Estamos ya en Jerusalén. Ya ha narrado la entrada solemne y la purificación del Templo. Sigue la polémica con los dirigentes. Los saduceos, que tenían su bastión en torno al templo, entran en escena.
Era más un partido político que religioso. Estaba formado por la aristocracia laica y sacerdotal. Preferían estar a bien con Roma y no poner en peligro sus intereses. Solo admitían el Pentateuco como libro sagrado. Tampoco admitían las tradiciones como norma de conducta. No creían en la resurrección. Jesús no responde a la pregunta absurda que le hacen. Responde a lo que debían haber preguntado. El evangelio de hoy responde a una visión mítica del hombre y del mundo. Lo que encerraba una verdad desde esa visión mítica, se convierte en absurdo cuando lo queremos entender racionalmente desde nuestro paradigma. Hablar del más allá es imposible. Es como pedirle a un ordenador que nos de el resultado de una operación sin suministrarle los datos. Ni siquiera podemos imaginarlo. Puedo imaginar lo que es una montaña de oro aunque no exista en la realidad, pero tengo que haber percibido por los sentidos lo que es el oro y lo que es una montaña. No tenemos ningún dato que nos permita imaginar el más allá, porque todo lo que llega a nuestra mente ha entrado por los sentidos que no pueden funcionar fuera del tiempo y del espacio. Las imaginaciones para el más allá carecen de sentido. Lo único racional es aceptar que no sabemos absolutamente nada. El instinto más visceral de cualquier ser vivo, es la permanencia en el ser; de ahí que la muerte se considere como el mal supremo. Para el ser humano con su capacidad de razonar, ningún programa de salvación será convincente si no supera la condición mortal. Si el hombre considera la permanencia en el ser como un valor absoluto, también considerará como absoluta su perdida. Todos los intentos que ha hecho el hombre para encontrar una salida, surgen de este enfoque desesperado. Por no aceptar nuestra contingencia, todos queremos ser eternos. Esa contingencia no es un fallo, sino mi propia naturale¬za; por lo tanto no es nada que tengamos que lamentar ni de lo que Dios tenga que librarnos, ni ahora ni después. Mis posibilidades de ser las puedo desplegar a pesar de esa limitación. No creo que sea coherente el postular para el más allá un cielo maravilloso mientras seguimos haciendo de la tierra un infierno. Nuestro ser, que creemos individual y autosuficiente, hace siempre referencia a otro que me fundamenta, y a los demás que me permiten realizarme. La razón de mi ser no está en mí sino en Otro. Yo no soy la causa de mí mismo. No tiene sentido que considere mi propia existencia como el valor supremo. Si mi existir se debe al Otro, Él será el valor supremo también para mi ser individual y aparentemente autónomo. El pueblo de Israel empezó a reflexionar sobre el más allá unos 200 años antes de Cristo. El concepto de resurrección no se acuñó hasta después de las luchas macabeas. Los libros de los Macabeos, se escribieron hacia el año 100 a C. El libro de Daniel, se escribió hacia el año 164 a C. Anteriormente solo se pensó en la asunción al "cielo" de determinadas personas que volverían a la tierra para llevar a cabo una tarea de salvación; no se trataba de resurrección escatológica sino de una situación de espera en la reserva para volver. Para los semitas, el ser humano era un todo, no un compuesto de partes. Se podían distinguir en él, distintos aspectos: Hombre-carne - Hombre-cuerpo - Hombre-alma - Hombre-espíritu. Los semitas, al no conocer un alma sin cuerpo, no podía imaginar un ser humano si no existía un cuerpo. Ni siquiera tienen una palabra para esa realidad desencarnada. Tampoco tienen un término para expresar el cuerpo sin alma. Por otro lado, los filósofos griegos consideraron al hombre como compuesto de cuerpo yalma. Afirmaban la inmortalidad del alma, pero no concedían ningún valor al cuerpo; al contrario lo consideraban como una cárcel. La muerte era una liberación, una ascensión. La imagen de Sócrates bebiendo la cicuta con total tranquilidad y paz, nos muestra claramente esta actitud básica del filósofo griego. La doctrina cristiana sobre el más allá, nace de la fusión de dos concepciones irreconciliables, la judía y la griega. Lo que hemos predicado los cristianos hubiera sido incomprensible para Jesús. La palabra que traducimos por alma en los evangelios, quiere decir simplemente "vida". El NT proclama la resurrección de los muertos. Aunque nosotros hoy pensamos más en la supervivencia del alma, no es esa la idea que nos quiere trasmitir la Biblia. Nos hemos apartado totalmente del pensamiento de la Biblia y ha prevalecido la idea griega, aunque tampoco la hemos conservado con exactitud, porque para los filósofos griegos no se necesitaba ninguna intervención de Dios para que el alma siguiera viviendo, y la resurrección del cuerpo no suponía para los griegos ninguna ventaja sino un flaco favor. La base de toda reflexión sobre al más allá, está en la resurrección de Cristo. La experiencia que de ella tuvieron los discípulos es que en Jesús, Dios realizó plenamente la salvación de un ser humano. Jesús sigue vivo con una Vida que ya tenía cuando estaba con ellos, pero que no descubrieron hasta que murió. En él, la última palabra no la tuvo la muerte (pérdida de la vida física), sino la Vida (permanencia en Dios para siempre). Esta es la principal aportación del texto de hoy: "serán como Ángeles, serán hijos de Dios". ¿Cómo permanecerá esa Vida que ya poseo aquí y ahora? Ni lo sé ni puedo saberlo. No debemos rompernos la cabeza pensando como va a ser ese más allá. Lo que de veras me debe importar es el más acá. Descubrir que Dios me salva aquí y ahora. Vivenciar que hoy es ya la eternidad para mí. Quela Vida definitiva la poseo ya en plenitud ahora mismo. En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron que Jesús estaba vivo. No se trataba de la vida biológica sino la Vida divina que ya tenía antes de morir, a la que no puede afectar la muerte biológica. Los cristianos hemos sido tan retorcidos, que hemos tergiversado hasta el núcleo central del mensaje de Jesús. Él puso la plenitud del ser humano en el amor, en la entrega total, sin límites a los demás. Nosotros hemos hecho de esa misma entrega una programación. Soy capaz de darme, con tal que me garanticen que esa entrega terminará por redundar en beneficio de mi ego. Lo que Jesús predicó fue que la plenitud humana está precisamente en la entrega total. Mi objetivo cristiano debe ser deshacerme, no garantizar mi permanencia en el ser. Justo lo contrario de lo que pretendemos. ¿Te preocupa lo que será de ti después de la muerte? ¿Te ha preocupado alguna vez lo que eras antes de nacer? Tú relación con el antes y con el después tiene que responder al mismo criterio. No vale decir que antes de nacer no eras nada, porque entonces hay que concluir que después de morir no serás nada. La eternidad no es una suma de tiempo sino un instante que abarca todo el tiempo posible. Para Dios eres exactamente igual en este instante que millones de años antes de nacer o millones de años después de morir. "...porque para Él, todos están vivos". ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos solo para Él? ¿No podría ser, que el consumirnos en favor de los demás, fuese la auténticaconsumación del ser humano? Eso es lo que celebramos en cada eucaristía. Meditación-contemplación Para Dios todo está siempre en un eterno presente. Esa existencia eterna en Dios, se manifiesta en el tiempo, y da origen a todas las criaturas que forman el universo. Como ser humano puedo vivir mi relación con el Absoluto. ................. La experiencia de lo Absoluto, es mi verdadera Vida. No confundir con mi vida biológica que solo es un accidente. Cuando tomo lo accidental por substancial, estoy equivocándome de cabo a rabo. ............... Si descubro el engaño, procuraré vivir a tope, es decir, al límite de mis posibilidades más humanas. Mi presente se funde con mi pasado y mi futuro. Desde mi contingencia, puedo experimentar un ahora eterno.
0 Comentarios
El texto se sitúa en la última semana de Jesús, en Jerusalén y en el Templo, donde se produce la última predicación de Jesús, continuamente hostigado por los Fariseos, Doctores y Sacerdotes.
Es llamativa y significativa la semejanza de los Sinópticos en estos relatos. Los exponemos esquemáticamente a continuación. Los tres evangelistas presentan el mismo relato, y los tres en el mismo contexto: MARCOS 11 y ss.MATEO 21 y ss.LUCAS 19,28 y ss.Entrada mesiánica en JerusalénEntrada mesiánica en JerusalénEntrada mesiánica en JerusalénEnseña en el TemploLa higuera estérilLa Higuera estérilAtaque de Sacerdotes y ancianosAtaque de sacerdotes y ancianosAtaque del SanedrínParábola de los dos hijosParábola de viñadores homicidas Parábola de viñadores homicidasParábola de viñadores homicidasParábola del festín nupcialEl tributo al CésarEl tributo al CésarEl tributo al CésarLa resurrección (saduceos)La resurrección (saduceos )La resurrección (saduceos)El Mayor MandamientoEl mayor MandamientoContraataque de JesúsContraataque de JesúsContraataque de JesúsInvectivas contra los escribasInvectivas contra los escribas Invectivas contra los escribasEl óbolo de la viudaEl óbolo de la viudaLamentación por JerusalénAnuncio destrucción del TemploAnuncio destrucción del Templo.Anuncio destrucción del TemploNuestro texto de hoy se inscribe por tanto en un contexto polémico: "La última y definitiva" polémica de Jesús con las autoridades político-religiosas. Después de esto, viene el complot para prender a Jesús y los relatos de la Pasión. Ya ha se han dado los enfrentamientos de Jesús con los fariseos (el tributo al César). Ahora viene el ataque de los saduceos. Los saduceos son ante todo miembros de la aristocracia sacerdotal, y forman una corriente tanto religiosa como política. Dominan el Sanedrín y entre ellos se elige al Sumo Sacerdote. Defienden una conducta más libre y mundana que los fariseos, y están abiertos a colaborar con los poderes extranjeros. En su teología no entra la inmortalidad. Por eso, el caso que presentan es un tanto cínico. Jesús lo advierte y (como tantas veces) no contesta directamente a lo que le preguntan sino a lo esencial, a lo que deberían haber preguntado. Cuando los saduceos se retiren, atacarán los escribas (el primer mandamiento). Los escribas son los "sabios", los doctores, encargados de la custodia, interpretación y enseñanza de "La Ley". Suelen ejercer su función en la Sinagoga o en el Templo. Haciendo un paralelo con nuestro tiempo, se les podría llamar "los teólogos" de la época. En ambos casos, se propone a Jesús una prueba. En varios lugares del evangelio aparece la expresión "para tentarle". Los "Sabios" de Israel o bien intentan desprestigiarle ante el pueblo, o bien comprobar simplemente su sabiduría. Jesús se muestra invencible, incluso bajando al terreno de la increíble casuística rabínica a que dan lugar los innumerable preceptos de la Ley. La prueba es, en este caso, sobre quisicosas legales. Otras veces en cambio las preguntas afectan a la esencia de la Ley. En el caso presente, Jesús no entra en el tema. Dice, casi expresamente, que "el cielo es otra cosa". Es importante tener en cuenta que, en este y otros casos, Jesús emplea la terminología, los conceptos y creencias habituales en el mundo que le rodea, sin que esto signifique que los avale. (Así, en las nociones de "premio-castigo", "el fin de los tiempos"... y otros muchos). Para un lector poco informado puede resultar complicado distinguir entre el mensaje de Jesús y su utilización de los conceptos y modos acostumbrados en su entorno. Pero es, naturalmente, el conjunto del mensaje de Jesús el que define el valor y la importancia de cada afirmación concreta. (Aplicable igualmente al diverso valor de cada parte del A.T.) Jesús se muestra invencible en lo dialéctico, en el terreno preferido de sus adversarios: la casuística acerca de la Ley. Es sorprendente que los doctores y los sacerdotes le llamen "Maestro", a él, el "inculto" carpintero de Nazaret (¿pura ironía malintencionada?). El tema concreto es la vida eterna, llamada "resurrección", pero, por encima de él, hay en estos capítulos un mensaje global claro y más importante: Jesús es la Nueva Ley, el Nuevo Templo. Se ha cumplido la Promesa, termina la Antigua Alianza. El que vea que su cumplimiento es Jesús entrará en lo Nuevo. A propósito de tres temas concretos, se está planteando el rechazo de Jesús por parte de los jefes del pueblo. Las tinieblas rechazarán la luz. (Y éste será tema fundamental en Marcos y en Juan). Jesús aprovecha la oportunidad que le brindan los Saduceos para entrar en el tema de fondo, la "resurrección", la vida después de la muerte, que importa mucho más que la casuística presentada. Es un ejemplo típico, y una denuncia. Aquellos hombres han invertido el sentido de la Palabra de Dios. En vez de estudiarla como un mensaje de salvación, la utilizan para su propio prestigio y para satisfacción de curiosidades intelectuales que poco o nada tienen que ver con su verdadero sentido. Utilizar la Palabra. Es una tentación ancestral de Israel: usar la Palabra para mis propios fines, para mi Ciencia, para mi Prestigio, para mi Consuelo, para sentirme Privilegiado. Utilizar la Palabra es utilizar a Dios para mis intereses. La Palabra se nos ha dado para exigirnos más que a nadie y para transformarnos en Palabra viviente, para que los hombres puedan creer. No se puede transmitir la Palabra más que siendo fieles a sus exigencias. Israel se apoderó de Dios. Y el mensaje último de estos relatos es:"El Templo será destruido", es decir, no hay "Dios-para-vosotros", no es "vuestro Dios", no "reside entre vosotros" en sentido exclusivo. Dios no está con Israel para Israel, sino para el mundo, y si Israel lo "utiliza" para sí mismo, Dios no está con Israel. "El Templo será destruido" es la mayor blasfemia que se puede decir a un Israelita que ha entendido que Dios está ahí como seguridad del pueblo. La aplicación a la Iglesia y a nuestra espiritualidad es evidente. Nosotros y la Palabra. Solemos tener dos tentaciones: 1. Inventar la Palabra. No podemos ir alegremente a la Escritura para ver qué se me ocurre. Ni jugar con la Palabra. La Escritura tiene un sentido, y en eso, en lo que dice el autor, está (o puede estar) la Palabra. No pocas veces acudimos a la lectura de la Escritura como a un libro mágico, a través de cuyas frases Dios me dirige un mensaje oportuno para el momento en que vivo. El cristiano es un "oyente de la Palabra" habitual, no ocasional, vive de la Palabra siempre, no simplemente acudiendo a ella como a un recetario para casos de emergencia. 2. Dios de vivos. No caigamos en los mismos errores que acabamos de denunciar. La Palabra de Dios no nos ha dicho "cómo" es la inmortalidad, la Resurrección, el Cielo. La misma palabra "resurrección" es engañosa: dada la evidencia de la muerte corporal, y la nebulosa de aquella cultura sobre el compuesto humano (cuerpo-mente-alma-espíritu), la palabra "resurrección" evoca una imagen física del cuerpo, nuevamente animado por el "espíritu" (el soplo de Dios), que se levanta, por la fuerza de Dios, después de morir. Son imágenes, maneras de visibilizar las creencias. Tampoco hoy tenemos ideas claras sobre el ser completo del hombre; recurrimos a Pitágoras y Platón y hablamos de cuerpo-alma, pero esto no es Palabra de Dios sino una teoría filosófica con muchos problemas, y con la ventaja de que no tenemos otra mejor. Pero lo que se nos ha comunicado es un mensaje religioso, no antropológico: "no morirás" significa que la vida humana es más que la vida visible, material, temporal. "Cómo puede ser eso", no se nos ha comunicado. Y recurrimos a los símbolos. Pablo lo define como una gestación: aún no hemos sido dados a luz. La muerte como parto, como liberación, como llegada a la Vida. Otra imagen es el Pueblo Peregrino en el desierto, que camina hacia la Patria, hacia la Casa del Padre. Y lo que importa es llegar. Todas las imágenes son buenas, aunque todas insuficientes. ("Ni ojo vio, ni oído oyó, ni naturaleza alguna puede imaginar lo que Dios reserva para sus elegidos" Romanos 8,18.) No puede concebirse siquiera la enseñanza de Jesús sin una referencia expresa a "la vida eterna". Creo que a veces se hace una lectura muy reductiva de la "escatología" de Jesús, limitándola a "la llegada inminente del fin de los tiempos". Lo que está más claramente presente en Jesús es la llegada cierta del fin del tiempo de cada persona y, como consecuencia, el valor de esta vida para La Vida. Para explicar esto hemos construido muchas imágenes, pero la mejor imagen de la relación entre esta vida y La Vida está sin duda en las "parábolas vegetales" de Jesús: la relación entre la semilla y la cosecha. Se siembra en la tierra, parece que la semilla muere, pero germina y da fruto centuplicado. Por esto, la relación entre esta vida y la otra de ninguna manera destruye el valor de esta vida. Al revés, esta vida queda revalorizada, puesto que el resultado de lo que hacemos en esta vida es definitivo, es para siempre. Pablo lo dijo muy bien: "cuando esto corruptible se revista de incorruptibilidad, y esto mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: "¿Dónde está, muerte, tu victoria...?" (1 Cor. 15,53) Todo esto tiene aplicación a la persona y a la humanidad. Sembrar vida eterna no es simplemente un tema individual; construir la humanidad aquí es sembrar la humanidad eterna. Dar de comer al hambriento, atender al que fue asaltado por ladrones... es decir, crear aquí una humanidad liberada de males no es el final, porque todo esto acaba en la muerte, pero es la siembra, que florecerá en cosecha definitiva. ¿Cómo puede ser eso? Volvamos a la fidelidad a la Palabra y al reconocimiento de que solamente sabemos lo que la Palabra nos ha dicho. "No se puede ver a Dios sin morir" significa que solamente en La Vida contemplaremos la verdad entera. En palabras de Juan: "Aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos cara a cara" (I Jn. 3,2) Pero la esencia del mensaje es más profunda. ¿Por qué creemos en la vida más allá de la muerte? Porque creemos en Abbá. Como siempre, como todo, esta es la fuente de toda la fe. Si creemos en Jesús aceptamos, ante todo, su mensaje sobre Dios. Dios no es el ingeniero todopoderoso que crea una máquina y cuando se estropea la tira, sin más. Dios es la Madre que engendra hijos por amor y por amor trabaja por sacarlos adelante. A nuestras madres, se les mueren los hijos. A nosotros se nos mueren los padres, los amigos... porque no somos todopoderosos. Si lo fuéramos, no se nos morirían. Pero nosotros creemos en Abbá, todopoderoso. Creemos en el Amor Todopoderoso. Y al amor todopoderoso no se le mueren los hijos. Cuando recitamos el Credo decimos: "creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra". Y no lo decimos bien, porque esto, con la mentalidad de Jesús, significa: "Creo que el Todopoderoso Creador del cielo y de la tierra es mi papá". Nuestra fe en la vida después de la muerte es sencillamente confianza en Abbá. Los saduceos conformaban la élite económica, social y religiosa de la sociedad judía en tiempos de Jesús. Colaboracionistas con los romanos y estrictamente conservadores en lo religioso, únicamente aceptaban, como Libro Sagrado, el Pentateuco, los cinco grandes libros de la Torá.
En los relatos evangélicos apenas se narran encuentros de los saduceos con Jesús, lo cual no sorprende si tenemos en cuenta que se movían en dos ámbitos radicalmente diferentes: el del poder y el de la marginalidad. Aparecerán al final, decidiendo la condena de Jesús. A diferencia de los fariseos, este grupo no creía en la resurrección. Quizás porque, como decía aquel chiste, no podían imaginar que existiera una vida mejor de la que llevaban. El caso es que, según el presente relato –que recogen los tres evangelios sinópticos-, un grupo de saduceos se acercan a Jesús, ironizando precisamente sobre el tema de la resurrección. Así, le plantean un caso hipotético de varios hermanos que, sucesivamente, y de acuerdo con la ley del levirato (Deut 25,5-6), van desposando a la misma mujer. Con ese caso, queda claro que su intención es llevar el debate sobre la resurrección al absurdo. Parecen no ver que el absurdo consiste precisamente en imaginar el más allá de la muerte con las categorías que ahora nos son habituales. Sería algo similar a querer imaginar la vida de vigilia mientras estamos dormidos. A eso mismo parecen apuntar las palabras de Jesús: por un lado, las cosas no son como las vivimos aquí; por otro, la afirmación básica recalca que Dios es Vida. A partir de ahí, el modo quizás menos inadecuado de percibir la muerte es verla como un despertar. Así como, al salir del sueño, emerge una nueva identidad, muy distinta al sujeto onírico, al morir amanecemos a nuestra identidad más profunda, en la que el ego encuentra también su final. No porque muera, sino porque se descubre que nunca había existido, salvo en nuestra propia mente. Quienes han vivido una "experiencia cercana a la muerte" (ECM) hablan, aunque los matices sean diferentes, de una "expansión de la conciencia", en un estado en el que todo se percibe de un modo radicalmente nuevo. Nuestras ideas mentales del tiempo, del espacio, de la separación y la dualidad parece que se desvanecen por completo. Se percibe la existencia como una representación que, vista desde esa perspectiva, sucede admirablemente: todo tiene su porqué y todo, al final, termina bien. Al referirse a la muerte, Jesús habla de "sueño" o de "paso". En la misma línea, los místicos sufíes han enseñado que mientras vivimos, estamos dormidos, y cuando morimos, despertamos. ¿Hacia dónde es el "paso"? ¿A qué "despertamos"? Indudablemente a la Vida: a lo que siempre hemos sido y somos, aunque no lo hubiéramos visto antes. Por eso precisamente no se trata de "lograr" nada que no tuviéramos, sino de caer en la cuenta –otro modo de nombrar el despertar- de lo que somos. Morir es el proceso por el que nos "reintegramos" en la Vida que siempre hemos sido. Con el término Vida, aludimos a la misma Realidad que las religiones nombran como "Dios". Si quitamos las proyecciones antropomórficas que nuestra mente tiende a hacer, bien puede decirse que todos morimos hacia el interior de Dios. Pero sin ninguna dualidad. No hay ningún dios separado. La Vida –Dios- no es sino la cara invisible de toda esta realidad manifiesta. Mientras permanecemos reducidos a la mente, hemos de ver todo forzosamente separado, proyectando un cielo a medida de nuestras experiencias, y un dios a medida de nuestras ideas sobre las personas. Al despertar, descubrimos lo que siempre habíamos sido –uno con todo- y que habíamos olvidado. Podemos decir, con razón, tomando prestado el título de uno de los libros de Elisabeth Kübler-Ross, que "la muerte es un amanecer". En los ’60, se enamoró del obispo de Avellaneda y se casó con él en 1972. Desde entonces, ambos lucharon por el celibato optativo para los sacerdotes. Podestá murió en el año 2000.
Clelia Luro, la mujer que en los ’60 se enamoró del obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, llegó de su mano al Vaticano para pelear por el celibato optativo en la Iglesia Católica y luego, casada con el ex sacerdote, participó con él en la fundación de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados (FLSC), murió en los últimos minutos del lunes. Tenía 86 años, estaba internada en el Sanatorio Güemes y había permanecido activa hasta último momento: hacía sólo dos semanas había enviado al papa Francisco –de quien se consideraba amiga–, y al consejo de ocho cardenales que lo asesoran, el último de sus libros, sobre los 40 años que Podestá y ella dedicaron a luchar por el celibato optativo. Quien confirmó el deceso fue el teólogo brasileño Leonardo Boff, quien a medianoche, en los primeros minutos de ayer, escribió en su cuenta de Twitter: “Acaba de morir Clelia Luro, con quien el papa Francisco hablaba todas las semanas. Comprometida con las reformas de la Iglesia, amiga entrañable”. También de acuerdo con Boff, el sábado último, antes de ser ingresada en el sanatorio a causa de una infección, Luro había estado trabajando en una campaña de apoyo al papado de Bergoglio, en cuya capacidad para reformar la Iglesia Católica confiaba. Ese apoyo al ex arzobispo porteño había sido manifestado por Luro en más de una oportunidad en entrevistas periodísticas. A mediados de este año, se había mostrado fuertemente esperanzada: Bergoglio, advirtió, podría anunciar cambios en el celibato sacerdotal en “un año, no mucho más”, algo de lo que se podrían beneficiar “las próximas generaciones”. Clelia Luro Rivarola descendía de una familia acomodada que contaba, en su árbol genealógico, al escritor Eugenio Cambaceres. Era una religiosa practicante y de adolescente llegó a pensar en ordenarse como monja, aunque, contaba, del Colegio del Sagrado Corazón la echaban de las clases “por rebelde”. Ella tenía, según explicaba, “una visión muy fuerte del Evangelio, del mensaje de Jesús, que no compaginaba en mí con la institución Iglesia”. Con poco más de 20 años, se casó con Jaime Isasmendi y lo siguió hasta el ingenio de los Patrón Costas donde él trabajaba, en Salta. “De Santa Fe y Callao, de pronto me casé y me fui a vivir al ingenio en Salta, y empecé a vivir la realidad de los indígenas, la realidad del país”, contó en entrevista con este diario en el año 2000, a dos meses de enviudar de Podestá. En Buenos Aires, antes de casarse, antes de cambiar la ciudad por Salta, había tomado “cursos de medicina preventiva en la Cruz Roja”. Entonces, instalada en el ingenio y decidida a ayudar, “agarraba el caballo y me iba a las huetes, las chozas de la zafra en Orán, a enseñar a alimentar a los niños, colaboraba con el médico del ingenio, hacía prevención, porque los chicos allí morían como moscas”. Pero después de diez años, Luro dejó el ingenio, se separó de su marido y regresó a Buenos Aires con cinco hijas y embarazada de la sexta. “Las puse pupilas en el colegio hasta que conseguí tenerlas, pero para eso tenía que trabajar”, explicaba, en referencia a años en los que la ley de divorcio no regía en la Argentina y la separación de hecho, especialmente en su medio, era socialmente reprobada. Luro trabajó un tiempo en una financiera, pero “hablaba de dinero todo el día y estaba harta”, por lo que aceptó la propuesta de un amigo y se lanzó a editar una revista, Imágenes del País. Trabajando para esa publicación, conoció el caso de un cura alcohólico, para quien el obispo de Salta, que la había ayudado a separarse de su marido, le pidió buscar ayuda en Buenos Aires. El mismo obispo le sugirió contactar a Jerónimo Podestá, obispo de Avellaneda. Ella lo hizo, así hablaron por primera vez. Era 1966; Luro tenía 39 años; el cura, 45. Podestá “ha escrito páginas muy lindas donde cuenta cuando me conoció. Dice que le impactó mi fuerza, que lo ayudé a abrirse. Fue encontrarse con lo femenino y sin peligro, porque yo lo que pedía era por ese cura. Viajamos al Norte, a buscar a este sacerdote, que estaba tirado en la cama, borracho, y lo trajimos a Avellaneda. A partir de allí empecé a trabajar con él. Jerónimo era un líder en el país, era el obispo de los obreros. Cualquier problema, huelgas, paros, él estaba con ellos”. Luro trabajó con él en la diócesis, “no éramos pareja pero nos había unido mucho el trabajo, había cruces de corazón y de ojos y de todo”. Poco después, en la reunión de la Conferencia Episcopal de Latinoamérica, realizada en Mar del Plata, el obispo brasileño Helder Cámara comprendió por qué Luro era la única mujer entre los jerarcas eclesiásticos, conoció el trabajo que ella y Podestá hacían conjuntamente y los alentó a ser una pareja. Ella contaba: “Cámara le dijo a Jerónimo: ‘No tengas miedo de Clelia, porque Clelia va a ser tu fuerza’. Para Jerónimo, el camino conmigo era un camino querido por Dios, un camino marcado, por eso tuvo fuerzas para afrontar todo lo demás”. La relación comenzó a ser notada también por la jerarquía eclesiástica local. Podestá tenía posibilidades de ser nombrado cardenal primado, pero el vínculo con Luro y su propia adhesión a la Teología de la Liberación lo volvía peligroso, lo suficiente como para que el entonces presidente de facto Juan Carlos Onganía lo definiera como “el principal enemigo de la Revolución Argentina”. En 1967, Podestá debió dejar la diócesis de Avellaneda. Llegado al Vaticano, Podestá explicó al papa Paulo VI, a quien Luro definió como “muy misógino”, que no podía dejar de sentir lo que sentía por esa mujer. Meses después, en otro viaje, Podestá regresó a Roma con ella, la llevó ante el secretario de Estado del Vaticano. “El me decía: ‘Usted tiene que obedecer, Santa Teresa era obediente’. ‘Santa Teresa era una desobediente, porque el nuncio Sega le decía que no tenía que hablar y hubiera sido una monjita que nadie hubiera conocido, y ustedes hoy no la hubieran podido hacer doctora de la Iglesia, después de 400 años’. ‘¿Y la Virgen María?’, me decía él. Y yo le contestaba: ‘¿Quién estaba al pie de la Cruz, cuando murió Jesús? Las mujeres, los apóstoles tuvieron miedo’”, recordó Luro años después. En 1967, Podestá presentó su renuncia; en 1972, le fue suspendido el estado clerical y se casó con Luro. Dos años después se exiliaban, amenazados por la Triple A; regresaron a la Argentina en 1983. Desde que se casaron, formaron parte de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados, en cuya fundación participaron. En el año 2000, recién viuda, Luro se lamentaba de que todavía la Iglesia Católica fuera “muy cerrada con la mujer”. En ese entonces, aseguraba, había “150 mil curas casados, más de 150 mil esposas, más los hijos”, es decir, “un millón de personas que quieren luchar dentro de la Iglesia” para modificar la institución. “Nada madura si alguno no empieza a vivirlo, y nos tocó a no-sotros. La lucha no era sólo contra el celibato, sino por una Iglesia democrática, horizontal, comprometida con el mundo, con la justicia.” Estaba meditando sobre lo que llamamos la presencia de Dios en nuestras vidas. Pero me tuve que limitar a la mía. No puedo hablar por los demás. En primer lugar diré qué entiendo por 'presencia'.
Es lo que se hace presente en la vida de uno influyendo sobre la manera de vivir. A la intemperie, en la vida, extramuros de la 'fe-refugio', encuentro una gran ausencia divina. Lo que se hace 'presente' es su ausencia. No tenemos más que pensar en las terribles desgracias de inocentes (genocidios, malformaciones congénitas, enfermedades, las catástrofes naturales, la esclavitud sexual de niñas etc.) Lo extraño es que no se trata de un vacío existencial, sino de una ausencia que interpela, aunque sea para gritar ¿por qué me has abandonado? 'Dios' se me hace presente, como una enorme interrogación. Y a la vez, desde lo más profundo, surge una Voz que me llama a no conformarme. Y trato de inventar caminos que transfiguren esa vida a la intemperie en una vida que tenga algún significado... no una vida protegida. Para mí la 'fe' ya no es 'refugio', ya no busca 'seguridades', sino que es la actitud de aceptar la realidad como es, y buscar situarme en ella dándole un sentido. Quiero tener una mirada lúcida sobre la vida. Ahora bien, mi mirada es turbia, mi sentir es doloroso -hay demasiado sufrimiento en el mundo-, alimentado por la duda. Pero no es la duda del que todo lo niega, sino la duda del que sigue interrogándose, y que no acepta respuestas 'enlatadas', rechazando todo fraude tranquilizador. Las palabras que expresan de modo insuperable esa Presencia-ausente se encuentran en el evangelio de Marcos: "Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró". (Mc 15:37) Grito de humanidad y abandono, de presencia-ausencia, de Dios silencioso, de sinsentido que da significado a nuestra condición humana. Nunca vi tan cercano a Jesús como en ese momento en el que grita en la cruz. En esa humanidad desgarrada, rota, desamparada, un centurión romano vio, lo que nadie era capaz de ver: "Viendo que después de clamar había expirado así, dijo: ¡verdaderamente este hombre era hijo de Dios!". (Mc 15:39) No encontramos en estas palabras nada triunfante, no hay resurrecciones, no hay revelaciones, sólo un hombre que grita, y otro que comprende. ¿Se abre un camino para tratar de comprender de otra manera la vida humana? ¿Se nos está diciendo algo del misterio de Dios? La duda es compañera fiel que nos hace gritar todas las preguntas sin respuestas y que nos desvela lo profundo, empujándonos hacia adelante. Esta 'fe del más acá' (no de un saber del más allá) no sólo cuestiona, también espera, a la intemperie... y se compromete a encarnar esas exigencias íntimas de compasión, como enseñó y vivió el Maestro de Nazaret. Entonces se hace evidente la presenciamisteriosa que nos humaniza. No quiero refugiarme en las 'seguridades', quiero caminar gritando, con la consciencia del Ausente que me interpela a ser presencia, a pesar de mis miedos, de mi fragilidad, de mi mortalidad, comprometido con esa apuesta por la Vida, por la mía y por la de todos. Es muy fácil proclamarlo, teclearlo en el calor del hogar, frente a las primeras llamas de este otoño que por fin comienza a mostrar algo de su fiereza. Es infinitamente más difícil aplicarlo, pero de cualquier forma nos lo habremos de repetir una y otra vez hasta comenzar a interiorizarlo. No hay otro camino: sólo la bondad y la generosidad pueden aligerar un dolor causado por otros. La ira, la revancha nos atan más a ese dolor. Sólo el perdón emancipa. Ningún progreso humano se puede concebir anhelando o procurando el perjuicio ajeno.
Nos lo habremos de repetir cuando el arrebato trate de tomar nuestro mando: El mal jamás libera. El mal deseado a otros nunca puede suponer ningún tipo de alivio. En cualquiera de los casos, sólo puede entrañar más sufrimiento propio. El itinerario del odio al amor y la comprensión es el recorrido paulatino pero ineludible, el desafío vital que más pronto o más tarde todo humano deberá, en un crucial momento, saber afrontar. La sociedad debe acompañar a las víctimas, pero no ser presa de ellas y del resentimiento que a muchas les habita y domina. Las víctimas no pueden marcar la agenda política, ni influir en las decisiones de los mandatarios. Las víctimas no pueden ser un poder fáctico entre bambalinas. El Gobierno parece estar tristemente preso de ese mismo espíritu de rencor que impregna a muchas de las asociaciones de víctimas del terrorismo. Sortu ha actuado con prudencia al declarar que no hará recibimientos a los miembros de ETA liberados merced a la derogación de la doctrina Parot. Ahora Sortu y la izquierda abertzale amén de prudencia, habrán de mostrar coraje y valentía. Habrán de pedir la inmediata entrega de las armas y el fin definitivo de ETA. A las puertas de la cárcel de Teixeiro sobraba la ikurriña agitada al viento. No puede haber ningún género de triunfalismo, ningún signo de victoria tras tanta sangre y muerte originadas. La historia de ETA es una historia de enormes fracasos, de terrible decepción cada vez que se apretó un gatillo o se colocó una bomba. Ningún triunfalismo por lo tanto, ningún gesto de victoria tras semejante acumulación de dolor ajeno. Tanta muerte, durante tanto tiempo acumulada, sólo debiera comportar un sentimiento de responsabilidad y culpabilidad en quienes directamente la provocaron. Ninguna victoria se puede enarbolar en medio de semejante reguero de sangre. Estrasburgo ha liberado a Inés del Río de la cárcel de fuera, en breve saldrán también otros presos con muchas muertes a sus espaldas. ¿Quién si no ellos/as mismos/as se podrán liberar de la más oscura prisión, la cárcel de adentro? ¿Quién sino ellos en su más íntimo fuero, cuando se desplomen las débiles consignas, los magros ideales, cuando callen los cantos y cedan los abrazos de bienvenida, cuando cesen los parcos honores en sus geografías de origen, habrán de desnudarse, recapitular y reconsiderar? ¿Quién sino ellos un día en sus paseos por fin por anchos campos, frente a abiertos horizontes, terminar reconociendo la magnitud de ese fracaso? Sólo la solicitud de perdón les podrá aliviar de los más duros grilletes, del más severo juez: la conciencia de adentro. Todos hemos perdido en esta batalla, en esta conflicto de décadas en el que, quien más quien menos, adquirimos nuestra cuota de responsabilidad. Hemos sin embargo también ganado en conciencia y arraigo de paz. Las más largas y oscuras noches auguran los más brillantes amaneceres. Sólo siguen perdiendo los que se perpetúan en una árida y ahora también anacrónica confrontación. Euskadi merece, Euskadi anhela la paz y la reconciliación con la enorme fuerza de su alma colectiva. No permitamos que nadie frustre este ardiente anhelo. Aunque "rico" –jefe de recaudadores, con fama, parece que merecida, de corruptos-, Zaqueo era social y religiosamente marginado, hasta el punto de ser considerado como un "pecador público" al que se debía evitar.
Una vez más, Jesús rompe tabúes y etiquetas acerca de lo "socialmente correcto". Podía haberse esperado que condenara a alguien que, no solo vivía al servicio del imperio que oprimía a su pueblo, sino que robaba a ese mismo pueblo empobrecido. Sin embargo, detrás de todo ello, Jesús sigue viendo a un igual ("también este es hijo de Abraham"), y como tal lo trata. No significa que justificara su comportamiento, pero en realidad eso no era lo que estaba en juego, sino la persona que había detrás de aquel comportamiento y de aquel "papel". Donde la gente veía solo un "personaje" (pecador público), Jesús ve a un ser humano, en quien él también se reconoce: "lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí" (Mt 25,40). Afronta las críticas y murmuraciones, provenientes con seguridad de las personas más "religiosas" y "cumplidoras", aquellas que suelen tener bien catalogados a todos los demás, en el esquema típico de la personalidad fanática: "los nuestros" y "los demás". Al ver a Jesús ponerse del lado de alguien que no pertenece a "los nuestros" –porque es un "pecador"-, se desatan las murmuraciones, por una razón muy simple: se ha cuestionado el esquema que, supuestamente, les garantizaba una superioridad moral y, con ello, seguridad. Porque –de nuevo aparece la religiosidad basada en la idea del mérito-, si todos pueden ser tratados igual –como "los trabajadores de la viña"-, ¿qué importa todo nuestro esfuerzo y nuestros merecimientos? Sin embargo, sucede algo notable: aquel hombre que no había modificado su conducta a pesar de todas las críticas y desprecios que había recibido, empieza a ver las cosas de otro modo. Empieza a mirar como él mismo se sintió mirado por Jesús. Y ese modo de ver es el que da lugar a un nuevo modo de hacer. En ese cambio, viene a decir Jesús, consiste la "salvación". Y se presenta de una forma profundamente humana y compasiva, como "el que quiere buscar y salvar lo que está perdido". En lo que parece un claro contraste con la actitud de Jesús, la Iglesia ha aparecido (aparece) con frecuencia, en las personas de autoridad, con gestos de recelo, juicio y descalificación. Pareciera como si se hubiera constituido en guardiana de aquel modo de ver que tiene muy claro por dónde pasa la línea divisoria entre "los nuestros" y "los que no lo son", los "buenos" y "los que tienen que convertirse" a lo que nosotros decimos. De este modo, la Buena Noticia ha sido sustituida por la moralina de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta. El camino propuesto por Jesús es diametralmente opuesto: arranca de una mirada profundamente humana, que sabe ver el corazón limpio de la persona –más allá de lo que hace o deja de hacer- y –aun a riesgo de crearse enemigos- se solidariza con ella, haciéndose invitar a su casa. En contra de la actitud moralizante de quien, desde una supuesta superioridad, exige cambios o emite condenas, Jesús se "identifica" con el jefe de publicanos, poniéndose de su parte. En realidad, quien condena no sabe que se está condenando a sí mismo –a alguna parte de sí, oculta en su propia sombra-; quien se identifica con el otro, más allá de lo que este haga o deje de hacer, vive en la consciencia de que todos somos uno, en la identidad mayor que nos constituye. Ese nivel de consciencia es el que permite transformar la condena en compasión y, en último término, en humanidad. Una vez más se manifiesta la actitud de Jesús hacia los "pecadores", pero hoy de una manera muy concreta. Nos está diciendo cómo tenemos que comportarnos con los que hemos catalogado como malos. Está denunciando nuestra manera de proceder equivocada, es decir, no acorde con el espíritu de Jesús. Solo Lucas narra este episodio. No sabemos si es un relato histórico; pero que lo sea o no, no es lo importante, lo que importa es la manera de narrarlo y las enseñanzas que quiere trasmitirnos, que son muchas.
Es importante recordar que Lucas es el evangelista que más insiste en la imposibilidad de que los ricos entren en el Reino. Unos versículos antes, acaba de decir Jesús: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! En este episodio resulta que llega la salvación a un rico que además es pecador público. Sin duda Lucas está reflejando la situación de su comunidad, en la que se estaban ya incorporando personas ricas que daban el salto del seguimiento sin tener que abandonar su situación social y su trabajo. La única exigencia es salir de la injusticia y pasar a compartir lo que tienen con los que no tienen nada. En el relato hay que presuponer más cosas y más importantes de las que dice: ¿Por qué Zaqueo tiene tanto interés en conocer a Jesús, aunque sea de lejos? ¿Cómo es que Jesús conoce su nombre? ¿Cómo tiene tanta confianza Jesús para autoinvitarse a hospedarse en su casa? ¿Qué diálogo se desarrolló entre Jesús y Zaqueo para que éste haga una promesa tan radical y solemne? Solo las respuestas a estas preguntas darían sentido a lo que sucedió. Pero es precisamente ese itinerario interno de ambos, que no se puede expresar, el que marca la relación profunda entre Jesús y Zaqueo. La reflexión de este domingo conecta con la del domingo pasado: el fariseo y el publicano. ¿Os acordáis? El creernos seguros de nosotros mismos nos lleva a despreciar a los demás, a no considerarlos; sobre todo, si de antemano los hemos catalogado como "pecadores". Incluso nos sentimos aliviados porque no alcanzan la perfección que nosotros creemos haber alcanzado, y de esta manera podremos seguir mirándolos por encima del hombro. "Todosmurmuraban diciendo: ha entrado a comer en casa de una pecador". Zaqueo era jefe de publicanos y además, rico. Pecador, por colaboracionista y por el modo de adquirir las riquezas. Tiene deseos de conocer a Jesús, pero, ¿cómo se podía atrever a acercarse a él? Todos le señalarían con el dedo y le dirían a Jesús que era un pecador. Podemos imaginar la cara de extrañeza y de alegría que pondría cuando oye a Jesús llamarle por su nombre; lo que significaría para él, que alguien, de la categoría de Jesús, no solo no le despreciase, sino que le tratara incluso con cariño. Zaqueo se siente aceptado como persona, recupera la confianza en sí mismo y responde con toda su alma a la insinuación de Jesús. Por primera vez no es despreciado por una persona religiosa. Su buena disposición encuentra acogida y se desborda en total apertura a la verdadera salvación. Una vez más utiliza Lucas la técnica literaria del contraste para resaltar el mensaje. Dos extremos que podíamos denominar Vida-Muerte. Vida en Jesús que manifiesta lo mejor de sí mismo abriéndose a otro ser humano con limitaciones radicales que le impiden ser él mismo. Vida en Zaqueo que, sin saber muy bien lo que buscaba en Jesús, descubre lo que le restituye en su plenitud de humanidad y lo manifiesta con la oferta de una relación más humana con aquellos con los que había sido más inhumano. Muerte en la multitud que, aunque sigue a Jesús físicamente, con su opacidad impide que otros lo descubran. Muerte en "todos", escandalizados de que Jesús ofrezca Vida al que solo merecía desprecio. A la vista del resultado de la manera de actuar de Jesús, yo me pregunto. ¿Hemos actuado nosotros como él, a través de los dos mil años de cristianismo? ¿Cuántas veces con nuestra actitud de rechazo truncamos esa buena disposición inicial y conseguimos desbaratar una posible liberación? Al hacer eso, creemos defender el honor de Dios y el buen nombre de la Iglesia. Pero el resultado final es que no buscamos lo que estaba perdido y, como consecuencia, la salvación no llega a aquellos que sinceramente la buscan. Como Zaqueo, hoy muchas personas se sientes despreciadas por los dirigentes religiosos, y además, los cristianos con nuestra actitud, seguimos impidiéndoles ver al verdadero Jesús. Muchas personas que han oído hablar de Jesús quisieran conocerlo mejor, pero se interpone la "muchedumbre" de los cristianos. En vez de ser un medio para que los demás conozcan a Jesús, somos un obstáculo que no deja descubrirlo. ¡Cuánto tendría que cambiar nuestra religión para que en cada cristiano pudiera descubrirse a Cristo! Estar abiertos a los demás, es aceptar a todos como son, no acoger solamente a los que son como yo. Si la Iglesia propone la actitud de Jesús como modelo, ¿por qué se parece tan poco nuestra actitud a la de Jesús? Ya lo dice el refrán: Una cosa es predicar y otra dar trigo. Siempre que se ha consumado una división entre cristianos (cisma), habría que preguntarse quién tiene más culpa, el que se equivoca pero defiende su postura con honradez o la intransigencia de la iglesia oficial, que llena de desesperanza a los que piensan de distinta manera y les hace tomar una postura radical. Lutero por ejemplo, no pretendía una separación de Roma, sino una purificación de los abusos que los jerarcas de la iglesia estaban cometiendo. ¿Quiere decir esto que Lutero era el bueno y el Papa y los cardenales malos? Ni mucho menos; pero con un poco más de comprensión y un poco menos de soberbia, se hubiera evitado una división que tanto daño ha hecho al cristianismo. Hacer nuestro el espíritu de Jesús es caminar por la vida con el corazón y los brazos siempre abiertos. Estar siempre alerta a los más pequeños signos de búsqueda. Acoger a todo el que venga con buena voluntad, aunque no piense como nosotros; incluso aunque esté equivocado. Estar siempre dispuestos al diálogo y no al rechazo o la imposición. Descubrir que lo más importante es la persona, no la doctrina ni la norma ni la ley. No acogemos a los demás, no nos paramos a escuchar, no descubrimos esa disposición inicial que puede llevar a una auténtica conversión. Acogida con sencillez tenía que ser la postura de los seguidores de Jesús. Apertura incondicional a todo el que llega a nosotros con ese mínimo de disposición, que puede reducirse a simple curiosidad, como en el caso de Zaqueo; pero que puede ser el primer paso de un auténtico cambio. No terminar de quebrar la caña cascada, no apagar la mecha que todavía humea, ya sería una postura interesante; pero hay que ir más allá. Hay que tratar de restablecer y vendar la caña cascada, tratar de avivar la mecha que se apaga. El final del relato no tiene desperdicio: "He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido". ¿Cuándo nos meteremos esto en la cabeza? Jesús no tiene nada que hacer con los perfectos. Solo los que se sienten perdidos, podrán ser encontrados por él. Esto no quiere decir que Jesús tenga la intención de restringir su misión. Lo que deja bien manifiesto es que todos fallamos y todos necesitamos ser recuperados. Claro que solo el que tiene conciencia de estar enfermo estará dispuesto a buscar un médico. La salvación de la que aquí se habla no es conseguir el cielo en el más allá, sino repartir y compartir en el aquí y ahora. Pero esta lección no nos interesa ni como individuos ricos ni como iglesia. Para nosotros es preferible dejar las cosas como están y predicar una salvación para el más allá que nos permita mantener los privilegios de que gozamos aquí y ahora. En realidad no nos interesa el mensaje de Jesús más que en cuanto podamos manipularlo. Meditación-contemplación "El hijo de Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido". Solo lo que está perdido, necesita ser buscado. Solo el que se siente enfermo irá a buscar al médico. Solo si te sientes extraviado te dejarás encontrar por él. ................. No se trata de fomentar los sentimientos de culpabilidad. Tampoco de sentirse "indigno pecador". Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta. .................. Se trata de sentir la fuerza de Dios en lo hondo de mi ser. Pero también de buscar y aceptar la ayuda de los demás, que van un poco por delante y saben por dónde debo caminar. Si me empeño en caminar en solitario, seguro que me perderé. El capítulo 19 de Lucas es el final de la vida de Jesús antes de su entrada en Jerusalén que acabará en su muerte. Los capítulos 20 y 21 narran la última semana de la vida de Jesús y las controversias en el templo con los jefes del pueblo. A partir del capítulo 22 entraremos en los relatos de la pasión.
La escena se desarrolla en Jericó, casi a la orilla del Jordán donde sitúa Lucas tres relatos: la curación del ciego, que citan también Marcos y Mateo, el episodio de Zaqueo, que sólo encontramos en Lucas, y la parábola de las minas, que tiene su paralelo en la de los talentos de Mateo 25. El episodio de Zaqueo recuerda fuertemente al llamamiento de Leví, que conocemos por Marcos 2, Mateo 9 y Lucas 5, que da lugar a la comida en su casa, con sus amigos publicanos, y a la murmuración de los escribas y fariseos. Como en el episodio de Zaqueo, "todos murmuraban". El pasaje se ambienta en un entorno de admiración de la gente por Jesús y, al mismo tiempo, de incomprensión. En el episodio inmediatamente anterior, la gente quiere apartar al ciego, que molesta, y Jesús tiene que ir en contra de la corriente para acercarse e interesarse por él. Aquí, la multitud rodea a Jesús, pero su actuación con Zaqueo les escandaliza. Una vez más, el evangelio está mostrando la situación de Jesús, enfrentado a un pueblo que no se aparta de sus conceptos religiosos, de la idea de un Mesías espectacular que confirma a los buenos y rechaza a los malos, y un pueblo que por tanto es incapaz de recibir la palabra de Jesús que anuncia un reino que no es lo que ellos esperaban. En los momentos que estamos viviendo, no podemos menos de proyectar el mensaje de Jesús sobre nuestra situación. Y no es traer por los pelos el mensaje ni forzarlo. Hablar de lo que esperaban sus coetáneos y lo que Jesús les ofrecía es casi lo mismo que hablar de lo que ofrecen las religiones, al menos algunas de ellas o en algunas ocasiones, para contrastarlo con lo que ofrece Jesús. Los contemporáneos de Jesús estaban dispuestos a aceptar que Jesús era el Mesías, pero no estaban dispuestos a aceptar que el Mesías que esperaban era Jesús, sin poder, sin ambiciones políticas, sin ofertas de predominio del pueblo sobre otros pueblos, sin Templo, sin pureza legal. Jesús hace presente a Dios, pero la gente no lo acepta porque quiere otro dios. La diferencia está en que el dios que ellos buscan ha de ser "nuestro dios", el que resuelva nuestros problemas y nos haga privilegiados. Por eso pedirán siempre a ese dios ayuda para solucionar los propios problemas y prevalecer sobre los demás. Pero el Dios de Jesús es al revés: pide ayuda para solucionar los problemas de todos. Sin privilegios. Los de Jericó apartaban al ciego: querían solamente el espectáculo del desfile triunfal. Y el ciego estorbaba en el desfile. Los de Jericó querían que Jesús fuese de los buenos, y les pareció horrible que se auto-invitase a casa del pecador público número uno de la ciudad, el odiado jefe de recaudadores, y rico. Pero Jesús quería curar: curar al ciego, curar al rico recaudador. El desfile triunfal le traía sin cuidado. (No es casual que el siguiente desfile triunfal, la entrada mesiánica en Jerusalén, acabe tan mal, según el mismo Lucas: Jesús llora y se lamenta por la suerte de Jerusalén y echa a los mercaderes del templo). Los fariseos y sus letrados hacía tiempo que se habían dado cuenta del peligro y acechaban a Jesús casi desde el principio de su predicación. (Varias veces en Marcos 2 y expresamente ya en Marcos 3,6). Y cuando la cosa llegó a Jerusalén, la intervención de los sacerdotes fue fulminante, porque sabían que si Jesús seguía adelante toda su religión se derrumbaba, y con ella su instalación social y su sistema político. Y en una semana, acabaron con él. Jesús fue rechazado. La razón de fondo es que Jesús ofrece la Buena Noticia de "Dios amigo de la vida", amigo de la gente, médico y pastor. Jesús ofrece la Buena Noticia de que religión no es un gorro sagrado que nos ponemos en el Templo y en las Fiestas, sino la vida misma, la honradez, la veracidad, la compasión, la colaboración, el esfuerzo; que ése es el sacrificio agradable a Dios y que para ofrecerlo no hacen falta ritos ni intermediarios. Jesús es el que no hace teología metafísica, sino parábolas. Jesús es el que no ha venido a que le entronicen sino a lavar los pies. Es demasiado: ¿qué hacemos entonces con el Templo, con el poder en nombre de Dios, con la reverencia al sacerdocio por su unción sagrada, con los preceptos, con los premios, con las amenazas ... con todas esas cosas tan irremediablemente conexas con lo que tradicionalmente llamamos "religión". Y, peor todavía: si Dios no va a solucionar mis problemas, ni vamos a ser más que otros porque "Dios está con nosotros"... Entonces, ¿para qué queremos a Dios? Jesús cura al ciego y a Zaqueo, mientras la gente le quiere aclamar como Mesías Rey. Y lo mataron, lo mataron en nombre de SU dios. Nosotros hacemos hoy lo mismo. Dios para que me dé las cosas que creo que necesito. Yo adoro a Dios, cumplo los mandamientos (¡ojalá!) y le pido lo que quiero y él me lo da. Yo cumplo con él, que él cumpla conmigo. Y además, la vida eterna. Exactamente el Antiguo Testamento. ¿Qué significa para nosotros la Buena Noticia, la estupenda novedad de Jesús? Jesús sigue rechazado por la Iglesia exactamente igual que como fue rechazado por los fariseos, los escribas y los sacerdotes. Pero aún más: es rechazado invocando su nombre y proclamando que le siguen. Y aún más, los ricos sacerdotes, los ricos económicos, los poderosos con poder, dicen que le siguen, van a misa, participan en los grandes festivales religioso-folklóricos... la mejor imagen de todo esto es para mí sin duda la entrada de Jesús en Jerusalén, cuando todo el mundo aclamaba y Jesús iba llorando. Dentro de poco tendremos varios espectáculos aclamatorios. Costarán mucho dinero, las masas aclamarán, el Papa disertará sabiamente, asistirán todas las autoridades, cristianas y paganas, honradas y sinvergüenzas, y no servirá para hacer ninguna conversión, ningún seguimiento mejor a Jesús. ¡Qué bien habría quedado en Jericó que hubieran limpiado previamente la calle de mendigos, que Jesús se hubiera hospedado en casa del fariseo o sacerdote más rico y prestigioso. ¡Qué preciosa habría sido la entrada triunfal en Jerusalén si el burro hubiera sido sustituido por un brioso caballo blanco (marca Mercedes a ser posible, blindado y con tapicerías de madera y cuero), si Jesús hubiera entrado en el Templo devotamente, besando al entrar sus losas de mármol, y hubiera presentado un sacrificio por mano del Sumo Sacerdote! Seguramente Israel habría quedado mucho más dispuesto a aclamarle como Mesías. Pero no hay que olvidar que Jesús en Jericó, la opulenta ciudad de las palmeras, triunfa. Triunfa porque un ciego ve y un rico explotador deja de serlo. Lo demás, el desfile, el gentío, las aclamaciones, es mesianismo de falsos dioses, que no siente compasión y no quiere que el mendigo deje de ser desgraciado ni que el pecador tenga salida. Quieren que el ciego siga ciego y que el recaudador reviente. Jesús quiere curar. Y cura, triunfa. Lo mismo le sucederá con la mujer adúltera (Juan 8): quiere salvarla y triunfa, la salva; a costa de jugarse la vida y perderla. ¿Nos tomaremos alguna vez en serio, nosotros, los de las "religiones del Libro", que no está permitido matar ni a Caín, el asesino de su hermano? (Génesis 4,15). ¿Nos tomaremos alguna vez en serio, nosotros, los que decimos que seguimos a Jesús, que no hay más religión que dar de comer al hambriento? Jesús en Jericó, más fuerte que la ceguera y que el dinero. Jesús amigo de la vida, de las personas. Jesús compasivo hasta tener que dar la vida. Jesús, rostro de Dios, negador de falsos dioses. Yo no sé, evidentemente, cómo se puede parar tanta locura, ni soy quién para dictar cuál debe ser la posición oficial de la Iglesia Católica ni tengo autoridad alguna para juzgar a nadie. Pero sí sé varias cosas, las que todos sabemos y debemos proclamar. Sé que debemos ser radicales en el seguimiento de Jesús, y extirpar de la Iglesia, empezando cada uno por sí mismo, todo aquello que se parezca a los criterios y valores que llevaron a Jesús a la cruz: el "dios para nosotros", el preocuparse sólo marginalmente de los pobres, el preferir las ideas a las personas, el imponer ideas desde arriba en vez de sembrar conversión desde dentro... Extirpar de nosotros -desde dentro de nosotros mismos– al fariseo de santidad legal, al escriba de conocimiento estéril, al poderoso sacerdote del Templo único, a los intermediarios, a los santos separados, a los sagrados sin compasión, a los ricos que no comparten, a los políticos que no sirven. Todo eso no es de Jesús, y nosotros, la iglesia, debemos proclamarlo bien alto, bien claro. Sé que el futuro de la humanidad es el estilo de Jesús o la muerte. Sé que la mayoría de las religiones que contemplo son religiones de muerte. Sé que el estilo de Jesús es sembrar, compadecer, con-padecer, curar, respetar, ofrecer luz con buenas obras, ser consecuente hasta el final; y tener fe en todo ello. Sé que el Reino no es ceremonia sacra y triunfal, sino grano de mostaza y pellizco de levadura. Sé que el Hijo de Dios no era sagrado pontífice ni doctísimo escriba ni puro fariseo ni poderoso rey. Y sé que Jesús creía en la cosecha, creía en la virtualidad irrefrenable de la vida encerrada en la semilla y en la levadura. Sé que se sembró. Sé que fue fecundo. Sé que su vida sembrada murió a manos de los sagrados, los doctos y los puros, pero resucitó en un puñado de gente normal llena del Espíritu, un espíritu tan vivo que sigue cambiando hoy la vida de muchas personas. Y confieso que creo en el poder del Espíritu de Jesús, hasta el punto de confesar que es la semilla que puede salvar este mundo de locos y de dioses falsos en que vivimos. Vaya por delante que hoy me siento absolutamente incapaz de armonizar el sentido que la liturgia da a esta fiesta con el mensaje del evangelio. Un botón de muestra: En la oración colecta se habla de "los méritos de todos los santos" y "la multitud de intercesores". ¿No decía el domingo pasado el evangelio que el fariseo, que se sentía con derechos, no salió justificado del templo? Esa interpretación de la santidad como superioridad moral no tiene nada que ver con el evangelio. Y los intercesores; ¿Son mejores que Dios y nos quieren más?
Hace ya algunos años que vengo titulando esta fiesta como "todos santos". Hoy añado "y pecadores" porque sin ese añadido, lo podemos entender mal. Me ayudó mucho a este matiz oírle al Papa decir, ya varias veces; "soy un pecador". Naturalmente, el Papa no quiere decir que roba o que mata o que hace otras barbaridades. Lo que hace es manifestar su fina espiritualidad, dando a entender que de lo que es a lo que tenía que ser hay aún un abismo. Esta idea ya la había desarrollado Lutero, siendo muy criticado por ello. Está dando un vuelco la idea que teníamos de "santo". A ello ha contribuido no poco el afán de la institución en las últimas décadas por declarar santos, incluso a centenares. Suele pasar que a toda inflación corresponde casi siempre una devaluación. También han ayudado a esta nueva idea de santo, los métodos utilizados en los procesos de canonización, no siempre auténticos ni demasiado convincentes. La prueba está que suelen salir adelante los procesos que tienen detrás una institución influyente y con dinero a discreción. Lo que hemos dicho el día del fariseo y el publicano puede volver a servir hoy. Santo no es el perfecto, sino el pecador que reconoce la necesidad que tiene de un Dios que le ame sin merecerlo. Solo cuando uno se siente pecador, está cerca de Dios. Solamente en la medida que un ser humano es santo puede sentirse pecador. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la perfección, a la "santidad". Aspirad solo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que Dios ha derramado en vuestro ser. En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los "santos" canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todas las personas que descubrieron y mostraron la marca de lo divino en ellas, aunque no hayan pensado en la santidad. No se trata de celebrar los "méritos" de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El único merito, es de Dios. En todos los tiempos han existido y siguen existiendo personas que descubriendo su autentico ser, ha sido capaces de darse a los demás y de hacer así un mundo más humano. En este mundo hay lugar también para el optimismo, porque la inmensa mayoría de la gente son "buenas personas", que intentan por todos los medios hacer felices a los demás. Eso no quiere decir que no tengan fallos. Una de las actitudes que más nos humanizan es precisamente el aceptar las limitaciones, en nosotros mismos y en los demás. Jesús no exigió la perfección a sus seguidores, solo les pedía que descubrieran el amor, que es Dios en ellos. Estamos llamados todos a ser santos. Esto no debe asustarnos, porque no se trata de exigirnos la perfección sino de descubrir al Perfecto identificado con cada uno de nosotros. Significaría que debemos descubrir lo que Dios es, en lo hondo de nuestro propio ser. No pensar en un Señor perfectísimo al que tenemos que parecernos. Obligarnos a imitar a Dios, nos ha hundido en la miseria más absoluta, porque mientras seamos humanos, nadie puede ser perfecto. Dejaríamos de ser humanos, que es lo que muchas veces ha pasado. En esta fiesta celebramos la "bondad" se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien, que es mucho más fuerte y está más extendido que el mal. Hoy es el día del optimismo. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. Desde esta perspectiva, la vida merece siempre la pena. Porque esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como encontramos en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman en vegetar como las plantas o quedarse en lo sensorial como los animales. La santidad consiste en la posibilidad que me da Dios de parecerme a Él, porque está en lo hondo de mi ser como fuerza de actuación. En la medida que yo tomo conciencia de esa realidad que hay en mí, empiezo actuar según esa exigencia. Fijaros que estamos hablando de lo contrario de lo que nos han enseñado: para ser santo tienes que hacer esto y dejar de hacer lo otro, siempre de manera heroica, porque lo que me piden es lo que me cuesta, y lo que me prohíben es lo que me gusta. Es muy significativa la identificación que ha hecho el "pueblo" (Iglesia) de esta fiesta de "todos los santos" con la de "todos los difuntos", hasta el punto de que para muchos son una sola fiesta. Deberíamos tomar conciencia de esta realidad, para que las dos fiestas tomaran el verdadero significado. Son fiestas de recuerdo y agradecimiento. ¿Es acaso concebible que uno no considere a su madre una "santa"?. Todas las madres dan lo mejor de sí mismas a los hijos, y eso que entregan es santo. Esto es lo que nos obliga a pensar que una madre no muere nunca, porque lo que ha dado, seguirá llegando a nosotros a pesar de que ya no esté. Tratemos de descubrir ese futuro desde Dios. ¿Por qué nos empeñamos en imaginar un más allá conforme a nuestra limitación actual? Pretender que permanezca nuestra condición de criatura limitada no tiene mucho sentido, además es imposible. Lo contingente es por naturaleza perecedero. Lo único que permanece de nosotros es lo que ya tenemos de trascendente. La eternidad no es una sucesión interminable de tiempo, sino un instante definitivo en el que ya estamos. La eternidad no es lo contrario del tiempo, sino un ámbito al que podemos acceder aunque estemos en el tiempo. Alguien ha dicho: Amar es decirle al otro: no morirás. Si el que ama es Dios, nos está diciendo: tú permanecerás mientras yo sea, es decir, siempre. El punto por el que podemos conectar con Dios, nos hace eternos. Ese punto no puede ser lo material, lo biológico, lo caduco, sino lo trascendente. Yo permaneceré en la medida que renuncie y muera a mi falso yo. "Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, dará mucho fruto. Cuando Jesús le dice a Nicodemo: "hay que nacer de muevo", le está invitando a encontrar una Vida trascendente, la del Espíritu. Una Vida que poseemos mientras desplegamos nuestra vida (con minúscula). Es la verdadera, la definitiva, porque la biológica termina sin remedio, pero la espiritual no tiene fin. Cada vez que oigamos en la Escritura "vida eterna", debemos entender: Vida definitiva. No se trata de la vida del más allá, sino del aspecto más interesante de la vida del más acá. En el día en que recordamos a nuestros seres queridos difuntos, es muy importante que no caigamos en ensoñaciones sensibles que nos meten por callejones sin salida. Yo no voy a encontrarme físicamente, ni a ver a mi madre ni a mi hijo; pero puedo vivir su presencia en la medida en que trascienda la materia y esté en el Espíritu, identificado con Dios. La verdad es que los tengo mucho más cerca que cuando los podía ver y tocar. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |