Si en la liturgia se leyera el evangelio de Marcos tal como él lo escribió, no a saltos, trompicones y omisiones, habríamos advertido que la popularidad creciente de Jesús suscita tres reacciones muy distintas: desconfianza por parte de su familia, rechazo por parte de los escribas, aceptación por parte de su nueva familia ("estos son mis hermanos, mis hermanas y mi madre"). A esa nueva familia, Jesús la instruye en el capítulo de las parábolas (de las que sólo leímos dos el domingo pasado) e, inmediatamente después, la salva. Con este episodio de la tempestad calmada Marcos pretende también que el lector se pregunte una vez más quien es Jesús.
El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11) En el mito mesopotámico de la creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme.) La primera lectura, del libro de Job, recoge este tema, pero despojándolo de sus connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas». El peligro del mar (Salmo 107) El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 107, al que quizá mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de hoy. Jesús, los discípulos y el mar (Marcos 4,35-41) El pasaje del evangelio podemos dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan a la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4) Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos. Tres de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo. La segunda (la tormenta) recuerda la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a punto de hundirse. La tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento. La quinta, que habla de la reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio. Prescindiendo de la introducción, la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. La ausencia de paralelo sugiere que estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y hacer que nos preguntemos quién es Jesús. Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormentas, es salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel individual.
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Leemos hoy el final del c. 4. Si no explicamos un poco de que va, da la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaum y sus alrededores, dejando bien clara la reacción de los jefes religiosos, de los que le siguen e incluso de sus familiares, narra Mc en el C. 4 varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada, que acabamos de leer. Se trata de un milagro muy complicado. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos reales. Están tan cargados de simbolismos que no es preciso que partan de un suceso concreto para justificar la narración.
La Biblia utiliza varias palabras griegas para expresar lo que nosotros denominamos milagro: "thauma" = maravilla, "dynameis" = portento, "teras" = prodigio, "semeion" = signo. El concepto de milagro que manejamos hoy, es relativamente reciente. No tiene ningún sentido preguntarnos hoy si los evangelios nos hablan de milagros (tal como los entendemos hoy), Pero tampoco tiene sentido poner en duda que Jesús hizo milagros, (tal como lo entendían entonces). Lo que nos importa hoy, es descubrir el verdadero sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para todos los que vivían en tiempos de Jesús. Decía Evely: "Nuestros mayores creyeron a causa de los milagros, nosotros creemos a pesar de ellos". El significado general del relato está en la apertura del mensaje de Jesús a todas las gentes. Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Ya tenemos el primer simbolismo. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo y la travesía del desierto. Aquellos pasos, a pesar de los peligros que supusieron, les llevaron a la tierra prometida. Están en el mar de Galilea y la otra orilla era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad del mensaje, más allá del ámbito Judío, que se opone a la apertura. La primera "tormenta" que se desató en el seno de la primera comunidad cristiana, que nos narra el NT, fue precisamente por el intento de apertura a los paganos. Al hablar de la tempestad, está haciendo referencia a Jonás. (También Jonás se echó a dormir cuando empezó la tormenta, y también fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. Con estos elementos, podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido; y a través de constantes luchas con las fuerzas del mal. El mensaje del relato es la tranquilidad de Jesús en medio de la tormenta. Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía tranquilamente... Hay que tener en cuenta que se llamaba también "cabezal" a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. "Dormir" y "cabezal" están haciendo clara referencia a una situación pos pascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en él. ¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen nos indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Esta actitud es la que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar la seguridad. Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos cuando los expulsa. Además en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra "ruah" (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica, equivale a mal espíritu. El "poder" de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean hostiles, nunca son malos. ¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia palpable. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda manifiesto que, en la Biblia, la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar, ni en Dios ni en él. ¿Quién es este? El miedo y la pregunta final, deja bien a las claras que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta, que Mc ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: "Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios". Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubrimiento tiene que ser experiencia personal de la cercanía de Jesús. A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca. El verdadero mensaje de Jesús es que debemos confiar siempre, aunque nos parezca que Dios se ha ausentado y no se preocupa de nosotros. Para Jesús, el enemigo del ser humano no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza y todas sus leyes son siempre buenas. No tiene sentido que Dios tenga que rectificar su propia obra para hacer que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica del Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos en todas las circunstancias. El libro de Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que le da, está muy lejas de ser la adecuada. Dios tiene que devolver a Job todo lo que le había quitado para que su fidelidad sea creíble. Ese Dios materialmente útil, sigue siendo el poderoso que tratamos de poner a nuestro servicio. El Dios en quien Jesús confió, no fue el que se manifiesta en acciones espectaculares a favor de los buenos, sino el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque no lo veamos. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni tiene instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado por nosotros. No son las acciones espectaculares de Dios, las que nos tienen que llevar a confiar en Él. Cuando una persona dice: Yo amo mucho en Dios porque me ha concedido todo lo que le he pedido, estamos ante un autoengaño nefasto para la vida espiritual. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio, es nefasta para la vida espiritual. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro. Meditación-contemplación ¿Quién es éste? Nunca podrás saberlo Si en tu vida no reflejas la suya Lo importante no es encontrar respuestas Sino vivir la Vida verdadera. ............... Lo que es Jesús, es lo que tú también eres. Jesús ha desplegados todas sus posibilidades. Tú tienes esa tarea aún por hacer. Sin ningún miedo tienes que remar en esa dirección. ............... Desde la orilla de tu falso yo, debes atravesar el mar. Sin apegarte a la comodidad de lo ya adquirido. Debes lanzarte al despliegue total de lo que eres, Integrando lo humano en lo divino que hay en ti. Marcos concluye su colección de parábolas –recogidas en el capítulo 4, aunque haya otras cinco más dispersas en el resto del evangelio- con una preciosa catequesis centrada precisamente en la confianza. En realidad, simultáneamente, es una catequesis cristológica, en la que Jesús es presentado como poder de vida sobre las fuerzas del mal, simbolizadas en el mar. La barca es imagen de la comunidad en misión.
Jesús aparece impulsando a sus discípulos hacia "la otra orilla", el territorio pagano. Quizás se trate de un interés del propio Marcos que, escribiendo a una comunidad de origen pagano, quiere presentar que fue ya el propio Maestro quien inició ese camino hacia los llamados gentiles. Porque Mateo, por el contrario, le hace decir a Jesús: "No vayáis a regiones de paganos" (Mt 10,5); o: "Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel" (Mt 15,24). La catequesis de Marcos está centrada en la pregunta conclusiva: "¿Quién es este?". Se trata de una cuestión que va apareciendo de un modo intermitente a lo largo de todo su evangelio, manteniendo vivo el interés del lector. Una pregunta que solo hallará respuesta definitiva cuando, ya muerto Jesús, al pie de la cruz, un pagano exclame: "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios" (Mc 15,39). En esta narración, la barca-comunidad se ve amenazada (huracán y oleaje); los discípulos se sienten desprotegidos en la dificultad y, entre tanto, Jesús duerme. El contraste entre la inquietud de los discípulos y la calma del Maestro no puede ser mayor. Y hace que el lector se interrogue sobre dónde están los unos y el otro. La inquietud nace porque, erróneamente, nos identificamos con lo que ocurre; la calma aparece cuando nos situamos y reconocemos en la consciencia de lo que ocurre. Lo que somos –parece decirnos la actitud de Jesús- está siempre a salvo; no puede ser dañado por nada. Por eso, "¿por qué sois tan cobardes?". La cobardía o el miedo es lo opuesto a la fe-confianza. "El viento cesó, y sobrevino una gran calma"..., cuando nos dejamos permanecer en un estar desnudo, amando lo que es, como bien sabía Juan de la Cruz: "Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado". La "gran calma" me recuerda la palabra que le dirigió Jesús a Marta: "Andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad solo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte y no le será quitada" (Lc 10,41-42). Lo "único necesario" es aquello que nombraba en el comentario de la semana pasada: lo que no puede morir jamás; aquello que queda en un naufragio donde te encuentra la muerte. Lo único necesario es nuestra verdadera identidad, y solo ella es, por tanto, la fuente de toda calma y confianza. Cada vez parece más seguro que el Padrenuestro no reza “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”: ¡como si nosotros fuéramos a darle a Dios lecciones de perdón! En arameo, la misma palabra significa a la vez “culpa” y “deuda monetaria”. Jesús vivió en un mundo agobiado por las deudas y, probablemente, quiso decir: “perdona nuestros pecados, que también nosotros vamos a perdonar a nuestros deudores económicos”. Así lo mantiene la traducción catalana: “perdoneu les nostres culpes així com nosaltres perdonem els nostres deutors”.
Refuerza esa opinión otra parábola que narra Mateo: un deudor a quien se perdona una deuda inmensa (símbolo de nuestra culpa ante Dios), es luego incapaz de perdonar a quien le debe sólo unos pocos dineros: sugiriendo que nuestros créditos económicos son una nonada ante lo que nosotros debemos a Dios. Si las cosas son así, podemos mirar nuestra historia de manera más cristiana. En 1953, Alemania, derrotada en la guerra, se hallaba en grave crisis con una deuda que no podía pagar (38.000 millones de marcos de la época) y amenazada de bancarrota. Los principales acreedores (USA, UK, Francia, Grecia, España e Italia…), en vez de proclamar “que cada cual pague lo que debe”, firmaron el Acuerdo de Londres, que concedía una quita del 62% de la deuda y un calendario de pagos para el resto. Gracias a eso y al plan Marshall, Alemania se rehízo y consiguió el “milagro alemán” (que era también milagro de sus acreedores). Cuesta comprender que hoy, el gobierno alemán, olvide aquella historia aún reciente. La vida da muchas vueltas: ¿qué pasaría si un día (Dios no lo quiera), Alemania vuelve a encontrarse en la situación de la última postguerra? Porque además, el problema griego no se resuelve con que “cada cual pague sus deudas” (o “pacta sunt servanda”, en latín). Cualquier jurista sabe que ese principio tiene mil matices que olvidan quienes apelan a él: deudas odiosas, deudas ilegítimas, contraídas contra el interés de la población… En todo caso, ese principio valdrá cuando el “cada cual” sea un individuo concreto. Pero cuando es un colectivo o un ente abstracto, no puede aplicarse indiscriminadamente. No vale gritar que quien debe pague, si antes no establecemos que pague quien de veras debe. Más aún: Grecia pertenece a la ONU. Según el artículo 55 de la Carta de Naciones Unidas, cada estado tiene el deber de fomentar el pleno empleo, el aumento del nivel de vida y desarrollo económico y social. Según el artículo 103 de esa Carta Magna, en caso de conflicto entre las obligaciones de los miembros de la ONU y obligaciones contraídas por otros acuerdo internacionales, deben permanecer las primeras. ¿En qué manos estamos pues? Si nuestros gobernantes cumplen así sus obligaciones internacionales primarias ¿cómo se atreven a exigir que las cumplan los demás respecto a ellos? Luego nos acusan de “no tener sentido europeo”. Quizá quienes no lo tienen son esos que acusan. Porque a lo mejor lo que tiene la gente es un gran sentido europeo y, por eso, abomina de esta Europa tan lejana de lo mejor de ella misma. En Grecia, España, Portugal…, han pagado la deuda los que menos debían personalmente, y se han escapado de ella los que más debían y más tenían. Grecia tiene sus pecados, sin duda: no tan graves como los de Alemania que llevaron a la segunda guerra mundial. Como tiene su pecado Goldman Sachs, consejera de Grecia (y cuyo delegado para Europa era el señor de Guindos): y no sabemos que esa entidad haya debido pagar nada por enseñar a estafar. Los pueblos (y los seres humanos) somos capaces de lo mejor y lo peor. Nuestras historias tienen páginas admirables y páginas vergonzosas. La pasión del dinero suele sacar lo peor de nosotros. Bueno sería que Alemania recuerde su pasado reciente y no vuelva a sacar lo peor de sí: porque si saca lo mejor y todo lo bueno que tiene, tendremos muchas cosas que admirar y agradecerle. Lo mejor de Alemania es, por ejemplo, que haya sido precisamente una fundación alemana (Hans Böckler) la que ha dado a conocer los siguientes datos sobre Grecia: entre 2008-2012 los ingresos brutos cayeron un 22’6%; los salarios un 27’4% (34’6% los más bajos y sólo 4’8 en el 1% más alto). El decil de hogares más pobres perdió en 5 años el 86’4 de sus ingresos, el decil más rico sólo el 17%… Que pague quien debe, pues. Quienes no somos alemanes y parece que tenemos esas ganas de “¡que paguen ellos, que también tuvimos que pagar nosotros!”, o deseamos dar lecciones y sentirnos superiores, deberíamos preguntarnos si nos parecemos a un personaje de otra parábola de Jesús: el hermano del hijo pródigo, tan cumplidor él, siempre obediente a su padre, a quien recrimina porque “viene este hijo tuyo que ha dilapidado tu fortuna con prostitutas y matas un ternero para celebrarlo; a mí nunca me has hecho un regalo así”… El padre podría haberle dicho: es verdad hijo; pero, a lo que se ve, todas esas buenas obras tuyas no te han servido para tener un corazón bueno sino para tener un corazón duro. Y yo ¿para qué quiero corazones duros? Se lo podría haber dicho pero, como también era hijo suyo, no se lo dijo. Y con ello le regaló aún más que si hubiera matado un ternero cebado. ¿Qué es eso de la vida eterna de la que nos habla la religión cristiana? ¿Es razonable creer en el cielo y el infierno, como lugares de destino más allá de la muerte? El obispo Spong responde con contundencia: Creo que existe una vida eterna después de la muerte, y que es una vida diferente a lo propuesto por las religiones, incluida la cristiana, que nos habla de la visión beatífica, consistente en contemplar la esencia divina toda la eternidad. Éste es el premio del cielo para los fieles cumplidores de la ley divina. El mencionado obispo es por lo tanto partidario de una vida eterna, sin cielo ni infierno.
"Creo que existe una eternidad más allá de los límites de mi finitud humana y en la cual puedo participar. Tradicionalmente hablando, creo que existe una vida después de la muerte. Quiero que eso quede claro, pero, antes de que defensores de una piedad tradicional se sientan reafirmados en sus poco críticas verdades de fe, déjenme afirmar mi segunda conclusión. El contenido de esta realidad de la vida más allá del límite de la muerte, es tan radicalmente diferente de cualquier cosa que haya sido propuesta por los sistemas religiosos del pasado, que es irreconocible" (Spong p. 202-203). Ahora bien, si no podemos seguir manteniendo la figura de un Dios teísta, Juez Supremo de las personas, premiador de buenos y castigador de malos ¿qué sentido tiene que sigamos hablando de cielo e infierno como lugares de premio y castigo después de la muerte? Si existe vida después de la muerte tendrá que ser algo distinto al cielo e infierno. "El deceso del cielo es un resultado directo de la muerte de la imagen teísta de Dios en la que se basa la tradición evangélica, con su visión personificada del cielo. Las personas que creen en el cielo como un premio a cambio de una vida de fe o de trabajo también tienen que creer en Dios como deidad personal que reparte regalos y castigos ganados por méritos personales. Este Dios es una figura parental disfrazada que controla la conducta infantil por medio de amenazas y promesas" (Spong p.205) En el fondo las religiones están solucionando el problema de la realidad posterior a la muerte con imágenes humanas extraídas del comportamiento de las personas adultas con los niños: premiar los actos buenos, y castigar los malos. Creamos de esta manera una imagen antropomórfica de Dios, haciéndolo Juez Supremo del comportamiento humano. Pero esto no se puede sostener por más tiempo. Porque es destruir la idea de Dios, como lo totalmente distinto a lo humano. Y si no existe el premio y castigo divinos, tampoco podemos admitir la realidad del cielo y el infierno después de la muerte. "Cuando uno elimina de su visión del final de los tiempos la defensa de la recompensa individual por las buenas obras realizadas y la idea del castigo por los propios actos malos, entonces el concepto de la vida después de la muerte empieza a desaparecer visiblemente. Pero premio y castigo, ambos, han tambaleado tanto, que ya se han ido. Y cielo e infierno se han ido con ellos" (Spong p.209) Si el cielo y el infierno ya no son realidades que dan sentido a la vida terrena y que acaecen después de la muerte ¿ya no existe nada posterior al acontecimiento irremediable de la muerte? ¿Con ella termina la vida? ¿Y la promesa de Jesús sobre la resurrección? Son preguntas que todas personas nos hacemos ¿Hay algo más allá de la muerte? ¿La muerte es el fin de la vida, de modo que la muerte es el comienzo de la nada? Las religiones responden afirmativamente: existe vida después de la muerte. La religión cristiana habla de la vida eterna. La muerte es el comienzo de una nueva vida. La resurrección de Jesús es la garantía de esta nueva vida. Si Cristo ha resucitado todos resucitaremos igualmente. Pero ¿cómo es la vida del resucitado? ¿La resurrección es la reanimación del cadáver? Hoy no se puede sostener este concepto de resurrección. La resurrección es el inicio de una vida diferente, distinta. Es la vida eterna, porque la vida es infinita. "Creo que la vida es infinita, y también creo que estamos llamados a explorar su profundidad y a saborear su profunda dulzura. Creo que la vida aquí es una imagen limitada y finita de la vida plena, que es ilimitada e infinita. Estoy seguro que uno se prepara para la eternidad, no siendo religioso y respetando las reglas, sino viviendo plenamente, con un amor generoso, y atreviéndonos a llevar nuestra capacidad al máximo" (Spong p.218-219) Si la vida es ilimitada y continúa después de la muerte, es porque existe un proceso vital cósmico que abarca a todos los seres vivos. Es la energía cósmica que influye en toda la naturaleza. De este proceso formamos parte todos los humanos. La muerte no corta este proceso, sino que es el inicio de una nueva etapa vital. Etapa diferente de las anteriores, dentro del proceso evolutivo de toda la creación. ¿Cómo es esa nueva etapa? Lo desconocemos, pero podemos afirmar que es un nuevo modo de vida. Este proceso no se corta con la muerte, sino que continúa en una nueva etapa. Resucitar es seguir viviendo en este proceso, con Jesús, el Viviente. Los cristianos llamamos a esta nueva etapa resurrección. Los no creyentes no tienen esta referencia a Jesús de Nazaret, pero como seres dentro del cosmos participan de este proceso de vida, que abarca a todos los seres vivos y a todo el universo. Es la creación evolutiva que sigue avanzando en diversas etapas y de modo diferenciado dentro del cosmos. Los seres en la naturaleza pueden acabar su vida concreta, pero no por ello termina la vida en el cosmos. Incluso ese ser vivo puede terminar su ciclo, pero no su vida transformada en otro ser. Una especie puede desparecer y transformarse en otra superior. El proceso creativo-evolutivo de vida continúa en el cosmos. Los seres humanos acaban su ciclo por la muerte, pero su vida continúa por este proceso evolutivo. Los creyentes afirmamos que "la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma". Esta es la vida más allá de la muerte. En esto consiste la resurrección, en el paso a una nueva forma de vida, desconocida, pero real. La realización de una vida plena. Una nueva consciencia de que la vida humana participa en la eternidad de Dios y de que viviré, amaré y seré parte de lo que Dios es. La resurrección fue un evento que tuvo lugar en el interior de las personas, siendo conscientes de que lo que los discípulos encontraron en Jesús ahora residía en sus vidas y sus corazones, el espíritu del mismo Jesús (Spong). Y a participar de esa nueva vida estamos llamados todos los seres del universo, siguiendo el proceso evolutivo cósmico que dirige y transforma el universo. *J. Sh. Spong. Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir. Editorial Abya Yala. Quito. Ecuador 2014. El pasado 28 de Abril, se llevó a cabo en la Pontificia Universidad Antoniana de Roma, el Congreso: "Mujeres en la Iglesia: perspectivas en diálogo" Dicho encuentro se realizó gracias a la iniciativa de dos mujeres la Hermana Mary Melone (primera mujer rectora de dicha Universidad) y la embajadora de Chile ante la Santa Sede, la Sra. Mónica Jiménez de la Jara. Su sueño se hizo realidad, gracias al apoyo de la Pontificia Universidad Antoniana, la Embajada de Chile, las Embajadas de Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Europea ante la Santa Sede.
La Hermana Melone, fue quien dio la bienvenida y pronunció las palabras inaugurales del Congreso, en donde afirmó que el programa de dicho evento, es resultado del llamado constante e insistente del Papa Francisco, a la participación activa de las mujeres en la Iglesia y a enfatizar el binomio mujeres-Iglesia, lo cual representa un desafío que ya no puede posponerse. La Hermana, planteó varios de los interrogantes que dicho llamado ha suscitado: ¿Cómo ampliar los espacios para las mujeres dentro de la Iglesia? ¿Cómo contribuir para que ellas ocupen roles en la toma de decisiones? ¿Cómo hacer para que la riqueza de su pensamiento sea reconocida y valorada? ¿Qué podemos hacer para que la teología elaborada por ellas desde hace décadas, esté presente en los círculos oficiales del mundo teológico? Respondiendo a estas inquietudes, la Hermana apuntó que es preciso el reconocimiento profundo de que las mujeres también somos Iglesia. Dicha participación de las mujeres en la Iglesia, abre una multiplicidad de temas por demás complejos, tales como: la manera de entender la relación hombre-mujer, la forma de pensar lo masculino y lo femenino a la luz del acto creador, la dinámica de concebir la visión de comunión "koinonia" de la Iglesia, y su postura al interior de los ministerios de poder "potestas" y de servicio "diakonia". Enfatizó en las dificultades que las mujeres han encontrado y encuentran al participar en la vida eclesial dentro de las diversas culturas y de la falta de reconocimiento, visibilización y valorización del trabajo pastoral confiado a las mujeres, el cual, no les concede ninguna autoridad, ya que se inserta en la trama que vive la comunidad eclesial en lo sencillo y lo cotidiano. Destacó que, es necesario abrir la posibilidad de repensar el rol de las mujeres en la Iglesia y replantear el de los hombres, para trazar nuevas responsabilidades paritarias para ambos, de acuerdo a las directrices indicadas por el Papa Francisco, las cuales invitan al combate de los prejuicios, reivindicaciones y sospechas en aras de la disponibilidad de construir juntos y juntas. La Hermana Melone finalizó su saludo con una frase contundente y llena de certeza: "Nosotras, mujeres de la Iglesia, no somos huéspedes, sino somos Iglesia y queremos serlo siempre más intensamente". El Cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura y de la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra en el Vaticano, empezó reconociendo que la presencia de la mujer a lo largo de la historia ha sido invisibilizada y hasta humillada, más en ello no se debe uno de detener sino, que hay que superar el pasado, ya que el tribunal de la historia será quien lo juzgue. Ravasi invitó a la audiencia presente a ir más allá, a tener una mirada que apunte hacia el futuro sin recriminación ni crítica del pasado, "Hay que archivar ciertas cuestiones, para superarlas." En un tercer momento se le otorgó la palabra a la Maestra Cettina Militello quien desarrolló la conferencia magistral, cuyo título fue: "Modelos pasados: desafíos actuales". Su ponencia fue realmente ejemplar en todos sentidos, ya que la Maestra fue prudente y a la vez sumamente valiente al decir las cosas por su nombre. Inició reconociendo que la afirmación del Cardenal en cuanto a superar el pasado, ponía en "crisis" el título de su conferencia, ya que ella quería empezar su discurso y así lo hizo, precisamente por asumir y reconocer los modelos del pasado. Cettina Militello subrayó, que para comprender la situación actual de las mujeres, y su proyección hacia el futuro, son necesarias dos cosas: reconducir los modelos del pasado y abrirse a un diálogo intercultural. Sostuvo, que es indudable que la misoginia bíblica es un discurso inculturado, ya que aunque sabemos bien que el amor humano es un reflejo del pacto que Dios mantiene con su pueblo; el paradigma del amor de pareja que se proclama, recalca en la relación nupcial la potencialidad divina del hombre y el límite de la mujer como creatura. Así que la misma categoría esponsal establece una relación dispar entre el hombre y la mujer a nivel social, religioso y moral. Cettina subrayó que el cristianismo aporta una novedad, ya que el hecho de formar parte de esta comunidad no conlleva ninguna discriminación. La iniciación cristiana, es idéntica tanto para los hombres como para las mujeres. Sin embargo, la equivalencia en el orden de la gracia, no supone una analogía en el plano social ni jurídico, la mujer se mantiene subordinada a lo largo de la historia y por ello excluida de una subjetividad de tipo religiosa, política y moral. El periodo posconciliar significó un gran avance para las mujeres, sobre todo en el acceso que tuvieron al estudio de la teología. Éste hecho les aportó una serie de herramientas con las que fueron capaces de cuestionarse sobre su rol y presencia en la Iglesia. El punto de mayor tensión destacó Militello, ha sido la discriminación de las mujeres del Ministerio del Orden. Puntualizó que en 1994, el acceso de las mujeres al Ministerio del Orden en la Iglesia Anglicana, provocó que la Iglesia Católica diera por concluidas las cuestiones debatidas y el tema quedara cerrado. Dicho lo anterior, Milittello prosiguió su ponencia abordando el problema al cual el Cardenal Ravasi se refirió como uno de los más dramáticos ante el horizonte presente: la cuestión de género. El género como objeto clasificatorio, ofrece la ventaja de desenmascarar el hecho de que los roles que desempeñan hombres y mujeres han sido asumidos de manera natural. A su vez agregó que contra la negación del valor original de la sexuación la Congregación de la Doctrina de la Fe, ha estigmatizado la categoría de género, reconociendo la antropología de los sexos sobre constructos de modelos tradicionales. Afirmó, que las preocupaciones legítimas de los enfrentamientos de las teorías radicales de género, llevaron tanto al Papa Benedicto XVI, como al Papa Francisco a satanizar la categoría de género. En este sentido, señaló, que en tiempos posconciliares se habla de la gran diversidad de modelos actuales, como el de una igualdad indiferenciada, el de la complementariedad y el de la reciprocidad, con el cual ella se siente más cómoda ya que: "permite tanto a hombres como a mujeres, reconocerse en su diferencia como seres plenos y en autónomos". Si partimos de la premisa, que las mujeres somos Iglesia, debíamos gozar de una total participación como derecho que los sacramentos de iniciación nos conceden. Una Iglesia Católica, apuntó, con mayor presencia femenina en los puestos de liderazgo y con capacidad de decisión, contribuiría definitivamente a mejorar no sólo a la Iglesia, sino a la humanidad, siempre y cuando no se recalcase el acento solamente en la reivindicación de los puestos de poder. Las mujeres, están contribuyendo de manera directa a la reforma de la Iglesia, intentando superar los modelos obsoletos de poder, aprendiendo y proponiendo vivir en un modelo de verdadera comunión Antes de concluir su discurso, la Maestra Cettina, definió el modelo occidental de la Iglesia Católica, como modelo eurocéntrico. Empleó la metáfora de la diversidad de lenguas escuchadas en Pentecostés, para preguntarse, ¿cuál es la lengua que debe vehicular la voz de las mujeres de los otros continentes? ¿Cuál es el ejercicio de corresponsabilidad que se les presenta en el horizonte de sus iglesias? ¿Cómo incluir sus voces y reconocer la gran diversidad cultural en el quehacer teológico? Es urgente superar los modelos culturales occidentales, promoviendo un diálogo intercultural y liberando del colonialismo a otras culturas. Este hecho ya no es un camino opcional, Europa ya no es el corazón del mundo, el centro se ha desplazado. Necesitamos escuchar las voces de las mujeres de todo el orbe, que revisen su pasado para que lean críticamente los acontecimientos presentes y que se abran a la profecía de un futuro diverso del cual han sido herederas. Para finalizar, apuntó que ya no podemos mantenernos indiferentes ante las injusticias actuales, el hambre, la pobreza, las persecuciones religiosas, la imposición de una ideología religiosa sobre otra. Tenemos que aceptar la energía nueva que aportan a la Iglesia todas las culturas. Después de un breve descanso, tuvo lugar el Panel: "Las mujeres y la Iglesia Católica en el mundo", moderado por Flaminia Giovanelli, subsecretaria del Consejo Pontificio de Justicia y Paz. En él, presentaron a grandes rasgos, la situación actual de las mujeres en los siguientes continentes: La Hermana Gloria Wirba de Camerún, lo hizo por África. Carolina del Río, teóloga chilena por Latinoamericana. La Hermana Carol Keehan de Estados Unidos, por su país. La italiana María Giovanna Ruggieri, por la Unión Europea. Y la Hermana Helen Leung de Hong Kong por Asia. Debo decir, que sus intervenciones fueron un tanto cuanto generales, debido al límite de tiempo, y a la dificultad de abarcar la compleja variedad de experiencias de las mujeres de todo un Continente. Sin embargo, me parece importante mencionar aunque de manera sucinta, el centro del mensaje de la teóloga chilena, ya que ella precisó: "existen dos fenómenos que ocupan un papel preponderante en la configuración de identidades en el Continente Latinoamericano, el machismo y el "marianismo". El primero dijo, se basa en la idea de superioridad del hombre sobre la mujer. Y el segundo, la ambigüedad de la imagen de la Virgen, que se ha utilizado para manipular y marginar a la mujer latinoamericana. Invitó a reconsiderar la sobre exaltación que se ha hecho de la maternidad de María para desde ahí, revisar los roles sociales y eclesiales impuestos a las mujeres latinas. Por la tarde, nos reunimos en grupos de trabajo, previamente asignados de acuerdo a nuestro idioma. Se nos pidió reflexionar en común y sacar tres ideas fundamentales con sus respectivas propuestas de lo expuesto por la mañana. Una vez terminado este trabajo, pasamos de nuevo al auditorio de la Universidad en donde cada representante de grupo expuso de manera sintética las pautas reflexionadas. Los aportes vertidos por los grupos fueron los siguientes: Las mujeres deben ocupar ya los roles de liderazgo y los puestos de decisión en la Iglesia. Al igual que deben ejercer con plenitud su capacidad profética. Incluir la categoría de género no sólo en el discurso sino en lo cotidiano de nuestra vida, para sensibilizarnos y capacitarnos a reconocer y a acoger la diversidad. Reconocer que para lograr un cambio real de las estructuras, y de las relaciones entre hombres y mujeres debemos transformar primero nuestras conciencias de una manera conjunta. Se propuso que la educación es indispensable para lograr este cambio significativo por ello las mujeres deben tener completo acceso a ella. También, se les debe facilitar el acercamiento a la teología para que sean capaces de revisar y actualizar la eclesiología, la mariología, etc. Y además, ésta teología debe estar permeada por la diversidad de voces de las mujeres y de sus experiencias. Se sugirió también, que la historia se debe revisar críticamente para comprenderla, asumirla y cambiarla de cara al futuro. Para ello se deben leer, rescatar y escuchar las historias de las mujeres del pasado. Se deben escribir las historias de las mujeres del presente, tomando en cuenta, los distintos ambientes socio-culturales, para dejar un legado de modelos referentes a las generaciones futuras. La Hermana Mary Melone concluyó la jornada afirmando que: "ya es hora que la Iglesia deje de hablar de la mujer y se disponga a hablar con las mujeres". Antes de concluir, quiero compartir brevemente mi apreciación en torno al Congreso. Considero que éste, es un hecho sin precedentes, ya que se llevó a cabo en Roma, dentro de una instancia pontificia, y en dónde estuvieron representantes de alrededor de treinta países. Nos reunimos mujeres y hombres, laicas y laicos, religiosas y religiosos, novicias y seminaristas, profesoras y profesores de las más variadas disciplinas, teólogas y teólogos, diplomáticas y diplomáticos. En fin, una diversa gama de seres humanos con un objetivo común, visibilizar y acreditar la presencia de las mujeres en la Iglesia. Las organizadoras y organizadores coincidieron en que, eventos como éste, tienen que repetirse en un futuro no lejano. El 5 de junio celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, lo que me trae a la memoria el testimonio de un gran Maestro de los años 40 y 50 del siglo pasado, porque no fue solo un profesor de lengua, matemáticas o historia, sino también un gran maestro de vida para sus más de 60 discípulos, que año tras año acudíamos a su escuela.
En aquella escuela de un lejano rincón de Galicia para un grupo de siete pueblos que formaban aquella parroquia, inmensamente pobre, aislada, sin médico, sin farmacia, sin carretera ni de tierra, sin luz eléctrica, sin teléfono, sin veterinario, sin agua corriente, a más de 25 kilómetros de la capital del consejo, fue un verdadero educador, un verdadero maestro de vida. Conocía no solo a cada alumno, sino a sus familias, una por una, a los padres y madres de cada niño y niña. Su respeto y atención a cada niño/a eran exquisitos: Bastantes venían de lejos, a más de una hora, por caminos de herradura en días de invierno crudos, lluviosos, fríos e incluso con nieve, que con frecuencia llegaban mojados, tapados cuando mucho, con un saco ralo como una criba, que traían poco más que un poco de pan para comer al medio día, pues teníamos clase por la mañana y por la tarde. A estos niños/as de más lejos, los días más fríos, los llevaba a su casa al medio día, les encendía un buen fuego para que por lo menos comieran un poco calientes. Cierto día, estando de recreo delante de la escuela llegó un pobre itinerante, muy tartamudo, a pedirle limosna al maestro. Como hablaba tan torpemente todos nos echamos a reír. El maestro nos llamó para dentro y escribió en el encerado estas palabras: Compadécete del pobre, Que de puerta en puerta llama, Quien sabe, quizá, tal vez tu mismo, Tendrás que pedir mañana. Parece que se convirtieron en una profecía para los cientos de miles de pobres de la España de hoy, siglo XXI, llevados a la indigencia por una crisis que no causaron y un gobierno con mayoría absoluta que solo mira para los de arriba, y tiene a 6 millones de ciudadanos en extrema pobreza y a tres de ellos que no reciben ninguna prestación, y para mofa su Presidente dice que "ahora ya no se habla de paro", porque baja el paro, y afortunadamente en este pasado mes de mayo más, pero lo que no dice es que el 24 % de los contratos son de menos de una semana de duración. Luego, aquel inolvidable maestro, durante el resto de la mañana, nos explicó el significado de aquellas palabras y nos ayudó a reflexionar a fondo sobre el respeto a los más pobres. Con aquel Maestro todos aprendimos a leer y escribir, algunos pudimos hacer el ingreso al bachillerato, otros pudieron emigrar con lo que allí habían aprendido. No nos ponía deberes para casa, no cargábamos con libros a la espalda, no suspendía a nadie. No había ni la más mínima violencia, ni mucho menos acoso. El respeto a aquel Maestro y entre nosotros era algo connatural y espontáneo. Cuando explicaba para todos, el silencio y la atención eran totales. No tenía ninguna necesidad de llamar a los padres para darles alguna queja de su hijo. Por la noche era optativo dar una hora de clase a los más mayores que no podían venir de día por trabajar en casa, pero a él le parecía muy poco y les daba dos, aunque solo cobraba por una. Con lo que aquel maestro nos enseñó, en una de las dos horas de los viernes por la tarde, todos aprendimos el Padre nuestro, el Credo, el Ave María, y el Catecismo de entonces y así todos hicimos la Primera Comunión, con vestidos de pobres y no de princesas, "novias", o generales, como estamos viendo estos días. Como éramos tantos, a los más mayores les pedía a veces colaboración para enseñar a leer a los más pequeños. El compraba los libros, que servían de unos para otros, y cuando se desencuadernaban por tanto uso, por la noche los cosía en su casa. El primer día de mayo nos dejaba una hora libre por la mañana para ir a recoger flores al campo y preparar un pequeño altar para la Virgen, que era un cuadro con la Inmaculada de Murillo. En una ocasión, por defender a una mujer injustamente acusa, fue retenido durante día y medio por un destacamento militar que patrullaba por aquella zona. El era el consejero y abogado de los muchos que a acudían a él ante cualquier necesidad. Entonces, ni en Academias o Universidades había preocupación alguna por el Medio Ambiente, pues esta preocupación nace oficialmente en la Conferencia de Estocolmo en 1972. Pues bien, aquel gran Maestro un día nos invitó a todos los alumnos a plantar un tejo, traído por él, en la plazoleta que había delante de al escuela. Todos participamos en hacer el hoyo, en sujetar el árbol, en rellenarlo y compactarlo de tierra y regarlo. ¿Por qué un tejo? Porque en Galicia el tejo es un árbol totémico desde tiempos de los Celtas, protector del hogar y la familia. Por eso delante de muchas Iglesias y capillas más antiguas de Galicia hay siempre uno o más tejos, muchos centenarios, incluso oficialmente registrados por su antigüedad. Al terminar de plantarlo y regarlo nos enseñó este HIMNO AL ARBOL, que, con pequeñas diferencias, es el himno al árbol de Colombia, que nos hizo aprender de memoria y por eso aún lo recordamos: "Cantemos al árbol Con voces de paz y de amor. Defiéndalo el hombre Protéjalo Dios. Para el aire puro Campestres aromas, Para el caminante Regaladas sombras. Por entre sus ramas Colgarán las aves Sus nidos de amor. Uno para el otro Los dos creceremos. El se irá elevando Y yo iré creciendo. Y sí triste y solo Llegase a morir Dejaré en el mundo Un árbol siquiera Plantado por mi". Así, pues, como compromiso con el Medio Ambiente, no nos marchemos de esta orilla de vida sin dejar un árbol plantado en ella, que con sus ramas al viento nos diga: hasta luego, para encontrarnos de nuevo para siempre en la otra orilla de la Vida. Un último detalle: Este maestro era "ocultamente" (pues estábamos en plena, cruda y dura dictadura), republicano. Terminado el tiempo de Pascua y las fiestas posteriores (Pentecostés, Trinidad, Corpus Christi) volvemos al tiempo ordinario. Es como llegar tarde al cine, en mitad de una película. Jesús está hablando a la gente y no sabemos qué ha ocurrido antes. Pero no es cuestión de contarlo ahora. Prestemos atención a lo que dice. Son dos parábolas, dos comparaciones, las dos muy breves.
El campesino y la tierra Lo que dice la primera parece una tontería: que el campesino siembra y luego se olvida de lo que ha sembrado hasta llegar el momento de la siega; la que trabaja es la tierra, es ella la que hace crecer los tallos, las espigas y el grano. Eso lo saben todos los galileos que escuchan a Jesús. ¿Dónde radica la novedad de esta parábola? En que Jesús compara la actividad del campesino con lo que ocurre en el reino de Dios. También aquí la semilla termina dando fruto sin que el campesino trabaje, mientras duerme. Y entonces surgen los interrogantes: ¿quién es el campesino? ¿Es Jesús? No parece lógico, porque el campesino de la parábola no sabe lo que ocurre. ¿Son los apóstoles y misioneros que anuncian el evangelio, y éste da fruto aunque ellos no se den cuenta? ¿Quién es la tierra? ¿Es cada cristiano, en el que la semilla va dando fruto mientras el que ha sembrado duerme? La parábola es un misterio y se comprende que Mateo y Lucas (por motivos pastorales, como ahora se dice) no la copiasen. La liturgia católica, que suprime a placer infinidad de textos, no ha mostrado la misma preocupación. La mostaza y el cedro La segunda comparación es más clara y de enorme actualidad, sobre todo en muchos países occidentales, donde el cristianismo parece andar de capa caída. Jesús compara a la comunidad cristiana, el reino de Dios en la tierra, con la semilla de mostaza; algo diminuto, pero que, al cabo del tiempo, se convierte en árbol y puede acoger a los pájaros del cielo. No hay que desanimarse si la iglesia es un arbolito pequeño, poco mayor que las hortalizas. Quien conoce el Antiguo Testamento, advierte que esta parábola recoge una comparación de Ezequiel modificándola radicalmente. Este profeta se dirige a los judíos de su tiempo, desanimados por tantas desgracias políticas, económicas y religiosas. Para infundirles esperanza, compara al pueblo con un árbol. Pero no con el modesto arbolito de la mostaza, sino con un majestuoso cedro, del que Dios arranca un esqueje para plantarlo «en un monte elevado, en la montaña más alta de Israel». Todo es grandioso en Ezequiel; en el evangelio, todo es modesto. Pero el resultado es el mismo; en ambos árboles pueden anidar los pájaros. La comparación de Ezequiel recuerda la imagen de una iglesia universal dominante, grandiosa, respetada y admirada por todos. La de Jesús, una comunidad modesta, sin grandes pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien la necesite. El destierro y la patria El tiempo ordinario nos devuelve también a la problemática realidad de la segunda lectura, sin relación con la primera ni con el evangelio. Un inciso que dificulta más que ayuda. Eso no significa que no contenga mensajes importantes. El breve fragmento de la segunda carta a los Corintios nos permite conocer los sentimientos más íntimos de Pablo. La conversión supuso para él un cambio radical con respecto a la persona de Jesús. De perseguirlo pasó a estar tan entusiasmado con él que, por su gusto, preferiría morir para estar con el Señor. Su situación le recuerda a la de tantos contemporáneos suyos, que por motivos políticos eran desterrados, lejos de Roma o de otra ciudad importante. Él también se siente desterrado, lejos del Señor. Y le gustaría morir, porque sólo con la muerte se puede volver a la verdadera patria y estar cerca del Señor. (Siglos más tarde santa Teresa diría algo parecido: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero».) Pero Pablo acepta la realidad. En el destierro o en la patria, debemos esforzarnos por agradar a Dios. Todos los exegetas están de acuerdo en que el "Reino de Dios" es el centro de la predicación de Jesús. Lo difícil es concretar en que consiste esa realidad tan escurridiza. La verdad es que no se puede concretar, porque no es nada concreto. Tal vez por eso encontramos en los evangelios tantos apuntes desconcertantes sobre esa misteriosa realidad. Sobre todo en parábolas, que nos van indicando distintas perspectivas para que podamos ir intuyendo lo que puede esconderse en esa expresión aparentemente simple.
Podíamos decir que es un ámbito que abarca a la vez lo humano y lo divino. Todo el follón, que se armó el primer cristianismo a la hora de concretar la figura de Jesús, nos lo armamos nosotros a la hora de definir que significa ser cristiano. El Reino es a la vez, una realidad divina que ya está en cada uno de nosotros y una realidad humana, terrena que se tiene que manifestar en nuestra existencia de cada día. Ni es Dios en sí mismo ni se puede identificar con ninguna situación política, social o religiosa. No debemos caer en la simplicidad ingenua de identificarlo con la Iglesia. Como dice el evangelio: "no está aquí ni está allí". Tampoco puede estar solamente dentro de cada uno de nosotros, porque si está dentro, se manifestará fuera. Esa ambivalencia de dentro y fuera, de divino y humano es lo que nos impide poder encerrarlo en conceptos que no pueden expresar realidades aparentemente contradictorias. Para nuestra tranquilidad debemos recordar que no se trata de comprender sino de vivir y ese es otro cantar. Ya sabéis que las parábolas no se pueden explicar. Solo una actitud vital adecuada puede ser la respuesta a cada una. Como nuestra actitud espiritual va cambiando, la parábola me va diciendo cosas distintas a medida que avanzo en mi camino. Tampoco las dos parábolas de hoy necesitan aclaración alguna. Todos sabemos lo que es una semilla y como se desarrolla. Si acaso, recordar que la semilla de mostaza es tan pequeña que es casi imperceptible a simple vista. Por eso es tan adecuada para precisar la fuerza del Reino. El crecimiento de la planta, no es consecuencia de una acción externa sino que es consecuencia de una evolución de los elementos que ya estaban ahí. Este aspecto es muy importante, por dos razones: 1ª porque nos advierte de que lo importante no viene de fuera; 2ª porque nos obliga a pensar, no en algo estático sino en un proceso que no puede tener fin, porque su meta es el mismo Dios. El Reino que es Dios está ya ahí, en cada uno y en todos a la vez, pero su manifestación tiene que ir produciéndose paulatinamente a través del tiempo y del espacio. Nuestra tarea no es producir el Reino, sino hacerlo visible. Las dos parábolas tienen doble lectura. Se pueden aplicar a cada persona, en cuanto está en este mundo para evolucionar hasta la plenitud que debe alcanzar a través de su vida. Y también se puede aplicar a las comunidades y a la humanidad en su conjunto. Hoy estamos muy familiarizados con el concepto de evolución y podemos entender que los seres humanos no hemos dejado de avanzar en nuestro caminar hacia una vida cada vez más humana. Otra reflexión interesante es que no podemos pensar en una meta preconcebida. Desde lo que cada uno es en el núcleo de su ser, debe desplegar todas las posibilidades sin pretender saber de antemano a donde le llevará la experiencia de vivir. En la vida espiritual es ruinoso el prefijar metas a las que tienes que llegar. Se trata de desplegar una Vida y como tal, es imprevisible, porque toda vida es, ante todo, respuesta a los condicionamientos del entorno. No pretendas ninguna meta, simplemente camina hacia delante. En cada una de las dos parábolas que hemos leído, se quiere destacar un aspecto de esa realidad potencial dentro de la semilla. En la primera, su vitalidad, es decir, la potencia que tiene para desarrollarse por sí misma. En la segunda quiere destacar la desproporción entre la pequeñez de la semilla y la planta que de ella surge. Parece imposible que de una semilla a penas perceptible, surja en muy poco tiempo, una planta de gran poete. En ambos casos, lo único que necesita la semilla es un ambiente adecuado para desplegar su vitalidad. Cada uno de nosotros debemos preguntarnos si, de verdad, hemos descubierto y aceptado el Reino de Dios y si le hemos rodeado de unas condiciones mínimas indispensables para que pueda desplegar su propia energía. Si aún no se ha desarrollado, la culpa no será de la semilla, sino nuestra, por impedírselo de alguna manera. La semilla se desarrolla por sí sola, pero necesita humedad, luz, temperatura y nutrientes para poder desplegar su vitalidad latente. La semilla con su fuerza está en cada uno. Solo espera una oportunidad. Con demasiada frecuencia olvidamos que no somos nosotros los que desarrollamos el Reino, sino que él se desarrolla en nosotros. Incluso los que tenemos como tarea hacer que el Reino se desarrolle en los demás, olvidamos ese dato fundamental. No tenemos paciencia para dejar tranquila la semilla, o intentamos tirar de la plantita en cuanto asoma y en vez de ayudarla a crecer, lo que hacemos es desarraigarla, o damos por perdida la semilla antes de que haya tenido tiempo de germinar. El tiempo no es el mismo para todos. Puede frustrarnos el ansia de producir fruto sin haber pasado por las etapas de crecer como tallo, luego la espiga y por fin el fruto. También la vida espiritual tiene su ritmo y hay que procurar seguir los pasos por su orden. La mayoría de las veces nos desanimamos porque no vemos los frutos de nuestro esfuerzo. Debemos tener paciencia. Cada paso que demos es un logro y en él ya podemos apreciar el fruto, aunque nos parezca que no llega nunca. El Reino no es ninguna realidad distinta de Dios mismo. Es la semilla divina la que está sembrada en cada uno de nosotros. Ella es la que tiene que desarrollarse y hacerse visible externamente. El Reino de Dios no es nada que podamos ver ni tocar. Es una realidad espiritual. Ahora bien, si está o no está en nosotros lo descubriremos, mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, demostrará que el Reino está en mí. Si es inadecuada, demostrará que el Reino aún no se ha desarrollado. Jesús experimentó dentro de sí mismo esa Realidad y la manifestó en su vida diaria. Toda su predicación consistió en proclamar esa posibilidad. El Reino de Dios está dentro de nosotros pero puede que no lo hayamos descubierto. Jesús hace referencia a esa realidad constantemente. Creo que aún hoy, nos empeñamos en identificar el Reino de Dios con situaciones externa. La lucha por el Reino tiene que hacerse dentro de nosotros mismo. Solo cuando lo hayamos dejado crecer dentro, se manifestará al exterior a través nuestro. Los relatos no ponen ningún énfasis en el hacer y dejar de hacer. Creo que nadie tiene derecho a decir a otro lo que tiene que hacer o dejar de hacer. Lo importante está en descubrir lo que somos y actuar o dejar de actuar según las exigencias de nuestro verdadero ser. Decía los escolásticos que el obrar sigue al ser. Debemos olvidarnos de muchas normas que hemos cumplido mecánicamente y tratar de que lo que nos hace más humano surja de lo hondo de nuestro ser y no de programaciones que vengan de fuera. Una pista para superar la interpretación materialista de "Reino de Dios". Cuando decimos que reina la paz, no estamos pensando en una señora que impone su voluntad. Cuando decimos reina el amor, tampoco pensamos en un dominio de alguien sobre los demás. Pensamos más bien, en un ambiente que entre todos creamos y que hace posible unas relaciones más humanas, que permiten a todos desplegar su propia humanidad. Meditación- contemplación El Reino de los cielos no se parece a nada. Solo tú puedes crearlo y mantenerlo. Dios en ti será siempre único e irrepetible. La manera de manifestarlo será siempre origina. .......................... El Reino nunca será el fruto de una programación. No surgirá por muchas doctrinas que atesores. No lo encontrarás en los ritos litúrgicos. Tampoco será producto del cumplimiento de unas normas. ........................ Surgirá de una intuición de lo que en realidad eres, manifestada en tus relaciones con los demás; cuando dejes de considerarte como un yo aislado y descubras que eres uno con toda la Realidad. El evangelio de Marcos no recoge muchas parábolas. De su lectura, se desprende que el autor pareciera mostrar a Jesús como aquel que enseña haciendo. Por eso insiste más en los relatos de milagros y apenas contiene "discursos" del Maestro.
En total, sumando incluso aquellas más breves, en este evangelio encontramos nueve parábolas, de las cuales solo dos son exclusivas suyas. Y las cuatro más relevantes aparecen recogidas en el capítulo 4, al que pertenecen las dos que comentamos hoy. En ellas, Jesús insiste en el dinamismo de la semilla que, a pesar de los pesares y de las apariencias, hace que la planta salga adelante, superando todas las expectativas. La certeza en el dinamismo interno de todo es lo que puede explicar la serena pero firme confianza que atraviesa todas las parábolas y, más ampliamente, todo el mensaje de Jesús. La mente establece separaciones sin cesar, hasta el punto de hacernos creer que la realidad es una suma de objetos netamente compartimentados. Y rápidamente se lanza a la carrera de diseccionar, analizar e incluso definir –de forma "clara y distinta"- todo lo que alcanza a percibir. Sin embargo, basta tomar un poco de distancia de la mente, para caer en la cuenta del engaño. Lo cierto es que no existe nada separado de nada. Y que la infinita variedad de "objetos" que nuestra mente cataloga como separados no son sino "formas" de la realidad una. Por más que nuestra mente se rebele, lo cierto es que el dinamismo de la semilla no es diferente del sembrador de la misma. El Origen de todo es también la fuerza de todo. Aquello que –como dice preciosamente Mónica Cavallé- "vive en nosotros, respira en nuestra respiración y pulsa en el rítmico fluir de nuestra sangre; aquello que ríe cuando reímos y danza cuando danzamos; lo que arde en nuestra ira y en nuestro deseo. Lo que mira por nuestros ojos, piensa en nuestro pensamiento y nos inspira palabras cuando hablamos. El vigor que late en la semilla..., la inteligencia ilimitada e insondable que todo lo rige y en todo se manifiesta". La Vida que nos constituye –lo que las religiones han nombrado como "Dios"- es, a la vez, nuestra identidad, nuestra fuente y nuestra fuerza. Solo necesitamos reconocerla y entregarnos a ella. La sabiduría –y la plenitud- consiste en no olvidar jamás que somos la Vida y vivirnos desde esa certeza. El cuerpo, la mente, los sentimientos, las emociones, las reacciones, las circunstancias... son solo la apariencia, el "disfraz" que la Vida ha asumido momentáneamente. La realidad es solo aquello que no puede morir jamás. |
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