José Comblin nació en Bruselas en 1923. En 1958 vino como sacerdote a América Latina. Ha estado sobre todo no Brasil y Chile, y de ambos lugares fue expulsado por las dictaduras. Ha acompañado a muchas comunidades y ha sido asesor cercano de don Helder Camara, y de varios obispos del pueblo. Ha escrito innumerables libros y artículos, y pronunciado muchas conferencias hasta el final de su vida de 88 años.
1. Comblin ha estado varias veces en El Salvador. Participó en 2005 en el primer Congreso Internacional de Teología celebrado en la UCA. Habló de “Los padres de la Iglesia latinoamericana”, pensamiento suyo que ya es clásico. Y felicitó a la UCA por publicar las obras completas de monseñor Romero. En 2010 vino por última vez, al segundo Congreso de Teología. Habló de un tema, crítico y decisivo, que ha repetido sin desanimarse. El cristianismo es fe que viene del Evangelio. No es religión que hacemos nosotros. Por necesidad hay que estar en lo segundo, pero hay que vivir de lo primero. Fue entrañable su carta de aceptación. “Claro que acepto la invitación. El asunto me conviene. Pero todo depende de una circunstancia. Tendré 87 años y no sé si lo celebraré en esta tierra o en el purgatorio. El Señor no me lo comunicó todavía”. Ha publicado también varios artículos en esta Revista Latinoamericana de Teología. 2. Durante décadas, Comblin ha insistido en los pobres y oprimidos. Muy recientemente ha vuelto a decir: “No nos engañemos. El mundo se divide entre opresores y oprimidos. Los primeros son minorías. Los segundos, inmensas mayorías”. No existe globalización, pues la humanidad no se está haciendo homogénea, sino cada vez más antagónica. En sus viajes a El Salvador lo primero fue ir al mundo de pobres. A Perquín, lugar duramente azotado durante la guerra, donde trabaja su amigo el padre Rogelio Ponseele. Y al Bajo Lempa, donde trabaja su amigo el padre Pedro Leclerq. Así se comprenden mejor sus palabras programáticas. En los medios de comunicación se habla de los pobres siempre de forma negativa, como de los que no tienen bienes, los que no tienen cultura, los tienen para comer. Visto desde fuera, el mundo de los pobres es todo negatividad. Sin embargo, visto desde dentro, el mundo de los pobres tiene vitalidad, luchan para sobrevivir, inventan trabajos informales y construyen una civilización distinta de solidaridad, de personas que se reconocen iguales, con formas de expresión propias, incluidos el arte y la poesía. Y cuando cumplió 80 años le oí decir: “Tener fe es muy fácil. No hay más que ver a los pobres”. 3. Y ha venido a El Salvador a estar con monseñor /romero, verdadero e insigne padre de la Iglesia. Después del Congreso, pudimos concelebrar la eucaristía de aniversario de monseñor. Estábamos dentro de Catedral, y pude observarle con detención. Un obispo de Guatemala leyó una homilía y, al terminar, Comblin solo hizo un comentario. Le salió espontáneo, con paz y tono de tristeza: “Convencional”. Los miles de personas en la plaza merecían otra cosa. Era el Comblin honrado, libre y evangélico. Pero me sorprendió más su devoción. Aunque lejano al altar, participó de lleno en la liturgia, con alba y estola. Contestaba como un sencillo feligrés. Rezó el padrenuestro de la mano de otros y dio la paz a las personas a su alrededor. Y se le notaba la devoción. 4. Ha fallecido, con la pluma en la mano, y los pies visitando comunidades. Y he recordado otra eucaristía en México. Con la hostia en la mano, nos la ofreció con estas palabras: “Que el cuerpo de Cristo nos acompañe hasta la última lucha”. Fue teólogo excepcional, cristiano honrado, radical y devoto. Seguidor del Evangelio con toda naturalidad. Y libre para estar en sintonía con Jesús de Nazaret y su Dios. Tras su muerte, le han llamado “maestro” (O. Beozzo), “un desafío a la inteligencia académica” (L. Boff), “guía inquieto y exigente como los antiguos profetas, denunciando siempre nuestras incoherencias en la fidelidad a los preferidos de Dios” (L. Álvez). Nosotros terminamos con el testimonio de Mônica Muggler, su fiel acompañante durante muchos años: “Tenía el don maravilloso de reunir en una gran familia a todos los que sueñan con una Iglesia más humana, más presente, más amante y fiel a Jesús, fiel a su Evangelio”.
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“El papel de la teología no es clonar encíclicas. No se hace teología repitiendo sin pensar declaraciones del llamado magisterio eclesiástico”. Con esta reflexión distendida concluía el pasado 5 de agosto la Escuela de Teología Rahner-Balthasar de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
En la conferencia inaugural, el teólogo Roger Haight, alentó al público reunido en el palacio de La Magdalena, en Santander, para participar en el curso de verano sobre La transformación de la teología, hoy: pluralismo y laicidad. “Compartimos solidaridad y esperanza, unidos en la fe, pero divididos por las ideologías… Están en declive las religiones, pero no la fe…”, decía el teólogo norteamericano. “La juventud se aleja cada vez más de las iglesias , y con razón, porque el lenguaje que se habla en ellas no les dice nada. Pero aumenta la demanda de espiritualidad y los compromisos de solidaridad. El relato evangélico vale para todas las personas en busca de sentido en su vida. Lo que Jesús dijo e hizo, lo que pasó con el ajusticiado inocente que creemos que vive, sigue siendo válido hoy para darnos vida”. Hay que revisar y reinterpretar, no meramente renovar. El Concilio Vaticano II significó la llegada con retraso de siglos de una importante ruptura con las desviaciones medievales de la teología romana (no una mera readaptación como dice la versión oficial actual). “La soberanía de la religión es incompatible con la soberanía del pueblo”, dijo José María Castillo. “Los derechos absolutos de la religión son incompatibles con los derechos humanos. La cristiandad equivale a violencia, lo que es incompatible con el Evangelio. Porque es incompatible con lo más elemental de la dignidad humana”. Pero la reinterpretación de la teología no puede quedarse en primermundismo, androcentrismo y logocentrismo. “Las teologías feministas nos hacen cambiar el paradigma unisexual de la tradición teológica eurocéntrica y androcéntrica”, decía Margarita Pintos. La voz del Presidente de Europa laica, Francisco Delgado interpeló a la teología para tomar en serio la secularidad y laicidad, sobre todo en las relaciones apropiadas de separación entre iglesias y estados. Recogió el reto Juan José Tamayo, apoyándose en “el laico Jesús de Nazaret” y el movimiento laico desencadenado por él: “el cristianismo primitivo, a favor de la libertad de conciencia y la libertad religiosa, no rechaza al estado laico. La secularización está en la entraña misma del cristianismo”. También las religiones orientales confrontan semejante problema. Incluso un budismo laico y actualizado, como el que representaba la ponencia de Kotaró Suzuki, reconoce que las nuevas generaciones son cada vez menos institucionales, sin dejar por eso de vivir la búsqueda de espiritualidad y la práctica de solidaridad. Para la historiadora japonesa Chiaki Watanabe, especialista del estudio comparado de nacional-catolicismo y nacional.sintoismo, la presente situación española de maridaje entre la ultraderecha política y la religiosa recuerda peligrosamente los tiempos anteriores y posteriores al conflicto civil de 1936. Estamos viviendo una época difícil de transición cultural. “No acabamos de renunciar a los ídolos del pasado ni llegamos a recrear nuevos símbolos”, decía hace ya más de medio siglo el filósofo Paul Ricoeur. Hoy, ya en la segunda década del tercer milenio, los lamentos de los neoconservadurismos eclesiásticos, casados con el gruñido crispado de sus homólogos políticos, en plena crisis por el juego de los poderes financieros, no halla eco en las nuevas generaciones; indignadas con razón, no logran que se haga oir su demanda de una nueva equidad. Cuando se les pregunte por su fe, no serán pocos quienes afirmen que “creen en Dios, pero no en las iglesias”. Y encuestas como la del barómetro de El Pais (20, Julio, 2011) colocarán en altura favorable a las ONG y Caritas, y dejando en ínfimo lugar a los políticos y los obispos. A las voces de cierta teología que repite el lema de una “nueva evangelización” habrá que responder con la exigencia de un nuevo lenguaje y una nueva práctica. “El cristianismo está en un perído de declive, seguía diciendo el profesor Haight, pero no se debe al sentido interno del mensaje cristiano, sino al modo como es presentado en nuestra cultura de hoy”. No basta envolver el lenguaje estrecho de las iglesias de ayer en una aparente adaptación espectacular o en una “movida” que haga bailar a la gente de hoy en asambleas espectaculares. No basta una adaptación superficial al presente, rebozando con música de hoy ideologías de ayer. No podemos vivir de la añoranza del pasado. Desde el presente de Jesús, El que Vive, y de cara al futuro hay que reconstruir, revisar, reinterpretar. Pero el lenguaje que escuchamos en sermones episcopales y encíclicas pontificias parece seguir la pauta de las réplicas presuntamente artísticas como la basílica de “Nuestra Señora de la Paz” construída en la ciudad de Yamoussoukro, Costa de Marfíl, a imagen de la de San Pedro, en el Vaticano: una de las mayores iglesias católicas del mundo, con una cúpula de 149 metros de altura y capacidad para más de 15000 personas en su interior y 300,000 en la explanada exterior. Mientras el entonces presidente de Costa de Marfíl, Felix Houphouet-Boigny, pagaba de su bolsillo casi 150 millones de dólares para construir entre 1986 y 1989 la iglesia que el papa Juan Pablo II consagró en 1990, seguía muriendo de hambre la infancia anémica de su pueblo. Cuando el cardenal Fisichella nos invite a una nueva evangelización, habrá que recordarle: que no sea clonación repetitiva sino reinterpretación creadora. La escena sucede cerca de Cesarea de Filipo, una localidad a treinta kilómetros al norte del lago de Genesaret, enteramente gentil en tiempos de Jesús.
El suceso está presente, con algunas variantes, en los tres sinópticos y falta en Juan. Se trata evidentemente de una prueba, a la que responde, en nombre de todos, Pedro. "El Mesías", se completa con una confesión adicional "el Hijo de Dios vivo", que parece ir más allá de la fe tradicional de Israel, como apuntando a la peculiar y única relación de Jesús con el Padre. Esta es una confesión propia de Mateo. Marcos dice simplemente "Tú eres el Cristo", y Lucas "Tú eres el Cristo de Dios". El texto puede mostrar por tanto la progresión de la fe en Jesús que se da ya en la comunidad de Mateo, aunque no hay que olvidar que es precisamente la pregunta del Sumo Sacerdote en la noche de la condena de Jesús. En ella, los tres evangelistas ponen en boca del que pregunta la expresión "el Hijo de Dios - el Hijo del bendito". La expresión "Hijo de Dios", parece por tanto referirse a la manera judaica de entender, sin la connotación joánica de "el Verbo Encarnado". Los versos siguientes "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" están ausentes de Marcos y Lucas. Algunos autores piensan que es una adición posterior, trasladada aquí de un relato paralelo a Juan 21,15 (el relato del Lago Tiberíades después de la Resurrección). Sea lo que sea, no cabe duda de que esta expresión indica dos cosas: · en primer lugar, la posición preeminente de Pedro dentro de la Iglesia primitiva (como se subraya también en los relatos de la resurrección y en su papel en los Hechos); · en segundo lugar, el cambio de nombre completa la expresión "ni la carne ni la sangre te han revelado esto". Se indica por tanto que la Iglesia descansa en la fe en Jesús, obra especial del Padre, más que en cualquier otra cosa. Curiosamente, la expresión "Iglesia" no parece nunca más en los evangelios. Es frecuente en Hechos, cartas de Pablo y Santiago, cartas de Juan y Apocalipsis, referida más especialmente a una iglesia local que a la iglesia universal. Es muy dudoso que Jesús mismo pronunciara esta palabra. "Pedro" es palabra griega correspondiente al arameo "Kefas", que fue probablemente la que dijo Jesús. "El infierno" es, en el texto original "el Sheol", el lugar de los muertos. Así pues, el texto funda la iglesia en la fe en Jesús, Pedro se hace portavoz de esa fe, y mientras esa fe perdure, el poder de la muerte (el Sheol) no podrá nada contra ella. Entregar a alguien las llaves del palacio significa - como en el texto de Isaías - nombrarlo responsable, darle la autoridad necesaria para ejercer su cargo. Pedro recibe por tanto el cargo de "mayordomo del Palacio", y el Palacio es "el Reino de los Cielos". El poder de atar y desatar apenas si tiene antecedentes en la Escritura. En el contexto rabínico se aplica a dictar una sentencia, decidir una cuestión, imponer una obligación o liberar de ella. En Mateo 18,18, la misma expresión se aplica a toda la iglesia, no sólo a Pedro, y en referencia a la expulsión de alguien de la iglesia. “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”. Jesús prohíbe a los discípulos que hablen de él como Mesías. Esta frase está en contacto con el famoso "secreto Mesiánico" de Marcos. La interpretación normal es que Jesús no quiere ser identificado con el concepto habitual de Mesías. No hay que olvidar que estas escenas se colocan después de la huida de Jesús que despide a las multitudes tras la multiplicación de los panes, cuando ve que quieren hacerle rey. El texto, por otra parte, está mutilado. Las palabras siguientes de Jesús avisan a los discípulos que el Mesías tiene que padecer y morir, Pedro le reprocha esas palabras, y Jesús le increpa violentamente, incluso llamándole "Satanás, que piensas como los hombres y no como Dios". Este contexto - tan inmediato - muestra claramente que la confesión de Pedro es más bien mesiánica al uso normal de la gente, y que Jesús está formando a los doce para una comprensión verdadera del mesianismo, cosa que no consigue por entonces, ni se conseguirá hasta la venida del Espíritu, como muestra muy bien la expresión de los discípulos en Hechos 1.6 "¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?", inmediatamente antes de la Ascensión. Ante todos estos matices, no podemos menos que asombrarnos de la semejanza que existe entre aquella situación y la historia entera de la iglesia. Jesús anuncia un mesianismo y le entienden otro, anuncia un poder y le entienden otro, anuncia una distinción de Pedro y le entienden otra. Jesús es Rey, pero su reino no es de este mundo. Y el papa será rey de este mundo, él y la iglesia y el culto se vestirán con los atributos externos de la realeza, e incluso con algunos de sus poderes (o con poderes más que reales). Jesús anuncia la Buena Noticia del perdón y la iglesia detenta el poder de perdonar: no anuncia el perdón sino que administra el perdón. Pedro es señalado en la comunidad por su fe y su amor, y la historia lo entenderá como jefe con potestad suprema y única... El tema es tan profundo que sólo vamos a apuntarlo. En el fondo, se trata de diversas concepciones de Dios. Demasiadas veces Dios es presentado como el Rey Todopoderoso al que todos se han de someter, que tiene poder por ser Creador y Amo, y está representado en el mundo por Cristo y sus sucesores los Papas, a quienes se debe obediencia total, en lo ideológico y en lo moral y en lo político. Pero en el Evangelio, Dios no es ése, ni es ésa la misión de Jesús, ni por tanto la de la Iglesia. En el tema de "el poder de las llaves" no se trata por tanto de una u otra concepción de la jerarquía, sino de una u otra concepción de Dios: el de Jesús o el del poder. Y cada uno reflexione. Ghandi denunciaba hace muchos años que “el hambre es un insulto. Humilla, deshumaniza, destruye el cuerpo y el espíritu. Es la situación más asesina que existe”. Pero esa lacra universal del hambre no desaparece. Se mantiene, crece. A la cifra de más de mil millones de hambrientos y desnutridos del mundo hay que sumar ahora los que son condenados a esa ignominia en África oriental.
La ONU ha declarado oficialmente la hambruna en Somalia. Pueden haber fallecido de hambre ya decenas de miles de personas en las últimas semanas y cientos de miles pueden estar materialmente muriéndose de hambre también en Etiopía, Eritrea… La sequía, han argüido en seguida las mentes bien pensantes para explicar tan terrible azote. Y es cierto que hay una gran sequía en el Cuerno de África y también que bandas armadas de señores de la guerra de la región agravan la situación, dificultando incluso la ayuda humanitaria. Pero la sequía y las bandas armadas no explican la realidad global del hambre. Ni tampoco explican la persistencia de un hambre crónica en el mundo ni el escandaloso incremento del hambre. Ni siquiera en Somalia. La persistencia y el aumento del hambre en el mundo tienen hoy como eje el persistente aumento del precio de los alimentos. Un aumento que no es casual ni azaroso ni aséptico. Jean Ziegler, vicepresidente del Consejo Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que fue Relator de la ONU contra el hambre, asegura que atribuir el incremento del precio de los alimentos (y las consiguientes hambrunas derivadas) al hecho de que las poblaciones de China e India ahora se alimentan más y necesitan más, como se suele hacer, es simplista y falso. Para Ziegler, son las estructuras de orden criminal del mundo las responsables de la masacre cotidiana del hambre. Incrementadas o coadyuvadas por otros factores, como puede ser una sequía. Estructuras de orden criminal como el hecho de que los países ricos exporten productos agrícolas a precio inferior al de coste gracias a las subvenciones estatales que conceden la Unión Europea y EEUU. De esa forma los países desarrollados hunden la agricultura alimentaria de los países empobrecidos. Como Haití, por ejemplo, que vio desaparecer su sector arrocero por la importación del arroz estadounidense mucho más barato. Estructuras de orden criminal como eliminar tierras agrícolas para alimentación y establecer cultivos intensivos para biocombustibles. Oxfam Internacional, la ONG de ayuda al desarrollo mayor del mundo, ha denunciado que promover los biocombustibles a expensas de los alimentos es un escándalo obsceno que contribuye a aumentar el precio de alimentos básicos. Y, por tanto, al hambre. Y no olvidemos la especulación con el precio de los alimentos. Aumentando el precio de los alimentos, se condena al hambre a millones de personas. La especulación financiera de los alimentos se intensifica cuando, tras el estallido de la crisis en 2008, los grandes fondos de especulación emigran de los mercados financieros a los de materias primas, incluidos los alimentos básicos (arroz, trigo, mijo, maíz, lácteos…). En 2008 los alimentos se convirtieron en refugio seguro para especular para los grandes fondos de cobertura, de pensiones y de riesgo. En julio de ese año ya especulaban en el mercado de alimentos casi 320.000 millones de dólares, cuando el año anterior apenas operaban 13.000 millones. Esa especulación ha conllevado un considerable aumento de precios, pues ese es el negocio especulativo: vender a precio superior. Entre 2005 y 2008, el precio mundial de los alimentos aumentó un 80% y, cuanto más aumenta el precio de los alimentos, más dinero ganan los fondos de especulación y los banqueros. Pero más personas pasan hambre. Y enferman. Y mueren. El escritor Eduardo Galeano denuncia que “este sistema asesino mata hambrientos en lugar de matar el hambre”. Porque este capitalismo neoliberal, codicioso, sin freno, obsceno, desregulado e incontrolado es responsable del genocidio tolerado del hambre. Son responsables del hambre quienes manejan el cotarro capitalista, quienes deciden, quienes especulan, quienes impiden la regulación. Según el derecho penal, pueden ser inductores, ejecutores, cómplices necesarios, cómplices ocasionales o encubridores. Pero son responsables. Periodista y escritor Imaginaos que nos dejan elegir la edad a la que morir. ¿A qué edad te gustaría a ti?
Pues yo preferiría la calidad sobre la cantidad. Puede haber personas que mueran muy jóvenes y sin embargo haber vivido más que otras con muchos años. Ya recordamos el cuento de Jorge Bucay: el buscador encuentra unas lápidas con inscripciones de difuntos con muy pocos años. Se sorprende de esa mortandad aparentemente infantil. La respuesta que le da el cuidador del cementerio es “que aquí solo anotamos los años, los días, los minutos y segundos en que esa persona ha sido feliz a lo largo de su vida”. Veo ahí una gran lección. Quizás pasamos días y meses y seguimos todo ansiosos por vivir más, aunque eso no equivalga a una vida con mayor sentido, con mayor serenidad, con mayor amistad, con mayor felicidad. Conozco personas que a partir de su enfermedad han vivido mucho más intensamente esos pocos años de enfermedad que todos los restantes anteriores. Propongo un ejercicio muy sencillo pero muy interesante: cogemos un boli y vamos anotando en un cuaderno los momentos y su duración en que hemos sido felices ese día. No me refiero a las veces que nos han salido las cosas bien, sino al tiempo en que hemos estado de acuerdo con nosotros mismos, con nuestras metas, con nuestro proyecto de vida. Los momentos en que hemos amado y nos hemos sentido amados. En definitiva los momentos en que hemos sido felices… Y los vamos sumando… ¿Cuántos años tendrían que ponernos en nuestra esquela? Suelo decir, un poco en broma, un poco en serio que no soy progresista, sino conservadora, porque quiero conservar algunas conquistas del pasado que no fueron menores que las que actualmente propone lo que solemos llamar “progresismo”.
En mi infancia, el almuerzo y la comida de la noche eran compartidos, es decir, no faltaba o solo excepcionalmente ningún miembro de la familia, el padre, la madre, los hijos y eventualmente algún abuelo o abuela y hasta algún tío que por razones ajenas o no a su voluntad carecía de otra compañía familiar. Y eso estaba bien, porque no creo necesario abundar en la importancia del paulatino trasvasamiento generacional, que a través de esas rutinas, iba produciéndose a lo largo del tiempo hacia los más pequeños. En esa época el empleado, el obrero, el profesional y hasta el mismo pequeño empresario dedicaba ocho horas, raramente un poco más, a sus tareas remuneradas y disponía de algún tiempo extra para disfrutarlo en el hogar o compartirlo con amigos. Hoy en día cuando escucho el entusiasmo con que se pregona la “democracia participativa” me pregunto: ¿es posible sumarla al agotador trabajo de diez, cuando no doce horas diarias al que deben añadirse otros igualmente prolongados, agotadores e improductivos tiempos de traslado hasta y desde los lugares de trabajo, si no es una fantasiosa utopía a la que solo podrían acceder, en las condiciones descriptas, muy contados ciudadanos? Pretender alentar el verdaderamente necesario y genuino interés por la “res publica” exige recuperar la vigencia de ciertos límites laborales como la conquistada y hoy abandonada jornada de ocho horas de trabajo que por exigirla les costara la vida a los obreros ejecutados en los EE.UU. en 1887 y hasta hoy recordados como los Mártires de Chicago Adónde han quedado todas esas conquistas, adónde el sábado inglés, que aunque no simpaticemos con el nombre, permitía a la familia, junto al tradicional domingo, disponer de un día y medio para el solaz, el esparcimiento, el descanso, el deporte, la convivencia periódica con otros miembros de la familia o con amigos, generando y estrechando vínculos afectivos y de solidaridad y por ineludible lógica, casi totalmente desaparecidos, hoy en día. Por el contrario en los tiempos que corren como dice el filósofo personalista Xosé M. Domínguez Prieto: “El trabajo cada vez absorbe más tiempo y esfuerzo (sin que haya muchas personas que valientemente planten cara a esta pérdida de su vida privada en función de su empresa, sino más bien, declaran que se deben a ella). Sin embargo, la familia sigue siendo el amortiguador de la disgregación y atomización social propios del neoliberalismo capitalista”. (“La familia y sus retos” Xosé Manuel Rodríguez Prieto. Edit. Emmanuel Mounier, Córdoba, Argentina, 2006) i Por otra parte la mujer, tradicionalmente relegada a las tareas domésticas ha ganado espacios de formación, de superación, de participación en todos los ámbitos de la economía, de la ciencia, de la técnica… Y eso está bien. Pero deberíamos preguntarnos también de qué manera ha beneficiado o perjudicado a la vida familiar y no solo cargado sobre sus hombros nuevas responsabilidades con apenas si se quiere la magra compensación de un ingreso que sumado al de su marido, pareja o compañero apenas logra responder a las interminables solicitaciones que le plantea la vida contemporánea. Suelo imaginar que dos medias jornadas de trabajo (hombre y mujer) deberían bastar para sostener normalmente a una familia, de modo que ambos pudieran ocuparse juntos, o alternativamente de la irrenunciable tarea del propio crecimiento, el desarrollo familiar y la formación de los hijos. Sí, ya sé, por cierto, que hay muchas tareas físicas que la tecnología ha alivianado en el hogar pero ¿qué tecnología puede reemplazar la mirada de un papá o de una mamá atentos al desarrollo de los hijos? No voy a abundar en las consecuencias, por todos conocidas, de las ausencias que impone un estilo de vida, implantado por terceros cuyos objetivos giran tan solo alrededor del lucro sino recordar simplemente que las tradicionales funciones familiares no son sustituibles ni lo serán aunque podamos llenar (los que puedan) la casa de robots. Y no, por más revolucionarios que pretendamos ser, podemos dejar de lado la constancia de que así como en el hogar aprendemos de una vez y para siempre, a caminar, de una vez y para siempre a hablar, de una vez y para siempre a lavarnos, a peinarnos, a vestirnos… así también es en el hogar donde también vamos incorporando insensible y permanentemente los valores, las creencias, los criterios éticos, los afectos, la interrelación con los otros, la capacidad de comunicarnos, la práctica del compartir… Luego vendrá la escuela, la universidad, las que sobre esa inicial base educativa irán incorporando los saberes y los conocimientos intelectuales necesarios al normal desempeño humano y que fructificarán más y mejor en la medida en que puedan afirmarse sobre los irreemplazables fundamentos de una sólida educación familiar. De modo que, seamos progresistas, recuperemos las conquistas del pasado y hagámoslas extensivas a toda la sociedad, sin privilegiados ni excluidos, de ese modo podremos ir perfilando una comunidad digna de ser llamada humana y también cristiana para los que creemos en la prédica del Nazareno, cuyas enseñanzas son tanto para creyentes como para no creyentes, un camino de sabiduría y de fraternidad comunitaria que no podemos ni debemos soslayar. La Iglesia se ha transformado en un inmenso palomar. Tiene palomas blancas en todas partes, de diferentes formas y para todos los gustos. Son las palomas de la paz, de la paz soñada, de la paz deseada, de la paz tan esperada, de la paz que nunca llega. De la paz que sólo se encuentra en los cementerios. Y aún apenas…
Tantas oraciones por la paz que no cambian nada, soporíficos gorgoritos para no despertar conciencias ya en coma. En Alemania, a cuatro meses de acceder al papado, Benedicto XVI hace una emotiva llamada a musulmanes y a cristianos, rogándoles olvidar sus antiguas querellas y juntarse para construir la paz. Hasta ahí todo bien. Pero al exhortarles a renglón seguido para que no cayeran en la trampa del terrorismo -abocado a provocar una verdadera guerra entre el Islam y el cristianismo-, casi se podría deducir que sólo los terroristas son los verdaderos malvados y que todos los que combaten al terrorismo son buenos. Así, el cristiano Bush, el cristiano Blair y todos los demás grandes cristianos que hagan la guerra al terrorismo, matando mucha gente y robando de paso todo lo que pueden, podrían llamarse “hijos de Dios” como corresponde a “los que trabajan por la paz”… (Mt 5, 9) Toda injusticia es guerra y es barbarie. Toda violencia en contra del otro es una injusticia y una guerra. Es la injusticia, y no el terrorismo, la causa de los males que más afligen a la humanidad. Las guerras no son sino un instrumento de la injusticia y el terrorismo, una reacción a las mismas. Aunque la injusticia que prevalece en el mundo no es monopolio de alguna raza, ideología o religión en particular, nadie que conoce un poco la historia de los últimos siglos puede negar que esa injusticia es, en gran parte, la obra siniestra del mundo occidental y cristiano. Los musulmanes, Japón y algunas que otras naciones no cristianas tendrán sus buenos y grandes pecados, pero en cuanto a saqueo, explotación, contaminación, exterminios de todo tipo y a nivel planetario, el Occidente cristiano los supera a todos. “¡Son todos embusteros!”, clama Jeremías. “Calman sólo a medias la aflicción de mi pueblo, diciendo: ‘¡Paz, paz!’, siendo que no hay paz” (Jer 16, 14). Sólo la justicia puede generar la paz. A todos aquellos que se proclaman de él Jesús les dice: “¡No he venido a traer paz sino ESPADA!” (Mt 10, 34). El Evangelio es un ‘espadazo’ a… · la paz que hace la vista gorda a la injusticia, · la paz generada por el miedo y el terror, · la paz que se logra en la punta de los fusiles, · la supuesta paz del que gana las guerras, · la pretendida paz de todas las legiones imperiales del mundo, · la paz mortífera de las grandes multinacionales, agroalimentarias, farmacéuticas, petroleras, mineras y otras, que llenan el planeta de hambre y contaminación. · la paz de los dictadores y de todos los corruptos, · la paz de los hombres religiosos que pactan con Dios y con el diablo en contra de la comunidad humana y del sentido común, · la paz engañosa de los esclavos anestesiados. La única paz aceptable para un ser humano, máxime para un cristiano, es la paz que cae como fruto maduro del gran árbol de la justicia. INTRODUCCIÓN
Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: la salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunicad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones entre los discípulos y no se vio nada claro, hasta pasado casi un siglo de la muerte de Jesús. Cuando se escribió este evangelio aún quedaba mucho camino por recorrer. Por eso es tan importante esta alusión al tema. El domingo pasado Jesús decía a Pedro: ¡Qué poca fe! Hoy dice a una pagana:¡Qué grande es tu fe! Es una diferencia muy notable que debe hacernos pensar. Mateo quiere dejar muy claro que lo verdaderamente importante es la fe-confianza, y no la pertenencia a un pueblo o religión. El relato es muy parecido al de la curación del criado del centurión. En aquel relato, Jesús le dice: en verdad no he encontrado en Israel tanta fe. Mateo relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano está motivada por esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretendían mantener: judío=creyente y extranjero=pagano y ateo. Seguramente este relato responde a la situación de controversia que se vivía en la comunidad de Mateo con relación a la aceptación de los paganos en la comunidad. Si Jesús lo hubiera dejado tan claro como a veces ingenuamente nos creemos, no se hubiera planteado durante tanto tiempo unos desacuerdos tan acusados en un tema tan importante para el porvenir de la Iglesia. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en la necesidad de que los paganos vinieran con unas disposiciones adecuadas de reconocimiento y humildad. EXPLICACIÓN El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un acontecimiento más bien anodino. Su intención es aclarar el difícil tema de la apertura a los paganos. Quiere dejar claro, que si una persona tiene fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. La alusión de Jesús a los perros es más dura de lo que podemos pensar. Los perros son considerados aún hoy impuros en muchas culturas. La idea que nosotros tenemos de hiena, es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía que pueden ser considerados como de la familia. A esta diferencia se aferra la mujer para salir airosa. Jesús no podía prescindir de su educación y de los prejuicios que el pueblo judío arrastraba. Era el pueblo elegido, y todos los demás eran perros herejes. Jesús, como buen judío, tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero nos encontramos con un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer y además pagana. De esa postura abierta a la verdad, podemos aprender mucho. En el AT hay chispazos que nos indican esa dirección de apertura total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A los extranjeros que se han dado al Señor les traeré a mi monte santo." (Is 56,1-7) No cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy podíamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de defender la subsistencia como pueblo. Gracias a que para Jesús la religión no era una programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su experiencia de Dios y las circunstancias (la petición de la Cananea) le hicieron ver que sólo puede uno estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia. Jesús se toma en serio la propuesta de la Cananea; no como los discípulos que sólo quieren quitársela de encima porque venía molestando. Curiosamente el texto litúrgico quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice ‘atiéndela’. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en ambos. Lo que en este relato resalta de Jesús, es su capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo. En el diálogo con esta mujer, Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad mucho mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus prejuicios racistas. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea femenino-maternal. Le sorprendió la confianza absoluta que en él tenía aquella mujer; otro valor típicamente femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Jesús descubre su "ánima" y la integra, a pesar de la oposición del ambiente machista y patriarcal en que se había educado. La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido al que no se puede ayudar. La profunda relación entre madre e hija impide delimitar dónde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema. La enfermedad de la hija no es ajena a la postura de la madre, tienen una relación directa y curar a la madre supone curar a la hija. Los problemas sicológicos de la hija nos hacen pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús, empieza a solucionarse el problema de la hija. Una petición auténtica lleva consigo la disponibilidad a poner todo lo que esté de su parte para superar la dificultad. Esa es la clave de todo el relato. Al descubrir esta actitud, Jesús puede declarar que su hija está curada. APLICACIÓN Los cristianos hemos heredado del pueblo judío el sentimiento de pueblo elegido y privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura que nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio de Jesús, que me parece hasta ridículo tener que desmontarla. Dios es de todos, y todos y cada uno de los seres humanos son igual de valiosos para Él. El que se crea otra cosa está ante su propio ídolo. Seguir pensando que nuestro Dios es el verdadero y que el de los otros es falso, es una demostración más de nuestra cortedad de miras. Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. Debemos reconocer, que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de superioridad. El mensaje de este texto, para nosotros, es que ser cristiano es acercarse al otro que me necesita superando cualquier diferencia, de edad, de sexo, de cultura o de religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a “otro”, y dejarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender de este relato, que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin aprender. Estamos dispuestos a ayudar al importante, al poderoso, al que puede devolvernos el favor, pero es muy difícil que atendamos la necesidad de un don nadie que no puede responder. También debemos aceptar (como la Cananea) que muchas de las carencias de los demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el ambiente familiar, una relación inadecuada padres-hijos e hijos-padres, es la causa, en la mayoría de los casos, del mal comportamiento del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al otro con cariño, es más práctico que lamentarse o reprochar. Meditación-contemplación “¡Qué grande es tu fe!” La Cananea tiene lo verdaderamente importante: una confianza ilimitada en Jesús. A ver si aprendemos nosotros hoy, que todo lo demás tiene una importancia relativa. …………… Esa confianza no puede fundamentarse en lo que yo soy, sino en lo que Dios es para mí. Pero todo lo que Dios es para mí, lo es para todos los seres humanos sin excepción. ………………….. Mi relación con un dios abstracto será siempre ilusoria. El verdadero Dios está en mí y está en el otro. Sólo volcándome sobre el otro y ayudándole a ser, manifestaré que estoy cerca del verdadero Dios. Parece que Jesús, en su predicación itinerante, sale algunas veces de los confines de Galilea, a tierra de paganos, quizá porque su situación en Galilea se está volviendo incómoda, incluso peligrosa por el “interés” de Herodes.
Se trata por tanto de un texto significativo: Jesús tiene conciencia de que Dios le envía a Israel, pero que se dedique solamente a Israel no es tan intocable como a veces se quiere presentar. De hecho sus contactos con la Samaritana, con el centurión, muestran bien a las claras que aunque se siente enviado prioritariamente a Israel, de ninguna manera excluye a los no-israelitas. Es notable también el paralelo de esta curación y la del siervo del centurión por la exclamación, casi idéntica de Jesús ("grande es tu fe, no he hallado tanta fe en Israel") que se pone como desencadenante de la curación. Nos suele extrañar la dureza de la negativa de Jesús a atender a la mujer, y nos disuena especialmente la expresión “los perros”, aplicada al menos metafóricamente a los no-israelitas. La expresión sin embargo es menos dura en el original y en su contexto cultural. (“Perro” tiene para nosotros una connotación negativa, que no tenía en aquel contexto). Jesús se siente enviado prioritariamente a Israel, y eso es lo que expresa en el texto, pero siempre que se da un acto de fe en él por parte de cualquiera, israelita o pagano, atiende la petición. Es notable la expresión referente al centurión: “Os aseguro que no he encontrado tanta fe en Israel”. Esta va a ser la línea fundamental de Pablo: no importa el ser Israelita o no serlo, sino creer o no creer en Jesús. Mateo, por otra parte, ha agudizado el rechazo a la extranjera. El suceso original parece haber sido bastante inverso: Jesús está en tierra de paganos y entra en una casa de paganos, y atiende a la solicitud de una mujer pagana. Es probablemente el escándalo de esta actitud de Jesús lo que motiva que Mateo ponga tanto énfasis en el rechazo inicial de Jesús, mucho más libre de lo que la mentalidad –fuertemente judaica– de Mateo y su comunidad son capaces de asimilar. Varias vías de reflexión nos ofrece el evangelio de hoy. La primera, bien acompañada por la primera lectura, es la universalidad del mensaje de Jesús. Todas las personas "religiosas" sentimos la tentación de considerar el mensaje, y aun a Dios mismo, como "propiedad". Fue uno de los pecados nacionales de Israel, que les llevó a tenerse por "el pueblo elegido", entendido como "pueblo privilegiado". Jesús rompe definitivamente con esta "apropiación", y va más allá. Nuestro único “privilegio” es, por supuesto, un compromiso mayor, haber sido llamados a una misión que a los ojos humanos no tiene nada de apetecible porque compromete la vida entera. Más a fondo, la apertura del Reino a todos, no sólo a Israel, significará una concepción diferente de la Historia. La Ley, el Templo, la Circuncisión, el Sábado... fueron buenos e incluso temporalmente necesarios, pero no son definitivos. Jesús rompe con religiosidades de arraigo secular. El vino nuevo de Jesús no puede ser contenido en los odres viejos de la Ley Mosaica, ni siquiera en la Ley perfectamente entendida y observada. Es el drama de las primeras generaciones cristianas tan bien reflejado en los Hechos de los Apóstoles, cuya tesis será precisamente que no hay que hacerse judío ni pertenecer al “pueblo de la Alianza” para ser seguidor de Jesús. Pero hay más aún. La cananea y al centurión provocan la alabanza de Jesús por su fe. Y está bien claro que estos dos personajes no son israelitas. Hay fe fuera de Israel, Jesús provoca y reconoce la fe fuera del marco del Pueblo de Dios. Esto nos lleva a una consideración profunda e inquietante sobre la fe, sobre quiénes son, realmente, "El Pueblo de Dios". Es claro que no todos los que están apuntados en los libros bautismales están también incorporados al Reino. Se puede pertenecer al cuerpo legal de la Iglesia y no estar en el Reino. Y debemos saber también que se puede no estar incorporado al cuerpo legal de la Iglesia, no estar apuntado en sus libros, no estar bautizado, e incluso no conocer de hecho a Jesús, y estar en el Reino. La más escandalosa demostración de esto nos viene dada por la parábola del Juicio final, cuando, "los de la derecha" protestan admirados ante el juez que "nunca le vieron enfermo o hambriento...", y el juez les contesta que eso no importa, que le sirvieron a Él cuando sirvieron a sus hermanos. Y puede ser significativo que aquellos dos paganos cuya fe alabó Jesús se movieron precisamente por con-pasión: no pedían para sí mismos sino para sus seres queridos. Es muy actual la discusión sobre la universalidad de la mediación de Jesús. Pero se ha planteado, como siempre, en el terreno de lo teológico-jurídico y con cierto tinte de reivindicación de derechos por parte de la Iglesia. El planteamiento debe ser más serio: a Jesús no lo abarca nunca nada ni nadie: ni la teología cristiana lo explica, ni la Iglesia se lo puede apropiar, ni nunca sociedad alguna ha merecido el nombre de "Cristiandad". Jesús descubre que los valores esenciales de lo humano nacen de que los humanos son Hijos de Dios, lo sepan o no lo sepan, y que, cuando se dan esos valores, está presente el Reino, el mismo Reino que está presente, reconocido y celebrado en nuestra eucaristía. De forma sorprendente, se ha invertido en nuestros tiempos el orden de las mediaciones que propone el evangelio. En teoría, la Iglesia es un mediador para acceder a Jesús. Cualquier persona, viendo la vida de los cristianos, se pregunta por el motor, por la motivación de esa vida tan convincente: así descubre a Jesús y tiene acceso a la fe. Paradójicamente, no es raro que hoy encontremos creyentes en Jesús que han llegado a esa fe sin pasar por la Iglesia e incluso, lo que es mucho más grave, a pesar de nosotros la Iglesia. Creer en la Iglesia es para muchos una consecuencia, más bien difícil, de la fe en Jesús. Resulta estremecedor reflexionar sobre el papel histórico de las religiones, al menos de lo más "oficial" de las religiones. Creer en Yahvé a pesar de los judíos; creer en Alá a pesar de los mahometanos; creer en Abbá a pesar de la Iglesia... Son formulaciones exageradas, pero con un fondo de validez que preocupa. Yahvé, Alá y Abbá son sólo nombres, y se refieren al Mismo, a Dios. Descubrirlo a través de los pecados de apropiación, de las mezquindades y deformaciones de sus creyentes oficiales es a veces una ardua tarea. En la historia de la Iglesia hay dos constantes contradictorias y vitales: el progreso y la vuelta a las fuentes, que se compendian en la palabra "Tradición". Tradición significa "lo que se nos ha entregado", y se supone que se nos ha entregado la Misión, el Evangelio, vivido y personalizado por generaciones de creyentes. Pero se nos han entregado también los pecados de esas generaciones, sus traiciones a la Tradición. Por eso, Tradición significa siempre volver a las fuentes, a Jesús mismo. Cuando lo hacemos, descubrimos con sorpresa que "está vivo", no ha podido ser deformado por los pecados y los errores de los cristianos. Jesús no es el pasado, es el futuro. Para toda persona y para la Iglesia entera Jesús es un proyecto: todos hemos de sentirnos odres viejos ante la novedad vital siempre sorprendente de Jesús. Así, la vuelta a las fuentes nos hace progresar, mientras que la mera conservación de nuestras tradiciones no nos acerca a Jesús. Y ahora, nuestra capacidad de eludir la Palabra nos está haciendo aplicar todo lo anterior a la Iglesia como institución, que puede ser una hermosa manera de esquivar la Palabra. Pero la Palabra se dirige a cada uno de nosotros, tentado de creerse bueno por pertenecer a la Iglesia, tentado de creerse en paz con Dios por ir a Misa, tentado de creer que ya conoce a Jesús más que sobradamente, tentado de creerse "cristiano", tentado de pensar que no necesita ninguna conversión, tentado, de manera sutil y muy actual, de creerse más de Jesús por ser crítico con la “Iglesia oficial”. La eucaristía de cada domingo debe ser para nosotros una fuente de santa inquietud; afrontar a Jesús es siempre recibir una invitación a más. Comulgar es decir que sí a esa invitación. La Palabra nos invita a caminar, y el Pan nos da fuerzas para hacerlo. Comulguemos hoy muy conscientemente, renovando nuestra aceptación de la Palabra, diciendo "SÍ" a Jesús con el signo de comulgar con él. El duro diálogo sobre el pan, los hijos y los perros bien pudiera ser unreflejo de lo que se vivía en la propia comunidad de Mateo, atenazada durante años –como otras tantas comunidades cristianas, según se desprende de las cartas de Pablo- por el siguiente debate, decisivo para ellos (aunque a nosotros nos parezca trivial): ¿Qué lugar ocupan los paganos en la comunidad? ¿Pueden formar parte de ella sin necesidad de hacerse previamente judíos?
Mateo lo enmarca con crudeza, ya que empieza designando a la mujer del relato como “cananea”. En realidad, a los habitantes de Tiro y Sidón se les llamaba sirofenicios. Mateo prefiere utilizar un término arcaico para designar a un pueblo del que los judíos debían mantenerse especialmente alejados. Esta es, pues, la situación, marcada por la distancia e incluso la prohibición de acercamiento. En esta situación, ¿hay que acoger a los “cananeos”? Y en caso de hacerlo, ¿van a gozar de los mismos derechos que los judíos? Si la narración es una escenificación de aquel debate, las dos primeras frases que se ponen en boca de Jesús serían en realidad los dos argumentos que esgrimirían los judeocristianos en contra de la apertura a los paganos: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel… No está bien echar a los perros en pan de los hijos”. Desde su conciencia de “pueblo elegido”, vivían en la creencia de que, en primer lugar, debía ser restaurado el propio pueblo para, más tarde, a partir de él, hacer que la salvación alcanzara a todos los demás (los paganos, a quienes se referían despectivamente con el término “perros”). Por su parte, las palabras puestas en boca de la mujer –“pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”- sería la respuesta de los discípulos paganos (helenistas) que deseaban integrarse en la comunidad. En el relato, aparece todo muy cuidado. La mujer se acerca a Jesús con el título más alto que un judío podía recibir (“Hijo de David”), para terminar confesándolo “Señor”, que constituía el modo más habitual de nombrar a Jesús entre los cristianos que procedían del paganismo. El “pan de los hijos” no es otra cosa que el mensaje del evangelio y la eucaristía: esto es lo que querían recibir los paganos, frente a las resistencias de los círculos judeocristianos. El relato concluye poniendo en boca de Jesús una sentencia que parece no admitir excepciones y, de ese modo, zanja definitivamente la cuestión: “Que se cumpla lo que deseas”. La fe (“¡qué grande es tu fe!”) es la única condición para participar en la mesa de la eucaristía. De esta narración se desprenden dos cosas, que me parecen significativas, y sobre las que quiero llamar la atención. La primera es que la conclusión a la que ha llegado la comunidad judeocristiana de Mateo –no sin tensiones, polémicas y enfrentamientos con tonos muy duros- coincide totalmente con la postura defendida vigorosamente por Pablo, frente a las exigencias más restrictivas de la comunidad de Jerusalén. No olvidemos que, cuando se escribe el evangelio de Mateo (en torno al año 85), las cartas de Pablo –escritas todas ellas antes del año 64- han propiciado que se fuera haciendo común la postura más inclusiva. El segundo detalle sobre el que quiero llamar la atención tiene que ver con el modo como se escribieron los textos evangélicos. Ya hace tiempo que todos los estudiosos informados reconocen que los evangelios no sólo no son biografías, sino tampoco “crónicas” de la vida de Jesús, al estilo como hoy podemos entender ese término. En ellos actúa siempre un “doble nivel”, que muchas veces no es fácil separar: lo ocurrido en los años 30 y la situación de las comunidades en las décadas posteriores. Los textos se escriben para dar respuesta, a la luz de las enseñanzas del maestro, a la problemática que va surgiendo en los distintos grupos. Lo que esto significa es que no puede sostenerse una lectura literalista de los evangelios, sino que se requiere un “distanciamiento” lúcido, que nos permite reconocer una “jerarquía de valor” en las diferentes afirmaciones que en ellos puedan hacerse. Si volvemos a nuestro relato, el análisis del mismo parece encajar perfectamente con la problemática de aquellas primeras comunidades en las que empezaron a coincidir judeocristianos y paganocristianos. ¿Significa eso que es sólo una construcción del propio evangelista –o de la tradición anterior a él-, que retrotrae la discusión a los años 30 en la figura de una mujer pagana, para presentar como un dicho de Jesús lo que fue una decisión posterior de la comunidad? No sería extraño que ése hubiera sido el proceso, porque tampoco éste sería el único caso: basta pensar, por ejemplo, en las discusiones sobre la pureza o los alimentos. En todo caso, no podremos tener una respuesta definitiva: pudo ser una creación de la comunidad –este modo de hacer era habitual en aquella cultura, que no lo entendía como una “falsificación”-, o pudo basarse en algún recuerdo histórico vivido por el propio maestro. Si así fuera, veríamos a Jesús compartiendo las creencias y juicios de su pueblo, sintiéndose él mismo enviado “sólo a las ovejas descarriadas de Israel” y tratando a los paganos como “perros”. Pero, a la vez, en el relato aparece como un hombre flexible y abierto a la verdad, hasta el punto de dar un giro completo a sus propias creencias ante los hechos que percibe. Encontraríamos, en su comportamiento, la antítesis del fanatismo. Un paisano suyo y contemporáneo nuestro, Amos Oz, ha escrito que “la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”. Por eso, la esencia del fanatismo consiste en obligar a los demás a cambiar. Al percibir la discrepancia como una amenaza para la propia seguridad, la persona fanática querría cambiar a quienes discrepan. Por el contrario, la persona que ha saldado las cuentas con la propia inseguridad y ha tomado distancia de su ego –el ego es una gran fábrica de fanatismo- es capaz de relativizar las propias creencias, porque descubre que la Verdad siempre es mayor, y se deja mover por ella. En ese sentido –siempre que la narración fuese histórica-, nos hallaríamos ante un cambio de Jesús con respecto a sus propias ideas previas, es decir, ante una especie de “conversión”. También las personas que “han visto” –iluminadas o autorrealizadas- pueden mantener dependencia con respecto a los “modos culturales” propios de la época en la que viven y expresarse de un modo condicionado por aquellos presupuestos. Eso no resulta extraño: cada “idioma” tiene sus exigencias. Lo que es admirable es la capacidad del sabio, y su libertad interior, para modificar su postura previa, a partir de los datos que la cuestionan. Eso es así, me parece, porque el sabio no se identifica con sus creencias –no es dogmático-, sino que se vive como un servidor de la Verdad. |
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