El blog se mueve mucho, quizá porque es verano y siguen los fuegos de agosto (en el hemisferio norte). Como dice sabiamente Burbuleta, empezamos por la burocracia de la iglesia y terminamos con la salvación de los no-cristianos y con el bautismo de los niños. Es normal, los temas que de verdad importan son los eternos.
Quedan pendientes varios temas, como iglesia y pobreza, iglesia y estado etc. Tiempo al tiempo, que un blog no es un consultorio de la Hermana Francis, ni el bloguero tiene todas las respuestas. Además, para respuestas-respuestas ya están las del enter virtual Hisopo. Aunque sea un ser virtual, que, por tanto, no puede enfadarse, pues no está bautizado, ni puede recibir heridas, lamento muchísimo que Ambrosio le haya llamado Hys-opus –ojo al griego hys, el opus es claro – y que Hisopo le haya respondido “carabina”, aunque no haya respondido a su pregunta sobre un documento del 93. Ciertamente, los entes virtuales no pueden bautizarse (para ello hay que ser persona), pero pongo una pila bautismal, por si acaso, con mucha agua bendita en su interior, y del siglo XII, antes de la crisis escolástica. El blog es como un Árbol de Navidad donde cada cual va poniendo su regalo (hay algunos muy buenos: Gracias Galetel, Burbuleta. Sofía, Roser etc etc.), aunque hay algunos comentaristas que se hacen pará-sitos, en el sentido etimológico, como la zarza de Jc 9, 14-15. De todas formas, sean todos bienvenidos. Como había pensado, sigo con la quinta entrega de la “recuperación”, pues llega casi septiembre (que en estas tierra era tiempo de recuperaciones escolares). Éste es un tema vinculado al bautismo: nacer de nuevo. A eso aluden las imágenes: romper la cadena, recuperar la pila bautismal. Buena semana a todos, entes reales y virtuals del blog. Significativamente el surgimiento de la iglesia implica una ruptura. La tradición israelita sabe también que Abraham tuvo que dejar patria, tribu y familia, para engendrar nueva familia de bendición para todas las tribus y naciones de la tierra (Gen 12, 1-3). Moisés y los hebreos instalados en Egipto debieron oponerse al Faraón, quizá el primero de los grandes y eficaces sistemas de planificación económico-social del mundo, para caminar por el desierto hacia una existencia en libertad compartida. También Buda rompió con su familia, con las gentes instaladas en la fácil y egoísta belleza del palacio y reino, para descubrir el sufrimiento y compartirlo con los hombres y mujeres de su entorno, abriendo así una vía de iluminación liberadora. Finalmente, Mahoma cortó los lazos tribales y sociales de la ciudad de comerciantes egoístas (Meca), en gesto de gran peregrinación o huída (Hijra, Hégira), que marca el comienzo de la experiencia musulmana. De la ruptura de Jesús hemos venido hablando varias veces en este blog. Rompió con la red de relaciones e intereses que había tejido en su entorno la familia (cf. Mc 3, 31-35), para ofrecer humanidad compartida y esperanza a los excluidos del sistema. Rompió también con los pilares sagrados del sistema israelita (ley y templo) y con la estructura imperial y económica de Roma, siendo así crucificado, de manera que la pascua es ratificación divina de su rompimiento mesiánico. Como testigos y continuadores de aquel gesto nos sabemos hoy nosotros, cristianos del tercer milenio, llamados a ofrecer el testimonio de Dios más allá del sistema, a nivel de gratuidad y comunicación personal. No rompemos lo anterior para crear otro pueblo como el de Abrahán o Moisés, ni para establecer la ley islámica, como Mahoma; ni hemos dejado la seguridad del sistema para descubrir la luz interna, más allá de los deseos, como Buda. Admiramos, ciertamente, esas rupturas y nos sentimos solidarios de quienes las hicieron y las siguen haciendo en China o India, África o América. Pero buscamos la del Cristo. En el post anterior he citado un signo actual de esa ruptura: el despliegue de los papeles y documentaciones del sistema, está hecho de representaciones y burocracia, donde cada uno recibe su número y lugar en el conjunto. Rompiendo el estuche de hierro del sistema, la iglesia quiere ser signo de encuentro personal, donde cada uno sea lo que es (quien es) en confianza inmediata, sin números, papeles, ni documentaciones. Sin números, papeles, ni documentaciones. Se dirá que la iglesia ha sido la primera en acudir a los papeles, al fijar su canon en la Biblia. Paradójicamente es así. Pero la Biblia no es un libro-información, ni un texto-espectáculo, sino testimonio personal de fe, signo y memoria de la ruptura pascual que la iglesia debe mantener y actualizar en cada momento de su historia. Frente al riesgo del espectáculo que engaña (idolatría) y sobre la burocracia que esclaviza (organizando la vida según ley), se eleva el testimonio de ese Libro (Biblia) que cada generación de cristianos asume como propio, para recrear su ruptura creadora, en perspectiva de misterio y gratuidad, encuentro con Dios y comunión interhumana. En ese fondo se sitúa la ruptura familiar de Jesús y la ruptura orante de la iglesia. En el principio de la iglesia está gesto de Jesús que abandona su buena familia, para plantar su casa entre los pobres y excluidos del sistema (enfermos, posesos, pecadores). Jesús y sus discípulos dejaron el orden de los sabios, buenos militares de la liberación (celotas), puros y perfectos (fariseos, esenios), para hacerse hermanos de los excluidos. Éste no es un rechazo hacia la soledad interior, para aislarse del mundo, sino hacia la universalidad, reconociendo la presencia y don de Dios en aquellos que no importan ni cuentan en las estadísticas, pues están fuera de los buenos libros y de los espectáculos sagrados o profanos de los triunfadores. De manera consecuente, para mantenerse fiel al evangelio, la iglesia debe tomar su tienda y moverse a la periferia del sistema: romper su vinculación con las estructuras de poder, sus ventajas diplomáticas y sociales, para sentarse en la calle de la vida, con Jesús y sus primeros discípulos, creando familia en gratuidad universal, por encima de la ley del mundo. Ésta es una ruptura de comunicación orante. Hay una oración del sistema, que se expresa en forma de representación, como espectáculo circense, gran teatro del mundo, organizado por los medios (radio, intenet, televisión). Vivimos en una sociedad mediática. Ciertamente, los “medios” en sí son neutrales y pueden ayudar al ser humano, pero pueden crear adición y no crean comunión. Por eso, la palabra de la iglesia debe superar ese nivel y conducirnos con Jesús al lugar de la ruptura orante, al encuentro personal con Dios. Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos; las admirables mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas, carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no orantes (o menos orantes) y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia… Estos dos momentos de la ruptura cristiana (social y contemplativo) son inseparables. El descubrimiento del valor de los pequeños, a nivel de humanidad cercana, no por la estructura del sistema, y el descubrimiento y cultivo del misterio personal de Dios, son como dos piernas para el caminar humano. Frente a la lógica del sistema, que a todos domina y en el fondo iguala, expulsando a los más débiles, se eleva la experiencia de gratuidad, que se concreta en el valor de cada uno de los hombres y mujeres, capaces de encontrar a Dios libremente en la intimidad de su existencia, para abrirse en amor liberador hacia los otros. Un punto de partida es el la apertura concreta hacia los pobres o excluidos. No valen por sistema, espectáculo u organización, sino por ellos mismos: son dignos de amor, especialmente si están necesitados. Frente al Todo del orden social que promete beatitud a sus privilegiados, se elevan el enfermo y moribundo de Buda, el huérfano, viuda y extranjero de la tradición israelita. Ellos son signo de un Dios de gratuidad, que habita en lo escondido, rompiendo y superando los modelos de sacralidad del mundo, propios de las religiones organizadas, que acaban bendiciendo el sistema (buena familia, culto bueno, sacerdotes funcionarios de los grandes ritos eclesiales). Sobre esta ruptura de los pobres (enfermos, pecadores, leprosos, manchados) ha trazado Jesús su camino mesiánico, ha iniciado la marcha de su iglesia. El otro punto de partida es el encuentro gratuito y personal con Dios, a quien cada creyente descubre como fuente de ser y amor cercano (Padre). Este es el alfabeto y lenguaje de la iglesia, en una sociedad de espectáculo y planificación. Por encima de todo fingimiento, el fiel acoge y agradece la vida como don (=cree). Por eso vive en libertad: nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido de Dios, elegido, en manos del misterio fundante que es el Padre. Se dice que el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo a su palabra y presencia de amor, que hay Dios y que él es Padre nuestro y de los expulsados del sistema. La pascua ratifica esos principios de ruptura, según la confesión cristiana: Dios es Padre porque ha resucitado a Jesús, avalando su gesto y camino de Reino. La confesión cristiana se expresa en dos principios (Dios Padre, los pobres) y promueve una comunidad de creyentes, que rompen los modelos normales del sistema, para crear una comunidad alternativa de gracia y encuentro entre personas. Éste es el milagro, este el secreto: hombres y mujeres pueden vivir y vincularse por la fe en el Padre, en comunión de amor a los pequeños, excluidos del sistema. Desde esa confesión se unieron los primeros cristianos, esperando la próxima venida de Jesús, el fin del tiempo. Pero Jesús no llegó de aquella forma (en parusía espectacular), sino que viene por la pascua, en la comunidad creyente, que se funda en Dios (fuente de gracia) y se abre a los excluidos (signo de presencia divina), rompiendo los moldes del sistema. Más allá de toda representación y ley, planificación y fingimiento, Dios Padre es principio personal de vida, a quien podemos encontrar en oración. Más allá del sistema están los excluidos e impotentes (enfermos, impuros…) a quienes desde Dios amamos. Sobre ese doble (y único) principio de exterioridad sistémica (Dios y los pobres) fundan cristianos su ruptura, expresan el sentido de la vida sobre el mundo . Conclusión. Ningún sistema sacral o jerarquía religiosa, puede avalar y justificar los dos principios de ruptura que he destacado (Dios y los pobres), vinculados por la experiencia de oración y el gesto de servicio y amor mutuo. Por eso, los cristianos se saben dislocados en el mundo. Lo que ellos más valoran no vale en el sistema: ni es necesario su Dios, ni son necesarios sus pobres. Ambos moran fuera del sistema: superan los cálculos, son signo radical de gracia, expresión de la extrañeza de la vida. No sabemos por qué son así, cómo funcionan, porque simplemente no funcionan: ni el Padre Dios ni los pobres hombres sirven al sistema, que se limita a utilizarlos o los tolera. El dios del mundo opera sacralizando religiosamente el orden establecido. El Dios de Jesús rompe la estructura del sistema, para revelarse como gratuidad en la oración contemplativa y en amor a los excluidos.
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La exigencia de refundar la Iglesia no la hemos inventado nosotros. El tiempo nos ha puesto en un camino de curvas sobre el hielo y debemos aprender a recorrerlo, sin saber del todo lo que hay al otro lado de la segunda curva, sólo que sigue estando allí Jesús, y que el invierno actual puede y debe convertirse en primavera. No podemos parar, pues dejar las cosas como están, manteniendo el sistema actual, parece la peor, al menos desde el punto de vista cristiano.
No se trata de romper con violencia lo que existe, sino de crear más allá de la nieve actual le nueva ciudad de puertas abiertas que vió en “sueño” el profeta del Apocalipsis (Ap 21-22). Tampoco Jesús derribó personalmente el templo (él anunció su caída), sino que lo derribaron celotas y romanos luchando por el control del sistema; pero aquel templo estaba ya vacío, muerto, antes que ardiera en las llamas de la guerra. Un tipo de religión oficial desaparece, pero hay nuevos caminos abiertos, con agua de evangelio. Cae un sistema, un tipo de “caparazón ya endurecido”, un organigrama donde muchos quedan fuera, pero no para que desaparezca la vida y las buenas conexiones personales y sociales, sino todo lo contrario: para que esas conexiones puedan funcionar mejor. No se trata de bendecir la pobreza, sino todo lo contrario: de abrir un camino de riqueza compartida, desde los más pobres (sin que se excluya a nadie). No se trata de negar a los hermanos, hermanas y madres, sino abrir un camino para que todos podamos ser hermanos, hermanas y madres, como anuncia Jesús en Mc 10, 28-31. No se trata pues de romperlo todo, para que llegue el caos (no se trata de romper la caña vacilante o de apagar la mecha ya debilitada), sino de fortalecer las cañas, de encender los fuego, mil fuegos de vida, para todos los hombres y mujeres. No se trata de de gozarnos en el puro caos, sino de crear desde el frío actual unas formas más intensas de comunión personal, de comunicación social y de esperanza, desde el evangelio. 1. Partir de lo que existe. Algunos sienten prisa: les gustaría que llegaran nuevos romanos imperiales (como el 70 EC) para destruir la sacralidad externa de la iglesia actual. Otros sostienen es tiempo apocalíptico: acaba la iglesia, termina el cristianismo, pero acaba también la vida sobre el mundo. En contra de eso, pienso que las cosas tienen un sentido y que es mejor apoyarse en lo que existe, pues mucho de ello es bueno: fruto de un largo proceso de fe y sufrimiento, camino esperanzadamente abierto. Lo que a veces parece simple iglesia en ruinas (visión de Francisco de Asís) contiene elementos que deben aprovecharse y restaurarse, según el ejemplo de aquel que no quiso quebrar la caña cascada, ni apagar la mecha humeante (cf. Mt 12, 20). Aquí debe aplicarse la paciencia histórica, hecha de ternura ante lo que parecen ruinas . Ciertamente, el Estado Vaticano debe desaparecer ya, hoy mejor que mañana; y con ese Estado el sistema de la Curia romana, con nunciaturas políticas y congregaciones que expresan el “dominio” de la iglesia romana sobre el conjunto de la cristiandad católica. 2. Fin de la Curia Vaticana. Desde hace siglos se viene hablando de una reforma “in capite et in membris” (de Roma y del conjunto de la cristiandad). En contra de lo que podía pasar en otro tiempo, sentimos una gran ternura por Roma (su historia y arte), pero pensamos que las funciones centralizadoras y burocráticas de su Curia Vaticano resultan no sólo innecesarias sino contraproducentes. Nos cuesta comprender la autoridad y sentido de unos monseñores o nuncios (arzobispos, obispos), sin comunidad donde cultivar normalmente su fe y sin tarea directamente misionera o creadora de vida cristiana. No me atrevo a presentar como inválidas sus “ordenaciones”, pues tengo una visión extensa de los ministerios, pero me parecen poco valiosas, pues sitúan a un obispo de la iglesia en un lugar donde es muy difícil el ejercicio de su tarea evangélica, en contacto de amor y comunión con los creyentes. La imagen de una Curia vaticana, de obispos sólo varones, en un clima de burocracia sacralizada, está más cerca del folclore que del evangelio. No se trata de pequeñas críticas externas , sino que criticamos el riesgo de identificar el Reino de Jesús con un sistema sacral, la comunión creyente con la uniformidad, la presencia de la iglesia cristiana en el mundo con la institución. El ministro del evangelio es, por definición, un hombre o mujer que llega de modo directo a los excluidos del sistema y crea comunión directa entre los fieles. Eso es difícil en la actual Curia Vaticana, donde parece que la documentación y burocracia, en línea de sistema, se sitúan por encima de la libertad y comunión personal del evangelio. 3. En favor de Pedro (=Papa). El obispo de Roma en cuanto tal no es necesario, pues no lo hubo hasta entrado el II EC (aquella iglesia estaba dirigida por presbíteros), pero de hecho ha realizado una función de pacto y unidad, sintiéndose vinculado a Pedro (y Pablo), cuya memoria y confesión mantiene Roma. La mejor aportación de esa iglesia es que empiece siendo una entre otras, dejando que esas otras exploren y busquen su camino, en clave de evangelio. Eso significa que debe abandonar sus funciones actuales de sistema, no con la tristeza de haber sido derrotada, sino por fidelidad al evangelio . Desaparece, como hemos dicho, la Curia Vaticana, pero queda el Obispo de Roma, con una tarea básica de guiar y animar su comunidad, en diálogo con las restantes iglesias, tomando como referencia especial a Pedro, signo de unidad en el conjunto del Nuevo Testamento. Se abre así un modelo distinto de unidad en comunión, que no sea un simple retorno a la historia más antigua (con sus reuniones, sínodos, concilios y encuentros comunes), ni tampoco una continuidad de lo que ahora existe (dirección unificada de la administración de las iglesias), sino experiencia de comunión dialogal entre iglesias hermanas y autónomas, dentro de un mundo unificado, a otro nivel, por el sistema. En esta comunión aún no explorada deberá decir su palabra de recuerdo, de impulso en caridad y de concordia en la fe el obispo de Roma, como signo personal (histórico, presente) de comunicación entre las comunidades. Por eso me pronuncio a favor del Papa. 4. Sin necesidad de protectores Hemos vivido por siglos en estado de cristianismo protegido, bajo autoridad de personas especializadas (sacerdotes) que nos han guiado, como a menores de edad, diciéndonos lo que podemos y debemos hacer. Los jerarcas ha sido así como madre, que engendra a sus hijos menores, maestra, que enseña a los ignorantes; ellos nos han ofrecido su doctrina, fijadas en línea fe (dogmas) o de acción (sacramentos), como si sólo tuviéramos obligación de “escuchar a los doctores”, dejándonos guiar por su magisterio, ministerio y sacerdocio. Esa actitud de protectorado bondadoso no responde al estilo de Jesús, que no fijó conclusiones, sino que abrió caminos, para que pudiera recorrerlos cada uno (cada iglesia) de manera autónoma: por eso habló en parábolas, dejando a los demás en libertad para pensar y decidirse; trató como a maduros a todos los que estaban a su lado. Por el contrario, cierta iglesia posterior ha querido guiarnos como a niños, nombrándonos obispos y pastores y diciéndonos aquello que debemos creer, en contra de la buena pedagogía, que no resuelve a los alumnos los problemas desde fuera, sino que les anima a buscar y recorrer de un modo personal su propio camino, aunque sea con equivocaciones. 5. Creatividad comunitaria. Ciertamente, la iglesia es lugar donde nacemos a la fe y aprendemos a vivir; pero sobre todo es casa donde compartimos el pan y dialogamos, como hermanos-hermanas y madres (cf. Mc 3, 31-25), en madurez humana y búsqueda comunitaria. Este ha sido y será un camino difícil. Ciertamente, ella ha dejado resquicios de autonomía creadora, que han explorado genialmente los grandes místicos como Juan de la Cruz, que muchas veces han debido exilarse interiormente para expresar sus experiencias; pero en general ella es una institución obsesionada por la seguridad y control de sus fieles. Dice que es casa de todos, pero los jerarcas monopolizan su palabra, presentándose como Magisterio sagrado, que todos los demás han de acoger con reverencia. Ciertamente, es una institución venerable, que acoge a acoge a muchos pobres y ofrece espacio de amor para millones de personas, pero tiene miedo de la creatividad comunitaria y del diálogo leal entre los fieles. Por eso debemos cambiarla, por amor al evangelio. No se trata de dejar a los creyentes solos, cada uno ante su Biblia, como han hecho algunos grupos protestantes, sino de potenciar comunidades, capaces de explorar y tantear, de crear y ofrecer caminos de evangelio (en libertad y comunión), en este tiempo nuevo en que la mayoría parecemos amenazados por el sistema . El evangelio es camino que nadie puede recorrer por nosotros; así nadie puede darnos soluciones hechas, sino que debemos buscarlas, amarlas, conversarlas, en comunión y conservando por lo menos el derecho a equivocarnos. Allí donde la jerarquía sabe, dice y decide, mientras los demás callan y obedecen (sin tener ni siquiera el derecho a equivocarse), está en riesgo la misma verdad de la iglesia. Aludo al principio de falsación de K. Popper y al título del bello libro de A. Domingo M., El arte de poder no tener razón. La hemenéutica dialógica de H. G. Gadamer, Univ. Pontificia, Salamanca 1991 6. Hogar contemplativo. Muchos hemos recorrido un camino de compromiso que ha venido marcado, en los años setenta y ochenta del siglo XX, por la teología de la liberación, como recordé en la primera parte de este libro. Lo que entonces sentimos y dijimos continúa siendo válido. Pero ahora, pasados los años, con la nostalgia de un fracaso (los problemas siguen, el sistema resulta imparable) y, sobre todo, con más honda experiencia de Jesús, queremos destacar el aspecto contemplativa de la iglesia, que es hogar de misterio, casa donde se comparte el pan de la plena humanidad, especialmente la palabra que brota de la boca de Dios (cf. Mt 4, 4), en un camino donde destacamos tres palabras. a. Libertad. Queremos que la contemplación sea expresión de la más honda autonomía, sin imposición de varones sobre mujeres (o viceversa), sin clausuras dictadas por la jerarquía, de manera que sean los mismos contemplativos quienes busquen y exploren su camino. b. Eclesialidad. Queremos que la contemplación sea un aspecto central de la vida cristiana, de manera que haya lugares y momentos donde creyentes puedan reunirse para compartir la experiencia de fe, en silencio o cantando, de un modo temporal o para siempre, ofreciendo al conjunto de la iglesia el testimonio de la experiencia fundante de Cristo. 3. Encarnación. Como he dicho ya, el siglo futuro debe ser un tiempo de amor contemplativo, si no quieren que el sistema le destruya. Pues bien, le contemplación cristiana ha de encarnarse y ofrecer su testimonio en los lugares donde el ser humano está más estropeado, es decir entre los excluidos del sistema, en gesto de plena gratuidad 7. Libertad creadora: ¡viene el reino! La iglesia habla de libertad y reino, pero da la impresión de que muchos han dejado de creer. Unos suponen que el ciclo cristiano termina: esto se acaba, resistimos un tiempo, mantenemos algunas estructuras, luego Dios dirá; somos los últimos de una larga historia, de mil años de tradición cristiana occidental. Otros tienen miedo y defienden el sistema: se creen llamados a mantener el orden y guardas las estructuras, en plano de dogma y disciplina, como si Cristo les necesitara para mantener la iglesia; normalmente se fijan en cosas secundarias (hábitos y rezos exteriores, estructuras caducas). Pues bien, en contra de unos y otros, pienso que este es un tiempo de bellísimo para sembrar evangelio. No se trata de hacer y programar, en línea de sistema, como si todo dependiera de nosotros, sino de dejar que la Palabra de reino penetre de nuevo en nuestra tierra (Mc 4). Esto es lo que importa: no tener miedo y explorar formas de vida cristiana, desde el evangelio, en comunión cordial con el conjunto de la iglesia, pero sin estar esperando las directrices directas de una jerarquía, que normalmente llega tarde. Se trata de ser iglesia, de acoger la voz del evangelio y de crear vida cristiana, con autonomía, en la línea de todo lo que he venido diciendo en este libro. En este fondo destaca nuevamente la importancia de los ministerios, que no tienen carácter sacerdotal (en el sentido clásico del término: no ofrecen víctimas, ni aplacan a Dios con sacrificios), pero son fundamentales, como mediadores de Palabra y Amor comunitario. No hay iglesia visible sin ellos, ni fraternidad sin institución, que organiza el amor desde el evangelio. Ellos resultan menos necesarios en un contexto religioso como el budista, donde cada iluminado puede y debe realizar su camino a solas. Pero, según el evangelio, son imprescindibles, pues los creyentes comparten la fe y amor en Cristo: la reciben, expanden y celebran por y con los otros. Como Cristo fue ministro (servidor) del Reino de Dios (de los humanos), así sus seguidores: todos son ministros de la Humanidad reconciliada, de maneras diferentes, dentro de una iglesia que se encuentra llena de tensiones, en momento de crisis. En este contexto queremos evocar el tema de la re-forma de los ministerios, conforme a dos caminos que deben acercarse (completarse), para bien de la Iglesia: Camino oficial. El Vaticano mantiene una actitud tradicional: insiste en el sistema y actúa como “estado religioso unificado”, con nuncios ante las naciones, nombramiento directo de obispos, formación presbiteral en seminarios, celibato, exclusión de mujeres etc. Mirado de un modo exclusivista, este modelo se encuentra a mi entender ya seco, y así me atrevo a confesarlo después de trabajar durante casi treinta años a su servicio, como profesor de seminario y facultad de teología, en la formación de estudiantes para el presbiterado. Está acabado (al menos en occidente), por la escasez vocacional y, sobre todo, por el tipo de vocaciones que prepara, desligadas de sus comunidades, separadas de la vida y crecimiento real de los cristianos. Las facultades de teología son para el estudio del cristianismo en el contexto de la cultura y religiones de la tierra. Las vocaciones ministeriales han de surgir y cultivarse desde el interior de las comunidades cristianas, que son semillero (seminario) para aquellos que deseen (y sean encargados de) realizar tareas apostólicas, varones o mujeres, célibes o casados, sin desligarse de su entorno y su trabajo humano, tras un tiempo de maduración y prueba, reasumiendo de forma no patriarcal la inspiración de Pastorales. En principio, sólo las comunidades pueden suscitar y animar ministros de evangelio (especialmente presbíteros y obispos). Es normal que esos ministros conozcan la Palabra, pero no tienen por qué ser especialistas en ella, pues los teólogos se dedicarán básicamente a la enseñanza, no al ministerio de organización eclesial. La forma actual de preparar ministros en abstracto y para todo (celebración y enseñanza, dirección comunitaria y servicios sociales…), elevándoles de nivel al ordenarles de presbíteros (e incluso de obispos), sin referencia a una comunidad concreta en la que puedan compartir la fe, me parece carente de sentido (o vale sólo para casos excepcionales, de posibles misioneros). Camino extra-oficial. Hay comunidades que empiezan a reunirse por sí mismas, sin un presbítero oficial, suscitando desde abajo sus propios ministerios de celebración y plegaria, servicio social y amor mutuo etc, como al principio de la iglesia. Son comunidades que han comenzado a compartir la Palabra y celebrar el Perdón y la Cena de Señor sin contar con un ministro ordenado al estilo tradicional, pero sin haber roto por ello con la iglesia católica, sino todo lo contrario, sabiéndose iglesia. Estos “ministros” pueden recibir nombres distintos: a veces se les llaman colaboradores, otra son auxiliares o párrocos seglares, otras asistentes pastorales… Lo del nombre es lo de menos. Más importante es el hecho de que algunos están reconocidos y realizan funciones oficiales: todo lo del presbítero menos “consagrar” y “absolver” de manera solemne. En otros casos, tanto las comunidades como sus “ministros” actúan sin respaldo oficial, llegando incluso a consagrar y absolver los pecados, en celebraciones de la Cena o Perdón. En caso de conflicto con la jerarquía pueden afirmar que actúan de un modo “privado”: lo que presiden no es Eucaristía o Penitencia sacramental, sino celebración piadosa (no oficial) de la Cena y Perdón de Jesús. Pero esta parece una disputa de palabras. Las comunidades que actúan de esta forma carecen de visibilidad oficial (no tienen comunión ministerial externa), pero pueden estar en Comunión real con el conjunto de la iglesia. Ellas son, por ahora, pequeñas y frágiles, pero estoy convencido de que van a multiplicarse, eligiendo sus ministros (varones o mujeres), para un tiempo o para siempre, conforme a la palabra de Mc 9, 39 no se lo impidáis. Desde el momento en que el sistema sacral pierde fuerza, ellas pueden elevarse, creando una comunión o federación de iglesias, como al principio. Teológicamente hablando, estas comunidades no integradas (por ahora) en el orden oficial de la Gran Iglesia no plantean dificultades. Así nacieron al principio las iglesias, así eligieron sus ministros, así se federaron formando unidades mayores. Por ahora, la Gran Iglesia no admite ese modelo, pero lo hará pronto, no sólo por la fuerza de los hechos sino, por la misma evolución de sus ministerios oficiales, que irán perdiendo sacralidad sacerdotal (carácter jerárquico) para convertirse en servicios comunitarios de carácter flexible, desde el interior de las mismas comunidades. De esa forma se irá acercando la iniciativa del pueblo cristiano y la tradición de las grandes iglesias, en un camino de re-forma cristiana que nadie puede asegurar o fijar de antemano. El organigrama jerárquico de la iglesia actual es más propio de un sistema burocrático sacral y estamental que de una comunión de seguidores de Jesús. Sólo así se entiende el hecho de que ordene ministros en sí (presbíteros sin comunidad, obispos sin iglesia), como expresión de honor y cambio de estado (elevación estamental), con una fiesta que evoca las celebraciones paganas de concesión de títulos de nobleza. Muchos de esos ministros absolutos (sin comunidad o iglesia), mantienen un carácter difícil de precisar, de manera que parece preciso que volvamos a los primeros tiempos de la iglesia, que en el siglo V (Concilio de Calcedonia, año 451) prohibía la ordenación en sí, sin referencia a una iglesia. Un ministro cristiano que pierde o abandona su comunidad o tarea ministerial dentro de una comunidad o iglesia deja de ser ministro, sin necesidad de dispensa o “reducción al estado laical” (que es una terminología no cristiana). Entrevista al teólogo José Arregui: “No se sabe si es el Papa el que manda” por: Juan G. Bedoya9/17/2010 Entrevista al teólogo franciscano, castigado por el episcopado
Callarse o romper. Obedecer o abandonar el convento. Seguir con sus hermanos franciscanos en el santuario de Aranzazu o irse a un piso, solo. La decisión de José Arregi (Azpeitia, Guipúzcoa. 1952) ha sonado como un mazazo en los campanarios del catolicismo. Otra crisis, otro teólogo que dice basta a los inquisidores. En la otra orilla del conflicto, el polémico nombramiento de José Ignacio Munilla como obispo de San Sebastián, en contra de la inmensa mayoría del clero de la diócesis. Munilla no ha aguantado las críticas y se ha cobrado la cabeza de Arregi en nombre de todas las demás. Entrevistamos al teólogo en medio de un alboroto, desbordado por llamadas de solidaridad y por las críticas. “Los obispos son meros ejecutores de las órdenes del Vaticano” “Apelar ahí al Espíritu Santo y al Evangelio de Jesús es un sarcasmo” “Mi padre no sabía leer ni escribir, ni palabra de español, pero nunca se perdió” “Seguiré dando clases en Deusto, aunque no de Teología, y me compraré un piso” Pregunta. He visto en la prensa católica textos crueles contra usted, muy poco cristianos. Respuesta. No leo esos comentarios, y menos en estos días, por falta de tiempo y por higiene mental. Cada uno tiene derecho a expresar su opinión, siempre que no falte al mínimo respeto. Pero es difícil decir dónde está el límite, y es preferible pecar de anchos que de estrechos. (Arregi nació en un hogar pobre de Guipúzcoa, entre caseríos y montañas, cuarto de 14 hermanos. Frágil y correoso, la mirada y la voz del teólogo se emocionan cuando recuerda al padre, “de manos muy grandes, como el corazón”, un padre bueno, pero algo testarudo. “Sabía mucho, mi padre, pero nunca supo ni leer ni escribir, ni palabra de español. Pero nunca se perdió”. Murió hace tres años, a los 97). P. Suele decirse que no hay nada que se parezca más a un obispo que otro obispo. Munilla no es distinto. ¿O sí? R. Los obispos, como hombres que son (¡ojalá fueran también mujeres!), son tan diferentes entre sí como todos los demás. Lo que les hace demasiado iguales es la función que les asigna la eclesiología jerárquica, que no solo sigue vigente, sino que se está reforzando, en contra de la historia y del Evangelio: una eclesiología que hace a los obispos, de hecho, meros embajadores y ejecutores de las órdenes del Papa. Pero cuando todo depende del Papa, nunca se sabe si es él el que manda o el aparato que le rodea, con su oscura trama de intereses y conjuras curiales. Apelar ahí al Espíritu Santo y al Evangelio de Jesús es un sarcasmo. P. Con usted se han comportado como los secretarios de Organización de los partidos políticos. Disciplina, unidad, la ropa sucia se lava en casa… La historia se repite con frecuencia. ¿Ve alguna esperanza de cambio? R. No a corto y medio plazo. Si los obispos del futuro van a salir, como es normal, de los seminarios de hoy, no pueden sino prolongar e incluso agravar el dogmatismo y la intolerancia actuales. Comprendo que la Iglesia, como todo grupo humano, necesita un marco institucional más o menos coherente. Pero si las instituciones religiosas no son capaces de ser mucho más tolerantes que los partidos políticos con la diferencia y la disidencia internas -y no lo son-, no tiene sentido que sigan hablando de Dios y del Evangelio de Jesús. (La madre de Arregi es una mujer fuerte, como las de la Biblia, capaz de sufrir sin quejas. Tiene 82 años y aún sigue cociendo hogazas en el horno del mismo caserío en el que dio a luz a todos sus hijos, menos al último, que nació en un hospital en 1969. La madre trabajaba 18 horas al día, y a veces más, en casa y en el campo. Justo aprendió a leer y a escribir, y algo de castellano). P. La ruptura con la jerarquía era una crónica anunciada. ¿Esperaba algo distinto? R. Desde hace años presentía que algún día habría de llegarme también a mí la prohibición de enseñar Teología y todo el conflicto personal e institucional que eso conlleva. El pontificado de Juan Pablo II, con Ratzinger al frente de la Congregación para la Doctrina y la Fe, ha invertido el rumbo de la Iglesia, ha truncado los sueños conciliares de aggiornamento (puesta al día), ha alterado el perfil del episcopado. Ha vuelto a la Iglesia la persecución antimodernista que el Vaticano II parecía haber desterrado para siempre. Era inevitable que también me afectara. Solo hizo falta para ello que me hiciera un poco más conocido. P. Han sido sus hermanos superiores los que le han forzado a dejar la orden si se negaba a callar. ¿Cómo ha sido el proceso? R. No han sido mis superiores los que me han forzado, propiamente. Más bien, son ellos los que han sido forzados a callarme. Mi negativa les ponía entre la espada y la pared: o ellos se enfrentaban a la autoridad episcopal o yo debía salir. Lo primero, aunque sea triste, es impensable en la orden franciscana de hoy. (Los padres de Arregi se casaron en el santuario de Aranzazu -en 1947, a las ocho de la mañana- y llevaban todos los años a sus hijos en peregrinación al monasterio. Era el día más esperado. Una vez, José Arregi, con apenas siete años, acudió solo con su padre. Mientras una larga doble fila de frailes despedía a los peregrinos, el padre le preguntó: “¿No te gustaría ser franciscano?”. El niño dijo que sí. A los 10 años entró en el seminario. Era un chico estudioso, formal, piadoso, también muy inseguro. Estudió la primera Teología en Aranzazu, entre 1972 al 1976. Era el posconcilio. Llegaban los nuevos aires. Años más tarde, fue a estudiar Teología Superior al Instituto Católico de París (de 1982 a 1986). Arregi sufrió el gran choque. Pero la transformación decisiva se produjo en 1987, mientras trabajaba en la tesis sobre el diálogo interreligioso a partir del gran Hans Urs von Balthasar. “Vi que esa teología me abocaba a un callejón sin salida, rompí con el absolutismo cristiano y adopté un paradigma pluralista. Ahí empezó para mí otra historia, que me ha conducido a la encrucijada en la que me hallo. Pero la vida sigue”). P. Muchas veces las jerarquías castigan por decir la verdad (a los que tienen la razón). ¿Cuál es la suya? R. Lo digo sinceramente, no pretendo tener razón. Solo pido que haya lugar en la Iglesia para poder pensar, enseñar y actuar de manera diferente, y que las opiniones que se consideran erradas se combatan únicamente con argumentos de razón. Si el cristianismo no quiere convertirse en una pieza de museo o en una secta, deben darse unas enormes transformaciones de fondo: democratización de todas las instituciones, lectura crítica de la Biblia (y, con más razón, del dogma), vivencia de una espiritualidad mística y transformadora más allá de todo dogmatismo y moralismo, aceptación del principio de la laicidad… P. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Cómo va a vivir? R. Seguiré dando clases en Deusto, aunque no de Teología. Y viviré en Arroa Behea, un pueblecito de Guipúzcoa a dos kilómetros del mar. Allí compraré un piso con la ayuda de los franciscanos y un préstamo del banco. Voy a reflexionar como un agnóstico, nos dice con sabiduría, Monseñor Jorge Hourton en este interesante artículo que ha tenido buenos comentarios y excelente acogida en variados ambientes cristianos de Chile y Latinoamérica.
I. Dios es ante todo una palabra, un término, una voz. Un signo gráfico. Cuatro letras. Un monosílabo. ¿Hay una idea tras este término? ¿Una idea clara y distinta? Claro que no. ¿Dios no es entonces más que una Palabra? Si no hay idea clara y distinta tras esa palabra, ¿no hay al menos una imagen? Sí y mucho más de una. Esa palabra se multiplica desde luego en muchos lenguajes distintos en los distintos pueblos y culturas. Antiguamente esta palabra se decía sobre todo en plural: se hablaba de dioses y diosas y tenían nombre propio e imagen: Zeus, Júpiter, Hera, Atenea, Artemisa, etc. Entre los judíos el mismo Dios podía nombrarse con términos diferentes: Yahwe, Elohim, Adonai, y su imagen era la de un supremo Hacedor, Señor que daba leyes, hablaba por medio de los profetas, conducía los ejércitos a la victoria o también a la derrota para castigar su idolatría. Era celoso de otros dioses, cruel y enojón a veces pero también enamorado de un pueblo, Israel. Todos estos fueron hechos historizados en una colección de libros que se conserva en occidente como el best-seller de todos tiempos. En los pueblos del Africa, de la India y del Asia hubo y hay otras imágenes divinoides que se expresan en personajes, mitos, espíritus, ritos, sacrificios, danzas, culto a los difuntos, nirvana, contemplaciones, etc. Imágenes que dan origen a religiones que quieren trascender la materialidad de la vida y tocar algo sagrado. II. Pero ¿porqué esta Idea de Dios, que no es clara y distinta, está sin embargo tan presente todavía en tantos pueblos cultos e incultos y en tanta gente culta e inculta ? Es una idea no sólo social sino psicológica e histórica, porque está durando tanto como la especie humana. ¿Por qué tiene una Historia tan larga y persistente y tanta gente la considera tan importante, valiosa, interesante, fecunda que pasan su vida pensando en ella, en función de ella y aún es capaz de dar su vida porque la cree verdaderamente, más que una palabra o una idea: un Ser real? Ciertamente esta Idea no tiene un lugar privilegiado en el mundo moderno de las comunicaciones, de la publicidad, de la economía, (esta es nuestra “religión” en la cultura moderna), ni en las otras ciencias humanas? Pero sigue porfiadamente presente en la esfera de las creencias, en un complejo inmenso de acontecimientos, tradiciones, instituciones, personajes, de las cuales el hombre moderno sigue dependiendo mucho y a las cuales sigue ligado como a una atmósfera insoslayable. Creer parece ser tan natural que para evitarlo hay que hacer una opción negativa. Hay que decidir no creer. Y creer es otra decisión diríamos espontánea. En efecto: desde su primera infancia el niño cree a sus padres y aprende vitalmente los valores y construye su personalidad por la confianza amorosa a sus padres. Y sufre cuando esta confiada-creencia tropieza y sufre deterioro o se pierde definitivamente. Aquí sucede que si los padres profesan una creencia en la idea de Dios como Padre, la enseñan porque están ciertos que es necesaria y buena. Cualquiera sea el nivel de cultura esta creencia se trasmite y extiende a otros, llegando a adquirir vida propia en el otro. ¡Qué curioso es que sin basarse en ideas claras y distintas esta creencia se auto difunde por la mediación de testigos fiables . Aparecen de pronto en cualquier parte, creyentes tan fuertes a los que llaman “santos” y hay ciertamente muchísimos más que los que se titulan oficialmente de tales. A Dios los creyentes siguen aceptándolo a pesar que es un “Dios escondido y callado” y los ambientes públicos poco hablan de él. Pero hay muchos susurros que no son Él pero que hablan de Él, con los cuales la Palabra pareciera salir de su silencio y mostrarse personalmente a quienes tienen, como dicen, “ojos para ver y oídos para escuchar.” III. A nosotros los agnósticos puede sucedernos a veces que lamentemos no tener ojos y oídos para percibir esos susurros . Me dicen que Dios ha escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las ha revelado a los pequeños y humildes. Los “sabios” serán tal vez los orgullosos y los “prudentes” los que no se arriesgan. Pero sabios y prudentes no pueden dejar de atisbar entre las cosas que nos están escondidas la Historia de los últimos veinte siglos. Allí surgió un macrofenómeno especial que se llama “Cristianismo”. Es un campo en el que no nos gusta entrar. Sin embargo muchos historiadores, teólogos y sociólogos no eluden hacer su estudio científico desde afuera. Pero la mayoría de nosotros, no. Por diversas razones que no siempre tenemos claras. A veces porque no nos han hablado de eso, otras veces porque algo o mucho hemos oído pero otros intereses (la economía, el trabajo, la ciencia, el arte, la política, la diversión, etc.) nos han absorbido por entero y no dejan lugar para otra cosa. Surgir y progresar, ganar bien, pasarlo bien en este mundo nos pre y ocupa tanto que no tenemos tiempo ni ganas para ver y oír al cristianismo. Muchas veces no somos propiamente ateos, pero nos mantenemos a distancia de Él, tal vez para que no nos sintamos sometidos, súbditos, obligados a acatar otras normas que las leyes civiles, que ya son hartas. Nos damos así un aire de libertad que sirve bastante a nuestro amor propio y auto estima. La religión -también la cristiana- nos molestan. No por eso carecemos de valores morales. Conocemos la diferencia entre el bien y el mal y por cierto, preferimos el primero Respetamos sobre todo las leyes civiles, que ya limitan bastante nuestra libertad. La libertad decimos que es el atributo esencial del Hombre y por eso que la queremos lo menos limitada posible. Nuestro gusto por la libertad también nos puede autorizar, como a cualquiera, a infringir valores llamados éticos cuando nos conviene. IV. En este mundo secular y laico convive el Cristianismo. Reconoce que Dios está “escondido y silencioso” pero trabaja para hablar de Dios y llamar a convertirse a Él aceptando la Fe. Nos cuesta bastante porque lo vemos dividido en distintas ramas que no se quieren mucho, por no decirlas enemigas. Y dicen que su fundador les mandó especialmente que fueran unidos y se amaran. Eso da la impresión de que el cristianismo está en decadencia o ha fracasado. La que parece más grande se considera la llamada Iglesia Católica Romana. Tiene una robusta organización bastante centralizada y jerarquizada (demasiado, a juicio de algunos), Es extraño: aparece como una monarquía absoluta gobernada por un solo jefe con autoridad que dicen infalible, elegido por un grupo reducido que él mismo ha nombrado. Su Imperio territorial tiene solo unos pocos kilómetros cuadrados dentro de una república laica y democrática. Pero sus súbditos son varios centenares de millones y se extienden por todos los continentes donde hay centenares de países laicos y democráticos. Esta gran “empresa mundial” que se autodenomina Iglesia Católica” promueve una religión que consiste en una cosmovisión que hay que aceptar con la razón y por la fe. En realidad su mayor hazaña es que armoniza bastante la razón y la fe, cosa que no podemos hacer nosotros. Vemos sin embargo que una multitud de grandes talentos, pensadores y científicos, filósofos y escritores lo hacen. Y esto a lo largo de una historia muy larga y con una psicología coherente. Su historia coincide con la de toda la humanidad: todavía es imposible fijar cuando y donde surgieron los primeros antropoides, pero lo que conocemos mejor del origen de la civilización occidental (que está absorbiendo a todas las demás), se sitúa en la Mesopotamia y la Palestina. De ello tenemos documentos sólidos del oriente medio y del pueblo de Israel, del cual procede el cristianismo y la Iglesia Católica. Curiosamente es esta cultura occidental y cristiana la que se ha preocupado de descubrir y revelar todas las otras culturas. Lo hace hoy descaradamente imponiéndoles el sistema económico capitalista neo-liberal, a lo cual llaman “mundialización”. Ya mucho antes esta Iglesia católica había intentado lo mismo pero con objetivos y medios diferentes: hablarles de un Dios hecho hombre y con harto sacrificio, en lo que llaman “Misiones”. Ganan mártires y porfían en hacerlo también ahora en los pueblos modernos y cultos. V. Un amigo historiador me informa ahora que nuestro calificativo de “agnóstico” expresa lo contrario de unos herejes que hubo en los comienzos del cristianismo que se llamaron justamente “Gnósticos”. Se referían a Dios en los solos términos del conocimiento racional. Pensaban, especulaban, conocían y hasta buscaban construir una mística contemplativa. Descartaron de su interés a Jesús de Nazaret. Sin embargo hubo cristianos notables que practicó un Gnosticismo sin extraviar la fe en Jesús de Nazaret. Pero nosotros anteponemos la partícula negativa“a” a la “gnosis”, con lo cual rechazamos el conocimiento de Dios. Mi amigo católico me dice que tenemos algo de razón: el Dios de la razón no lleva a ninguna parte: no vive, no habla, no nos dice nada a nosotros, nada prueba que se interese por nosotros, por nuestros problemas y por nuestros sufrimientos. Es un perfecto desconocido. Pero por nuestra misma razón estamos capacitados para atender lo que dice el cristianismo sobre Él. No es método científico estudiar toda y cualquier cosa menos el fenómeno de la fe cristiana. No es sensato excluir de partida -en nombre del razonar bien- lo que bien puede resultar bien razonable a la recta razón. Mi amigo católico aprovecha para decirme: “¡Supieras qué linda, qué verdadera, qué bienhechora es esta fe católica que profesamos!”. ¡Qué multitud de personas relevantes ha formado en la historia esta Iglesia que se ve tan consistente desde el Papa hasta la última campesina que reza su rosario y va al santuario de su devoción, pasando por hombres de ciencia, escritores, teólogos, artistas y hasta clérigos!”. Sí, los agnósticos podemos reconocer que el Cristianismo es hermoso, valioso, fecundo, grande y vigoroso. Pero también le encontramos yayas que nos dificultan su credibilidad. A veces pensamos que está declinando y agonizando. Hace tiempo que se viene pensando así, pero los creyentes se muestran confiados en que se pueden sobreponer a sus pruebas, justamente porque saben que no son ellos los que conducen esta empresa. +Jorge Hourton P. Publicado en revista Reflexión y Liberación Nº 86 Santiago, Agosto de 2010. “Papa Benedicto, Ordene Mujeres Ya”
Benedicto XVI estará en el Reino Unido del 16 al 19 de septiembre Los autobuses de Londres llevarán publicidad a favor del sacerdocio femenino Los autobuses de Barcelona excluirán todos los mensajes ideológicos de su publicidad Quince autobuses que circulan por rutas del centro de Londres empezaron a llevar hoy carteles con la leyenda “Papa Benedicto, Ordene Mujeres Ya”, dos semanas antes de que el Pontífice inicie una visita oficial al Reino Unido. Los carteles tienen un coste de 18.300 euros, sufragados por el grupo “Ordenación de Mujeres Católicas” (CWO), que en vísperas de la presentación de los carteles denunció que las jerarquía católica quiere silenciar cualquier debate sobre esta cuestión. Pat Brown, portavoz de CWO, aseguró que hay sacerdotes católicos que respaldan esta iniciativa, que estará representada en los autobuses londinenses durante cuatro semanas, pero que no se atreven a hacer público su apoyo por temor a una represalia disciplinaria. Brown, católica practicante y activa en un parroquia de Leeds (norte de Inglaterra), añadió que conoce gente que trabaja para la Iglesia Católica a la que se ha exigido no formar parte de CWO. En concreto, la portavoz de CWO citó el caso de una profesora de una escuela católica, que hace unas semanas fue amenazada con el despido si no se desvinculaba inmediatamente de esta campaña por la igualdad de las mujeres en el seno de la Iglesia de Roma. “Se nos prohíbe discutir este asunto en público. Por ejemplo, no podemos celebrar debates en dependencias de las parroquias. Es por eso que nos vemos forzados a tomar medidas extremas como ésta”, manifestó Brown sobre la decisión de publicitar los carteles. La activista subrayó que “no se puede prohibir a la gente hablar sobre algo, porque no es la manera británica de hacer las cosas”. El Vaticano declaró a principios de año la ordenación de las mujeres como uno de los crímenes más graves en la Iglesia Católica Andrew Faley, vicesecretario general de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, manifestó en relación con esta campaña que “la Iglesia Católica siempre protegerá la naturaleza y la validez del sacramento de la santa orden sacerdotal”. “El intento de ordenar a una mujer como diácono, sacerdote u obispo va en contra del entendimiento esencial del ministerio en el seno de la Iglesia Católica y de las Iglesias del Este”, afirmó. Benedicto XVI estará en el Reino Unido del 16 al 19 de septiembre, en el primer viaje oficial que hace un Pontífice a este país y en el que visitará Inglaterra y Escocia. La anterior visita de un Papa a este país, donde se estima que hay unos 6 millones de católicos, fue la de Juan Pablo II en 1982, pero en esa ocasión se trató de un viaje pastoral. La posibilidad de adelantar la edad de la primera comunión, apuntada por el cardenal Cañizares, es analizada desde un punto de vista crítico por el autor.
El cardenal Cañizares, actual responsable de la Congregación Romana para el Culto Divino y los Sacramentos, ha sorprendido a propios y extraños con un escrito en el que apunta hacia la posibilidad de adelantar la edad de la primera comunión, publicado en el diario vaticano L’Osservatore Romano (8 agosto 2010). Lo de menos es la propuesta de anticipar la edad y los motivos que utiliza. Seguro que, por fortuna, la pretensión cardenalicia, si se produce, no va a tener mucho éxito. Lo preocupante, a mi juicio, es la orquestación ideológica y doctrinal que acompaña a todo el escrito. Voy a decirlo sin rodeos y con un profundo sentimiento de preocupada decepción. Lo que el cardenal Cañizares expone en ese artículo no tiene nada que ver con documentos romanos anteriores, inspirados sin duda en el espíritu renovador del Vaticano II: Instrucción «Misterio eucarístico» de 1967 y «Directorio para las misas con niños» de 1973. Lo que pretendo en estas notas es señalar el alejamiento del escrito de Cañizares, por su estilo y su talante, por su lenguaje ñoño rayano en lo cursi, de los documentos anteriores emanados del impulso conciliar. Primero. El cardenal hace un tratamiento de la comunión eucarística como si ésta constituyera una entidad aparte, autónoma, distinta del conjunto de la misa. Esto me recuerda la vieja práctica de omitir la comunión a los fieles en la misa y distribuirla, en cambio, en otro momento y en otro sitio, al margen de la misma, como si fuera un acto devocional independiente. El símbolo sacramental que está en la base del sacramento eucarístico es el banquete. Después de haber sido pronunciada la acción de gracias sobre el pan y el vino, convertidos estos en el cuerpo y la sangre del Señor, los fieles consuman estos dones en la comunión comiendo el pan y bebiendo del cáliz. Éste es el desarrollo lógico y normal en el que se debe integrar la comunión, no como algo aparte, sino como culminación del banquete. Segundo. En el escrito cardenalicio se dice que la comunión une al creyente con Cristo. Y es verdad. Se habla de un «encuentro de amistad con Jesús», el cual entra dentro del comulgante y «hace morada en él». Todo esto es cierto. En cambio, nada se dice de la acogida que la comunidad cristiana brinda al niño que hace la primera comunión, que participa plenamente, por vez primera, en el banquete eucarístico. Toda la teología pastoral y litúrgica postconciliar, al hablar de la primera comunión, la interpreta como la culminación de todo el proceso de iniciación. En ese momento, el bautizado se une más profundamente con Cristo y se incorpora de manera plena a la comunidad cristiana que lo acoge. La primera comunión, en la perspectiva del Vaticano II, no es un acto individual que se ventila entre Cristo y el niño que comulga, sino un acontecimiento comunitario y eclesial. Tercero. Me sorprende la escasa atención que el escrito cardenalicio presta al tema de la formación y educación de los niños que acceden por vez primera a la eucaristía. Los documentos romanos, citados anteriormente, insisten en la necesidad de educar a los niños que se preparan para la primera comunión tanto en los valores humanos como en los religiosos. Valores humanos como la solidaridad comunitaria, la capacidad de saludar, de escuchar, de dar gracias, de pedir perdón. Tanto me sorprende el interés de estos documentos por estrechar la mutua implicación de los valores humanos y cristianos, fundamentales en la educación de los niños, como la total insensibilidad del escrito cardenalicio respecto a esta exigencia. Cuarto. Los documentos de inspiración conciliar señalan a la familia y a la misma comunidad cristiana o parroquial como responsables de educar e iniciar a esos niños, no precisamente en la comprensión de las altas verdades dogmáticas de la Iglesia, sino en el estilo de la vida cristiana, en la fidelidad a las enseñanzas del evangelio, en la práctica y vivencia profunda de los sacramentos. Un proceso largo, sosegado, paciente, en el que se ven implicados la comunidad y los padres. De esto no dice nada el escrito del cardenal Cañizares. Quinto. Me sorprende que, ante la gravedad de los problemas que afectan hoy a la práctica y pastoral de la primera comunión en nuestras iglesias, el cardenal se haya fijado precisamente en el tema de la edad, cuando la mayoría de los pastoralistas no ocultan su perplejidad ante las prisas por admitir a la primera comunión. ¿No le preocupa al cardenal el escandaloso carácter puramente social de estas celebraciones y la generalizada ausencia de motivaciones religiosas? ¿No le preocupa la insensibilidad y desinterés de muchos padres ante sus responsabilidades educativas? ¿No le parece gravísimo el escaso nivel de fe de una gran parte de los que asisten a este tipo de celebraciones? Estos serían, a mi juicio, los verdaderos problemas que una pastoral avanzada de la primera comunión tendría que abordar y estudiar de forma valiente y comprometida. ¿Por qué ya no es prioritario defender “La neutralidad de los poderes públicos ante la religión o las creencias y de la obligación del Gobierno de evitar toda confusión entre funciones estatales y actividades”?…
…¿Está el Estado Laico en hibernación? Si así fuese quedaría al menos el consuelo de que, aunque “descafeinado y pacato”, el texto del borrador de la ya aparcada Ley Orgánica de Libertad de Conciencia y Religiosa, que define al Estado como el garante de la neutralidad de los poderes públicos ante las creencias religiosas, más bien antes que después, despertaría de su sueño invernal y lo haría con las fuerzas renovadas. Sin embargo la belicosidad y el malestar del clero y de la derecha en torno a la controvertida y necesaria reforma de la Ley de Libertad Religiosa, que se hicieron patentes desde el mismo momento en que tuvieron indicios de su existencia, hacen temer que el letargo invernal se convierta en un sueño eterno. Es evidente que ni el PP ni la Iglesia Católica querían que la tramitación siguiese su curso pero ¿qué grado de influencia han tenido en su paralización? Hay que recordar que una audiencia privada, calificada por sus protagonistas como “correcta” y “cordial”, celebrada en el Vaticano en el primer semestre de este año, obtuvo como resultado que la Ley de Libertad Religiosa aparcase inicialmente su aprobación hasta el 2011. Algo que hace dudar de la firmeza de la que hacía gala María Teresa Fernández De la Vega, hace apenas un año, cuando expresaba públicamente “la voluntad firme del Gobierno de avanzar en la laicidad del Estado y de proteger las creencias de quienes no creen”. Ahora lo que prima es asegurar que es una ley de principio de legislatura, que no es el momento de abrir un frente laicista, que no hay ambiente, que no es conveniente iniciar un nuevo debate, que es probable que despertase los recelos tanto de la derecha como de la izquierda (consecuencia inevitable de querer “contentar” a todos en lugar de intentar hacer las cosas bien), que no es factible su tramitación en la situación actual, que no lograría los votos necesarios para ser aprobada, que no es conveniente crear tensiones en la opinión pública, que hay otras prioridades… Pues bien, si es totalmente, cierto como asegura Jesús Quijano, portavoz socialista en la Comisión Constitucional, que el gobierno está en su pleno derecho para actualizar prioridades, no es menos cierto que los ciudadanos tienen el mismo pleno derecho para establecer las suyas. Primera entrevista de José Arregui, el teólogo franciscano que abandona su orden
“No guardo rencor a monseñor Munilla, es sólo un peón de un sistema anacrónico e inhumano” Franciscano sin hábito Se va Arregui: gana Munilla, pierde la libertad “Mi casa es la Iglesia en la que nadie excluye a nadie” Tiene 57 años y es franciscano desde los 10. Ayer, “con dolor y vértigo, pero con paz” anunció que abandona la Orden Franciscana y que “no guarda rencor” a monseñor Munilla, el obispo de San Sebastián que le obligó, por criticar su nombramiento, primero a guardar silencio y después amenazó con desterrarlo a Latinoamérica. Hoy, José Arregui explica las razones de su marcha y cómo se presenta su futuro. Le duele, especialmente, “el vacío de algunos franciscanos” y denuncia la “cruzada restauracionista de la Iglesia española”. Eso sí, niega que “de momento” vaya a dejar de ser cura. Deja de ser fraile, pero no sacerdote, porque “la Iglesia en la que nadie excluye a nadie” es y seguirá siendo su casa. ¿A dónde se va José Arregui, tras dejar la orden franciscana? Está claro que no me voy a ningún lado. Bueno, sí, me iré a vivir a un piso de Arroa, un pueblecito del municipio guipuzcoano de Zestoa. ¿Qué va hacer? Me ganaré la vida dando clases (no teología, claro está) en la Universidad de Deusto. Por lo demás, quiero seguir comprometido con la comunidad cristiana de mi diócesis o de otras diócesis, haciendo lo que fundamentalmente he hecho hasta ahora: vivir la espiritualidad y buscar para mí y para los demás nuevas formas de decir y de vivir la fe cristiana en esta sociedad y cultura. ¿Por qué ha tomado esta decisión? Para ser fiel a mi propia historia, mi ser, mi conciencia, y a lo que entiendo que es también mi misión. Por eso dije que no acataría las órdenes de silenciamiento total (predicación, enseñanza, escritos) que Mons. Munilla exigía a mi Provincial tomar conmigo. Este acto de desobediencia o de “insumisión” eclesial planteaba una situación muy delicada y conflictiva a mi Provincia franciscana, y para evitarlo decidí desvincularme de la Orden. ¿Se va sin ira hacia monseñor Munilla? Sinceramente, no guardo ningún rencor para Mons. Munilla. ¿Por qué habría de hacerlo? Yo no juzgo a su persona. Él no es más que un peón de un sistema eclesiástico que simplemente me parece anacrónico y puede ser a menudo inhumano. ¿Su caso es significativo de la actual situación eclesial? Tal vez lo sea. El “caso” lo forman los medios en determinadas circunstancias, y a mí me ha tocado estar aquí. Pero el mío es un caso más de los infinitos que ha habido y sigue habiendo. Lo urgente y decisivo es poner todos un granito de arena para que la Iglesia sea terapéutica y no patógena, para que sea fermento de aquella humanidad justa y fraterna que soñó Jesús y no la pesada maquinaria burocrática que ha llegado a ser, no la secta fundamentalista que está llegando a ser, obsesionada por la doctrina y la moral personal (sexo, familia, reproducción…). ¿Qué es lo que más le ha dolido en toda esta situación? Hay muchísima gente -casi todas las personas- que viven situaciones infinitamente más dolorosas que la mía, y no tengo de qué quejarme. Yo llevo mi pequeña parte de conflicto, y ahora de inseguridad en todos los aspectos. Tal vez, lo que más me ha dolido es el vacío de algunos de los franciscanos que me son más próximos, pero no tiene importancia. ¿Se ha sentido respaldado? Me he sentido muy respaldado por muchísima gente, más allá de fronteras religiosas. Y sentir que tanta gente comparte una manera de creer y de pensar reconforta mucho. Pero debo aprender mucho más a prescindir de eso. ¿La Orden franciscana hizo todo lo que podía hacer por usted? Es difícil saberlo. Cuanta más autoridad o poder se tiene en una institución religiosa cualquiera, menos libertad se tiene, más atado se suele estar a dudosos intereses institucionales. No digo de ningún modo que yo no tenga intereses dudosos: los tengo. Pero es muy triste ver que en la cúpula de la Orden franciscana haya gente que aspira a la mitra y no repara en medios para lograrla. ¿Cómo se asume espiritualmente una decisión como la suya? ¿Cómo se conjuga la conciencia con la realidad eclesial de Guipuzkoa? Tengo la impresión de que la gente de a pie, alejada de nuestros montajes y debates clericales, asume con total normalidad que uno sea fraile o deje de serlo. La gente, para poder vivir, toma decisiones arriesgadas todos los días. Los miembros de las instituciones religiosas tendemos demasiado a apelar a motivos transcendentes (o incluso a la “conciencia”) para hacer unas opciones que simplemente forman parte de toda vida con su gran dosis de riesgo e inseguridad. ¿Es sostenible la situación de la Iglesia en Guipuzkoa? Francamente, lo veo difícil. Creo que la inmensa mayoría tiene una actitud muy positiva y colaboradora con el nuevo obispo. Pero me parece que hay en la Iglesia católica, y de manera especial en la Iglesia del Estado español, una especie de cruzada restauracionista que está minando gravemente el ánimo de los mejores. ¿A pesar de todo, la Iglesia sigue siendo su casa? Sin ninguna duda que sí. La Iglesia, la gran Iglesia de los hombres y las mujeres que viven de mil maneras el consuelo y la esperanza del evangelio. Esa Iglesia es mi casa, y en ella nadie excluye a nadie. ¿Exclaustración o secularización? Me secularizo, es decir, me desvinculo de la Orden Franciscana o de los votos religiosos… De momento, ni siquiera me planteo dejar el sacerdocio. Algunos titulares “Me ganaré la vida dando clases (no teología, claro está) en la Universidad de Deusto” “No guardo rencor a monseñor Munilla, es sólo un peón de un sistema anacrónico” “Munilla exigía a Provincial mi silenciamiento total” “Lo que más me ha dolido es el vacío de algunos de los franciscanos que me son más próximos” “Quiero una Iglesia terapéutica y no patógena ni obsesionada por la doctrina y la moral personal” “Es muy triste ver que en la cúpula de la Orden franciscana haya gente que aspira a la mitra y no repara en medios para lograrla” “En la Iglesia española hay una cruzada restauracionista que está minando gravemente el ánimo de los mejores” “Mi casa es la Iglesia en la que nadie excluye a nadie” Sí, deberíamos celebrar la Vida, que se convierte así en mayúsculas cuando está preñada de mil minúsculas vivencias cotidianas. Humildes intentos de ser lo que somos, lo que nos llega y no quisiéramos, las contradicciones personales y ajenas, lo que nos hace gozar y nuestros dolores: la vida, La Vida.
Deberíamos celebrarla principalmente los creyentes de a pie, los anónimos, los que pintamos muy poco en organizaciones, los que no contamos en absoluto para la jerarquía eclesiástica, los que nos bautizaron un día y poco a poco La Vida nos ha ido hablando al oído, explicándonos la grandeza y pequeñez que eso significa. ¿No fue eso lo que le pasó a San Francisco? Un día se descubrió en la Vida y todo le sobró, y salió como loco a vivir la pobre vida como un rico, como un afortunado, como un enamorado de la Vida. Por eso fue tan libre. Pero ésa no es sólo una experiencia de Francisco, es una experiencia repetida en mil historias anónimas que van haciendo el tejido bello de la humanidad; es la dicha de sabernos seres llamados al proyecto divino de Ser Humanos, yo creo que eso es el Reino. Esa misma experiencia tuvo que ser lo que los poéticos evangelios nos cuentan de Jesús saliendo de las aguas del Jordán: ¡saberse hijo de Dios! ¡Qué grande, en algo tan discreto como la experiencia personal! A Monseñor Romero le llegó siendo también mayor, como a Jesús, como a Francisco, como a Simone Weil, o a Raïsa Oumnzoff, o a Etty Hillesum…, tantas mujeres y hombres que la vida les hizo nacer a la Vida. Pero a la Vida se llega desde un parto doloroso, cada uno diferente, pero siempre el dolor forma parte constitutiva de lo que somos; es otro tejido más de nuestro pobre tejido humano. Debemos amarlo también. Cada uno tuvo y tiene su propio parto para llegar a la Vida. Jesús le dijo Nicodemo que tenía que buscar el suyo; salir de la estructura que ya no le bastaba y le impedía servir al Reino. Él no lo entendía. ¿A qué viene esa alegría? ¿Por qué hemos de celebrar la vida? Viene, a que los laicos hemos recuperado en nuestras filas a otro más de las y los desechados de las estructuras jerárquicas: Joxe Arregi. Monseñor Munilla y la familia franciscana han perdido mucho, peor para ellos y mejor para nosotros. Lo que ellos pensaron que gestaban para sus estructuras, ha tomado vida propia, al servicio de la única Vida a la que se debe servir y no lo han sabido ver; han querido abortar la Vida. Muchos hoy debemos alegrarnos por ello, como imagino que pasaría entre los que se apuntaban al seguimiento del profeta del Reino. Lo dejarían todo sabiendo que sólo se trataba de vivir la vida haciendo el bien, agradeciéndola, gozándola y haciendo de ello causa para que también los otros vivieran lo mismo. Descubrirían escuchando en el silencio al Dios que nos habita y nos necesita para cuidar con él la vida ¿Puede haber una vocación mayor que ésta? ¿Necesitamos vestir otro hábito que no sea el sol de cada mañana, el asfalto de la calle, los ojos con los que nos cruzamos, los dolores y alegrías de los que nos rodean, los gorriones de nuestras ciudades, nuestro propio corazón cargado de ilusión o de temores y la hermana noche que recoge fiel todo nuestro cansancio para renovarlo nuevamente? Yo creo en ésta iglesia, así en minúsculas; levadura que se funde y confunde con la masa, que no pretende tener un espacio propio, que no desecha la harina, ni hace ascos del aceite con la que se ha de ligar en una sociedad plural, de creyentes o no, practicantes o no, de los nuestros o de cualquier otra cultura, que ha de ser también la nuestra. Yo creo en aquello que empezó con Jesús que no era otra cosa que vivir la acogida, el consuelo, la sanación y el compartir, sí, el compartir lo que somos, pero también lo que tenemos, también nuestros dineros o nuestros trabajos, nuestras propiedades. En ese ritual se repite “la comensalía” y en ella Jesús y el Dios de la Vida están presentes y podemos sentir esa presencia. Creo en la iglesia de Jesús sin otro hábito más que el de la verdad, la libertad y el respeto mutuo. En ésta, “todas y todos” son bienvenidos y nuestros ritos será el curarnos mutuamente nuestras heridas y acrecentar nuestros gozos. Nos piden publicar esta Carta de religiosos Jesuitas en que tocan el tema Ley Antiterrorista, seguridad nacional y la Huelga de hambre de 32 comuneros mapuches en el sur de Chile.
En el editorial del miércoles 11 de agosto titulado “Violencia mapuche ¿y las FARC?” se realiza un análisis sobre un posible recrudecimiento de la violencia en el sur de Chile. Fue un aporte a la discusión sobre seguridad. Otro punto esencial en la discusión es el tema de derechos. La aplicación de la Ley Antiterrorista es la que se cuestiona, en el contexto de lo que hemos construido en la reforma procesal penal y el concepto de debido proceso. Como lo han cuestionado organismos internacionales (e.j. James Anaya, Consejo de DD.HH. de la ONU, 2009), suspender derechos ya ganados en el nuevo sistema penal nos parece un retroceso y no va acorde con el principio legal de la presunción de inocencia y de garantías de una justa defensa. Esperamos que la discusión y el análisis sobre “seguridad”, que es conveniente tenerla, no inhiba un planteamiento y discusión sobre “derechos”. No cometamos el error, como se hizo en algún momento en la historia del país, que en nombre de la “seguridad nacional” se justifiquen abusos hacia los derechos de las personas. Invitamos a escuchar y a informar, en este contexto, a los 32 mapuches encarcelados en huelga de hambre y sus familias, sobre sus demandas y preocupaciones, escuchar la justa solicitud de seguridad de la gente del sur y al Gobierno sobre las inquietudes de los organismos internacionales sobre su legislación. P. Rodrigo Aguayo, SJ Delegado Sector Social Jesuitas P. Carlos Bresciani, SJ Misión Jesuita en Tirúa Publicada en El Mercurio 13/ 8/ 2010. |
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