Nuestro artículo tiene tres partes. La primera, expone la necesidad absoluta que tiene la humanidad de una ética que responda a nuestros tiempos. Esa necesidad la compulsaremos en tres ámbitos: en el mundial, en el latinoamericano y en el más reducido de nuestro Chile.
Una segunda parte buscará señalar las características de esta ética universal. La tercera parte se pregunta de dónde surgirá esta ética. ¿Cuál es el papel que tendrían en esto las religiones y las iglesias? Y más particularmente ¿Cuál podría ser la contribución de la Iglesia Católica en la gestación y elaboración de esta ética? 1. Necesidad absoluta de una ética universal para nuestros tiempos Empezando por la necesidad de un orden mundial, está la tesis brillantemente defendida por Hans Kung en su obra reciente: "Proyecto de una ética mundial". La humanidad no podrá sobrevivir sin una ética mundial. Saltan a la vista las absurdas y suicidas inmoralidades de un desarrollo sin norte y sin guía. Cada año se gastan 900.000 millones de dólares en armamentos militares, pudiendo con esta cantidad dar techo a 300 millones que no tienen vivienda y solucionar en pocos años todo el déficit de habitación mundial. Cada año se destruye una superficie de bosques -que son el pulmón del globo- en una extensión equivalente a tres provincias de Chile y se termina para siempre con 360 especies animales vegetales que son parte de nuestro patrimonio genético. Cada año se destruyen alimentos y se limita su producción. Cada año mueres 12 millones de niños de hambre y la mayor parte de la humanidad está bajo el nivel de la pobreza y no puede alimentarse como debería. Estas situaciones arguyen la absoluta no vigencia de criterios éticos. El enorme desarrollo tecnológico está pidiendo a gritos su complemento de alma: convicciones éticas. Está por de pronto el poder nuclear capaz de destruir el universo. El desenfreno en la producción tiene a agotar la naturaleza por una parte y convertir el mundo en un basural por otra la información y comunicación mutuas, cada vez más plena y directa, pide a nivel ético un lenguaje común para que sepamos entendernos realmente. En una palabra, como lo explica bien Teilhard de Chardin, la conciencia colectiva de la humanidad tiene que ir asumiendo la responsabilidad por el futuro del hombre y de su evolución. Todo esto nos habla de una ética colectiva que oriente esta conciencia. Los pensadores de nuestros tiempos, las Universidades, los organismos internacionales y los jefes religiosos han tomado conciencia de esta situación mundial y buscan soluciones. Nos tocó participar en noviembre de 1990 en un simposio convocado por la Goetheuniversitat de Frankfurt que buscaba un concepto compartido sobre derechos humanos que pudiese orientar las diversas culturas y filosofías de las cuatro partes del mundo. Ese mismo año, el World Economic Forum de Davos organizó otro congreso alrededor del tema: "¿Por qué necesitamos modelos éticos globales para sobrevivir?". La UNESCO se ha preocupado del papel de las religiones mundiales en la construcción de la paz y el Papa Juan Pablo II reunió a representantes de todas las confesiones en Asís para rogar por la paz. La urgente necesidad de una ética mundial se aplica también a Latinoamérica que está cada vez más integrada al mundo y participa de sus contradicciones y amenazas para la sobrevivencia. Pero Latinoamérica tiene también una coherencia regional que debería imponer una mayor integración y solidaridad. La homogeneidad religiosa racial e histórica de nuestros pueblos hacen más factible la elaboración de una ética universal y su implementación. Los problemas que exige para su solución un talante ético son también más homogéneos: la pobreza, el contraste entre ricos y pobres, el militarismo y armamentismo, la marginación de los indígenas, el comercio de drogas y la corrupción funcionaria. La violencia bajo todas sus formas. En este quinto centenario de las Américas, conviene plantear fuertemente esta exigencia, la de una ética que responda a las necesidades y aspiraciones de esta patria grande de Bolívar y San Martín. Y hablando finalmente de Chile, nuestro país sufre además contradicciones y aporías propias de un tránsito desde un régimen de dictadura hacia una democracia. Indudablemente, en dos años, se han creado espacios en que la libertad y la eticidad han comenzado a florecer. Pero el imperio de la verdad, la justicia y la reconciliación se ve aun notablemente entrabado. ¿Cómo llegar a un auténtico estado de derecho cuando rige la impunidad para atroces crímenes y hay todo un género de ciudadanos que viven exentos de la obligación común de dar cuenta de sus actos? Se habla de soberanía del pueblo y éste no tienen manera de hacer valer su voluntad frente a las disposiciones arbitrarias que le han impuesto. Se proclama la vigencia de los derechos humanos y el 41% de la población no tiene derecho real a los medios más esenciales de vida. A pesar de esta realidad, se pregona el gran éxito de nuestro sistema económico. Estos absurdos y otros muchos están en cierta manera encubiertos por las instancias jurídicas, económicas y políticas que están en juego. ¿No faltaría una instancia ética que pudiese revelar la hipocresía de lo jurídico y la inoperancia de lo político, y haga sentir su peso para encaminar nuestra marcha en servicio del hombre real? Esta es precisamente nuestra tesis: hace mucha falta, para este tránsito a la democracia, una instancia ética. Este vacío no lo llenan las iglesias que han manifestado inhibición para actuar en este terreno de lo contingente. Tampoco han logrado las instituciones de derechos humanos situarse eficazmente en este nuevo contexto político. 2. CARACTERISTICAS DE ESTA ÉTICA UNIVERSAL Ha de ser una ética universal, ecuménica (de todo el mundo habitado), es decir, no vinculada a lo particular (raza, religión, ideología, intereses, partidos...). Debe tener la aceptación de las mayorías conscientes, reflejar sus opciones fundamentales. Debe ser una ética de responsabilidad. Ha de hacerse responsable del mundo y de su futuro, del pleno desarrollo de la humanidad. Se le juzgará por sus resultados. Su meta ha de ser humanizar la humanidad. Que ésta pueda realizarse más plenamente, individual y socialmente, desarrollar sus rasgos constitutivos, no solamente su racionalidad sino también su afectividad y demás capacidades, su capacidad de relación y solidaridad, su capacidad de acción y transformación del mundo. Será una ética histórica que asume toda la evolución de la humanidad, su pasado, su presente y su futuro. Una ética holística o global que forma al hombre en todas sus dimensiones y dentro del mundo físico que lo enmarca y condiciona. Una ética por tanto ecológica. Será una ética liberadora de todas las violencias y esclavitudes, tanto colectivas (encarnadas en las instituciones: costumbres, leyes, religiones, sistemas, símbolos, etc.) como personales (centrada en la conciencia). Será una ética dialogal, fruto del encuentro y comunicación de todas las lenguas y culturas. No excluirá a priori ninguna partícula de la verdad del hombre. En especial dialogará con las ciencias, las tecnologías, el arte, la filosofía y el sentir del pueblo. Dialogará particularmente con las religiones y con sus instituciones morales o éticas, tanto teóricas como prácticas. Las convocará no solamente para escucharlas sino para lograr su cooperación a la obra común de promover la humanización del mundo, condición de su propia sobrevivencia. Estas -nos ofrece- sin las características que tendría que tener una ética que quiera responder a un gran vacío que nos ostenta el mundo moderno. Unos han denominado esta ética, una "ética minimal" que ofreciera el mínimo común exigible de obligaciones para todos, otros "una ética cívica" o "una ética ciudadana" o "una ética secularizada" 3. ¿Cómo surgirá esta ética de los tiempos nuevos? Contribución de la Iglesia Parece indudable que esta ética no se da, al menos en un grado ponderable. Precisamente, por este "vacío", está el mundo como está. Pero entonces muchas preguntas se nos ofrecen. ¿Por qué se ha producido esta falla que podría ser tan fatal en la evolución de la humanidad? ¿Dónde están los obstáculos y las responsabilidades? ¿Qué hacer ahora para remediar esta diferencia? ¿A qué elementos positivos se podría recurrir? Para responder estas preguntas necesitaríamos el concurso de psicólogos sociales (o tal vez psiquiatras sociales), historiadores, filósofos, teólogos, etc. Hemos de dejar estas preguntas abiertas, porque nos falta espacio y competencia para abordarlas aquí. Y también porque queremos concentrarnos en una pregunta más particular: ¿Cuál podría ser la contribución de la Iglesia Católica en la gestación y elaboración de esta ética? Y esto, tomando en cuenta el triple espacio que demanda esta conducción ética; el espacio mundial, el latinoamericano y el de Chile, nuestra patria. Ante todo, situemos a la "ética cristiana" frente a esta otra que postulamos para el mundo de hoy. Nos ayudará un poco de historia. La Iglesia ha sido con su doctrina y con su ética, la "Madre y Maestra" del "occidente cristiano". Impregnó el imperio romano, educó a los bárbaros, forjó las nuevas nacionalidades de Europa, irradió a través de conquistas colonizadoras y la predicación misionera, sobre todo el mundo. La pregunta es: ¿qué pasó que esta ética cristiana, propalada por la Iglesia, no llegara a constituir una ética para el mundo? Hay, en la Iglesia, quienes porfían de que no puede haber otra ética para el mundo. Pero históricamente comprobamos que esta ética no ha sido eficaz para combatir los elementos de corrupción y asegurar la sobrevivencia del mundo moderno. ¿Dónde ha estado la falla? Una educadora debe reconocer el momento en que su pupilo deja de ser niño y se va volviendo adulto y responsable. Nuestra hipótesis es que la Iglesia no supo reconocer oportunamente esta evolución. Lo que llamamos "modernidad" entró en la cultura occidental con el Renacimiento, y más plenamente con la Ilustración (s.17 y 18, Independencia américa y Revolución Francesa. Los Derechos Humanos y la Democracia.) La Iglesia tardó dos siglos en darle un pleno reconocimiento. Esta tardanza fue fatal. Efectivamente, fue el Concilio Vaticano II (1962-65), el que marca el final de una mentalidad de Edad Media y de una ética de Cristiandad y abrió la Iglesia al mundo moderno. Fue un vuelco copernicano, como enfatizó Pablo VI, en que la Iglesia se constituyó "servidora del mundo". Para poder servir al mundo, la ética cristiana deberá dar dos pasos: El primer paso es renovarse ella misma, "modernizarse" en un buen sentido, dejar de ser la "ética de Cristiandad". No logró hacerlo en el mismo Concilio Vaticano II; la renovación, comenzaba por Bernard Haring y quedó bloqueada. Pero la moral cristiana se ha ido renovando en el post-concilio, no sin graves dificultades. El segundo paso, es que la ética cristiana entre a dialogar con las demás instancias que influyen en las conducta y motivación de la humanidad, con las grandes religiones, con las ciencias y tecnologías, con los movimientos de la historia. Dialogar quiere decir ante todo escuchar. Este diálogo es también parte de la renovación de la propia ética cristiana. En realidad, no hay real diferencia entre estas dos fases: una ética cristiana renovada se sabrá situar en un contexto mundial y no será por esto menos cristiana. Estas, nos parece, son las condiciones para que la ética cristiana pueda retomar el papel que Cristo le entregó de dar la vida al mundo. Deberá dialogar con un mundo que ya es mayor de edad... o que, por lo menos, se siente tal. No podemos, en esta síntesis histórica, omitir un generoso esfuerzo que hizo la teología cristiana para adecuarse al desafío de sus tiempos y crear una moral para toda la humanidad. Frente a los tiempos modernos, la renovación escolástica de los siglos XVI y XVII, continuada más tarde por la neo-escolástica de Jacques Maritain ha desarrollado toda una línea de "ley natural", en búsqueda de una moral "autónoma" valedera para un mundo mayor de edad que no quiere admitir los postulados de la fe. Juan Pablo II ha dicho que la contribución de la Iglesia, "Experta en humanidad" es una concepción del hombre y de la sociedad. Estas iniciativas están muy enmarcadas en una filosofía aristotélico-tomista. Hemos de ser cautos en asumir estos conceptos de "naturaleza humana", porque a veces cargan mucha ideología y no han sido sometidos a un diálogo con las ciencias y con la historia. Confirma lo dicho toda la trayectoria de la "Doctrina Social de la Iglesia" que ha debido, a partir de la realidad, buscar una nueva constitución epistemológica para llegar a ser relevante en la sociedad moderna. Concluimos pues diciendo que la moral cristiana debe dejar de ser una moral de la Cristiandad; debe dialogar con el mundo y con la historia. Así podrá asumir, junto con las demás fuerzas vivas de la humanidad, el desafío de crear una ética que asegure el futuro de la misma humanidad. Pasemos ahora al escenario latinoamericano. Para que podamos contar con una ética continental, ¿cuál podrá ser y debe ser el aporte de la Iglesia? La Iglesia, católica principalmente, por cierto ha sido en esta parte del mundo y desde 500 años, la "La Madre y Maestra". Ha forjado el talante ético y cristiano de nuestras mayorías. Pero ha sido igualmente una madre demasiado posesiva que no comprendió a tiempo -aún ahora no todos en ella parecen comprender- todo el alcance de la aspiración a la justicia y a la libertad que ha agitado y sigue agitando a estos pueblos. Persisten aún mentalidades conservadoras de Cristiandad. La inadecuación de la ética de Cristiandad se hizo patente en los movimientos de independencia nacional de principio del siglo pasado. Pero ya de antes arrastramos un pecado original: el de haber aplastado la ética y las culturas de los pueblos indígenas, junto con su religión, imponiendo las de la nación conquistadora. No creemos que baste deplorar este hecho como algo del pasado. Tenemos que expurgar este pecado y asumir actitudes nuevas. La Iglesia latinoamericana se prepara para proclamar en la Cuarta Conferencia Episcopal en Santo Domingo, las líneas de una nueva evangelización. Esta implicaría lo que estamos necesitando con extrema urgencia: una ética para Latinoamérica, que responda a las angustiosas y amenazantes realidades que la afligen. Esta ética deberá derivarse pues del examen de estas realidades. De aquí partirán nuestros obispos, conforme al método: "ver-juzgar-actuar". El peligro siempre está en que la mentalidad conservadora de muchos falsee esta dinámica y termine con imperativos de acción que ya no responden a nuestras realidades sino a sus propios esquemas conceptuales. Ciertamente que no nos servirá una ética de principios abstractos, a-históricos, incapaces de transformar nuestra realidad. Esperamos de Santo Domingo una ética liberadora, que haya descubierto en nuestro difícil devenir, en este "revés de la historia" la obra del pecado y también el proyecto de Dios y se aboque a la tarea de rehacer, con la cooperación de todos los hombres y mujeres de buena voluntad un camino de desarrollo integral en justicia y fraternidad. Para terminar, digamos algo muy breve sobre lo tercero que nos propusimos. Hemos hablado de la necesidad que tenemos en Chile de una instancia ética que nos oriente y apoye en el difícil tránsito hacia una verdadera democracia. Nos preguntamos ahora cuál ha de ser en esto el papel de la Iglesia. Como hemos indicado, este camino hacia la democracia no puede estar entregado a condicionamientos puramente económicos, ni puede ser conducido por criterios solamente políticos, sino que debe encarnar los valores éticos de respecto a los derechos del hombre, austeridad de la vida, justicia y reconciliación, igualdad y fraternidad. La Iglesia chilena, en los 17 años de dictadura, ha hecho todo un aprendizaje. Ha aprendido a jugarse en forma muy concreta en la defensa de los derechos humanos, dentro de la contingencia de todas clases de atropellos reales. Y esta defensa práctica del hombre, ha tomado posiciones frente a los poderes de la dictadura. No ha temido hacer la política contingente que se da en la defesa del hombre. Ahora bien, es necesario que la Iglesia continúe en este terreno si ha de contribuir a crear esa instancia ética que nos hace tanta falta. Para esto ha de escuchar y dialogar con los demás agentes de nuestro acontecer, aportando su propia perspectiva. Desgraciadamente, se advierte una tendencia regresiva en los ámbitos eclesiales, en el sentido de abandonar el terreno de lo contingente, para reconcentrarse en "lo propio" que vendría a ser religión y la moral cristiana. Pero esta moral, tal como se la concibe, abstracta, retórica, legalista, no interesa al ciudadano del mundo. No sirve para entregar vida y salvación al mundo. La Iglesia chilena contribuirá a esta ética que postulamos, y ayudará a Chile en su tránsito a la democracia si mantiene este camino de servicio real a los derechos humanos que le ha conquistado prestigio, y si lo consolida en un diálogo abierto con todas las fuerzas vivas y sanas de la nación. C o n c l u s i ó n Hans Kung en su obra que hemos citado y que ha inspirado en parte este escrito, "Proyecto de una ética mundial" sintetiza su exposición en la siguiente tesis: No hay supervivencia sin una ética mundial No hay paz mundial sin paz religiosa No hay paz religiosa sin diálogo entre religiones Nosotros hemos querido situar su reflexión, netamente europea, en esta América y en este rincón del mundo y pensar qué significa este mensaje de salvar el mundo para nuestro quéhacer de cristianos comprometidos. Me parece que las siguientes conclusiones pueden derivarse de lo expuesto: Es de extrema urgencia crear una ética de nuestros tiempos no solamente a escala mundial sino también a escala latinoamericana y de nuestro propio país. Para contribuir a esta ética para nuestros tiempos, la ética cristiana de asegurar su cobertura a la modernidad y a las otras éticas propias de otras religiones y culturas, Hans Kung habla de la paz religiosa. Una ética de Cristiandad es una ética no desprovista de violencia, que cae fácilmente en el fundamentalismo, el integrismo, el sectarismo, como lo ha demostrado la historia, y la propia historia de la "evangelización" de nuestro continente ("evangelización" entre comillas, porque tantas veces ha sido violenta e impositiva, muy lejos de ser una "buena nueva"). La ética cristiana no solamente ha de abrirse a otras culturas sino ha de dialogar activamente con ellas, dispuesta a dejarse enseñar y construir juntos una ética para el mundo, que no necesariamente será igual que una ética para el cristiano.
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¿Podemos llamar cenáculo al piso de un joven matrimonio en medio de una ciudad irrelevante en un rincón del país?
¿Podemos llamar discípulas y discípulos a mujeres y hombres de hoy, jóvenes y sensibles a la realidad, que nunca llegarán a ser importantes en la institución eclesial porque son críticos, inteligentes, izquierdosos, curiosos, preguntones...? El otro día, cuando estaba anocheciendo, un pequeño grupo estábamos apiñados en el cenáculo-pisito de nuestra pareja anfitriona. En círculo, simbolizando que le queremos en nuestro centro, y en silencio, se nos invitaba a invocar al Espíritu que habita en nosotras. Y gradualmente fuimos compartiendo la experiencia vital con unas personas que están "activando la aplicación" con la que todos nacemos y pocos activamos: la capacidad de dialogar con el Dios de Jesús, de descubrirle en nuestro silencio habitado y en la Palabra, también en comunidad, como en el primer Pentecostés. Todos vienen de mucho compromiso y servicios múltiples en movimientos de jóvenes y familias, en catequesis y... pero algo por dentro empezaba a oler a chamusquina, dicen. La experiencia de Pentecostés para mí empezó esa noche, ya sé que lo celebramos en la vigilia que entre todas y todos habíamos preparado, pero ante la seriedad de la búsqueda de estas personas a mí se me caldea el alma: Dice una mujer que es buscadora empedernida, tanto, que pide "clases particulares": me cuesta hacer silencio y por eso, además de levantarme antes todos los días y ponerme por la mañana, he empezado también por la tarde un rato, me ayuda, es más completo. Y a nuestro amigo que está iniciándose y le cuesta le pregunta alguien y tú, ¿a qué hora te levantas? Pues igual si madrugas un poquito, recortando la tele por la noche, igual sin casi darte cuenta le haces hueco a Dios para que te susurre al oído sus palabras de amor personalizadas y en directo. Y nuestra joven anfitriona dice que hace silencio antes de irse al duro trabajo de profe en una barriada conflictiva y peligrosa, y que por la noche, con su marido leen la Palabra, la rumian y la comparten. Sin más, dice. Y a la hora de las conclusiones y proyectos... todos tenían a personas a quienes desean que descubran, desde espacios que prepararemos entre todas y todos lo que ya estamos compartiendo y se lo deseamos a todas y todos porque te cambia la vida, y es gratuito. Y la otra mujer profesional de mucha responsabilidad, madre de familia, que a veces deja de recoger la cocina por la noche, porque si se enreda se le hace tarde y a la mañana no puede con su cuerpo porque lo que quiere es "acudir a la cita". ¿Don de lenguas? Yes, oui, bai,... para que se entienda lo que se está viviendo. ¿Don de sabiduría? Cuando "se saborea, se degusta" no hay problema. ¿Don de entendimiento? ¡Ajá! ahora lo pillo, estaba dentro, desactivado... poco a poco me pongo bajo cobertura y conecto... despacito va viniendo. ¿Pentecostés? Tú ¿qué opinas? La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más compleja y difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla comoacción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Lo que vamos a hacer es intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.
1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia. 2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es solo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar, es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Jn en el discurso del pan de vida. Jn hace referencia al alimento, pero alimentarse lo identifica con, “el que cree en mí, el que viene a mí”. 3º.- En las palabras de la consagración, “cuerpo” no significa cuerpo; “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo.En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo,esto es mi persona. Para los judíos la sangre era la vida. No era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo que toda su vida está entregada a los demás. 4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. 5º.- La comunión no es un premio para los buenos “que están en gracia”, sino un remedio para los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesitamos el signo del amor de Dios es cuando nos sentimos separados de Él. Hemos llegado al absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesitábamos. 6º.- La realidad significada en el pan y el vino no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don de sí mismo que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades. Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no podemos celebrar la eucaristía impunemente. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que la he reducido a simple rito folclórico. 7º.- Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vidaa los demás como he hecho yo. 8ª.- Los signos de la eucaristía no son el pan y el vino, sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desaparecer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromiso es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada. Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esta es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás. Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructuras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena. La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas. El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del "ego", que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, del sacramento de la unidad. Si la celebración de la eucaristía no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa. Meditación No se trata solo de comer, sino de asimilar lo comido. Si como sin asimilar, se producirá indigestión. Si comulgo y no me identifico con lo que fue Jesús, me engaño. Si no llego a lo significado, no hay sacramento que valga. Realizado el signo, que entra por los sentidos, queda por hacer lo importante: descubrir y vivir lo significado. La verdadera comunión no está en el signo sino en vivir la unidad con Dios y con los demás, como hizo él. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.
Sin embargo, las lecturas del ciclo A conceden más importancia al tema de la vida, con el que es fácil sintonizar en un mundo de guerras y atentados como el que vivimos. El evangelio de hoy comienza y termina con las mismas palabras: «el que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día». Sobrevivir y vivir eternamente El 1 de junio de 2009, el vuelo 447 de Air France entre Rio de Janeiro y París desapareció en mitad de la noche con 216 pasajeros y 12 tripulantes. Se salvó un matrimonio, no recuerdo si porque llegó tarde al embarque o por un cambio de última hora. Pero ese matrimonio se hizo famoso porque murió en un accidente de automóvil pocos días después. La supervivencia a un accidente, a un ataque terrorista, a una calamidad, no garantiza vivir eternamente. Mucha gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra ella, como Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, no me da la gana de morirme». El cuarto evangelio también se rebela contra la muerte. Comienza afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna. Para expresar el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna” las lecturas de hoy contrastan el maná con el alimento que nos ofrece Jesús. El Deuteronomio (1ª lectura) habla del maná como de un alimento sorprendente, novedoso, «que no conocías tú ni conocieron tus padres». Pero no se detiene, como hace el libro del Éxodo, en sus cualidades sorprendentes y su carácter milagroso. Es un alimento de pura supervivencia, que no garantiza la inmortalidad. En el evangelio, las palabras de Jesús subrayan este aspecto: el pan que comieron vuestros padres no los libró de la muerte. En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último día». Estas palabras, tomadas del largo discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, anticipan la resurrección de Lázaro y el destino de todos nosotros. Inmortalidad y vida eterna Sin embargo, el alimento que ofrece Jesús no se limita a garantizar la inmortalidad. Tiene también valor para el presente. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Este es el sentido que tiene a veces el término «vida eterna» en el cuarto evangelio. No es vida de ultratumba, sino vida aquí y ahora, en una dimensión distinta, gracias al contacto íntimo, misterioso, con Jesús. Unión con Jesús y unión con los hermanos La idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan». Recuerdo una devota costumbre que me inculcaron de niña que se llamaba "hacer una comunión espiritual": consistía en mandar el corazón al sagrario (se recomendaba mucho hacerlo en los viajes al ver un campanario) y desear recibir a Jesús espiritualmente ya que no podía hacerse sacramentalmente. A la hora de escuchar la expresión evangélica “comer de este pan”, se me ocurre un ejercicio parecido que nos permita sondear la verdad de nuestras “disposiciones eucarísticas”: consistiría en abrir el Evangelio por donde nos salga y cuando leamos, por ej.: "El que quiera ser el mayor entre vosotros que sea vuestro servidor" (Mt 23,12); "No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mt 18,22); "Me dan compasión estas gentes, dadles vosotros de comer"(Mc 6,34.37 ); "No atesoréis tesoros en la tierra"(Mt 6,19); "Las prostitutas os precederán"(Mt 21,31) "Prestad sin esperar nada a cambio"(Lc 6,35)..., hacer el gesto interior de "tragarnos" eso, de comulgar con ello, de desear, al menos, irnos poniendo de acuerdo con Jesús, creciendo en afinidad con él, pidiendo al Padre, con la pobreza de quien se siente incapaz desde sus fuerzas, que nos haga ir teniendo "parte con él" (cf.Jn 13,8), con las consecuencias de que sea el "Primogénito de una multitud de hermanos..."
Esto de “tragar” es un verbo un poco áspero pero tiene la ventaja de ser familiar en nuestro vocabulario: "no trago a tal persona", "ese disgusto aún no me lo he tragado...", "todavía lo tengo aquí "(y señalamos la garganta). Nos es fácil sacar la lengua o poner la mano para comulgar y tragarnos el Pan y luego volver a nuestro sitio con recogimiento y dar gracias lo mejor que podemos. Pero, de vez en cuando, tendríamos que cambiar la expresión "comulgar" por la de "tragarnos a Jesús" para caer un poco más en la cuenta de lo que significaría "tragarnos" su mentalidad (es el "cambiad de mentalidad" de Mc 1,15, o el "tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús de Fil 2,5), sus preferencias, sus opciones, su estilo de vida, su extraña manera de vivir, de pensar y de actuar. Porque la forma de comer de la que habla el evangelio de hoy expresa una forma de vivir. Hacemos memoria de Jesús para seguir haciendo lo que él hizo: "partirse la vida", "vaciarse hasta la muerte", según la expresión del cuarto canto del Siervo (Is 53,12). De esa memoria nace nuestra fraternidad y sólo se "reconoce a Jesús al partir el Pan" cuando el estilo de vida que él expresó en su entrega se hace presente, aunque sea germinalmente, en los que pretendemos seguirle. Seria desmedido hablar de pánico mundial respecto de los atentados que se suceden en Europa, en primer lugar porque sin haber en el mundo muertos de primera ni de segunda; en otros lugares de la tierra –puntos calientes le llaman- hay matanzas con más frecuencia que en nuestro continente. Si es cierto que los movimientos de masas se intensifican, por la necesidad humana de vivir mejor y buscar oportunidades.
El hecho es que en la actualidad es innegable que el terrorismo fanático es un asunto de capital interés, por la importancia de su erradicación. Además, los grupos terroristas al alza y conocidos por todos pues perpetran en la actualidad las mayores catástrofes incluso con los de su propia religión; atentan contra todo aquello que pueda ser vulnerable sin pretender justificarse por medio de la enseñanza coránica. Algo impensable pues el dios Alah del sagrado Corán, no es ni más ni menos violento o bondadoso que el Dios que se nos muestra en algunas páginas de la Biblia. ¿Quizás se trata de un conflicto cultural en sí mismo? Creo que sí. Cultural y social. Hay reconocidas en el mundo países y zonas absolutamente debilitadas y desfavorecidas a los largo de épocas, bien por causa de los incesantes conflictos y también por el retroceso al que sus gobernantes han obligado al pueblo, al pretender aplicar tradiciones fundamentalistas del más extremo integrismo religioso. Muchos de estos gobernantes y aquellos a los que adoctrinan, pretender ganar terreno a occidente, no por medio del desarrollo intelectual, avances culturales o ampliación de derechos, no. Su planteamiento se basa en la más absoluta ignorancia –incluso de su propia religión-, pues pretenden ganar su batalla contra todo, por medio de la conquista como si viviéramos en plena edad media, cuando se conquistaban terrenos a golpe de espada. El caso es que es un autentico quebradero de cabeza para muchos países la actual situación, pues es casi imposible controlar la libertad humana de cada individuo, para no permitirle causar el mal. Además es un complejo encaje que nunca debe restringir derechos, como el de la privacidad y la libre autonomía de movimientos. Eso sí, algo hay que hacer. Y en ese algo hay dos factores que considero esenciales o que pueden colaborar de manera muy efectiva para erradicar el fanatismo religioso. Esos dos factores son el Cristianismo y el Islam. Cada cual como dimensión religiosa por medio de la cual el individuo se relaciona con Dios y con su entorno, y como elementos desde cuya doctrina –oportunamente contextualizada- se pueden derivar enseñanzas muy válidas para construir la paz, aplicando el respeto, la colaboración y la fraternidad; todo ello al servicio de toda la sociedad religiosa o no religiosa. Cuando hablo colaboración, llamo la atención de los hermanos islámicos pues ellos son de vital importancia para detectar en sus congéneres actitudes, predicamentos y enseñanzas que puedan adoctrinar hacia un fundamentalismo que capte personas para hacerlos objeto del terror y la muerte de inocentes. Es cierto que también hay fundamentalismo en el cristianismo, incluso ha existido de manera agudizada en ciertos grupos establecidos en países concretos. Pero en la actualidad es más que necesario el educar y enseñar en la necesidad vital de ser fraternos y humanos para poder tener cada cual nuestro espacio. Corán e Islam no pueden ser relativos a terrorismo, eso es un despropósito. Puestos así, no sé qué religión tendría más millones de muertos inocentes a sus espaldas. Es más que preciso no relacionar movimientos migratorios y refugiados con bombas, caos e inseguridad. Un mundo fraterno es un buen mundo, y la diversidad siempre ha enriquecido las culturas. Dejándonos cada uno nuestro espacio, pero sin pretender ser colonizadores de manera velada. He escuchado varias veces algo de me chirria los oídos respecto de los inmigrantes: “-que se acostumbren ellos a nuestras tradiciones que para eso están en nuestro país”. Pues, “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, anduve sin ropa y me vestisteis, caí enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme”. (Mateo 25,35) Si Cristo puede estar en cada uno de estos, ¿a cuál de ellos le vas a preguntar su procedencia como condicionante a tu fraternidad? Demostremos nuestra talla humana. Hagamos gala de cristianismo autentico –no solo del de la misa de los domingos-. Atendamos que en el Islam también se salvarán y que incluso habrá quienes nos lleven la delantera. Apliquemos el amor y las buenas intenciones, para llevar la bondad a los corazones y aspirar un mundo mejor, donde cabemos todos. Solo hay que apretarse un poquito. Mi oración con Ignacio Echeverria -fallecido defendiendo la libertad en Londres- y mi solidaridad con toda su familia; así como con las demás victimas y heridos del terrorismo mundial. Con la que está cayendo, el nuevo misal litúrgico oficializa una nueva polémica que descentra el mensaje central del evangelio en general y de la celebración eucarística en particular. No es un brindis al sol mi expresión “con la que está cayendo”; Pablo VI ya alertó en su encíclica Evangelii Nuntiandi que “la ruptura entre el Evangelio y la cultura, es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo.” Y uno de los soportes para evitarlo es utilizar un lenguaje que llegue al corazón del ser humano actual. Además del ejemplo, claro está.
En pleno acercamiento al mundo protestante en el aniversario de Lutero (Francisco, Kasper…), que refuerza la redención universal y el que Cristo murió por todos, el nuevo misal retrocede a Benedicto XVI con una peligrosa argumentación que es difícil de entender si no es desde la exclusión del amor de Dios a “algunos”. Y descentrando, de paso, los mensajes divinos de la compasión y misericordia universales. Se trata del cambio en las palabras de la consagración: donde actualmente se dice “será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”, pasa a decirse “será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”. En Hechos 18, el Señor dio ánimos a Pablo en el sentido de que su labor no sería en vano porque “muchos” llegarían a conocer a Cristo en la ciudad de Corinto. Aunque él se dirigía a todos, al menos iban a ser muchos los que iban a convertirse. Si el que Jesucristo murió por todos es algo que forma parte de las certezas básicas de nuestra fe, ¿a qué viene detenerse todo un Papa en este matiz, con lo que nos falta de ejemplo vivo en la sociedad de hoy que nos interpela desde una religión clericalista -a pesar de Francisco- capaz de espantar a tantos que buscan? Ya en el año 2006, Ratzinger entonces cardenal prefecto de la Congregación para la Liturgia dirigió una carta a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para que introdujesen esa modificación en la consagración en los misales. Como no todas le hicieron caso, en abril de 2012, investido ya como Benedicto XVI se dirigió con severidad a algunos presidentes de los obispos, incluido el alemán, para urgir la aplicación de lo ya mandado. Y desde marzo de 2017, en pleno pontificado de Francisco, se modifica en nuestro misal. Cristo vino por todos, porque es Amor y todos le necesitamos: hemos nacido para Él. Pero en Marcos y Lucas Jesús afirma que vino por los pecadores, no por los justos; su misión preferentemente se concentró en los enfermos, no en los sanos. Esto aleja que nadie puede quedar excluido del amor y la acción de Dios que llegó hasta las últimas consecuencias del asesinato en un madero. Cuando preguntas por este dislate terminológico, te cuentan que el término “muchos” no se utilizaría aquí en contraste con “todos”, sino frente a “pocos”. Incluso afirman que el concepto “muchos” en algunos casos es un equivalente a “todos”. Entonces, ¿para qué marear el tema y no dejarlo en su sentido de la universalidad del amor de Dios sin fisuras frente a una interpretación sectaria, nada menos que en las palabras de la consagración? Dios invita a todos al Banquete. Lucas refuerza la universalidad de la oferta divina frente a esa idea de “muchos”: un gran señor invita a su gente cercana y como se disculpan y no van, ordena a sus criados que vayan a invitar a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos hasta que la casa se llene de invitados. Una cosa son los llamados y otra los que responden a la llamada. Podemos elucubrar sobre si se salvan todos, casi todos o muchos o pocos. (Es de suponer que si el Padre pone en marcha la historia de la humanidad no es porque acabará siendo una empresa fracasada). Pero poner el acento en “muchos” en lugar de remachar el “todos” me indica muchas cosas, y ninguna es buena. Así no conseguiremos parar la sangría religiosa, solo atraer a bien pocos nuevos cristianos comprometidos de entre las nuevas generaciones cuya mayoría son totalmente indiferentes a nuestra institución eclesial. Y por asimilación mal entendida, al mensaje liberador del evangelio. Para el año 2000 sueño con una Iglesia sinfónica, popular, de hermanos con diversos carismas del Espíritu, donde todos se sientan colaboradores, en la que el ministerio pastoral ejerza la autoridad con caridad, con humildad y espíritu de servicio. Y la comunidad sepa dialogar u opinar dentro de ella misma, con libertad, con respeto, con realismo y con espíritu de familia. Una Iglesia que siga potenciando los cauces de corresponsabilidad del Pueblo de Dios, de acuerdo con la eclesiología del Vaticano II.
— Una Iglesia ecuménica y universal- valga la redundancia -, reunida y unida, en la que el ministerio de Pedro se ejerza sobre orientales, católicos y protestantes, como una referencia para momentos de conflicto doctrinal, promoviendo la unidad en la diversidad, y, como autoridad para casos extremos de ruptura en la comunidad local, el lema de San Agustín: En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo, caridad. — Una Iglesia que no se proponga otra misión ni tenga otra obsesión que anunciar a Jesucristo. Una Iglesia que, reconociendo y valorando las semillas del Verbo que el Espíritu Santo ha esparcido en las diversas religiones, se mantenga inquebrantablemente fiel a Jesucristo como manifestación suprema y normativa de Dios al mundo y a la historia. — Una Iglesia que sepa inclinarse ante Dios en la oración y ante el hermano en la acción, viviendo la vida como una liturgia y la liturgia como una vida. — Una Iglesia liberadora de todas las esclavitudes: materiales y morales, corporales y espirituales, individuales y estructurales, temporales y eternas. — Una Iglesia que viva pobre con los pobres, humilde con los humildes y sencilla con los sencillos. — Una Iglesia que no sea violenta, polémica o fanática, aunque sí fervorosa y entusiasta en la vivencia de su fe, valiente en el anuncio del Evangelio y fiel al lado del tesoro de la tradición. En la que los teólogos estén llenos de ciencia, en diálogo con la cultura humana, pero que busquen ante todo la sabiduría cristiana, y orienten y animen a los fieles en el camino de la santidad. — Una Iglesia franciscanamente ecologista, mirando en la naturaleza no solo lo pragmático y material del medio ambiente, sino también la belleza del hombre y la creación, como reflejo de la infinita hermosura de Dios, y como hogar de la familia humana. ¿ Esto es soñar despierto ? Creo que todo está en nuestras manos, porque está en las manos de Dios. Mucho ya lo vivimos, pero mucho nos falta. Hemos hecho bastante, mas no lo suficiente. El colectivo envejece, con una media de edad de 75 años, y cuesta encontrar relevo. Por falta de gente y también por incapacidad de mantener las estructuras, las congregaciones catalanas pierden la provincia propia y se unirán con otras del Estado o de Europa, Abierto el debate sobre si es necesario que algunas órdenes o congregaciones agrupen para unir fuerzas
Las órdenes religiosas en el mundo: “Los religiosos son más grandes, pero también se ha hecho vieja la sociedad”, indica el hermano marista Lluís Serra “Intentamos viure el momento de debilidad con lucidez y autocrítica”, señala Máximo Muñoz En noviembre de 2008, las últimas monjas clarisas del monasterio de la Virgen de la Sierra de Montblanc, presentes en la localidad desde hacía 700 años, tuvieron que cerrar el santuario y marchar al monasterio de Reus. Sólo quedaban cuatro monjas muy ancianas -había una que tenía más de 90 años- y su situación en el santuario era insostenible. Seis años más tarde, en noviembre de 2014, la situación se repitió en el convento de San Francisco de Berga, donde los dos últimos franciscanos tuvieron que marcharse del monasterio e ir a Sabadell. Cerraron así una etapa de ocho siglos de presencia franciscana en la capital del Berguedà. Pocos meses más tarde, el 1 de enero de 2015, los franciscanos, presentes en Cataluña desde que Francisco pasó por nuestra casa en 1214, perdieron la provincia propia, fundada el siglo XVI, y se unieron en una única provincia ibérica, que depende de Madrid. Por falta de gente y imposibilidad de mantener las estructuras, también las carmelitas perdieron la provincia propia, y la Compañía de Jesús, ligada a Cataluña desde que San Ignacio se convirtió en Manresa, en 1522. Casi todas las órdenes religiosas y congregaciones – con algunas excepciones se han tenido que reestructurar en los últimos años por falta de efectivos, y los conventos y monasterios buscan relieves difíciles de encontrar. En algunos casos, varios conventos hicieron venir religiosos y religiosas de fuera, de América del Sur, sobre todo, y de la India, pero ahora esta práctica se ha frenado, entre otras cosas, porque no gusta al papa Francisco. Desde el concilio Vaticano II, las congregaciones y las órdenes religiosas han perdido muchos efectivos, un 45% del total en todo el mundo. El principal problema es el aumento de la edad de los religiosos y religiosas y la falta de relevo. La secularización de la sociedad, la nueva organización social y las nuevas formas de vida han dado una estocada a esta vocación, que requiere un compromiso “para toda la vida”. Sin embargo, en Cataluña hay hoy 6.000 religiosos y religiosas. La posibilidad de dedicarse a los demás a través de una ONG y el hecho de que hoy la educación y la asistencia están garantizadas por la sociedad del bienestar también han supuesto un golpe para las congregaciones y las órdenes religiosas, que durante siglos han sido el único bastón de la sociedad más débil. Acaba de salir publicado un libro, Agonía de las órdenes y congregaciones religiosas. Ensayo sociológico sobre sume presente y futuro (Octaedro), de Josep Roca Trescents, que ha analizado el descenso del número de órdenes y congregaciones, y ha puesto cifras a esta realidad, conseguidas a base de mucha paciencia, porque, según explica, los órdenes y congregaciones no lo han puesto fácil. Roca ha consultado archivos privados y el anuario pontificio que edita cada año el Vaticano, en el que se puede encontrar “el estado de todas las congregaciones y todos los órdenes de derecho pontificio, que son menos de la mitad, pero son los más importantes “. Entre los datos más significativos, hay que los jesuitas -Orden al que pertenece el papa Francesc-, durante el concilio Vaticano II (1962-1965), tenían 36.000 efectivos en todo el mundo y hoy sólo quedan 16.000; los salesianos eran 22.626 y hoy son 15.000 (un 35% menos), y los franciscanos, de 27.137 en los años sesenta, han pasado a ser 14.000 (-48%). En cuanto a las mujeres, el descenso más fuerte la registran las Hijas de la Caridad -de 45.540 en los años sesenta a 16.000 (-65%) – y las ursulinas, con un descenso del 78%: de 6.724 durante el concilio a 1.650 hoy. Roca acusa a la Iglesia de mirar hacia otro lado y de no haber aprovechado el 2015, el Año de la Vida Consagrada, para poner el debate sobre la mesa. “El hecho de que se hayan reestructurado las órdenes religiosas en provincias únicas y que se hayan cerrado colegios no es una medida realmente estratégica, sino defensiva, porque mantener una estructura organizativa cuando ya no hay nadie a quien organizar no tiene mucho sentido “, señala. Y critica, como ha hecho el Papa, la práctica de llevar monjas de fuera, que, a su juicio, no hizo sino llevar “mano de obra barata a los conventos de monjas donde las autóctonas eran ancianas”. Massa Dentro del catolicismo, la rama cristiana que más ha fomentado la vida religiosa, hay una pluralidad enorme de órdenes y congregaciones. Primero, hubo los monacales, los cenobítico; después, vinieron los mendicantes, los clérigos regulares; después, congregaciones, etc. Aunque la proliferación de órdenes se cuestionó desde el siglo XIII -el Concilio IV de Letrán, en el canon 13, prohíbe establecer nuevas órdenes religiosas “para evitar que tanta diversidad cause confusión en la Iglesia” -, el crecimiento era imparable, especialmente durante el siglo XIX, hasta el punto de que, entre los hombres y las mujeres, hoy en todo el mundo suman 8.000 órdenes y congregaciones. En España, podría haber unos 500, y en Cataluña, más de 300, el 75% de los cuales, femeninos. “Las congregaciones masculinas más perjudicadas son las laicales y, sobre todo, las dedicadas a la enseñanza”, explica Josep Roca, que mantiene que la tendencia es que van perdiendo más efectivos “las más abiertas” en comparación con las conservadoras. “Las grandes congregaciones de clausura han sufrido un poco menos que las de vida activa”, dice este estudioso. “Esto a veces es sorprendente, porque un diría que deberían tener más capacidad de adaptación a las nuevas vocaciones precisamente las órdenes que tienen contacto con la sociedad. Pero realmente no es así. Han sufrido menos los de la orden del Cister que los jesuitas, por ejemplo. El caso de los jesuitas es muy curioso, porque no sólo es un orden de gran prestigio, sino que el papa es miembro “, afirma. Hoy hay unos 1.700 monjes de la orden del Cister en el mundo (aún más respecto a los que había en 1959, que eran 1.623). La Salle, que había llegado a ser la más numerosa del Estado, hoy ha perdido la mayoría de sus efectivos. Los religiosos son los que se preocuparon de la educación de las clases populares hasta hace unas pocas décadas, pero hoy no tienen ese peso. “La gran descenso del número de religiosos y religiosas se da fundamentalmente en Europa y el área occidental. Tenemos abundancia de vocaciones en Asia y África. En América Latina, más o menos nos mantenemos en las mismas cifras. Y la razón no es que allí la vida religiosa dé mejor testigo que aquí. Hay otros factores, de tipo religioso y también socioeconómico “, explica el claretiano Máximo Muñoz, presidente de la Unión de Religiosos de Cataluña (URC). Y añade que “el gran descenso en nuestra área cultural es proporcional al descenso del número de cristianos comprometidos, que afecta también laicos y sacerdotes, y diáconos diocesanos. No hay tantos religiosos y religiosas porque no hay tantos cristianos. La baja natalidad es una razón añadida importante. ” “En tiempos del Vaticano II, la media de edad de las congregaciones estaba por debajo de los 40 años y en este momento es de 75 años, casi el doble -explica Roca-, lo que significa que quedan muy pocas fuerzas vivas para dedicar -se al que se dedicaban, y muchos de los pocos que quedan deben dedicarse a cuidar los ancianos. ” “Es verdad que los religiosos somos cada vez más grandes. Pero lo mismo ocurre en la sociedad: cada vez la gente vive más. En España, si no fuera por los inmigrantes, la sociedad no se renovaría “, señala Lluís Serra, secretario general de la Unión de Religiosos de Cataluña (URC). Ya antes del concilio, muchas órdenes y congregaciones masculinos habían comenzado un periodo de descenso. Las órdenes femeninos comenzaron algunos años después. Josep Roca cree que el drama de las deserciones de después del concilio es que “el famoso aggiornamento levantó esperanzas que finalmente no se cumplieron”. A partir del concilio, lo cierto es que muchos religiosos abandonaron y también muchos sacerdotes diocesanos. “Entre un 70% y un 75% de los religiosos que abandonaron aducían como razones principales, en primer lugar, los problemas con la castidad y, en segundo lugar, que se habían enamorado. En cambio, ésta no es, como mínimo oficialmente, la principal causa de abandono entre las mujeres religiosas, que sobre todo abandonaron y abandonan por temas de desigualdad de género “, asegura Roca. El presidente de los religiosos catalanes puntualiza: “Las causas son complejas y no todas dependen de las decisiones que tomamos los religiosos o de nuestro testimonio. Estamos en un cambio axial de cultura y de relación de la religión con la cultura, que ciertamente requiere nuevos modelos y paradigmas que no son fáciles de encontrar y de implementar, entre otras cosas, porque ni las congregaciones ni la misma Iglesia somos una empresa que pueda resolver todos los problemas con planes estratégicos ejecutados por los especialistas. ” Hay una transformación y una reflexión. Josep Roca dice que “las órdenes y congregaciones entienden muy bien los problemas cuando se habla de los otros, pero no los ven cuando se habla de sí mismos”; en cambio, los religiosos catalanes aseguran que “sí se ha reflexionado, y mucho”. “Se han tratado los problemas en las congregaciones. No tenemos que mirar sólo el problema desde nuestro país, se debe mirar a escala general, de todo el mundo “, insiste el secretario general de la URC. Para el autor del libro Agonía de las órdenes y congregaciones religiosas , “no tiene sentido que haya cientos de congregaciones que hagan lo mismo, incluso con el mismo nombre, para que, de franciscanos, hay muchos, pero, de franciscanas, hay 350 congregaciones de derecho pontificio! “, sostiene. “Ciertamente, podemos decir que hay demasiados congregaciones teniendo en cuenta las pocas vocaciones que hay. De hecho, ya se han producido fusiones entre institutos y otras están en proceso, y en Roma ponen muchas trabas al reconocimiento de nuevas congregaciones. Hay que prever que en el futuro habrá muchas que desaparecerán o se fusionarán, pero es un proceso que no se puede planificar como si fuera una multinacional que quiere optimizar los recursos, para que cada congregación y cada fundador o fundadora aportan una riqueza al Iglesia ya la sociedad, no sólo por el servicio concreto (educativo, social, sanitario …), sino por el conjunto de lo que llamamos un carisma: una forma peculiar de leer el Evangelio de Jesucristo y de concretarlo en un estilo de vida con acentos propios.Hay que respetar esta riqueza “, dice Muñoz. “Yo diría que la vida religiosa, con el gran descenso que está registrando, se está normalizando, con referencia a la realidad eclesial y social. Es una vocación para minorías, tanto dentro de la Iglesia como de la sociedad, y en un ambiente sociológicamente católico había sido anormalmente numerosa, especialmente en nuestra Península. Ahora, en Occidente, las vocaciones a la vida religiosa están muy probadas, porque se meten en un estilo de vida contracultural, alternativo a los valores hegemónicos. Nadie se mete para aumentar su estatus social o económico, o para ser admirado y alabado, más bien somos objeto de incomprensión y de crítica “, lamenta Máximo Muñoz. Este claretiano asegura: “La pobreza, la castidad, la obediencia y la vida comunitaria, y la misma fe, que es la fuente, conllevan una denuncia y una alternativa a la idolatría del sexo, el dinero y la libertad individual. Un estilo de vida, en definitiva, que sólo encuentra sentido en el seguimiento de Jesucristo y los valores que propugna, y que creemos que humaniza los que los viven y también la sociedad. Dentro de la Iglesia, también son un recordatorio constante de la seriedad que conlleva ser cristiano ante la tentación de acomodarse. ” “De acuerdo con la experiencia de fe que sostiene nuestro estilo de vida, los religiosos y religiosas intentamos vivir este momento de debilidad y reducción con lucidez y autocrítica, promoviendo también iniciativas Intercongregacional, y mejorando nuestro testimonio personal y comunitario de la Evangelio, y nuestra conexión con la cultura y la sociedad de la que formamos parte “, concluye. 8.000 órdenes y congregaciones religiosas, femeninos y masculinos, hay hoy en el mundo. En Cataluña, hay más de 300. 6.000 religiosos y religiosas hay hoy en Cataluña. 70 por ciento de monjes y religiosos que dejaron la vida religiosa esgrimían como motivo del abandono que no estaban de acuerdo con la castidad o que se habían enamorado, sostiene el autor del libro ‘Agonía de las órdenes y congregaciones religosas’. Tampoco hoy celebramos una fiesta dedicada a Dios, celebramos que Dios es una fiesta todos los días, que es algo muy distinto. La fiesta es siempre alegría, relación, vida, amor. El creyente es aquel que se ha sentido invitado a esa fiesta y forma parte inextricable de la misma fiesta. La Trinidad, tiene que liberarnos del Dios Ser poderoso y empaparnos del Dios Ágape que nos identifica con Él. El Dios todopoderoso es lo contrario del Dios trino. Dios es amor y solo amor. Solo en la medida que amemos, podremos conocer a Dios.
Se nos dice que es el dogma más importante de nuestra fe católica, y sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos no pueden comprender lo que quiere decir. La gran enseñanza de la Trinidad es que solo vivimos, si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad. Pero para llegar al Dios de Jesús, tenemos que superar el ídolo al que nos aferramos. Sí, el falso dios en quien todos hemos creído y en gran medida, seguimos creyendo los cristianos: El dios interesado por su gloria, incluso cuando hace algo para sacarnos de la miseria. El dios todopoderoso que si no elimina el mal es porque no le da la gana. El dios que salva a uno si alguien reza por él, pero no hace caso si nadie se lo pide. El dios ofendido que exige la muerte de su hijo para poder perdonar el ser humano. El dios que premia a los que hacen lo que Él quiere y condena a los que no le obedecen. El dios celoso de la moral sexual, pero que no le preocupa mucho la injusticia. El dios que nos exige amar al enemigo pero que a los suyos los manda al infierno. Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar trazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba. La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra vivencia cristiana. Una profunda experiencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación al misterio Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar lo que algunos consideraron errores en las formulaciones racionales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús o mejor, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora decididamente en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de explicar la esencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver. No debemos pensar en tres entidades haciendo y deshaciendo, separada cada una de las otras dos. Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el UNO que nos une. Es urgente tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas relacionándose con nosotros, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación” (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a las tres personas. Ni el Padre solo crea ni el Hijo solo salva ni el Espíritu Santo santifica por su cuenta; Todo es “obra” del Dios. Nada de lo que pensamos o decimos sobre Dios es adecuado. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios son incorrectos. Lo que creemos saber racionalmente de Dios, es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Con frecuencia, los ateos están más cerca del verdadero Dios que los creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en los ídolos que nosotros nos empeñamos en defender. Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. ¡Ahora hablemos de Dios! De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, nos equivocamos, porque en Dios los verbos no se conjugan; no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios, todo lo que hace, lo es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano y en Dios el AMOR, es algo muy distinto. Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Este experimentar que Dios es amor, sería lo esencial de nuestro acercamiento a Él. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. No se trata de una relación entre sujeto y objeto sino en identificación de ambos. En Dios el amor es su esencia, es decir, no puede no tenerlo, porque dejaría de ser. Vivir la experiencia de Dios Trino, sería convivir. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de mi ser. En cada uno de nosotros se tiene que estar reflejando siempre la Trinidad. Empezar por descubrir a Dios en nosotros, identificado con nuestro propio ser. Descubrimos a Dios con nosotros en los demás. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios. Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera un teísmo interesado y miope. Después de darle muchas vueltas al tema, he llegado a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateísmo. El Dios revelado por Jesús, es amor. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios. Confianza absoluta y total porque, aunque quisiera, no puede fallarnos. En esa confianza consiste la fe. Meditación Dios es amor, pero ese amor no responde a nuestra idea del amor. Dios es: El que ama, el amado y el amor.Los tres a la vez. La creación no es más que la manifestación de ese Dios. En toda criatura queda reflejada su manera de ser. En todo ser creado está el amante, el amado y el amor. El hombre tiene la capacidad de entrar intuitivamente en esa dinámica. No puede haber meta más alta, que dejarse arrastrar por ese torbellino. |
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Febrero 2023
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