Nos hemos acostumbrado a vivir en el corto plazo, como si el pasado no tuviese ninguna lección que darnos y fiándonos de que el futuro se construirá solo. El medio económico se ha convertido en la única vara de medir la realidad. Incluso cuando la amenaza del cambio climático parece ser una evidencia, el miedo a perder algo nos empuja a una huida hacia adelante.
El desconcierto ante las noticias cada vez más inquietantes se suma a pasividad de quienes tiene la responsabilidad de tomarse el clima muy en serio. Pero en esta sociedad líquida, ¿quién apuesta por la responsabilidad solidaria? Pues en medio del erial, ha surgido una flor llamada Greta Thumberg. Es una flor delicada de apenas dieciséis años y con Síndrome de Asperger, un trastorno neurobiológico que forma parte del espectro autista. Su “cruzada” comenzó hace un año, cada viernes, con una huelga solitaria en Estocolmo que se ha convertido en fuente de inspiración para muchos jóvenes en todo el mundo. Esta florecilla sueca ha logrado algo difícil de imaginar hace unas pocas semanas: que junto a un ramillete de otros jóvenes procedentes de varios países, aprovecharan la existencia del Tercer Protocolo Opcional de la Convención sobre los Derechos del Niños para solicitar ayuda directamente a la ONU si algún Estado miembro no pone solución a una violación de derechos. Liderados por Greta, han escrito una carta a Naciones Unidas argumentando que las cinco mayores economías del planeta han violado los derechos humanos propiciando la inacción de la economía internacional porque no tomaron suficientes medidas para frenar la crisis climática. Y a continuación, proponen una hoja de ruta sobre cómo avanzar hacia la restauración ecológica. La misiva fue cursada poco después de que Greta Thumberg pronunciara un fuerte y emotivo discurso en última Cumbre del Cima, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Estamos al inicio de una extinción masiva y de lo único que pueden hablar es de cuentos de hadas sobre un crecimiento económico eterno. Quiero que escuchen a los científicos", dijo Greta con lágrimas en los ojos ante los gobernantes del Planeta. El pasado 27 de septiembre se produjo la segunda huelga mundial por el clima en ciento cincuenta países contra la inacción ante la evidencia del cambio climático. Lo cierto es que China, Estados Unidos e India, tres de los mayores contaminantes, cada vez se molestan menos en participar de los compromisos internacionales sobre el clima y, por supuesto, no cumplirlos como hace buena parte de la comunidad internacional. Pero el interés está en propagar lo poquito que se avanza como si fueran grandes logros cuando la realidad global es que los efectos del cambio climático se están acelerando ante los flagrantes incumplimientos de lo acordado durante décadas. Podríamos consensuar una quita proporcional para salvar el ecosistema, de manera que todos perdamos algo para ganar el futuro entre todos. Ya se ha intentado. Sin embargo, las sucesivas cumbres climáticas nos conducen a declaraciones de intenciones de los que más poderosos, los más codiciosos, que resultan papel mojado en cuanto se refiere a compromisos prácticos. También es puro humo el reconocimiento por parte de los países desarrollados de su mayor responsabilidad que los Estados en vías de desarrollo. La realidad es que elevan su presión cada año para que los países en vías de desarrollo adquieran los mismos compromisos que ellos cuando son -somos- los responsables de la mayoría de las emisiones. Algo parecido ocurre con los fondos, que se prometen mecanismos financieros incluso con nombres muy bonitos (Fondo Verde Climático), pero la mayor parte no se hacen efectivos. Tampoco se permite a los países en vías de desarrollo que puedan hacerse con tecnología medioambiental avanzada. Qué no decir del Protocolo de Kyoto en cuyo foro los países desarrollados prometieron reducir sus emisiones en un promedio del 5% en base a 1990, durante el período del 2008 al 2012. Luego vinieron las cumbres de Cancún, Bali, Durban… sólo algunos compromisos sueltos, llevando al Planeta al calentamiento de varios grados más. En esta última cumbre de Nueva York se ha evidenciado que estamos peor que en 2015. Una adolescente ha logrado romper el perfil bajo informativo con el que se viene tratando este preocupante tema del cambio climático, causado por primera vez por la acción humana, para irrumpir con fuerza en las conciencias porque ya no se puede soslayar sus consecuencias. A Greta le acusan de generar ansiedad en lugar de producir un discurso racional pero la acusación denota la cobardía de quienes, ante un atisbo de solución, solo ven un problema.
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Comentar las lecturas de hoy es complicado porque, partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen. La 1ª: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos sigan pensando otra cosa. La 2ª: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo… pero yo os digo… La 3ª: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, va a hacer justicia humana de ninguna manera.
La Escritura es fruto de una experiencia religiosa personal, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al intentar entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje del envoltorio en que ha sido transmitido. Nuestra teología ha sido un intento de convertir el mito en logos. La racionalización del mito nos impide descubrir su valor y nos lleva a una falsificación de la verdad que en él se contiene. La modernidad cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico en que venía presentada con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño. Pero las religiones, sobre todo la nuestra, sigue manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tienen la valentía de proponer la verdad separada del mismo mito. Hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos, que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo. La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No podemos poner como modelo para Dios a un juez injusto que actúa por aburrimiento. Es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros. El tema es de máxima importancia, porque la oración, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. Lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín, con su genialidad, nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros. De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros. No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. El que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe para restablecer un desequilibrio. Para Dios todo está siempre en absoluto equilibrio, no necesita equilibrar nada. Dios no puede actuar contra nadie por malo que sea. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca contra los opresores. En la Biblia “hacer justicia” es liberar al oprimido. Esta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia, tal como la entendemos los humanos. Aquí no se trata de la oración sino de la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No debemos esperar la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre “justos” que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder. La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente. El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí. Pedir a Dios justicia, aquí o para el más allá, es mantener el ídolo que hemos creado a nuestra medida. La justicia en el más allá se inventó precisamente para armonizar la idea de un Dios justo al modo humano con la realidad de una injusticia presente. En tiempo de los macabeos se vio que los males que afligían a los seres humanos no se podían explicar como castigo de Dios, porque Antíoco estaba sacrificando precisamente a los más fieles a la Ley. Para superar esa contradicción se sacó de la manga un castigo y un premio para después de la muerte. El mensaje de Jesús está sin estrenar. ¿A quién de nosotros se nos ha ocurrido alguna vez dar la túnica al que nos roba el manto? ¿Quién ha puesto una sola vez la otra mejilla cuando le han dado una bofetada? Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia. Meditación La mayor injusticia, sufrida desde esta perspectiva, es compatible con la plenitud humana más absoluta. Nuestra justicia está siempre mezclada con la venganza. Mi plenitud no está en la derrota del enemigo sino en dejarme derrotar por mantenerme en el amor. Esto es el evangelio. ¿Quién se lo cree? Un enfoque distinto de la oración
Los cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién convertidos. Igual que muchos cristianos actuales, sólo se acordaban de santa Bárbara cuando truena. Lucas se esforzó por inculcarles la importancia de la oración: les presentó a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes de su vida. El comienzo del evangelio de este domingo (Lucas 18, 1-8) parece formar parte de la misma tendencia: “En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. Sin embargo, el final nos depara una gran sorpresa. El acento se desplaza al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea buena, ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una crisis muy grave. Los elegidos que gritan día y noche Recordemos que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. Algunas fechas ayudan a comprender mejor el texto. Año 62: Asesinato de Santiago, hermano del Señor. Año 64: Nerón incendia Roma. Culpa a los cristianos y más tarde tiene una persecución en la que mueren, entre otros muchos, según la tradición, Pedro y Pablo. Año 66: los judíos se rebelan contra Roma. La comunidad cristiana de Jerusalén, en desacuerdo con la rebelión y la guerra, huye a Pella. Año 70: los romanos conquistan Jerusalén y destruyen el templo. Años 81: sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo si no renuncia a su religión”. En este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia frente a las injusticias de sus perseguidores. Sin embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» La venida del Hijo del Hombre ¿Por qué esta referencia al momento final de la historia, que parece fuera de sitio? Para comprenderla conviene leer el largo discurso de Jesús que sitúa Lucas inmediatamente antes de la parábola de la viuda y el juez (Lc 17,20-37). Algunos pasajes de ese discurso parecen escritos teniendo en cuenta lo ocurrido el año 79, cuando el Vesubio entró en erupción arrasando las ciudades de Pompeya y Herculano. Muchos cristianos pudieron ver este hecho como un signo precursor del fin del mundo y de la vuelta de Jesús. Ese mismo tema lo recoge Lucas al final de la parábola para relacionar la oración en medio de las persecuciones con la segunda venida de Jesús. La fe de una oración perseverante El tema de la vuelta del Señor es esencial para entender el evangelio de Lucas, aunque subraya que nadie sabe el día ni la hora, y que es absurdo perderse en cálculos inútiles. Lo importante es que el cristiano no pierda de vista el futuro, la meta final de la historia, que culminará con la vuelta de Jesús y el final de las persecuciones injustas. Pero esa no era entonces la actitud habitual de los cristianos, ni tampoco ahora. Lo habitual es vivir el presente, sin pensar en el futuro, y mucho menos en el futuro definitivo, que nos resulta, hoy día, mucho más lejano que a los hombres del siglo I. Eso es lo que quiere evitar el evangelio cuando termina desafiándonos: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Que nuestra fe no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a Dios día y noche. La primera lectura Los amalecitas, un pueblo nómada, atacaban a menudo a los israelitas durante su peregrinación por el desierto hacia la Tierra Prometida. Una persecución parecida a la que sufrieron los cristianos por parte de Roma. Pero Moisés no espera que Dios intervenga para salvarlos; ordena a Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que mientras Moisés mantiene las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas vencen; cuando las baja, son derrotados. ¿Y si se cansa? A los judíos nunca le faltan ideas prácticas para solucionar el problema. Este texto se ha elegido porque va en la misma línea del evangelio: orar siempre sin desanimarse. Pero usar la oración para matar amalecitas no parece una idea muy evangélica. ¿Orar sin desfallecer o ser cansinos en la oración? por: Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp10/18/2019 Para orientarnos desde el principio, el evangelio de este domingo empieza diciéndonos que tipo de relato vamos a escuchar, una parábola, y la intención de Jesús al narrarla: enseñarles, y enseñarnos, que hay que orar siempre, sin desfallecer.
Pero no es lo mismo orar sin desfallecer que ser cansinos en la oración pidiendo a Dios que cumpla nuestra voluntad. No desfallecer es de orantes, de los que confían y se ponen en manos de Dios, buscando su voluntad. Dejar que la oración toque y transforme nuestra vida es distinto de pedir a Dios cosas para que nos las conceda, convencidos de que cuantas más veces lo hacemos más probabilidades tenemos de lograrlo. Lucas, el evangelista que nos presenta a Jesús como el gran orante, se vale de dos personajes muy definidos para enseñar esta actitud a las primeras comunidades cristianas. Un juez, persona de autoridad en el pueblo, al que describe de modo muy significativo. En tiempos de Jesús, los ejes sobre los que se asienta el comportamiento humano son Dios y los demás, el amor, el respeto o la importancia que cada persona da a ellos la definen. Al decirnos que a este juez no le importan ni Dios ni los hombres, nos está destacando la “calaña” del juez. Una persona terrible, sin principios, al margen de toda ley y al margen de todos. Una viuda, que en ese momento era, junto con los huérfanos, el prototipo de la persona pobre, que no tiene quien la defienda, de la que muchos otros, sin escrúpulos, suelen abusar. Ya los profetas hacen llamadas a defenderlas. Y esta mujer pide justicia a un hombre injusto el juez, que al final cede y le imparte justicia. No por compromiso ético, sino para que le deje en paz. Cuando la gente escuchara a Jesús y entendiera que los ruegos de una mujer, que no es nada en la sociedad, conmueven el corazón de un juez sin principios, entenderían más claramente que nuestros pobres ruegos llegan al corazón de Dios. Sorprende a la gente de entonces, y a nosotros hoy, el que un juez injusto le haga justicia. Evidentemente este juez no es imagen de Dios. No tenemos que “ganarnos” el corazón de Dios a fuerza de insistir. Esa imagen está muy lejos de Abbá que nos presenta Jesús como Buena Noticia. Por eso la pregunta es muy importante, y marca la distancia entre lo que dice y hace el juez y el modo de actuar de Dios. ¿Es que Dios no hará justicia… o nos dará largas? Dios es justicia y está preparado para hacerla pronto. Pero no es lo mismo hacer justicia que hacer lo que nosotros queremos y a nuestro ritmo. Las primeras comunidades cristianas viven en medio de muchas dificultades y persecuciones y su tentación es que Dios les saque de ellas, y lo haga ya. Les parecía que Dios no les escuchaba y la tentación del desanimo y el abandono de la fe y de la comunidad, estaban presentes. Ante esta tentación, que nos lleva a pensar que Dios es un juez que no atiende a todos, Jesús nos invita a cambiar nuestra mirada y descubrir el auténtico ser de Dios. A descubrir que muchas veces la justicia que Dios quiere queda interrumpida por nuestro comportamiento injusto, que estamos siendo un obstáculo a la justicia de Dios Orar sin desfallecer y con fe es abrirnos a la justicia de Dios y descubrir mi responsabilidad y la parte que me toca en aquello que estoy pidiendo. No basta con insistir pidiendo a Dios que conceda la paz y la justicia a nuestro mundo, si nos somos, allí donde estamos y con todas nuestras posibilidades, constructores de paz y de justicia. La paz y la justicia que, en la oración, el Espíritu del Señor infunde en nuestros corazones. Construir el reino es trabajar en la línea de la justicia de Dios. El evangelio de hoy, así como empezaba enmarcándolo todo para que supiéramos que estábamos escuchando, termina sorprendentemente con una pregunta abierta, para la que no tenemos una contestación rápida. La segunda venida de Jesús era algo esperado como inminente por los primeros cristianos, como nos dicen en diversas ocasiones los evangelios. En ella se cifran muchas veces el triunfo de la justicia de Dios. Pero Lucas nos plantea, en este momento, el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra? ¿Seremos capaces de perseverar hasta el final? ¿Nos mantendremos en la oración como la viuda? Que este domingo nos ayude a renovar nuestra fe y nuestra oración. Estuve la semana pasada visitando a una amiga, que llevaba bastante tiempo hospitalizada, pues la habían operado y tenía que recuperarse. En mis manos llevaba unas flores pues sabía que no podía comer chocolates o pastas que son los regalos que se suele llevar a los sanatorios. Durante mi visita acertó a pasar el capellán del centro que la llevaba la comunión muchos días y ofrecí irme pero mi amiga insistió en que me quedara.
Hacía mucho tiempo que no escuchaba las palabras, o no les presté en su momento atención, que conlleva la liturgia del acto que se iba a celebrar y me sorprendieron. Al principio se hace un acto penitencial y una breve revisión de vida, seguido de muchos golpes de pecho pidiendo piedad y perdón por los pecados. El resto de la celebración me pareció muy correcto aunque de nuevo se hace mención al cordero de Dios que quita los pecados del mundo. No le dije nada a la enferma pero pensé para mis adentros que aquellas palabras pronunciadas por el oficiante no eran las adecuadas en ese momento recordando sus faltas anteriores. Y pensé ¡En la Iglesia tenemos cierta obsesión por los pecados! Pues a aquel cuarto Jesucristo no venía como juez a perdonar a la enferma sino como amigo, a comentar la felicidad de su recuperación y a darle fuerzas para perseverar en ese camino de sanación. Decía Aristóteles que entre los grupos sociales no podía existir una relación de amistad entre los que estaban situados arriba y los que quedaban por debajo. Tengo la impresión de que esta idea ha planeado sobre nosotros haciendo que el tema de Jesús amigo se haya llevado al desván y hay que desempolvarlo. El visitó a su amigo Lázaro y aunque existe un abismo entre su realidad y la nuestra el himno de Filipenses deja bien claro que renunció para hacerse uno de nosotros. Tenemos que pensar junto a la comunión, el mejor regalo que se puede hacer, que otras palabras acordes con ese acto conllevan la cercanía, el cariño y la amistad de Jesucristo para sus amigos enfermos. En las V Jornadas EFFA se ha celebrado una mesa redonda, abierta al diálogo, con la pregunta “¿Qué Iglesia soñamos?”. Sentí mucho no poder asistir a esta mesa redonda, pero ahora deseo compartir algunas reflexiones. (Se puede ver aquí: https://www.youtube...)
La que quería Jesús La respuesta espontánea de un cristiano es que soñamos con la Iglesia que quería Jesús. Pero al reflexionar caigo en la cuenta de que Jesús no quería ninguna Iglesia. Jesús proclamaba la realización del Reino de Dios; el cumplimiento de la Promesa hecha a los Patriarcas del judaísmo; la plenitud de los tiempos, con una sociedad fraterna basada en un amor gratuito. Jesús sentía que este Reino ya estaba brotando, y que se cumpliría en su propia generación. En su vida encontró incomprensión y resistencias incluso entre sus discípulos, pero hasta el fin esperaba alguna intervención del Padre que transformara los corazones para recibir con entusiasmo esta sociedad fraterna. Murió sintiéndose abandonado en su misión, pero el Padre no lo había abandonado; era precisamente su muerte en la cruz el signo que transformaría los corazones de sus discípulos para abrazar con entusiasmo el Proyecto del Reino, y difundirlo por todo el mundo conocido. La que hubiera querido Jesús Los discípulos sintieron que Jesús estaba vivo y que les alentaba a continuar con su Proyecto. Sin embargo pronto cayeron en la cuenta de que las circunstancias mostraban una situación totalmente distinta a la que había vivido Jesús. Él esperaba una escatología inminente, y formó a sus discípulos en una predicación itinerante, dejando la semilla en pequeños grupos dispersos. Ahora constataban que se prolongaba indefinidamente el regreso de Jesús, la Parusía que determinaría el final este mundo (o de este tipo de mundo). Surgieron los problemas. Las comunidades se multiplicaban dispersas por países de distintas culturas. El movimiento iniciado por Jesús se había mantenido en lo esencial dentro del marco del judaísmo, pero ahora eran más los nuevos cristianos que rechazaban claramente ese marco. Incluso los mismos evangelistas atribuyeron a Jesús mensajes bastante contradictorios. Según el evangelio de Marcos, Jesús citó a los discípulos en Galilea para reiniciar allí su mensaje; Jerusalén y el Templo habían quedado rechazados en el símbolo de la maldición de la higuera. Según el evangelio de Lucas, Jesús les indicó que se quedaran en Jerusalén para recibir al Espíritu Santo e iniciar desde allí la difusión de su Reino; y los discípulos continuaron orando en el Templo hasta Pentecostés. ¿Cómo hubiera resuelto Jesús esa nueva situación? Imposible saberlo. Hubo profundas discrepancias entre los discípulos. El concilio de Jerusalén estableció las bases para una aceptación mutua, que fue suficiente durante algún tiempo. ¿Cómo afrontamos nosotros la situación actual? En veinte siglos de cristianismo la Iglesia ha experimentado grandes momentos de espiritualidad, pero también claros atropellos a lo más elemental del mensaje de Jesús, y ha cedido mucho ante los dos enemigos claves del Reino de Dios: el poder y el dinero. ¿Qué podemos hacer? Lo esencial es vivir y fomentar el Proyecto de Jesús, una sociedad fraterna basada en el amor; “Ubi caritas et amor deus ibi est” donde hay amor verdadero, ahí está Dios. Y este Proyecto se cumplía en gran medida (no en plenitud), en tiempos de Jesús y ahora, no sólo entre sus discípulos sino en otros movimientos religiosos o sociales. Jesús corrigió a Juan porque había prohibido ejercer a un exorcista que no era de este grupo:“porque el que no está contra nosotros, está a favor de nosotros”(Mc 9,38-40; Lc 9,49-50). Como cristianos, nos preocupa la Iglesia. Algunos hablan de una refundación basada en el mensaje de Jesús, pero ya hemos visto que ni los mismos discípulos se pusieron de acuerdo en los momentos de su fundación. Ante esta imposibilidad, otros hablan de una reforma; personalmente me parece un término muy desvaído que puede significar “cambiar algo para que todo quede igual”. Yo preferiría el término deconstruir, que parece indicar un cambio radical sin dañar la estructura básica; pero las palabras son lo de menos. Creo que el proceso de cambio se plantea a dos niveles, que deben influirse mutuamente para mantener la unidad: la Iglesia universal y las Iglesias locales. Y creo que el Papa Francisco está manteniendo un difícil equilibrio para introducir cambios sin romper la unidad de toda la Iglesia. En cuanto a las Iglesias locales, una gran oportunidad se plantea ahora con el sínodo de la Amazonia. Un territorio casi virgen que se asemeja mucho a aquellos territorios vecinos que recorrió Jesús; incluso las circunstancias de la Amazonia obligan a repetir el modo evangélico de parejas seglares de misioneros itinerantes. Otra oportunidad la estamos viviendo desde hace algunos años en pequeñas Iglesias locales o Comunidades de Base, tanto europeas como latinoamericanas, aunque con diversos rituales. Estas Jornadas de Fe Adulta son una muestra de cristianos que nos reunimos como Iglesia para interpretar el mensaje de Jesús en nuestra cultura actual, y compartir el signo eucarístico como compromiso de amor fraterno. Del 6 al 27 de octubre del presente año se llevará a cabo el Sínodo Panamazónico convocado por el Papa Francisco en 2017 con el objetivo de “encontrar nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, sobre todo de los indígenas, muchas veces olvidados y sin una perspectiva de un futuro sereno, también por la causa de la crisis de la foresta amazónica, pulmón de fundamental importancia para nuestro planeta”.
La Amazonía está formada por nueve países: Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Suriname, Guayana Inglesa y Guayana Francesa. Allí se concentra un tercio de las reservas forestales primarias del mundo. Habitan unos 34 millones de habitantes, de los cuales más de tres millones son indígenas, pertenecientes a más de 390 grupos étnicos. La preparación al Sínodo la inauguró oficialmente el Papa en su viaje a Puerto Maldonado (Perú) en 2018, donde mostró su preocupación por los indígenas: “Probablemente los pueblos originarios amazónicos, nunca estuvieron tan amenazados como ahora. La Amazonía es una tierra disputada desde varios frentes”. Posteriormente se elaboró el Documento preparatorio y se escucharon alrededor de 87.000 voces distintas, unas 22.000 en consulta directa y 65.000 en procesos preparatorios hacia la consulta. Participaron comunidades, parroquias, vicariatos y diócesis. Hubo 260 eventos: asambleas territoriales, foros temáticos y ruedas de conversación. El 90% de los obispos amazónicos participó en el proceso. Todo esto lo recogió la REPAM (Red Eclesial Panamazónica), organismo eclesial creado para establecer una pastoral de conjunto con prioridades diferenciadas, buscando un modelo de desarrollo que privilegie a los pobres y sirva al bien común. Este insumo contribuyó a la elaboración del Documento de Trabajo (Instrumentum laboris). Este documento fue publicado el pasado 17 de junio y será el punto de partida del Sínodo. ¿Qué tiene que ver este Sínodo con nuestra fe y espiritualidad? Puede parecer una realidad distante y que prácticamente no nos afecta. Pero no es así. El Sínodo nos hace una fuerte interpelación que deberíamos acoger y dejarnos transformar por ella. En primer lugar, el cuidado de la “casa común” nos implica a todos y tiene que ver con nuestra fe. El libro del Génesis comienza afirmando a Dios como creador de cielo y tierra y de todo lo que hay en ella, incluido el ser humano. Ese mundo fue puesto en nuestras manos para preservarlo y garantizar la vida en todos los sentidos. En otras palabras, la preocupación ecológica no sólo es un problema mundial y un desafío actual, sino que también es un compromiso inherente a la fe si creemos en el Dios bíblico. De ahí la Encíclica de Francisco, “Laudato si” (2015), en la que nos llama a la “conversión ecológica”, una conversión integral por la defensa de la vida en todo sentido pero, especialmente, la vida de la creación, tan amenazada por la explotación irracional que solo busca el lucro y la mayor ganancia y que afecta, en primer lugar, a los más pobres de la tierra. En segundo lugar, tanto la Encíclica Laudato Si como el Sínodo Panamazónico, nos están hablando de una fe “profética” y “ecológica”. El Instrumentum laboris es un ejemplo muy claro de una fe que se toma en serio la realidad, se compromete con los problemas actuales y busca transformarlos pero, no de cualquier manera, sino levantando la voz y “denunciando” todo aquello que no está de acuerdo con el plan de Dios y necesita una conversión urgente. El Instrumentum laboris está estructurado en tres partes: (1) La voz de la Amazonía (2) Ecología integral: clamor de la tierra y de los pobres (3) Iglesia profética en la Amazonía: desafíos y esperanzas-. Comienza haciendo un llamado a los obispos para que “escuchen” a los pueblos amazónicos: “Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” y continua describiendo muy bien las amenazas que afectan la Amazonía: la destrucción extractivista, la urgencia de protección de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario, la migración, la urbanización, la corrupción, la falta de salud, de educación, de respeto a sus culturas, etc. Y con la misma voz profética de la Biblia que levanta la voz ante la opresión del pueblo en Egipto (Ex 3, 7-8) (n.23), el instrumentum laboris denuncia “la connivencia o permisividad de los gobiernos locales, nacionales y las autoridades tradicionales (los mismos indígenas)” para permitir la explotación de la creación solo buscando intereses económicos sin detenerse a pensar en las nefastas consecuencias para la creación y los pueblos (n.14). Más aún, hace un fuerte llamado a las instituciones eclesiales a que no caigan en el juego de recibir donaciones que parece van a mejorar la situación, cuando en verdad, los que las ofrecen están buscando solo intereses económicos (n. 83). El instrumentum laboris “sugiere” lo que la Iglesia podría hacer para responder a todas estas amenazas. Lógicamente la iglesia no pretende solucionar un problema que es de toda la sociedad y que, además, excede sus pretensiones que son propiamente evangelizadoras, pero el documento si muestra “nuevos caminos para la Iglesia y para la ecología integral” -título del sínodo- al proponer la “escucha” a esos pueblos, el “diálogo” con los pueblos amazónicos considerándolos verdaderos interlocutores y la puesta en práctica de la inculturación e interculturalidad (ser capaces de dejarse enseñar también por la sabiduría indígena y el “buen vivir” que estos pueblos poseen) a nivel de doctrina, liturgia, pastoral, ecología, conversión. Los medios de comunicación se han centrado en la posibilidad de ordenar varones casados de entre los mismos indígenas para responder a la falta de ministros para celebrar la eucaristía en los lugares más apartados. Pero esto no es lo más importante de este Sínodo. Lo importante es todo lo que dijimos antes. “Escuchar, dialogar y transformar” permitirán una iglesia con rostro amazónico, abriendo así la posibilidad a una iglesia con distintos rostros; una iglesia en salida -como tanto ha repetido Francisco- en salida de sus propias seguridades y puntos de vista para estrenar nuevos caminos de evangelización; una iglesia profética que se compromete con la realidad actual y no teme ser criticada por ello -se sabe de la incomodidad de algunos gobiernos y empresas extractivistas por estas denuncias de la iglesia-; y una iglesia comprometida con los más pobres de la tierra, en este caso, los indígenas que en el pasado fueron colonizados con el beneplácito, muchas veces, de la misma iglesia, y que aún hoy nos son tenidos en cuenta como verdaderos sujetos eclesiales. Ojalá el sínodo sea un kairós de novedad, profecía y compromiso. Y que todos en la iglesia acojamos esos horizontes para que lo que en Amazonía se pueda hacer realidad, se haga también en todos los otros rostros de la iglesia que necesitan pasos audaces para mostrar efectivamente que nuestra fe no es un intimismo autoreferencial sino una fe profética y ecológica, defensora de la vida en su sentido pleno: la creación y los más pobres de la tierra. Regularmente leemos cómo va mermando la influencia de la Iglesia Católica entre la población. Ya lo adelantó el sociólogo Javier Elzo cuando pronosticó que esta Iglesia va camino de convertirse “en una secta en el sentido sociológico o numéricamente”. Para algunos es una buena noticia constatar que después de tantos años y siglos de ominosa influencia clerical, empieza a abrirse una ventana laicista, pues todo apunta a que la tendencia se agudizará produciendo en la población un alejamiento aún mayor, tanto de las prácticas religiosas como de la influencia social que transmiten los mensajes de la jerarquía eclesiástica.
Para otros, el informe es una mala noticia, una más, preocupados como están por la marea anticlerical y la indiferencia religiosa. Hay un tercer grupo, en fin, que, dentro de la turbación, encuentran más motivos de esperanza que de abatimiento porque perciben la situación actual como una invitación a recuperar los genuinos valores del Reino, eclipsados en buena parte por los propios católicos, a menudo irreconocibles en su ejemplo; jerarcas incluidos, por las tantas veces que ni siquiera ven con buenos ojos la laicidad lo cual solo encabrita y aleja al rebaño en lugar de apacentarlo como haría un buen pastor. No es menos cierto que la indiferencia religiosa posmoderna es un problema de nuestro tiempo, que ha venido a completar el pensamiento dominante de que Dios impide una auténtica humanidad por ser ambas incompatibles ¿Deformación o ignorancia? ¿El mensaje estorba? Se ha llegado a proclamar la muerte de Dios (Nietzsche) y lanzado la sospecha envenenada de que cuando Dios gana, el hombre es el que pierde; y viceversa. Nuestro ambiente está marcado por una cultura de profunda increencia religiosa que ha dado paso a otros dioses como la tecnología, la razón de Estado, el consumismo, etc., que crecen robustos al ser considerados y aceptados como fines en sí mismos junto a creencias espiritistas y ocultistas de muy diverso signo. Yo me encuentro entre los católicos esperanzados que creen posible hacer más visible el valor de la Buena Nueva evangélica. ¿Qué es lo que nos falta para transmitir la experiencia liberadora de nuestra religión? Nunca es mal momento para que cada uno se haga esta pregunta. Para empezar, falta experiencia religiosa en los propios católicos, quizá por retozar demasiado en la sociedad de consumo fiado todo a los ritos y plegarias superficiales. Nos falta mucha humildad para reconocer que el Espíritu no es patrimonio nuestro, que Jesús estuvo buscando a los apestados de su época, y no precisamente para condenarlos sino para transmitirles un chorro de amor que transformaba a cuántos tenían la mínima predisposición a abrirse a Él; y que sus palabras más duras las reservó para los soberbios sepulcros blanqueados, grandes profesionales de la historia de la salvación. Nos falta valentía para vivir más solidariamente, y sobre todo, dejarle a Dios que actúe a través de nuestras manos, viviendo a su imagen y semejanza con el ejemplo y cuando hace falta, la denuncia profética. Para colmo, muchos de los que niegan a Dios, le están afirmando con su actitud y su conducta. No tienen fe, pero sus hechos trabajan en la dirección de los valores del Evangelio, incluso cuando recriminan la tendencia a apoderarnos de Dios para domeñarlo a nuestra horma. No fue un teólogo quien afirmó que “si Dios no es amor, no vale la pena que exista”, sino Henry Miller. Nuestro reto pasa por recuperar la práctica del espíritu de las bienaventuranzas y volver a experimentar la felicidad que viene de Dios alejando las actitudes que se convierten en causa de desconcierto para quienes buscan sinceramente pero se encuentran con la caricatura de la religión que mueve más al escándalo que a la conversión. Tal vez, uno de los fracasos más graves de la Iglesia católica es no presentar a Dios como amigo de la felicidad del ser humano. Sin embargo, estoy convencido de que el hombre contemporáneo sólo se interesará por Dios si intuye que puede ser fuente de felicidad. Se nos olvida que el Evangelio es una respuesta a ese anhelo profundo de felicidad que habita en nuestro corazón. Quizá sea por tantos olvidos por lo que aceptamos pasivamente la consideración de “católico practicante” a quien acude a misa los domingos, en lugar de llamarle así al que vive el Evangelio dentro y fuera del templo. Si Cristo no es un anhelo para millones de desnortados, buena parte de las causas nacen en nosotros. En este sentido, releamos la parábola del fariseo y el publicano. En su texto encontraremos algunas claves de lo que puede que nos esté pasando sin pensar siquiera que sus palabras se dirigen precisamente a nosotros. Una vez más nos recuerda el texto que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al poder del templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible.
Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando títulos de relatos como: la oveja perdida, el hijo pródigo, los diez leprosos, etc., nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. El relato de hoy debía llamarse: diez leprosos son curados, uno se salva. En el texto vemos con toda claridad que la fe abarca, no solo la confianza sino la respuesta: fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe, por no llevar implícita la fidelidad. El protagonista es el que volvió. La lepra era el máximo exponente de la marginación. La lepra es una enfermedad contagiosa muy peligrosa. Al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospechas. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar puramente defensiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo, está criticando la idea que los judíos tenían de una relación con Dios exclusiva y excluyente. No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exégetas apuntan más bien, a una historia del primer cristianismo, encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento estricto de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos datos suficientes para descubrir que esta era la actitud de la primera comunidad. Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. “Mientras iban de camino”. 4º.- en un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve, ¿dónde están? 7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación: una verdadera salvación. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”. En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personalidad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen. Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes se sintieron obligados a cumplir la ley: presentarse al sacerdote para que les declarara puro y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la única salvación que esperaban. Los nueve vuelven a someterse a la institución; van al encuentro con Dios en el templo. El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Encuentra la presencia de Dios en Jesús. La verdadera salvación para el leproso llega en el agradecimiento del don. El problema es que queremos expresar a Dios nuestro agradecimiento como lo hacemos a otras personas. Solo viviendo el don podemos agradecerlo. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del estatus social. Nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades externas y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material. El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones, que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia. El seguimiento de Jesús consiste en una forma de vivir. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = "motus ab intrinseco" (movimiento desde dentro). No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos. Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa; solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero, acoplarse a él no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas, son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Conformarnos con aceptar de la religión una programación perfecta puede impedirnos esa vida auténtica. Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia litúrgica la celebración de las Témporas en los primeros días de Octubre. Eran unos días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente sencilla del campo. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones. Meditación La confianza produce la curación, la fidelidad produce la salvación. La identificación con el Otro me libera de la opresión de los otros. En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad. Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta. La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento, que nos llevará a una fidelidad incondicional. Las lecturas de este domingo son fáciles de entender y animan a ser agradecidos con Dios. La del Antiguo Testamento y el evangelio tienen como protagonistas a personajes muy parecidos: en ambos casos se trata de un extranjero. El primero es sirio, y las relaciones entre sirios e israelitas eran tan malas entonces como ahora. El segundo es samaritano, que es como decir, hoy día, palestino. Para colmo, tanto el sirio como el samaritano están enfermos de lepra.
Naamán el sirio El relato del segundo libro de los Reyes (5,14-17) es mucho más extenso e interesante de lo que refleja la lectura litúrgica. Naamán es un personaje importante de la corte del rey de Siria, pero enfermo de lepra. En su casa trabaja una esclava israelita que le aconseja visitar al profeta de Samaria, Eliseo. Así lo hace, y el profeta, sin siquiera salir a su encuentro, le ordena bañarse siete veces en el Jordán. Naamán, enfurecido por el trato y la solución recibidos, decide volverse a Damasco. Pero sus servidores le convencen de que haga caso al profeta. Con vistas al tema de este domingo, lo importante es la actitud de agradecimiento: primero con el profeta, al que pretende inútilmente hacer un regalo, y luego con Yahvé, el dios de Israel, al que piensa dar culto el resto de su vida. Pero no olvidemos que Naamán es un extranjero, una persona de la que muchos judíos piadosos no podrían esperar nada bueno. Sin embargo, el “malo” es tremendamente agradecido. Un samaritano anónimo Si malo era un sirio, peor, en tiempos de Jesús, era un samaritano. Pero a Lucas le gusta dejarlos en buen lugar. Ya lo hizo en la parábola del buen samaritano, exclusiva suya, y lo repite en el pasaje de hoy. Este relato refleja mejor que el de Naamán la situación de los leprosos. Viven lejos de la sociedad, tienen que mantenerse a distancia, hablan a gritos. Y Jesús los manda a presentarse a los sacerdotes, porque si no reciben el “certificado médico” de estar curados no pueden volver a habitar en un pueblo. Lo importante, de nuevo, es que diez son curados, y solo uno, el samaritano, el “malo”, vuelve a dar gracias a Jesús. El episodio termina con las palabras: «tu fe te ha salvado». Todos han sido curados, pero sólo uno se ha salvado. Nueve han mejorado su salud, sólo uno ha mejorado en su cuerpo y en su espíritu, ha vuelto a dar gloria a Dios. Examen de conciencia ¿Dónde me sitúo? ¿Entre los “buenos” poco agradecidos o entre los “malos” agradecidos? |
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