Pero la historia nos dice lo contrario, como ha ocurrido en los trágicos sucesos de Barcelona. Ciertas reflexiones de “primeros espadas” en Atrio y en otros medios han sido acertadas, ecuánimes y luminosas, pero, a mi modo de ver, no han ido a la raíz del problema, que existe y ha existido. Se suele decir que las religiones monoteístas, sobre todo las del Libro, generan violencia; violencia que, por otra parte, no pertenece a su esencia, a su raíz más profunda, pero que el “hombre religioso” (el sacerdote, el imán, el rabino) incita a esa violencia, sea letal o no, a partir de una hermenéutica de determinados textos del Libro, textos que desde una exégesis literal pueden llevar a la violencia. No hay que olvidar, como repetía E. Schillebeeckx, que la Biblia (o el Corán) es palabra humana sobre Dios y éste es su verdadero contexto de exégesis.
Es cierto que hay textos bíblicos, supongo que también coránicos, que se refieren a la violencia del creyente contra los gentiles o incrédulos como el del salmo 149: “Que los fieles festejen su gloria/… con vítores a Dios en la boca/ y espadas de dos filos en las manos:/ para tomar venganza de los pueblos/ y aplicar el castigo a las naciones,/… Ejecutar la sentencia dictada/ es un honor para todos sus fieles”; salmo que se canta o recita en los laudes del domingo de la primera semana del salterio o en las festividades, según la liturgia de las horas. Y que, a lo largo de la historia, presente o pasada, ha provocado guerras o violencia atroces. Bernardo de Claraval, en su predicación para reclutar gentes para las “santas cruzadas”, argumentaba, entre otros razonamientos, que matar al malhechor no es un homicidio, sino un “malicidio” y, por eso, es bueno, porque, entre otras cosas, con la muerte del malvado se evita que el mal se extienda por el mundo; o lo que es lo mismo, de este modo hay un malvado menos. Así también lo entendió G. Bush en sus diferentes guerras con países islámicos mediante una iluminación divina: “Dios me ha dicho: George, ve y lucha contra esos terroristas de Afganistán; y yo lo hice. Y Dios me dijo: George, pon fin a la tiranía de Irak; y yo lo hice”. No menos a la zaga se queda B. Obama cuando anuncia al país la muerte de Bin Laden: “Volvemos a recordar que EEUU puede hacer lo que se proponga…, somos una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”. Sin duda esta actitud violenta de algunos creyentes puede derivarse de múltiples causas, pero me parece que las más relevantes se pueden resumir en éstas: 1. Menos teología y más ética. Me refiero a la teología tradicional, no a la marginada teología de la liberación. Una teología, que se sube al cielo y desde allí busca la verdad, desemboca en el dogma, una verdad divina, es decir, una verdad descontextualizada y no pragmática, que no sirve para orientar la conducta cívica y social, como lo hace la ética. Jesús de Nazaret basa su programa espiritual en la ética y no en verdades dogmáticas: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el evangelio” (Mt 11,11), siendo más explícito en las bienaventuranzas. Su teología es más ética que teología, porque ésta es “la reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la Palabra” (G. Gutiérrez) o “es inseparablemente una hermenéutica de la palabra de Dios y una hermenéutica de la existencia humana” (Cl. Geffré). Dios, insistía Unamuno, no es un por qué, si no un para qué. Éste es el terreno de actuación de la ética en el que debe coincidir la teología. Una teología, que no se mueva en el terreno de la ética, en la reflexión crítica de la praxis histórica, se traduce en normas asfixiantes para la mujer y el hombre y no en felicidad y esperanza. 2. Menos normas y más espiritualidad. Esa verdad “divina” hallada por la teología se concreta en diferentes normas también “divinas”, inamovibles en el tiempo y en el espacio. La norma es el lenguaje del clérigo, del imán o del rabino, y como “verdaderos representantes de Dios” (así se llaman) en la tierra y pastores del rebaño, la imponen a sus “ovejas”, que han de cumplirla a rajatabla. ¿Dónde está la libertad del creyente para relacionarse con Dios y sentirse verdaderamente religado al Tú Trascendente? Jesús de Nazaret, cuando se encuentra con la samaritana, le señala un camino sorprendente de la relación con Dios: “… pero llega la hora, y es ésta, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca” (Jn 4,23). Nunca entendí la obligatoriedad de los cinco mandamientos de la Iglesia. ¿Dónde está la libertad de la fe que proclama Jesús en su diálogo con la samaritana? Tal vez JJ. Tamayo nos da la clave: “Encontrar a Dios en el alma sin intermediarios: ése es el objetivo último y el momento cumbre de la experiencia mística” 3. Menos sacrificios y más misericordia. Sin duda el núcleo de la Cristología tradicional gira en torno al sacrificio, a la pasión y muerte de Cristo, siguiendo la teología de Pablo de Tarso. De ahí que la vida del cristiano ha de ser vida sacrificada, de inmolación continua para coadyuvar con el sacrificio de Cristo a la salvación de la humanidad. La razón de la existencia humana de Cristo, según la teología vigente, no es otra que la del sacrificio, su inmolación en la cruz, como una especia de venganza divina. Ahí está el grito agustiniano que recoge la liturgia de la noche pascual: “¡Oh culpa tan dichosa, que mereció a tal Redentor”! No es de extrañar que, en los movimientos revolucionarios, utópicos del s. XIX, se tomara la religión, la cristiana es el modelo para estos pensadores, como “opio del pueblo” (K. Marx) o como algo “cruel” por estar basada de manera especial en la idea de sacrificio (M. Bakunin). Sin embargo, estos pensadores idealizan la figura de Jesús de Nazaret por ser “el predicador del pueblo pobre, el amigo, el consolador de los miserables, de los ignorantes, de los esclavos y de las mujeres” (M. Bakunin). No de otro modo lo recuerda A. Machado: “¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos,/siempre con sangre en las manos,/siempre por desenclavar!/¡Cantar del pueblo andaluz,/que todas las primaveras/anda pidiendo escaleras/para subir a la cruz!/¡Cantar de la tierra mía,/que echa flores/al Jesús de la agonía,/que es la fe de mis mayores!/¡Oh, no eres tú mi cantar!/¡No puedo cantar, ni quiero,/a ese Jesús del madero,/sino al que anduvo en el mar!” Es el Jesús que ama la vida y no el sufrimiento, que prefiere la misericordia al sacrificio: “Si entendierais qué significa ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los inocentes” (Mt 12, 7). 4. Menos poder y más servicio y acogida. La religión se constituye en una fortaleza de poder, defendida por clérigos, imanes, rabinos. Poder que se contagia de otros poderes sociales como el económico y el político. No en vano escribe E, Schilebeeckx que “La Iglesia es, en efecto, un aparato ideológico que acompaña de hecho al orden establecido, por así decir prestándole cobijo”. A la jerarquía de la Iglesia, al menos en su mayoría, no le asusta el poder; por el contrario, le atrae gustosamente, como ha denunciado con cierta frecuencia el papa Francisco. No le preocupa ni le inquieta aquello del evangelio de si uno quiere ser el primero, que sea el último, o que “lave los pies” a los demás. Al vivir en esta atalaya, la Iglesia institucional se desconecta de la vida sufriente de la comunidad eclesial y del ser humano; desaparece así el servicio y la acogida, tan necesarios para aliviar a los desvalidos. El poder impone reglas y no educa para la libertad, más bien pone trabas al creyente para que conozca “al Dios liberador en la praxis de liberación, al Dios bueno en la praxis de la bondad y de la misericordia” (J. Sobrino). No me atrevo a proponer unas conclusiones de esta reflexión; las dejo en mano del lector comprensivo y benévolo.
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La palabra “fundamentalismo” nace en un entorno religioso muy concreto: el protestantismo evangélico; en un lugar geográfico determinado: los Estados Unidos de América; en un momento histórico determinado: la segunda mitad del siglo XX. Eso revela o sugiere, al menos, dos cosas, como observa certeramente el teólogo José Comblin: una, que el uso generalizado de la palabra constituye una prueba inapelable de la importancia que tiene el pensamiento USA en el mundo actualmente; dos, que la palabra y la realidad del fundamentalismo reflejan, describen y dicen mejor lo que es y cómo se vive la religión en Estados Unidos, que lo que la religión y cómo se vive en otros lugares
Hoy, sin embargo, el término “fundamentalismo” se asocia miméticamente con el islam. Tengo la experiencia en mis clases de la asignatura “Islam. Cultura, religión y política”, en la Universidad Carlos III de Madrid. A mi pregunta el primer día de clase por palabras vinculadas al islam, una de las primeras que suele citarse es “fundamentalismo”. Y a la reciproca: cuando pregunto por palabras relacionadas con “fundamentalismo”, una de las primeras respuestas suele ser “islam”. Tal reacción no debe extrañar ni sorprender, ya que esta asociación está muy presente en el imaginario social y religioso. Las respuestas son fiel reflejo de dicho imaginario. Pero lo más grave, semánticamente hablando, es que el propio Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), en su 22ª edición se hace eco de dicha asociación y la “canoniza” (de “canon”). Veámoslo. En su primera acepción define el fundamentalismo como “movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social”. En la segunda lo vincula con los orígenes del término y con el movimiento fundamentalista nacido los Estados Unidos y lo define como “creencia religiosa basada en una interpretación literal de la Biblia surgida en Norteamérica en coincidencia con la 1ª Guerra Mundial”. La tercera acepción es “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”. ¿Es inocente la definición de fundamentalismo asociada al Islam e irrelevante el orden de las acepciones con que aparece en el DRAE? ¿En este caso el orden de factores no altera el producto? Por supuesto que no es inocente, sí altera el producto y genera actitudes ajenas al respeto a la diversidad religiosa. Lo que hace el DRAE es legitimar la identificación de Islam con fundamentalismo, lo que conduce derechamente a la islamofobia. ¿Habrán pensado en ello los académicos de la RAE? Quizá, no. En cuyo caso, peor todavía, porque, en un acto inconsciente de los diccionaristas, se demoniza y criminaliza a mil trescientos millones de creyentes musulmanes. Sucede, además, que la asociación del Islam con el fundamentalismo desemboca con frecuencia en la identificación de esta religión con el terrorismo, convirtiendo los comportamientos violentos de una minoría de musulmanes en un fenómeno extensible a todo el Islam. El resultado es reforzar las actitudes y las prácticas colectivas de islamofobia, cada vez más extendidas y radicalizadas, como está sucediendo estos días tras los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils. Y, sin embargo, la palabra “islamofobia” no existe en el DRAE. Ahora bien, como lo que no aparece en el DRAE n existe, se termina por negar la islamofobia y por crear una imagen idílica de tolerancia en la sociedad que no responde a la realidad. Mira por dónde los diccionarios bien por maltrato semántico bien por omisión léxica terminan por alimentar actitudes intolerantes hacia una religión que en su texto sagrado, El Corán, afirma expresamente: “Quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido en la tierra, fuera como si hubiera matado a toda la Humanidad”. Y que quien salvara a una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad (Corán 5,22). ¿Quiere esto decir que hay que eximir al Islam de toda actitud fundamentalista y patriarcal y de toda práctica violenta? En absoluto, como tampoco eximimos de dichas actitudes a las religiones monoteístas hermanas, Judaísmo y Cristianismo. Los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils, llevados a cabo por una célula de creyentes musulmanes adoctrinados por el imam de Ripoll, Abdebaki Es Satty, que ha costado la vida a dieciséis personas, herido a más cien personas de 35 países, sumido en el dolor a numerosas familias, conmocionado al mundo entero y generado la repulsa de la comunidad internacional, son un dramático ejemplo de dichas acciones llevadas a cabo por personas que se declaran musulmanes y dicen inspirarse en el Corán. No podemos negar los hechos que deben ser condenados sin ambigüedades por los propios musulmanes, y muy especialmente por sus dirigentes, imames, juristas, teólogos y teólogas con la misma radicalidad con la que lo han hecho dirigentes de otras religiones y la ciudadanía. Pero la condena no basta. Es necesario que asuman el control sobre la elección de imames en las comunidades musulmanas, promuevan su formación reglada obligatoria no solo en las disciplinas coránicas, sino interdisciplinarmente, en historia de las religiones, cultura democrática, realidad española, movimientos sociales, etc. La elección, el control y la formación de los imames es responsabilidad irrenunciable de los dirigentes musulmanes españoles -en concreto de la Comisión Islámica de España (CIE)-, y de las federaciones a las que pertenece cada comunidad, que no pueden descargar sobre otras instancias políticas. Dicho control ha fallado estrepitosamente en el caso de la comunidad musulmana de Ripoll -perteneciente a la federación UCIDE- de la que era imam el terrorista Es Satti. Las federaciones tienden a competir en torno al número de comunidades adscritas para conseguir una mayor representatividad y contar con una mayor cuota de interlocución con el Estado. Sin embargo incumplen o descuidan con frecuencia su función de control, formación e integración de los colectivos musulmanes y de sus imames en la realidad social en la que están insertas. Por lo que se refiere al estudio del Corán, hay que eliminar toda lectura fundamentalista, que lleva con frecuencia a la justificación de la violencia, y practicar la interpretación con sentido crítico en la mejor tradición jurídica, filosófica y teológica de la ciencia islámica –iytijad-. ¿Cómo? Desde la perspectiva de los derechos humanos, el respeto al pluriverso religioso, la interculturalidad, la no violencia activa y la igualdad entre hombres y mujeres. La educación religiosa en la interpretación de los textos con sentido crítico es responsabilidad de los juristas, teólogas y teólogos musulmanes, a quienes queremos prestar nuestra colaboración las personas que nos decíamos al estudio interdisciplinar de las religiones. Es este el mejor antídoto contra el fundamentalismo y el mejor camino hacia un islam ilustrado. “Necesito abrazar a un musulmán”. Esas palabras del padre del pequeño Xavi (muerto en el atentado del día 17), junto a la foto del abrazo con el musulmán que llora, rebosan tesoros de humanidad que necesitamos saborear.
El bien siempre tiene más peso y más entidad que el mal: una pepita de oro vale más que un montón de basura. Un gramo de bondad pesará siempre más que un kilo de maldad: pues la bondad es inmortal y la maldad es perecedera por autodestructiva. Y en aquel abrazo, o en la necesidad de darlo, había más de un gramo de bondad. En teología se habla de la autonomía del mundo: en contra de lo que quisieran muchos beatos baratos, Dios no interviene en la marcha de las cosas para arreglarlas a nuestro gusto; sólo interviene en nuestro interior para ayudarnos a afrontar las cosas. Como Jesús en Getsemaní: que no salió de allí liberado de lo que se le venía encima, pero sí con fuerza para asumirlo. Si queremos redimir el 17A hemos de procurar sacar lo mejor de cada uno. Es humanamente inevitable que haya reacciones mezquinas, y las hubo (aprovechar el atentado para culpar a quien no piensa como yo; o para ponerse medallas nacionales o hacer juicios de intenciones sobre informaciones que se han dado, -y debían darse-…): pero ésa es nuestra pasta humana. Y en esa noche de nuestra vulgaridad, brillan como estrellas bien nítidas las palabras del padre de Xavi: “necesito abrazar a un musulmán”, y el rostro lloroso del imán que le abrazaba. Pocos sabrán ya que, cuando la pasada guerra de independencia de Argelia, un militante del FLN que había sido bárbaramente torturado por la policía francesa, pidió al salir de la cárcel escuchar un rato de música occidental, “para poder reconciliarse con Europa”. En esas reacciones, y sólo en ellas, late nuestro mejor futuro. A ellas puede ayudarnos un par de aclaraciones: una más religiosa y otra más socioeconómica. a.- Cuando se planteó el problema de la pluralidad de religiones en la tierra, se lo quiso resolver simplistamente con el eslogan: “todas las religiones coinciden en Dios”. Pero parece evidente que el dios de los asesinos del Daesh no es el Dios del imán de Rubí, ni el de los cristianos: evoquemos la frase del gran novelista peruano José Mª Arguedas: “el dios de los señores es distinto”… Sería más exacto decir que todas las religiones coinciden en la búsqueda de Dios, o de espiritualidad: pues Dios es alguien que, aun después de revelado (si es que se ha revelado), sigue siendo Aquel al que “nadie ha visto nunca” (Juan 1,18); aquel de quien decía Tomás de Aquino que el único nombre que podemos darle es el de Innombrable; y de quien enseñó un concilio medieval: “nunca diremos de Él nada con tanta verdad que no contenga más mentira”. Aquel del que sólo sabemos que nos ama y, desde su amor, nos invita a confiar en su Misterio. En esa búsqueda, y sólo en ella, pueden coincidir las religiones. Y esa busca llevaría a preguntarnos cómo tratamos a los amados de Dios que son los seres humanos, sobre todo los condenados de la historia. b.- El verdadero conflicto no está hoy entre cristianos y musulmanes, sino entre occidentales y árabes; y no es bueno que lo religioso sirva para enmascarar esa otra cuestión. A propósito de un escrito anterior más largo (Pasión de Barcelona, pasión del mundo) y que circuló por ahí en whatsapps y demás, me escribió alguien más metido que yo en el mundo de lo económico, que una de las causas que nos vuelven odiosos (y que yo no mencionaba) es que los occidentales necesitamos el petróleo que está en los países árabes y obligamos a éstos a plegarse a nuestras exigencias; que la distribución de los beneficios del petróleo es descaradamente desigual en favor nuestro, y que ya en un memorial del nefasto H. Kissinger, en 1974, EEUU reclamaba “las riquezas minerales del tercer Mundo para sí y sus multinacionales”. Y me remitía a la “web” de la OPEC donde hay un gráfico titulado: “who got what from a liter of oil” (qué saca cada quién de un litro de petróleo)… En este mundo imperialista y vengativo, el padre de Xavi necesitaba abrazar a un musulmán; como yo necesito que me abrace un musulmán, necesito abrazar a Raquel, la profesora de los chavales terroristas de Ripoll, aunque no la conozco y aunque sea sólo digitalmente: porque nuestro espíritu tiene dimensiones para las que el cuerpo resulta ya impotente. Quizá todos necesitemos abrazarnos pero precisamente ahora. No cuando el Barça gane un partido o tonterías de ésas. Que se abracen pues un texto musulmán y otro cristiano: “Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en receptáculo de todas las formas religiosas… porque profeso la religión del amor y voy a donde me lleva su cabalgadura. Pues el amor es mi credo y mi fe” (Ibn Arabí). “Si alguien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano al que ve, es un mentiroso” (1ª Jn, 4, 12-21). 1º) No ganamos para sustos. El otro día fue el padre Santiago Martín, ex TOR, (Tercera Orden Regular, de los franciscanos, y actualmente fundador de su propio grupo religioso), quien, en una homilía dulce y fraterna, arremetió contra la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, a la que casi colocó a la misma altura que a los verdaderos autores en la responsabilidad de los atentados de Barcelona y Cambrils. Tampoco se mostró excesivamente benevolente y misericordioso, como nos enseñó Jesús, en referencia a los musulmanes, y a sus actividades militares. Nadie piensa que un ultra católico, como Santiago, fuera a aplaudir a personas que han provocado tanto dolor, que, además, en nuestra opinión, no tiene ni justificación, ni explicación, ni utilidad nada positivo, y que es perfectamente inútil. Pero hay modos y modos de referirse a “nuestros enemigos”, y, para un cristiano, el modo exacto, como en todas las situaciones, laberintos, dudas, vacíos, y oscuridad, es el que nos enseñó el Señor Jesús: “amad a vuestros enemigos …; si amáis a los que os aman, ¿Qué merito tendréis? Eso también lo hacen los publicanos y pecadores.
Santiago, como todos nosotros, es un pecador, y se ha comportado como tal. Por eso me ha sabido tan mal la carta abierta de Christopher Hartley, un misionero de la diócesis de Toledo, dirigida a Santiago Martín, reproducida en Religión Digital, (RD), reprochando, y afeando, la actitud del arzobispo de Madrid, D. Carlos Osoro, del que afirma que “”Tu arzobispo no sólo no te ha defendido en público, sino que te ha corregido y humillado”. La nota del obispado de Madrid no era, de ninguna manera, humillante, sí, correctora. Claro que la prosa de Christopher no se pasa en benevolencia y caridad, como podemos apreciar en esta frase de su misiva: “El arzobispado salió en defensa de dos alcaldesas impresentables, que continuamente ensucian con sus palabras y decisiones institucionales, todo lo que es sagrado, verdadero y justo”. Es hora de que alguien con autoridad explique a quienes se comportan públicamente como “talibanes” católicos que nadie tiene el secreto, ni siquiera la jerarquía de la Iglesia, de lo que es sagrado, verdadero y justo. Que tal vez nos hayan enseñado, de pequeños, que el Magisterio de la Iglesia era el dueño de todos los secretos de la vida, y de todas las verdades sobre lo bueno y lo malo. ¡También nos decían que a los niños los trae de Paris una cigüeña!, pero la vida nos hace crecer, y ¡ay de aquel que no sabe crear su propio acerbo de criterios, valores, y elementos de juicio. Además, los cristianos lo tenemos muy fácil: solo nos hace falta oír las Palabras de Jesús, y ver sus actitudes. Siempre me gusta recordar que el Señor, a los que más atizó con su Palabra de fuego, fue a los Sumos Sacerdotes, a los jefes de los fariseos, a los escribas, y a los senadores. Nunca se metió con publicanos, samaritanos, prostitutas, ¡ni siquiera con los romanos”, esos sí enemigos, y opresores, del Pueblo judío. 2º) Y hoy, otro sobresalto. Religión digital (R) publica una noticia que, a mí, me sobrecoge. El obispo auxiliar de Madrid, Martínez Camino, en claro desafío a la iniciativa y a las palabras del papa Francisco, de exaltar la figura de Lutero, y acudir, en Suecia, a los primeros fastos del 500º aniversario del inicio de la Reforma. De ésta, el obispo ¿jesuita? madrileño afirma que “la obra de Lutero tuvo dos graves efectos negativos contrarios a su intención, la ruptura de la unidad de la Iglesia latina, que se consumó con la creación de una aparato eclesiástico enfrentado a la Iglesia Católica, y la configuración progresiva del secularismo, de tal modo que la religión se quedó relegada a la esfera de lo privado”. He afirmado que esta opinión del obispo Camino me sobre coge porque no puede ser que en la misma Iglesia Católica la idea que un prelado tiene de Lutero sea contraria a la del Papa, que afirma sobe el mismo que fue “un testigo del Evangelio” y “un reformador en un momento difícil, puso la palabra de Dios en manos de los hombres”, cuya intención “era renovar la Iglesia, no dividirla”. Esta opinión es bastante más cercana a la de mi profesor de Historia de la Iglesia que la el ex portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE). MI profesor, P. Miguel Pérez del Valle, ss.cc. aseguraba que Lutero fue, con Agustín, Tomás de Aquino y Karl Barth, uno de los mayores genios religiosos del Cristianismo. Y el Papa, además, afirma algo fundamental, sobre la Reforma Luterana, y es que “puso la palabra de Dios en manos de los hombres”. .. Esto es fundamental, y es la gran diferencia entre poner la Biblia al alcance de los hombres, como hizo Lutero, traduciendo, o promoviendo la traducción de la Sagrada Escritura al alemán, o perseguir al que la tradujese, o, simplemente, la leyese. El mayor agravio que la jerarquía católica ha hecho, a la vez, al Pueblo fiel, y a la Sagrada Escritura es pensar que su conocimiento podría ser malo para los creyentes, hasta llegar a torturar y condenar por esa lectura o conocimiento. En España hemos tenido ejemplos muy tristes, sangrantes y penosos de esa actitud. ¡Claro!, eso es coherente con el hecho de que la primera traducción bíblica permitida en nuestro país sucedió el año 1943, como quien dice, ayer. Pero estas cosas no parecen interesar ni tener importancia para el obispo Martínez Camino. El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre como comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de comunidad. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo real.
La frase "setenta veces siete", no podemos entenderla literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de las ofensas. La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (270 t. de plata). El empleado es incapaz de perdonar una minucia (400 grs.). Al final del texto, encontramos un ramalazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos. El perdón sólo puede nacer de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón de evangelio. El ego necesita enfrentarse al otro para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono, pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad. Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo. Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata del bien o el mal que le presenta la inteligencia, que con demasiada frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno, lo que en realidad es malo. Sin esta aclaración, es imposible entrar en una auténtica dinámica del perdón. “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos, nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida en que nosotros perdonamos. Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo, no tiene sentido. Nuestro sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro. Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: "Del vengativo se vengará el Señor". "Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas". Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenuestro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: "...Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás? Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas. No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir, después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado. Meditación Si vivo en la superficie de mi ser (ego), el perdón que nos pide Jesús, será imposible. No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa. No hay nada que perdonar, ni nadie a quien perdonar. Cualquier otra solución no pasará de artificial e inútil, o se convierte en refuerzo de nuestro ego. La visita del Papa Francisco a Colombia ha puesto de relieve algo muy sabido: las diferencias ante los acuerdos de paz y lo difícil que es perdonar. Algo parecido ocurrió y sigue ocurriendo en España con ETA, y en otros muchos países. Las lecturas de este domingo hablan del perdón. No a grandes niveles, sino a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.
Argumentos para perdonar (1ª lectura: Eclesiástico 27,33-28,9) La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón. El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor». Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.] Pedro y Lamec Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas). El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz. Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24). Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces. Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar. La parábola (Mt 18,21-35) Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle. 1ª escena (en la corte): el rey y un deudor. Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda. 2ª escena (en la calle): está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel. 3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor. 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy interesantes porque indican también en qué consiste perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón. La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás. Los cristianos para Nerón, los infieles para la cristiandad, los ateos para los católicos, los comunistas para los fascistas, los judíos para los nazis, los nazis para los aliados…. tenían la culpa de todo; lo mismo que los islamistas o musulmanes hoy la tienen de todo lo que de horroroso se sufre en Occidente.
Pero a este asunto aplico el mismo razonamiento que me hago para no abrazar religión o ideología o filosofía alguna: o todas son verdaderas o todas son un error. En este caso, todas las religiones, todas las ideologías y todas las filosofías me parecen verdaderas, lo que puede fracasar eventualmente es su aplicación; pero en esas masivas formas de culpar, a través de sus dirigentes y periodistas, de sus desgracias una sociedad a grupos humanos que coexisten dentro de ella, lo más probable es que estén equivocados. Pues, aparte de que puede haber otras causas, es muy conocida en la historia de los enemigos la treta de cometer acciones abyectas para presentar al adversario ante el pueblo o la pública opinión como su autor. En todo caso siempre aparece como factor que mueve a sospecha la rapidez con que estos supuestos, a priori preparados con meticulosidad, se resuelven policiacamente, que contrasta con la premiosidad y dificultad que suelen estar presentes en la resolución de otra clase de delitos. No es posible ni prudente negar las verdades oficiales acerca de lo acontecido el otro día en Barcelona, en correlación con lo ocurrido en otras ciudades europeas. Pero si fuese exacto que los autores del atropello ignominioso hubisen sido exactamente los abatidos a tiros, y los de otros actos de barbarie en otros sitios de la misma procedencia, hay un modo racional y expeditivo para terminar con la pesadilla yihadista (yihad, concepto manejado, por cierto, de manera torticera y maliciosa en línea con todo lo demás). Quiero decir que lo mismo que la manera más eficaz de protegerse del ladrón es no exhibir públicamente o ante él las joyas, la mejor manera de acabar con el presunto terrorismo islamista pasa por abandonar para siempre los países donde rigen la religión musulmana y sus preceptos; países -hay que resaltarlo- que han sido ocupados y laminados por la belicosidad, por los intereses, por la ambición y por la depravación de los dirigentes occidentales, principalmente anglosajones. No hacerlo así equivale a sentarse estos en el banquillo de la verdadera culpabilidad. Pues son ellos, esos dirigentes, políticos, económicos y empresariales, sus intereses, su ambición y su depravación causa de la causa de todos los desastres de esta clase sobrevenidos a cada país occidental. Y mientras ellos permanezcan en esos países, saqueándolos o no, el peligro rondará en nuestras ciudades…. Este relato de Jesús nos invita a perdonar. Siempre. Pero no es evidente cómo definiría el texto evangélico el perdón. Si prestamos atención a la narración siguiente, no se refiere a un perdón que olvida o que elimina las acciones pasadas. Todo lo contrario. Es un perdón absoluto, de todo. Pero solo se puede dar en un contexto de justicia. De hecho, el “señor” exigirá con posterioridad aquello que ya había perdonado. Quien perdona no pierde el derecho de reclamar y de recuperar lo que ha perdido.
La falsa idea de que perdonar es olvidar es antievangélica. Las relaciones que propone Jesús son siempre dinámicas, y el perdón no es un punto final. Es una gracia para reestablecer relaciones que nos empoderan mutuamente. Pero es una gracia exigente. Quien recibe el perdón se compromete a entrar en la dinámica del perdón, y perdonar a su vez. No puede seguir viviendo como si debiera todavía, como quien tiene miedo a que se le reclame algo, como quien tiene derecho a exigir. Ha de vivir como quien recibe gratuitamente y por tanto es capaz de dar gratuitamente. La dignidad de quien perdona queda subrayada en este texto. Las personas podemos perdonamos siempre, absolutamente. Pero manteniendo lo que es nuestro. En este sentido el perdón exige la justicia El perdón exige acciones misericordiosas. Y la justicia es la reacción a la atención. El “señor” del relato conoce las acciones posteriores de su deudor perdonado, le informan sobre él, y, al no seguir este la dinámica del perdón, el señor reacciona exigiendo todo lo adeudado ya perdonado. A diferencia de los “siervos” que han de perdonar setenta veces siete, este señor perdona una vez y luego exige hasta la última moneda. Se muestra intransigente, exigente, radical y brutal. Hasta que el deudor entienda que debe mucho pero que todo puede perdonarse. Y fundamentalmente hasta que descubra que él también puede entrar en la dinámica de una justicia que nace de la misericordiosa atención a quien está en situación de fragilidad. El Reino que anuncia Jesús se hace así presente entre quienes perdonan en el marco de una justicia exigente y radical que obliga a la reciprocidad y al cuidado de los demás. Creo que la amabilidad es un valor que debería ser potenciado en todos los ámbitos de la sociedad, para que la convivencia se hiciera más pacífica, tolerante y respetuosa entre todas las personas.
Sería muy positivo intentar vivir la amabilidad tanto en un nivel personal como social, en el hogar, en el trabajo, en el colegio, en la calle, en el mercado o en la política. La amabilidad, de la mano de la cortesía, nos descentra de nuestro yo egoísta y nos abre a nuevas realidades, buscando unas relaciones más fraternas, positivas y humanas. Va unida también al civismo y a la educación, por lo que es todo lo contrario a la violencia, el enfrentamiento, la división y la exclusión. La Fundación Humanismo y Ciencia ha puesto en marcha ya dos campañas tituladas: «Hoy, sé amable. Hoy, serás más feliz». Y como parte de esas campañas, propusieron un «Decálogo de la amabilidad», que hoy deseo compartir en esta página: 1. Trata de reconocer y respetar los derechos y los méritos de los demás, y de aceptar sus formas de pensar, aunque sean distintas de las tuyas. 2. Trata a los demás con el mismo respeto y cariño con el que te gustaría que te tratasen a ti. 3. Procura ser complaciente con los que te rodean cuando te piden un favor o solicitan tu ayuda. 4. Utiliza palabras como “gracias”, “perdón”, “por favor”, que te facilitarán y harán más agradable tu relación con los demás. Intenta ver en cada persona lo mejor de ella; seguro que lo encontrarás y te sorprenderá. 5. Acostúmbrate a expresar tus mejores sentimientos, no los reprimas. 6. Trata a los demás con toda la naturalidad, la alegría y el afecto que espontáneamente salgan de ti. 7. Acostúmbrate a sonreír, muéstrate solidario, optimista y colaborador con las personas con las que convives. 8. Piensa que si todos tratamos de dar lo mejor de nosotros mismos, todos seremos mucho más felices. 9. Trata de analizarte y observa si, cuando eres amable o afectuoso con los demás, te sientes más a gusto contigo mismo. 10. Comprueba cuántas horas al día estás de buen humor, si son muchas, alégrate porque estás construyendo un mundo más amable». Leo que el personaje de Anne Perry, Melisande, le suelta al inspector Runcorn: “No deseo que se me proteja de la vida. Tal como lo veo, eso hace que nos perdamos buena parte de las cosas buenas, y las malas darán con nosotros de todas maneras. Cuando menos, la sensación de vacío. Creo que se preferiría comer algo desagradable de vez en cuando a perecer de inanición sentada a la mesa por miedo a probar la comida”. Esta actitud experimental y proactiva ante la vida va de la mano con los estudios que señalan al miedo como uno de los grandes frenos de nuestro desarrollo.
Sabemos por experiencia que lo de siempre no funciona; que el liderazgo “de siempre” no funciona. No en vano, los escandinavos centran el liderazgo en la disponibilidad y en el desarrollo de las personas, remarcando la importancia del ejercicio de la autoridad como un servicio. Que hasta para entenderse en el diálogo empresarial y en los equipos de trabajo intervienen todos los aspectos de la inteligencia: los intelectuales y los afectivos; las expectativas, el deseo de hacerse querer, los fracasos, los mecanismos de defensa; el deseo de saber, la comunicación no verbal, los condicionantes del carácter y los miedos a probar otras cosas¼ El término “liderazgo de servicio” fue acuñado por Robert Greenleaf, en 1970. La idea, según este emprendedor, surgió de la lectura de la novela Viaje a Oriente, de Herman Hesse. Narra la historia de un grupo de viajeros que emprenden un viaje mítico acompañados por un sirviente que realiza las tareas que parecen poco importantes. La presencia de este sirviente ejerce un gran impacto en el grupo, pero solo se verá el alcance cuando aquél desaparece, y descubren que era el verdadero líder, el que les guiaba con sus cuidados desinteresados. ¿Y si el liderazgo eficaz fuese efectivamente un servicio? Resulta un error confundir bondad con debilidad. También lo es actuar como si los principios de la autoridad y del poder descansan en los mismos pilares. Nos atrae más la imagen de superman o superwoman cuando la realidad es otra: el auténtico Superman solo existe cuando veíamos al actor Christopher Reeve batallando como un superhombre frente a su enfermedad en una silla de ruedas. Luchamos para ser fríos y pensar correctamente; o para echar mano del corazón y hacerlo más profundamente. Pero en el fondo, el servicio es una actitud de vida que no precisa de esta tensión entre analizar los problemas en ambos estados: pensar con frialdad y con profundidad. (Los antiguos persas, por si acaso, debatían todas las cosas dos veces: una, cuando estaban borrachos; y otra a la mañana siguiente, cuando estaban sobrios). Gracias a estos líderes y lideresas que abundan calladamente entre nosotros, la realidad social, empresarial y familiar es mejor de lo parece a primera vista. Se habló en su día del impacto del trabajo silencioso de las mujeres africanas y su enorme aportación al IPC de África. Creo que ahora debieran contabilizarse impactos similares de muchas mujeres y hombres, bien cerca nuestro, que con su capacidad de servicio transforman para bien grandes espacios degradados de convivencia. Yo me acuerdo de algunas monjitas que atendían a los sidosos moribundos cuando nadie les quería, ayudándoles a morir, confortados y llenos de cariño. Acabamos de verlo en mucha gente actuando en medio de la tragedia de Barcelona y Cambrils. Vaya desde aquí mi admiración en estos tiempos recios hacia tantas personas que hacen de su vida un mundo mejor para quienes les rodean, y lo hacen con la inteligencia y el arrojo necesarios. Sus actitudes nada serviles ni calculadas son el liderazgo maduro que necesitamos más que nunca entre nosotros, y a todos los niveles. |
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