Da la desdichada y documentada impresión –que cada día se reafirma más- , que en los caminos de la “disciplina de la misericordia”, predicada y vivida por el Papa Francisco para la Iglesia, son muchos los asaltantes que se apuestan con armas de batracios, argumentos medievales y “presiones rigoristas” para hacerlo desistir del esquema de salvador con el que franciscanamente se comprometió desde el principio y que, pese a todo, pretende seguir encarnando, con el generoso reconocimiento además de propios y extraños. Arrecian y cobran fuerza las dificultades “oficiales”, tal y como era previsible, sólo con pensar y ponderar las seguridades tan copiosamente rentables de las que “por la gracia de Dios” eran titulares únicos y consagrados.
El panorama es ciertamente preocupante, por lo que toda reflexión sobre el tema resultará beneficiosa: . Por fin, en algunos sectores de la Iglesia, grupos de teólogos /as y de laicos iniciaron actividades intra y extra eclesiales, para sensibilizar al pueblo de Dios acerca de la aguijoneante, concluyente y perentoria necesidad de neutralizar campañas organizadas y dotadas de toda –casi toda- clase de medios, para encarrilar los “desmanes” pontificios, no escandalizar a la grey y evitarle sobresaltos que califican de “heterodoxos y herejes”, nocivos, por tanto, en esta vida y en la otra. Ya era hora de que los teólogos hubieran llegado a la conclusión de que en los últimos tiempos –los postconciliares al Vaticano II-, se frustraron esperanzas que legitiman la existencia de la Iglesia, cuya administración “oficialmente” seguía encomendada al gremio de “curiales”, sin más preocupación teológica y pastoral que la de no “escandalizar” al personal, cerrar los ojos, no traicionar “las sagradas promesas”, ser fiel al legado recibido, dejar las cosas tal y como están y “sea lo que Dios quiera”, con el subrayado del “Amén” y la amenaza de los anatemas. . Desde aquí, y con humildad, el ruego y la instancia a estos y a otros teólogos y laicos, de que insistan en la exposición de sus razonamientos serios, de que la Iglesia precisa de reformas profundas, homologables con las que fraguan el Papa Francisco y su equipo. Por supuesto que en los cálculos, tácticas y esquemas de actuación pastoral de estos teólogos, no habrán de ser únicamente válidos los procedimientos al uso, legitimados e indulgenciados por el voto o promesa de obediencia. Los tiempos, las necesidades y las terquedades y obstinamientos -algunos de ellos “en el nombre de Dios”-, son tan impenitentes y empecinados, que la duda acerca de la eficacia de las oraciones, por sí mismas, y de las declaraciones timoratas y piadosas, sería preferible confirmar con otro tipo de acciones, siempre en conformidad con la ley de Dios, con el buen sentido y el bien natural y espiritual de la comunidad. . De entre tantos sectores que se juzgan preteridos en la Iglesia, necesitados por tanto, de urgente reforma, destacan los relacionados con el trato y consideración de la que es objeto –más que sujeto-, la mujer por parte de la Iglesia “oficial”,empeñada en seguir manteniendo su imagen y figura como “pecado”, ajena a las responsabilidades que en plenitud debiera compartir con el hombre-varón dentro de la institución eclesiástica. La mujer “católica” está hoy tan discriminada como en los países, religiones e Iglesias más subdesarrollados. Clausuradas con el acorazonamiento de los cánones del Código de Derecho Canónico, por mujer -y más en el caso de las monjas y en el de algunos movimientos piadosos “modernos”-, religión y mujer son conceptos dignos de revisión y arrepentimiento, y con rápido y reparador “propósito de enmienda. . En este caso, y sin que sirva de precedente, me permito la licencia de sugerir el interrogante de qué acontecería si el “devoto sexo femenino”, por compromiso con la fe y la teología, tomara la decisión de “declararse en huelga de rodillas, de brazos caídos” y presencia en actos de culto y en las actividades de catequista y ético- morales y familiares, con las que ellas se identifican y contribuyen -¡en qué proporción¡- a hacer Iglesia a la Iglesia. . Y es que no es posible seguir esperando pasivamente ya más. El bien de la Iglesia lo reclama con gritos de dolor. Los espacios de redención y reforma que la definen, se acrecientan y se exponen a la vista de todos, mientras que las fuerzas desintegradoras, conservadoras y retrógradas de por sí, y al servicio de intereses naturales y “espirituales”, rezan el sempiterno rosario en las decenas piadosas de sus misterios, alentando la esperanza de que bien pronto al Papa Francisco habrá de substituirle otro, cuyo nombre coincida con el de los todopoderosos señores imperiales o feudales, con el simple añadido de una letra o de un número romano más.
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Hablemos sobre el papado romano. Esa institución eclesiástica muy original y singular que hace historia sobre todo con su actual representante el papa Francisco. Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano que desde el comienzo ha llamado la atención por su originalidad y estilo sencillo tan en discordancia con la tradición de los papas romanos de la historia. Ha hecho historia su intervención para que el gobierno norteamericano termine con las sanciones impuestas a Cuba y últimamente ha tenido una larga entrevista con nuestra presidenta Michel Bachelet. Queremos explorar la tarea que tiene delante de sí nuestro papa Francisco. Así comprenderemos mejor muchas de sus actuaciones, algunas tan criticadas por elementos oponentes.
Ya Juan Pablo II, un predecesor tan distinto del Papa Francisco, se preguntaba cuál sería el “munus Petri” (“la tarea del sucesor de Pedro”). Tal vez estaría pensando en predecesores suyos como los Gregorios o los papas de la Edad Media o Moderna. El Papa Francisco, sin duda se ha hecho esta pregunta pero, según parece desde muy diversos planteamientos. Encuentro enormemente significativo un gesto del Papa Francisco al comienzo mismo de su ministerio papal. Recién nombrado apareció en el balcón papal, quería dar la primera bendición a sus primeros súbditos, los fieles de Roma, porque al ser elegido Papa fue ante todo nombrado obispo de Roma. La plaza de San Pedro estaba llena de los fieles romanos que habían ido al llamado del humo blanco, anuncio de la elección papal y el papa Francisco en vez de darles la bendición, inclinó la cabeza y pidió al pueblo romano que el pueblo mismo lo bendijera. Ahí veo yo la expresión de toda una conciencia, de todo un programa, de toda una tarea que se imponía al haber sido elegido obispo de Roma. Francisco quiso que primero lo bendijera el pueblo. Hubiera querido tal vez que el pueblo le hubiera elegido “a mano alzada” como se hacía con los primeros papas y obispos. ¿Y por qué no se podría volver a lo mismo? La población de Roma era el “Pueblo de Dios”, era “la Iglesia”, lo normal es que la Iglesia escoja su Papa. El fue elegido por electores escogidos por antecesores suyos, papas igualmente. ¿Es eso normal?, podría haberse preguntado razonablemente el Papa Francisco. Linda tarea le espera, hacer que el pueblo romano y el pueblo de miles de diócesis sean realmente un pueblo de Dios consciente y responsable que pueda escoger en lo sucesivo a sus obispos y al mismo Papa. Nos preguntamos qué podrá hacer el Papa Francisco atrapado en una situación no creada por él sino impuesta desde hace siglos. Desde siglos que la Iglesia lleva esa estructura de una sociedad dividida entre jerarquía arriba y fieles sin voz ni voto. ¿Cómo poner al día “aggiornar” una Iglesia tan sólidamente estructurada con esquemas ya establecidos en prácticas seculares? El Papa había aceptado el desafío como la voluntad de Dios que lo embarcaba en una tarea casi imposible. Debía, como se ha dicho, saltar fuera de su propia sombra. Es decir como renegar de su ser para estructurarse nuevamente, lo que no hicieron los papas del concilio: Juan XXIII, Pablo VI y menos sus sucesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Esto sería su tarea en adelante. Nos preguntamos ahora cuáles podrán ser los colaboradores que puedan apoyar este camino del Papa Francisco. Los colaboradores espirituales tendrán como apoyo evidentemente el Espíritu Santo y el mismo evangelio de Jesús bajo la luz de un discernimiento espiritual. En Evangelii Gaudium encontramos líneas trazadas bajo estas directrices. Los colaboradores sociales serán ante todo los que se comprometen con la meta propuesta por el Concilio Vaticano II en la creación de un Pueblo de Dios, de una Iglesia Pueblo de Dios conforme a una Iglesia construida desde las bases de un pueblo creyente y que se verifica como pueblo a partir de su fe. Un pueblo consciente de su misión que es el Reino de Dios ya desde este mundo respondiendo a las demandas de una humanidad que quiere ser libre, equitativa y fraternal. Los pasos serán señalados y marcados por las realidades sociales que encontrará el Papa Francisco en su camino. Habrá limitaciones muchas veces para lo que él se proponga hacer. Las limitaciones serían fundamentalmente las de la estructura eclesial en la que se encuentra metido el mismo papa Francisco. Sencillamente el de ser Papa con obispos nombrados por él y un clero que lo separa en cierta manera del pueblo fiel que es la Iglesia en su conjunto. Creo que estamos empezando a ver cómo el Papa Francisco enfrenta estas coyunturas y las supera. Algunos ejemplos de pasos típicos dados por el Papa Francisco: La convocatoria de los “pueblos postergados” en Roma hace dos años, el llamado a que se organicen; las iniciativas respecto al Sínodo sobre la Familia con sus reuniones de octubre a octubre; las intervenciones a favor de los pueblos de Cuba y el palestino; sus intervenciones a favor de los emigrantes del Africa. Hemos de recordar que el Papa Francisco no es un avanzado ni menos un extremista, nunca lo ha sido. Recordemos que los cambios en la Iglesia han de ser procesos que toman tiempo. Advertimos que los mismos pasos que se han dado han sido cautelosos. Que el Sínodo de la familia ha tenido sus hándicaps y resistencias y que el mismo Francisco no ha sido insensible a ellas. A nosotros nos corresponde responder desde nuestra situación a los requerimientos del Espíritu y de la reforma del Concilio Vaticano II. Finalmente derivemos de todo lo dicho nuestras conclusiones. ¿Cuál es en la presente coyuntura nuestra tarea? Acompañar al Papa Francisco en su difícil tarea de renovar la Iglesia desde una jerarquía marcada por estructuras antiguas y rígidas del pasado, y de nuestra parte cooperar al cambio de la Iglesia desde la libertad de los hijos de Dios. Se está preparando para octubre el Sínodo de la Familia (2014-2015) y hay filas de espadas elevadas a lo alto, para defender y/o atacar. Algunos que se dicen fieles a la tradición pretenden (al parecer en contra del mismo Papa):
-- Condenar de hecho a los homosexuales, no dejando que vivan su mayoría de edad cristiana, cerrándoles la puerta al amor evangélico y a los ministerios reales de la iglesia (a no ser que se encierren en hondos armarios y lo nieguen); -- rebajar cristianamente a los divorciados sin más, diciendo ciertamente (con el Papa Francisco) que no están "excomulgados" al modo canónico antiguo, ya desfasado, pero negándoles de hecho la comunión real (en contra del parecer de Francisco), poniendo un tipo de ley impersonal por encima de su vida personal de creyentes (que parece no importar); -- mantener en su ostracismo a los que han decidido abandonar un tipo de ministerios por razones varias, entre ellas, al menos algunos, por haber contraído matrimonio, en aras de una ley eclesiástica que ponen por encima de la libertad de Cristo, ratificando así un clasismo antievangélico. Estos y otros problemas de familia (homosexualidad, divorcio, celibato ministerial...) han de ser objeto de estudio del Sínodo (si es que quiere tratar de verdad de la familia cristiana, en sus diversas dimensiones), no desde una ley superior a las personas, sino desde la experiencia radical de las personas, todas distintas, todas dignas, según el evangelio. Nos hallamos, sin duda, ante un riesgo de "enroque" , el riesgo de que se ratifique una iglesia mono-tona, que puede acabar quedándose por desgracia sin tono ni voz de evangelio, en un mundo deseoso y más sediento que nunca de evangelio. Estamos ante el riesgo de una ley por encima del evangelio (para lo que dicen algunos de esos que critican el camino de familia que quiere abrir el Para no hubiera sido necesario que viniera Jesús, bastaba un buen fariseísmo) En este contexto, en sintonía/sinfonía con la visión fundamental del Papa Francisco, me atrevo a repasar mi largo itinerario teológico, no para dar lecciones, sino para espigar y retomar algunas ideas que quizá permitan elevar el plano de la discusión y situar el tema en una línea de evangelio, una revolución evangélica de la familia: -- Es primer descubrimiento de la teología cristiana ha sido y sigue siendo la libertad,entendida en plano individual y social, como gracia y tarea; todo lo que no vaya en esa línea no es cristiano, por más "sinodal" que parezca. -- El segundo ha sido y sigue siendo la justicia, interpretada como misericordia creadora, en línea profética de Israel, en la línea mesiánica de Jesús, en forma de no violencia activa, pero muy activa, al servicio de los últimos de la tierra. -- El tercer descubrimiento ha sido la fraternidad universal, entendida en forma de solidaridad, es decir, de vinculación entre todos los seres humanos. En esa línea hay que añadir que todo lo que "excomulgue" y expulse no es cristiano; puede haber hombres o mujeres que se "excomulgan" a sí mismos, pero siempre ha de ser "en contra del deseo y tarea de la Iglesia", que seguirá ofreciendo espacios de comunión, dentro y fuera de su "mediterráneo". Éstos son los ideales de una teología que algunos venimos cultivando hace decenios, recreando desde el evangelio los principios que la Revolución Francesa quiso elevar de un modo racional, como principio de convivencia humana. La segunda imagen pone de relieve los riesgos a los que han podido llevar esos principios. No se trata aquí de condenar los ideales de la modernidad racional, sino de volver a volver a situarlos (e implantarlos) en el humus de una revolución originaria de la vida humana, a la luz del evangelio, destacando la justicia, para que pueda haber verdadera igualdad (que no aparece en este esquema, sino que ha de "buscarse"). Éstos son, a mi entender, los principios de la nueva Revolución de la Familia humana en la que todos estamos implicados, de la que muchos venimos pensando hace tiempo. Imagen 1: Caminamos juntos, con el sol que nos alumbra, desde las espaldas, porque alguien/algo no impulsa y anima por delante. Imagen 2: Que la "fácil" interrogación sobre los lemas de la Revolución Francesa (qué libertad, para quién la igualdad, cuándo la fraternidad) nos lleve a plantear mejor los temas de fondo de la familia humana. Buen domingo a todos. 1. En el principio está la Libertad, entendida gracia y tarea, en plano individual y social. En la formulación de este principio ha influido mi contexto personal y la tradición mercedaria de liberación de los cautivos, de la que he vivido y vivo a lo largo de los años. Ciertamente, me ilusiona el pensamiento bien articulado, me producen nostalgia las bellas ceremonias litúrgicas, me impresionan las tradiciones sacrales, cristianas o no... Pero, en el fondo, sólo tengo un interés teológico: que se exprese el gozo de Dios (=de la Vida) como gracia, y que hombres y mujeres puedan vivir en libertad y comunión, empezando por los pobres. Sobre esa experiencia de gracia y libertad, desde el Dios que nos ha creado en Jesús, como responsables de nosotros mismos, he querido pensar desde la fe la vida humana. Me interesa el pan, la casa y la palabra (como reza el título de uno de mis libros, dedicado al Evangelio de Marcos); los asuntos de administración son importantes (hay que organizar la vida común), pero en sí mismos siguen siendo secundarios; para nada sirven si no hay vida para administrar. Ciertamente, como teólogo cristiano acepto los siglos de vida y tradición de la iglesia, pero quiero reinterpretarlos desde esos temas del evangelio de Marcos: que todos (cristianos o no) puedan habitar en una casa, compartiendo el pan de la comida y la palabra, abriendo un futuro de esperanza (resurrección) para las nuevas generaciones. Para la libertad nos ha liberado Jesús por su gracia, como ha formulado Pablo en la carta a los de Galacia. Testigos de esa gracia hemos de ser, no sólo en plano externo, de transformación social, sino también interno, de experiencia orante, sin dictaduras morales, sin imposiciones de sistema, en libertad advida. Desde hace más de treinta años he tenido el convencimiento de que cierta iglesia sigue demasiado pegada a tradiciones legales, ajenas al evangelio: vive hipotecada por una tipo de jerarquización masculina de los ministerios que discrimina a varones como tales y, sobre todo, a las mujeres (sin acceso a esos ministerios), bajo un secretismo administrativo y un tipo de supremacía clerical, que desemboca en un moralismo sin verdadera moral, a una cura (o des-cura) de almas sin alma. Muchos me dicen que, por mandato de Jesús, los «responsables de la institución eclesiástica» deben mantenerse sobre los otros fieles, para ayudarles desde su altura, inmune de errores y faltas. Otros añaden que hace falta un "derecho supra-moral", para que las "almas" no se tuerzan, como estamos viendo en la preparación de este final de Sínodo 2015. A pesar de ello, sigo pensando que sólo la libertad libera y que sólo la igualdad iguala y que los pobres son la única jerarquía de la iglesia y el amor misericordioso y creador el único "mandamiento" moral. 2. Mi segundo principio ha querido ser la justicia, interpretada como gratuidad y «no violencia», desde la perspectiva de la tsedaqá bíblica, vinculada con la dikaiosyne o derecho universal que se extiende a todos los seres humanos, como vivientes racionales a hijos de Dios. No he pertenecido directamente a la teología de la liberación, pero pienso que ella ha ejercido, y debe ejercer, una influencia saludable en el conjunto de la iglesia. En nombre del Dios cristiano habíamos sacralizado o, al menos, avalado ciertas instituciones de poder, alimentando así las injusticias económicas y sociales del sistema. Es más, muchos cristianos estaban (y están) convencidos de que el poder en sí es sagrado, de manera que la jerarquía en cuanto tal es signo de Dios. Pues bien, en contra de eso pienso, que la justicia de Dios no es poder universal, sino amor abierto y liberador, desde los expulsados del conjunto social, de manera que la misma palabra jerarquía (=poder sagrado) puede acabar siendo contraria al evangelio (Mc 10, 35-45 par), pues la buena nueva sólo se puede anunciar y vivir donde el hombre asume su pobreza y acompaña a los los demás, especialmente a los pobres y expulsados del sistema, en línea de comunión fraterna (cf. Lc 6, 20 par; 4, 18; Mt 11, 5). La misma libertad creadora de Dios, que es amor a los pobres, se vuelve principio de justicia, pues el evangelio llama "justos" precisamente a los que acogen a los exilados y visitan a los encarcelados, es decir, a los que ponen su vida al servicio de los excluidos del sistema (cf. Mt 25, 31-46). -- Más que la posible desacralización de occidente en los últimos siglos o decenios, me importa el hecho de que sigan existiendo (y creciendo) los hambrientos en el mundo. -- Más que la caída de las prácticas sacrales antiguas, que han decrecido mucho en los países más industrializados, me preocupa el hecho de que Cristo pueda decir «estuve exilado y no me acogisteis, en la cárcel y no me visitasteis». No me importa el triunfo externo de la iglesia, sino el proyecto de Jesús, en favor del reino y su justicia (cf. Mt 6, 33). Al servicio de esa justicia de Dios, que es libertad para los oprimidos, pan para los pobres y acogida universal, he querido elaborar mi pensamiento. Por eso, más que la universidad y el orden sacral interno de la iglesia me ha importado siempre la vida concreta de los hombres y mujeres y así, al menos de deseo, me ha gustado encontrarme con los marginados, allí donde Jesús quiso que estuvieran los que anuncian su banquete (cf. Lc 14, 15-24 par), junto a los pobres, enfermos e incapacitados (cf. Mt 11, 2-5). 3. El tercer principio (en otro orden el primero) es la misericordia fraterna, creadora de fraternidad. En nuestra cultura occidental, la misericordia tiende a entenderse como una actitud de compasión intimista, que se duele del mal de los otros, pero sin cambiar por ello el orden y sentido de las cosas. En esa línea se dice que Jesús ha sido "misericordioso", en la línea de la palabra griega "splagnisthein", que significa sentir con la entrañas (con hesed, en hebreo) el mal de los demás. En este sentido, la misericordia se identifica con la compasión, apareciendo así como un "dolor interno" por el dolor de los demás, pero sin comprometerse a transformar las condiciones y las circunstancias que lo han suscitado. Pues bien, el evangelio sabe y dice que esa "misericordia entrañable" (de la entrañas) sólo tiene es verdadera y alcanza su sentido cuando se convierte en principio de "justicia", conforme a la palabra griega "eleemosyne" (eleein) que se identifica en el fondo con la tsedaqa, es decir, con la justicia. Por eso, los verdaderos misericordiosos de la bienaventuranza de Jesús (Mt 5) no son simplemente y sin más los compasivos de puro corazón, sino los liberadores de palabra y obra, los que se comprometen a crear un mundo "fraterno", donde todos los hombres y mujeres, por el hecho de serlo (y en especial los más necesitados) son "hermanos nuestros" (siendo hermanos del Cristo, sus representantes en la tierra: Mt 25, 31-46). Reflexión final ¿No he puesto igualdad? Verá el lector que no he puesto en esta triada, de fondo fondo bíblico y de reminiscencias de revolución francesa, la palabra igualdad, no porque quiera ir en contra de ella, sino todo lo contrario: Porque quiero descubrirla y potenciar en su raíz, no como nivelación universal, sino como potenciación de cada uno, para que todos podamos vivir en libertad, en justicia, en fraternidad. No quiero una igualdad impuesta, ni en las religiones ni en las culturas, ni en las naciones ni en la economía... Quiero libertad y justicia, quiero fraternidad, de manera que cada uno (hombre y/o mujer) pueda ser aquello que decida por sí mismo, en comunión fraterna con otros que piensan de manera diferente, en libertad radical, en justicia, sin imponerse a los demás (ni querer que todos sean a su imagen y semejanza), con medios suficientes para formarse y vivir (convivir) como persona. En el fondo, esa igualdad que busco es la libertad, vinculada a la justicia y a la fraternidad, en un mundo y una historia en que es hermoso que todos sean (y sean distintos), pero en comunión. Ciertamente, el Dios bíblico es "uno", pero es uno en comunión trinitaria, donde las mismas personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) son distintas, pero teniendo cada una la misma esencia que la otra. Sobre esto volveremos otro día. Hoy bastan las reflexiones anteriores, desde el esquema de la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), pero poniendo la justicia en lugar de la igualdad, no para negarla (negar la igualdad), sino para potenciarla. El evangelio del hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno el camino de su ego.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo y lo que nosotros llamamos cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no la carne física en su materialidad. Para un judío, la idea de comer (el texto griego dice masticar) la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro. Os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús, en vez de intentar suavizar su propuesta, la hace aún más dura; porque si era ya inaceptable el comer la carne, fijaros qué tendría que suponer para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable para seguirle que coman su carne y beban su sangre. Jn insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía, hacer suya su misma vida. Debemos tener muy en cuenta que en este capítulo se habla de sarx “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Para nosotros los dos términos son intercambiables, pero para la antropología judía del tiempo de Jesús, eran aspectos muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, lo que le pega a la tierra, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo, por el contrario, significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones con los demás; sería el sujeto de acción de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás seres humanos. La cultura griega introdujo un concepto que no existía en la mentalidad judía. Al entender “cuerpo” como la parte física hemos traicionado el sentido y hemos tergiversado la comprensión del sacramento de la eucaristía. Para ser fieles al relato evangélico, tendríamos que traducir: “esto es mi persona, esto soy yo”. Sin olvidar, que lo esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de hacer eso, Jesús queda identificado con ese pan, que se parte y se reparte. Lo que dijo, solo trata de explicar lo que acaba de hacer. Al hablar de “carne”, Jn está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte más terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. Tenemos que imitar lo que él es en la carne pero gracias al Espíritu. Sin duda está pensando en el significado más profundo de la encarnación, a la que Jn da tanta importancia. En la concepción falseada de “cuerpo”, no hay prácticamente ninguna diferencia entre el cuerpo y la sangre, porque la sangre es también cuerpo. Pero si hacemos la distinción adecuada, resulta que son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. En efecto, cuando la sangre se escapa por la herida, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. Toda su vida terrena, la puso al servicio de todos, y su misma muerte la convirtió en símbolo de su don absoluto y total. Es muy frecuente que se trate de explicar estas palabras como una referencia directa a la eucaristía. Yo creo que no son estas palabras las que hacer referencia a la eucaristía, sino que estas palabras y la eucaristía, hacen referencia a una realidad superior que es la misma Vida de Dios que se le comunicó a él y se nos comunica a nosotros. La prueba de que está hablando de símbolos y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está en que, unas líneas más abajo, nos dice: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”. El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo de esta forma haremos nuestra la misma Vida de Dios. Fijaros que lo que Jesús pretende decirles, es precisamente lo que hiere la sensibilidad de los oyentes. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA, la misma Vida de Dios. Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne... tiene vida definitiva. Si no coméis la carne... no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, nos daremos cuenta de lo que significa: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan la verdadera Vida. La Vida verdadera no es la biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos, y sigue siendo inaceptable para nosotros hoy. A continuación nos lo explica un poco mejor. La frase: "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él", tiene una importancia decisiva. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”. Casi siempre olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”. De nosotros depende hacernos como Jesús, pan partido para dejar que nos coman. Estamos muy acostumbrados a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritual no puede haber automatismos. Sin una actitud vital, Dios no puede hacer nada ni en mí ni por mí. No se trata de una imitación externa sino de una identificación. Como a mí me envió el Padre que vive y así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia absoluta al Padre. El designio de Dios, es comunicar Vida a Jesús y comunicar Vida a todos los hombres. La actitud del que se adhiere a Jesús, debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicar esa misma Vida a los demás. Jesús nos está pidiendo que hagamos con él, lo que él mismo ha hecho con su Padre. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre somos uno”, está manifestando cuál es la meta de todo ser humano. Esa identificación total con Dios es el culmen de las posibilidades humanas. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la misma idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que no acababan de aceptar el significado de Jesús. Al evangelista lo que le interesa es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná. Éste no consiguió completar el Éxodo, no llevó a los israelitas hasta la tierra prometida. Jesús en cambio puede llevar hasta el fin, a la Vida/amor definitivos. Meditación-contemplación Yo vivo por el Padre y el que me coma vivirá por mí. Una misma Vida atraviesa a Dios, a Jesús y a todo ser humano. No se trata de la vida biológica, sino de la trascendente. No son vidas distintas que se suceden, sino la misma y única VIDA. ………………… La tarea fundamental de todo ser humano es nacer a esa Vida que se le ofrece gratuitamente, aunque para ello tenga que morir a todo lo que signifique egoísmo e individualidad. ……………… Esa Vida no tengo que buscarla en ninguna parte, Porque ya está en mí desde el principio. Solamente tengo que vaciarme de todo aquello, que impide su nacimiento y crecimiento. En el desarrollo del capítulo 6 del cuarto evangelio se aprecia un punto de inflexión notable: de hablar de Jesús como “pan” (mensaje) que alimenta, se pasa a hablar de “carne” y, por tanto, de sacramento. La invitación no es ya a “creer” en él, sino a “comerlo”, para acceder a la vida.
Sin duda, tal cambio es obra de un redactor posterior, preocupado por dar un tono más sacramentalista a las propias comunidades joánicas. Para ello, encontró apropiado transformar el mensaje original centrado en la palabra de Jesús como fuente de vida, en este otro que lo presenta como “comida”, a través del signo (sacramental) del pan. La insistencia del glosador en la simbología del “pan-carne” se encuentra en la base de gran parte de la teología posterior, así como de la propia piedad eucarística cuando, descuidando su simbolismo, se vivió con frecuencia de una forma burdamente materialista. Desde la perspectiva no-dual, la eucaristía adquiere una hondura y una belleza que pasan desapercibidas cuando se vive como un mero rito que se atiene a la literalidad de las palabras. En este caso, la manera de presentarlo, en predicaciones y catecismos, bordeaba la imagen del canibalismo. Superado el literalismo, todo recupera coherencia y profundidad: el pan, alimento cotidiano en nuestra cultura, representa toda la realidad. Cuando Jesús dice: “Esto soy yo”, está expresando la verdad de la no-separación, equiparable a aquella otra afirmación: “El Padre y yo somos uno”. Todo se encuentra en todo: ese el significado profundo de la eucaristía. Para los cristianos, la referencia es Jesús; él es la “puerta de entrada” para acceder a la verdad que todos compartimos. Pero, trascendidas tanto la literalidad como la dualidad, carece de sentido absolutizar esa referencia. Eso fue lo que ocurrió cuando se tomaron literalmente aquellas palabras de un glosador tardío, se atribuyeron directamente a Jesús y se entendieron en su más grosera materialidad. Desde esta nueva perspectiva, es claro que el acento no se pone en la “carne”, sino en la unidad: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. Al reconocimiento de esta “inhabitación” (unidad) es a lo que apunta todo el mensaje: Jesús y nosotros somos no-dos. La pobreza lastra el rendimiento escolar. Esta losa que perjudica a niños y niñas que crecen en familias con problemas económicos es bien conocida. Mientras se trata de dar respuesta a los múltiples factores que provocan este problema, está empezando a consolidarse una nueva variable que ayudaría a explicarlo: el desarrollo cerebral de los menores en situación de pobreza. Un nuevo estudio en este sentido asegura que la materia gris se desarrolla peor durante una infancia llena de carencias.
La materia gris del lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el hipocampo era hasta un 10% menor en los pequeños criados por debajo del umbral de pobreza de EE UU. Este trabajo muestra que las estructuras del cerebro destinadas a procesos críticos para el aprendizaje son vulnerables a las circunstancias ambientales de la pobreza, como el estrés, la escasa estimulación y la nutrición. "El desarrollo de estas regiones del cerebro parece sensible al entorno y la crianza del niño", concluyen los autores del estudio, publicado en JAMA Pedriatics. Tanto es así, que los autores de este estudio cuantifican que estos problemas de desarrollo cerebral explicarían hasta el 20% del bajo rendimiento de los menores con pocos recursos. Los científicos, de las universidades de Michigan, Duke y Wisconsin (EE UU), analizaron el desarrollo cerebral de los menores a partir de resonancias magnéticas realizadas a lo largo de su infancia y descubrieron que la materia gris del cerebro era sensiblemente menos desarrollada en los niños y niñas pobres. Más en concreto, la materia gris del lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el hipocampo era hasta un 10% menor en los pequeños criados por debajo del umbral de pobreza de EE UU. Los autores cruzaron la información de las resonancias cerebrales con la del rendimiento de estos menores, llegando a la conclusión de que la falta de desarrollo de la materia gris explicaría entre el 15% y el 20% de los déficits de aprendizaje de los escolares por debajo del umbral de pobreza. "Con estos datos, hemos demostrado que los niños de hogares con bajos ingresos muestran un desarrollo estructural atípico en varias áreas críticas del cerebro, incluyendo el total de la materia gris, el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el hipocampo", concluyen Nicole Hair y el resto de autores. Las actuaciones dirigidas a mejorar el entorno de los niños pueden alterar el vínculo entre la pobreza infantil, deficiencias cognitivas y rendimiento académico", aseguran. Este equipo escogió zonas del cerebro muy ligadas al rendimiento cognitivo pero que sirvieran para descartar otras posibles explicaciones de su falta de desarrollo, como haber heredado el problema de sus padres, lo que a su vez pudiera explicar su situación de pobreza. La muestra del estudio no es muy grande, de menos de 400 niños, pero coincide con otros estudios previos con resultados similares. Por ejemplo, coincide con el trabajo de la especialista Joan Luby, de la Universidad de Washington, que escribe también en JAMA Pediatrics un artículo en el que alerta de "la alta vulnerabilidad y adaptabilidad del cerebro humano en desarrollo" que está mostrando esta línea de investigación. "Estas evidencias sobre el desarrollo dan un nuevo significado a la importancia de proteger y mejorar el entorno propicio para el desarrollo de los niños pequeños durante esta ventana de oportunidad en los primeros años de vida", reclama Luby. Según esta experta, estos estudios señalan que "es fundamental aumentar el apoyo a los progenitores durante la primera infancia" para prevenir de forma eficaz el lastre cognitivo y académico que implica para los niños vivir en la pobreza. Como señalan Hair y sus colegas en el estudio, estos nuevos datos "deben conducir a políticas públicas destinadas a mejorar y disminuir las desigualdades". "Las actuaciones dirigidas a mejorar el entorno de los niños pueden alterar el vínculo entre la pobreza infantil, deficiencias cognitivas y rendimiento académico", aseguran. Su local no es el Templo, ni la preside un sacerdote (ni un doctor); en ella no se celebran sacrificios sino que se lee la palabra y se hace oración. La modifica, porque la palabra del AT se ve sustituida por los hechos y dichos de Jesús, no narrados y explicados por sabios doctores sino por los Testigos; y los participantes ponen en común lo que el Espíritu da a cada uno (profetas). La completa, porque termina con la Fracción del Pan, que no tiene precedente en el AT. En esa reunión no hay sacerdotes, ni aparece alguien que por oficio la presida, ni aparece por ninguna parte que se ofrezca un sacrificio, ni se nombre la palabra altar.
Nuestra pregunta tendrá que ser, necesariamente, ¿de dónde ha salido la interpretación sacrificial de la Eucaristía, llamada “el santo sacrificio de la Misa”, con todos sus ritos, su clericalización y la mera “asistencia y participación” de los “laicos”? Esteban, hace un virulento ataque contra el Templo: “no se pueden hacer casas en el Altísimo”. Los primeros seguidores de Jesús no tienen Templos, lugares de presencia de Dios y de adoración. Pero más tarde fueron surgiendo. ¿Es un retorno al Antiguo Testamento, una traición a Jesús? La magnificencia de los templos cristianos ¿tiene que ver con Jesús o más bien con el Templo de Jerusalén? Aquí llegamos a la conjunción de varias líneas que ya hemos tratado: el aumento del número, la progresiva crecimiento de la clase clerical, el cambio de teología, de banquete a sacrificio, la posesión de riquezas y la concepción de los templos como esplendorosos monumentos a la gloria de Dios, son un peligro mortal para la Cena del Señor. Recordemos: Dios no necesita nada, solo que cuidemos de sus hijos. Todo el dinero que tenga la Iglesia es para los pobres. Sólo cuando nadie en el mundo padezca ninguna necesidad podremos dedicar dinero a la gloria de Dios. El espíritu está en la asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino misión. Hemos comprobado que, invariablemente, las decisiones importantes se toman en la asamblea, que aparece siempre como órgano supremo a la hora de decidir, aun cuando estén presentes los apóstoles y el mismo Pedro. Esto sucede desde el principio, con la elección de Matías, hasta el final, con el que llamamos “Concilio de Jerusalén”, a cuyas autoridades se someten Pedro y Pablo, con reticencias de los de Santiago. ¿Cómo se tomarán las decisiones importantes en el futuro? El modo asambleario fue declinando, dejando paso al modo monárquico. ¿Cuándo comenzó esta sustitución? ¿Se parece algo este modo asambleario original al modo actual de ejercerse la autoridad del Papa, de los obispos y de los Concilios? La función de los Doce, y muy especialmente de Pedro: “Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la Palabra”, dejando la administración a otras, elegidas por la comunidad. Los Doce, y más tarde los apóstoles, tienen la misión de la Palabra, para cumplir la cual les es necesaria la oración. Eso les da autoridad, pero nunca aparece esta autoridad como un poder ni lejanamente semejante a poderes civiles, ni menos aún militares o económicos. El caso de Pedro es llamativo: - - -toma iniciativas aceptadas por todos (elección de Matías (1,12); - - propone a la comunidad y a ésta le parece bien (ibid.); - -- es enviado por la comunidad, junto con Juan, a la evangelización de Samaria (8,14); - - toma por su cuenta y riesgo de decisión de entrar en casa de paganos y bautizarlos (10,34); - -tiene que dar explicaciones a la comunidad de Jerusalén, cosa que hace con toda naturalidad (11, 1); - - opina, con autoridad pero sin carácter de decisión definitiva, en el “Concilio de Jerusalén” (15,7); - - recibe la reprimenda de Pablo (Gal. 2,11) “porque era digno de reprensión”. Las formas de gobierno. Hemos comprobado que existen varias formas. La comunidad de Jerusalén parece regirse por un consejo de ancianos presididos por Santiago, “el hermano del Señor”.En otras comunidades aparecen sin más “los presbíteros”, que parecen ser también consejos de ancianos, unas veces espontáneos y otras nombrados por Pablo o algún otro apóstol.Finalmente aparecerán los epíscopos, que una veces son presidentes del consejo de ancianos y otras se presentan con autoridad más personal. De todas estas formas solamente ha subsistido en la Iglesia el episcopado, monárquico. Tendremos que preguntarnos por qué declinaron las otras formas y también si no podrían existir hoy en la Iglesia sistemas de gobierno diferentes. Aparecen los diáconos, como encargados de temas económicos, como encargados de los aspectos físicos de la Fracción del Pan y como auxiliares de los epíscopos. Tanto los epíscopos como presbíteros, los diáconos, y profetas son casados; más aún los textos no aparecen tolerarlo sino exigirlo. 1Tim 3,2-5: Es, pues, necesario que el epíscopo sea irresprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Incluso se habla de los apóstoles, y expresamente de Pedro, como “acompañados por una mujer cristiana” (1 Corintios 9,5). Solamente se habla de célibes refiriéndose a Pablo y Bernabé y no para ponerlos como modelos por su celibato sino precisamente para justificar su carácter excepcional… ¿De dónde ha salido el celibato sacerdotal obligatorio? Ha ido surgiendo más tarde en la Iglesia, puesto que no la encontramos en las primeras comunidades. No hay más sacerdotes que los del Templo de Jerusalén. Las comunidades cristianas no tienen sacerdotes. ¿Cómo nacieron y qué significan? De todo esto se deduce algo muy claro. Todos estos modos de gobierno pueden ser convenientes o inconvenientes, eficaces o inútiles, pero nunca podrán decir que provienen de Jesús, y por tanto pueden modificarse. Pero lo sí es de Jesús, y resplandece en las primeras comunidades, es que se sienten responsables de sí mismas, que no hay división ninguna entre los que mandan y los demás, que no hay clase clerical, que nadie se siente con poderes divinos. Las formas pueden cambiar, pero si no cabían con el Espíritu de Jesús son traición y llevan al fracaso. Las mujeres. Son muy importantes: lo fueron en la vida de Jesús y más aún en la Resurrección; son parte mayoritaria de la primera comunidad de Jerusalén y probablemente también de otras. Son citadas con mucha frecuencia en Hechos como magníficas colaboradoras, y aparecen ostentando los cargos de apóstoles, diaconisas y profetas. Incluso aparecen breves citas en que da la impresión de que es la pareja, el matrimonio, el que es sujeto de la misión. Esto fue desapareciendo e la Iglesia. No desapareció su importancia real, pero sí toda la participación en cargos de las iglesias. ¿Cuál es la causa de su exclusión a lo largo del tiempo, y cuáles son sus reales y posibles funciones en la Iglesia hoy? Sería largo de explicarlo pero es fácil hacer una afirmación: su exclusión no viene de Jesús. Al rechazar el sacerdocio para las mujeres se suelen aducir dos argumentos: que Jesús en la última cena ordenó sacerdote a solo varones; y que en la tradición de la Iglesia no ha habido nunca mujeres-sacerdotes. La respuesta a estos argumentos es muy sencilla: en los Hechos de Apóstoles aparece claramente que en las primeras comunidades no hubo sacerdotes, muestra evidente de que Jesús no ordenó de sacerdotes a nadie; pero en todos los servicios a la Iglesia que aparecen en esas comunidades, apóstoles, profetas, diaconisas… aparecen mujeres. Convertíos: cambiar. El vino nuevo rompe los odres viejos. Si el Antiguo Testamento era fidelidad al pie de la letra a lo antiguo, lo formulado, inmutable, lo de Jesús va a ser muy diferente, y así se muestra en Hechos. Las primeras comunidades no tuvieron inconveniente en cambiar: abandonaron el Templo, la circuncisión, las restricciones alimentarías, la prohibición de tratar con paganos, el modo de autoridad, la función de las mujeres… Y se atrevieron a cambiar dos cosas que pasan desapercibidas y son radicalmente importantes: Cambiaron de idioma. Abandonaron el sagrado hebreo de las escrituras y el arameo en que se expresó a Jesús. Hablaron a la gente, tradujeron a Jesús al idioma de todo el mundo. Y es que no tenían un idioma sagrado, ni fórmulas sacras o mágicas. En el mismo sentido, cambiaron de cultura. No hace falta ser judío, ni en idioma ni en costumbres ni en cultura para seguir a Jesús. Ni hace falta ser occidental, ni romano, ni en idioma ni en costumbres ni en cultura. Me atrevo a decir más: a aquellas comunidades no les hizo falta ser judíos ni en religión. A otras culturas actuales ¿les hace falta ser occidentales en religión? ¿Hay una identificación entre el cristianismo occidental (griego y romano y muchas cosas más) y el camino de Jesús, o eso es lo que nosotros, Occidente, nos hemos creído, con la misma razón/sinrazón que los judíos del tiempo de Jesús y de los Hechos llamaban “Palabra de Dios” a sus interpretaciones y costumbres? Ni el sacerdocio ni el episcopado monárquico, ni la actitud del Papa como vicario infalible de Cristo, ni el sentido sacrificial de la Cena del Señor ni cinco de los siete sacramentos, ni la diferenciación entre clero y laicos, ni el celibato de los ministros ni la construcción de templos aparecen en los escritos que hemos comentado. Esto parece indicar con claridad que no tienen su origen en Jesús sino que son introducidos más tarde en la Iglesia. Podrán ser aciertos o equivocaciones, dependerán del Espíritu de Jesús o serán traiciones a él, pero está claro que no pueden fundamentarse en la voluntad de Jesús ni afirmarse que fueron “fundados” por Él. Pero esto podría ser marginal. Naturalmente las costumbres cambian, los tiempos piden modificaciones. No es lo mismo gobernar una comunidad de veinticinco personas que otra de cien mil ni se pueden reunir en el mismo local, no se pueden trasferir modos de las iglesias primeras a las nuestras. Por supuesto. Pero hay algo que no es marginal: la fidelidad al Espíritu de Jesús. Y aquí tenemos un problema: muchas de las diferencias entre los modos de las primeras iglesias y los de la Iglesia actual no son modificaciones pedidas por la adecuación del espíritu a nuestros tiempos sino más bien desviaciones al espíritu de Jesús. Una Iglesia que se preocupa más de sus problemas y su propio status que del hambre y la injusticia del mundo, no vive el Espíritu de Jesús. Una Iglesia que ha convertido la cena del señor en un espectáculo ostentoso, celebrado solo por clérigos y en locales espectacularmente costosos, no tiene nada que ver con la humilde celebración alrededor de la mesa de las primeras comunidades. Una Iglesia gobernada autocráticamente por personas que se dicen ser representantes del poder Dios mismo no se parece nada a la iglesia asamblearia de sus principios. Una Iglesia que excluye a las mujeres y exige el celibato de los sacerdotes no consiste en el número de adeptos ni en su poder económico o en su prestigio social, sino en su capacidad de trasmitir el Espíritu de Jesús. Conclusión primaria; está muy claro que la Iglesia hoy tiene problemas, pero debería también estarlo que la única vía de solución es repetir la experiencia de las primeras comunidades: obedecer al espíritu de Jesús, aunque hay que renunciar a tantas y tantas cosas que se nos han pegado tan profundamente que nos parece que son fundamentales. Pues no lo son, más bien son traiciones clamorosas al espíritu de Jesús: eso es lo que hace fracasar a la Iglesia. LA CONTROVERSIA SOBRE EL CELIBATO” DESPUÉS DEL VATICANO II (16)
(Comentarios a “Sacerdotalis Caelibatus”, de Pablo VI) UNA PROMESA INNECESARIA CONVERTIDA EN “OBLACIÓN IRREVOCABLE” Diez apartados (n. 73-82) dedica la encíclica a la pastoral del celibato en la “vida sacerdotal”: Lo primero, dice, es tomar conciencia de que “la castidad no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana... El mundo actual da gran realce al valor positivo del amor en la relación entre los sexos, pero ha multiplicado también las dificultades y los riesgos en este campo... Es necesario... considerar... su condición de hombre expuesto al combate espiritual contra las seducciones de la carne en sí mismo y en el mundo... Hay que mantener más y mejor la irrevocable oblación, que compromete a una plena, leal y verdadera fidelidad” (n. 73). No deja de ser curioso que se tilde de “irrevocable” una decisión humana, fruto de la libertad, no necesaria para la salvación, a veces convertida en desequilibrio personal y fuente de sufrimientos a terceras personas que no tuvieron responsabilidad en la decisión inicial. Creo que el Padre de Jesús, “_de cuyo amor nada nos puede separar_” (Rm 8, 39), no exige “plena, leal y verdadera fidelidad” a un compromiso voluntario, innecesario para realizarnos como personas e hijos de Dios. Exigencia humana, no divina, revestida falsamente de voluntad de Dios. Durante algún tiempo pudo vivirse como vocación divina. Pero el mismo Espíritu de Dios, que nos ilumina y guía, puede luego darnos a entender que no era esa su vocación definitiva, su voluntad salvadora. “LOS MEDIOS SOBRENATURALES” AL SERVICIO DE LA IDEOLOGÍA CELIBATARIA (N. 74) Insiste la encíciclica en convertir la imposición en “donación y en convicción de haber escogido la mejor parte” (n. 74). Si no existiera la ley, los “motivos de donación y de elección” serían propios de cada persona. Optaría por el celibato quien tuviera claro “dicho carisma”, como ocurre entre los llamados “religiosos”. Quien quiera ser sacerdote secular debe centrarse en la madurez cristiana, las cualidades serviciales, la aceptación y llamada de la comunidad. Y nada de pensar que “_ha escogido la mejor parte_” por ser célibe. La “_mejor parte_” (Lc 10,42) es trabajar por el Reino de Dios, tarea del cristiano. “Medios naturales y sobrenaturales, normas ascéticas”, los necesitamos todos para “_activar la fe mediante la caridad_” (Gál 5,6) y crecer en “_la persona nueva creada a imagen de Dios..._” (Ef 4, 24). El texto papal subaraya “la gracia de la fidelidad”, que hay que implorar humilde y constantemente, pero no se refiere al ministerio -sería lo lógico-, sino al celibato, como si fuera la esencia sacerdotal. Así se explica que el celibato sea el requisito básico del ministerio. IGUALMENTE OCURRE CON LA “INTENSA VIDA ESPIRITUAL” (N. 75) Intimidad con Cristo, sentido de Iglesia, conocimiento de la Palabra de Dios, eucaristía, liturgia, devoción “tierna e iluminada” a la Virgen... “fuentes de una auténtica vida espiritual, única que da solidísimo fundamento a la observancia de la sagrada virginidad”. Estas fuentes comunes y propias de todo cristiano para vivir su vocación humana, cristiana y eclesial, se las apropian al clero y sólo para “observar la sagrada virginidad”. Clericalismo, desenfoque del celibato y del propio ministerio. El ministro de la Iglesia debe encontrar su espiritualidad espefícica en el amor pastoral (PO 14), cuya fuente es el Espíritu Santo. Él nos actuó en la “ordenación”, y sigue soldando lo más íntimo de nuestro ser cristiano con la raíz determinante de nuestro quehacer, el amor del Padre manifestado en Cristo Jesús. El Espíritu unifica y totaliza la vida ministerial con el regalo de su amor pastoral. El consuelo y el gozo en el cuidado pastoral es fruto del Espíritu. El celibato no es necesario asociarlo al ministerio. El celibato opcional es la única pastoral digna de la “vida sacerdotal”. Sólo en opción libre permanente puede ser fuente de alegría. EL ESPÍRITU DEL MINISTERIO SACERDOTAL “Con la gracia y la paz en el corazón, el sacerdote afrontará con magnanimidad las múltiples obligaciones de su vida y de su ministerio, encontrando en ellas, si las ejercita con fe y con celo, nuevas ocasiones de demostrar su total pertenencia a Cristo y a su Cuerpo místico por la santificación propia y de los demás. La caridad de Cristo que lo impulsa (2Cor 5, 14), le ayudará no a cohibir los mejores sentimientos de su ánimo, sino a volverlos más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo, el sumo Sacerdote que participó íntimamente en la vida de los hombres y los amó y sufrió por ellos (Heb 4, 15); a semejanza del apóstol Pablo, que participaba de las preocupaciones de todos (1Cor 9, 22; 2Cor 11, 29), para irradiar en el mundo la luz y la fuerza del evangelio de la gracia de Dios (Hch 20, 24)” (Sacerd. Caelib. n. 76). Comparto este párrafo, con una salvedad: “los mejores sentimientos de su ánimo” no se “vuelven más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo”, por el celibato, como supone el texto. En celibato o en matrimonio “los mejores sentimientos” del alma “se vuelven más altos y sublimes” cuando están inspirados y movidos por el amor. Él es el don principal del Espíritu, que “consagra” y lleva a “imitar a Cristo”. El celibato por sí mismo ni consagra ni imita a Cristo. DEFENSA DE PELIGROS CON ASCÉTICA “VERDADERAMENTE VIRIL” (¡PERDONEN LAS MUJERES!) “Hay que defenderse de aquellas inclinaciones del sentimiento que ponen en juego una afectividad no suficientemente iluminada y guiada por el espíritu, y guárdese bien de buscar justificaciones espirituales y apostólicas a las que, en realidad, son peligrosas propensiones del corazón” (n. 77). Como ven, hay que desconfiar de las “inclinaciones del sentimiento”, “la afectividad”, “peligrosas propensiones del corazón”. A partir de la promesa de celibato, la personalidad del clérigo queda cercenada: no podrá vivir con libertad, sus sentimientos no podrán aflorar, deberá ser reprimido cualquier asomo de enamoramiento. Su afectividad sólo es “iluminada y guiada por el espíritu” si se atiene al celibato. Para ello necesita la llamada ascética “viril”: “La vida sacerdotal exige una intensidad espiritual genuina y segura para vivir del Espíritu y para conformarse al Espíritu (Gál 5, 25); una ascética interior-exterior verdaderamente viril en quien, perteneciendo con especial título a Cristo, tiene en él y por él crucificada la carne con sus apetitos y concupiscencias (Gál 5, 24), no dudando por esto de afrontar duras y largas pruebas (cf. 1Cor 9, 26-27). El ministro de Cristo podrá de este modo manifestar mejor al mundo los frutos del Espíritu, que son: “_caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad_” (Gál 5, 22-23)” (Sacerd. Caelib. n. 78). La defensa a ultranza de la ley celibataria lleva a errar y a manipular textos bíblicos. Aquí tenemos un ejemplo evidente. Llamar “verdaderamente viril” a la ascética clerical occidental es un disparate mayúsculo. Mayor, en la cultura actual. Los textos paulinos aducidos se refieren al conflicto de todo cristiano entre el “espíritu” y la “carne” (en griego ”sarx”). “Carne” no significa “sexo” en absoluto. Significa la persona en cuanto a su “debilidad moral”. Algunos lo traducen por “egoísmo”, “bajos instintos”, “naturaleza pecaminosa”... Basta observar sus acciones negativas: “_lujuria, inmoralidad, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, ira, rencillass, divisiones, disensiones, envidias, borracheras, orgías, y cosas por el estilo_” (Gál 5, 19-20). Célibe o casado, el cristiano se dejar guiar por el Espíritu, cuyos frutos son “_caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad_” (Gál 5, 22-23)”. No hay “pertenencia, con especial título a Cristo,” mayor que el bautismo del Espíritu. LA FRATERNIDAD SACERDOTAL PARA PROTEGER EL CELIBATO “La castidad sacerdotal se incrementa, protege y defiende también con un género de vida, con un ambiente y con una actividad propias de un ministro de Dios; por lo que es necesario fomentar al máximo aquella `íntima fraternidad sacramental´ [Decr. _Presbyter. ordinis_, n. 8], de la que todos los sacerdotes gozan en virtud de la sagrada ordenación. Nuestro Señor Jesucristo enseñó la urgencia del mandamiento nuevo de la caridad y dio un admirable ejemplo de esta virtud cuando instituía el sacramento de la eucaristía y del sacerdocio católico (Jn 13, 15 y 34-35), y rogó al Padre celestial para que el amor con que el Padre lo amó desde siempre estuviese en sus ministros y él en ellos (Jn 17, 26)” (Sacerd. Caelib. n. 79). No me parece correcto hablar de “castidad sacerdotal”. Por lo mismo que no se habla de “castidad del catequista, el maestro, el médico, el fontanero, el político, el barrendero...”. La “castidad” virtud sólo afecta a la persona en su dimensión sexual de soltería o matrimonio. No afecta a su servicio a la sociedad o a la iglesia. No se debe ser “casto” por ser sacerdote, sino por ser persona. Sin duda que la castidad -dominio racional de la pulsión sexual- se puede “incrementar, proteger y defender” con un género de vida humanamente adecuado. La “fraternidad sacerdotal” está más orientada al ministerio que al celibato. `Íntima fraternidad sacramental´ hace pensar en la dimensión ministerial. También con los ministros casados. La fraternidad bautismal atiende a todas las MEJOR ENFOQUE: COMUNIÓN DE ESPÍRITU Y DE VIDA Sin descuidar la comunidad cristiana, a la que sirven los sacerdotes, ayuda al ministerio la buena comunión entre ministros, sean casados o solteros. Esta fraternidad no se origina por razón del celibato, sino por el Espíritu que nos une a todos en el amor pastoral al mundo. Esa relación puede favorecer la “santidad sacerdotal”. En dos párrafos recomienda la encíclica esta fraternidad: “Sea perfecta la comunión de espíritu entre los sacerdotes e intenso el intercambio de oraciones, de serena amistad y de ayudas de todo género. No se recomendará nunca bastante a los sacerdotes una cierta vida común, toda enderezada al ministerio propiamente espiritual; la práctica de encuentros frecuentes con fraternal intercambio de ideas, de planes y de experiencias entre hermanos; el impulso a las asociaciones que favorecen la santidad sacerdotal” (Sacerd. Caelib. n.80) CARIDAD CON LOS HERMANOS EN PELIGRO “Reflexionen los sacerdotes sobre la amonestación del concilio [Decr. Cit., _ibíd_.], que los exhorta a la común participación en el sacerdocio para que se sientan vivamente responsables respecto de los hermanos turbados por dificultades, que exponen a serio peligro el don divino que hay en ellos. Sientan el ardor de la caridad para con ellos, pues tienen más necesidad de amor, de comprensión, de oraciones, de ayudas discretas pero eficaces, y tienen un título para contar con la caridad sin límites de los que son y deben ser sus más verdaderos amigos” (Sacerd, Caelib. n. 81). ¿A qué se refiere cuando habla del “serio peligro del don divino que hay en ellos”? Pensemos bien. Lo lógico sería que “el don divino” por excelencia de un obispo o presbítero sea el ministerio, el amor pastoral que el Espíritu de Jesús sembró en sus entrañas: “_aviva el don de Dios que está en ti por la imposición de manos..., espíritu de fortaleza, de amor y de templanza_” (2Tim 1,6-7). Cuando un sacerdote pierde este espíritu, podemos considerar perdido su sacerdocio. Cuando decide no ser por más tiempo célibe o soltero, su ministerio, su amor amor pastoral, puede seguir vivo y operante. Es la ley celibataria occidental la que impide ejercer “el don divino que hay en ellos”. “RENOVAR LA ELECCIÓN” DEL MINISTERIO “Queríamos finalmente, como complemento y como recuerdo de nuestro coloquio epistolar con vosotros, venerables hermanos en el episcopado, y con vosotros, sacerdotes y ministros del altar, sugerir que cada uno de vosotros haga el propósito de renovar cada año, en el aniversario de su respectiva ordenación, o también todos juntos espiritualmente en el Jueves Santo, el día misterioso de la institución del sacerdocio, la entrega total y confiada a Nuestro Señor Jesucristo, de inflamar nuevamente de este modo en vosotros la conciencia de vuestra elección a su divino servicio, y de repetir al mismo tiempo, con humildad y ánimo, la promesa de vuestra indefectible fidelidad al único amor de él y a vuestra castísima oblación (cf. Rom 12, 1)” (Sacerd. Caelib. n. 82). ¡Qué bueno renovar el ministerio ante la propia comunidad! Curiosamente se hace ante el poder eclesial, detentador de la ley y de su permanencia. Si se hiciera ante la propia comunidad, quizá no sería tan fácil. La comunidad sabe quiénes les sirven bien, quiénes “huelen a oveja”, quiénes se sirven de las ovejas para encumbrarse, mandar e imponerse... Este último texto puede aceptarse en su literalidad material: “conciencia de elección a su divino servicio..., la promesa de indefectible fidelidad al único amor de él y a vuestra castísima oblación”. Toda nuestra vida está comprometida con ser cristianos (amar con todo el corazón a Dios no impide el amor humano en todas sus formas) y ser servidores de las comunidades cristianas. Nuestra “oblación castísima” puede realizarse en soltería o en matrimonio. Una buena parte de los católicos que acuden a los templos el día domingo son adultos mayores. Pueden recordar, por lo tanto, la sorpresa y el alivio que les significó en su experiencia religiosa, hace 50 años, los cambios que el Concilio Vaticano realizó en la liturgia de los sacramentos y de la misa: se les invitó a pasar de “asistentes” a “participantes” en los ritos y el culto. Se pasó de “oír misa” a “celebrar la misa”.
Con el paso del tiempo se ha podido comprobar que esas reformas no fueron tan completas como se esperaba: los católicos siguen asistiendo a misas como a un espectáculo en donde ellos son el público y los actores son otros: el cura, los acólitos, los ministros, los lectores, el coro…todo distribuido en un espacio acomodado como un teatro: un público que mira a cierta distancia la actuación de unos disfrazados que están en el escenario. De la Eucaristía, la gran acción de gracias a Dios por el don de la vida, mediante la experiencia humana de Jesús de Nazaret, con su vida, pasión, muerte y resurrección…en realidad queda bien poco. Un lenguaje desconocido. Hubo algunos cambios, es cierto: se pasó del latín- que nadie entendía- al idioma de cada país. Pero no se cambió el nefasto sistema de la lectura continuada de la biblia. En el afán que el pueblo escuche alguna vez toda la biblia, se han mantenido en la misa las lecturas (antiguo y nuevo testamento más evangelios) leyendo de corrido desde el Génesis al Apocalipsis en un período de tres años; la idea, si alguna vez fue buena, ha fracasado en la práctica. Con este sistema el pueblo católico tiene que escuchar lo que toque leer ese día, sea cual sea la experiencia vital que esté viviendo. Aún son pocos los pastores que abandonan ese sistema y se atreven a buscar las lecturas más apropiadas para cada ocasión; esto exige tiempo de preparación, buen criterio de discernimiento y capacidad de diálogo con los equipos laicales. También puede exigir entereza para ir a dar explicaciones al obispo que necesariamente defenderá el otro esquema impuesto desde Roma. Pero no es el único cambio para que la misa sea realmente Eucaristía. Si como dice la catequesis, con más poesía que seguridad, se trata de una comunidad a modo de familia que celebra su fe, alimenta su esperanza y vive la caridad, la misa debiera contar con un ambiente atractivo y con signos entendibles y didácticos. En uno de sus textos incisivos pero veraces, el periodista Raúl Gutiérrez, que se considera un cristiano de base y de mentalidad amplia y pluralista, escribió: Las improvisaciones. “La sensación que a uno le queda con frecuencia al salir de alguna misa dominical es la improvisación, como si el sacerdote y los encargados de la ceremonia no estuvieran demasiado convencidos de la importancia y la solemnidad del acto. En pocos templos los fieles son acogidos en la puerta por el sacerdote o laicos que los saluden y entreguen una hoja con los textos bíblicos que se leerán en la celebración. Como la mayoría llega atrasada, es frecuente que la misa se inicie en presencia de una exigua concurrencia, que terminará de engrosarse recién durante la homilía. La improvisación del equipo encargado de la misa se advierte en los cuchicheos entre el guía y los lectores, e incluso entre el celebrante y sus acólitos, actitudes que sumadas a desplazamientos nerviosos y aparatosos de estos personeros en torno al altar y hacia la sacristía distraen a la comunidad. Dejando de lado toda consideración o exigencia de carácter estético, cabe señalar que la mayoría de los coros maneja un estilístico repertorio de canciones litúrgicas, lo que explica que con frecuencia entone algunas que guardan escasa o ninguna relación con la fiesta que se trata o la enseñanza básica del Evangelio de ese domingo. Dejar los coros, por llamarlos de alguna manera piadosa, a la buena de Dios, demuestra una escasa comprensión del significado de la música como medio universal de comunicación, sobre todo en el caso de los jóvenes”. Una liturgia que no convence. Resultan interesantes las anotaciones del periodista. Pero, lamentablemente, deberá pasar todavía mucho agua bajo los puentes antes que la liturgia católica se haga comprensible, celebrativa, compartida, santificadora de la vida. Se está hablando de la gran tarea de evangelizar al siglo XXI, de comprometerse con la misión permanente, de hablar un lenguaje de palabras y signos entendibles al mundo de hoy. Pero no se nota ningún cambio hacia delante; mas bien se advierten muchos retornos al pasado: algunos llegan a la paranoia de querer volver al latín, de colocar aún más colgajos en las vestiduras de los clérigos, de incorporar de modo permanente el incienso en las liturgias… El mundo del siglo XXI los mira, se ríe y sigue su camino buscando, casi a la desesperada, quién lo acompañe en su caminar por la vida. Los grandes valores del Reino de Dios, los que nos humanizan, siguen sin ser descubiertos porque se les quiere poner demasiados trapos encima. Alrededor de los altares en general, al menos se congregaron tantas corrupciones y corruptos, como lo hicieron quienes se acogieron a su mágica y mística influencia religiosa con criterios de santos temores a la Divinidad a la que en los mismos se rendía culto y adoración. La historia de las culturas y de las religiones, teístas o antropomorfistas, por cultas y sobrenaturales que fueran, y así se presentaran y nos lo hicieran creer, apenas si da más de sí, y en la misma es dramáticamente factible descubrir coincidencias horrorosas de buenas intenciones y obras de misericordia, y a la vez, maldades, perversiones y vilezas. Para desgracia de la humanidad, apenas si cabe la posibilidad de eximir de tal correlación a creencias y prácticas ubicadas en unos lugares geográficos, y no en otros, que en concepciones e ideologías de distintas procedencias filosóficas, sociológicas y aún políticas.
. En evitación de que la Iglesia, de modo similar a como acontece en tantas otras opciones aviesas e hiperbólicas, y para contribuir a enjuiciar el problema religioso en la cercanía de las creencias que configuran el esquema de vida de la mayoría de nuestros lectores, en reciente adoctrinamiento impartido por el Papa Francisco en la solemnidad de tanta significación y contenido litúrgico como la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, resumió la doctrina en la frase siguiente:”La Iglesia no es del Papa, de los obispos o de los sacerdotes. Ni siquiera es de los fieles. La Iglesia es de Cristo”. . La sensación de que la Iglesia, de modo similar a como acontece en tantas otras opciones que se intitulan, dicen ser, y son, religiosas, pertenecen y son propiedad de sus administradores o ministros, estuvo y está tan extendida, que en algunas de las mismas su aceptación y reafirmación es uno de sus dogmas fundamentales, imprescindibles para su concepción y organigrama. . Para muchos, la religión es un negocio, con todas sus consecuencias ínclitas, y hasta con la con la consiguiente y segura proyección salvífica más allá de las orillas terrenales, situación y territorio en los que también intentan extender su poder y enseñoreamiento, avalado todo ello con artículos de fe. . La apropiación de Dios, de su Nombre y de sus características, siempre mayoritariamente viriles, “por haber sido creado a su imagen y semejanza”, es principio religioso inherente a la condición humana, al que difícilmente podrá llegar a integrarse, y asumir la mujer, por su propia condición como ser humano, habiendo de estar eternamente agradecida al hombre- varón en los raros casos en los que este consienta entreabrirles las puertas de su responsabilidad plena religiosa, y más si su opción concreta es la de la católica y romana. . Religión- negocio masculino, y en su día, posiblemente también femenino, acaba definitivamente con cualquier brizna de lealtad y honradez en la relación del hombre con Dios, tornándolo indefectiblemente ateo a perpetuidad e incapacitando su filosófica definición de “naturáliter religiosus” aceptado en la mayoría de las culturas. . Convertida la religión en negocio al servicio de sus intérpretes, administradores y grupos de presión, el deterioro de convivencia entre los humanos está asegurado y santificado “por los siglos de los siglos”, resultando lógicos y “voluntad divina” acontecimientos y leyes dimanantes de planteamientos teocráticos por naturaleza, explicable por la falta educación recibida en escuelas y centros de enseñanza, que fueron primeros objetivos en el organigrama de la aplicación de los fundadores o refundadores, vocacionados para ello. . Entrañando tan sustantivamente todavía el concepto de lo religioso en cualquier esfera de la vida, resultan explicables con nitidez sociológica, las informaciones distribuidas día a día en los medios de comunicación, en las que muertes y atentados se legitiman por los partidarios de movimientos o creencias aceptados y definidos como religiosos, aunque en la mente de sus fundadores la paz, el servicio a los demás, la felicidad y la convivencia hubieran sustentado sus ideas, programas y ejemplos de vida. Es ilícito, inmoral y anti- histórico aplicar tal diagnóstico a religiones determinadas, y no generalizarlo, aunque en circunstancias concretas de lugar y de tiempo algunos se hayan corregido, sin faltar procedimientos y medios específicos de “legalizaciones democráticas”. . Dinero, poder, superioridad, dominio, fuerza, acción, coacción, ambición, privilegio, negocio en esta vida y en la otra, jurisdicción y mando…, no se corresponden con terminologías religiosas, por muy canónicas que se revistan y por mucho que se sacralicen para engañar a los incautos, cuyo número felizmente decrece ya también en los contornos de los mismos altares y de los lugares “sagrados”. . ¿Pero son de verdad religiosas nuestras religiones? ¿Lo son su Dios, y sus dioses, sus administradores, representantes, fieles y devotos, en la variedad de versiones, categorías, grados y graduaciones, pese a los “superlativísimos” títulos que caracterizan a algunos de sus miembros? |
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