Hay autores que piensan que éste no es el relato de un suceso, sino una parábola vestida con imágenes. Para nuestra interpretación, nos es indiferente.
Los "protagonistas" del milagro son diez leprosos. En toda la Biblia se llama genéricamente "lepra" a cualquier clase de afección cutánea, a veces simples erupciones curables. Estas enfermedades son muy temidas, y el Libro del Levítico se preocupa mucho de ellas en los capítulos 13 y 14. Se consideran, como casi todas las enfermedades, castigo de Dios, y su curación es casi siempre "milagrosa", o fruto de una especial acción de los sacerdotes o los hombres de Dios. Los "leprosos" son estrictamente excluidos, tienen que vivir fuera de poblado, y hacer diversas muestras (tocar campanillas, lamentarse...) para que la gente no se acerque. Jesús se ha saltado frecuentemente las normas de alejarse de los leprosos. Un episodio característico es el de Marcos 1,40 (paralelo en Mateo 8,4 y Lucas 5,12), en que se dice expresamente que Jesús tocó al leproso, quebrantado el expreso mandato de la ley, que convierte en "impuro" al que toque a un leproso. Es un tema frecuente en los sinópticos, que lo aprovechan para enfrentar a Jesús con la más terrible de las enfermedades y para mostrar a Jesús por encima de la Ley. Curiosamente, el tema está completamente ausente en Juan. La respuesta de Jesús es remitirles a los sacerdotes, no para que les curen, sino para que, según manda la Ley, certifiquen que están curados. Diríamos que Jesús "evita los trámites", ni siquiera hace un gesto de curación. Ya están curados, que los sacerdotes lo certifiquen, para que puedan volver a la vida normal. Pero el énfasis de la narración parece ponerse en la actitud de los curados. De los diez, nueve desaparecen sin más. Uno de ellos, un samaritano (hereje despreciado por los judíos) ni siquiera va a los sacerdotes: vuelve a Jesús agradecido. Jesús insiste precisamente en que es "ese extranjero" el que ha actuado como debía. Se termina con la consabida expresión: "tu fe te ha salvado". Y, a los otros nueve, ¿qué les ha salvado? No parece que se trate de la curación. De esa curación viene para el samaritano agradecido una salvación más profunda. "Tu fe te ha salvado" es un tema frecuente en el Evangelio. Lo encontramos en Mateo 8, el episodio del centurión, Mateo 9, el paralítico, y la mujer con flujo de sangre, Mateo 15, la mujer que pide la curación de su hija, Marcos 5, la hija de Jairo, Marcos 9, "creo, Señor, ayuda mi poca fe"... y en innumerables pasajes en que Jesús exhorta a la fe o reprocha la poca fe. En el evangelio del domingo pasado tuvimos también un breve ejemplo. Allí desarrollamos la idea de la fe, no para mover montañas por capricho, sino para mover la montaña del pecado, para convertir a la humanidad, para construir el reino. Este es el sentido de la fe en los milagros. No se trata de que un convencimiento profundo "hace milagros", desata las potencialidades ocultas y produce sanaciones sorprendentes. Esto puede ser verdad, pero no es el mensaje. El mensaje es que el milagro es manifestación de que aquí está el Espíritu, el que combate todo mal, el que es capaz de curar todo. Creer en Él, en el Espíritu, en la fuerza de Dios que está en Jesús, es la primera piedra del Reino. Creer en Él nos convierte, nos sana, nos limpia, nos hace criaturas nuevas, hace posible el milagro de los milagros, que vivamos para el Reino. Y, un vez más, apreciamos el escaso acierto de la elección de los textos de hoy. La palabra "lepra", de la lectura continua de Lucas, ha atraído otro relato de "lepra" del AT, cuyo mensaje apenas tiene nada que ver con el Evangelio. Los milagros del Antiguo Testamento apenas son otra cosa que "prueba" de que el poder de Dios actúa ahí, de que éste es un profeta verdadero. Los Milagros de Jesús son interpretados frecuentemente así por sus contemporáneos (y aun, en algún caso, por los mismos evangelistas). Pero son mucho más: son la presencia de La Salvación, la revelación de Dios mismo, que es, ante todo, el que sana. Por eso es lo mismo curar que perdonar los pecados: es la presencia del Espíritu, que elimina todo mal. Una vez más, se nos invita a creer en el Espíritu, en Jesús, el Hombre lleno del Espíritu. Se nos invita a creer en el Espíritu que habita en nosotros. Los efectos del Espíritu son curación. Y es el primer efecto del Espíritu en nosotros: curarnos de nuestras enfermedades. Es la esencia de lo que hemos llamado "conversión", y que explicamos tan mal, de forma tan voluntarista. Pensamos que convertirse es decidirse a cambiar, hacer un acto de voluntad y elegir libremente obedecer a Dios. Estos son nuestros tristes esquemas filosóficos, tan apartados de la realidad humana. El Evangelio es más humano, porque Dios conoce al ser humano mucho mejor que los filósofos. Convertirse es que la cercanía de Jesús nos va cambiando. Convertirse es que la presencia del Fuego nos va calentando, la presencia del Agua nos va lavando, nos va fertilizando, la presencia del Espíritu nos va haciendo espíritu, liberándonos del pecado, de la carne, del mundo, que significan lo mismo: todas esas fuerzas que nos esclavizan. No podemos convertirnos por un acto de voluntad. La prueba está en nuestros ridículos propósitos de enmienda que naufragan de una confesión a otra, de unos Ejercicios Espirituales a otros. No podemos vencer a la enfermedad, a la muerte, al pecado. No podemos vencer la atracción irresistible del fruto del árbol prohibido. Pero sí podemos acercarnos a la Fuente, a la Llama, a la Palabra. Y eso sí nos cambia. "Si crees, todo es posible". Y ¿qué haremos para creer?. Tratar a Jesús, orar, conectar con la Palabra, celebrar bien la Eucaristía, leer, contemplar, obedecer a los impulsos prácticos del Espíritu, estar atentos, reconocer cuándo actúa en nosotros el Espíritu de Jesús, dar gracias entonces, acudir al Sacramento de la reconciliación para reconocer el poder del mal en mí y escuchar la Palabra de aliento de mi Madre.... Todo esto se resume en la palabra crecer en el Espíritu. Nosotros, como el samaritano agradecido, sabemos que La Palabra, la Fe, nos ha curado de muchas cosas. Y volvemos a Jesús, agradecidos, porque, inteligentemente, nos damos cuenta de que de Él han nacido todos nuestros bienes. Y escuchamos la Palabra de Dios: ten fe, la Palabra es Poderosa, es tu Liberación. Es magnífico creer en el Dios de Jesús, el Médico, el Libertador. Nuestra vida tiene demasiadas cargas como para que Dios sea la carga de las cargas. No; la carga peor es el pecado, la envidia y la lujuria y la tacañería y la mezquindad y la pereza y tantas y tantas esclavitudes. Dios es Médico, Pastor, Luz, Libertador de los pecados. Ese Dios sí que nos hace falta. En ese Dios están deseando creer todos los pobres y los enfermos del mundo. Por eso el Evangelio, lo que tenemos que anunciar, es "La Buena Nueva", "La gran Noticia". PARA NUESTRA ORACIÓN Como el leproso agradecido, acudimos a la presencia de Dios, para darle gracias por la salud, por la liberación, por la luz que hemos recibido y recibimos de Jesús. Creo que Dios es mi Padre, mi médico, mi libertador el que lo crea todo para bien, el que trabaja sin descanso por sus hijos. Creo más que a mi ojos a su Palabra, Jesús, el Hombre lleno del Espíritu, que es luz, camino y verdad, que es agua, pan y vino, nacido de María, entregado hasta la muerte, vivo para siempre junto a Dios. Creo en el Espíritu, el Viento de Dios, porque lo he visto resplandecer en Jesús y lo sigo sintiendo en mí y en la Iglesia. Por Jesús y por su Espíritu creo en el perdón, creo en la humanidad, creo que en la Iglesia está el Espíritu, creo que la vida es eterna, y la espero para mí y para todos, por el poder y la bondad del Padre manifestada en Jesucristo, nuestro Señor.
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En el momento en el se discute en el Parmamento un proyecto de ley relativo a la inmigración, a la integración y a la nacionalidad El Consejo de Iglesias Cristianas en Francia (CECEF) que ya se había expresado sobre este tema el pasado febrero vuelve a recordar y llamar la atención sobre algunos de los puntos ya señalados entonces.
“Como responsables de Iglesias cristianas en Francia, quisieramos animar a los fieles de nuestras comunidades a perseverar en su solidaridad hacia los emigrantes … Hoy dia, de cara a las situaciones dramáticas que conocen los emigrantes, no hay lugar para los prejuicios . Es necesario cambiar la mirada y es indispensable y urgente un compartir solidario con todos los desarraigados que necesitan nuestra hospitalidad Hoy, en una sociedad de desconfianza, reafirmamos que el emigrante es una persona humana con derechos fundamentales inalienables… Cambiar nuestra mirada; vivir un compartir concreto con los que sufren; no callarse ante las injusticias este puede ser hoy nuestro camino: ‘Lo que hicisteis a uno de estos pequeños que son mis hermanos, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25, 40)”. El CECEF alienta a las asociaciones que trabajan en favor de los emigrantes y en las que están comprometidos benevolamente muchos cristianos El comité sigue con atención las dificultades que encuentarn todos estos que actúan sobre el terreno acompañando a las personas emigrantes también sus inquietudes en el caso de que ciertas posibles enmiendas al proyecto de ley podrian tener graves consecuencias en lo referente al respeto del derechos de las personas extranjeras residentes en Francia Cardenal André Vingt-Trois Présidente de la Conférencia Episcopal Francesa Pastor Claude Baty Président de la Federación Fédération protestante de Francia Metropolitano Emmanuel Président de la Asamblea de Obispos ortodoxos de Francia El experto en cristología ofrece una conferencia sobre justicia social en el Centro de Profesores y Recursos de Badajoz.El teólogo José Ignacio González-Faus visita Badajoz para hablar de justicia social. El jesuita es profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña, responsable del área teológica del centro de estudios ‘Cristianismo y Justicia’ y autor de numerosos libros sobre Iglesia y cristología.
-Se culpa a la Iglesia de la falta de feligreses en los templos, ¿qué se puede reprochar al Vaticano?- Así a lo bestia, dije una vez que la curia romana había hecho más ateos que Marx, Freud y Nietzsche juntos. Lo innegable es que muchos hombres se alejan de ella y que, incluso si más tarde se sienten vacíos y quieren buscar, dan por descontado que habrán de buscar fuera de la Iglesia.. Ante esto no parece que la Institución intente acercarse. Los puntos débiles de la Iglesia actual son muchos, y he dicho a veces que es la cruz de mi fe, aunque intento llevarla con garbo. La veo incapaz de comprender lo positivo del mundo moderno y sus dirigentes añoran poder solucionar los problemas a base de poder. No me parece evangélico que el papa sea jefe de estado, ni el modo de nombrar a dedo de los obispos ni los “príncipes de la Iglesia”. Cuando no había democracia, eran elegidos democráticamente a partir de las comunidades locales. También es innegable que la mujer no ocupa en la Iglesia el lugar que merece. -¿Por dónde habría que empezar para remediar estos males? -No es cuestión de recetas. La Iglesia tiene que replantearse muchas cosas. Debía empezar reconociendo que está en crisis. De lo cual todos tenemos un poco de culpa. A partir de ahí habría que ver cómo y por dónde se puede caminar. Comenzando por no excluir como herejes a quienes piensan distinto. Algo sencillo por lo que se podría empezar es el lenguaje. No se pueden mantener las palabras anticuadas de la liturgia. No se entienden o suscitan imágenes contrarias a lo que en su origen se quería expresar. -Usted no se muerde la lengua y no duda en sacar los colores a la Iglesia. ¿Cómo encajan sus críticas? -Ratzinger tiene un artículo ya clásico en el que dijo que si hoy no se critica a la Iglesia tanto como se la criticaba en la edad media, no es porque se la ame más, sino porque falta ese amor que es capaz de arriesgar la propia suerte o la propia carrera por la amada. Y yo tengo un libro sobre la libertad de palabra en la Iglesia que es sólo una antología de textos de santos, obispos y cardenales, mucho más duros algunos que las cosas que se dicen hoy. También es normal que eso no guste a las autoridades y que de vez en cuando te venga algún palo o toque de atención “de arriba”. Y lo que siento es que no me vienen a mí sino que las paga mi provincial, lo cual no está bien. Pero bueno, no hay parto sin dolor. Y como dijo santa Teresa: la verdad padece, mas no perece. -¿Qué puede impedir que Guadalupe pase a integrarse en una diócesis extremeña? No toca a uno que viene de fuera para un día opinar sobre las cosas de aquí. En teoría jurídica no sería algo difícil de cambiar si hay razones pastorales. Aunque comprendo esta reivindicación de los extremeños, no la considero de primera fila. -Puede ser que la Diócesis de Toledo no quiera desprenderse de Guadalupe por los ingresos que reporta el Monasterio? No sería el primer caso. En otros sitios ya ha habido enfrentamientos de este tipo. Marx ya dijo que todas las cuestiones tienen un determinante económico que puede no ser el único, pero suele ser el más oculto. -La visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido ha sido un hito histórico. Ningún otro Pontífice romano visitaba las islas desde el cisma de la iglesia anglicana. Creo que el balance de la visita del Papa no es malo. La experiencia ha sido positiva. La beatificación de John Henry Newman me parece significativa. Unió mucho a la Iglesia,. a pesar de haber sido un hombre crítico que molestó tanto a la derecha católica como a muchos anglicanos. Cuando se convirtió no sentía simpatía alguna por la iglesia católica pero el estudio de la historia le hizo ver que la continuidad con los orígenes estaba en Roma. -¿Cómo explica el surgimiento de movimientos ciudadanos como Redes Cristianas, críticos con la jerarquía eclesiástica? -Supongo que obedecen a dos razones. Una es la necesidad de vivir la fe en comunidad porque no pueden vivirla aisladamente, y menos cuando el ambiente social no acompaña. Son también formas de ejercer la responsabilidad de los laicos ante la crisis actual de la Iglesia, cuando la institución va por caminos que muchos ven como contrarios al Evangelio. Porque todos somos iglesia y todos somos responsables de ella. -En España se profesan cada más creencias religiosas, hemos dejado de ser un país eminentemente católico. -España se ha descristianizado de una manera traumática. Quizá por eso domina una agresividad que, aunque sea comprensible, tampoco es justificable. No se pueden tomar los escándalos de la Iglesia para arremeter contra el cristianismo en bloque. Berdiaeff decía que una cosa es la dignidad del cristianismo y otra la indignidad de los cristianos. -¿Cómo se logra una convivencia pacífica entre distintos credos? La convivencia, el afecto y la colaboración entre religiones es un imperativo. Y en la palabra religiones incluyo ahora también al ateísmo. Los poderes públicos deben ser neutrales y buscar la convivencia. En algunos sitios como Cataluña hay muchas iniciativas bien positivas. Hay que buscar el encuentro en lo que nos une como humanos. Debemos buscar en el otro la mejor versión de su personalidad que es lo que Dios nos pide a todos. -¿Estamos aprovechando la crisis para recuperar valores perdidos? Decididamente no. Hemos dejado pasar una gran oportunidad para replantear los elementos injustos e irracionales de nuestro sistema económico. Esta crisis solo ha servido para ayudar a los que la provocaron, pero no a las verdaderas víctimas. Todos hemos sido cómplices del sistema, drogados como estamos por el consumo. Esto ha sido un paso más hacia el desmantelamiento del estado del bienestar. La culpa la ha tenido en parte la izquierda, que ha participado de ese “socialismo asistencial” del reparto de subvenciones, en lugar de ocuparse de hacer justicia social. -La Pastoral Obrera de la Diócesis Coria-Cáceres apoyó públicamente la convocatoria de huelga. ¿Es correcto que una autoridad eclesiástica se manifieste en temas políticos? En cuestiones sociales y políticas, la Iglesia siempre tiene que manifestarse a favor de los pobres, de los más desfavorecidos. Dentro del pluralismo siempre hay que defender la eliminación de las diferencias entre pobres y ricos. En mi opinión la huelga era justa desde el punto de vista cristiano. Lo que puede discutirse es si va a ser eficaz y si era oportuna. -¿Ha tenido en cuenta el Gobierno a los pobres en sus últimas decisiones? Zapatero ha actuado obligado por poderes fácticos. La política es la primera esclava de la economía. El presidente brasileño Lula da Silva dijo una vez ante la decepción de quienes esperaban más de él: “Tengo el gobierno, pero no tengo el poder”. Por eso se entiende que un presidente de izquierdas tenga que acabar haciendo lo que ordena Wall Street o Angela Merkel. La pregunta que queda es si puede haber auténtica democracia política sin democracia económica… IBA a titular este artículo “Soy laico”. Ahora que, por motivo de doctrinas e interpretaciones que nunca debieron habernos traído hasta aquí, he iniciado el doble proceso de exclaustración (abandono de la “Vida religiosa”) y de secularización (abandono del sacerdocio), quería brindar por mi nuevo estado y decir: “Me honro de ser laico por la gracia de Dios. Me alegro de ser uno de vosotros, la inmensa mayoría eclesial”.
Pero debo corregirme en seguida. ¿Laico? No, realmente no soy laico ni quiero serlo, pues este término sólo tiene sentido en contraposición a clérigo y siempre lleva las de perder. No soy laico ni quiero serlo, porque ese nombre lo inventaron los clérigos -que nadie se extrañe: siempre han sido los poderosos quienes han impuesto su lenguaje-. No quiero ser laico, que es como decir cristiano raso y de segunda, cristiano subordinado. El Derecho Canónico vigente da una extraña definición del término: “laico” es aquel que no es ni clérigo ordenado ni religioso con votos. No designa algo que es, sino algo que no es. Laico es el que, por definición canónica, carece en la Iglesia de identidad y de función, por haber sido despojado. Laico es el que no ha emitido los tres votos canónicos de pobreza, obediencia y castidad, aunque es casi seguro que habrá de cumplir esos votos, y otros varios, tanto o más que los religiosos instalados en su “estado de perfección”. Laico es el que no puede presidir la fracción del pan, la cena de Jesús, la memoria de la vida. Laico es el que no puede decir en nombre de Jesús de manera efectiva: “Hermano, hermana, no te aflijas, porque estás perdonado, y siempre lo estarás. Nadie te condena, no condenes a nadie. Vete en paz, vive en paz”. Laico es el que no puede decir a una pareja enamorada: “Yo bendigo vuestro amor. Vuestro amor, mientras dure, es sacramento de Dios”. Laico es el que no tiene en la Iglesia ningún poder porque se lo han sustraído. Aquellos que se apoderaron de todos los poderes se llamaron clérigos, es decir, “los escogidos”. Habían sido escogidos por la comunidad, pero luego se escogieron a sí mismos y dijeron: “Somos los escogidos de Dios”. No soy laico ni quiero serlo, porque no creo en una Iglesia tripartita de religiosos, clérigos y laicos, de cristianos con rango y cristianos de a pie, de clase dirigente y masa dirigida. Jesús no dispuso clases, sino que las anuló todas. Y nadie que conozca algo del Jesús histórico nos podrá decir que a los “Doce” -que luego fueron llamados apóstoles- los puso Jesús como dirigentes, menos aún como clase dirigente con derecho a sucesión. A lo sumo, y como judío que era, los designó como imagen del Israel soñado de las doce tribus, del pueblo reunido de todos los exilios, del pueblo fraterno, liberado de todos los señores. (Y, por lo demás, ¿qué hay de los “setenta y dos” que Jesús también escogió y envió a anunciar que otro mundo es posible? ¿Cómo es que ellos no tuvieron sucesores? A alguien debió de interesar que no los tuvieran, tal vez para que el poder no quedara repartido). Jesús no era sacerdote, pero no por ello se consideró laico y a nadie nos llamó con ese nombre. Es un nombre falaz. Hace veinte años que así lo veo y lo digo. ¿Por qué, entonces, no he abandonado hasta ahora los votos y el sacerdocio? Simplemente, porque era lo bastante feliz con lo que vivía y hacía, y pensaba que no cambia nada importante por unos votos de más o unos cánones de menos. Y ahora que, por las circunstancias, dejo los votos y el sacerdocio, sigo pensando lo mismo: que “laico” es una denominación clerical y que, en la Iglesia de Jesús, es preciso dejar de hablar de clérigos y laicos, es decir, superar de raíz el clericalismo. Hablar de clérigos y laicos en la Iglesia es un fraude al Nuevo Testamento, pues esos términos no se utilizan una sola vez ni en los evangelios, ni en las cartas de Pablo, ni en ningún otro escrito del Nuevo Testamento. Sí se utiliza el término griego “laos” (pueblo), del que se deriva “laico”, pero “laos” designa a toda la Iglesia, no a una supuesta “base eclesial” informe e inculta. A toda la Iglesia nos llama el Nuevo Testamento “pueblo de Dios” (1 Pe 2,9-10), y a todos los creyentes nos llama “templo de Dios” (1 Pe 2,5; 1 Cor 3,16), “sacerdotes santos” (1 Pe 2,5), “escogidos” y, sobre todo, “hermanos”. Todo somos pueblo, templo, sacerdotes, elegidos, hermanos; lo somos sin otra distinción que la biografía misteriosa de cada uno con sus dones y sus llagas. Hablar de clérigos y laicos es también un fraude a los primeros siglos de la Iglesia, pues esos términos no figuran en la literatura cristiana hasta el siglo III. Durante los dos primeros siglos no hubo “laicos” en la Iglesia, porque aún no existía “clero”. Luego, la Iglesia se fue sacerdotalizando, clericalizando, y así surgió el laicado, que no es sino el despojo de lo que el clero se llevó. Nunca habría habido laicos en la Iglesia de no haber habido clérigos primero. Más cerca aun de nosotros, hablar de clérigos y laicos es un fraude al sueño insinuado por el Concilio Vaticano II que, en la Constitución Lumen Gentium, invirtió el orden tradicional y trató primero sobre la Iglesia como pueblo de Dios y luego sobre los ministerios jerárquicos. Primero, el pueblo; luego, las funciones que el pueblo considere oportunas. Los obispos, presbíteros y diáconos nunca debieron constituirse en “jerarquía” (poder sagrado); no son sino funciones que derivan de la comunidad y han de ser reguladas por ella. Sólo representan a Dios si representan a la Iglesia y no a la inversa. Hablar de clérigos y laicos es, en definitiva, un fraude a Jesús, pues él rompió con la lógica y los mecanismos de quienes se habían atrincherado en la Ley y el Templo y se habían erigido a sí mismos como dueños absolutos de la verdad y del bien. Jesús les dijo: “Dios no quiere eso. Dios quiere que curemos las heridas y seamos hermanos”. Y por eso le condenaron. Doce siglos después, vino Francisco, que nunca se reveló de palabra contra el orden clerical ni quiso criticarlo, pero que por alguna otra poderosa razón, además de la humildad, rehusó a ser clérigo y, con la dulzura y la firmeza que le caracterizaban, impidió mientras pudo que se reprodujera en su fraternidad la división entre clérigos y laicos. Y, cuando ya no pudo impedirlo, su cuerpo y su alma se llagaron y murió a los 45 años. Una vez que él con algunos hermanos moraba de paso en un pobrecillo eremitorio, llegó en visita una importante dama y pidió que le mostraran el oratorio, la sala capitular, el refectorio y el claustro. Francisco y sus hermanos la llevaron a una colina cercana y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar y le dijeron: “Este es nuestro claustro, señora”. Que era como decir: “No queremos ser ni monjes ni religiosos ni seglares, ni clérigos ni laicos. Es otra cosa, Señora. Queremos vivir como Jesús” José Arregi, teólogo vasco, ha optado por desvincularse de la orden a la que pertenecía desde hacía 48 años, ante el enfrentamiento abierto con el recién nombrado obispo de su diócesis, la de San Sebastián, José Ignacio Munilla. “Agobiado” por el revuelo mediático, pero “tranquilo y bien”. Sin más miedo del necesario cuando uno cambia “el marco” de su vida, explica que ha dado este paso “para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo”.
–¿Cómo explica lo que le ha pasado? - Adopté una posición muy crítica con el nombramiento del obispo Munilla, hice algunas declaraciones comprometedoras. No creo haber dicho ninguna mentira pero, a lo mejor, tenía que haber medido un poco más lo que dije. Esto desencadenó una cierta actitud de mayor control hacia mí. Antes de venir Munilla –en las vísperas de Navidad de 2009– a petición de instancias eclesiásticas superiores, el provincial me impuso el silenciamiento por un año, medidas que yo acepté porque no tenía otra alternativa y para evitar otras medidas peores. Unos meses más tarde, Munilla llamó a nuestro superior provincial y le exigió que me impusiera un silencio total en todos los campos. Entonces juzgué que las medidas primeras habían sido anuladas y me desligué de aquel voto de silencio que hice y así lo hice saber a mi superior franciscano. Al mismo tiempo, difundí un pequeño escrito titulado “Pido la palabra” en el que, de alguna forma, me declaraba en actitud de desobediencia eclesial, crítica, insumiso. –¿Qué motivó esta decisión de insumisión? - Lo hice por dos motivos: primero, porque quería que se aclarara mi situación cuanto antes, y, segundo, porque no quería colaborar con la estrategia de mi obispo de exigir al superior provincial que me impusieran un silencio para que al cabo de un tiempo él se sintiera autorizado a tomar personalmente esas medidas. Me situé en una posición muy delicada e insostenible: o creaba un grave conflicto a la fraternidad provincial o dejaba la orden. Opté, de acuerdo con mis superiores, por dejar la orden para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo. –¿Cuáles son las principales líneas de pensamiento teológico que defiende? - Me he situado en la frontera a sabiendas de que no todo lo que pensaba o expresaba era una opinión segura. Es preciso arriesgarse para responder a las cuestiones de siempre y a las de hoy, no con las fórmulas tradicionales, sino con un nuevo paradigma, con nuevas categorías. Mi intención y deseo profundo hoy, en nuestra sociedad y cultura, es encontrar una palabra y unos planteamientos nuevos que vayan hacia una renovación profunda de la institución de la Iglesia y una reinterpretación a fondo de los dogmas tradicionales de fe. Esto se plasma de manera especial en todo lo que tiene que ver especialmente con dos cuestiones fundamentales: quién tiene la última palabra en la Iglesia; y la diferencia entre la palabra humana y la palabra de Dios, la fe y el texto. –¿Ha ido demasiado lejos o ha cambiado el clima en el que se venía desenvolviendo? - El clima ha cambiado, no tanto la posición teológica o ideológica del Vaticano, pero sí el talante. El Concilio Vaticano II no alcanzó a hacer una expresión coherente en todos sus documentos de la nueva teología y eclesiología, sino que fue el fruto de los consensos y del equilibrio de las diversas fuerzas. En muchos casos hay dobles lenguajes y concepciones contradictorias que no acaban de armonizarse. No fue un paso muy decidido hacia la renovación de la teología y la Iglesia, pero sí abrió una nueva época de renovación, se podía soñar con nueva Iglesia y se podía arriesgar la palabra y la teología. Eso cambió en el pontificado de Juan Pablo II y con el nombramiento de Joseph Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se ha visto en todas las medidas jurídicas, disciplinares que se han tomado con muchos teólogos con más renombre que yo –la lista es muy larga– y de manera muy especial en el nombramiento de los obispos. –¿Ha echado en falta mecanismos de mediación, mayor transparencia e incluso procedimientos jurídicos que eviten que la solución a este tipo de conflictos sea impuesta por la autoridad? - He mantenido diversos encuentros con José Ignacio Munilla. Había buena voluntad de ambas partes, pero chocábamos siempre con dos escollos: ¿qué es lo que define la verdad o quién la define?, y ¿cuál es la medida para poder decir que esto entra o no dentro de la fe? El actual funcionamiento del ministerio episcopal no responde a criterios democráticos mínimos, tampoco se acepta el principio, que ya en 1943, una encíclica de Pío XII sobre la interpretación de la Biblia adoptó claramente al establecer que había géneros literarios y por tanto no se puede leer al pie de la letra, de que hay afirmaciones que no hay que entender al pie de la letra. Yo, a lo mejor, voy demasiado lejos, pero eso no me importa. En repetidas veces le he dicho a mi obispo que no pretendía tener la razón. Reivindico en la Iglesia un lugar amplio para poder expresar la propia opinión teológica sin que se le responda con el peso de la autoridad. –¿Se siente más libre? - Me siento más libre, pero mi propósito de fondo es el mismo de antes. Tengo muy claro que no debo pensar de ningún modo que mi postura es la buena. De la manera más responsable y respetuosa que pueda, con mi propio temperamento y contradicciones, siendo el que soy, quiero seguir prestando dentro de la comunidad eclesial y en esta sociedad, más allá de si uno es creyente o no creyente, heterodoxo o hereje, mi pequeño servicio como cristiano. Quiero ser seguidor de Jesús, y del espíritu de Francisco de Asís y caminar con mi comunidad. Llevaba tiempo trabajando en ámbitos no ligados a ninguna institución religiosa. La hipoteca a la que están sometidas todas las instituciones religiosas y todas las obras que dependen de ella nos llevan a renunciar a la libertad o a pagar un precio muy alto. –¿Ve cerca el final del invierno eclesial y el resurgir de la primavera? - No lo veo cerca, soy bastante pesimista, porque todos los hilos y mecanismos del poder están prácticamente monopolizados por un sector ultraconservador, lo que es muy visible en toda la Iglesia católica y más en la del Estado español. El futuro institucional va a ir cerrándose cada vez más y ofreciendo menos oportunidades a la renovación. Vamos hacia una Iglesia no sólo convertida en gueto, sino también en secta. La masa de la sociedad va a ir desertando más o menos silenciosamente, como viene pasando desde hace 30 años. –Algún brote verde habrá, que por lo menos nos anuncie la llegada, más pronto o más tarde, de la primavera… - No hay que esperar a que se produzca la implosión de la Iglesia institucional, que se va a producir tarde o temprano. Para mí es motivo de optimismo el creer en el Espíritu Santo, que es verdor, no ya un brote verde, sino que hace reverdecer todo, creo en el Espíritu que está presente y habita en todos los seres humanos. Y creo en el Espíritu activo en nuestra cultura. Muchas veces se manifiesta más en los márgenes y fuera de las fronteras de los ámbitos institucionales confesionales. Es importante crear espacios que respondan a esas demandas de espiritualidad, que trasciende fronteras, que es muy viva y que van más allá de todas las expresiones y límites institucionales de tipo religioso. El doloroso camino de la antorcha de la justicia… por: Gabriel Sánchez (Montevideo-Uruguay)10/6/2010 Una larga historia de acuerdos no cumplido, salpican la relación entre el estado Chileno y la nación Mapuche, eso ha costado muchas vidas y mucho dolor, especialmente porque las partes que pactaron no tienen todo el control de la situación…
Ni el gobierno de Chile, puede prometer la desarticulación de la conexión de muchos estamentos de la gendarmería y el poder judicial con los grandes propietarios y las multinacionales, ni los Mapuche pueden asegurar absolutamente el fin de determinadas reacciones entendibles y localizadas…Y porque el acuerdo no alcanza a 10 hermanos Mapuche…que obviamente representan a más gente dentro del Sector Mapuche, es necesario tratar de incluirlos en el acuerdo, es necesario continuar pidiendo, por esos hermanos nuestros cuyos reclamos no han sido atendidos… Pero existe un punto mucho más importante, la legislación aún vigente, no asegura un tratamiento tierra en cuanto a la entrega de tierras y al apoyo a las producciones de subsistencias, sino que además mantiene en pie la oprobiosa legislación antiterrorista… Parece que este será un difícil itinerario que tiene dos prioridades urgentísimas, el acordar con los diez Mapuche que se mantiene en huelga de hambre y especialmente ambas partes, puedan hacer un esfuerzo conjunto, por mantener una mesa de dialogo operativa y reconstruir la confianza entre hijos de una misma tierra… Chile seguirá siendo tierra de Pinochet, si en sus dinámicas de inclusión no integra a la Nación de los hijos de la Tierra…Quisiéramos expresar un deseo, para que Chile y su querido pueblo, con especial inclusión de la nación Mapuche, encuentro el camino de la Justicia, de la Libertad, de la Inclusión y de la confianza y la Paz…para todos sus hijos…Aún no ha terminado esta batalla, cuyos ecos se apagaran cuando no haya ni un solo Mapuche ayudando… (Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base) El evangelio es un fragmento de Lucas en que se recogen varios temas sin conexión entre sí. El evangelio de hoy recoge dos: el poder de la fe y la pequeña parábola del siervo.
La fe moviendo montañas se repite cuatro veces en los evangelios. Dos en Mateo, una en Marcos y la que hoy leemos. ‒ Mt 17,20. "Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte "desplázate de aquí allá' y se desplazará, y nada os será imposible" (En el contexto de la curación del niño epiléptico, al que no habían podido curar los discípulos "por su falta de fe") ‒ Mt 21,21. "Yo os aseguro, si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si decís a este monte 'quítate y arrójate al mar', así se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis" (En el contexto de la higuera estéril) ‒ Marcos 11,22. "Tened fe en Dios: yo os aseguro que quien diga a este monte: 'quítate y arrójate al mar' y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo lo que pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (En el mismo contexto de la higuera) Evidentemente, Lucas lo ha sacado de contexto. En los dos textos realmente paralelos de Marcos y Mateo, el dicho de Jesús viene a propósito de la higuera que se seca por la maldición de Jesús, y se refieren a la eficacia de la oración y el símil es la montaña. En Lucas el símil es la morera y se trata de la fe en sí. Parece muy probable que Lucas haya recogido el dicho de Jesús, atestiguado por una tradición múltiple, y lo ha encajado donde ha podido. También la repetición del dicho en Mateo, en circunstancias y con aplicación diferente, muestra que el dicho de Jesús se ha conservado como antiguo, auténtico, aunque su localización no es evidente para los evangelistas. El tema tiene además una presencia importante en otros contextos. La fe del centurión, "tu fe te ha salvado", "hombres de poca fe... ", la atribución de la curación a la fe que Jesús hace frecuentemente (ej. el paralítico del tejado). Se ha querido ver en esto algo así como "el poder de curación de la fe, de la autosugestión"... es una reducción poco convincente. Jesús está subiendo de ese poder, que ciertamente existe, a la dimensión religiosa de la actitud ante Dios. También se han aplicado estas frases a la omnipotencia de la oración, y se han combinado con las pequeñas parábolas de la viuda que pide justicia al juez inicuo o la del amigo importuno. En ellas, la perseverancia en pedir consigue lo que desea. Pero el mensaje de las parábolas no está en la necesidad de la insistencia (negada por otra parte en Mateo 6,7-9) sino en la bondad de Dios, (si una persona corrupta o un amigo comodón cederá al fin, ¡cuánto más Dios, que no es ni corrupto ni comodón). Es un mensaje parecido al de Mateo 7,9, Marcos 11.11, las pequeñas parábolas de la culebra y el escorpión, y su mensaje: "si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre..." La segunda parte es sólo de Lucas, sin paralelo en Marcos o Mateo. Una parábola un tanto extraña. Se refiere sin duda a nuestra actitud ante Dios; insiste en el tema, tan importante, de no arrogarnos méritos: a esto y a más estamos obligados. No está justificando la servidumbre, sino tomando pie de las cosas comunes para elevarse a nuestra situación ante Dios. No tiene Dios que estarnos agradecidos por lo que hacemos, sino al revés, nosotros tenemos que estar agradecidos por poder ser útiles y responder a lo que Él nos da. Dado que los dos temas son tan diferentes, me parece más normal dedicarnos sólo a uno de ellos, y elijo el primero. Mover montañas. Mantener la fe. Debemos huir de aquella concepción que atribuye a la oración insistente un efecto todopoderoso. Si fuera verdad que la oración insistente consigue siempre lo que pide, seríamos nosotros, nuestras conveniencias y deseos, lo que regiría el mundo. Afortunadamente, no es así; no manejamos a la Providencia. Nuestra oración de petición termina siempre, como la de Jesús: "Pero no se haga mi voluntad sino la tuya". Jesús no está hablando de forzar la voluntad de Dios, ni mucho menos de encontrar conjuros eficaces para lograr nuestros deseos. Está hablando de dirigirse a Dios con plena confianza, de nuestra necesidad, derecho, deber, de exponer a Dios, como hijos al padre, todos nuestros deseos. Nuestra fe no consiste en que a los creyentes les sale todo bien porque Dios está con ellos para evitarles los males de la vida. Nuestra fe consiste en que Dios está con nosotros para saber vivir, aun en medio del mal. No manejamos la providencia, ni entendemos el gobierno del mundo. Pero tenemos Palabra más que suficiente para vivir en este mundo (que a nuestros ojos parece tan "mal gobernado"). Y éste es nuestro primer acto de fe. Creer en Dios a pesar del mal del mundo. Y sin embargo, aunque parezca paradójico, la fuerza de la fe se manifiesta incluso a niveles pre-religiosos, como poder inexplicable que mueve montañas, incluso las montañas de la enfermedad y, más aún, las montañas del desengaño de la vida, de la oscuridad y sin razón de la historia personal y de la gran Historia. Pero sin duda la mayor y más pesada de todas las montañas es el pecado, la condición pecadora del ser humano, que le arrastra constantemente a la destrucción de su propia vida y de las vidas de los otros, convirtiendo la historia personal y la Historia global en un sin-sentido de maldad, de opresión, de acumular, poseer, imponerse, ...a todo lo cual se suele llamar "triunfar", cuando en realidad es degenerar y producir la desgracia propia y ajena. Es una terrible montaña. Ante la realidad implacable de la in-humanidad del mundo, la gente de buena voluntad se siente empequeñecida e impotente como ante una inamovible cordillera. Éste es el desafío último: ¿qué es más fuerte, el bien o el mal? ¿Qué es más eficaz, el evangelio o la ley del más fuerte? ¿Quién tiene razón como guía de la vida humana, el sentido mercantil, la venganza, el yo por encima de todo... o las bienaventuranzas? Es aquí donde necesitamos toda la fe. Nuestra adhesión a Jesús, irrisión para los sabios y locura incluso para mucha gente que se dice religiosa, parece una contradicción insensata de todos los criterios que generalmente dominan el mundo, una inversión de todos los valores habituales que rigen las actuaciones. Poner la otra mejilla, amar a los enemigos, preferir dar a recibir, temer la riqueza, preferir servir a ser servido... ¿cómo vamos a andar así por el mundo? ¿qué fuerza tiene todo eso frente a la omnipotencia de la ganancia sin freno, del dominio del más poderoso, de la eliminación del adversario, de la acumulación de armamentos y su consiguiente enorme negocio... ? ¿De verdad se puede creer en la fuerza de "el Espíritu" ante el poder demostrado y avasallador de "la carne"? Y ésta es, precisamente ésta, la oferta de Jesús, el Salvador. Ante todo, la fe en que son esos valores que parecen indefensos los que han de salvar lo humano, los que tienen futuro. Lo que, por otra parte, casi no es motivo de fe, porque está a la vista: está a la vista que los valores de la fuerza, del dinero, de la mentira, de la violencia, de la venganza, llevan a la destrucción, están llevado a la destrucción, han producido destrucción, muerte, dolor y deshumanización. Y está a la vista que los valores de la honradez, la sencillez, la solidaridad, el respeto... producen armonía, crecimiento, humanidad. Casi no hace falta fe. Es evidente también que esos valores de Jesús son absurdos para el poderoso, sea individuo, colectividad, empresa o nación. Son patrimonio de gente sencilla, que ha conservado el corazón libre de todos esos demonios, que son sensibles a la compasión, que practican casi naturalmente el "no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti", que han conservado el placer de compartir aunque no tengan casi nada. Esos que provocaron la exclamación de Jesús cuando "lleno del Espíritu" exclamó: "Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado todo eso a los ricos y poderosos y se lo has revelado a la gente sencilla". Y éste es uno de los sentidos menos entendidos y más profundos de las "parábolas vegetales" de Jesús. El sembrador, el grano que crece de noche, la semilla de mostaza, la levadura... El Reino de Dios es tan imparable como la vida misma. La vida vegetal, que parece frágil ante lo mineral, duro y estéril, es, en realidad, poderosa. Un poco de agua y el desierto se convierte en jardín. FE EN NUESTRA FE No pocas veces los creyentes somos pusilánimes, no nos creemos verdaderamente que nuestra fe, nuestro modo de vivir, sean capaces de cambiar el mundo. Y es hoy el día de hacer un acto de fe. El reino de Dios viene, está aquí, es capaz de cambiar los corazones y la sociedad, lo estamos construyendo, es nuestra misión por la que vivimos. LA MONTAÑA DE MI CONVERSIÓN Pero la montaña más cercana que hay que mover es nuestro propio corazón. Abrirlo enteramente a La Palabra, dejarse cambiar por Dios, es nuestra primera tarea. También eso es motivo de nuestra fe: creer que es posible, no resignarse nunca a la mediocridad, aspirar continuamente a ser más hijos. Las dos cosas piden nuestra fe, nuestra confianza en que no es simplemente nuestra obra, sino la obra de Dios. La pregunta última es: ¿Creemos en el Espíritu? ORACIÓN Creo, Señor, ayuda mi poca fe. Creo en Tí, el Padre con quien puedo contar siempre, Creo en Jesús, Camino estrecho, Verdad segura, Vida verdadera, Creo en el Espíritu, que me libera de la tierra. Creo en la Iglesia, que dice sí a Jesús y camina desde sus pecados construyendo el Reino. Creo en la bondad y en la limpieza de corazón, creo en la exigencia y en la pobreza, creo que el perdón es mejor que la justicia, creo que es mejor dar que recibir, creo que servirte es servir a los hombres, creo que mi vida tiene valor y sentido creo que me quieres y me ayudas, creo en Tí Señor, ayuda mi poca fe. Los apóstoles debían sentirse tan insatisfechos y, paralelamente, tan sorprendidos por lo que veían en Jesús, que gritan su necesidad: “Auméntanos la fe”, donde “aumento de fe” es equivalente a “ver”. En realidad, ahí radica todo el problema de los seres humanos, en que no “vemos”, no sabemos quiénes somos, tomamos el “sueño” por “realidad” y la “realidad” por “sueño”, y esa ignorancia es la fuente de nuestro sufrimiento.
Por eso, la petición de los apóstoles apunta en la buena dirección: “Auméntanos la fe”, es decir, “que veamos”. Porque la fe no es el asentimiento a un conjunto de creencias –así pudo verse en una religión conceptualizadora-, sino la confianza radical que nace de “ver” la realidad, más allá de los velos con que nuestra mente la disfraza. El primer engaño de la mente es hacernos creer que somos el “yo” que ella sostiene. A partir de ahí, inmediatamente surge “mi” y lo “mío”. Y empezamos a actuar desde esa referencia absolutizada: es bueno lo que es bueno para el “yo”; es malo, lo que lo frustra. Pero, lo reconozcamos o no, esa identificación nos vacía y agota: nos agota la rumiación mental, desde los sentimientos de necesidad, soledad y miedo, característicos del yo; nos vacía, porque jamás logramos hacer pie. Permanecemos dormidos mientras seguimos los movimientos caóticos de una mente que no se detiene, esclavos de las pautas de reacción grabadas en ella. Como marionetas de nuestras necesidades emocionales, estamos a merced de todo aquello que nos afecta, en una carrera sin fin por alcanzar, finalmente, lo que pueda darnos estabilidad. La trágica ironía es que todo ese esfuerzo resulta vano…, porque estamos buscando en la dirección equivocada. Hemos errado la perspectiva, porque hemos confundido nuestra identidad. Vivir desde el yo y para el yo es una tarea tan agotadora como estéril. No es extraño que surja el grito: “Queremos ver”, “auméntanos la fe”. La respuesta de Jesús puede sonarnos a exageración oriental, pero lo cierto es que somos ignorantes de la potencialidad que se encierra en nosotros. Marcos hablaba de “monte” (Mc 11,23); aquí se habla de “morera”. En cualquier caso, lo cierto es que cuando empezamos a ver, la realidad –sea “monte” o “morera”- se modifica radicalmente. Empezamos a “ver” –a “despertar”- cuando apercibimos que la mente es sólo un objeto –como puede serlo el cuerpo-, y lo que llamamos “yo” es únicamente una referencia mental. Tanto la mente como el yo es algo que tenemos, pero no es eso lo que somos. Lo que somos no puede ser nunca objetivado ni definido, porque no es un objeto delimitado, que la mente pudiera atrapar. Somos el Ser que todo lo constituye y que en todo se expresa, también en la “forma” de cada “yo”. Es inevitable que el yo experimente altibajos y que sus comportamientos estén marcados por el egocentrismo, pero lo que somos permanece estable y desegocentrado. Al Ser lo designamos con mil nombres: Conciencia, Presencia, Todo, Realidad, Silencio, Quietud, Misterio, Vacío, Dios…, precisamente porque en sí mismo es inefable, y no tiene nombre a nuestro alcance. Pero lo podemos percibir de un modo intuitivo e inmediato en cuanto nos paramos, detenemos la mente y dejamos de buscar: entonces, elbuscador desaparece y queda la Conciencia desnuda, la Presencia intensa…, lo que somos. Salimos así de la ignorancia y del sufrimiento; entramos en el reino del Ser. Pero la inercia que arrastramos es tan grande que, en la mayoría de los casos, ni siquiera permite cuestionar la identificación con el yo ni tomar distancia de la misma. Nos ocurre como a los monos de un conocido experimento. Un grupo de científicos metió cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar las bananas, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo golpeaban. Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de las bananas. Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le propinaron una tremenda paliza. Después de algunas palizas más, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera, aunque nunca supo el por qué de los golpes. Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Cambiaron a un tercero y se repitió el hecho, lo volvieron a golpear. Así ocurrió también con el cuarto y, finalmente, el quinto de los monos primeros. Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas. Si fuese posible preguntarles por qué le pegaban a quien intentaba subir la escalera, con certeza la respuesta sería: “No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así.” Es el argumento de la inmovilidad, que delata nuestro miedo a perder las “seguridades” adquiridas. Con frecuencia, es necesario haberlo pasado muy mal, para plantearse la necesidad de cambiar o, al menos, empezar a cuestionarse si las cosas no serán de otro modo. Y es entonces, al tomar distancia, cuando nuestra perspectiva se modifica. Se puede empezar por pararse, detener la mente, habituarnos a venir al presente: llegará un momento en que, sin haberlo buscado directamente, nos experimentaremos como Presencia. A partir de ahí, empezaremos a “ver”…, a condición de que no nos sigamos buscando como “yo”. Y es que el ser humano es tremendamente paradójico. Después de que ayudamos al niño para que inicie un proceso de autoconocimiento y autovaloración, tenemos que seguir acompañando al joven y al adulto para que no se busque a sí mismo como entidad separada e independiente. Se trata, de nuevo, de otra espiral más en el proceso evolutivo de integración y trascendencia. En él, el niño tiene que “encontrar” e identificarse con su cuerpo, para después percibir una “identidad” más amplia. De manera similar, tiene que encontrar su “yo-psicológico” para poder dejarlo y, de ese modo, “encontrarse” con otro nivel de su “identidad”. Aquí captamos en toda su verdad la palabra de los sabios espirituales, Jesús entre ellos, cuando decían: “renuncia a tu yo para salvar la vida”… Mientras te busques como “yo”, no lograrás salir de la mente ni de su estructura egoica, con toda la ignorancia y el sufrimiento que conlleva. Si dejas de hacerlo, descubrirás la “falsedad” de aquel “yo” que pretendía ser “autor” de las acciones que en ti ocurrían. Caerá el sentido de autoría personal y, con él, la ignorancia y el sufrimiento. Tendrás la sensación de haber dejado, por fin, una pesada mochila y empezarás a dejarte vivir en la corriente de la Vida. No te busques así, ni luches contra el yo: ambas cosas fortalecen la estructura egoica. Basta que sepas que el yo es una ficción o, como decía Einstein, “una ilusión óptica de la Conciencia”. ¿Cómo hacer, en concreto? No hay “recetas” mágicas –¡en el proceso de integración/trascendencia entran en juego tantos factores…!-, pero trata de no buscarte como “yo” –olvídate de él- y déjate reposar en la Conciencia que anima todo lo que es. Cuando no te buscas como “yo” –ni te engañas en esa creencia-, ¿qué queda? Pura Atención, pura Conciencia, puro Estar… Aprende a descansar –tal como aconsejaba el anónimo del siglo XIV- en la “nube del no-saber”. Eso es lo que los místicos han enseñado desde siempre: Todo es admirablemente coherente. Proyecto Samaritanas: Entrevista a Arnaldo Zenteno Sin duda en más de alguna ocasión usted se ha topado con una de ellas sin saber quién es o a qué se dedica, o las ha visto en sus focos de trabajo. Estas damas de la noche son mujeres en todo su ser. Entre las miradas que reciben hay las que las condenan, pero también las que les brindan una mano amiga. Es con esta gentiliza que el padre Arnaldo, junto con el equipo del Proyecto Samaritanas, tratándolas con amor y respeto, trabaja para que ellas conozcan la Buena Noticia de Jesús, reafirmen su autoestima y sepan defender sus derechos. La historia de este proyecto se remonta a los años 90. Después de la guerra y los acontecimientos políticos inmediatos, el padre Arnaldo y las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) decidieron a qué sector enfocarían su labor o misión. Los niños menores de seis años con problemas de desnutrición fueron su principal atención a través del proyecto “Olla Común”, el cual se caracteriza por brindar una alimentación sana a base de soya, sin descuidar el aspecto educativo, además de facilitar a que las mujeres se organicen. El segundo proyecto se orientó a los niños trabajadores en los semáforos pertenecientes al barrio Jorge Dimitrov y al Sector de San Judas, a quienes desde entonces se les ofrece cercanía humana y cursos de formación, como manualidades, seguimiento escolar, ya que han logrado que los niños y niñas sólo trabajen medio tiempo y que al colaborar económicamente en su casa, la familia les permita estudiar. El padre Arnaldo con mucha alegría comenta que uno de estos jóvenes ya está en su primer año de la universidad. La realidad del país motivó la gestión de más proyectos y el Samaritanas es el cuarto de los fundados por las CEB. El Proyecto Samaritanas, creado en 1995, era conocido inicialmente como Proyecto con Trabajadoras Nocturnas para evitar la palabra “prostituta”, comúnmente despectivo. El nombre actual proviene de un pasaje bíblico, donde Jesús, rompiendo los esquemas sociales y religiosos que impedían la relación entre judíos y samaritanos, y más aún con las mujeres, se acerca con toda naturalidad a una mujer samaritana que termina encontrando en Él la presencia del Reino de Dios. Al escuchar este pasaje, las mujeres del proyecto se identificaron con la mujer de Samaria y optaron por ese nombre, cuenta el padre Arnaldo. El Proyecto atiende alrededor de 220 mujeres, entre adolescentes, jóvenes y señoras de hasta 50 años, popularmente conocidas como las “abuelas”, que laboran en el sector de carretera a Masaya y en la carretera Norte, lugares donde el padre Arnaldo y el equipo del Centro las visitan personalmente, además de ir a sus hogares. “Es una visita humana de cercanía. Es verlas cómo son y dónde están sin juzgarlas. Hay gente que cuando pasan les avientan agua, huevos y hasta las filman, y todo esto las ofende. Las mujeres predominan en el equipo del Proyecto, pero tenemos varones voluntarios que ayudan a que ellas se reconstruyan en la relación con los hombres, que no crean que sólo se les busca por lo sexual, sino también como personas”, afirma el padre Arnaldo. Las mujeres que asisten al Proyecto Samaritanas cuentan- en la medida que lo permite la situación económica-, con atención psicológica, social, médica, asesoría legal. También reciben clases de manualidades y becas para carreras técnicas (costura, belleza, computación y repostería). Igualmente están los talleres sobre los factores de riesgo y estimulación temprana destinados a sus hijos o hermanas. Tanto las mujeres como sus hijas e hijos tienen atención espiritual ecuménica con respeto y sin ninguna clase de proselitismo. “A veces juzgamos a la persona individualmente; sin embargo, es un fenómeno social más amplio: situación de pobreza, justicia y desigualdad. Una vez el Rey de España visitó el país y sacaron a estas mujeres de la zona donde él pasaría, dizque porque estaban limpiando la ciudad, un acto completamente hipócrita. Mirémoslas con los ojos de Jesús. Ellas son mujeres como mis hermanas y como todas”, reflexiona el padre Arnaldo. El Proyecto Samaritana se unió en el Consorcio Ipape. Junto a ellos han realizado dos campañas mediáticas enfocadas en contra de la explotación sexual comercial infantil en 29 Municipios del país. Llamar prostitución infantil no es el término correcto, pues lo niños no se prostituyen sino que los explotan sexual y comercialmente. También el Equipo colaboró con la cineasta nicaragüense Rossana Lacayo en la elaboración del documental “Verdades Ocultas”, en el cual se muestra la realidad de todas estas mujeres, que en su gran mayoría a penas tienen la primaria aprobada. En el documental se escucha también sus sueños para salir adelante. “Nosotros no las sacamos de la prostitución, se saca un bulto no una persona. Ellas son sujetos de su proceso y son las que deciden salir. Es acompañarlas en el proceso de reestructuración de sus vidas y apoyarlas en el cambio de condiciones de vida. Aun las que no pueden salir de la prostitución, sí cambian. Ellas recuperan su autoestima, no se dejan golpear por el compañero, educan mejor a sus hijos o bien dejan la droga y/o el alcohol. También nosotros aprendemos de ellas, cuando las vemos luchar por la vida con valentía por ellas y sobre todo por sus hijos”. De esta manera es como el padre Arnaldo y el equipo del Proyecto trabajan enfocándose en una de las realidades más crudas que acontece en el país: la explotación sexual comercial, la cual arrastra problemas graves, tales como: violencia intrafamiliar, peligro, violación o muerte. Para este sacerdote jesuita lo importante es que ellas recuperen su autoestima, alegría y dignidad. Inspirado en la vida de todas ellas y con mucho aprecio, él escribió un poema. A continuación, les compartimos un fragmento: Las llaman prostitutas, los que las prostituyen Las llaman mujeres de la calle, los que las echan de su casa Las llaman mujeres de la vida alegre, los que ponen su alegría en pisotearlas Las llaman pecadoras, los limpios fariseos hipócritas Las llaman Mujer, Jesús, el que las ama, el que las acoge, El que no las condena, el que las perdona. Y tú ¿cómo las llamas? ¿Prostituta o Mujer? Digo a vueltas con Dios porque al leer últimamente algunos artículos que han aparecido en los periódicos sobre el último libro de Stephen Hawking The Grand Design se nos puede haber planteado, de nuevo, la pregunta ¿pero no estaremos realmente engañados los que seguimos creyendo en Dios? Con mis palabras no pretendo hacer una disertación sobre Dios, sino únicamente, como un creyente más, hablando desde el corazón e interioridad, exponer las resonancias que se han puesto en movimiento en mi interior con motivo de estas lecturas, por si pueden ayudar a alguien en este largo camino de la búsqueda de Dios.
En el artículo del Mundo del 6 de setiembre escrito por J. A. Herrero con motivo del libro de Hawking The Grand Design se dice: “Hawking no afirma que Dios no exista, sino que no es necesario ya postular su existencia para comprender el origen del Universo, que es algo muy diferente”. Lo más novedoso del libro es afirmar “que a la vista de las últimas teorías de la física, ya no hace falta creer en Dios para explicar la existencia del Universo”. Sin embargo, Hawking no da argumentos de peso para apoyar su afirmación de que todo ha surgido de la nada por generación espontánea. “Esta postura representa a la ciencia convertida en instrumento de fe, fe en la religión del ateísmo militante. Su libro no ofrece nuevos hallazgos científicos sino un posicionamiento, una instrumentalización de su prestigio como científico para promover sus convicciones personales” como afirma J. A. Herrero. Desde otro ángulo, el astrofísico y teólogo David Wilkinson afirma que : “El Dios en el que creen los cristianos es un Dios íntimamente involucrado, en todo momento de la historia del Universo y no sólo en sus comienzos”. Francisco Ayala, doctor en genética y evolución por la Universidad de Columbia y profesor de la Universidad de California, afirma en un artículo del Mundo del 11 de setiembre del 2010 : “Yo creo que la ciencia y la religión son dos ventanas para mirar el mundo, pero cada una permite ver cosas distintas. La ciencia trata de explicar el origen de las galaxias y del Universo, como es el caso de Hawking, y de la vida, como es el mío. La religión trata de la relación del ser humano con el Creador, el sentido de la vida, la moral etc. Salvo cuando se traspasa el límite, como en este caso, no hay contradicción entre ambas, si se respetan”. Está claro que lo religioso nunca se puede oponer a lo científicamente demostrado. Si añadimos a todo esto que muchos científicos actuales piensan que no sólo ha existido un “big bang”, sino que el estudiado es el último, y que existieron probablemente otros anteriores, de modo que a consecuencia de ello, se nos escapa el poder rehacer la Historia del Universo desde el primer segundo como se pretendía hasta ahora. Todo ello nos lleva a un mar sin fondo conocido, donde la búsqueda de la razón se pierde irremisiblemente. De todo lo cual se deduce que si seguimos la imagen del profesor Ayala de las dos ventanas que existen para contemplar e intentar interpretar el Universo, ninguna ventana puede excluir a la otra, siendo la posible opción ateísta el lado oscuro de la opción teísta, y esta la parte oscura de la ateísta. En la correcta lectura de la realidad no se puede excluir ninguna de las dos opciones, las dos son actos de fe porque suponen un salto y por lo tanto lo correcto es que exista un verdadero respeto de cada opción por la otra. Ni unos son unos malvados ni los otros unos subnormales como con frecuencia cada grupo tilda a los otros. Yo opto, como puede optar un ateo por lo contrario, por la opción teísta. No tanto como consecuencia de unos análisis racionales, aunque como es lógico no los excluyo, sino por haber sido “tocado” desde dentro, por el profundo sentido de las cosas y por el vislumbre de un ser mayor que nosotros, es decir, por un tipo de vivencia de la vida y desde la vida que no sólo me ha hecho posible creer sino que hasta me ha hecho sentir que no podría vivir sin creer. No por miedo a una realidad sin sentido, sino por ser ya algo en mí más íntimo que el mi mismo. Es el toque interior del que hablan los místicos y que algunos lo han sentido como una fuerza avasalladora, pero que aún sin existir este alto potencial en todos nosotros, podemos afirmar que de alguna manera todo creyente lo ha sentido y sigue sintiéndolo si todavía es creyente, es su vivencia de la trascendencia. Es la ventana del contemplar más que del analizar, del sentirse cogido desde dentro más que intentar coger lo de fuera. Posibilidad abierta a todo hombre pero que en parte depende de cómo se ha vivido y se sigue viviendo. No se trata del que se apunta a una doctrina sino del que ha sido cogido desde dentro por una vivencia, que no excluye la realidad sino que incluye una síntesis de toda la realidad vivida. Ahora bien, cuando uno llega a abrirse a esta realidad-vivencia interior, que muy bien conoce e intuye pero que a la vez no sabe nada de ella. Entonces busca referentes humanos que le ayuden a comprenderse y a comprenderla. En este aspecto podríamos citar a toda la mística, la cultura de la vivencia espiritual que se encuentra en toda la historia de la humanidad, sobre todo en las grandes culturas, con una gran coincidencia de contenidos, vivencias y expresiones. Recordemos el budismo, la mística sufí y la cristiana. Todas ellas testimonios profundos y coincidentes de un espíritu humano que saca sus riquezas del interior y que en dicha interioridad encuentra su fuerza y el sentido de su vida reconociéndola como Algo-Alguien que le viene de fuera pero que lo perciben como lo más íntimo de sí mismos. En esta profundización en nosotros mismos y en la lectura y comprensión de la “Realidad” que nos rodea, Jesús de Nazaret es uno de los hombres que ha llegado a lo más profundo, no por haber sido un escogido especial, sino por haber sido plenamente fiel a la vocación que ha sido llamada toda persona humana, a la fidelidad a ese Alguien que está en todas partes y que habita de una manera especial en lo más profundo de nosotros mismos. Precisamente, gracias a esta fidelidad, ese Alguien que constantemente se quiere abrir a todo hombre, se abrió en Jesús con la máxima profundidad, convirtiéndose Jesús de Nazaret en el gran revelador de lo que es y significa el Padre para nosotros y en el camino que nos indica cómo se va al Padre. Para mí, este referente humano que todos buscamos, es dentro de los muchos posibles existentes, Jesús de Nazaret. Desde él me atrevo a llamar a esta Realidad interior que me invade y lo invade todo Padre y desde él creo que dicho Padre ha hecho al hombre-mujer a su imagen y semejanza. Que cuanto existe, lo ha hecho por amor al hombre y que el destino de todo hombre es la vida, no la muerte, y volver al Padre. Si todos hemos sido hechos a imagen del Padre y estamos llamados a convivir, lo único que tiene sentido es abrirse a los demás como el mismo Jesús se abrió. Ser servidores de los demás, solidarios y compartirlo todo como hermanos para poder responder a nuestra vocación de hijos y con dignidad volver a la casa del Padre. Si el mundo, la tierra o el universo es nuestro entorno desde donde debemos realizar nuestra misión, debemos ser respetuosos con nuestro entorno respetándolo y haciendo posible que los que vengan detrás de nosotros también puedan usarlo dignamente y con alegría. Nuestra vocación es que todos vayamos avanzando durante nuestra vida en una contemplación amorosa de la realidad que vivimos y que nos ayudemos unos a otros a cumplir nuestra misión de solidaridad y respeto no sólo a los demás hermanos sino también a la realidad circundante que hace posible la vida y su desarrollo. Todo esto parece poesía con la que está cayendo… sin embargo es el horizonte hacia donde nos llama nuestra fe a través de Jesús de Nazaret. |
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Febrero 2023
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