Hacia las tres de la tarde, rodeado de tinieblas, Jesús murió. Sus discípulos y sus amigos no se lo podían creer. Pensaban que el Mesías no podía morir, y menos morir así. Cuando lo iban a crucificar esperaban sin duda que los clavos no atravesarían sus manos y sus pies. Pero se equivocaban. Las manos y los pies clavados hicieron temblar su fe. Cuando los sacerdotes y los doctores le desafiaban: "si eres el hijo de Dios, que tu padre te salve, baja de la cruz y creeremos en ti"... miraron sin duda a la cruz para ver el milagro. Pero Jesús no pudo bajar de la cruz. Y la fe volvió a temblar. Ahora, con el último suspiro de Jesús, murió quizás la fe. Poco después, la losa del sepulcro rodó sobre el último suspiro de la fe, que quedó sepultada. Quizá hasta la fe de María, su madre, quedó en tinieblas. Quizá hasta el espíritu de Jesús estaba lleno de tinieblas cuando clamaba "¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Nosotros estamos hoy en la misma situación. Abrumados por la cruz, con la fe aplastada por la losa de la muerte. A veces sentimos ganas de decir: "Ya no sé si creo en nada". Y así tiene que ser. Después de la muerte de un ser tan querido, ya no se puede vivir ni creer como antes. Algo se nos ha muerto en el fondo del alma, como a María, la madre de Jesús, como a sus amigos y a sus discípulos. Y ese algo se les murió para siempre, porque no era verdad. Ellos esperaban el triunfo terreno del Mesías. Y esperaban mal. Esperaban un futuro brillante para ellos mismos. Y esperaban mal. Esperaban una vida de éxitos. Y esperaban mal; les esperaba una vida de trabajo, de esfuerzo, como la de Jesús, y a algunos incluso una muerte como la de Jesús. Y fue la muerte de Jesús la que les hizo esperar otras cosas, esperar mejor. Y les nació otra fe y otra esperanza, como la de Jesús. Jesús no murió gritando "¿Dios mío ¿por qué me has abandonado?". Jesús dijo después "Misión cumplida", y murió gritando "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y gritando esa confianza, saltó al vacío, seguro de que allí estaban, esperándole, los brazos de su Padre. Esa misma puede ser también nuestra situación, nuestro desafío, y la fuente de nuestra paz, que puede brotar en nuestra alma junto al dolor insoportable que sentimos. La paz que no nace de la resignación ni de los razonamientos sino de la confianza en que el Padre sigue estando ahí, con él y con nosotros, aunque nos resulte tan difícil de entender. Porque no estamos en situación de comprender, sino, solamente, de confiar. Así lo sintió Jesús, y eso es lo que al morir nos ofrece Jesús a nosotros que nos enfrentamos también al supremo dolor, a la suprema tiniebla de la muerte. En este desgarro del alma que nos produce la muerte hay también, como en todas las cosas, una poderosa palabra de Dios. La muerte es lo más seguro de nuestra vida. Día tras día se nos van muriendo amigos, conocidos, parientes, desconocidos. La muerte es lo normal, pero la sentimos siempre como lo más inesperado, lo más terrible, lo más absurdo. Y tenemos razón, porque no nos hizo Dios para morir sino para vivir. No existe la muerte. Existe este modo de vivir al que llamamos vida aunque no merece ese nombre, y la VIDA, con mayúsculas y sin muerte, la casa del Padre donde se nos espera a todos. He dicho a todos, porque el que nos ha puesto en la vida es todopoderoso y no puede fracasar. Si dependiera de nuestro amor no se nos morirían los seres queridos. Al Amor todopoderoso no se le muere ningún hijo. Al Buen Pastor todopoderoso no se le pierde ninguna oveja. Creados para la vida, en manos del amor todopoderoso, en buenas manos. Por eso las últimas palabras de Jesús fueron "en tus manos". Por eso no lloramos por él sino porque nos han separado de él. Pero es por poco tiempo, es una situación provisional. Y esta es la segunda palabra de Dios que recibimos en este momento: esta vida nuestra es provisional, como es provisional el equipaje de un caminante, el albergue de un peregrino. Está loco el peregrino que se conforma con un miserable albergue del camino. Hay que caminar hacia más, hacia siempre más, hacia la plenitud de la VIDA DEFINITIVA. "Nosotros esperábamos que Jesús iba a ser el Rey de Israel", decían los de Emaús. Pero esperaban mal. La muerte de Jesús les curó de vanas esperanzas, les quitó su equivocada fe, les hizo ver la vida con ojos nuevos. Nosotros, los que estamos aquí, esperamos quizá ser y disfrutar, aquí y ahora, sin disgustos, sin enfermedades, sin contrariedades, esperamos que no se nos mueran los seres queridos, esperamos que el consumo nos dé felicidad, esperamos tantas cosas ... y esperamos mal, y la presencia de la muerte nos invita a esperar mejor. No se puede ser feliz en esta vida que tenemos. El caminante es del todo feliz solamente cuando llega. Se pueden pasar buenos ratos en el camino, pero la felicidad está solo al final. Y así, paradójicamente, de la muerte, precisamente de la muerte, nace la fe en la VIDA, en la vida tal como nosotros nunca podremos imaginar, porque está pensada, planeada por Dios mismo, por el mismo Amor Todopoderoso, y ni ojo vio ni oído oyó ni inteligencia humana puede siquiera concebir lo que Dios tiene preparado para sus hijos. En las manos de Dios le dejamos, en buenas manos. Damos gracias al Padre porque nos lo regaló y por la vida que nos regala. En las manos de Dios nos sentimos nosotros, los que todavía somos caminantes y le pedimos, todos por todos, para que nos enseñe a caminar y devuelva a nuestros corazones la fe y la paz.
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"Cualquier ser humano forma parte de ese todo que llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio.
Se siente a sí mismo, sus pensamientos y sensaciones, como si estuviera separado del resto, una especie de ilusión óptica de la conciencia. Esta ilusión funciona como una cárcel que nos restringe al ámbito de nuestros deseos personales y al afecto de unas pocas personas cercanas. Nuestro objetivo consiste en liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión, para que abarque todas las criaturas vivas y el conjunto de la naturaleza en toda su belleza" (Albert Einstein). En este momento del discurso que el autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús, el "pan" deja paso a la "carne": el lector se da cuenta de que, a partir de ahora, el tema central va a ser propiamente la eucaristía. Durante siglos, y como consecuencia de la interpretación de la muerte de Jesús en clave expiatoria, la eucaristía se entendió como el "santo sacrificio de la Misa", en el que, de forma incruenta, se actualizaba realmente el sacrificio de la cruz. Como cualquier otra, también esta interpretación era deudora de esquemas previos. Esquemas, sin embargo, que no parecen remontarse al maestro de Nazaret, sino a la cultura helenística donde se fraguó la primera teología cristiana. El desarrollo teológico posterior no haría sino intensificarla, hasta absolutizar los conceptos que pretendieron "apresar" la intuición primera en dogmas definitivos. Hasta donde podemos conocer, o incluso intuir, el origen de la eucaristía –en el contexto de la Pascua judía- fue una cena, en la que Jesús compartió con sus seguidores más cercanos el sentido que daba a su vida y a su muerte. En aquel marco, no específicamente "religioso", el lugar central correspondió al hecho mismo de la comida y a las palabras de Jesús sobre el pan: "Esto soy yo". Así vista, la eucaristía no es tanto un acto "religioso" –menos aún, el "sacrificio incruento de la cruz"-, cuanto la celebración espiritual de la Unidad que somos. El pan era el alimento básico en las sociedades del Mediterráneo del siglo I. Representaba, por tanto, la propia subsistencia y, en último término, toda la realidad. Cuando Jesús dice, sobre el pan, "esto soy yo", está expresando su no-separación de todo lo real. Si el pan representa la realidad entera –nuestra vida, la humanidad, el cosmos...-, las palabras de Jesús alcanzan a todo lo real. Todo "soy yo". Probablemente, no exista otro modo de expresar mejor la conciencia de la no-dualidad: más allá de las separaciones solo aparentes, más allá incluso de las diferencias superficiales, todo es Uno. Por otro lado, tal afirmación resulta admirablemente coherente con aquella otra: "El Padre y yo somos uno". Quien se sabe Uno con la Fuente o el Fondo de lo real, se experimenta también Uno con todas las formas en que lo real se manifiesta. No se trata, por tanto, de palabras mágicas que produzcan como resultado lo que luego habría de llamarse "transubstanciación", sino de la expresión de la verdad más sublime en la que reconocernos. Jesús expresa lo que somos todos, aunque todavía no lo hayamos visto. "Todo soy yo" –una variante lingüística del "Yo Soy"- nos remite nada menos que a nuestra Identidad última, que compartimos con Jesús y con todos los seres, en el mismo y único Fondo. La Eucaristía, por tanto, no es un rito "religioso", ni separado, sino el recordatorio y la celebración de lo que somos. Eucaristía es, por tanto, toda la vida..., siempre que la vivimos desde esa conexión profunda con quienes somos. Comer, hablar, trabajar, descansar, jugar... todo es eucaristía, porque todo es expresión de la Unidad que se despliega. El autor del cuarto evangelio insiste reiteradamente en comer la carne, como fuente de vida: "El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí". Tal insistencia no hay que leerla, evidentemente, de un modo literal (como propuesta de una especie de "canibalismo sagrado"), sino como la invitación a reconocernos no-separados de Jesús. Consciente de estar viviendo por (desde) el Padre –desde la Fuente última de lo Real-, Jesús quiere hacernos ver que somos todos quienes compartimos esa misma realidad. Es lo que quiere expresar esta perla del sufismo: "Llamé a la puerta. Y me preguntaron: ¿quién es? Contesté: soy yo. La puerta no se abrió. Llamé de nuevo a la puerta. Otra vez la misma pregunta: ¿quién es? Contesté: soy yo. Y la puerta no se abrió. Otra vez llamé. Y de nuevo me preguntaron: ¿quién es? Contesté: soy tú. Y la puerta se abrió" (Tomado de Joan GARRIGA BACARDÍ, Vivir en el alma. Amar lo que es, amar lo que somos y amar a los que son, Rigden Institut Gestalt, Barcelona 2011, p.55). El evangelio del hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno su propio camino.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo y lo que nosotros llamamos cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no la carne física en su materialidad. Para un judío, la idea de comer la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro. Os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Jesús, en vez de intentar suavizar su propuesta, la hace aún más dura; porque si era ya inaceptable el comer la carne, fijaros qué tendría que suponer para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios; con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable que coman su carne y beban su sangre. Juan insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía, hacer suya su misma vida. Debemos tener muy en cuenta que en este capítulo se habla de sarx"carne", pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma "cuerpo". Para nosotros los dos términos son intercambiables, pero para la antropología judía del tiempo de Jesús, eran aspectos muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, lo que le pega a la tierra, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo por el contrario, significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones con los demás; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él... Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás seres humanos. Cuando en la cultura griega se tradujo por "cuerpo" se introdujo un concepto que no existía en la mentalidad judía. Al entenderlo como la parte física del ser humano hemos cometido un enorme fraude que ha tenido consecuencias nefastas para la comprensión del sacramento de la eucaristía. Para ser fieles a la mentalidad de Jesús, tendríamos que traducir: "esto es mi persona, esto soy yo". Sin olvidar, que lo esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan,tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de hacer eso, Jesús queda identificado con ese pan. Lo que dijo, solo trata de explicar lo que acaba de hacer. Al hablar de "carne", Juan está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte mas terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. Tenemos que imitar lo que él es a ras de tierra. Sin duda está pensando en el significado más profundo de la encarnación, a la que Juan da tanta importancia. En la concepción falseada de "cuerpo", no hay prácticamente ninguna diferencia entre el cuerpo y la sangre, porque la sangre es también cuerpo. Pero si hacemos la distinción adecuada, resulta que son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a lapersona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. En efecto, cuando la sangre se escapa por la herida, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona como viva. Toda su vida terrena, la puso al servicio de todos, y su misma muerte también la convirtió en don absoluto y total. Es muy frecuente que se trate de explicar estas palabras como una referencia directa a la eucaristía. Yo creo que no son estas palabras las que hacen referencia a la eucaristía, sino que estas palabras y la eucaristía, son símbolos de una realidad superior que es la Vidade Dios que se nos comunica por Cristo. La prueba de que está hablando de símbolos y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está en que, unas líneas más abajo, nos dice: "El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada". El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo de esta forma haremos nuestra la misma Vida de Dios. Fijaros que lo que Jesús pretende decirles, es precisamente lo que hiere la sensibilidad de los oyentes. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA, la misma Vida de Dios. Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne... tiene vida definitiva. Si no coméis la carne... no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, nos daremos cuenta de lo que significa "mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Es comida y es bebida porque alimentan la verdadera Vida. La Vida verdadera no es la biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos, y sigue siendo inaceptable para nosotros hoy. A continuación nos lo explica un poco mejor. La frase: "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él", tiene una importancia decisiva. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, "yo recibo a Jesús y Jesús está en mí". Casi siempre olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que "yo esté en él". De nosotros depende hacernos cono Jesús 'pan partido para dejar que nos coman'. Estamos muy acostumbrados a considerar la "gracia" como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritua¬l no puede haber automatismo, todo depende de mi actitud vital. Sin esa actitud vital, Dios no puede hacer nada ni en mí ni por mí. Como a mí me envió el Padre que vive y así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia absoluta al Padre. El designio de Dios, es comunicar Vida a Jesús y comunicar Vida a todos los hombres. La actitud del que se adhiere a Jesús, debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicar esa misma Vida a los demás. Jesús nos está pidiendo que hagamos con él, lo que él mismo ha hecho con su Padre. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: "Yo y el Padre somos uno", está manifestando cual es la meta de todo ser humano. Esa identificación total con Dios es el culmen de las posibilidades humanas. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la misma idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que no acababan de aceptar el significado de Jesús. Lo que le interesa al evangelista es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná. Este no consiguió completar el Éxodo, no llevó a los israelitas hasta la tierra prometida. Jesús en cambio puede llevar hasta el fin, a la Vida/amor definitivos. Meditación-contemplación Yo vivo por el Padre y el que me coma vivirá por mí. Una misma Vida atraviesa a Dios, a Jesús y al cristiano. No se trata de la vida biológica, sino de la trascendente. No son vidas distintas que se suceden, sino la misma y única VIDA. ....................... La tarea fundamental de todo ser humano es nacer a esa Vida que se le ofrece gratuitamente, aunque para ello tenga que morir a todo lo que signifique egoísmo e individualidad. .................. Esa Vida no tengo que buscarla en ninguna parte, porque ya está en mí desde el principio. Solamente tengo que vaciarme de todo aquello, que impide su nacimiento y crecimiento. Dando por comentado en anteriores homilías el tema central de este capítulo 6º de Juan, atendemos a aspectos complementarios.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?, es una pregunta demasiado lógica. No nos cabe en la cabeza que nadie haya pensado nunca en masticar la carne física de Jesús, ni en chupar físicamente su sangre, ni que sus interlocutores lo pensaran. Sin duda, el evangelista está haciendo una pregunta retórica, para tener ocasión de insistir en el mensaje. Es significativa la repetición de la expresión "comer mi carne y beber mi sangre" (cuatro veces en tres versículos, más otras expresiones semejantes en el contexto inmediato). Se está iniciando el final del episodio: el rechazo de los interlocutores y la insistencia de Jesús en que él es el alimento y la bebida enviados por el Padre. Éste será el tema del próximo domingo. EL QUE SE ALIMENTA DE ESTE PAN TIENE VIDA ETERNA "No como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron". Alimentos para la vida, alimentos para la muerte. Cebar la carne para que se pudra más materia, alimentar el espíritu para que todo sea eterno. Es un acto de fe en el ser humano lo que se nos pide al creer en Jesús. Es un acto de fe en que el ser humano es mucho más que carne, que posesión, que placer, que venganza, que poder ... Desde el capítulo 2 del libro del Génesis se proclama que el ser humano es barro, pero con espíritu de Dios, que tiene el mismo aliento con que Dios respira. Jesús viene a alimentar el Espíritu. Jesús viene a que vivamos con Espíritu, alentados, elevados por el Viento de Dios muy por encima de las permanentes insatisfacciones de nuestro barro. Se alimenta de Jesús "el espíritu", no "la carne". El espíritu es lo que tira para arriba, la carne lo que tira para abajo. "Arriba y abajo" tienen el mismo significado que en la fiesta de la Ascensión; en definitiva, hacia la plenitud en Dios o hacia el fracaso vital. Espíritu significa siempre viento, volar, ascender, navegar, alentar, animar.... Carne significa siempre corrupción, provisionalidad, pesadez, conformismo, gravedad, peso. LA CARNE DE JESÚS El cuarto evangelio, que a tantos (incluso de los mejores teólogos de la iglesia) ha inducido – por leer mal – a un docetismo alarmante, haciendo concebir a Jesús como un ser divino con apariencia humana, es sumamente explícito y cuidadoso en afirmar su humanidad verdadera, real, indispensable. La carne y la sangre son la humanidad, la carne y la sangre hacen evidente la realidad humana, carnal, sólida, tocable, mortal. La carne y la sangre son la fiabilidad de nuestra fe en Jesús. Si no fuera carne y sangre sería mentira. Si no fuera carne y sangre sería mito. La carne vaciada de sangre que exhibe Jesús muerto, tan cruelmente reseñada por el mismo cuarto evangelio, y tantas veces comentada desde delirios místicos, es ante todo la proclamación clamorosa de la fe en la humanidad. Es esta fe en la humanidad el punto de partida de toda fe. Si no tragamos enteramente la humanidad jamás nos alimentaremos de la divinidad. Muchos han vuelto a Calcedonia para volver a insistir en divinidad. Muchos hoy creen alimentarse de Cristo olvidando la carne y la sangre. Muchos han vuelto a descubrir la carne y la sangre, la humanidad de Jesús, como alimento de su fe, como sustento de lo divino de Jesús. Pero solo tiene vida eterna el que se traga la carne y la sangre, la humanidad real de Jesús. COMER SU CARNE, BEBER SU SANGRE ¿Habrá alguien todavía tan tonto como para hacer la misma pregunta que el evangelio atribuye a los judíos? ¿Habrá alguien todavía que se imagine que le pasa algo a su espíritu dando un mordisco a Jesús o bebiéndole la sangre? ¿Habrá alguien todavía tan influido por la magia ancestral y el residuo de los mitos primitivos? Comulgar es todavía para bastantes personas tragarse algo que parece pan pero es Dios. Y desde el estómago o desde cualquier rincón físico de su cuerpo, ese Dios que parece pan actúa, como una tableta de medicina efervescente que en el tubo parece inerte, pero puesta en agua empieza a soltar un sorprendente flujo de burbujas curativas. Para muchas personas esto es ya simple magia superada, pero para algunas (¿muchas?) otras, todavía es la creencia habitual. Si las líneas anteriores nos han sobresaltado o escandalizado, quizá sea porque necesitamos revisar nuestro concepto de comunión. Ya hemos tratado en los domingos anteriores sobre lo esencial del tema. Expondremos aquí un aspecto complementario, inducido por la primera lectura y muy central en los evangelios: el banquete, el Reino como banquete, Jesús como banquete. No simplemente como comida, alimento, sino como fiesta y abundancia. Es un tema que recorre horizontalmente todos los demás de la Buena Noticia, y que olvidamos con demasiada frecuencia. Una nueva Ley, más exigente aún que la anterior no es una noticia demasiado buena. Una renuncia a todo lo que nos atrae para merecer el premio eterno (más aún si es para evitar el eterno castigo) tampoco lo es. Pero Jesús centra su predicación en dos expresiones similares: la Buena Noticia / el Reino. Y lo expresa en acciones festivas: los discípulos no ayunan "porque están con el novio"; el ministerio de Jesús se inicia en el cuarto evangelio con una boda en que Jesús ofrece el vino en abundancia, significativas parábolas tienen al banquete como clímax... no repetiremos todos los pasajes en que aparece esta idea. Sí insistiremos en el profundo paralelismo de estas expresiones con la parábola del Tesoro, tan medular en el mensaje de la Buena Noticia, y en lo significativo de la primera palabra de cada "bienaventuranza": dichosos. Lo de Jesús es una fiesta; es de gente bien alimentada, que dispone de agua abundante y vino a discreción, a plena luz, en medio de amigos, disfrutando de la invitación y la presencia del Padre. Esto es una imagen del mundo definitivo, y Jesús alude a ese Banquete definitivo en varias ocasiones, pero es también una imagen de la situación interior de los que siguen a Jesús. Tener la vida llena de sentido, sentirse liberado de tantas necesidades que no hacen más que encadenarnos, sentirse estimulado por el amor, no por el miedo, saberse querido, útil, necesario, atender a valores válidos para la humanidad entera, vivir comprometido, compartiendo, humanizando y humanizándose, fundar la esperanza de vida eterna en el amor de un Padre... Y, por encima de todo, conocer a Dios, y liberarse así de todo miedo, al juicio, al pecado, a la muerte, a la propia debilidad.... Vivir así es un regalo indescriptible, estupendamente calificado por Jesús como Tesoro, como Fiesta, como boda con abundancia del mejor vino, como Banquete, como Reino. A veces, nuestra pequeñez mental pide de Dios simplemente parches para los dolores pasajeros o, peor aún, que nos ayude a conseguir bienes de tierra, de los que esclavizan el corazón y nunca producen felicidad. Si desnudamos nuestras oraciones de petición, probablemente encontraremos en el fondo de todas ellas el deseo de disfrutar de este mundo, de no comprometernos con nadie, de vivir bien aquí sin dolor ni muerte... Somos desgraciados deseando todo esto y más aún porque Dios no nos lo da. Cambiemos a Jesús. Vivimos para construir el reino, como ciudadanos de la Ciudad Definitiva. Nuestros valores no son de tierra ni para la tierra, aceptamos la misión: y entonces –y solamente entonces– experimentaremos que lo de Jesús es una Estupenda Noticia, un modo de vivir fascinante, satisfactorio, aquí y para siempre. La Iglesia parte siempre de la univocidad de la verdad. Se siente su poseedora absoluta sin posibilidad de que nadie le discuta ese dominio que le viene nada menos que del único Dios verdadero y de la fuente del derecho natural. Pero se da la paradoja de que no es Dios o la naturaleza quien deposita la verdad en la Iglesia, sino que es la Iglesia la que fabrica la verdad y asigna su origen a la divinidad o al derecho natural.
Naturaleza y Dios son así los depositarios de un pensamiento construido por la Jerarquía a lo largo de los siglos que busca un respaldo autoritario más allá de sus mandatarios. Por eso cuando a la Jerarquía se le pide que muestre el fundamento de muchas de sus normas nos remite, no a lo que debía ser la fuente de la revelación, sino a la tradición, entendida ésta como la vigencia de una creencia o práctica impuesta a lo largo del tiempo sin autocrítica alguna. Con este bagaje ideológico, la Iglesia se siente en el derecho de despreciar logros científicos, actitudes humanas, novedades conseguidas en el quehacer humano y humanizante de la vida. Construye incluso una cosmovisión que hace de la tierra el centro del mundo. Y cuando la noria cósmica invierte su camino tarda siglos en reconocer su error y pasa de puntillas sobre su propia equivocación. Mucos giros copernicanos necesita la Iglesia para adquirir un mínimo de coherencia con la ciencia, el devenir humano y la consecución de metas humanizantes que vamos arañando a la historia para hacer un mundo más habitable. Desde esa conciencia de dominio absoluto, la Iglesia ha tratado de imponer siempre su moral sobre cualquier tipo de legislación que surja de la tarea libre del hombre. España tiene experiencia de este predominio de los religioso sobre lo civil.. Durante cuarenta años el desacuerdo con el régimen dictatorial del caudillo por la gracia de Dios era automáticamente un pecado contra la divinidad. No existía, por ejemplo, el matrimonio civil porque el mandato eclesiástico obligaba a la recepción de un sacramento impuesto por la Iglesia e instituido por el mismo Cristo. Lo importante en los amaneceres no eran las balas que segaban vidas, sino el sacramento del perdón otorgado por un sacerdote para que los fusilados fueran al cielo. Parte la Iglesia de que la sexualidad no debe ser una fuente de placer vital, ni un acto de comunicación amorosa, ni una plenitud de vivencia. Es única y exclusivamente un factor de procreación. Y cuando éste no se da por voluntad expresa de quienes ejercen el amor, se trunca su fin exclusivo y se convierte en pecado. De forma que la relación sexual viene definida por la pareja que la vive y un Dios que deposita el alma en el instante mismo del encuentro amoroso, fijándose en ese mismo momento la vida de la persona en cuanto persona, la vida humana en cuanto humana. Ni la ciencia ni la filosofía coinciden con esta visión. Pero la Iglesia no admite que ninguna disciplina humana se oponga a su decisión proclamada y atribuida al Dios que inspira su legislación. Y volvemos al principio: no es Dios quien deposita esta teoría en la Iglesia, sino que es la Jerarquía la que hace responsable a Dios de sus leyes. Cuando el ministro Gallardón retrotrae la legislación sobre el aborto a una fecha anterior al 85, está convirtiéndose en obispo dogmático y abandonando su capacidad de legislador ajeno a los designios eclesiásticos que tiene en cuenta la ciencia y el desarrollo humano para legislar desde un Parlamento aconfesional. Retoma la visión franquista de que es malo civilmente lo que eclesiásticamente es perverso. El ministro se coloca la mitra episcopal y hace de España su propia diócesis. La mujer queda expropiada de su cuerpo, de su sexualidad, de su maternidad responsable, de su grandeza, de su misterio de mujer para sufrir el yugo de una imposición que la releva de su responsabilidad en la toma de decisiones. Y resulta inexplicable que no pueda abortar una mujer cuyo feto padece graves malformaciones y sí pueda hacerlo si ha sido violada. Confunde el ministro al concebido con el nasciturus sin explicar por qué es impracticable legalmente el aborto de un feto malformado y sí el de una mujer violada. Tal vez Dios estuvo presente en el acto amoroso de la primera pareja y llegó con retraso a la sacrílega violación de la segunda. Hay que urgir al reconocimiento pleno de la libertad femenina. La mujer no llega a la plenitud de mujer cuando es madre (como proclama Gallardón) La mujer es plenamente ella misma cuando consigue hacer de su vida un proyecto consciente, liberalizador y humanizante. En estos días de la recuperación de Pablo Gaona Miranda, para él, los otros 105 nietos recuperados y los que todavía esperamos...
La pregunta 'quién soy', que tan en marcha nos pone a lo largo y a lo hondo de nuestra existencia. Me pregunto cómo será que las respuestas que vienes dándote se te caigan todas juntas, se estrellen como vidrios contra el piso. Empezar de nuevo a revelarte, desde los añicos de tu novela personal, desde la fiesta que todavía por ahí no entiendes. Te habrán guiado intuiciones, ruidos, piezas que no encajaban. Desde lo profundo un grito, algo no va, las entrañas se revuelven contra y desde una vida que no era tuya y era la única que parecía existir. Atrapado en esa máscara de lo que conocías, por momentos tan acogedora y en otros tan escandalosamente asfixiante, o tan dolorosamente ajena. Extrañamiento de ti mismo, mirarte en el espejo y saber que no te muestra. Esa vaga conmoción que te susurraba que estabas creado para abrigarte en otros brazos, de los que tu cuerpo conservaba la memoria. Otro modo de respirar, otros ritmos vitales. Otro. No eras ese, el que siempre –o casi siempre- habías sido. Imagino el quiebre. Disponerte al riesgo insoportable de dejar de ser, para ver quién eras. Al suelo el espejo, y mirarte en los trocitos y no encontrar más que rasgos sueltos, incomprensibles. Sin imagen. Sin sostenes. No ser. Renunciar a ser. Un salto al peor abismo posible, a la nada. Confiando en que detrás, estabas tú, el auténtico, el hasta ahora negado. Salir a buscarte en los meandros de la historia. Recolectando, entre flores y hojas secas. Cosiendo fragmentos. Preguntar, preguntarte, descreer y volver a empezar. De dónde tomar los pedazos, para volver a descubrirte; qué acopiar y qué tirar a la basura de lo que sabías, lo que ignorabas, lo que te iban diciendo. En un instante de explosión, un nombre, que te alumbra, que te pare de nuevo. Un nombre nuevo, que vuelve a lanzarte a la vida. "Volver a ti, volver a ser..." Otro. El asombro del reencuentro. Hundirte en esos ojos que no conocías, y palpar que siempre habías estado en ellos. Las caricias que tus sueños prometían. La convicción de estar en casa, nido todavía tibio de tu calor recién nacido y renacido. Y descubrir que sigues siendo tú, en el terremoto de los cambios. Que tu sello más propio, persistentemente, sigue ahí, nunca se alejó del todo. Que eres tan otro, y tan el mismo. Que ese hilo invisible, que esa sangre y ese fuego permanecen más allá y más acá de los vaivenes, que eran ellos los que gritaban exigiéndote el derrumbe liberador. Que tu identidad está grabada en tus huesos, y estalla, en algún momento estalla, y te toma, y te enciende, te posee... te reclama que la encarnes. Me decía un vecino que le había sorprendido ver a una mujer rebuscando en un contenedor de basura. No es un caso aislado ni es la primera vez que se dan estos hechos. Hay bastante gente que lo pasa muy mal, sin acudir todavía a buscar desechos. Además empieza a surgir una nueva clase de marginación: la de los que sufren, los realmente excluidos y que la sociedad los identifica como fracasados. Estamos aceptando la “sociedad del mal” en la que tenemos el peligro de convencernos de que los excluidos lo son por su culpa o castigo divino.
La banalidad del mal, convertido en un rasgo de nuestro tiempo, se reformula de una manera laica pero igualmente radical en la teocracia del mercado y el consumo. El discurso profético ha quedado arrinconado por la consagración del presente hedonista que transmiten las mitologías de los objetos y las diversiones. Yendo a las raíces innegables de las cosas, hemos de decir que la razón de todos los males es el afán de poder. Puede parecer difícil escapar del nihilismo si no proponemos denunciar y hacer visibles todos esos” honrados genocidas” servidores de una supuesta causa grande. No debemos acostumbrarnos a ver como lo normal, oír hablar de banqueros con sueldos e indemnizaciones de millones de euros. Sabemos que esas prácticas de aprovechamiento han persistido en medio de una enorme crisis económica mundial. Más o menos cinco mil millones de banqueros y directivos recibieron más de un millón de dólares cada uno el 2008 cuando se desplomaban las economías. Y más trágico es que muchos de esos genocidios económicos eran hipócritas conscientes de que llevaban a sabiendas una doble vida, persuadidos de lo “normal” del modo de proceder. Ahora hay quiénes siguen considerando como “normal” que con dinero del pueblo se acuda a rescatarlos del abismo en que se habían metido. No pensaron entonces que eso era una forma de crimen ya que algo de lo mucho que les sobra a ellos serviría para remediar a los miserables que ellos crearon. Hay que afirmar que lo superfluo de los países ricos debe servir para promocionar a los países pobres. Los países ricos serán los primero beneficiados de ello. Si no, su prolongada avaricia no hará más que suscitar la cólera de los pobres, con imprevisibles consecuencias. Las civilizaciones y naciones actualmente más florecientes, ahora replegadas en su egoísmo, atentan a sus valores más altos, sacrificando la voluntad de servir al deseo de poseer en mayor abundancia. Se le habría de recordar la parábola del hombre rico cuyas tierras habían producido tanto que no sabía donde almacenar la cosecha. Murió aquella noche. La deuda, los intereses aplicados a los países endeudados deben compensarse con la nivelación de lo superfluo de los ricos y lo necesario para vivir dignamente todos los seres humanos. Los esfuerzos, a fin de obtener su plena eficacia, no deberían permanecer dispersos o asilados, y menos aún opuestos por razones de poder o prestigio. La situación exige programas concertados. Los programas son mejores que una ayuda ocasional. Por ello, habría que potenciar un Fondo Mundial Solidario, alimentado con los gastos destinados actualmente a gastos de armamentos, a fin de ayudar a los más necesitados. Esto que vale para la lucha inmediata contra la miseria, vale igualmente a escala del desarrollo. Evidentemente una colaboración mundial, de la cual un fondo común sea al mismo tiempo símbolo e instrumento, permitiría superar las rivalidades estériles y suscitar un diálogo pacífico y fecundo entre todos los pueblos El valor de lo superfluo para unos es lo necesario para otros. A principios del siglo XX el teólogo modernista francés Alfred Loisy escribió en El Evangelio y la Iglesia: “Jesús anunció el Reino y vino la Iglesia”. El papa no tardó en poner la obra en el Índice de Libros Prohibidos. Sin embargo, Loisy llevaba razón, como demostrara después el exegeta alemán Rudolf Schnackenburg en su influyente obra La Iglesia del Nuevo Testamento: “No la Iglesia, sino el Reino constituye la última intención del plan divino”. Schnackenburg es el teólogo de referencia de Benedicto XVI en sus recientes obras sobre Jesús de Nazaret de mane reiterada y elogiosa.
Yo creo que la Iglesia constituye el primer fracaso de Jesús el Galileo, que puso en marcha un movimiento igualitario de hombres y mujeres, nacido en la “Galilea de los gentiles”, contrahegemónico, ubicado en los márgenes de la sociedad y de la religión judía, que anunció el reino de Dios como alternativa al poder político-imperial y a la religión tradicional. Luego surgió la Iglesia como organización jerárquico-patriarcal, aliada con el poder y ella misma detentadora de todo el poder, el espiritual y el temporal. Para ello tuvo que incumplir la orden del Maestro: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes los oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos” (Marcos, 10,42-44). La Iglesia se organizó al modo imperial y, con el paso del tiempo se convirtió en Estado bajo la autoridad del Papa, persona con más poder que los faraones egipcios los emperadores romanos, los califas otomanos y los reyes católicos pero que osa llamarse “siervo de los siervos de Dios”. Si la Iglesia no es de institución divina, menos aún lo es el Vaticano. Este no es el centro de la Cristiandad, ni Roma, la ciudad santa y eterna, sino, un lugar de intrigas, maquinaciones, traiciones, luchas por poder, negocios turbios. No sé si nació para eso, pero, históricamente, ha actuado así, unas veces con nocturnidad y alevosía; otras, con luz y taquígrafos, hasta el punto de convertirse en ejemplo, o, mejor, mal ejemplo, de comportamientos oscuros, que con frecuencia se han justificado e imitado. El papa no está libre de las intrigas, es parte de las mismas y, en ocasiones, su principal responsable. Es el caso de Benedicto XVI, que lleva treinta años en el centro de la intriga, primero como presidente de la todopoderosa poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe, que condenó a teólogos y teólogas acusados de heterodoxos y sustituyó a obispos del concilio Vaticano II por obispos neoconervadores. Luego, en el Cónclave, donde movió todos los hilos para conseguir su elección papal con el apoyo de la mayoría de los cardenales que habían sido nombrados durante su mandato como Inquisidor de la Fe. Y ahora como Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, que, según la “Constitución” del Vaticano, detenta en su persona la plenitud de los tres poderes, y como Papa, que gobierna a más de mil millones de católicos de todo el mundo, que no han participado en su elección y cuyas decisiones son inapelables. Ayer conocimos la noticia del procesamiento del mayordomo del Papa Paolo Gabriele y del empleado de la Secretaría del Vaticano Claudio Sciarpelleti, acusados de robo y difusión de documentos secretos de la Santa Sede, según la sentencia del juez instructor del Tribunal del Estado Vaticano contra el mayordomo del papa Gabriele acusado de “robo con agravante”. El mayordomo ha reconocido los cargos que se le imputan alegando que su intención era “mejorar la situación eclesial vivida en el interior del Vaticano y nunca para dañar a la Iglesia”. Yo creo que en la trama está implicada buena parte de Curia, incluido el Papa. Todos deberían ser investigados. Y, tras la investigación, proceder a la supresión del Vaticano como Estado, que es la gran herejía del cristianismo, y del Papa como Jefe de Estado, que es la encarnación del poder absoluto. Por ahí debe comenzar la Reforma de la Iglesia, como acaba de proponer Pére Casaldáliga, obispo catalán emérito de la Prelatura brasileña de Sâo Felix do Araguaia. La mente es inquieta y, con frecuencia, atropellada. Como un cachorro juguetón, no cesa de corretear de un lado a otro. Le encanta la distracción y el protagonismo. Suele generar más de sesenta y cinco mil pensamientos en un solo día. Y siempre quiere tener razón... Por todas esos motivos, no resulta extraño que se la haya llamado "la mente de mono", siempre saltando de un lugar a otro.
Le mente engendra al yo que, como buen hijo, asume como propias las características de aquella. Se cree separado de todos y de todo, busca tener más razón que nadie, vive de la comparación y el enfrentamiento, y hace todo lo posible por autoafirmarse como centro de su universo. Para sí mismo, el yo aparece como solemne; visto desde fuera, sin embargo, resulta infantil y, cuando se infla, patético. Sin embargo, hay otro modo posible de relacionarse con la mente y, por lo tanto, con el yo. Basta ver la mente como lo que realmente es, una herramienta –un "objeto" más dentro de lo que somos-, para que se empiece a abrir camino el reconocimiento de nuestra identidad más profunda. En ese preciso momento, el propio yo habrá empezado a disolverse, tanto en su presunta identidad como en sus equivocadas creencias de separación. Y eso ocurre cuando la atención "gana la carrera" a los pensamientos. Una cosa es pensar y otra muy distinta saber que se está pensando. Al percibir y experimentar esta diferencia, hemos accedido a otra comprensión mayor: una cosa es el pensamiento (la mente) y otra la Consciencia. Y se hace posible percatarnos de que el pensamiento es lo que tenemos; Consciencia es lo que somos. A partir de ahí, es posible aprender a vivir, no en el pensamiento –que utilizaremos cuando lo necesitemos-, sino en la atención. Y vendremos a percibir que la creencia en nuestra identidad egoica ha cedido el paso al reconocimiento de la Identidad no-dual, atemporal e ilimitada, que realmente somos. Y se irá haciendo verdad en nuestra vida lo que canta un conocido haiku: Siéntate en silencio. No hagas nada. Llega la primavera y la hierba crece sola. Toda esta introducción me ha surgido al leer los interrogantes que se plantean los oyentes de Jesús: "¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?". Porque no está mal que la mente se plantee interrogantes; gracias a ellos, avanzamos. El error radica en creer que la respuesta se encuentra en ella misma. Eso explica que, al verse frustrada en sus pretensiones, descalifique todo aquello que no cabe dentro de sus reducidos parámetros. Por eso, me suena profundamente sabia la actitud de Jesús: "No critiquéis". Es decir, no erijáis la mente en árbitro último de la realidad. Abríos a otra Sabiduría mayor, a la que tenemos acceso justo en el momento en que se acalla la razón. Esta Sabiduría no es crédula ni irracional. Valora y respeta la mente –no renuncia nunca a la razón crítica-, pero la trasciende. Ante ella, la mente ocupa su lugar, sin otras pretensiones ilusas y dañinas, y termina rindiéndose a la Verdad de lo que es. Esa Verdad no es otra cosa que la "vida eterna", de que habla Jesús. Ambos términos, Verdad y Vida, son equivalentes e intercambiables. Son nombres que apuntan, dentro de la pobreza del lenguaje, al Misterio último de lo Real y, por tanto, al núcleo último de nuestra propia identidad, al Fondo común de todo lo que es. No somos yoes que tienen vida durante un cierto tiempo. Somos Vida que se expresa en estas formas temporales y transitorias. Reconocerlo es "creer", "ver al Padre", "venir a Jesús", saborear el "pan de vida"... Cuando leemos textos como este desde la mente, podemos tener la sensación de perdernos entre tantos nombres y conceptos, hasta el punto de parecer todo un inmenso trabalenguas. Cuando, por el contrario, la lectura se hace desde "otro lugar", desde la experiencia del No-lugar donde todo se encuentra, caemos en la cuenta de que esa pluralidad de palabras y de expresiones no es otra cosa que el resultado de querer balbucir la Realidad última, imposible de apresar. A partir de ahí, cesa la confusión. Hemos descubierto que la sabiduría espiritual siempre está hablando de "lo mismo", cualquiera que sea el lenguaje, la referencia o el "idioma" que utilice. Sus palabras no tienen la pretensión (ilusoria) de informarnos acerca del Misterio, sino la de despertarnos a la Realidad que ya somos, pero de la que estamos con frecuencia desconectados. Es comprensible que, según los diferentes perfiles psicológicos, haya palabras que, a cada cual, le resulten más evocadoras que otras. Pero todas ellas son únicamente eso: evocación, señales que apuntan a la Realidad que trasciende toda palabra y todo concepto. Realidad que no puede ser pensada ni formulada adecuadamente, como recuerda magistralmente uno de los primeros textos espirituales: "El Tao que se puede conocer no es el verdadero Tao....; el Tao del que se puede hablar no es el verdadero Tao...; el que conoce el Tao, no conoce el verdadero Tao" (Tao te Ching). No podemos conocer –ni nombrar- el Misterio; únicamente lo podemos ser. Y es entonces, al serlo, cuando lo conocemos, con la evidencia y el gozo que se desprenden de la Realidad misma. Es lo que somos, y siempre hemos sido. Despertar es hacerlo consciente y vivir en conexión con Ello. Seguimos en el cap. 6 del evangelio de Juan. En el pasaje que leemos hoy, aumenta la tensión entre los judíos y Jesús y a medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable. El mensaje sigue siendo el mismo, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido de los rabinos y lo que Jesús les quiere trasmitir. Recordemos que el balance final no puede ser más desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Le criticaban. Siguen las alusiones al AT. "Criticaban" es el mismo verbo que se utiliza para hablar de las murmuraciones de los israelitas contra Moisés por no darles de comer en el desierto como comían en Egipto. Jesús les recuerda que, ellos que están haciendo referencia a Moisés, estuvieron en contra de él en los momentos difíciles. Los israelitas no confiaron en Moisés y los judíos no confían ahora en él. ¿No es este el hijo de José? En los sinópticos, hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. Uno de los mayores obstáculos para acercarse al verdadero Jesús, es conocerlo demasiado. Para la mentalidad de la época, que no superaba la idea de un dios antropomórfico, su lógica es aplastante. Si es hijo de José y de María, no puede ser hijo de Dios. Hoy podemos comprender el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios y la de José,son realidades de naturaleza distinta. Los cristianos hemos caído en la misma trampa, aunque al contrario: Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios... Nadie viene a mí si el padre no lo trae. Los cauces normales de conocimiento humano no pueden llevar al conocimiento de Jesús, Las verdaderas pautas de conocimiento las da Dios. LaREALIDAD no se puede expresar con palabras, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: "Nadie va al Padre si no es por mí". Para llegar a la Verdad, tenemos que ir más allá de las dos afirmaciones. La verdad trascenden¬te no cabe en conceptos humanos. El que acepta al Padre, acepta a Jesús; y el que venga a él, no le separará del Padre. Dios es el que instruye a todos. Solo Él puede abrirnos los oídos y los ojos para poder oír y ver. El Dios en que creemos no puede llevarnos a Jesús, porque es un ídolo que hemos fabricado a nuestra medida. Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección, no sirve para descubrir el sentido. Es una manera de decir que está tratando de una Vida, a la que no afecta la muerte. "Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos". La Vida definitiva tiene que tener un alimento también trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. "El último día" esa Vida permanecerá idéntica a hoy. Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor, por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. "Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo". Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él, es la del toma y daca. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. Una nueva referencia al maná para dejar bien clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús, como pan de Vida, alimenta el espíritu que no muere. Esa es la diferen¬cia. La expresión "pan de Vida" no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de la doctrina de Juan. La VIDA, con mayúsculas, es el tema fundamental de todo el evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre". No se trata de vida material ni espiritual. Se trata de LA VIDA que es el mismo Dios comunicándose en cada uno de nosotros para hacernos vivir. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre. Esta frase, resume todo lo anterior. Jesús es el alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje conciso y sublime de la comunidad de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y lo tiene que seguir siendo para todo cristiano. Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. Jesús no se pone nunca como centro de su mensaje. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Es verdad que, con el tiempo, los cristianos terminaron predicando a Cristo, pero era solo una manera de comunicar su mensaje. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica, al Cristo predicado. En el evangelio de Juan se ha dado ya claramente este paso. Si no lo entendemos bien podemos tergiversar el evangelio. El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. Acostumbrados a pensar en un Dios trascendente, no pueden comprender que se pueda manifestar en la carne. Recordemos que "carne" para los judíos, era el mismo ser humano pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus "males": dolor, enfermedad, muerte... Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario a cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios 'limitado' es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne. No puede haber don del Espíritu donde no hay carne. El significado de esta afirmación hay que completarlo con lo que dirá un poco más adelante: "El espíritu es el que da Vida, la carne no vale para nada" (otra contradicción). La grandeza de la carne consiste en que está informada y trasformada por el Espíritu, sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar a Dios en la realidad concreta y en el Hombre. Esa transformación es la que está manifestando el evangelio de Juan desde el principio. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: "Hay que nacer de nuevo". "Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu". La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime; depende de cada uno. Nuestro gran error consiste en seguir pensando que, para acercarse a Dios, hay que alejarse de la carne. Lo que no aguantaron aquellos judíos, seguimos sin aceptarlo nosotros. Un Dios involucrado en la carne, sigue siendo inaceptable. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús. La carne sigue siendo para nosotros perversa. La Escritura dice que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne (de Jesús) se hizo Dios. El Dios identificado con la carne – con toda carne - no interesa a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de a pie, porque nos impide la relación intimista que nos aleja de los demás. Hemos convertido la misma eucaristía en cosa sagrada en sí, olvidándonos de que es, sobre todo, sacramento (signo) del amor y de la entrega a los otros. El fin de la eucaristía no es tanto elconsagrar un trozo de pan y un poco de vino, cuanto hacer sagrado (consagrar) a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de nuestro servicio y adoración. Cada vez que nos arrodillamos estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Nos empeñamos en que, en la eucaristía, el pan se convierte en Jesús, pero la enseñanza del evangelio es la contraria: Jesús se convierte en pan. Al celebrar la eucaristía, no tengo que convertirme yo en Jesús, sino convertirme yo en pan, como él, para que todos me coman. ¡Piénsalo bien antes de escandalizarte! Meditación-contemplación "El que coma de este pan vivirá para siempre". Entender esta promesa como prolongación de la vida biológica es desfigurar el mensaje de Jesús para acomodarlo a nuestros anhelos más terrenos. ....................... La vida biológica no tiene más remedio que acabar. Si hago mía la misma Vida de Jesús, ya estoy en la eternidad, en esa Vida, porque he entrado a formar parte de la Vida de Dios. ..................... Mi individualidad, mi falso yo me arrastra al error. Si tomo conciencia de lo que soy de verdad, descubriré que cuanto antes me despegue de mi yo, antes alcanzaré la plenitud de ser en una Vida definitiva. |
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