Seguimos en el c. 6 del evangelio de Jn. Aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable que los judíos estén de acuerdo. El mensaje sigue siendo el mismo, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido de los rabinos y lo que Jesús les quiere trasmitir. Recordemos que el balance final no puede ser más desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Lo criticaban porque había dicho: yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio.Siguen las alusiones al AT. “Criticaban” es el mismo verbo que los LXX utilizan para hablar de las murmuraciones en el desierto. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por no darles de comer como comían en Egipto. Jesús les recuerda que, el pueblo estuvo en contra de él en los momentos difíciles. Aquellos no confiaron en Moisés y estos no confían en él. ¿No es este el hijo de José? En los sinópticos, hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. Uno de los mayores obstáculos para acercarse al verdadero Jesús, es conocerlo demasiado. Para la mentalidad de la época, que no superaba la idea de un dios antropomórfico, su lógica es aplastante. Si es hijo de José y de María, no puede ser hijo de Dios. Hoy podemos comprender el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios y la de José, son realidades de naturaleza distinta. Los cristianos hemos caído en la trampa pero desde el lado contrario: Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios... Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Los cauces de conocimiento humano no pueden llevar al conocimiento de Jesús, Las verdaderas pautas de conocimiento las da Dios. La última realidad no se puede expresar con palabras, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Para llegar a la Verdad, tenemos que ir más allá de las dos afirmaciones. Hoy podemos entender mejor este mensaje pues sabemos que un ser vivo tiene que proceder de otro ser vivo. En la Vida trascendente pasa lo mismo. Solo la Vida divina puede producir Vida definitiva. Por desgracia nuestro dios es un ídolo que no puede llevarnos a la Vida. Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección, no sirve para descubrir el sentido. Es una manera de decir que está tratando de una Vida, a la que no afecta la muerte. “Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos”. La Vida definitiva tiene que tener un alimento también trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy. Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor, por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre, es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él, es servilismo de toma y daca. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. Una nueva referencia al maná para dejar bien clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús, como pan de Vida, alimenta el espíritu con una Vida a la que no afecta la muerte. Esa es la diferencia. La expresión "pan de Vida" no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de la doctrina de Juan. La VIDA, con mayúsculas, es el tema fundamental de todo el evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”.No se trata de vida material ni algo parecido pero espiritual. Se trata de LA VIDA que es el mismo Dios comunicándose en cada uno de nosotros para hacernos vivir. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre. Jesús es el alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y lo tiene que seguir siendo para todo cristiano. Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. Jesús no se pone nunca como centro de su mensaje. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Es verdad que, con el tiempo, los cristianos terminaron predicando a Cristo, pero era solo una manera de comunicar su mensaje. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica, al Cristo predicado. En el evangelio de Jn se ha dado ya claramente este paso. Si no lo entendemos bien podemos tergiversar el evangelio. El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. No pueden comprender que su Dios se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne” para los judíos, era el mismo ser humano pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus “males”: dolor, enfermedad, muerte... Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario de cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne. No puede haber don del Espíritu donde no hay carne. El significado de esta afirmación hay que completarlo con lo que dirá un poco más adelante: “El espíritu es el que da Vida, la carne no vale para nada”. La grandeza de la carne consiste en que está informada y trasformada por el Espíritu, sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar a Dios en la realidad concreta y en el Hombre. Esa transformación es la que está manifestando el evangelio de Juan desde el principio. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime; depende de cada uno. Nuestro gran error consiste en seguir pensando que, para acercarse a Dios, hay que alejarse de la carne Lo que no aguantaron aquellos judíos, seguimos sin aceptarlo nosotros. Un Dios involucrado en la carne, sigue siendo inaceptable. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús. La carne sigue siendo para nosotros perversa. La Escritura dice que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne (Jesús) se hizo Dios. El Dios identificado con la carne (con toda carne) no interesa a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de “a pie”, porque nos impide la relación intimista que no pasa por el encuentro con los demás. Hemos convertido la misma eucaristía en cosa sagrada en sí, olvidándonos de que es, sobre todo, sacramento (signo) del amor y de la entrega a los otros. El fin de la eucaristía no es tanto el consagrar un trozo de pan y un poco de vino, cuanto hacer sagrado (consagrar) a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de nuestro servicio y adoración. Cada vez que nos arrodillamos ante Dios, estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Nos empeñamos en que, en la eucaristía, el pan se convierte en Jesús, pero la enseñanza del evangelio es lo contrario: Jesús se convierte en pan. Al celebrar la eucaristía, no tengo que convertirme yo en Jesús, sino convertirme yo en pan, como él, para que todos me coman. ¡Piénsalo bien antes de escandalizarte! Meditación-contemplación “El que coma de este pan vivirá para siempre”. Entender esta promesa como prolongación de la vida biológica, es desfigurar el mensaje de Jesús para acomodarlo a nuestros anhelos más terrenos. ………………… La vida biológica no tiene más remedio que acabar. Si hago mía la misma Vida de Jesús, ya estoy en la eternidad, en esa Vida, Porque he entrado a formar parte de la Vida de Dios. ………………… Mi individualidad, mi falso yo, me arrastra al error. Si tomo conciencia de lo que soy de verdad, descubriré que cuanto antes me despegue de mi yo, antes alcanzaré la plenitud de ser en una Vida definitiva.
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El tema me resulta muy sugerente. Es el papa Francisco quien, en su importante encíclica «Laudato sí» (n. 236), alude a esta dimensión de la eucaristía. Porque en el pan y el vino de la eucaristía se concentra toda la esencia de la creación, la exuberante riqueza de sus recursos, la fecundidad inagotable de la tierra, la belleza deslumbrante de sus fuentes, de sus mares y ríos, de sus bosques, de sus montañas.
Algo de esto intuía ya, en la segunda mitad del siglo II, Ireneo, el santo obispo de Lyon. Al referirse al pan y al vino de la eucaristía los reconoce como algo nuestro, algo que nos pertenece, algo carnal y terreno, porque son algo creado, algo terrenal. De ahí arranca la fuerza renovadora del misterio eucarístico, como evoca Ireneo: de las viñas, fecundas y verdes, que dan color a nuestros campos; de las cepas, vigorosas y retorcidas, de las que cuelgan los racimos; de las uvas, cosechadas afanosamente y volcadas en el lagar para ser pisadas y exprimidas; de las espigas doradas, preñadas de trigo, dispuestas para la trilla y la cosecha; del trigo molido, convertido en harina, y de las uvas prensadas, convertidas en vino (Ireneo, Contra las herejías, IV, 18, 4). De este modo, «el pan, que es de la tierra, después de haber sido pronunciada la invocación de Dios (epiclesis), con la oración de bendición, deja de ser pan ordinario» y se convierte en algo celestial, divino. Es el gran misterio de la unión, del encuentro de lo terreno con lo celestial, de lo humano con lo divino (Ireneo, ib. IV, 8, 5). Esta línea de reflexión es recogida por el papa en su encíclica (n. 236): «En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. […] El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: ¡Sí, cósmico!. […] La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado». Y a continuación cita estas hermosas palabras de Benedicto XVI: «En el Pan eucarístico, la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». El texto es, sin duda, de una gran densidad teológica. Los dones eucarísticos, el pan y el vino, por su condición material y terrena y por su vinculación al trabajo del hombre, son parte de la creación, son algo nuestro, «un pedazo de materia» dice el papa; pertenecen a nuestra condición más propia e íntima. Esos dones no son algo que se nos haya dado «desde arriba», desde el cielo, desde fuera, sino que nos llega «desde dentro», desde nuestro mundo, desde nuestro cosmos. Todo esto apunta al convencimiento de que, en el insondable misterio eucarístico, los dones presentados son una representación del cosmos. Todo el universo cósmico es asumido y representado en la eucaristía. Por eso dice el papa Francisco: «La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado». De este modo la eucaristía acaba convirtiéndose en el centro del cosmos, en el «centro vital del universo». El pensamiento del papa se completa brillantemente con las palabras de Benedicto XVI. Esta presencia del universo cósmico en los dones eucarísticos va orientada hacia una sublimación trascendente, hacia una plenitud, hacia una «divinización», hacia las nupcias místicas del universo creado con el creador. Es precisamente la acción santificadora de Dios, al actuar sobre los dones del pan y del vino en la eucaristía, la que, a través de los dones eucarísticos, se derrama y actúa en la totalidad del cosmos. Porque, como apuntan los textos, en el pan y en el vino hay una «orientación», una intencionalidad objetiva, algo así como una querencia profunda, a proyectar toda su fuerza de transformación regeneradora y refrescante en todo el universo cósmico. Hasta que el cielo y la tierra se abracen y se confundan en un intenso misterio de comunión. En el cuarto evangelio, el conflicto de los “judíos” (fariseos) con Jesús se centra precisamente en lo que constituye el mensaje fundamental que pretende ofrecer el evangelista. Según este, Jesús es el “emisario celeste” enviado por el Padre como revelador de la verdad.
Los “judíos” –siempre según este evangelio- se oponen a esa pretensión: no ha podido “bajar del cielo” alguien cuyos padres son conocidos. Ante eso, el redactor arguye algo que, para las primeras comunidades, debió constituir una evidencia: nadie puede creer en Jesús “si no lo trae el Padre”. Y, sin embargo, quien cree, accede a la “vida eterna”, no morirá jamás. El hecho de presentar a Jesús como “emisario celeste” –a no ser que esa afirmación se tome en un sentido simbólico o metafórico- parte del presupuesto erróneo que da por sentada la separación de lo real. Y eso explica también que aquella creencia se venga abajo progresivamente. ¿Cuál podría ser el sentido metafórico de la expresión: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”? Es sencillo: el término “cielo” evoca el Misterio último de lo real, la consciencia creativa y amorosa, el Vacío original del que hablan los místicos, la realidad inmanifestada; por su parte, cuando Jesús afirma “Yo soy” se refiere a su identidad profunda, aquella que compartimos todos y, en ese sentido, no diferente del propio “cielo”. Pues bien, esa Realidad es el único alimento que sacia plenamente el hambre y, al reconocernos uno con ella, descubrimos ser plenitud de vida, que no puede morir. Así planteado, desaparece cualquier dualismo –que llevaba a concebir lo real en dos planos separados, donde se apoyaba la creencia en un dios distante que tenía que “bajar del cielo”- y, por ello, todo vestigio de heteronomía. Todo es uno, y ese es el verdadero alimento. La Iglesia de Cádiz ha rectificado y permitirá que el creyente transexual Álex Salinas sea el padrino de su sobrino en el bautizo que, finalmente, sí se celebrará tras haberse resuelto la controversia. Es, ciertamente, una victoria del joven gaditano y de quienes lo han respaldado, pero la victoria no será redonda, irreversible y completa mientras la propia Iglesia no la sienta como propia.
Días atrás nos preguntábamos quién ganaría la batalla de San Fernando, si Álex o la Iglesia, si la libertad o la hipocresía, y nos temíamos, siempre tan listos, que si alguna vez Roma le daba la razón al joven transexual sería ya demasiado tarde porque para entonces el sobrino de Álex habría ido a la universidad, estaría en el paro y sería un redomado ateo que en las impías noches del verano gaditano de dentro de veinte años contaría a sus amigotes cómo el Vaticano no le había dejado otra opción que hacerse un ateazo para toda la vida y cómo el descreído cineasta Álex de la Iglesia había hecho una exitosa y desternillante película sobre su vida. Pues bien, no somos tan listos. Nada de eso ha ocurrido. El desenlace del conflicto da mucho más para una película de José Luis Garci que de Álex de la Iglesia. Puede que si las redes sociales no hubieran echado humo en solidaridad con Álex y, sobre todo, si en el solio de Roma no se sentara quien hoy se sienta, el Obispado de Cádiz no habría rectificado. Puede, desde luego. Pero no deberíamos poner ahí el énfasis. Deberíamos, queridos hermanos, gestionar con generosidad nuestra victoria, de manera que en vez de arrojarla a la cara de la Iglesia, hurgar en la herida de su rectificación o interpretar su derrota en clave de merecida humillación, que es lo que suelen hacer los partidos políticos cuando logran arrancar una rectificación al adversario que cometió un error, deberíamos mostrarnos astutamente deferentes alabándole al obispo de Cádiz su bello gesto, su buen juicio y su sincera humildad para enmendarse, pues al fin y al cabo todos –y aquí entran los obispos, como entran los ministros o los directores generales– somos humanos y todos cometemos errores: de ahí que debamos mostrarnos indulgentes cuando una oveja descarriada regresa sobre sus pasos, vuelve al rebaño y alegremente se encamina con suave trote hacia la empinada senda de la virtud que nunca debió abandonar. Por desgracia, tras conocerse la enmienda eclesiástica las redes sociales, siempre tan vengativas, han tendido más bien ensañarse con el obispo de Cádiz, imitando así el más feo y revanchista estilo de los peores líderes políticos. Se equivocan completamente los internautas victoriosos. Hay que convertir esta victoria civil de San Fernando en una victoria también eclesiástica: hay que hacer como la madre amorosa que, tras lograr que el bandarra de su hijo adolescente empiece por fin a estudiar, no se le ocurre reprocharle su pasado ni restregarle la rectificación de su conducta, sino que, hábilmente, lo felicita una y otra vez por su sabia decisión y procura en lo posible hacer creer al chico que todo el mérito ha sido de él y de su asombrosa madurez para su edad, de la cual por cierto hablan tanto las vecinas deshaciéndose en elogios, nunca de los agrios reproches de ella ni de las torvas miradas de su padre. Que en España, a lo largo de estos últimos 35 años y hasta ahora la mentalidad de sus sucesivos dirigentes y buena parte de la sociedad están lejos de la predominante en los países europeos más desarrollados socialmente, no sólo lo confirman algunas tradiciones crueles con los animales de las que, por cierto, algunos se enorgullecen; también lo prueban las habituales bajas miras que hay en el razonar más usual.
Sobre todo desde que las humanidades, la filosofía y las bellas artes han declinado en los planes de educación, para seguir parecida dirección a la que hace mucho tomaron las universidades estadounidenses donde lo que importa son las aventuras gnoseológicas tecnológicas, científicas y pseudo científicas. No hay más que rastrear los temas que interesan a su cine cuya cuota de pantalla, por cierto, se impone descaradamente en todas partes. Pues bien, tanto aquella sociedad como la nuestra (naturalmente con todas las excepciones que se quieran apreciar) cada vez están más próximas a un conglomerado humano muy alejado de la sensibilidad y del humanismo que a mí personalmente tanto me preocupan… María Jesús Pérez Ortiz, en el diario La Opinión de La Coruña, dedica un magnífico artículo, “Eramismo y filantropía”, a recordarnos el papel que Erasmo de Roterdam representó para el pensamiento occidental. Erasmo causó un marcado impacto en figuras señeras del siglo XVI en toda Europa y en España (Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, Juan de Ávila…), y ese impacto volvió a “adquirir entidad propia en la época contemporánea en el pensamiento de Unamuno y Machado”. “Frente a Roma, Erasmo afirma la necesidad y la urgencia de una reforma de la Iglesia y de la religión, a la que hay que despojar de sus aspectos dogmáticos y formalistas: el exceso de especulaciones teológicas y una práctica rutinaria que está en el límite de la superstición. Erasmo defiende un retorno al Evangelio, a una religión espiritual y a un culto interior. Frente a Lutero, defiende el libre arbitrio”, dice la autora… Pero de poco ha servido aquella sólida influencia de Erasmo y luego la de los grandes espiritualistas españoles en España que le entendieron y le siguieron en cierto modo. Pues en España, esa idea cardinal, no sujeta a caducidad, la del cristianismo interior, a diferencia de lo que ocurrió en otras sociedades europeas no ha calado ni profundamente ni apenas superficialmente. A las pruebas me remito. En España está sofocada y relegada, si no menospreciada. Y esto, a estas altuas de la historia sitúa al católico español común y a sus chamanes, al nivel de otras religiones que o son supersticiones o son artificios religiosos encubridores de una ideología política y social. Basta echar un vistazo a la personalidad de ciertos gobernantes y jerifaltes sociales a los que se les ha visto públicamente dándose golpes de pecho, santiguándose una y otra vez, relacionando a Vírgenes con su propio papel institucional o jurando con afectación ante la Biblia o con alarde ante un crucifijo; y luego lo que dicen, el modo de decirlo y sobre todo lo que hacen… Es decir, un modo tan peculiar de entender y practicar el cristianismo que es cualquier cosa menos “cristianismo interior”; cristianismo éste que, por otra parte, enlaza con el del papa Bergoglio en estos tiempos de crisis en todo el mundo, aunque no para todo el mundo… ¿Qué reformas debieran ahora impulsarse bajo la inspiración del Papa Francisco?Repaso y sugiero algunas de mayor calado. - Retomar y aplicar el Concilio Vaticano II: el retorno a las fuentes, la eclesiología de comunión, mayor énfasis en el protagonismo de los laicos, que la mujer pueda intervenir a la hora de tomar decisiones en la Iglesia.
- Recuperar la preocupación de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II de dialogar con el mundo, “coger al mundo en su carrera”. Y en este diálogo con el mundo, hacer un discernimiento sobre los nuevos signos de los tiempos: la descentralización del poder, el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la escasez de vocaciones sacerdotales, religiosas, de compromiso laical, servicio de la comunidad cristiana en el mundo moderno, ¿y de la parroquia, qué? - Desde el Concilio Vaticano II tenemos pendiente responder a esta pregunta: ¿Iglesia, qué dices de Dios? La cuestión de Dios tiene que pasar a primer plano. Y la respuesta tiene que ser colegial desde toda la geografía eclesial. - La Iglesia debe, en opinión de muchos, hacer una hermenéutica integral del kerigma cristiano, desde el logos de la modernidad. - Desde el SUR estimo que un capítulo fundamental de la agenda pastoral y social del nuevo sucesor de Pedro tiene que ser la JUSTICIA EN EL MUNDO y el PROBLEMA PLANETARIO DE LA POBREZA, IGNOMINIA DE LA HUMANIDAD. - Como pastor, al obispo de Roma le puede la “Salus animarum”, que empieza con la promoción integral, desde ahora y desde aquí, de TODO el hombre y de TODAS las mujeres y hombres y culmina en el cielo. - Como pastor bueno y samaritano se pregunta todas las noches: ¿Dónde van a dormir los pobres en esta excluyente civilización? Y no puede menos de reafirmar la opción preferencial por los pobres. - Será crítico con la economía globalizada del mercado, con la violación de los derechos humanos y defensor del 75% de empobrecidos y excluidos. Todo esto exige ser audaz y valiente como María de Nazaret en el Magníficat. - Debe pesar más su densidad de pastor que la burocracia de la Curia imponiendo un poder centralizador. Se espera que sea el obispo de Roma, en colegialidad con todos los obispos del mundo, que también son sucesores de los apóstoles. - Hoy, que se habla de la muerte de las utopías y el fin de la historia, es la gran oportunidad de presentar la oferta gratuita no impuesta de la utopía de Jesús, la mística del Evangelio, libro abierto a la vida, a la personalización y a la más exquisita humanización, alma de esta sociedad de tecnologías punta. No puede faltar en su agenda promover un ecumenismo real desde las bases eclesiales y en la cúspide, en donde se dé un real diálogo de escucha, compartir y decidir juntos. El diálogo con las grandes religiones pueden servir de antídoto a algunos fundamentalismos reinantes. Un papa libre, en fidelidad al Evangelio, en esta sociedad cambiante no puede acosar a los teólogos sino instaurar un diálogo y comunión dialéctica, entrañable, crítica y profética. Los jóvenes de hoy le piden que preste atención a los cambios radicales y permanentes de la sociedad para que no se desenganchen de la Iglesia. En el inicio de su itinerario apostólico tras las huellas de Pedro sería bueno recordar aquel axioma del gran teólogo y cardenal, Y. Congar: “La labor reformadora nace del amor a la Iglesia”. Mientras los sinópticos presentan el relato de la "multiplicación de los panes" como expresión de la compasión de Jesús, el autor del cuarto evangelio, sin negar esa dimensión, cambia la perspectiva: para él, es signo del propio Jesús como "verdadero pan de vida", que sacia el anhelo humano.
De ahí que reclame fe "en el que Dios ha enviado" y que culmine con una de las afirmaciones solemnes de este evangelio: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed". Es sabido que la consciencia mítica proyecta "fuera" lo que somos todos. Desde la dualidad característica de la mente, separa y fracciona lo real, a la vez que objetiva todo aquello que analiza. Para esa consciencia, somos seres separados y reducidos a la forma que la mente puede apreciar. Sin embargo, al no poder negar el anhelo de plenitud que experimentamos, lo que hizo la mente (religiosa) fue situarlo en el "exterior" y atribuirlo a un ente igualmente separado al que llamó "Dios". Siempre dentro de esa lectura, Jesús aparece como el enviado –y, a su vez, como Dios mismo, según la dogmática cristiana- que nos trae la plenitud anhelada (o salvación), en la medida en que creemos en él. Esta lectura constituye una interpretación o "mapa" que buscaba dar razón de nuestra verdad más profunda. Sin embargo, cuando percibimos los límites en los que se asentaba, nos resulta sencillo advertir el error al que conduce, si se la toma literalmente. De ahí que, apenas se modifica aquella perspectiva, el resultado es bien diferente. No existe nada separado de nada. Jesús, por tanto, es no-separado de nosotros. Lo que vemos en él, es lo que somos todos. Y lo que dice de sí mismo es lo que todo ser humano puede reconocer como su verdad más profunda. Somos plenitud, que jamás pasará hambre ni sed, aunque cuando nos reducimos a la "forma" que tenemos (yo), nos parece no ver otra cosa que carencia. Pero ese es solo un error de percepción, que nos lleva a reducirnos a lo que nuestra mente percibe. Con ello venimos a descubrir también que no hay nada "fuera" ni "separado" de lo Real. Eso era solo una ilusión mental, creada por el mecanismo de la proyección y formulada posteriormente como creencia. Lo que es, abraza todo y en todo se expresa. El propio Jesús es una "forma" más que nos ha ayudado a "ver" lo que somos todos. Seguimos en el c. 6 del evangelio de Jn, pero hemos pasado por alto el relato de la travesía del lago y la aparición de Jesús andando sobre el agua. La lectura de hoy afronta directamente la discusión con los judíos. En el v. 59, se dice expresamente que el encuentro tuvo lugar en la sinagoga de Cafarnaún. En todo caso, se plantea una discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va acentuando la distancia a medida que Jesús va aquilatando el discurso. El proceso será: Entusiasmo, duda, desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono.
El diálogo es un montaje que permite a Jn poner en boca de Jesús lo que aquella comunidad consideraba las claves del seguimiento. No contesta a la pregunta, ¿Cómo y cuándo has llegado aquí?, sino a las verdaderas intenciones de la gente, llevando el diálogo a su terreno. Lo que de verdad tiene importancia es el compromiso de entrega, al que quiere llevarlos. Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La “señal” había sido una invitación a compartir, Pero ellos se fijaron solo en la satisfacción de la propia necesidad. Han vaciado el “signo” de su contenido. Esa búsqueda de Jesús no es correcta, porque solo pretenden seguridades. Jesús va directamente al grano y desenmascara su intención. No le buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan porque les haya abierto las puertas de un futuro más humano. Esas palabras que Jn pone en boca de Jesús, critican la religión de todos los tiempos. Todas las religiones terminan manipulando a Dios para ponerlo a su servicio interesado. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. Esta propuesta de trabajar por la Vida, es el resume de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose llevar por lo sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo. Es un sendero de lucha, de superación, de purificación, de regeneración, de muerte y nuevo nacimiento (bautismo). Ese alimento que perdura lo da Dios gratuitamente, Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida humana. Sin alimento no se puede recorrer camino alguno. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida que es la que me salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo último de nuestro trabajo. Los judíos muestran un cierto interés por enterarse, pero como se demostrará más tarde, es puramente superficial. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas. No pueden imaginar que Dios pueda dar algo por nada. Éste es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de nosotros, parecería el verdadero camino para llegar, pero ese interés es sólo aparente, en los judíos y en nosotros. En realidad no nos interesa demasiado lo que Dios quiera o no quiera. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros esperamos de Dios. Para garantizar unas seguridades, nos hemos fabricado un Dios a nuestra medida... De todas formas Jesús le dice lo que Dios espera de ellos: que le presten su adhesión. La eterna discusión entre fe y obras queda superada de una manera drástica: confiar en Jesús es la obra primera y más importante que Dios espera de nosotros. Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales; vino a enseñarnos el camino de la Verdad y de la verdadera Vida. Lo que tengo que “hacer” en la práctica de cada día, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como una programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que lleguemos a nuestra plenitud, y el “mapa de ruta” para llegar, está en nuestro interior, no fuera. A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Mostramos nuestra ceguera cuando estamos preocupados por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamental: confiar. Creer no es aceptara una serie de verdades teóricas y quedar tan tranquilos. En la Biblia creer es tener confianza en... Esto es lo que pide Jesús a sus oyentes. Tergiversamos esa confianza cuando la convertimos en esperanza de que Dios cumpla nuestros deseos. Confiar es aceptara la voluntad de Dios, no venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro ser. La clave está en saber pasar de un pan a otro pan. ¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? ¿Qué obras haces? La exigencia de una señal para creer, es la mejor demostración de que no creen. Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios (por eso querían hacerle rey). El maná estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente. Está en cada uno y se manifiesta en lo cotidiano, como amor desinteresado, como preocupación por el otro. No os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos siempre pan de ese. Reacción aparentemente sincera, pero radicalmente equivocada. Le llaman Señor, creen de alguna manera en sus palabras. Esperan que satisfaga sus anhelos, pero no le dan su adhesión, solo buscan una salvación que les llegue de fuera sin que ellos tengan que hacer nada. Lo que intentan es aprovecharse de una persona, que se muestra liberadora y que ha dado muestras de su capacidad de salvar. Yo soy el pan de Vida. En todos los grandes discursos, que encontramos en este evangelio, se hace referencia a la Vida, con mayúscula. Se trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia que es lo único que nos llevará a descubrir de qué se está hablando. “Yo soy” en Jn es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús. Yo soy lo mismo que era Jesús. El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mi no pasará nunca sed. ¿Qué significa, “ir a él, creer en él?” Aquí radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo tengo yo. Lo que Jesús quiere decir es que los seres humanos descubrieran que se podía vivir desde una perspectiva diferente, que alcanzar la plenitud humana significaba el descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez descubierto ese don total (Vida), respondiéramos como respondió Jesús. Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica racional. Nos está diciendo, que el pan que da vida no es el pan que se recibe y se come, sino el pan que se da. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte, se convertirá en Vida. Jesús no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Buscando su perfección el hombre edifica su propio pedestal, para colocar allí su falso yo. Solo dándose, superará el individualismo egoísta y alcanzará unidad y plenitud. Meditación-contemplación “El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí nunca pasará sed”. Pasar hambre o tener sed es carencia de vida fisiológica. Pero es una gran metáfora aplicada a la Vida espiritual. La Vida espiritual también necesita de alimento. ……………… Juan presenta a Jesús como el alimento que da Vida. Para que alimente, hay que comerlo y beberlo, Pero sobre todo, tengo que asimilarlo, descubriendo dentro de mí, lo que le dio a él esa Vida. ………………… Esa Vida es la misma Vida de Dios que se nos ha comunicado. Como Jesús, tenemos que descubrirla Y dejar que nos atraviese desde lo hondo del ser. Esa Vida es un don, pero tenemos que aceptarlo personalmente. René Voillaume define la vida contemplativa como “un conocimiento experimental y sobrenatural de Dios, percibido por connaturalidad de amor; bajo el influjo de los dones del Espíritu Santo” (R. VOILLAUME, Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 178). Así, la contemplación sobrenatural, en sí misma, está fuera del alcance directo de la persona y responde a una gracia que sólo Dios puede otorgar. Pero existe, no obstante, todo un conjunto de actos que nos preparan y encaminan hacia ella, en cuanto que, normalmente, son necesarios para llegar a la contemplación, si bien la donación de esta gracia jamás estará exigida por la preparación, ella suele ser, sin embargo, su prolongación, y la continuación normal, aunque misteriosamente gratuita, de nuestro encaminamiento hacia Dios. Lo cierto es que, con frecuencia, muchas personas quedan privadas de la gracia de la contemplación, al carecer de la debida preparación para acoger este don.
La gracia de la contemplación presupone la disposición última de la persona a “abandonar todo aquello que no es Dios”. Lo cual supone un desasimiento profundo de todo lo creado y, particularmente, de sí mismo. No significa esto que tal muerte esté totalmente en nuestro poder, porque las mismas gracias de contemplación habrán de consumarla en nosotros, al hacer penetrar el fuego acrisolador del amor en aquellas profundidades del alma en las que nada podemos por nosotros mismos. Con todo, ese desasimiento radical, aun cuando no podamos realizarlo actualmente sino de un modo imperfecto, ha de ser, al menos, intencional mente querido y deseado, a la espera de que sea consumado por la acción de Dios en nuestras personas (Ibid., 180). Pero esta muerte por la que la persona va alcanzando la debida disposición, no ha de entenderse en un sentido sólo ni primariamente negativo. El movimiento de desprendimiento viene como fruto de nuestra adhesión a Dios por el amor. Esto implica que la contemplación cristiana es todo lo contrario de un asunto de técnica. La espiritualidad natural, como la de la India, por ejemplo, tiene técnicas bien determinadas. Y como bien dicen el matrimonio Maritain: Este aparato de técnicas es lo primero que impresiona a quien comienza a estudiar la mística comparada. Pues bien, una de las diferencias más obvias entre la mística cristiana y las otras místicas es su libertad en lo que respecta a la técnica y a todas las recetas y fórmulas (J. y R. MARITAIN, Liturgie et contemplation, Brujas 1959, 64-65). La meditación, la adoración, el retiro, el silencio son instrumentos al servicio del amor, y conservan toda su eficacia sólo en la medida en que conducen al desarrollo de la caridad. Pues es precisamente por relación a la caridad, por lo que pueden disponer a la contemplación. Esto explica que por falta de generosidad de la persona estas prácticas puedan ser ineficaces. Por esto, cuando falta la generosidad, las observancias, que debían favorecer el desapego del corazón para su dilatación en el amor, pueden pasar a ser refugio de una actitud mezquina para con Dios y para con el prójimo (R. VOILLAUME, Au cœur des masses, Cerf, París, 1950, 183-186). |
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