En uno de los relatos pascuales aparecen estas palabras de Jesús dirigidas a Pedro: “Cuando eras joven, te ceñías e ibas donde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieres…” (Jn 21,18). La frase suena a uno de esos lugares comunes en los que solemos coincidir cuando hablamos de lo que es propio de las edades de la vida. Es evidente: cuando eres joven te mueves con autonomía y vas donde te da la gana. De viejo, ya es otra cosa.
Sin embargo, en la escena que nos relata el Evangelio de hoy y tratándose de Jesús, los principios generales se trastocan: Pedro intenta “ceñir” a Jesús, que es joven, para impedirle seguir adelante por un camino que a su parecer es un desvarío. De manera subliminal está queriendo obligarle a “extender las manos” y a dejarse llevar por otro menos alocado (“estos jóvenes…”) y más sensato. La reacción de Jesús es virulenta: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”. Si ya el apelativo “Satanás” es fuerte, el reproche que sigue, si se traduce libremente es aún peor: “Eres en mi camino una piedra en la que pretendes que me estrelle”. El diagnóstico final es demoledor: “Piensas al modo humano, no según Dios” (Mc 8,33). El tópico joven-que-hace-lo-que-le-viene-en-gana está saltando por los aires porque el joven Jesús ni va “a su bola”, ni camina “a su aire”, ni alardea de su “indomable libertad”. Es alguien que no solo “extiende sus manos” para dejarse conducir por Otro, sino que se “extiende” todo él como un lienzo en blanco sobre el que pintar, como un tapiz por tejer, como un lacre blando sobre el que imprimir un sello. Si de niño había ido creciendo “en edad, en sabiduría y en gracia” (Lc 2,52), de mayor va ha ido ensanchando su “pensar según Dios”, ha ido sintiendo la vida y escuchándola desde más allá de sí mismo para conformar su sentir con el de su Padre. Un día le llenó de alegría reconocer esa coincidencia: “Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Lc 10, 22). Lo mismo que su antepasado Abraham, abandonaba la tierra familiar de lo que le habían dicho y enseñado y se adentraba en otra en la que solo importaba el “pensar” del Padre. Se había dado cuenta de que iban a una, como dos que caminan bajo el mismo yugo, unánimes y con-cordes en la inclinación de su corazón hacia los que carecían de saberes, de nombre y de significación. Eso le llenaba de alegría y nada vuelve tan audaz y tan determinado a alguien como el vivir en contacto con la fuente del propio júbilo. Desconocía lo que era aferrarse a “disponer de sí” porque el deseo y la voluntad de Otro imantaban su querer y de ahí le venía esa despreocupación que, según él, había aprendido de los pájaros y de los lirios del campo que no se inquietan por el día de mañana. Había dejado de ocuparse de su propio camino, confiando en manos de Otro su trazado, su recorrido y su final y no consentía que nadie intentara desviarle de ahí. Lo habían avisado los Profetas: Su voz puede ser tan estremecedora como el rugido de un león (Am 1,3), sus celos, tan peligrosos como una osa si le quitan los cachorros (Os 13,8). Así que Simón, hijo de Jonás, colega nuestro en la pretensión de querer torcer Sus caminos y traerle a los nuestros: más nos vale desistir en el intento porque saldremos descalabrados. Con el Hijo hemos topado, amigo Simón.
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Ni antes de nosotros ni alrededor de nosotros se conocen individuos cuya conducta no sea instintiva y su instinto no esté programado para la estricta supervivencia. A los depredadores su instinto los lleva a matar y a sus presas a huir de la muerte. Y no hay más. Los conceptos de bien y de mal carecen de sentido en su mundo.
El ser humano tiene un código instintivo muy inferior al de los animales y un margen de libertad mucho mayor. Su necesidad de optar es permanente, y de las decisiones que adopta se derivan consecuencias importantes para su futuro individual y colectivo. Se siente responsable de sus actos, y esta responsabilidad le lleva a plantearse la siguiente pregunta: «¿Qué es correcto, y qué perjudicial?» … Ante ella se pueden adoptar al menos cuatro posturas básicas. La primera consiste en afirmar que las acciones humanas son simplemente libres y no requieren justificación; que la opción por lo atrayente y satisfactorio es tan correcta como cualquier otra opción. La segunda propone usar la razón para organizar códigos éticos que definan lo correcto en base a un objetivo a alcanzar —por ejemplo, el bien común—. La tercera afirma que el ser humano posee un código ético innato que puede conocer mirando en su interior. La cuarta admite además una ley de Dios revelada al hombre para librarle de la esclavitud del pecado (aunque muchos crean que con ella se les juzgará en el momento de su muerte). Las dos últimas posturas exigen que los conceptos de bien y de mal sean universales y estén impresos en nosotros, lo que nos lleva a preguntarnos por su origen. Al hacerlo, vemos que es fácil situar el origen del bien en la divinidad porque cuadra con los atributos que normalmente aplicamos a Dios. El problema lo encontramos al preguntarnos por el mal. Porque, ¿si el mal no procede de Dios Todopoderoso, creador de todas las cosas, de dónde procede?... Se han propuesto infinidad de teorías para exonerar a Dios del espectáculo atroz del mal en el mundo, pero ni la esperanza en una humanidad feliz al final de los tiempos, ni la vida dichosa después de la muerte, ni el castigo a los impíos, ni su supuesta motivación a la virtud, ni su concepción como ausencia de bien, o como precio a pagar por nuestra libertad, ni ninguna otra explicación que se haya dado desde los ámbitos filosófico o religioso, puede justificar la presencia del mal en el mundo. Curiosamente, en sentido opuesto ocurre lo mismo, pues los argumentos planteados para negar a Dios en base a la existencia del mal —por ejemplo, el de Epicuro— carecen de rigor en sus conclusiones, y lo único que demuestran es que el mal en el mundo no tiene explicación racional. Como dice Juan Antonio Estrada (sj): «Es característico de la naturaleza humana plantearse grandes cuestiones filosóficas que escapan a las limitaciones de su conocimiento… y acabar reconociendo que nuestra mente limitada no tiene respuesta para muchos enigmas existenciales que ella misma nos plantea». Estrada añade que, aunque no sabemos de dónde procede el mal, conocemos lo más importante: nuestra capacidad para luchar contra el mal físico, aplicando la razón y con la ayuda de la ciencia, y contra el mal moral, movidos por nuestra conciencia que nos empuja a defender los derechos de todos. También conocemos nuestra capacidad para evitar que el mal se adueñe de nosotros, para impedir que nos esclavice, para afrontar los acontecimientos negativos con esperanza, para combatir su potencial destructivo… Y es esta capacidad para luchar contra el mal, para evitar que nos termine doblegando, para seguir soñando con un final feliz donde el mal haya sido aniquilado, lo que verdaderamente importa. Estamos en una sociedad llena de contradicciones, una sociedad que aparenta lo que no es, y muchas veces las personas externas no sabemos distinguir entre el hacer y el ser; algunas personas definen a otra persona por lo que hacen y no por lo que se es, cuando realmente cobra sentido y valor lo que la persona es.
Muchos hoy viven la vida del doblez donde me muestro a unos de una forma y a otros de otra forma; según me convenga, según haga sentir a los demás bien y ellos me lo hagan sentir; Digo creer en Dios pero no lo tengo en cuenta en mi vida, no aporto nada para su proyecto, el reino de Dios. “El que dice que está unido a Dios debe vivir como vivió Jesucristo” (1Jn 2,6). A veces el hombre vive con Dios en el pecho, es lo común del hombre religioso, cumplir con los preceptos; ir y celebrar la misa, comulgar, oír la palabra de Dios, hacer el rosario, terciarse un escapulario – un denario o camándula sobre el pecho, reza y reza cree que por cumplir con los preceptos está cumpliendo con lo esencial, pero… sus hechos de ayudar, generosidad, caridad y solidaridad al otro no se notan; “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí”.(Mt 15,8) Es importante que el ser humano vuelva a lo esencial a “ser” para poder “hacer”. Y que compagine sus hechos con lo que realmente es, por si lo definen por sus hechos no sea una definición equivocada del ser. A Jesús nadie era capaz de callarlo. Ni los sabihondos escribas, ni los piadosos fariseos, por no hablar de sacerdotes y políticos. La única persona que lo calló fue una mujer. Y encima, pagana.
Dos reacciones muy distintas ante un texto escandaloso El evangelio de Marcos cuenta el encuentro de una mujer pagana con Jesús, en el que este responde a su petición de forma fría, casi insultante. Lucas, tan interesado por los paganos, omitió este pasaje en su evangelio. Mateo, igualmente defensor de los paganos, adoptó una postura muy distinta: en vez de omitir el episodio, lo amplió, haciéndolo mucho más dramático. El Mesías antipático y la pagana insistente Para entender la versión que ofrece Mateo de este episodio hay que conocer la de Marcos, que le sirve como punto de partida. Marcos cuenta una escena más sencilla. Jesús llega al territorio de Tiro, entra en una casa y se queda en ella. Una mujer que tiene a su hija enferma acude a Jesús, se postra ante él y le pide que la cure. Jesús le responde que no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella le dice que tiene razón, pero que también los perritos comen de las migajas de los niños. Y Jesús: «Por eso que has dicho, ve, que el demonio ha salido de tu hija». Mateo describe una escena más dramática cambiando el escenario y añadiendo detalles nuevos, todos los que aparece en cursiva y negrita en el texto siguiente. «En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: ― Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: ― Atiéndela, que viene detrás gritando. Él les contestó: ― Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: ― Señor, socórreme. Él le contestó: ― No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Pero ella repuso: ― Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Jesús le respondió: ― Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija. Los cambios que introduce Mateo
1) A Jesús lo presenta de forma antipática: no responde una palabra a pesar de que la mujer va gritando detrás de él; parece un nacionalista furibundo al que le traen sin cuidado los paganos; es capaz de avergonzar a sus mismos discípulos. 2) En la mujer, acentúa su angustia y su constancia. Ella no se limita a exponer su caso (como en Marcos), sino que intenta conmover a Jesús con su sufrimiento: «Ten compasión de mí, Señor», «Señor, socórreme». Y lo hace de manera insistente, obstinada, llegando a cerrarle el paso a Jesús, forzándolo a detenerse y a escucharla. Ni obstinación ni sabiduría, fe Jesús podría haberle dicho: «¡Qué pesada eres! Vete ya, y que se cure tu hija». O también: «¡Qué lista eres!» Pero lo que alaba en la mujer no es su obstinación, ni su inteligencia, sino su fe. «¡Qué grande es tu fe!». Poco antes, a Pedro, cuando comienza a hundirse en el lago, le ha dicho que tiene poca fe. Más adelante dirá lo mismo al resto de los discípulos. En cambio, la pagana tiene gran fe. Y esto trae a la memoria otro pagano del que ha hablado antes Mateo: el centurión de Cafarnaúm, con una fe tan grande que también admira a Jesús. Con algunas mujeres no puede ni Dios El episodio de la cananea recuerda otro aparentemente muy distinto: las bodas de Caná. También allí encontramos a un Jesús antipático, que responde a su madre de mala manera cuando le pide un milagro (las palabras que le dirige siempre se usan en la Biblia en contexto de reproche), y que busca argumentos teológicos para no hacer nada: «Todavía no ha llegado mi hora». Sólo le interesa respetar el plan de Dios, no hacer nada antes de que él se lo ordene o lo permita. En el caso de la cananea, Jesús también se refugia en la voluntad y el plan de Dios: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Yo no puedo hacer algo distinto de lo que me han mandado. Sin embargo, ni a María ni a la cananea le convence este recurso al plan de Dios. En ambos casos, el plan de Dios se contrapone a algo beneficioso para el hombre, bien sea algo importante, como la salud de la hija, o aparentemente secundario, como la falta de vino. Ellas están convencidas de que el verdadero plan de Dios es el bien del ser humano, y las dos, cada una a su manera, consiguen de Jesús lo que pretenden. Gracias a este conocimiento del plan de Dios a nivel profundo, no superficial, Isabel alaba a María «porque creíste» y Jesús a la cananea «por tu gran fe». En realidad, el título de este apartado se presta a error. Sería más correcto: «Dios, a través de algunas mujeres, deja clara cuál es su voluntad». Pero resulta menos llamativo. «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Con estas palabras pretende justificar Jesús su actitud con la cananea. Si los discípulos hubieran sido tan listos como la mujer, podrían haber puesto a Jesús en un apuro. Bastaba hacerle dos preguntas: 1) «Si sólo te han enviado a las ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué nos has traído hasta Tiro y Sidón, que llevamos ya un montón de días hartos de subir y bajar cuestas?» 2) «Si sólo te han enviado a las ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué curaste al hijo del centurión de Cafarnaúm, y encima lo pusiste como modelo diciendo que no habías encontrado en ningún israelita tanta fe?» Como los discípulos no preguntaron, no sabemos lo que habría respondido Jesús. Pero en el evangelio de Mateo queda claro desde el comienzo que Jesús ha sido enviado a todos, judíos y paganos. Por eso, los primeros que van a adorarlo de niño son los magos de Oriente, que anticipan al centurión de Cafarnaúm, a la cananea, y a todos nosotros. Primera lectura y evangelio La primera lectura ofrece un punto de contacto con el evangelio (por su aceptación de los paganos), pero también una notable diferencia. En ella se habla de los paganos que se entregan al Señor para servirlo, observando el sábado y la alianza. Como premio, podrán ofrecer en el templo sus holocaustos y sacrificios y serán acogidos en esa casa de oración. La cananea no observa el sábado ni la alianza, no piensa ofrecer un novillo ni un cordero en acción de gracias. Experimenta la fe en Jesús de forma misteriosa, pero con una intensidad mayor que la que pueden expresar todas las acciones cultuales. Nos encontramos con un pasaje del evangelio un tanto sorprendente que, sin embargo, al final nos deja un mensaje muy claro. Es su composición y los pasos que da para llegar a este mensaje final lo que puede chocarnos, o hacernos reflexionar para descubrir los matices que Mateo quiere dejar patentes a su comunidad y a nosotros.
El texto nos presenta a Jesús que abandona el territorio de Israel y se adentra en el país vecino de Siria y Fenicia, en las ciudades de Tiro y Sidón. Está por tanto en el extranjero, en tierra de impuros. Porque los contemporáneos de Jesús tienen muy afianzados los binomios: judío=creyente y gentiles (o extranjeros)=paganos. Y estos gentiles, paganos e impuros, están representados en una “mujer cananea”. Es significativa la elección de esta mujer como protagonista y rompe todos los esquemas vigentes. Es mujer, extranjera, pagana y además Mateo la llama cananea, a diferencia de Marcos que la llama sirio fenicia. Es decir procedente de Canaán, lugar que en la tradición judía es el símbolo de la irreligiosidad, del pecado…. Así situados, nos disponemos a caminar junto a Jesús como uno más de sus discípulos, por los caminos de nuestro mundo, en el que el concepto de extranjero, migrante, diferente… está tan presente. Y en el que todavía, veinte siglos después, ser mujer aporta ciertas connotaciones, no siempre favorables. Oímos que se nos acerca una mujer extranjera que nos desestabiliza, rompe nuestra marcha rutinaria, nuestro vivir cotidiano, con su presencia y sus demandas, ante las que Jesús guarda silencio, en un primer momento y nos sorprende después con un diálogo que nunca hubiéramos imaginado. También ahora, muchas veces estamos tan tranquilos y llegan “otros” a alterar nuestras costumbres… ¿cómo nos situamos o reaccionamos ante los diferentes? ¿Ante los que no respetan nuestras costumbres de siempre? ¿Deseamos “despachar” a los intrusos como los apóstoles o entramos en un dialogo con ellos como Jesús? Contemplamos y acogemos la escena y su mensaje. Nos acercamos a esta mujer pagana, extranjera, sin nombre, una mujer atrevida, libre, decidida… Va tras un hombre judío, a quien sin duda considera maestro, hombre de Dios. Y ella, que no es nadie, le dirige la palabra, rompiendo toda costumbre y “buena práctica”; las mujeres no se dirigen a los hombres y menos en público. Entiende que molesta a los discípulos pero sigue insistiendo. Insiste con una oración confiada y perseverante que expresa su fe en Dios, un Dios al que, en la práctica, siente cómo Dios de todos, también suyo, de una mujer cananea. Una súplica que expresa su fe en Jesús mismo, a quien llama Señor e Hijo de David, títulos de gran significado en la comunidad de Mateo como expresión de fe en Jesús Resucitado. A Él le confía lo que embarga su corazón, su dolor y preocupación por su hija y su esperanza de una salvación-curación que le alcance también a ella, que no es “hija de Abraham”. Una mujer osada y valiente que sigue clamando y buscando formas nuevas de hacerlo –se postra ante él, vuelve a pedir misericordia- cuando oye cómo la mandan callar de tantas formas... ¿No nos recuerda a otras muchas mujeres insistiendo en lo que “no es correcto”, en lo que a algunos molesta? Una mujer que no se enreda, ni se deja dominar o paralizar por sus sentimientos, ni se va herida ante la dura frase de Jesús: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”; sino que entra al diálogo con él, se anima a ponerse a su altura. Quizá, acostumbrada a escuchar como los judíos llaman “perros” a los gentiles, saca incluso de esta imagen una razón, un argumento, para su insistencia: “Es verdad Señor, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”… Es impresionante su capacidad de argumentar en la lógica de Jesús, es impresionante su fe en Él, que pasa por encima de sus palabras. Tan impresionante que hace que Jesús cambie su tono y su mensaje. Después de haber pronunciado dos frases, de una dureza que a todos sin duda nos sorprenden, expresa una admiración incontenible. Admiración por la fe de esta mujer extranjera a la que reconoce admirado: ¡Mujer, grande es tu fe! No es la primera vez que Jesús ha reconocido la fe de los paganos, (Lc 7, 9) ahora añade al reconocimiento la expresión explicita de su ser mujer. Es como si la dijera: “¡Tienes razón! Tu fe está en lo cierto”, por ello: “Hágase como tú quieres” y la palabra de Jesús, en respuesta a su fe obra la salvación inmediata, “su hija sanó en ese momento”. ¿Podemos decir que esta mujer hace cambiar de opinión a Jesús o es un recurso narrativo de Mateo? En cualquier caso el texto nos deja constancia de un dialogo transformador y nos da un mensaje claro: Jesús y su salvación son para todos, el reino de Dios es universal. El recorrido que hace Jesús, en su dialogo con esta mujer, es el recorrido que toda persona que crea en Jesús debe hacer… ¿Y nosotros? ¿Consideramos la salvación, en la práctica, como algo para nosotros o para todos? ¿Cómo consideramos a los extranjeros, los no católicos, los no…? ¿Entramos en diálogo con los demás, acogiendo la salvación que puede venirnos de ellos o solo repetimos nuestras tesis sintiéndonos poseedores de la verdad? El evangelio de este domingo nos invita a plantearnos nuestra fe. Ese don que hemos recibido de Dios y estamos llamados a cuidar. Solo la fe obtiene como respuesta la salvación de Dios, y esta salvación, no consiste en dogmas o verdades abstractas; cambia la vida. Da la salud, libra de los demonios, oscuridades y sufrimientos… da sentido a los sin sentidos. ¡Y esta salvación es para todos! Ese es el mensaje del evangelio de hoy. Cada uno de nosotros y nosotras, seamos de donde seamos, partamos de la situación de la que partamos, somos destinatarios de esta salvación, el reino de Dios ha venido para nosotros, por medio de Jesús. Solo hace falta que estemos dispuestos a creer en Él, a confiar plenamente. Que nos mantengamos atentos, que abramos nuestros ojos a toda persona, a todo acontecimiento… Dios se revela y se cuela en nuestras vidas por caminos insospechados, por las personas de las que menos lo esperamos… porque su amor ha llegado ya a todos y estamos invitados a descubrirlo, saborearlo y agradecerlo. Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: La salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunicad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones entre los discípulos y no se vio nada claro hasta pasado casi un siglo de la muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.
Mateo relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano esté motivada por esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretendían mantener: Judío=creyente y extranjero=pagano o ateo. El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un acontecimiento más bien anodino. Quiere dejar claro, que si una persona tiene fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en la necesidad de que los paganos vivieran unas disposiciones adecuadas de reconocimiento y humildad. Los perros son considerados impuros en muchas culturas. La idea que nosotros tenemos de hiena es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Pero hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía, que son considerados como familia. A esta diferencia se aferra la mujer para salir airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judío arrastraba. Jesús tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero nos encontramos con un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer pagana. En el AT hay chispazos que nos indican ya la apertura total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A los extranjeros que se han dado a Señor les traeré a mi monte santo". No cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy podíamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de garantizar su supervivencia. Gracias a que, para Jesús, la religión no era una programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su experiencia de Dios y las circunstancias le hicieron ver que uno solo puede estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia. Jesús toma en serio a la mujer Cananea; no como los discípulos. El texto oficial quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice ‘atiéndela’. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. La dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo contrario. Le hace ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención que merecen los suyos. Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en ambos. Lo que este relato resalta de Jesús es su capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo. Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus prejuicios. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea femenino-maternal. Le sorprendió la confianza absoluta que tenía la mujer en él; otro valor femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Jesús descubre su "anima" y la integra. La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido. La profunda relación entre ambas impide delimitar donde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema; de hecho le dice: socórreme. La enfermedad de la hija no es ajena a la actitud de la madre. Curar a la madre supone curar a la hija. La enfermedad de la hija nos hace pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús, se soluciona el problema de la hija. Los cristianos hemos heredado del pueblo judío el sentimiento de pueblo elegido y privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura, que nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio de Jesús, que me parece hasta ridículo tener que desmontarlo. Todos los seres humanos son iguales para Él. Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión a través de sus dos mil años de existencia. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. Debemos reconocer que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de superioridad y como consecuencia, todo atisbo de intolerancia y rechazo. El texto nos enseña que ser cristiano es acercarse al otro, superando cualquier diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a “otro”, y dejarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato, que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin aprender. Debemos aceptar, como la Cananea, que muchas de las carencias de los demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el ambiente familiar, una relación inadecuada entre padres e hijos es la causa de las tensiones y rechazo del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no ponerse en su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al otro con cariño y comprensión podía evitar muchísimas situaciones que pueden llegar a ser crónicas y por lo tanto enfermizas. Meditación La Cananea tiene una confianza ilimitada en Jesús. Esa confianza no se fundamenta en lo que yo soy, sino en lo que Dios es en mí y para todos los seres humanos sin excepción. Mi relación con un dios abstracto será siempre ilusoria. El verdadero Dios está en mí y está en el otro. No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios, sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental, que tenemos sobre María, se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno, la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro, la figura simbólica que hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy importantes para nosotros, pero no debemos mezclarlas.
De María real, con garantías de historicidad no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los once o doce primeros años de su vida. El padre, en la sociedad judía del aquel tiempo, se desentendía totalmente de los niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo. De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podamos comprender, existirán los mitos. En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divinidad. Hay aspectos de Dios, que solo a través de las categorías femeninas podemos expresar. Claro que llamar a Dios Padre o Madre, son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados en una de las categorías masculinas o femeninas. El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común, que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad. La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios, que la sociedad le estaba arrebatando. Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra muy distinta la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús ni María, ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubieran entendido nada de esa definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad. La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en el misterio de toda vida humana. A todos nos preocupa cuál será la meta de nuestra existencia. Se trata de la aplicación a María de toda una filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones piadosas. En la más clásica filosofía occidental encontramos tres conceptos que se han calificado como trascendentales: “unum”, “verum”, “bonum” (unidad, verdad y bondad). Pero la más simple lógica nos dice que, si esos conceptos se pueden aplicar a todos los seres, no hay lugar para sus contrarios: multiplicidad, falsedad y maldad. Esta contundente conclusión nos lleva a desestimar estas cualidades, contrarias y negativas, como realidades realmente existentes. Este aparente callejón sin salida nos obliga a considerar estas tres últimas realidades como apariencias sin consistencia verdadera. Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar hasta descubrir lo más hondo de todo ser, la unidad, la verdad y la bondad. Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad. Esa REALIDAD está en el origen de todo y está escondida en todo. En el momento que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una, verdadera y buena. Es decir, que la meta de todo ser se identificará con el origen de toda realidad. La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad, hacia la que tiende, es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir) dice también la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también Dios. Lo que queremos expresar en la celebración de una fiesta de la Asunción de María es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente también en el cuerpo, a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no han aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa. El dogma es un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total, es decir, que alcanzó su plenitud. Esa plenitud solo puede consistir en una identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Todas las apariencias han sido superadas. Esa meta es la misma para todos. En lenguaje bíblico “cielos” significa el ámbito de lo divino, por tanto María está ya en “los cielos”. Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados de la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. Concebir el más allá, como si fuera continuación del más acá, nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se encuentran muy a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos descartar es que sea prolongación de la vida del aquí. Por aquí andamos, María, otro 15 de agosto, tu fiesta; aunque este año tiene connotaciones especiales en forma de mascarilla, gel, distancia, precaución y el reconocimiento de nuestra fragilidad después de lo vivido en los últimos meses.
Tú te levantas de nuevo y te pones en camino deprisa. Dejas tu hogar, tu seguridad, te desinstalas… ¿Por qué? Subes la montaña para llegar al sitio que quieres. No pierdes el tiempo mirando el esfuerzo que pueda suponerte… ¿Por qué? Entras, saludas… se produce el encuentro y el reconocimiento. La Visita. Y a este lado, quedo pensando: “Ellas se miran y ellos se mueven”. Hay vida a raudales. Queda bien claro en las palabras de una y otra. Queda bien dicho en el Magníficat, como proyecto y programa de los sencillos, de los ninguneados, de los indefensos, de los que se saben cargando el peso de los abusos de los que no quieren que cambie nada. Te quedas tres meses en la casa. ¿Por qué? En esa casa se practica la hospitalidad, la acogida entrañable y el cuidado. Eres huésped y al mismo tiempo hospedas en tu interior un Misterio. Me amplía la visión el hno. Christophe, monje de Tibhirine (*): “En el episodio de la Visitación, María no sólo reconoce a Isabel sino que es reconocida por ella. Un doble reconocimiento, que los pintores han sabido expresar maravillosamente presentando a las dos mujeres poniéndose su mano sobre el vientre la una a la otra… El RECONOCIMIENTO… ¿No será acaso el secreto de toda esta alegría y de toda esta luz que dimana de esta Visitación? Reconocimiento que consiste en el hecho de tocar, constatar… pero reconocimiento es también la gratitud, la acción de gracias, este agradecimiento que nos invade ante el Don de Dios… ¡Magníficat! ¡Magníficat! (Lc 1,46). Y hay otra cosa: en el “reconocimiento” está el “nacimiento”, y vivir el reconocimiento es entonces nacer a una nueva relación al otro por una comunión profunda”. Desde el silencio surge una pregunta: ¿Qué nos aconsejas, María, en este tiempo de incertidumbre mundial? Vuelvo al silencio. Sólo desde ahí se puede escuchar si hay respuesta. La hay. ¡Cuidaos!… cuidaos unos a otros. Ayudaros a levantar, a poneros en marcha. Entrad en relación, reconoceros unidos y juntos en la vida. ¡Cuidaos!… no os lo van a dar hecho. El camino que habréis de recorrer exige otra forma de vivir. Cuando el cuidado, la hospitalidad y la acogida superen al individualismo, el poder del dinero y el miedo a quienes no entiendan, empezareis a sentir que algo nuevo está surgiendo. ¡Cuidaos!... Gracias, María, teóloga del cuidado, la hospitalidad, la acogida… de la palabra justa y de la infinita escucha. La ONU consagra el 21 de enero como "Día Mundial de las Religiones". Desde que esta conmemoración comenzó hace más de 50 años, esta fecha se ha vuelto cada vez más importante en un mundo que se ha distinguido por la diversidad cultural y religiosa. En toda América Latina y Caribe, las religiones afro descendientes y tradiciones espirituales indias siempre han existido, pero históricamente han sido marginadas y hostiles por el Imperio y por su religión oficial, la Iglesia Católica. En el contexto actual, las constituciones garantizan libertad de culto y el derecho de todas las personas a ejercer libremente su religión. Sin embargo, siguen ocurriendo acá y allí, discriminaciones, prejuicios y mismo ataques violentos a comunidades originarias y a sus cultos. En Brasil, casi cada día, un templo de religión tradicional es atacado. Lo más escandaloso es que eso no es hecho por ateos o enemigos de la fe y si por cristianos que afirman proceder así en nombre de Dios. Por eso, el gobierno federal hizo de esta fecha “el día de combate à la intolerancia religiosa”.
Hoy, cuando gobiernos parecen más omisos, se hace más importante que la sociedad civil y los mismos grupos religiosos asuman la misión del diálogo y del combate à la intolerancia cultural y religiosa. De hecho, todas las religiones predican amor, compasión y misericordia. Sin embargo, cuando sus líderes y sus fieles se vuelven autoritários y dogmáticos, se convierten en instrumentos de fanatismo y canales de intolerancia. Desafortunadamente, a lo largo de la historia, el Cristianismo ha sido la religión que ha utilizado la violencia y la intolerancia con mayor frecuencia contra infieles y herejes. Eso está en completa contradicción con el evangelio y el espíritu de Jesús de Nazaret. Es urgente cambiar eso. Hoy, la diversidad cultural y religiosa no es solo un hecho que se impone à la humanidad. Es principalmente una gracia divina y una bendición para las tradiciones religiosas. Para que el diálogo entre religiones sea profundo, cada grupo debe reconocer lo que Dios les revela, no solo desde su propia tradición, sino también desde el camino religioso del otro. En la época nazi, desde una prisión alemana, escribió el pastor Dietrich Bonhoeffer, teólogo luterano: “Dios está en mí, pero para el otro. En mí su presencia es débil para mí mismo y fuerte para el otro. En el otro, su presencia es fuerte para mí. Así, Dios es amor y se encuentra cuando nos encontramos con lo diverso". No es fácil encontrar matrimonios de menos de 50 entusiasmados por seguir a Jesús en pareja, y desde un carisma que les da cancha, fortaleza, asertividad, apoyo.
Cuando Kika se puso en contacto con nosotras “supimos” que algo se estaba iniciando en España, en un momento no fácil para los creyentes. Nosotras, como hemos compartido en otras ocasiones, descubrimos SFCC online. Fue un momento de revivir un pequeño Pentecostés cuando poco a poco se nos abrían puertas y se nos caían de golpe, condicionamientos canónicos. Una comunidad ecuménica fundada por una mujer religiosa oyente en las sesiones del Concilio. Las primeras fueron mujeres, algunas todavía viven, que supieron transmitir en sus textos, una libertad total para que la persona siguiera el Evangelio con madurez y sin seguir a grandes fundadores. Sólo estos últimos meses hemos visto caerse a fundadores de comunidades punteras postconciliares: en todas, un mismo veneno, el abuso. Qué gran libertad la del Espíritu que abre caminos y empuja desde atrás para que el camino sea menos difícil, para que cada persona como individuo y en comunidad, crezca y colabore desde sus dones y carismas propios en la construcción del Reino. Aquí os dejo con Kika y Juanjo. Un matrimonio y dos testimonios. Les agradecemos profundamente su experiencia y su presencia en SFCC. Mi camino en SFCC Como dice el salmista “Los caminos de Dios son inescrutables”. Y esos caminos pueden ser la lectura de un artículo en una web. Es lo que me ocurrió el pasado mes de septiembre. El artículo se titulaba “Del silencio habitado… a los caminos”, en él, Magdalena explicaba quién era Lillana Kopp y el movimiento SFCC (Sisters For Christian Community- Hermanas Para la Comunidad Cristiana) por ella fundado. Me caló hondo e hice algo inusual: me puse en contacto con Carmen y Magda para expresarles mi sintonía y… ese fue el primer paso de un camino inescrutable… pero que no recorro sola, me acompañan mi marido y un maravilloso grupo de Inquirers (personas que hacen el proceso de conocer la comunidad), siempre bajo la atenta mirada de nuestras hermanas Magdalena y Carmen. El carisma, el perfil SFCC, me resultaba muy atractivo. Me sentía reconocida en esas mujeres valientes, rompedoras, inquietas, empoderadas por la Ruah, místicas, activas, actuales, abiertas, ecuménicas… Pero lo que más me llamó la atención de SFCC fue que está abierto a matrimonios. No es un movimiento exclusivamente para religiosos/as. Esto era toda una novedad. Me sentía invitada, podía tener mi lugar, “a pesar de” mi condición de casada, podía profesar los votos de Escucha, Amor incondicional y Servicio, adaptados a mi estado. SFCC es toda una revolución, que nuestro mundo actual necesita urgentemente. Pone fin a un proceso personal y en pareja, de quejas, malestar, decepciones, sumisiones a unas estructuras eclesiales patriarcales e inmovilistas. Es tiempo de la Ruah, de la frescura, de la simplicidad, de abrir surcos paralelos, crear islas verdes, refugios seguros… ¿Cómo se hace esto? ¿Cómo vivo mi estado de casada, dentro de SFCC? Da vértigo pensar que los miembros de SFCC no tienen la seguridad de unas “normas o estatutos” que dicen a cada uno lo que tiene que hacer… o que SFCC no es como otras comunidades o grupos dónde una se siente calentita participando en las múltiples actividades, celebraciones, reuniones que se le ofrecen. No. SFCC son odres nuevos, para un vino nuevo. En SFCC tengo que vivir empoderada. En total apertura a la Ruah que es la que me susurra, empuja… para que sea fiel al carisma de SFCC, y viva la escucha, el amor y el servicio en mi familia (hijos, pareja, sobrinos, hermanos..) y en los círculos en los que me muevo. Pero también siento que debo traspasar estos círculos cercanos de familia y amigos y dar a conocer la misión de SFCC “Que todos sean uno” a todo el mundo. Kika Bonet MI EXPERIENCIA DE PAREJA EN SFCC Cuando yo comencé mi camino de pareja con Kika, supe que teníamos un proyecto de vida en común cuyo fundamento era la fe, el deseo de crecer y volar juntos espiritualmente. Considero que somos una pareja inquieta, buscadora, inconformista con deseos de realización plena, y por ello nos hemos aventurado a salir de nuestra zona de confort, a vivir en el constante cambio, a dejarnos llevar por el Espíritu (Ruah). Después de casi 22 años de matrimonio, y tras algunos años de “diáspora” con nuestra iglesia institucional, de repente, como un regalo de Dios, aparece en nuestras vidas el carisma de SFCC. La pregunta sería, ¿qué aporta SFCC a mi vida de pareja?, o bien ¿cómo vivo mi vida de pareja dentro de este nuevo carisma? Para responder a estas preguntas preciso una vez más tratar de que la mente y el corazón estén alineados y que vibren al unísono. Como pareja, yo creo que hemos encontrado en SFCC un “suelo”, una base, una comunidad donde compartir nuestra fe, una fe libre, sin ataduras, sin cumplimientos. Se trata de un camino abierto que da respuesta a los signos de los tiempos tratando de ser fieles al susurro de la Ruah. Una comunidad que nos acoge y nos acompaña en nuestro estado de pareja animándonos a ser, a dar fruto, a volar. Y para ello, como estamos haciendo en esta primera etapa, es necesario identificar nuestros talentos, nuestro “humus”, quiénes somos, para desde ahí compartir el amor incondicional. Ese amor incondicional en nuestra vida de pareja es un camino constante de crecimiento plagado de momentos de crisis que al superarlos se han transformado en aprendizaje, sabiduría y amor. Los tres consejos de obediencia, castidad y pobreza que se nos proponen son un verdadero regalo ejercitarlos en la vida de pareja como escucha, amor incondicional y servicio. Para mí está suponiendo un cambio de paradigma también en mi relación, dado que todo ello lleva implícito el pasar de la sumisión al empoderamiento en pro de una mayor autenticidad y sustituyendo el servilismo por el servicio. Pero no puedo olvidar el que para mí quizá sea el consejo o valor más importante, que no es otro que el de la escucha. La escucha me exige en primer lugar, parar y escucharme. No se trata de decir lo que tú quieras, se trata de tenerme en cuenta y tener de este modo mi propio criterio. Sí, tengo que escuchar la voz de la Ruah en lo más profundo de mi ser para descubrir quién soy, mis talentos, mi misión. A partir de ahí seré capaz de compartir LO QUE SOY, porque de no ser así, seguiré atrapado en mis necesidades y apegos, otros planes o voces ajenas a lo que en realidad Dios espera de mí. Y esta estructura, con el paso del tiempo provoca cansancio y desgaste en el día a día. Por todo ello, puedo afirmar que cuando no me tengo en cuenta y no me escucho, la relación se resiente y no es auténtica. El amor incondicional exige un equilibrio entre el dar y el recibir y por supuesto experimentar personalmente ese amor previamente en uno mismo. Proyectamos lo que somos y vivimos en nuestro interior. Está claro que tengo que abrazar a mi mujer con sus valores y defectos, pero eso no será posible si yo primero no me acepto y abrazo a mí mismo. Solo así, seré capaz de compartir y amar incondicionalmente. Por supuesto, el amor incondicional conlleva acompañarse mutuamente en un camino de crecimiento mutuo donde afloran miedos, bloqueos, limitaciones y también talentos, virtudes y potencialidades. Otro de los aspectos que quiero destacar de este carisma de SFCC es el respeto que hemos experimentado. Y debo confesar que cuando hay respeto uno se siente mucho más libre, libre para pensar, sentir, expresar y compartir este camino en pareja porque no hay imposiciones ni normas que cumplir. Veo profética y fundamental esa propuesta constante a escuchar y dejarse llevar por la Ruah, por el Espíritu que “todo lo hace nuevo”. Y aunque parezca un tanto caótico este planteamiento, en el fondo es el más evangélico. En el fondo, se trata de confiar, confiar en Dios, un Dios Amor que todo lo hace bueno y especialmente a la criatura que ha creado a su imagen, la persona humana. También desde aquí entiendo yo la relación con mi mujer, se trata de un acto de confianza, de una atención constante, diaria, que como los buenos guisos exigen mucho arte, cariño, paciencia, pero sobretodo mucho amor. Finalmente, quiero concluir esta reflexión haciendo alusión al fin de nuestra comunidad que no es otro que buscar la unidad: “Que todos sean uno como tú y yo somos uno” (Jn.17,21). Este es uno de los mayores deseos de los matrimonios cristianos, pero tanto Kika como yo creemos que esa unidad nunca se alcanzará si no se vive primero en uno mismo. Nosotros solemos decir que somos naranjas enteras y no medias naranjas que necesitamos complementarnos. Creemos que para cada uno Dios tiene pensado un proyecto de vida, una misión y lo ideal es compartir juntos ese camino de realización personal y desde ahí realizar juntos ese proyecto de unidad, donde ambos nos sumamos y logramos ser nuestra mejor versión. Juanjo Silvestre |
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