El hecho de que Jesús considerara la astucia del administrador corrupto como una cualidad que echaba de menos en los hijos de la luz, produce cierta sensación de extrañeza.
El administrador era un genuino ladrón de guante blanco que cuando se vio descubierto ni se arrugó ni se vino abajo. Actuó pensando exclusivamente en él, procurando abrirse camino en el futuro inmediato para seguir haciendo más de lo mismo. Pero Jesús reconoce la astucia de los hijos de este mundo utilizada para cometer delitos, engañar, robar o llevar una vida corrupta, y pone delante de quienes le siguen la necesidad de ser astutos para hacer el bien y luchar por la justicia. Quiere que los hijos de la luz sean astutos en positivo: estén atentos, sean hábiles y permanezcan despiertos y activos para librar el complicado y sutil combate contra los mecanismos del Mal. En este caso, el que genera la ambición del dinero, que en este tiempo es una complicada ingeniería financiera muy difícil de comprender, salvo por los entendidos que la generan. Pero sí en los resultados que produce: ‘Pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país, diciendo: ‘¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado, para abrir los sacos de cereal –reduciendo el peso y aumentando el precios, y modificando las balanzas con engaños. Para comprar al indigente por plata y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano”. Así de claro lo dice el profeta Amós (8,4-7) y vale igual para este momento de la historia de la humanidad. Cuando el dinero se convierte en el dios al que adorar, el ser humano se deprecia: derechos humanos a la baja, educación, sanidad, vivienda… los mínimos para una vida digna caen en picado. El dinero es importante pero es necesario pero también lo es poner señales de alerta antes de atravesar esa sutil frontera que lleva a la ambición, la codicia y la avaricia (me doy cuenta que estas palabras casi no se usan hoy día), hasta transformar a la persona en un ser que ya no sabe valorar lo que le pasa por dentro, lo ve normal, se siente distinto y distante del resto de la humanidad. El dinero es una droga muy poderosa. Produce una ambición que no tiene límites. Es una espiral infinita: siempre más con la ansiedad de conseguir todo, despojando a quienes tiene menos o nada. ¿Por qué es tan poderoso el efecto de droga del dinero? Porque lo que yace en fondo de la persona es el deseo de Poder. ¿Y qué hay tras ese deseo? La ambición primera, la del inicio de los tiempos: ser como Dios. Seamos astutos en el uso del dinero, también los que no sabemos de ingeniería financiera. La ambición vive dentro del ser humano y el miedo también. Y una cosa y otra se expanden por todos lados: personas, instituciones, empresas, organismos internacionales, gobiernos, y la propia Iglesia. Además, en este tiempo con tantos medios de difusión, estamos expuestos a multitud de estímulos exteriores que nos dicen que la felicidad se encuentra en poseer cosas materiales que se consiguen con dinero… ¡Peligro y frustración! Dice el Papa Francisco (*): “Animaos a no sucumbir a la tentación de un modelo económico idólatra que siente la necesidad de sacrificar vidas humanas en el altar de la especulación y la mera rentabilidad, que sólo toma en cuenta el beneficio inmediato en detrimento de la protección de los más pobres, de nuestro medio ambiente y sus recursos”. (Del discurso a las autoridades en el viaje a Islas Mauricio, 9 septiembre 2019) Gracias, Jesús, por hablar claro, ayudarnos a abrir los ojos y espabilarnos esa insana ingenuidad psicológica que no nos deja ver. Gracias, Jesús, por hablar del dinero. Es un tema que o se oculta sibilinamente, o se comunica de forma que nadie, de los de abajo, pueda entender. Gracias, muchas gracias, por poner el tema encima de la mesa con pocas palabras y para la posteridad: “Ningún siervo puede servir a dos señores” (…) “No podéis servir a Dios y al dinero”. ¡Está claro… es incompatible! Dios es Amor gratuito y el dinero lo quiere todo… hasta el alma.
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En su libro Braintrust, la neurofilósofa Patricia Churchland expone sus ideas sobre lo que la neurociencia ha aportado hasta el momento al estudio de las bases neurológicas del comportamiento ético de los seres humanos. La tesis principal de la aportación de Churchland es que la moralidad se origina en la neurobiología del apego y subraya la relevancia de la oxitocina en el comportamiento cooperativo de los seres humanos, con la pretensión de que la neuroética pueda llegar a constituirse en una ética fundamental. Pero, a mi parecer, ante la propuesta de Churchland se abren interrogantes relevantes, como, por ejemplo, ¿por qué debemos comportarnos éticamente? o ¿cuáles son los valores morales? En esta contribución valoraremos las principales ideas de Churchland para intentar mostrar si la neurociencia puede ayudar a contestar estas cuestiones.
El término neuroética tiene dos acepciones. La primera se refiere a la ética de la neurociencia: esta acepción haría de la neuroética una rama más de la bioética. Pero la otra acepción es la que nos interesa aquí: la neurociencia de la ética, es decir, los conocimientos que el desarrollo de la neurociencia puede aportar en la búsqueda de las bases cerebrales del comportamiento ético de los seres humanos. Alvarez-Díaz distingue entre tres grupos de autores con posiciones distintas respecto a esta segunda acepción de la neuroética: los neuroreduccionistas, los neuroescépticos y los neurocríticos[1]. Como todo esquema se trata de una simplificación, pero para situarnos en el territorio es suficiente como panorama inicial. Los neuroreduccionistas piensan que la neurociencia debe sustituir a la ética porque de alguna manera (con matizaciones en las que no vamos a entrar), la mente humana e incluso el ser humano se identifica con el cerebro. Opuestos a este primer grupo están los neuroescépticos, que mantienen la tesis de que la neurociencia no puede aportar nada especialmente relevante a la ética normativa, ya que el comportamiento ético es una propiedad distintiva del ser humano que no puede fundamentarse científicamente. Finalmente, los neurocríticos piensan que la ética no puede ser subsumida por la neurociencia, pero tampoco descartan que los avances en neurociencia se tengan que tener en cuenta en el ámbito ético. El debate, que aquí concretamos en el ámbito de la neuroética, se sitúa en realidad en un terreno mucho más global: ¿puede la ciencia sustituir a la filosofía? Voy a adelantar que mi posición se acerca más al grupo de los neurocríticos: ciencia y filosofía son dos formas de conocimiento humano que tienen objetivos y metodologías distintas, que nos permiten acceder a distintas facetas del mundo real, y que pueden encontrar aspectos de diálogo que les permitan reconocerse como conocimientos complementarios y mutuamente implicados. En el mundo contemporáneo, la ciencia necesita de la filosofía para comprenderse a sí misma, y la filosofía necesita de la ciencia para comprender el mundo. Como se puede ver el tema es muy amplio. Las propuestas que han despertado más expectación están en el grupo de los neuroreduccionistas. Dentro de este grupo encontramos a Patricia Churchland, una de las más destacadas neurofilósofas de la actualidad. En este trabajo voy a intentar explicar brevemente las principales ideas de Churchland sobre la relación de la neurociencia y la moralidad, con unas consideraciones críticas al respecto. En primer lugar, nos interesa entender lo que Churchland concibe como ética. “La hipótesis predominante”, afirma, “es que lo que nosotros, los humanos, llamamos ética o moralidad es una estructura de conducta social en cuatro dimensiones que viene determinada por la interrelación de distintos procesos cerebrales: (1) el cuidado o atención a los demás (…), (2) el reconocimiento de los estados psicológicos de los demás(…), (3) la resolución de problemas en un contexto social y (4) el aprendizaje de prácticas sociales”[2]. Quisiera destacar en este punto la insistencia en la dimensión social de la ética como su única dimensión: no parece que para Churchland la ética pueda tener una dimensión personal o individual, centrada en el interior del ser humano. La ética se concibe como una estructura de conducta social, es decir, de modo externalista. Por lo tanto, la ética se entiende como la base que estructura la conducta social. Churchland lo afirma explícitamente: “La conducta social y la moral parecen ser parte del mismo espectro de acciones”[3]. La diferencia para Churchland estaría en la trascendencia de las acciones morales respecto a las puramente sociales (por ejemplo, no asesinar respecto a hacer un regalo en una boda). La pregunta que hace Churchland a continuación es muy significativa: “¿De qué modo los cerebros llegaron a preocuparse de los demás? Si mis genes organizan mi cerebro de modo que se centre en mi supervivencia, y en la reproducción y transmisión de esos genes, ¿cómo dichos genes organizan mi cerebro para valorar a los demás? Solamente alcanzamos a comprender una parte de la neurobiología implicada en este proceso”[4]. En este punto, Churchland se alinea con la corriente más dura de la biología evolutiva, que concibe al ser humano como una estructura que los genes construyen para su propia reproducción. Estamos ante la famosa tesis del gen egoísta de Richard Dawkins. Todos los seres vivos son concebidos por Dawkins como máquinas que los genes construyen con el objetivo de reproducirse[5]. Un objetivo “egoísta” que plantea el gran problema de la justificación del altruismo. Cogiendo una perspectiva sociobiológica, Churchland basará su propuesta en la estructura neuroquímica de los mamíferos para explicar el comportamiento social humano. Y va a proponer la siguiente tesis: “el apego (…) constituye la plataforma neurológica de la moralidad. En mi uso de la palabra apego estoy adoptando la terminología de la neuroendocrinología, un campo en el que el apego hace referencia a la disposición para cuidar a otras personas, al deseo de estar con ellas y al hecho de entristecerse tras la separación”[6]. Es interesante en este punto atender a dos cuestiones. El apego se presenta como la plataforma, es decir, la base biológica de la moralidad. Hay que distinguir, como hace por ejemplo Adela Cortina, entre base y fundamento[7]. No es lo mismo que desde la neurociencia se proponga una base neuronal de la ética, es decir, que sin un cerebro humano no habría comportamiento ético y otra muy distinta es proponer el fundamento de por qué esa conducta es éticamente buena. El apego puede ser una base neuroendocrinológica que es necesaria para la vida social, al menos en el pequeño grupo de los allegados. Pero la neurociencia estrictamente no nos puede decir si el apego es un valor éticamente bueno. Pero además, el apego tiene que ver, como hemos mencionado, con los más allegados, y por lo tanto difícilmente puede constituir la base de toda una moralidad que tiene que alcanzar también a los distantes. Churchland parece consciente de alguna de las limitaciones de su propia tesis. Por ejemplo, admite que “aunque el apego puede ofrecer una base para la moralidad, no existe un sencillo conjunto de pasos –ninguna operación deductiva ni normas precisas de aplicación- que nos lleve del yo cuido y valoro a la mejor solución para los problemas morales concretos, especialmente los que surgen dentro de culturas complejas”[8]. Este es un ejemplo de la distinción entre base y fundamento. No podemos deducir qué conductas son morales o no en un determinado caso porque la base no aporta valores sino solamente es una base de conducta. Podríamos hacer una hipótesis evolutiva según la cual el apego es bueno para la supervivencia del grupo. Pero entonces cabe preguntarse, como sugiere Adela Cortina, si el fin del ser humano es simplemente sobrevivir o quizás vivir humanamente bien[9], cuestión que va más allá de la supervivencia del grupo y conduce, entre otros aspectos, a apoyar a los débiles y vulnerables aunque no pertenezcan al grupo propio, sea éste el que sea. Llegamos con esto a la hipótesis principal de Churchland tal y como ella la mantiene: “La moralidad se origina en la neurobiología del apego y de los vínculos afectivos, depende de la idea de que la red de oxitocina-vasopresina en los mamíferos pueda modificarse para permitir el cuidado a terceros más allá de la propia prole o camada, y que, si se conserva esa misma red como telón de fondo, el aprendizaje y la resolución de problemas se incorporan a la gestión de la propia vida social. Podríamos predecir, por tanto, que la cooperación y confianza son sensibles a los niveles de oxitocina. Esto suscita una cuestión importante: ¿pueden los cambios en los niveles de oxitocina incidir en la conducta cooperativa de los seres humanos?”[10]. Parece que aquí podríamos encontrar un campo abonado para resolver muchos de los problemas humanos, especialmente el cuidado de los más vulnerables, aumentando el nivel de oxitocina de la población. Pero la cuestión no es tan obvia y presenta claramente sus límites, como admite Churchland: “A pesar de que los datos presentados demuestran que existen relaciones importantes entre la conducta social, la OXT, la VPA y sus receptores, entender la naturaleza precisa de sus relaciones requerirá una mayor comprensión de cómo se toman las decisiones, y del modo en que la percepción afecta y es afectada por las emociones. Además, hay que tener en cuenta que la oxitocina no debería llamarse la molécula de la función social y cognitiva, porque se trata de una parte de una compleja red flexible e interactiva de genes, interacciones entre esos genes, las neuronas, las sustancias neuroquímicas y el entorno, y las interacciones entre el cuerpo y las neuronas”[11]. Seguramente faltan también otros factores a tener en cuenta, como la libertad humana, por ejemplo. Hemos visto un intento de convertir la neuroética en ética fundamental. Pero, a mi parecer, son muchas las objeciones que se pueden realizar para poner en cuestión que preguntas tan relevantes como ¿por qué debemos comportarnos éticamente? o ¿cuáles son los valores morales? puedan ser contestadas por la neurociencia. Siempre se puede decir que todavía la neurociencia no puede contestar a estas preguntas porque su desarrollo es muy inicial. Pero hemos visto como la neurociencia y la ética están en planos distintos. Una manera clásica de subrayar esta diferencia es aludir a la distinción entre el “es” que nos puede describir la neurociencia y el “debería ser” que la ética pretende fundamentar. Este es un tema clásico en el ámbito de la filosofía, pero que también ha sido puesto de relieve por científicos de la talla de Stephen Jay Gould, biólogo evolucionista. Gould, de manera más general, define el ámbito de la ciencia como el ámbito de los hechos y el de la ética como el ámbito del significado[12]. Son dos ámbitos independientes, y al mismo tiempo es completamente necesario que desde su independencia metodológica dialoguen para conseguir una comprensión cabal del ser humano. Me parece muy acertado el siguiente posicionamiento de Gould: “La ciencia no puede decir nada sobre la moralidad de la moral. Es decir, el descubrimiento potencial por los antropólogos de que el asesinato, el infanticidio, el genocidio y la xenofobia pueden haber caracterizado a muchas sociedades humanas, pueden haber surgido de preferencias en determinadas situaciones sociales, e incluso que pueden haber sido beneficiosos en determinados contextos, no ofrece en absoluto ningún apoyo para la proposición moral de que debiéramos comportarnos de aquella manera”[13]. Sin embargo, aunque la ciencia no pueda decir nada sobre la moralidad de la moral, la neurociencia nos puede aportar interesantes conocimientos que hay que tener en cuenta a la hora de una correcta comprensión del comportamiento moral humano. A su vez, estos conocimientos neurocientíficos necesitan un marco de interpretación ético que sólo la filosofía puede proporcionar. [1]Álvarez-Díaz, J. A., “Neuroética como neurociencia de la ética” en: Revista de Neurología,57 (8), 2013, pág. 377. [2]Churchland, P. S., El cerebro moral. Lo que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad, Paidós, Barcelona, 2012, pág. 19. [3]Ibíd., pág. 72. [4]Ibíd., pág. 23. [5]Dawkins, R., El gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta, Salvat, Barcelona 1994. [6]Churchland, P.S., o.c., pág. 27. [7]Cortina, A., Neuroética y neuropolítica. Sugerencias para la educación moral, Tecnos, Madrid 2014, pág. 46. [8]Churchland, P.S., o.c., pág. 35. [9]Cortina, A., o.c., pág. 139. [10]Churchland, P.S., o.c., pág. 85. [11]Ibíd., pág. 95. [12]Gould, S. J., Ciencia versus religión. Un falso conflicto, Crítica, Barcelona, 2000. [13]Ibíd., pág. 69. Artículo elaborado por Josep Corcó, Universitat Internacional de Catalunya. Este artículo es una adaptación para FronterasCTR de un artículo publicado en Pensamiento, vol. 73 (2017). LEANDRO SEQUEIROS SAN ROMÁN Responder Estoy muy de acuerdo con esta conclusión del autor de este artículo: “Una manera clásica de subrayar esta diferencia es aludir a la distinción entre el “es” que nos puede describir la neurociencia y el “debería ser” que la ética pretende fundamentar. Este es un tema clásico en el ámbito de la filosofía, pero que también ha sido puesto de relieve por científicos de la talla de Stephen Jay Gould, biólogo evolucionista. Gould, de manera más general, define el ámbito de la ciencia como el ámbito de los hechos y el de la ética como el ámbito del significado[12]. Son dos ámbitos independientes, y al mismo tiempo es completamente necesario que desde su independencia metodológica dialoguen para conseguir una comprensión cabal del ser humano. Me parece muy acertado el siguiente posicionamiento de Gould: “La ciencia no puede decir nada sobre la moralidad de la moral. Es decir, el descubrimiento potencial por los antropólogos de que el asesinato, el infanticidio, el genocidio y la xenofobia pueden haber caracterizado a muchas sociedades humanas, pueden haber surgido de preferencias en determinadas situaciones sociales, e incluso que pueden haber sido beneficiosos en determinados contextos, no ofrece en absoluto ningún apoyo para la proposición moral de que debiéramos comportarnos de aquella manera”. Sin embargo, aunque la ciencia no pueda decir nada sobre la moralidad de la moral, la neurociencia nos puede aportar interesantes conocimientos que hay que tener en cuenta a la hora de una correcta comprensión del comportamiento moral humano. A su vez, estos conocimientos neurocientíficos necesitan un marco de interpretación ético que sólo la filosofía puede proporcionar.”. Como paleontólogo que sigue en muchos aspectos a Gould, estoy de acuerdo con el planteamiento que hace el autor. Sin embargo – y este es un debate diferente- no estoy de acuerdo con la hipótesis de los MAGISTERIOS QUE NO SE SOLAPAN de Gould. Ciencia y religión tienen innegables puntos de contacto y consiguientemente de aparente conflicto que no se pueden soslayar. Pedro Rubal Pardeiro Responder Comparto la postura del autor y de Leandro,y me parece muy acertada la distinción que hace Adela Cortina entre base y fundamento. Considero que la base está en las estructuras biológicas, que nos permiten ser morales o inmorales, no a-morales, como es el caso de los animales. Pero el fundamento es, más bien, que el hombre no posee sólo propiedades emanadas de su naturaleza, sino adquiridas por la decisión de apropiarse mediante una decisión preferencial, entre la posibilidades que le ofrece la vida, de aquellas que más convienen a la plenitud de su realización personal. Evidentemente, no hay moralidad sin un cierto deber, aunque éste no la agote, en cuanto hay cosas que no tenemos el deber de ejecutar; pero, si las ejecutamos, tienen una traducción moral. Y por lo que respecta al carácter de deber de las constricciones sociales, creo que procede partir de que es el hombre, como integrante de la sociedad, el portador de deberes, que no tienen su origen, stricto sensu, en la misma sociedad. Y, si no. hagámonos la siguiente pregunta: ¿Hay sociedad porque el hombre tiene una dimensión social, o la adquiere en la sociedad?. Lo que el hombre adquiere en la sociedad es más bien poder apropiarse de las posibilidades que le otorgan la vida de los demás, como usos, determinadas formas de vida, costumbres, sin las cuales no se podería vivir, y en este sistema de posibilidades que constituye el cuerpo social, es donde está inserto el deber, que surge por exigencia de la naturaleza humana, no por emergencia de una realidad social que carece de personalidad, y no confundamos con las atribuciones de matiz jurídico El discurso pronunciado la mañana del 7 de septiembre de 2019 en el palacio presidencial de Antananarivo ante las autoridades políticas de Madagascar es uno de los discursos que mejor resume el mensaje de la Doctrina Social de la Iglesia enriquecida con los documentos del Magisterio de Francisco.
Caminando por las calles de la capital, el Papa pudo ver con sus propios ojos la pobreza generalizada, las chabolas, los niños agachados para amasar ladrillos. Pero también vio la alegría de un pueblo, testimoniando el hecho de que no siempre es posible calcular las estadísticas sobre la base de los estándares de consumo occidentales. Francisco, en su discurso, recordó en primer lugar la responsabilidad de la política, que tiene la misión de servir y proteger a sus conciudadanos, "en particular a los más vulnerables" y a los más pobres, promoviendo un desarrollo decente y justo, que sea "integral", y no sólo económico. Hizo un llamamiento a la lucha contra la corrupción y la especulación, que "siempre generan condiciones de pobreza inhumana". Luego recordó la belleza y riqueza de los recursos naturales de la isla más grande del continente africano, amenazada por la caza furtiva y la deforestación. Reiteró que la crisis ambiental y la crisis social están intrínsecamente ligadas, de hecho son la misma y compleja crisis, como enseña la encíclica Laudato Si'. Y explicó, sin embargo, que no puede haber una verdadera protección del medio ambiente sin una justicia social que garantice el derecho al destino común de los bienes de la tierra: los pobres no deben y no pueden pagar el precio de las políticas de protección del medio ambiente. Finalmente, el Papa dedicó un pasaje significativo a la globalización y al riesgo de que en países como Madagascar la ayuda al desarrollo proporcionada por organizaciones internacionales, en nombre de "una presunta cultura universal" que desprecia, entierra y suprime el patrimonio de todos los pueblos", acabe por homogeneizar peculiaridades, valores, estilos de vida y culturas. En cambio, necesitamos procesos que respeten las prioridades y los estilos de vida originales de los pueblos, asegurándonos de que sean los propios pueblos los que se conviertan en artesanos de su propio destino. No creo que me quede mucho tiempo para explorar caminos nuevos en este laberinto conceptual de nuestras creencias, por eso, en unos días de ejercicios espirituales, he intentado sacar una fotografía aérea de la estructura de este laberinto.
Hace ya más de diez años, fui redactando lo que luego publiqué como “Lo que creo que creo”, en el que describía mis búsquedas al volver a la teología después de más de veinte años de abandono. Ahora quizás se trate de escribir de forma simplificada “Lo que creo que creo II”..
El evangelio de Mateo atribuye a Jesús algo parecido a lo de san Juan de la cruz: “porque tuve hambre y me diste de comer...”. Marcos, Mateo y Lucas nos cuentan que Jesús, en territorio pagano, curó a un endemoniado; el hombre quiso quedarse con él como los demás discípulos, pero Jesús lo envió a contar a los suyos “todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti”. Esta fue toda la preparación de este catequista (apóstol, diácono, o como queramos interpretarlo). Más que cualquier plano o brújula, para rastrear el camino, nos guiará el aroma que exhala un amor gratuito y universal. Ese es el guía de la gente sencilla: “Te doy gracias, Padre… porque has ocultado estas cosas a los entendidos y se las revelaste a los ignorantes”.
Ninguno de los tres es suficiente en sí mismo. Jesús nos ha llegado muy filtrado por las interpretaciones de las primeras comunidades cristianas, y no conoció los problemas del siglo XXI. Los Signos de los tiempos son muy ambiguos y se prestan a diversas interpretaciones. La conciencia es la voz de Dios, o su misma presencia con la que nos identificamos; pero fácilmente manipulable por nuestros egoísmos. Las tres interpretaciones (como imágenes superpuestas) nos ayudan a perfilar la imagen resultante. Al final quien decide, mejor o peor, es la propia conciencia. ¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
¿Somos todos igualmente queridos por Dios? ¿Por qué Jesús habla de predilectos? ¿Quiénes son nuestros predilectos?
El primer predilecto de Dios es Jesús, como aparece en el pasaje de Mateo sobre la Transfiguración (Mt 3,13-17), es la referencia total a lo que supone la Buena Noticia para todos. Pero Jesús mismo habló de predilectos con claridad, y hoy es el día en que esto no es asumido en su verdadera dimensión por nosotros, sus seguidores. Por poner un antecedente que nos ayude, tenemos los Salmos, que Él mismo rezaba a diario como buen judío que era: Que tu Mano salvadora nos responda, para que se salven tus predilectos…” (Sal 107). Seguro que entonces era fácil interpretar esta predilección como dirigida a quienes cumplían con las enseñanzas de la Ley y referido al pueblo elegido. Con Jesús, cambia la interpretación unívoca de la Ley para ampliarla en dos direcciones: toda persona forma parte del Pueblo elegido (Epifanía); los que peor están material y espiritualmente son los preferidos en función de su necesidad, como se refleja en las Bienaventuranzas, incluidos los perseguidos por ajustar su vida a Jesús. Nos hemos quedado con la Ley pero el mensaje es “la Ley y los profetas”, con la carga cristiana que tienen las denuncias proféticas, en todo tiempo, también en el nuestro. Los evangelios son claros y reiterativos al contar que Jesús se rodeó y favoreció durante su vida a pecadores, publicanos, leprosos, pobres, samaritanos, paganos, mujeres… y de esta forma declara el amor de Dios hacia ellas como una opción de Jesús preferencial, no excluyente. La parábola del hijo pródigo y el buen samaritanos tuvieron que ser dos aldabonazos entonces, pero siguen siéndolo hoy al romperse la interpretación excluyente de Dios, que es buena noticia porque es amor para todos, sin excepción y dado gratuitamente siempre, sin mérito nuestro. Esta Buena Noticia universal rompe las convenciones sociales de su época y de la nuestra, de todas las épocas. No respeta la división de clases ni de personas exitosas y fracasadas. Dice y hace. Anuncia que Dios los quiere y los contempla con infinita misericordia, se pone de su parte y les anuncia la salvación aunque se encuentren en las cunetas del camino, expulsados de la sociedad y de la Ley. Es más, Jesús cuestiona de raíz y sin ambages las causas de su indignidad social, es decir, las condiciones injustas de la existencia aún en la concepción religiosa de su tiempo. Claro que Dios tiene predilectos, como los tiene cualquier madre o padre en sus hijos más necesitados, impedidos, con mayores dificultades para salir adelante, aunque sea por vivir con actitudes menos adecuadas; porque mayor necesidad tienen de cambiar para mejorar. La necesidad mirada con ojos de amor es la que marca la preferencia. Y sin embargo, no pocas veces seguimos enredados en considerar prácticas políticas a ciertas actitudes evangélicas. Un ejemplo lo tenemos en torno a la realidad de las pateras en el Mediterráneo. La Unión Europea no está aplicando las normas del Derecho Internacional del Mar en el desembarco de los rescatados en el puerto más próximo. Tampoco la aplicación a continuación los acuerdos firmados en la Agenda Europea de Migración para aquellos que sean solicitantes de asilo o migrantes forzosos. Se encastilla en la negativa a aplicar las obligaciones aprobadas en su Agenda Europea de Migración en vigor, donde los gobiernos europeos se comprometieron a “ofrecer respuestas rápidas para salvar vidas humanas”. El rescate de cada día viene regulado por el deber de socorro en el mar y de salvamento marítimo del Convenio Internacional de Búsqueda y Salvamento, además de ser un escrupuloso respeto a los compromisos adquiridos en la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de 1967. Sin embargo, muchos cristianos no cuestionan las ilegalidades gubernamentales mientras exigen mano dura que les quite el problema de la vista. Sin pensar, ni por un momento, en clave cristiana. Un ejemplo extremo es la cantidad de votantes de Vox que se dicen cristianos y lo que opinan en estos temas. Otros, en cambio, reclaman el inmediato desembarco y la atención de las personas rescatadas en el mar porque significa exigir el cumplimiento de los acuerdos europeos en materia migratoria, vulnerados por los gobiernos que los firmaron. Algunas personas voluntarias quieren rescatar a los inmigrantes incluso poniendo en riesgo su libertad. Al final, la pregunta sigue en pie para todos: ¿Quiénes son nuestros predilectos? Hoy leemos el c. 15 de Lc, que empieza exponiendo el contexto en que se desarrollan las tres parábolas: la oveja, la moneda y el hijo perdidos. Todos los publicanos y pecadores se acercaban a él. Los fariseos critican a Jesús por esto. Las tres parábolas son una respuesta de Jesús a esas murmuraciones. Los fariseos pensaban acercarse a Dios a través del cumplimiento de la Ley. Tantas veces se nos ha inculcado la obligación de buscar a Dios por ese camino, que nos quedamos alelados cuando Jesús nos dice que es Él el que nos busca.
A pesar de la radicalidad del domingo pasado (odia a tu familia, ama la cruz, renuncia a todo), hoy nos dice el evangelio que los “pecadores” se acercaban a Jesús. Es la mejor demostración de que no lo entendieron como rigorismo, sino como acogida entrañable. Los fariseos y letrados se acercaban también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús está radicalmente en contra del sentir de los fariseos. Las parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación, es decir, que nos dejemos empapar por su mensaje. El dios que nos hemos fabricado a nuestra imagen y semejanza tiene que saltar por los aires. Atreverse a romper una y otra vez el ídolo es la tarea más complicada de toda religión. El Dios de Jesús se identifica con cada una de sus criaturas haciéndolas participes de todo lo que él es. No somos nosotros los que tenemos que “convertirnos” a Dios, porque Él está siempre vuelto hacia cada uno de nosotros. No puede esperar nada de nosotros, pero nosotros, todo lo recibimos de Él. Las tres parábolas que hemos leído van en la misma dirección. No solo nos invitan a la confianza en un Dios que nos busca con amor sino que trastocan radicalmente la idea de Dios, la idea de pecador y la idea de justo. Si comparamos la primera lectura con el evangelio, descubriremos el abismo que existe entre una concepción y otra. Pero se trata de sustituir conceptos religiosos, que son los más difíciles de desarraigar. Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de cambiar nuestro concepto de Dios. En los conceptos religiosos de la época, Jesús no pudo expresar toda su experiencia de Dios. Pero, si estamos atentos, podemos descubrir en su mensaje rasgos definitivos del verdadero Dios. El Dios de Jesús es, sobre todo, Abba; es decir, padre y madre que se entrega incondicionalmente a sus criaturas. Es amor, misericordia y compasión. Nada del ser poderoso que espera de nosotros vasallaje. Nada del juez que analiza con meticulosidad nuestras acciones. Nada del impasible que defiende su gloria por encima de todo. Las tres parábolas insisten en la búsqueda, por su parte, del hombre, aunque se haya extraviado. Hoy podemos apuntar a Dios con mucha más precisión que los evangelios, porque tenemos mejor conocimiento del hombre y del mundo. Hoy sabemos que Dios no es un ser, ni siquiera el más sublime de todos los seres. Lo que es, lo ha dejado plasmado en cada una de sus criaturas. Dios no puede ser aislado de la creación. No es ni cada criatura ni el conjunto de lo creado; pero tampoco es algo al margen, que se encuentra en alguna parte fuera de la creación. Debemos superar el concepto de creación que hemos manejado hasta la fecha. La creación es la manifestación de Dios que no exige un principio temporal. El Dios de Jesús es don absoluto y total. No un don como posibilidad, sino un don efectivo y ya realizado, porque es la base y fundamento de todo lo que somos. Al decir que es Amor (ágape) estamos diciendo que ya se ha dado totalmente, y que no le queda nada por dar. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos salvados. Un lenguaje sobre Dios, que suponga expectativas sobre lo que Dios puede darme o no darme, no tiene sentido. Si somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno es o pueda llegar a ser. El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos es una aberración incompatible que el espíritu de Jesús. Dios no nos ama porque somos buenos, al contrario, somos “buenos” porque hemos descubierto lo que hay de Dios (Amor) en nosotros. Somos “malos” porque no hemos descubierto a Dios. Alguno puede pensar que, aceptar la misericordia de Dios invita a escapar de la responsabilidad personal. Si Dios me va amar lo mismo siendo bueno que siendo malo, no merece la pena esforzarse. Esta reflexión indica que no hemos entendido nada del evangelio. Nada más contrario a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, eterna e infinita, pero no puede afectarme hasta que yo no la acepto. Creer que puedo acogerme a la misericordia sin responder a su búsqueda es entender la relación con Dios de una manera jurídica y externa. La actitud de Dios para conmigo debe ser el motor de cambio en mí. La máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la ofensa del otro. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Dios es solo amor, pero nosotros lo descubrimos como perdón, cuando nos sentimos perdonados, por eso para nosotros está siempre unida al pecado. Para aclararnos un poco, vamos a examinar dos conceptos: cómo podemos entender el perdón de Dios, y cómo podemos entender el pecado. Dios solo puede amar. Decimos que Dios ama porque Él es amor, no porque las cosas o las personas sean amables. Dios no ama las cosas porque son buenas, sino que las cosas son buenas porque Dios las ama. El perdón en Dios significa que su amor no acaba cuando nosotros fallamos, como pasa entre los hombres. Si nosotros amamos unas criaturas, y no a otras, se debe a nuestra ceguera, a nuestra ignorancia. Ahora comprenderéis lo equívoco de nuestro lenguaje sobre Dios cuando hablamos de su perdón como un acto. Es ridículo pensar que podamos ofender a Dios. La incapacidad de los cristianos para aceptar a los pecadores se debe a que identificamos los fallos con la persona misma. La persona es una cosa y sus acciones otra. El pecado es siempre fruto de la ignorancia. Para que la voluntad se incline a un objeto, tiene que presentarse como bueno. El entendimiento puede ver una cosa como buena, siendo en realidad mala. Esta es la causa de nuestros fallos. Para superar una actitud de pecado, no debemos apelar a la voluntad, sino al entendimiento. Si las reflexiones que acabamos de hacer son ciertas, ¿de qué sirve la confesión? Mal utilizada, para nada. Pero si la sabemos utilizar, es uno de los hallazgos más interesantes de los dos mil años de cristianismo, porque responde a una necesidad humana. Somos nosotros, no Dios, quienes necesitamos la confesión como señal de su perdón. La confesión no es para que Dios nos perdone, sino para que nosotros descubramos el mal que hemos hecho y aceptemos el amor de Dios que llega a nosotros sin merecerlo. La confesión es el signo de que yo he fallado, pero también de que Dios ni me falla ni puede fallarme. Meditación-contemplación El amor de Dios es anterior a mi propio ser. Todo lo que soy depende de ese don gratuito de Dios. Deja que ese Ágape se manifieste a través de tu ser. Tengo que dejarme encontrar por ese Dios. Tengo que sentir su energía y dejar que me inunde. Dios en mí es fuerza trasformadora. Por una extraña coincidencia, las tres lecturas de este domingo hablan del perdón a los pecadores.
Moisés: intercesión Según el libro del Éxodo, Moisés pasó cuarenta días en la cumbre del monte Sinaí hablando con Dios. Demasiado tiempo para el pueblo, que termina pensando que ha muerto. En busca de algo que le ofrezca garantía y seguridad, convence al sacerdote Aarón para que fabrique un becerro de oro. En el Antiguo Oriente, el toro era un símbolo muy adecuado para representar la fuerza y vitalidad de un dios, y por eso los israelitas proclaman: «Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto». Sin embargo, construir imágenes de Dios es una forma de intentar manipularlo. A la imagen se la puede premiar o castigar; se la puede ungir con perfumes y ofrecer regalos si Dios me concede lo que quiero, o se la puede privar de todo si no me lo concede. Además, la imagen destruye el misterio de Dios reduciéndolo a un objeto visible. ¿Cómo reaccionará el Señor ante este pecado? El relato no carece de cierto humor. Dios se muestra indignado, pero no actúa. Al contrario, provoca a Moisés para que interceda por el pueblo. Como un padre que, indignado con su hijo, le dice a su esposa que piensa castigarlo para que ella interceda y le anime a perdonar. Las palabras que dirige a Moisés: «se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto» recuerdan a las que tantas veces dice un marido a su mujer: «tu hijo…», como si no fuera también suyo. Como si Israel no fuera el pueblo de Dios y no hubiera sido él quien lo sacó de Egipto. El tono humorístico, dentro de la tragedia, alcanza su punto culminante cuando Dios le pide permiso a Moisés para terminar con el pueblo: «Déjame, mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo». Pero Moisés no se deja tentar por la promesa de ese nuevo gran pueblo. “El que ahora guío ˗le responde a Dios˗ aunque sea pervertido y de dura cerviz, es tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta. No me eches a mí la culpa y acuérdate de lo que prometiste a Abrahán, Isaac y Jacob”. Bastan estas pocas palabras para que el Señor se arrepienta de la amenaza. Dos grandes enseñanzas en este breve relato: 1) lo fácil que es convencer a Dios para que perdone; 2) el responsable de la comunidad nunca debe rechazarla por más pervertida que pueda parecer; su postura debe ser la de Moisés, recordando lo bueno que hay en ella y defendiéndola. Los seglares piadosos y los teólogos: rechazo y crítica La lección de Moisés, intercediendo por los pecadores, no la han aprendido los teólogos de la época (los escribas) ni los seglares piadosos (fariseos). Son partidarios de una separación radical de buenos y malos que excluya cualquier contacto entre ellos. Y, dentro de los malos, los peores son los publicanos, explotadores al servicio de Roma, y los pecadores, gente que no va a la sinagoga el sábado, no ayuna, no reza tres veces al día, no paga el tributo al templo ni los diezmos, no observa las leyes de pureza, etc. Pero lo interesante es que escribas y fariseos no se indignan con los pecadores sino con Jesús, porque los acoge y come con ellos. No debe extrañarnos demasiado. ¿Qué dirían muchos católicos, obispos incluidos, si viesen hoy día a Jesús tomándose una cerveza en la sede de LGTB? Jesús: acogida A la murmuración y la crítica de sus adversarios Jesús no responde con un ataque durísimo a su hipocresía sino contando tres parábolas (la oveja perdida, la moneda perdida y los dos hermanos), que insisten las tres en la alegría de Dios por la conversión de un solo pecador. La parábola de los dos hermanos (conocida con el título equivocado de “el hijo pródigo”) es la que más encaja con el problema inicial. El hermano menor representa a publicanos y pecadores, el mayor a escribas y fariseos. Quien lee la parábola sin prejuicios, se escandaliza de la conducta del padre, que malcría a su hijo menor mientras se muestra duro y exigente con el mayor. Este escándalo es el mismo que experimentaban los fariseos y escribas con Jesús. Y es el que él quiere que superen pensando en el amor y la alegría que siente Dios como padre que recupera un hijo perdido. El que no vea a Dios como padre, sino como legislador, obsesionado porque se cumplan sus leyes, nunca podrá comprender esta parábola ni la vida y el mensaje de Jesús. La parábola nos ayuda al mismo tiempo a autoevaluarnos. A veces nos portamos con Dios como el hijo pequeño que se marcha de la casa y sólo vuelve cuando le interesa; otras, en circunstancias familiares difíciles, actuamos como el padre, perdonando y aceptando lo inaceptable; otras, como el hermano mayor, condenamos al que no se comportan adecuadamente y evitamos el contacto con él. Conviene repasar la propia historia desde estos tres puntos de vista y ver cuál predomina. Dios: compasión Los textos anteriores enseñan a través de relatos (Éxodo) y parábolas (evangelio), la segunda lectura cuenta la experiencia personal de Pablo. Él, fariseo de pura cepa, termina descubriéndose como «un blasfemo, un perseguidor y un violento». Ha maldecido a Jesús, ha metido en la cárcel a los cristianos, ha querido exterminarlos. «Pero Dios tuvo compasión de mí… Dios derrochó su gracia en mí… Jesús se compadeció de mí». La experiencia de Pablo, en mayor o menor grado, es la de cualquiera de nosotros. Y nuestra reacción debe ser también la suya de servicio y alabanza a Dios. Nuestro Dios es siempre el que sale al encuentro, el que abraza, acoge, carga sobre sí y siente su corazón tan feliz y lleno de alegría al recuperar a uno solo de sus hijos e hijas, que no puede guardarla solo para sí y organiza una fiesta. ¿Vivimos la alegría de experimentarnos hijos e hijas?
Nos encontramos en este evangelio con dos tipos o grupos de personas muy definidos en el evangelio y en la sociedad de Jesús. Grupos muy distintos entre sí. Los publicanos y pecadores, a ambos se los considera perdidos, alejados de Dios y no cumplidores de la Ley. Y los escribas y fariseos, conocedores y cumplidores de la Ley, oficialmente buenos religiosos, convencidos ellos mismos de ser “puros” e intachables. Estos dos grupos se acercan a Jesús de manera muy distinta. Los primeros van a escucharle, admirados y esperanzados ante sus palabras. Los segundos le critican y murmuran. Se acercan para echarle algo en cara o plantearle cuestiones que le pongan en una situación difícil. En esta ocasión, nos dice el evangelio, le acusan de ser amigo de los pecadores, de acogerlos y comer con ellos. Comer con alguien, entre los judíos era signo de compartir la vida, de amistad. No se invitaba a comer a cualquiera, en cualquier sitio, como podemos hacer hoy. Se invitaba a casa, de alguna forma se le daba entrada a la vida de la familia. Y esto, para extrañeza de los que se creían cumplidores de la Ley lo hacía Jesús con los pecadores. Jesús, el maestro, en quien algunos ponían las esperanzas reservadas al Mesías, al enviado de Dios. Este es el escenario que enmarca las palabras de Jesús, ese mensaje largo de este domingo que va dirigido, tanto a los que se le acercan a escucharle con el corazón abierto como a los que se han acercado a criticarle. A todos responde con estas tres parábolas: En ninguna parábola se nos narra un reproche, un “ya te lo dije”, “te avisé que…” Ni siquiera expresa su perdón, ni pide cambio de conducta… es sin duda chocante. ¿Cuántos de nosotros tratamos así a nuestros hijos, alumnos, amigos…? Es más, ¿nos tratamos así a nosotros mismos? O aún más importante, ¿nos creemos de verdad que nuestro Dios, nuestro Abbá nos trata así? ¿Esperamos que vaya a buscarnos porque estamos perdidos, que nos abrace cuando nos dejamos encontrar, que nos restituya y nos siga tratando como a hijos, sin ni siquiera pedirnos cuentas? Al escuchar estas parábolas, es fácil comprender la alegría que invadiría a los que se sentían pecadores y el malestar y enfado en el que caerían los que se creían mejores. El mismo Lucas, quizá para prevenir también a los primeros cristianos, nos lo dibuja en la persona del “hijo mayor” el bueno, el que nunca se ha ido de la casa del padre, el que no ha dejado el rebaño, el que nunca se ha perdido… Este, posiblemente esperaba que el padre castigara al “mal hijo”, que le llamara al orden, quizá que lo perdonara y lo acogiera de vuelta también, pero que haga una fiesta… ¡hasta ahí podíamos llegar! Y aquí sale esa amargura y dolor: “Yo siempre, yo he hecho, yo… Y a mí nunca me has dado…” No, no es malo el hermano mayor. El Padre con infinito amor y ternura tampoco le recrimina a él, solo le hace ver “Hijo mío, todo lo mío es tuyo, tu siempre estás conmigo…”. No es malo, lo que le pasa es que no se siente hijo. Calcula, obedece, pero no ha descubierto el amor inmenso de su padre hacia él mismo, no porque sea bueno, solo porque es hijo. Esta es la Buena Noticia de Jesús, su evangelio, somos hijos de un Dios que es nuestro Padre y Madre. Imagen que choca con la imagen de Dios que muchos tenían en su tiempo. Y ahora es bueno que nos preguntemos, ¿cómo me siento yo al leer esto? ¿Me entusiasma saber que soy amado, que soy amada así? ¿Qué el amor que Dios me tiene no me lo estoy ganando, y por tanto no lo voy a perder, aunque me “pierda” o me “vaya”? Lo importante es que nos dejemos grabar a fuego en nuestros corazones esta realidad del amor que Dios nos tiene. Lo importante es vivir la experiencia de ser hijos e hijas. Porque perdernos, nos hemos perdido y nos vamos a perder muchas veces. Irnos, también nos hemos ido y nos vamos a ir, pero si en el fondo de nosotros mismos está esta experiencia, de ser hijos e hijas amadas, volveremos, nos pondremos en camino para volver al corazón de Aquel que ya está en camino para encontrarnos y nos espera con los brazos abiertos. Si las mujeres dejan de asistir a misa un Ayudando a una misa celebrada por hombres
domingo los templos quedarían desiertos. Vamos a fijarnos ahora, en apretada síntesis, en otra gran discriminación: la de la mujer en la Iglesia Católica. 1.-Desde que en el mito de la creación, el hombre echó a la mujerla culpa de haber comido del árbol prohíbo y Dios le dijo a ella:“estarás bajo la potestad de tu marido, y él te dominará”, el machismo entró de lleno, tanto en la religión de Israel como en la Iglesia Católica Oficial, incluso indicando que la mujer fue la culpable de todos los males del mundo. En el Levítico 12,1-5 Dios da esta norma: “cuando una mujer conciba y dé a luz un varón, será impura 7 días, se purificara durante un mes y no tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario… , pero si da a luz a una niña, será impura dos semanas y se purificará durante sesenta días”. En el Eclesiástico 25, 19 leemos: “Toda malicia es poca junto a la malicia de la mujer Este machismo no fue exclusivo de la Religión de Israel, pues se dio también en otras culturas antiguas, como vemos en Zaratustra, CODIGO DE HAMMURABI (1722-1686 a. C.), LEYES MANU, ARISTÓTELES, etc. que eran rabiosamente machistas Sin embargo Jesucristo marca una deriva radical en contra de esta tradición bíblica y cultural. En todo el Evangelio siempre aparece Jesús valorando a las mujeres, dejándose acompañar por ellas, destacando su trabajo, rehabilitándolas ante los varones. Las mujeres que se acercan a Jesús son de lo más pobre y despreciable de aquella sociedad machista. Estas mujeres encuentran en Jesús alguien que las acepta, las acoge, las valora, les devuelve su dignidad, se acerca a ellas sin recelos ni prejuicios, hasta el punto que algunas de ellas, probablemente las más solas y marginadas, se aventuran a seguirlo por los caminos de Galilea, porque en el movimiento de liberación de Jesús y su acercamiento a los más pobres y marginados ven una alternativa de vida más digna y humana. Solo ven en Jesús respeto, comprensión y una simpatía hasta entonces desconocida. En este aspecto, como en otros, Jesús fue enormemente revolucionario, lo que le supuso enfrentarse radicalmente con los representantes del “orden establecido”. De su procesamiento, su condena a muerte y su asesinato Mientras los Apóstoles abandonaron a Jesús durante ese proceso de condenación a muerte, e incluso Pedro negó tres veces conocerlo, ellas no lo negaron nunca Por eso Jesús reservó para ellas el hecho cumbre de su vida: El hecho cumbre de la vida de Jesús es su Resurrección. Si hubiera quedado muerto sería, o tal vez no (Palestina tenía muy poca relevancia entonces), un ilustre personaje de la Historia como otros muchos, sin duda digno como ellos de una gran consideración. Pero la gran novedad de Jesús hasta entonces nunca conocida es que resucita. Este hecho es el que van a destacar sus seguidores/as como lo más importante de su vida. Anuncian su muerte a manos de las “autoridades” político-religiosas de Jerusalén para anunciar a continuación su resurrección (sin muerte era imposible la resurrección). Pues bien, Jesús se aparece primero a una mujer (María Magdalena). Es ella la primera que anuncia a los/as demás que ha resucitado. Luego reciben la noticia, ella otra vez, junto con María de Santiago y Salomé y otras compañeras con el encargo de comunicarlo a los discípulos. Pues bien, el hecho cumbre de la vida de Jesús es manifestado, primero a las mujeres, y además ellas las encargadas de comunicarlo a los demás discípulos de Jesús, y en concreto a los Apóstoles, o sea, apóstolas de los Apóstoles. ¿Cómo es que la Iglesia Oficial no saca ninguna conclusión de esto? ¿No debería ser ella la primera en romper con toda clase de machismo y discriminación de la mujer? Ante esto, ¿qué pasa con la mujer en la Iglesia? ¿Acaso Jesús no nació de una mujer? ¿Por qué, pues, discriminarla totalmente al interior de la línea jerárquica de la Iglesia y de las decisiones más importantes que en ella se toman? En la sociedad civil, las mujeres son cada vez más reconocidas, pero en la Iglesia de Jesús siguen siendo marginadas, anonimadas, ignoradas, pues es totalmente androcéntrica, machista e incluso misogínica cosificadora de la mujer. Hay un malestar generalizado entre quienes no llegan a comprender cómo la exclusión de la mujer del ministerio de la Iglesia puede coexistir con la afirmación y la valorización de su igual dignidad. La exclusión de la mujer del presbiterado y el episcopado, cada vez más se debe a condicionamientos sociológicos y anatómicos que teológicos. De 34 doctores de la Iglesia solo 4 son mujeres. Un ejemplo reciente y nefasto de la invisibilidad de las mujeres en la Iglesia lo tuvimos en el Sínodo sobre los Jóvenes celebrado en octubre pasado en el Vaticano. El documento final recomendaba una mayor “presencia femenina en los órganos eclesiales a todos los niveles”. Sin embargo ninguna de las más de 30 mujeres que participaron en los trabajos de la asamblea tuvo derecho a voto, que estuvo reservado a los padres sinodales (cardenales y obispos y algunos miembros clericaes), porque el canon 342 del Código de Derecho Canónico se lo impide. La Iglesia Oficial se está quedando cada vez más vacía y seca. La pederastia masculina de sus jerarcas, desde curas a cardenales, ya ha tirado su credibilidad por los suelos a pasar de los esfuerzos de Francisco por levantarla, pero que no encuentra apoyo suficiente y menos unánime en los episcopados del mundo. Y lo peor no es eso, sino que con ella, tan lejos de la realidad del mundo actual, quede en el olvido el gran mensaje liberador y salvador de Jesucristo, que es el mejor que hasta hoy ha conocido la historia de la humanidad. Por qué los jerarcas eclesiásticos no se hacen esta pregunta: ¿Quiénes fueron los pederastas eclesiásticos: los hombres o las mujeres? ¿Quiénes fueron los abusadores eclesiásticos de niños, niñas, jóvenes y monjas: los hombres o las mujeres? Quizá la única alternativa, ante tanto deterioro, que le quede a la Iglesia, sea la plena incorporación de la mujer en ella exactamente en la misma línea de igualdad que los hombres, con un cambio radical de su estructura piramidal y asimétrica, por otra horizontal y simétrica de igualdad entre hombres y mujeres, todos y todas comprometidos y comprometidas con la construcción del Reino de Dios PadreMadre en favor de toda la humanidad y toda la creación, reconociendo no solo el Feminismo, sino también el Ecofeminismo, como compromiso también de la mujer en la liberación de la Madre Tierra, oprimida también por el Neoliberalismo que está oprimiendo a toda la humanidad, pues la Mujer y la Tierra son las verdaderas gestadoras y alumbradoras de la vida. A pesar de todo, en medio de tanta borrasca hay algún signo positivo, como las Monjas Carmelitas Samaritanas que “exigen plena igualdad a los curas en la Iglesia y poder votar en los Sínodos”. El Papa Francisco pide una Iglesia de puertas abiertas: ¿hasta cuándo van a seguir estando cerradas para las mujeres? Si las mujeres dejaran de asistir a misa un domingo, los templos quedarían desiertos. Porque más allá de la admisión al sacerdocio, el problema que señalan las mujeres de la Iglesia católica es la insuficiente presencia femenina en los procesos de toma de decisión, que no tiene por qué significar el acceso al sacerdocio, señala Marinella Perroni, teóloga y biblista, fundadora de la Coordinación de Teólogas Italianas. Las últimas monjas en lanzar la señal de alarma fueron las más de 700.000, agrupadas en unas 2000 congregaciones, Carmelitas Samaritanas representadas por la Unión Internacional de las Superioras Generales (UISG), que recientemente, por boca de su presidenta, Carmen Sammaut, expresaron su “profunda tristeza e indignación por las formas de abuso que prevalecen en la Iglesia”, pidiendo al mismo tiempo el voto para las mujeres religiosas en los sínodos: “Esperamos que algún día podamos ser miembros iguales a los hombres del clero, que tienen derecho al voto”. El próximo mes de mayo celebrarán Asamblea Plenaria en Roma. ¿Estamos ante una necesaria y trascendental rebelión de las mujeres en la Iglesia? Ha llegado el momento de despertar. Tienes todas las herramientas dentro; no busques más fuera de ti. Eres una persona virtuosa y maravillosa desde tu llegada a este mundo. Tienes tesoros escondidos latiendo en tu interior. Te estoy hablando de tus virtudes, no te hablo de tus valores. Te pido que compartas esta reflexión conmigo y no sigas encerrado en la rueda de la valoración y del prejuicio; que veas más allá, llega hasta el infinito, pon en práctica tus virtudes y despierta tus talentos. ¿Me sigues?
Parece que los seres humanos nos identificamos con nuestros valores y a través de ellos reafirmamos nuestra personalidad. Decimos que tenemos una escala de valores y buscamos situaciones o personas que estén en sintonía con nosotros desde dicha escala. Sin embargo, en raras ocasiones hablamos de nuestras virtudes, dando por hecho que virtudes y valores son lo mismo, pero no es así, aunque pueda existir una conexión práctica entre ambos conceptos. Los valores Los valores, como la propia palabra indica, valoran, nos hacen valorar al otro, a lo que nos rodea y por ende a nosotros mismos. Cualquier valoración es ilusoria y subjetiva, y genera diferencias con los que perciben de otro modo. Los valores generan comparaciones que pueden dar lugar a la separación entre los seres humanos. Su dimensión está limitada a contextos sociales concretos, generando los prejuicios que tanto daño ocasionan a la humanidad. Si bien es cierto que vivir en valores nos ayuda y nos sirve para mantener un comportamiento socialmente admitido, lo cierto es que los valores se construyen desde las necesidades grupales y desde la perspectiva del más fuerte. Pertenecemos por nacimiento a un grupo y asumimos de manera automática sus costumbres, que llamamos valores, aunque son meros referentes de pertenencia. Por ello, la falta de revisión de estas costumbres hace que en la mayoría de los casos pierdan su sentido práctico. Ante este análisis, entiendo que es más positivo encaminarse hacia la identidad y el desarrollo de unos principios más reales y asertivos, como son nuestras virtudes humanas. Sirva de ejemplo sobre lo que trato de compartir que en algunas culturas es valorada positivamente la monogamia, mientras que en otras se reconoce la poligamia como un acto de respeto y bien estar en el grupo. Las virtudes Las virtudes, sin embargo, son principios que están por encima de los enclaves geográficos y culturales de cualquier grupo, son principios naturales que nos sirven para integrar y respetar al otro. Su práctica es fundamental para conciliar las diferencias en una humanidad que es global y que no puede quedarse estancada en unos valores-costumbres de carácter local o nacional. Lo maravilloso de las virtudes es que pueden ser reconocidas por todos de manera natural, pues ¿quién no reconoce la alegría, la esperanza, la compasión, la fe, etc.? Por ello, y debido a que nuestro mundo es cada vez más plural con una expansión geográfica y cultural inevitable, es el momento de reconocer que “la tierra es un solo país y la humanidad sus ciudadanos”, siendo más saludable el uso de unas virtudes humanas que la de unos valores que dividen. Vivimos una realidad física. Pero somos conscientes de que hay en nosotros mundos interiores que se manifiestan de diferentes maneras. Hoy gran parte de nosotros sentimos y entendemos que todo nace en nuestro interior, todo nace de nuestros pensamientos, que aparecen sin control desde nuestro subconsciente y sobre los que solo podemos elegir acogerlos o no, reaccionar o analizar bajo la auto observación, Una buena estrategia es aplicar las virtudes a la hora de actuar para evitar reaccionar, lo que será garantía para conseguir un bienestar emocional. Para ello tenemos que tomar la decisión consciente de trabajar con las virtudes cada día, lo que creará nuevos hábitos y conexiones neuronales que automáticamente cambiarán nuestros pensamientos y los harán más positivos y saludables. Vivir acorde a este potencial virtuoso generara UNIÓN en nosotros mismos y con los demás, y se cumplirá el principio espiritual de “amar al prójimo como a ti mismo”. Cuando ponemos en práctica las virtudes, observamos que todas están unidas e interrelacionadas entre sí: si soy honesto tengo que ser veraz, si manifiesto excelencia tengo que poner orden, si actúo con aquiescencia he de ser comprensivo y respetuoso, si actúo en justicia he de procurar la serenidad, y así, una con otra, hay una integración común con el motor de todas ellas que es EL AMOR. Las virtudes han de ser vividas desde el corazón, para que el resultado sea conseguir un estado de paz y una mayor autoestima. Entonces nuestro amor será un amor maduro y responsable tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás; será entonces cuando aparecerán nuestros talentos innatos. Practiquemos, pues, el amor para que no tenga cabida el miedo; tengamos la paciencia suficiente para superar y aprender de las dificultades; tengamos persistencia y pongámonos al servicio de la humanidad; seamos creativos, perdonemos, apliquemos la justicia y seamos alegres; tengamos fe y esperanza, y tengamos límites virtuosos; seamos siempre agradecidos. |
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