El domingo anterior, la parábola de los viñadores homicidas terminaba diciendo que la viña sería consignada «a un pueblo que produzca sus frutos» (v.43). Algo parecido afirma la parábola de hoy, la de los invitados al banquete, que nos ha llegado a través de Mateo y Lucas. Para comprender el enfoque de Mateo es esencial tener en cuenta no sólo el texto de Isaías sino también el de Lucas.
El punto de partida: un festín de manjares suculentos (1ª lectura) La parábola de los invitados a la boda se inspira en un poema del libro de Isaías a propósito del gran banquete que Dios organizará “en este monte”, Jerusalén, que supondrá la alegría, la salvación y la victoria sobre la muerte para todos los pueblos. Un banquete al que todos están invitados. La reinterpretación irónica de Lucas (Lc 14,15-24) El texto de Isaías podía provocar en cualquiera el sentimiento que pone Lucas en boca de un oyente de Jesús: «¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios!». Entonces Jesús, con gran dosis de ironía y realismo, cuenta una parábola que podemos dividir en dos actos: Acto I: · un hombre organiza un gran banquete; · envía a un criado a llamar a los invitados; · los invitados se excusan de buena manera. Acto II: · El hombre, irritado, manda al criado a invitar al banquete a pobres, lisiados, ciegos y cojos; · el criado obedece, pero todavía sobra sitio; · el hombre vuelve a enviarlo «hasta que se llene la casa». Moraleja: «Ninguno de aquellos invitados probará mi banquete». En la versión de Lucas, la parábola contada por Jesús explica por qué en la comunidad cristiana (el banquete) no están los que cabría esperar (los judíos), sino otros (los paganos). Del optimismo de Isaías pasamos al terrible realismo con que Jesús enfoca siempre las cuestiones. La reinterpretación más dura y crítica de Mateo La versión de Lucas podía suscitar en las comunidades cristianas un sentimiento de satisfacción y de falsa seguridad. Para evitarlo, Mateo añade una última escena e introduce también interesantes cambios; los dos actos se convierten en cuatro: Acto I: · Un rey invita a la boda de su hijo; · envía criados (en plural); · los invitados no quieren ir. Acto II: · El rey vuelve a enviar criados; · los invitados no hacen caso a los criados e incluso matan a algunos de ellos; · el rey mata a los asesinos y prende fuego a su ciudad. Acto III: · El rey manda a recoger por las calles a todos, malos y buenos; · La sala se llena de comensales. Acto IV: · El rey descubre a un comensal sin traje de fiesta; · manda expulsarlo del banquete. Moraleja: «Hay más llamados que escogidos». Mateo ha reinterpretado la parábola a la luz de los acontecimientos posteriores y en clara polémica con las autoridades religiosas judías. En el Acto I, el protagonista no es un hombre cualquiera, sino un rey (Dios), que celebra la boda de su hijo (Jesús). Y no envía a un solo criado, sino a muchos (referencia a los antiguos profetas y a los misioneros cristianos). Los invitados, en vez de excusarse de buena manera, como en Lucas, simplemente no quieren ir. Entonces introduce Mateo un acto nuevo (II), donde la invitación del rey encuentra una oposición mucho mayor (incluso llegan a matar a algunos criados) y la reacción del monarca es terrible, porque manda su ejército a acabar con los asesinos y a prender fuego a la ciudad (destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70). El Acto III también representa una novedad con respecto a Lucas: no se invita a pobres, lisiados, ciegos y cojos, sino a todos, buenos y malos. El enfoque socio-económico de Lucas (en el banquete entran los marginados sociales) lo sustituye Mateo por el moral (todo tipo de personas). Pero Mateo añade un nuevo Acto, el IV, que es el que más le interesa: un invitado se presenta sin vestido de boda y es echado fuera. Con estos cambios, la parábola explica por qué la comunidad cristiana está compuesta de personas tan imprevisibles y, al mismo tiempo, contiene un toque de atención para todas ellas. En el Reino de Dios puede entrar cualquiera, bueno o malo. Pero, si se acepta la invitación, hay que presentarse dignamente vestido. Ni frac ni minifalda Para entrar en una mezquita hay que descalzarse. Para entrar en una sinagoga hay que cubrirse la cabeza. Para entrar en cualquier iglesia se aconseja o exige un vestido digno. Pero el vestido del que habla la parábola no se mide en centímetros ni se debe caracterizar por su elegancia. Es una forma de comportarse con Dios y con el prójimo. O, utilizando una metáfora de san Pablo, hay que vestirse de nuestro Señor Jesucristo. No es un disfraz. Es un modo de vivir y de actuar que recuerde a los demás, dentro de lo posible, como él vivió y actuó.
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Con la misa del domingo en Roma, presidida por el papa Francisco, ha comenzado el esperado Sínodo de la Familia. Comienza un Sínodo cuya preparación ha estado precedida de fuertes y crecientes vientos de oposición al papa.
Para algunos, el Sínodo puede ser un buen momento para expresar sus desacuerdos con el estilo de gobierno y con la “revolución de la misericordia” que ha caracterizado el pontificado de Francisco. En tal sentido, el tema del Sínodo: «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización», parecen ser propicios para hacer sentir una oposición de carácter más orgánico al programa de reformas del papa. Junto al objetivo de los desafíos de la familia, no es descartable que algunos estén viendo en este Sínodo una oportunidad privilegiada para alinear a futuras cordadas cardenalicias que puedan marcar el rumbo de un próximo cónclave. Una larga lista de desencuentros y desacuerdos con el estilo del papa Francisco –desde la liturgia hasta la Evangelii gaudium, pasando por sus gestos de acogida hasta cuestiones económicas– ha reagrupado a quienes fueron causa de tropiezo para Benedicto XVI, y quienes le dieron justificados motivos para presentar su renuncia. Lamentablemente, en este Sínodo, junto con el interés pastoral, se han puesto en juego cuestiones políticas y de poder eclesial. Mientras unos dan la cara en cuestiones pastorales, otros invisibles utilizan el Sínodo para aunar descontentos. Para graficar la situación, el cardenal canadiense Marc Oullet, prefecto de la Congregación de los Obispos, salió el viernes pasado (3 de octubre) a declarar que la visión de los obispos "divididos según partidos" no es propia de la Iglesia y por eso debe ser evitada durante el próximo Sínodo. Una advertencia oportuna y reveladora. Desde el lado visible hay una oposición doctrinal al impulso aperturista del papa; algo que se ha hecho sentir de manera contundente y categórica. En tal sentido, los temas del Sínodo de la Familia confieren una ventaja instrumental a los opositores del papa. Para ello, han hecho de la doctrina una verdadera trinchera ideológica, donde se han parapetado connotados teólogos y cardenales para resistir los vientos de cambio. En este terreno, el liderazgo opositor aparece radicado en la Congregación de la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Gerhard Müller. De hecho, el propio prefecto, anticipándose a la convocatoria del Sínodo publicó en L´Osservatore Romano el documento “La fuerza de la gracia”, con el que reafirmó la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. A escasos días de inaugurarse el Sínodo, un grupo de cinco cardenales (Gerhard Müller, Raymond Burke, Walter Brandmüller, Carlo Caffarra y Velasio de Paolis) junto a cuatro teólogos (Robert Dodaro, John Rist, Paul Mankowski y Cyril Vasil), publicaron el libro “Permaneciendo en la verdad de Cristo: matrimonio y comunión en la Iglesia”. Ese texto produjo profunda desazón, principalmente por la oportunidad y porque revelaba una organización operativa contra la corriente aperturista del papa. Un detalle significativo de esa orgánica, es que entre los autores del libro se incluyó a un hombre que comparte la espiritualidad del papa, el arzobispo jesuita Cyril Vasil, arzobispo eslovaco, secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales. En días recientes, y ahora sin esa aura de neutralidad y serenidad que provee la libertad teológica, el cardenal esloveno Franc Rodé, emitió serios y frontales acusaciones contra el papa en una entrevista a la agencia eslovena STA, diciendo que: “Francisco es excesivamente de izquierdas”, que Bergoglio es de “esta gente que habla mucho pero resuelven pocos problemas”, que “se nota que está ceñido por el ambiente del cual proviene”, haciendo una alusión a su origen latinoamericano donde hay grandes diferencias sociales. El 2 de octubre se conoció la carta abierta dirigida al papa, firmada por 48 prominentes católicos conservadores, que luego de hacer un recuento de las calamidades sociales que provoca la desintegración familiar, piden al papa y a los padres sinodales que fortalezcan “las verdades eternas sobre el matrimonio”, afianzando la doctrina y la ley. La mayoría de los firmantes son norteamericanos, cuya influencia en la Iglesia se hace sentir por su gran capacidad de ayuda económica a la Iglesia universal. Entre los firmantes figura Anne Mary Glendon, la mujer más encumbrada en las estructuras de la Iglesia universal. Ella es profesora de derecho en Harvard, ex embajadora de EEUU ante la santa sede, integrante de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y recientemente elegida por el papa Francisco para integrar la comisión especial que lo aconseja en la gestión del Instituto para las Obras de la Religión (IOR). Y como un verdadero misil dirigido expresamente contra la persona del papa, Antonio Socci publica el libro: “No es Francisco. La Iglesia en la gran tormenta”. En dicho libro, destinado a convertirse en un best seller, Socci critica ácidamente al papa, sus discursos, sus silencios, sus decisiones de gobierno, así como un supuesto laxismo moral. Contrasta nostálgicamente el papado de Juan Pablo II y de Benedicto XVI con el de Francisco. Y, lo más grave, cuestiona la legitimidad de Francisco, por lo que en ningún momento lo menciona como papa, sino sólo como Bergoglio. Según Socci, el papa Francisco sería un impostor, porque en el cónclave no se habría respetado la regla de la constitución apostólica “Universi Dominici Gregis” que rige la votación en la capilla Sixtina. Socci es un conocido escritor y periodista italiano, miembro del movimiento católico Comunión y Liberación; mismo movimiento al que pertenece el cardenal Angelo Scola, quien fue el segundo cardenal más votado en el último cónclave. Todo indica que, la crisis de la Iglesia, que motivó aquel gesto de grandeza de Benedicto XVI al presentar su renuncia, sigue vigente. Prueba de ello es que hay evidencia suficiente que el Sínodo de la Familia podría ser utilizado como una prueba de fuerza para ventilar delicadas cuestiones de poder. En medio de este ambiente, el papa ha decidido afrontar directamente la tentación del poder que ronda en el Sínodo. En la misa inaugural del Sínodo el papa ha dirigido palabras incisivas a los padres sinodales. Comentando la parábola de los viñadores corruptos ha dicho: "La tentación de la codicia siempre está presente… La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo". Y enfrentando directamente los riesgos de instrumentalización del Sínodo para fines mezquinos, dijo: “Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad. También nosotros podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la viña, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el sueño de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo." La fuerza espiritual del papa Francisco es garantía que el Sínodo será un instrumento de discernimiento pastoral colegiado, para responder a los acuciantes desafíos que enfrentan las familias en todo el mundo. De esta magnífica enseñanza de Jesús, se saca una conclusión evidente: Jesús solo pactó con Dios y con el pueblo, no con los poderes de este mundo, con los cuales no solo no llegó a ningún acuerdo sino que los criticó duramente, hasta el punto de que vieron en El un gran enemigo de su situación privilegiada, y lo asesinaron. Por eso la muerte de Jesús fue un asesinato en toda regla, urdido por los poderes religiosos y gobernantes del Templo de Jerusalén, confabulados con el gobernador romano para que firmase la pena de muerte para Jesús.
El propietario Dios es el propietario de la viña que cuidó con mucho mimo al pueblo hebreo, que había sacado de la esclavitud de Egipto. Suscitó profetas, los criados de la parábola, con una doble finalidad: que denunciasen a los dirigentes que intentasen aprovecharse del pueblo y además lo fuesen guiando para alcanzar su plena liberación. Son quienes hoy denuncian a las multinacionales, que en América del Sur o Africa quitan la tierra a los pobres; a los grandes banqueros que quitan las viviendas con los desahucios; a los gobiernos dictadores y corruptos que se apropian de los bienes del pueblo como en Guinea. Profetas que hoy como entonces son perseguidos y asesinados, como Oscar Romero en el Salvador, Gerardi en Guatemala, Luter King en EE.UU., los Jesuitas de la Universidad Centroamericana, Gandhi en la India, etc. Los dirigentes económico-políticos del mundo actual son los labradores de la parábola, que querían entonces y quieren hoy ser los dueños de la viña, es decir, del mundo, que lo están llevando a que cada vez haya más en menos manos y más manos con menos, y así hacen crecer la injusticia, la desigualdad y el sufrimiento de la mayor parte de la humanidad. El hijo del Dueño Dios, o sea, el dueño de la viña, les envió a su propio hijo. Este hijo es Jesucristo, que entonces los grandes y poderosos de Jerusalén mataron con la muerte más cruel y horrible: la crucifixión. Este Hijo de Dios son todos los seres humanos a los que matamos hoy, víctimas injustas del hambre, de la sed, de la guerra, del odio, de la violencia, de la injusticia, de la explotación, de la emigración, de los desplazamientos, de las deportaciones. Hoy los ricos y poderosos siguen matando a Jesucristo en los empobrecidos de la tierra. Y lo seguimos matando todos los que ante tanta barbarie y tanto sufrimiento nos quedamos pasivos e indiferentes, sin hacer nada. El Papa Francisco Aquel sacerdocio corrupto y explotador de Jerusalén, que imponía grandes cargas sobre los demás, tristemente tiene no pocas coincidencias con la Iglesia oficial de nuestros días. Al Papa Francisco le preocupan enormemente los escándalos de la Curia Vaticana, de algunos Obispos y hasta de algún Nuncio, de muchos sacerdotes y religiosos, el ocultamiento de la pederastia, las enormes cantidades de dinero para resarcir a las víctimas de la misma en vez de ser para remediar a los pobres del Tercer Mundo, etc. Todo esto, así como su cercanía y afinidad con los poderes de este mundo, ha precipitado a la Iglesia en un gran descrédito que ha alejado a la mayoría de la gente de la fe, de la propia Iglesia y de la fidelidad a Jesucristo que es lo más grave. Solo la salvan de este prolapso sobre todo los misioneros y misioneras que están trabajando con los más empobrecidos del Tercer y Cuarto Mundo. La credibilidad de la Iglesia Los empobrecidos de la tierra deberían ver y tener en la Iglesia a su mejor aliado y los poderosos y opresores de este mundo deberían ver y tener en la Iglesia a su peor enemigo, hasta que dejen de ser poderosos y opresores. La recuperación de la credibilidad de la Iglesia solo será posible a través de un compromiso radical, total y absoluto con la justicia en el mundo a favor de los más oprimidos, explotados y maltratados de la Tierra. No le pidamos a Dios cuentas, ni explicaciones, ni ayudas para lo que podemos y debemos hacer y arreglar nosotros. Este mundo está en nuestras manos: asumamos nuestra responsabilidad. Lo siento, no tiro cohetes al aire. He visto a un político con un mínimo de coherencia presentar su dimisión al no prosperar la ley en la que se había empeñado. Es cierto que Alberto Gallardón se había enrocado en exceso, pero también que ahora viene de testimoniar un cierto desapego del poder que le honra. Sé que no es popular señalar esto, pero uno escribe al dictado de dentro, no al albur de lo que predomina fuera.
Hubiera preferido en verdad la dimisión del ministro que defiende con dientes la agroindustria, o la del que en nada contribuye a que la paz se consolide en el País Vasco, o la del que promueve las corridas de toros, o la del que está cargado de acciones de la industria armamentística… Todo es más complicado de lo que a primera vista semeja. He de reconocer cierta valentía en un hombre que deja la política al no aprobarse lo que en conciencia él proponía. No, no me subo por las paredes de alegría por la dimisión del ministro de justicia. Por supuesto libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo, ¿pero ahí se acaban todos nuestros empeños? ¿Es esa libertad un valor absoluto? ¿Quién defiende el derecho del espíritu "non nato" a ver la luz en la tierra? ¿Nuestras libertades no finalizan donde arranca el dolor del otro? No apoyo la ley Gallardón, pero tampoco me alcanza ese gozo por el triunfo de la ley sobre el aborto que en estos momentos rige. Me alegraré en verdad cuando no haya que legislar sobre el aborto, cuando la sexualidad se asuma de una forma consciente y responsable, cuando vaya siempre acompañada del amor generoso y verdadero. De momento no hay triunfos, de momento es triste la legislación sobre el tema, ya sea más o menos restrictiva, porque hay cuestiones sobre las que no habría que legislar, sino por todos los medios tratar de evitar. Tiraremos cohetes cuando nadie se vea en la necesidad de frenar la nueva vida que quiere alcanzar esta tierra bendita a través de su vientre. Nos subiremos de alegría por las paredes, cuando desaparezcan todos los "check points" entre el más allá y el más acá; cuando toda alma que quiera aquí encarnar, vea su camino despejado, cuando alcance a sentir ya desde el vientre, el cariño, el amor y la ternura a los que tiene derecho. Sumemos a la vida más allá de ideologías y credos, abramos el camino a quienes descienden de las dimensiones sutiles, al margen de nuestras marcas pasajeras. Para que se abran los regazos, para que se agiten las cunas, para que las almas que ya están llegando puedan crecer y compartir, amar y servir en este tiempo, en medio de este mundo, a pesar de todo, únicos y maravillosos. La constante sonrisa del Papa, sus gestos de ternura con niños y enfermos, sus homilías sobre la misericordia, sus escritos sobre la alegría del evangelio… podrían ofrecernos una falsa imagen del obispo de Roma, si estos aspectos tan positivos no se complementan con algunas de sus denuncias proféticas, con sus numerosos “No”.
También el mensaje y vida de Jesús de Nazaret quedarían incompletos o incluso falsificados si las bienaventuranzas y su predilección por los pobres y pequeños no se completasen con sus críticas a escribas y fariseos, con sus “ay de los ricos”, con la expulsión de los mercaderes del templo que fue el detonante de su pasión y muerte en cruz: “No se puede servir a Dios y al dinero” Francisco denuncia proféticamente los aspectos de nuestra sociedad contrarios al evangelio del Reino: No a una economía de la exclusión y la inequidad, no a una economía que mata, una economía sin rostro humano, no a un sistema social y económico injusto que cristaliza en estructuras sociales injustas, no a una globalización de la indiferencia, no a la idolatría del dinero, no a un dinero que gobierna en lugar de servir, no a una inequidad que engendra violencia, que nadie se escude en Dios para justificar la violencia, no a la insensibilidad social que nos anestesia ante el sufrimiento ajeno, no al armamentismo y a la industria de la guerra, no a la trata de personas, no a cualquier forma de muerte provocada…En el fondo Francisco actualiza el mandamiento de no matar y defender el valor de la vida humana, desde el comienzo hasta el final. Francisco actualiza la pregunta de Yahvé a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” Pero junto a esta denuncia profética de nuestra sociedad, Francisco critica también actitudes de los cristianos y de la Iglesia contrarias al evangelio: No a la mundanidad espiritual, no a la acedia ( o apatía) pastoral, no al pesimismo estéril, no a los profetas de calamidades, no a los desencantados con cara de vinagre, no a los cristianos tristes con cara de funeral o de cuaresma sin Pascua, no a la guerra entre nosotros, no nos dejemos robar la comunidad, ni el evangelio, ni el ideal del amor fraterno, ni la fuerza misionera; no a los que creen que nada puede cambiar, no a una Iglesia encerrada en sí misma y autorreferencial, no a una obsesión moralista que olvida el anuncio gozoso del evangelio, no a los pastores que se creen príncipes de la Iglesia y están siempre en los aeropuertos, no al clericalismo, no a los que desean volver al pasado anterior al concilio, no a la falsa alegría, no a los que convierten los sacramentos en aduanas y la confesión en una sala de tormento , no coartar la fuerza misionera de la religiosidad popular que es fruto del Espíritu, no convertirnos en expertos de diagnósticos apocalípticos, no reducir el evangelio a una relación personal con Dios y a una caridad a la carta, no a una religión reducida al ámbito privado y a preparar almas para el cielo, no es suficiente no caer en errores doctrinales si somos pasivos o cómplices de la injusticia y de los gobierno que las mantienen... Detrás de estos “No” de Francisco se dibuja una imagen realmente evangélica de la Iglesia y el deseo de un mundo mejor, más justo e igualitario, más cercano al Reino de Dios. La alegría de Francisco no es una alegría mundana ni fruto de un temperamento optimista, sino que es la alegría que brota del evangelio de Jesús muerto y resucitado y de la fuerza vivificadora de su Espíritu: “No nos dejemos robar la esperanza”. Acto I: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia 735 a.C.
El murmullo se apaga lentamente. Cuando se hace silencio, Isaías se dirige a la gente congregada: «Voy a cantar una canción de amor. Del amor de mi amigo a su viña». El público sonríe incrédulo. No imagina al profeta cantando una canción de amor. Lo más frecuente en él son denuncias y elegías. La canción habla del trabajo entusiasta que dedica su amigo a una hermosa viña: entrecava el terreno, lo descanta, plata buenas cepas, construye una atalaya y, esperando una magnífica cosecha, cava un lagar. Pero, al cabo del tiempo, la viña, en vez de dar uvas hermosas y dulces, da ácidos agrazones. Isaías aparta la cítara y mira fijamente al público: «Ahora os toca a vosotros hacer de jueces entre mi amigo y su viña. ¿Podía hacer por ella más de lo que hizo?». La gente guarda silencio e Isaías continúa: «Voy a deciros lo que hará mi amigo: derribará su valla para que sirva de pasto a ovejas y cabras, para que la pisoteen mulos y toros; la arrasará para que crezcan en ella zarzas y cardos, y prohibirá a las nubes que lluevan sobre ella». El profeta se interrumpe y pregunta de nuevo: «¿Quién es mi amigo y cuál es su viña?» Pero no da tiempo a que nadie intervenga: «La viña del Señor sois vosotros, los hombres de Israel y de Judá. Dios ha hecho mucho por vosotros, y esperó a cambio que practicarais el derecho y la justicia, que os portarais bien con el prójimo. Pero sólo habéis producido asesinatos y provocado lamentos». Acto II: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia año 29 de nuestra era. Jesús acaba de contar a los sacerdotes y senadores la parábola de los dos hermanos, advirtiéndoles que las prostitutas y los publicanos les llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni responder, les dice: ― Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar… ― Esa ya la sabemos, comenta uno en voz alta. Esa no es tuya, es de Isaías. Jesús no se inmuta. Y la parábola toma de repente un rumbo imprevisible. A diferencia de la viña de Isaías, ésta sí da fruto. El problema no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar los frutos a su legítimo propietario. El drama se desarrolla en tres etapas. En las dos primeras, el dueño envía unos criados, y los viñadores los apalean, matan o apedrean. En la tercera, envía a su propio hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual que Isaías, se encara con los oyentes, pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos labradores?» A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen la muerte y la viña será entregada a otros más honrados. Tres grandes enseñanzas 1. La canción de la viña de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos todavía les resulta extraña: el amor de Dios se paga con amor al prójimo. Dios ha hecho mucho por los israelitas, pero lo que pide de ellos no son actos de culto sino la práctica de la justicia y el derecho. Jesús dirá que el segundo mandamiento (amar al prójimo) es tan importante como el primero (amar a Dios). Y la 1ª carta de Juan afirma: «Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amar... a nuestros hermanos». 2. Para Jesús, a diferencia de Isaías, el pueblo no es una viña mala e improductiva. Al contrario, da frutos a su tiempo. El mal radica en las autoridades religiosas, que consideran la viña propiedad privada y no reconocen a su auténtico propietario. Por eso Mateo termina con un comentario incomprensiblemente suprimido por la liturgia: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos» (v.45). Sería completamente equivocado utilizar la homilía de este domingo para atacar al público presente, que bastante hace con soportarnos. Quienes debemos sentirnos especialmente interpelados somos los que tenemos una responsabilidad dentro de la comunidad cristiana. 3. En su versión final (véase "Una cuestión discutida"), la parábola subraya la importancia y triunfo de Jesús. Después de todos los profetas (los criados), él es "el hijo", lo más valioso que Dios puede mandar. Y aunque las autoridades religiosas lo infravaloren y desprecien, él termina convertido en la piedra angular del nuevo edificio de la Iglesia. Una cuestión discutida Se discute si la contó realmente Jesús o es creación de los evangelistas. Cabe una tercera postura: la parábola la contó Jesús, pero fue adaptada más tarde por los evangelistas. En esta última hipótesis, la parábola primitiva hablaría sólo del envío de los criados, los profetas, a los que los viñadores apalean, matan o apedrean. Y terminaría con las palabras: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.» Cuando mataron a Jesús, los primeros cristianos pensaron que este era el mayor crimen, y el evangelista habría añadido las palabras referentes al envío y la muerte del hijo. En la misma línea de subrayar la importancia de Jesús habría añadido las palabras del Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Es un cambio fuerte de metáfora. Los viñadores se convierten en arquitectos, y el hijo en una piedra. Los constructores la desechan, porque no la consideran válida como piedra angular, la que soporta el peso de todo el arco. Sin embargo, Dios la coloca en un puesto de privilegio. Con este añadido, la parábola pierde en claridad, pero advierte a las autoridades religiosas que su crimen no ha servido de nada, y alegra a los cristianos con la certeza del triunfo de Jesús. Continuación del domingo pasado: de las tres parábolas con que responde Jesús a loS jefes religiosos, la de hoy es la más provocadora. Al rechazo de los jefes responde Jesús con suma crudeza. Esta parábola se narra ya en el evangelio de Marcos, del que copian Mateo y Lucas. Cuando se escriben estos evangelios, hacia el año 80, ya se había producido la destrucción de Jerusalén y la total separación de los cristianos de la religión judía. Era muy fácil ‘anunciar’ lo que había sucedido ya. También se había producido e interpretado la muerte de Jesús, que es uno de los elementos sustanciales del relato.
Aunque el relato puede verse como parábola, el mismo Mateo nos la presenta como una alegoría, donde, a cada elemento del relato, corresponde un elemento metafórico. El propietario es Dios. La viña es el pueblo elegido. Los labradores son los jefes religiosos. Los enviados una y otra vez, son los profetas. El hijo es el mismo Jesús. Los frutos que Dios espera son derecho y justicia. El nuevo pueblo, donde los dirigentes tienen que entregar frutos, es la comunidad cristiana. El relato del evangelio es copia, casi literal, del texto de Isaías. Pero si nos fijamos bien, descubriremos matices que cambian sustancialmente el mensaje. En Isaías el protagonista es el pueblo (viña), que no ha respondido a las expectativas de Dios; en vez de dar uvas, dio agrazones. En Mateo los protagonistas son los jefes religiosos (viñadores), que quieren apropiarse de los frutos e incluso de la misma viña. No quieren reconocer los derechos del propietario. Pero, curiosamente, al final se retoma la perspectiva de Isaías y se dice que la viña será entregada a otro pueblo, cosa que ni a Isaías ni a Jesús se les podía ocurrir. Como los domingos anteriores, se nos habla de la viña. Una de las imágenes más utilizadas en el AT para referirse al pueblo elegido. Seguramente, Jesús recordó muchas veces, el canto de Isaías a la viña; sin embargo, no es probable que la relatara tal como la encontramos en los evangelios. No solo porque en él se da por supuesto la muerte de Jesús y el total rechazo del pueblo de Israel, sino también porque a ningún judío le podía pasar por la cabeza que Dios les rechazara para elegir a otro pueblo. Por lo tanto, está reflejando una reflexión muy posterior, de la primera comunidad cristiana. Se os quitará la viña y se dará a otro pueblo que produzca sus frutos. Una manera muy bíblica de justificar que los cristianos se consideraran ahora el pueblo elegido. Esto era inaceptable y un gran escándalo para los judíos que consideraban la Ley y el templo como la obra definitiva de Dios, y ellos, sus destinatarios exclusivos. El relato no sólo justifica la separación, sino que también advierte a las autoridades de la comunidad que pueden caer en la misma trampa y ser rechazados por no reconocer los derechos de Dios. Recordemos que entre la Torá (Ley) y el mensaje del Jesús, existe un peldaño intermedio que a veces olvidamos, y que seguramente hizo posible que la predicación de Jesús prendiera, al menos en unos pocos. Recordad las veces que se dice en el evangelio: “para que se cumplieran las escrituras”. Ese escalón intermedio fueron los profetas, que dieron chispazos increíbles en la dirección correcta; aunque no fueron escuchados. Muchas de las enseñanzas de Jesús, y precisamente las más polémicas, ya las encontramos en ellos. La piedra desechada por los arquitectos es ahora la piedra angular, da por supuesto la apreciación cristiana de la figura de Jesús. Jesús no pudo contemplar el rechazo del pueblo judío como la causa de su propia muerte. Jesús nunca pretendió crear una nueva religión, ni inventarse un nuevo Dios. Jesús fue un judío por los cuatro costados, y nunca dejó de serlo. Si su predicación dio lugar al nacimiento del cristianismo, fue muy a su pesar. El traspaso de la viña a otros sobrepasa con mucho el pensamiento bíblico. En el AT el pueblo de Israel es castigado, pero permanece como pueblo elegido. Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y tenían mala voluntad. Nada más lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la institución, por el respeto a su Dios era sincera. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses. De esta manera llegaron a identificar la voluntad de Dios con la suya propia y creerse dueños y señores del pueblo. Si la viña no es propiedad de los arrendatarios, tampoco pueden serlo los frutos. No se pone en duda que la viña dé frutos. Se trata de criticar a los que se aprovechan de los frutos que corresponden al Dueño. Claro que podemos hacer una crítica de nuestra religión. A Jesús le mataron por criticar su propia religión. Atacó radicalmente los dos pilares sobre los que se sustentaba: el culto del templo y la Ley. Tenemos que recordar a nuestros dirigentes, que no son dueños, sino administradores de la viña. La tentación de aprovechar la viña en beneficio propio es hoy la misma que en tiempo de Jesús. No tenemos que escandalizarnos de que en ocasiones, nuestros jerarcas no respondan a lo que el evangelio exige. Por lo menos, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iba por ellos. No estoy tan seguro de que hoy los dirigentes se apliquen el cuento. La historia nos demuestra que es muy fácil caer en la trampa de identificar los intereses propios o de grupo, con la voluntad de Dios. Esta tentación es mayor, cuanto más religiosa sea la comunidad. Esa posibilidad no ha disminuido un ápice en nuestro tiempo. El primer paso para llegar a esta actitud es separar el interés de Dios del interés del hombre. El segundo es oponerlos. Dado este paso ya tenemos todo preparado para machacar al hombre en nombre de Dios. Que es lo que hacían aquellos jefes religiosos. ¿Qué espera Dios de mí? Dios no puede esperar nada de mí porque nada puedo darle. Él es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcance el máximo de ser. Como seres humanos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud precisamente por nuestra humanidad. Dios espera que seamos plenamente humanos. ¿Pero no somos ya seres humanos? No. Somos un proyecto, una posibilidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella. Según él, ser más humano es ser capaz de amar más. Si se adjudica la viña a otro pueblo, es para que produzca sus frutos. Es la conclusión que podríamos sacar de todo el relato. Ahora bien, ¿de qué frutos nos habla el evangelio? Los fariseos eran los cumplidores estrictos de la Ley. El relato de Isaías nos dice: “esperó de ellos derecho y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia y ahí tenéis lamentos. En cualquier texto de la Torá hubiera dicho: esperó sacrificios, esperó un culto digno, esperó oración, esperó ayuno, esperó el cumplimiento de la Ley. Pedir derecho y justicia es la prueba de que el bien del hombre es lo más importante. Jesús da un paso más. No habla ya de “derecho y justicia”, que ya era mucho, sino de amor, que es la norma suprema. La denuncia nos afecta a todos, porque todos tenemos algún grado de autoridad y todos la utilizamos buscando muestro propio beneficio en lugar de buscar el bien de los demás. No sólo el superior autoritario que abusa de sus súbditos como esclavos a su servicio, sino también la abuela que dice al niño: si no haces esto, o dejas de hacer aquello, Jesús no te quiere. Siempre que utilizamos nuestra superioridad para aprovecharnos de los demás, estamos apropiándonos de los frutos que no son nuestros. El evangelio nos da la única alternativa posible al desastre de la historia: hacer del amor la piedra angular. Meditación-contemplación ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? Si en nuestro interior descubrimos alguna queja contra Dios, no hemos entendido nada de lo que Dios es para nosotros y nuestra relación con Dios será inadecuada. ………………… El primer paso seguro hacia Dios es descubrir que Él ya ha dado todos los pasos hacia mí. Toda nuestra vida espiritual consiste en responder a ese don total. Cualquier otra actitud es engañosa. …………… Para nosotros, Jesús es el ejemplo supremo. Su punto de partida fue descubrir que Dios era “abba”. Que quiere decir: padre, madre, principio, origen, meta… Sentirnos fundamentados en Él será el salto definitivo. La imagen de la viña tiene mucha historia en la tradición bíblica. La viña es símbolo de Israel (Os 10,1; Is 5,1-7), figura de la novia que va a ser desposada por Dios (Jer 2,21; Cant 1,14; 2,15; 6,11; 7,9.13; 8,12).
La parábola que presenta el evangelio de Mateo puede leerse en clave cristológica y/o en clave eclesiológica. En la primera, Jesús aparece como “el hijo”, enviado tras el trágico destino que corrieron profetas anteriores; o como la “piedra angular”, sobre la que se va a realizar una “nueva construcción”. En la segunda, la comunidad de Jesús se ve a sí misma como el “otro pueblo” al que se le dará el reino para que produzca los frutos que no dieron los primeros “labradores” (el pueblo de Israel). Probablemente, la alusión a la “muerte de los malvados” haga referencia a la destrucción del templo y de Jerusalén, perpetrada por los ejércitos de Roma en el año 70. En cierto modo, la parábola hace una lectura de la historia desde la perspectiva de aquella primera comunidad cristiana. Al igual que las personas individuales, también los grupos leen la historia desde una perspectiva particular –no puede ser de otro modo, dado el carácter “situado” del que no podemos escapar-. El problema no está tanto en el carácter relativo de una tal lectura –que es inevitable-, cuanto en la absolutización del mismo. Por ejemplo, la lectura que el pueblo judío hace de aquel periodo histórico es radicalmente divergente. ¿Significa eso que está más equivocada que la anterior? No; significa que el punto de vista adoptado es otro. Solo el reconocimiento humilde de los límites inexorables de nuestra visión particular nos liberará de cualquier tipo de dogmatismo y fanatismo, haciendo posible el diálogo respetuoso y enriquecedor. Cuando eso no se da, aparecen enfrentamientos, que pueden llegar a ser intensos y desgarradores: la causa es solo la ignorancia, que nos hace confundir la verdad con nuestra perspectiva particular. Por eso, me gusta recordar las sabias palabras del maestro tailandés Ajahn Chah: “Tenéis un montón de puntos de vista y opiniones sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo correcto y lo incorrecto, sobre cómo deberían ser las cosas. Os aferráis a vuestros puntos de vista y sufrís mucho. Solo son puntos de vista, ¿sabéis?”. ¿Significa esto que no existe la verdad, o que hay “muchas verdades”? No, la Verdad existe y es una con la Realidad. Por eso, la apertura, la humildad, el estudio y el diálogo nos permiten crecer en ella. Pero lo que es plural, inevitablemente, es nuestra aproximación a la misma. ¿Por qué nos cuesta tanto aprender a convivir en el respeto a la diferencia? Parece ser que, fruto de nuestra historia como especie, hemos crecido convencidos de que la verdad pertenece al propio grupo (etnocentrismo) y que esa certeza es fuente de seguridad inequívoca. Reconocer que no es así, implica descender del pedestal al que nos habíamos subido y, sobre todo, constatar que nuestra seguridad no se apoya en aquella creencia, sino en otra realidad que habremos de descubrir. La seguridad, ciertamente, no puede hacer pie en una creencia, por importante que nos parezca: porque toda creencia es solo un objeto mental y, como tal, es variable. La seguridad únicamente se sostiene sobre la realidad de lo que es. Cuando descubrimos que nuestra identidad no es el yo, sino el Fondo último de lo real, nos reconocemos en casa, en seguridad y en confianza. Pero hasta que no lo experimentemos, vagaremos buscando inútilmente seguridades que nos sostengan. Estas últimas semanas la epidemia de infecciones por el virus del ébola que ha aparecido en el oeste de África ha producido más de tres mil afectados sembrando el temor en todo el mundo… pero no pensando en que pueden morirse más africanos, sino en que nos puede tocar a nosotros. Otras enfermedades como el dengue pueden viajar con los cambios en el clima y el aumento de la movilidad, y no podemos sentirnos tan lejos y seguros como antes de la globalización, que nos están acercando a todos, y no precisamente desde la solidaridad.
El virus del ébola como otros virus que se pasean por todo el continente africano, es conocido desde hace tiempo por su gran mortalidad. Hasta hace poco, los brotes eran muy esporádicos. Es una enfermedad que se puede controlar aislando las poblaciones donde se presenta, como había ocurrido hasta ahora. Pero la epidemia actual se ha desarrollado en una extensión grande y en unas sociedades que han sufrido recientemente guerras y conflictos. Es el mismo caso que Siria o Afganistán donde rebrotan epidemias y la esperanza de vida ha retrocedido a la que había en Europa hace cien años. El meollo del problema se completa con otra realidad sangrante: una enfermedad como el ébola, que se da de forma esporádica en países con pocos recursos, no atrae el interés suficiente para obtener las inversiones que se necesitan para desarrollar vacunas o tratamientos. El negocio farmacéutico no está junto a los pobres. Sí en cambio, podemos realizar gastos importantes para repatriar a pocas personas de los países más ricos, pero obviando a los cientos de afectados locales a los que no se da ninguna solución; solo reciben el peor de los desamores por respuesta: la indiferencia. La falta de apoyo de los gobiernos, sobre todo occidentales, ha debilitado mucho la acción internacional y los presupuestos para la cooperación hasta generar impotencia por la impotencia para detener conflictos bélicos y humanitarios, como los de Siria o Irak o Sierra Leona y Liberia, que son ahora los países donde se ha declarado el ébola. Ni para prevenir la erradicación de enfermedades que ya vemos no tan lejanas. Lo que deberíamos hacer es volver a emprender el camino de trabajar por acciones globales en el tratamiento de los conflictos y la prevención de enfermedades. O dicho más claramente, trabajar por globalizar la justicia en lugar de afanarnos en imponer una sociedad de mercado lo más globalizada posible y tan materialista como peligrosa. Espero que no llegue el momento en que nos demos cuenta del error inmenso que supone fiarlo todo a la actitud decadente de sentirnos protegidos solo por nuestra riqueza. Si tomamos whisky con agua, nos emborrachamos; vodka con agua, también; y otro tanto ocurre con el cognac con agua, o el ron con agua. Conclusión: el agua emborracha.
Con esa misma lógica, entonces, podríamos decir que si los cristianos tienen dios, los judíos tienen dios, los musulmanes tienen dios, si los bosquimanos, los mayas, los hindúes y los japoneses tienen dios, conclusión obligada: dios existe. Pero el problema que queremos tocar es mucho más que una inconsistencia semántica, una falacia argumental: dios ¿existe? He aquí una de las preguntas que más papel y tinta han hecho circular en la historia de la humanidad. Lo cierto, lo constatable empíricamente es que, si algo existe, son las religiones y las iglesias. Eso nos consta; lo otro es su presupuesto básico. Sólo si existen deidades puede haber una actitud de adoración y una institución que resguarda esa creencia. Como en tantas construcciones humanas, importa más el edificio que sus cimientos. Discutir en términos teológicos sobre la existencia o no existencia de dios es lo más alejado de la intención de este escrito. De hecho esa discusión ya se ha encarado en innumerables ocasiones y con el más estricto rigor; poco aportaría, por tanto, volver sobre lo mismo. Por otro lado, dar argumentos convincentes afirmando o negando su existencia nos lleva a discusiones bizantinas. Pero podemos abordar el problema en forma elíptica: si existe o no…. sólo dios lo sabrá (si se digna existir), mas resulta interesante ver que en toda cultura hay alguna idea al respecto. Y eso mismo nos puede comenzar a dar alguna clave. En una investigación realizada en una universidad argentina (país de tradición católica) se preguntó a los 150 integrantes de un grupo de muestra cómo representaban a dios. El 92 % de los encuestados lo refirió como un anciano varón, incluso de larga barba. Pero un tutsi africano o un sioux norteamericano no darían esa respuesta (y también tienen dioses, y no son atrasados ni estúpidos, aunque nuestro racismo occidental así nos los pueda presentar). Valga citar en relación a esa pregunta lo que decía el anarquista ruso Bakunin a fines del siglo XIX: "El ser humano creó a Dios y luego se arrodilló frente a él. Quien sabe si también se inclinará en breve frente a la máquina, frente al <robot>". Es decir: la idea, la representación que cada colectivo tiene de dios varía mucho, infinitamente: Zeus, Alá, el dios Kosi de las selvas congoleñas, el Odín nórdico, Jehová, Buda, el dios perro Upuaut del antiguo Egipto, la serpiente emplumada Quetzalcóatl, el dios hindú del trueno y del relámpago Indra, el dios taoista Yuan Sih T'ein Tsun…. La lista puede extenderse casi hasta el infinito, y es más que pertinente la acotación de Bakunin (¿qué nuevas representaciones habrá?: ¿la tarjeta de crédito?, ¿el automóvil?, ¿la computadora? En Argentina se fundó recientemente la religión "maradoniana". Diego Armando Maradona, además de futbolista y ahora director técnico, ¿es también un dios entonces?) Esta babel de dioses nos alerta sobre lo difícil de explicar quién (o quiénes) es (o son). Hasta ahora, desde que se conoce que hay civilización humana, hay adoración de algo sobrehumano: desde el hilozoísmo más ancestral hasta los dioses monoteístas modernos, desde el panteísmo hasta los códigos de ética más severos. Es quizá huero preguntar si existen todas estas "figuras". Obviamente las ideas/representaciones de lo sobrenatural han divergido muchísimo en las distintas culturas por lo que, como mínimo, podríamos decir que no existe un solo dios. Lo que es palmario es que los seres humanos (finitos, mortales, que nos angustiamos, que padecemos la cotidianeidad del hambre, del miedo, del frío, del enamoramiento y la gastritis), en todo tiempo y lugar -al menos hasta ahora- hemos necesitado de estas ideaciones que nos ayudan en el día a día. "Hace tiempo se creía que fenómenos como la vida, la inteligencia o el pensamiento, por ejemplo, sólo podían explicarse por una intervención sobrenatural. Pero la ciencia ha demostrado que no existen los milagros, y que los fenómenos naturales pueden ser explicados por leyes físicas." (…) "La naturaleza es fría e impersonal. En ese sentido, creo que la física nos da una explicación más satisfactoria del mundo que la religión, porque las leyes de esta última son tan rígidas que si las cambiamos apenas un poquito, obtenemos respuestas incongruentes", decía Steven Weimberg, Premio Nobel de Física 1979. Dicho en otros términos: en el mundo conceptual moderno no hay lugar para el milagro, para el misterio. Hasta ahora, en milenios de proceso civilizatorio, los seres humanos nos hemos encontrado que hay muchas cosas inexplicables (que angustian, que atemorizan); y a falta de un pensamiento matemático-racional el misterio, lo sobrenatural, lo mágico, los dioses -y también los demonios- ocuparon el lugar del que hoy los desplazan los conceptos que forja la ciencia. Discutir si las cosas arrojadas al aire caen al piso por obra de la voluntad divina o por la ley de la gravitación universal nos puede llevar a un laberinto; pero no hay duda que para la vida práctica la segunda explicación es más útil. Los vehículos que pueden remontar vuelo (los aviones y helicópteros, los transbordadores espaciales, las estaciones orbitales) fueron posibles a partir de Newton, yendo más allá de Jehová, de Quetzalcóatl o de Indra. De igual manera: ¿qué explica -y permite actuar en consecuencia- más y mejor respecto, por ejemplo, a la compulsión adictiva de un drogadicto, o un deliro psicótico: la idea de un castigo divino o su historia personal a partir de la clave del inconsciente? Y aquí se plantea un nuevo interrogante: si bien es cierto que la ciencia moderna -occidental-, producto de un proyecto antropocéntrico y racional, abre la posibilidad de un mayor y más confortable conocimiento y manejo del mundo, ¿por qué la idea de dios (o dioses, y en general el pensamiento mágico) permanece tan arraigada? Es ahí donde entran a jugar las otras dos dimensiones que apuntábamos en el título del trabajo: las religiones y las iglesias. La presencia de lo sobrenatural se materializa a través de su institucionalización en la forma de religión (que es un cuerpo orgánico, sistematizado, con una lógica interna); y a su vez esta termina por consolidarse en una institución (en general jerárquica, cerrada, con una fuerte presencia social) que se conoce con el nombre de iglesia. Salvando las diferencias de presentación, en todas las culturas aparecen estos dispositivos. Hasta incluso podría decirse que la creencia, en su sentido más estricto, es algo de orden privado, personal: se cree, se tiene una relación espiritual, se vivencia un dios (o varios) tanto como se puede creer en cualquier ámbito de lo sobrenatural, de lo místico, de lo inexplicable (las brujas, los duendes o los visitantes extraterrestres). Eso vale para la vida cotidiana, es individual. Otra cosa son las religiones y las instituciones religiosas. Queda fuera de discusión si los seres humanos podemos prescindir de la esfera mágica, sobrenatural: también los científicos de la NASA pueden ser supersticiosos, usar amuletos y rezar para que no fallen sus misiones (además de usar super computadoras, por supuesto). La incertidumbre, la angustia de cada individuo de la especie humana, sus miedos y sus aspiraciones, eso es lo que define a un ser humano justamente como tal, diferenciándolo de un animal o de un robot. Y esa esfera seguirá estando ahí, más allá de los conceptos matematizables con que la podamos manejar. Ante lo inexplicable, ahí seguirá estando el pensamiento mágico. Las religiones, ya como doctrina, y sus órganos sociales de poder: las iglesias, juegan otro papel en la dinámica humana. Las religiones unen, ligan (eso significa etimológicamente el término, proveniente del verbo latino religare). Las religiones dan homogeneidad a un colectivo, a una masa, por lo que entra a tallar ahí, entonces, la lógica del poder. Las iglesias -cualquier iglesia- se constituyen como organizaciones de poder social; la separación del Estado y de la Iglesia es una noción moderna. En la historia hemos asistido mucho más (y todavía seguimos asistiendo) a sociedades teocráticas, donde la religión es la fuente de poder misma. "Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes", decía nada menos que un religioso, el italiano Giordano Bruno (religioso sui generis, por cierto, cuya honestidad intelectual le condenó a la pira de la Inquisición). Lo que queremos destacar es que un religioso crítico podía ver con claridad lo que en verdad significa la institución religiosa: un dispositivo de poder, de control social en definitiva. Es eso lo que le permitirá a un librepensador como Voltaire decir que "la religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbécil". Es decir: hay una compleja construcción de poderío social en el hecho religioso en tanto institución, en tanto relación entre los humanos de a pie, donde lo común es esa mezcla de "hipócritas" e "imbéciles", entre otras especies de nuestra variada fauna humana. En Occidente, lugar de nacimiento de la ciencia moderna, la iglesia católica ha perdido mucho del poder que la acompañó por quince siglos. Hoy día, desde el surgimiento de la ciencia y el capitalismo y cada vez con mayor fuerza, los nuevos dioses (el dinero, el consumismo, la tecnología) van quitándole protagonismo a Deus Pater. Si bien la Santa Sede no salió de escena, sin dudas no está en crecimiento. La reforma protestante dividió las aguas en Europa, el Vaticano ya no pone y quita monarcas como en el medioevo y sus decisiones no tienen el mismo peso que los nuevos centros de poder: las empresas multinacionales, las bolsas de valores, el Pentágono. Hoy por hoy -fenómeno que podemos encontrar no sólo en Occidente además- ante un enfermo grave se pueden prender velas para invocar las fuerzas celestiales, pero al mismo tiempo se consulta al médico y se le suministran medicamentos químicos. ¿En qué cree más la gente? Seguramente en las dos cosas. Dada la variedad tan profunda de experiencias culturales de la humanidad, no podríamos generalizar y decir que en todos lados sucede lo mismo, más allá de la preconizada globalización planetaria que nos inunda. Pero es cierto que hay tendencias: la ciencia moderna llegó para quedarse, y ha transformado la vida en un proceso sin retorno. Si bien nada hace pensar que el fenómeno místico esté por terminarse -quizá nunca se extinga, más allá del avance tecnológico, porque nunca se extinguirá la fascinación por el misterio, por lo desconocido- las religiones y las iglesias no marcan el ritmo del desarrollo mundial. De todos modos en los últimos años del siglo XX asistimos a un renacer de los fundamentalismos religiosos. ¿Retornan los dioses? Si tal como dijimos las iglesias representan la estructura terrenal, la institucionalización de la esfera espiritual de los humanos, el fenómeno de su fortalecimiento como organizaciones mundanas en estas pasadas décadas nos abre preguntas no tanto teológicas sino, en todo caso, políticas y sociales. Donde vemos con mayor claridad este despertar es en el Islam y en las nuevas iglesias neoprotestantes, especialmente difundidas en Latinoamérica. Religiones e iglesias que, en su versión fundamentalista, terminan despreocupándose de lo terrenal poniendo el acento en un más allá concebido como paraíso. Todo hace pensar que se manipula ahí la vena religiosa: ante la pobreza, el agobio, la exclusión histórica de grandes masas populares, la religión cumple el papel de bálsamo. ¿No habrá en estos fundamentalismos agendas políticas de los centros de poder que buscan ese compromiso total de feligreses y su olvido de los problemas terrenales? ¿No es un poco llamativo que en un mundo de avances científico-técnicos se incentiven conductas sociales fanáticas, sectarias, antitolerantes, que van en contra de los derechos humanos tenidos por universales y como pasos de mejoramiento en la humanidad? ¿No era el ecumenismo un avance en el espíritu intereclesial hacia la segunda mitad del pasado siglo, en búsqueda del respeto hacia toda creencia, en nuestra casa común el planeta Tierra? ¿Han querido los dioses esta intolerancia y este fanatismo, o hay poderes muy terrenales -con abultadas cuentas bancarias y usuarios de la más moderna tecnología, con bombas inteligentes y armas nucleares- que se favorecen de este fundamentalismo espiritual? Por otro lado, si dios (o los dioses) existen: ¿podrían estar de acuerdo con guerras en su nombre? Esta última pregunta nos retrotrae a la primera: ¿dios existe? En nombre de los dioses -cualquiera sea- se han cometido las peores crueldades a lo largo de la historia: guerras, saqueos, sacrificios humanos, torturas, las Cruzadas, la conquista de América. Si dios (o los dioses) no fueran, como dijo Bakunin, "una creación humana", ¿por qué no se ponen de acuerdo y nos ahorran tantos, pero tantos, tantísimos sufrimientos a los mortales? |
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