales a personas sin hogar a través de empresas privadas. Para conocer más sobre la gestión de los Centros, contacto con Felipe García Leiva, antropólogo e investigador, experto en sinhogarismo. Me explica la transición hacia este modelo actual, desde un modelo impregnado de un concepto caritativo anterior, en el que eran las entidades de tipo religioso las que se encargaban de paliarlo. Fue allá por el año 2009 cuando la entonces delegada municipal de servicios sociales, Ana Gómez, junto con otras personas y organizaciones que venían reclamando una mejora en el sistema de atención de las personas sin hogar, lo modifican, ampliando y mejorando los recursos y las plazas. Dándose la circunstancia de que con su marcha esta inercia de mejora quedó paralizada, e incluso mermada, hasta la fecha. La segunda duda es el número real de personas sin hogar que habitan en las calles sevillanas. Lamentablemente, me dice, no se conoce el número exacto. Nadie nunca los ha registrado. En esa línea, se realizó en 2010 un mínimo estudio de recuento en un ejercicio conjunto en todas las capitales andaluzas, a petición de la Mesa de Expertos en Sinhogarismos de Andalucía, que arrojó una cifra estimativa de 500 personas (actualmente, se cree que rondaría las 700). Pero, hay muchos que permanecen ocultos o invisibles. Los servicios sociales sólo contabilizan individualmente el número de usuarios de cada unidad, por lo que si las personas sin hogar no utilizaran ninguno de los recursos, o por el contrario usaran varios, el número oscilaría. En Málaga, por ejemplo, sí existe un registro centralizado de los usuarios, lo cual evita las duplicidades. La tercera duda es sobre el perfil de las personas sin hogar. Se tiene la idea preconcebida, basada en el estigma, de que estas personas se encuentran en esta situación por problemas derivados del uso abusivo de drogas o alcohol, dedicadas a la mendicidad o con problemas mentales. Él comenta que ni hay estudios realmente fidedignos ni se han diagnosticado a ese respecto. Que la cifra de personas con algún trastorno mental grave no alcanzaría ni el 10% de la población sin hogar. Y que las personas que padecen problemas de alcoholismo o drogodependencia oscilaría en un abanico de entre el 20%-30%. Lo cual nos arroja la cifra de un 70% de población que vive en la calle y que no consumiría ni drogas ni alcohol, por lo que se estaría tomando la parte por el todo a la hora de elaborar un perfil. Cabe reconocer que la mayoría sí sufre situaciones de acumulación de situaciones estresantes, que perjudicarían seriamente su salud. Actualmente, el perfil ha ido evolucionando conforme los efectos de la crisis son más notorios, con un gran salto cualitativo y cuantitativo. Si hace unos años el perfil era mayormente masculino, se detecta una feminización progresiva, hasta el 20% del total de personas sin hogar. Así mismo, se percibe una extranjerización, juvenización y mayor diversidad cultural entre los usuarios de los recursos. Se observa una democratización de la exclusión social, por la que cualquier persona puede estar considerada en riesgo. Felipe García concluye con un novísimo perfil de la exclusión: familias completas, antes ajenas a la pobreza y la exclusión social, la llamada pobreza "vergonzante" y sobrevenida que les impide pedir ayuda a los servicios sociales ni ir a comedores sociales. Se trataría de personas cuyo nivel de vida se ha visto bruscamente modificado y cuyo entorno social les condicionaría a seguir aparentando un estatus anterior. ¿Se están utilizando correctamente los recursos?Felipe García nos adelanta datos de su investigación. Para comprobar que no se están utilizando correctamente los recursos le basta con hacer la cuenta de lo que cuesta un recurso y dividirlo entre el número de beneficiarios. Si dividimos los tres millones cuatrocientos mil euros del coste anual del Centro de Acogida Municipal entre los 165 posibles usuarios, nos sale la cantidad de veinte mil seiscientas seis euros al año, por usuario. Si esa cantidad la dividimos, a su vez, entre los 12 meses del año, salen unos mil setecientos diecisiete euros por cada usuario y mes. Teniendo en cuenta que un piso medio en Sevilla puede costar alrededor de 500 euros… ¿No sería más interesante invertir ese dinero en la aplicación de una renta básica universal de misma cantidad de s.m.i., una vivienda social, y el sueldo de un equipo de profesionales que tutelen de forma directa a estas personas, acercándoles a un tipo de vida más organizado? Si hacemos la cuenta sumando el gasto de varios usuarios que pudieran compartir la vivienda en pisos tutelados, el ahorro que se podría conseguir sería aún mayor, así como la mejora de su atención y posibilidades de reincorporación social, que debería ser el objetivo, que rara vez se consigue con el modelo actual. Por otra parte, la gestión privada de estos recursos de titularidad pública y de financiación pública adquiere un carácter excesivamente mercantilista. Uno de los objetivos fundamentales de las empresas que concurren en los concursos públicos es el beneficio económico, frecuentemente oculto detrás de las buenas palabras y la declaración de buenas intenciones. Hemos podido comprobar, incluso, como una entidad sin fines lucrativos como es RAIS,- a la sazón una de las concursantes en la actual licitación- llegó a hacer una bajada que de alguna manera podría parecernos temeraria, entorno al 26% del presupuesto presentado a concurso de la gestión del Centro nocturno de Baja Exigencia Hogar Virgen de los Reyes en el año 2012, de tal modo que el propio ayuntamiento tuvo que realizar un informe para corroborar que con esa bajada, el servicio iba a poder realizarse. Pero, si es así, ¿a costa de qué y de quién puede seguir realizándose un servicio presupuestado anteriormente un 26,54% más alto? Evidentemente, no se puede. Según los propios internos y antiguo personal de dicho centro, durante ese periodo ni las instalaciones, ni los equipamientos, ni las prestaciones básicas (como el servicio de alimentación, higiene, descanso, lavandería...) funcionaron en unos mínimos niveles estándares de calidad. ¿Por qué, entonces, el Ayuntamiento de Sevilla, titular y con las competencias de los servicios sociales, sigue manteniendo este modelo de atención? ¿Por qué el nuevo Consistorio ha vuelto a sacar a concurso este servicio de la misma manera que sus predecesores? El Ayuntamiento de Sevilla comenta que el nuevo titular, Juan Manuel Flores Cordero, tiene como prioridad abrir nuevas camas para mediados del mes próximo, antes de la temporada fuerte de frío y lluvia. Y que es notoria la falta de plazas en ambos centros y que es su intención ampliar la oferta, aunque sin detalles sobre cómo iba a hacerlo posible. Felipe García aboga por otro tipo de sistema más de acuerdo con las experiencias del Norte de Europa, en la línea de ejemplos de modelos más sostenibles e integrales, sin grandes centros, como el Centro de Acogida Municipal, con claras deficiencias en cuanto a la atención psico-social, con un carácter demasiado prescriptivo e incluso represivo. Y sustituirlo por un modelo de viviendas individuales o para 2 ó 3 personas, y de pequeños centros de no más de 20 personas, con una racionalización de plazas y recursos, contemplando la reinserción social. Hay que tener en cuenta que lo que mejoraría las condiciones de vida de las personas en riesgo o situación de exclusión social serían medidas de carácter estructural que incidieran sobre ellas como sujetos de derecho, la disponibilidad de una Renta Básica o de unos ingresos y alojamiento dignos, unidos a una atención personalizada y adaptada a las características y circunstancias personales. El modelo debería pivotar alrededor de cinco coordenadas: detección temprana y prevención, emergencias, estabilización y recuperación, promoción personal y social y autonomía. En lugar de seguir trabajando, escasamente, en las emergencias, como se hace actualmente. Todos los informes presentados en estudios sobre la pobreza nos muestran una triste realidad: el número de personas que en España está en riesgo de exclusión supera los 13,6 millones de personas. Que 2,17 millones de personas han sido atendidas de alguna manera por Cáritas. Y de ellas, un 53% viven en hogares donde algún miembro de la familia tenía empleo, lo cual significa que el empleo, por sí mismo, ya no garantiza salir de la pobreza sin el apoyo de políticas de protección social. Entonces, si estamos fracasando en las medidas anti pobreza, ¿qué no pasará en el último eslabón de esta cadena, la de las personas con una situación de mayor gravedad y deterioro? No es suficiente con que pongamos nuestra atención en esta problemática un día al año, sino que trabajemos todos juntos, instituciones y entidades, para encontrar las posibles soluciones a este problema tan complejo. Porque, mientras llegan las soluciones, cuando el centro nocturno cierra su puerta a las 8 de la mañana, las personas sin hogar estarán condenadas a pasar otras doce horas, cuanto menos, en las calles. Deambularán de nuevo sin rumbo fijo, porque no tienen dónde ir. Algunos caminarán a media mañana hacia uno de los comedores sociales, todos de titularidad privada pero financiación pública o mixta, ligados a entidades religiosas (como el de San Juan de Dios, los de San Vicente de Paul o por los bocadillos de Cáritas). Pero todos mirarán al cielo pidiendo sol en invierno y fresco en verano. Buscarán perderse de las miradas ajenas en los parques y jardines, que son su refugio. Dejarán pasar las horas delante de ellos. Horas que se convertirán en días. Días que se convertirán en meses. Meses que se convertirán en toda una vida si no impedimos que se continúe con la mercantilización de la pobreza. En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.
Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, trope-zamos continuamente, nos sentí-mos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiri-tualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta. Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventu-ranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano. A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirle, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios. Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias. Evitar dos errores En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús». No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús». No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios». Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias. Las puertas y el palacio Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle. Esta fiesta puede tener para nosotros un profundo sentido religioso, si la entendemos como invitación a la unidad de todos los seres en Dios. No recordamos a cada uno de los seres humanos como individuos. Al decir todos, celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno de nosotros. No se trata de distinguir mejores y peores, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos y dar gracias por ello. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. Decir ‘ser humano’ lleva en sí la limitación y por tanto la imperfección en todos los órdenes. Dios no necesita eliminar la imperfección en nosotros.
Vamos a examinar primero algunas frases del evangelio que nos ayuden: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. De acuerdo, ¿pero como es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed santos porque yo vuestro dios soy santo”, no hace alusión alguna a la condición moral. La perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es todo esencia, no hay nada que pueda tener o no tener. Cada uno de nosotros es perfecto en nuestro verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotros. No estamos hablando de nuestras cualidades sino de lo que Dios es en nosotros. Se trata del tesoro que llevamos en vasijas de barro, como decía Pablo. Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer. Es un error garrafal el creer que podemos alcanzar la perfección con el esfuerzo personal. También aquí nos hemos alejado del evangelio. Hemos propuesto como ideal cristiano, el ideal de perfección griego. El que se somete a este ideal, no podrá escapar a una de estas trampas: en la medida que lo consiga, se creerá superior a los demás y los despreciarán olímpicamente (no hay nada más contrario al evangelio). El que no lo consiga, tratará por todos los medios, de aparentar que lo ha conseguido, con lo cual caerá en la simulación y el fariseísmo (nada criticó Jesús con más firmeza). Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios. Jesús decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la última tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección que existía en su tiempo y seguimos manejando nosotros. Dios no valora el cumplimiento de una programación sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido de Dios. No hay ni un resquicio para presumir de buenos. Que yo sea capaz de manifestar la bondad, es la consecuencia de una toma de conciencia de lo que hay de Dios en mí. Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de “comunión de los santos”? si pensamos que se trata de unas gracias que ellos han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros que andamos escasos o carentes de ellas, estamos ridiculizando a Dios y a cada ser humano. Los dones de Dios ni se pueden cuantificar ni se almacenan. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y por lo tanto, nunca se puede merecer. Ahora bien, si tomamos conciencia de que en Dios todos somos uno, comprenderemos que lo que cada uno puede vivir de Dios, de alguna manera, lo viven todos y beneficia a todos. Por la misma razón tenemos que tener mucho cuidado con la expresión “intercesores”, aplicada a los santos. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, una vez más, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos, sino porque Él es el amor y está en cada uno de nosotros. Claro que se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos ese mismo descubrimiento, y por lo tanto, el acercamiento a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más nosotros mismos. Y no sólo valdría para los que convivieron con ellos, sino para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y milagros”. Allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes. La parábola de los talentos (Mt 24, 14-30) podría parecer que dice lo contrario de lo que acabamos de apuntar, pero en el fondo es otro el problema que allí se afronta. No se trata de poner a producir las cualidades que cada uno pueda tener, sino de descubrir lo esencial que cada uno tiene. Se trata de descubrir el tesoro escondido que uno no ha ganado, pero que tiene que descubrir dentro de sí mismo. Una vez descubierto, surgirá espontáneamente el agradecimiento más sincero. Pero la única manera de agradecer tan gran don, será el aprovecharse de él desplegando todas sus virtualidades. No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. ¿Qué hubiera dicho Jesús si en su tiempo se hubiera encontrado con el concepto de “santo” que hoy manejamos? Él mismo dijo al joven rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado santo? Pues nosotros no sólo santo, sino que nos atrevemos a llamar a un ser humano, santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio!No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Si entendiéramos bien las bienaventuranzas no caeríamos en estas distorsiones que nos alejan del evangelio. Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir. La clave sería: Las riquezas no son el valor supremo. El valor supremo es el hombre. Hay que elegir el reino del poder o el Reino de Dios. Si elegimos el ámbito del dinero, habrá injusticia e inhumanidad. Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor y humanidad. Si la pobreza es buena, por qué la evitamos. Si es mala, cómo podemos aconsejarla. Ahí tenemos la contradicción, al intentar explicar las bienaventuranzas. Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo numero uno del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro. Recordad las palabras de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero”. La praxis de Jesús es su vida diaria, es el único camino para entender las bienaventuranzas. El Reino de Dios es el ámbito del amor, pero para llegar a ese nivel, hay que ir más allá de la justicia. Mientras no haya justicia, el amor es falso. Ya decía Plotino: “Hablar de Dios sin una verdadera virtud es pura palabrería” Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de los difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo impoluto (Dios), Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No puede haber miedo a equivocarse. Todos son santos en su esencia, y eso es lo que se integra en Dios porque nunca ha estado separado de él. Recordar a los difuntos entraña dar gracias a Dios por todos aquellos seres humanos que han hecho posible que nosotros seamos lo que somos hoy. Este es el sentimiento religioso que se identifica con el sentimiento más humano que podamos imaginar. Meditación-contemplación “Dioses sois, hijos del Altísimo todos”. Esta cita, que Jn pone en boca de Jesús, es rotunda. No pudieron soportarla los fariseos, ni terminamos de aceptarla nosotros. ……………… Cuando Jesús dice: “yo y el Padre somos uno”, está manifestando su vivencia más profunda. Consciente de que su centro está en Dios, irradia esa realidad de Dios en todas direcciones. ……………… Yo no tengo que escalar ninguna cima inexpugnable, ni conseguir ninguna meta inalcanzable. Solo tengo que abandonar la dispersión en la que vivo y centrarme en lo que ya soy en lo hondo de mi ser. |
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