Con las palabras que leemos hoy, concluye el evangelio de Lucas. Un evangelio que, entre sus características especiales, se cuentan algunas de las que aparecen en este texto:
• Establece un periodo de 40 días entre la resurrección y la ascensión de Jesús (a los que añadirá otros 10, para hablar de Pentecostés, entendido como "venida del Espíritu sobre los apóstoles"). De este modo, establece una cronología (puramente simbólica), que habría de tener un éxito completo en la iglesia posterior. • El comienzo de la misión se establece en Jerusalén, que para Lucas se erige en el centro de la salvación. • A diferencia del evangelio de Juan –manifiesta e incluso polémicamente opuesto al templo-, Lucas se refiere al mismo como lugar de oración también para los seguidores de Jesús. • La alegría constituye otro de los rasgos señalados de este evangelio. En realidad, la "ascensión" no es algo diferente de la "resurrección", sino otro modo diferente de hablar de la "exaltación" de Jesús por encima de la muerte. Se trata de "mapas" con los que el autor quiere dejar clara su convicción fundamental: Jesús vive; la cruz no ha sido el final. El "escándalo" de la cruz es interpretado a la luz de las Escrituras judías ("así estaba escrito"), con lo que se le hace entrar dentro del "plan" divino. Para una consciencia mítica, la ascensión podía ser interpretada literalmente: Jesús asciende al cielo de donde había venido. Superado el nivel del mito, tal lectura cae, del mismo modo que la creencia literal en los cuentos infantiles. Sin embargo, la sabiduría que contiene sigue vigente. Simbólicamente –desde nuestro nivel de consciencia no es posible entenderla de otro modo-, la "ascensión" es una imagen plena de sentido, en cuanto evoca nuestra verdadera identidad. Frente a un materialismo chato que, al olvidar la dimensión profunda de lo real, empobrece dramáticamente lo humano, la "ascensión" viene a recordarnos –a "traernos al corazón"- que las cosas no son lo que parecen, porque no todo se acaba en lo que podemos tocar. Es cierto que tampoco existe "otro mundo" mítico –un "cielo" al margen de la tierra-, pero lo Real, en su pasmosa sencillez, es mucho más complejo que la lectura corta que hace nuestra mente. Lo que se ve es solo una cara –la manifiesta-, que remite a otra que no se ve –lo inmanifestado-, abrazadas ambas en la Unidad mayor que las contiene. Desde una perspectiva no-dual, en la "ascensión" de Jesús nos vemos reflejados todos. Las formas manifiestas –nuestras individualidades- no son sino expresiones de la misma Identidad compartida, que se despliega a través de estas. Así como el vacío primordial da lugar a infinidad de formas en las que se manifiesta, sin dejar de ser él mismo ni disolverse en ellas, de un modo similar, la Consciencia que somos se expresa en "objetos" diversos, sin dejar en ningún momento de ser ella misma. Nuestro desvarío más grave consiste en identificarnos con los objetos, hasta el punto de creernos uno más de ellos (el yo individual o ego). Nuestra mayor ignorancia es la de pensarnos como seres separados. Nuestro único "pecado" es creer que somos "alguien". Al acallar la mente, dejamos de ver las cosas como ella las ve; salimos de la jaula en la que nos habíamos encerrado y nos reencontramos con nuestra verdadera identidad, ilimitada y atemporal. A esta identidad profunda, que no se agota en ninguna forma, y que es no-dual, llegamos –usando el lenguaje del evangelio- a través de la "ascensión". Si te piensas, te verás como "alguien"; si te percibes en el no-pensamiento, solo verás Consciencia. Mientras crees ser "algo", recortas forzosamente tu identidad, porque si eres "esto", no puedes ser "aquello". Por el contrario, cuando te sabes "nada" –nada que la mente pueda pensar-, entonces te experimentas como todo, tal como han visto los místicos. "Apártate de ser esto o lo otro o de tener esto o lo otro –escribía en el siglo XIII el Maestro Eckhart-, entonces serás todo y tendrás todo; y de la misma manera, si tú no estás ni aquí ni allí, entonces estás en todas partes. Y así, pues, si no eres ni esto ni aquello, entonces eres todo". Porque "no tener nada es tenerlo TODO". Y san Juan de la Cruz: "Para venir a poseerlo todo / no quieras poseer algo en nada. / Para venir a serlo todo / no quieras ser algo en nada".
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La puerta es una realidad y es un símbolo. Nuestra vida tiene cuatro capítulos; el de las puertas que hemos abierto y el de las que hemos cerrado; el de las que hemos mantenido abiertas y las que hemos mantenido cerradas. Así podemos resumir, también, el pasado del Cardenal Bergoglio y el futuro del Papa Francisco. Soñemos un poco.
En el peregrinar del Pueblo de Dios, hay puertas que ya se abrieron y que nos permiten transitar por caminos de vida. Hay otras que deben cerrarse, para dejar atrás modelos y realidades eclesiales que nos alejan hoy de Jesús. Por fin, hay otras puertas que deben abrirse, para que nos llenemos de fe, esperanza y amor y otras mantenerse cerradas para evitar errores y desaciertos de los que se pagan caros. Puertas que deben abrirse Abrir es novedad, posibilidad, esperanza, futuro, encuentro, vida. En la Iglesia hoy se deben abrir puertas. Sabemos la alegría que nos acompaña cuando nos abren una puerta, se cruza el umbral y nos llega el abrazo y la acogida y se nos ofrece amistad y nuevos rumbos. Menciono algunas de estas puertas en la Iglesia que deben abrirse. Abrir la puerta de la caridad. La que hace creíble el rostro de la Iglesia a los hombres y mujeres de hoy; que sea la columna blanca de la bondad de Dios y de la paz en la construcción de un mundo mejor que supone una comunicación cordial y amable y que lleve a amar lo que se cree. "El amor es la luz, al final la única luz, que siempre ilumina al mundo envuelto en tinieblas y nos da la fuerza para vivir y trabajar" (Benedicto XVI). Abrir la puerta de la misericordia, ser agentes transmisores de la ternura de Dios. Que la Iglesia sin dejar de ser petrina sea cada vez más mariana y no le falte una buena dosis de ternura maternal. Abrir esta puerta y sostenerla abierta, aunque entren vientos fuertes, algunas "suciedades" o hermanos que no tengan carnet o no vistan "traje de boda", de etiqueta. Abrir la puerta hacia lo nuevo.Para ello pedimos que en la Iglesia se junte identidad y pluralidad, innovación y tradición, liderazgo y comunidad, complejidad y hondura. Al Papa Francisco le queremos hacedor de puentes hacia lo nuevo. Eso necesitamos y para ello reavivar la gracia pascual. Abrir la puerta a los pobres, reforzando la sencillez como forma de vida y la solidaridad como propuesta fuerte. Para ello es importante llevar adelante un cambio radical en el manejo de las finanzas las de la Iglesia, los países, las familias y las personas. Abrir la puerta del encuentro que es la clave de nuestra cultura; que no olvide que encontrarse es todo. Que pase y ayude a pasar de la clave de la separación y la distancia a la de la cercanía y el encuentro. Encuentro son los sacramentos, la eucaristía, laanimación comunitaria, la colegialidad en todas las instancias de actividad pastoral, desde la parroquia hasta la Santa Sede , incluyendo movimientos, órdenes religiosas, institutos. Abrir la puerta de par en par a la unidad de los cristianos y para ello conseguir que volvamos todos la mirada a Jesús; en él se hará la unidad. De ahí pasaremos a rezar juntos y compartir la fe más allá de las diversas y valiosas tradiciones de las diferentes expresiones cristianas, a dar el testimonio de unidad que nos pidió Jesús y a la que él nos lleva y a poner la atención no tanto en lo que nos separa sino en lo que nos une. Abrir las puertas de los nuevos modos de organización y vida eclesial, referentes para este mundo, que sanen y purifiquen lo rancio y lo insano de la institución. Se dice que es la hora de los laicos pero esa hora debe llegar a los vértices de la estructura eclesial. Importante que el Papa elija bien sus colaboradores y les haga partícipes de su misma misión. Abrir las puertas del lenguaje eclesial renovado tanto teológico y catequético como litúrgico. El actual es repetitivo, anacrónico y poco comprensible. Se precisa un lenguaje directo, sencillo, inclusivo, propositivo, cercano y fraterno. Puertas que deben mantenerse abiertas La Iglesia de Francisco no está inventando la rueda. Es de sabios reconocer el buen camino ya transitado cuando se trata de emprender etapa nueva. En la Iglesia hay puertas abiertas que siempre deben quedar abiertas; hay que evitar que se cierren. La puerta que nos lleva a la sana laicidad, a la complementación amistosa entre el ámbito religioso y las otras dimensiones de la vida. Sana laicidad que permite, por un lado, la independencia de la Iglesia de cualquier factor de poder y, por otro, le asegura ejercer un profundo servicio a toda la humanidad. La puerta bien abierta para denunciar la desigualdad social y económica que produce tanto dolor y tantas víctimas; reparar y desterrar la pederastia, con la consigna tolerancia cero para los pederastas. Que sea consciente de lo difícil que es hablar de Dios en un escenario de injusticia. La puerta de la Palabra de Dios, de la lectura orante de la Biblia ; de la Palabra y la vida. No podemos olvidar que el evangelio está hecho a la medida de lo más auténticamente humano y es lo que da la vida auténtica a la Iglesia. La puerta para los no creyentes, que nos lleva al atrio de los gentiles donde los cristianos tenemos que encontrarnos, ofrecer y aprender, con todos los hombres de buena voluntad, cualquiera sea su creencia, para afrontar los problemas más acuciantes de la humanidad de hoy. -Tomar muy en serio los temas de la justicia y de una fe que actúa por la caridad. La Iglesia debe ser ante todo la Iglesia de los pobres. Incrementar la conciencia de temas tan importante como el de la ecología, medio ambiente y cuidado de la naturaleza. Puertas que deben cerrarse En sus cuatro semanas de ministerio, Francisco nos ha regalado gestos de profundísimo valor humano y cristiano y que pueden clausurar una forma de eclesialidad agotada y de ejercer la animación de la Iglesia, a dejar en el pasado. Hay modos de proceder en la Iglesia que llevan a la increencia. Cerrar la puerta a una visión de Iglesia jerarquizada y autorreferencial, centralizada y excluyente. Se tiene que recordar que la Iglesia no es del Papa, sino de Cristo. Donde el sucesor de Pedro es, ante todo, obispo de Roma, la iglesia que preside a las otras en la caridad. Conducida por un obispo que camina y dialoga con su pueblo, al cual sirve y que, como pontífice, tiende puentes. El Papa tiene que encontrar el modo para no tener que decidir solo y para compartir el ejercicio de la animación de la vida de la Iglesia. Cerrar la puerta al boato, los oropeles, las vestimentas sofisticadas. Abrir la puerta de una simple sotana, cruz sencilla de obispo y de unos sencillos zapatos usados de caminante. Antes se habían dejado de lado la silla gestatoria, la tiara... ahora la muceta, la esclavina y los zapatos rojos, las altas mitras decoradas, los tronos, los signos de avasallamiento. Somos un pueblo nacido de un rey cuyo trono es la cruz, como nos recordara Francisco en el Domingo de Ramos. Cerrar la puerta a la papolatría, a la solemnidad (disfrazada de "importancia"). A los discursos que no se entienden, a los apartamentos que alejan de lo cotidiano, a la limousine blindada, a los besamanos y a los tratamientos principescos. Se precisa un tratamiento y un lenguaje sencillo, directo, propositivo, claro y fraterno. Los gestos de Francisco no solamente hacen referencia a su ministerio. Con ellos, nos invita a todos los cristianos a clausurar lo que él denomina "mundanidad de la Iglesia", dejar en el pasado la premisa pastoral de la Cristiandad , pero también el riesgo de ser "una ONG piadosa" para animarnos a ser fermento, semilla de mostaza, pequeña luz que sirva a todos los hombres y mujeres en la construcción del Reino de Dios. Puertas que deben mantenerse cerradas Mantener cerrada la puerta del monólogo; no puede faltar el diálogo y la interacción en la comunicación. Nos lo enseña hasta el internet. Cuando hablamos no pensemos fácilmente que hemos dicho la última palabra y una palabra ex cátedra. Importante que el Papa se dé cuenta que tiene que aprender y enseñar a recibirfeedback de los demás. Mantener cerrada la puerta del miedo al encuentro y al amor. Que como Jesús sepa amar y dejarse amar, enamorado de su tiempo, al que conoce y al que se acerca, al que comprende y al que sirve. Del amor nace la auténtica audacia. Mantener cerrada la puerta de la exclusión. Revisar el papel de la mujer en la Iglesia superando toda forma de patriarcalismo machista. Esto ocasiona mucho mal al varón y a la mujer en la misma Iglesia que se está privando de una gran riqueza, la que puede venir de la mujer. Mantener cerrada la puerta que impide renunciar. No dudamos que al Papa Francisco va a conjugar bien la debilidad humana con la fortaleza de Dios. Que al Papa que ha renunciado humildemente le siga el papa humilde de la Iglesia de las renuncias. Mantener cerrada la puerta del secretismo; llegar a la transparencia. Informar con una claridad tal que lo que se dice en la Iglesia siempre sea creíble. Ojalá que el Papa Francisco sepa discernir ante tantas puertas que tiene detrás, junto y delante de él cuál debe ser su proceder. Que el Espíritu Santo y nosotros le ayudemos. De todas formas, las puertas no se abren ni se cierran solas. Se necesita una llave y alguien la debe tener. En este caso está en las manos de Jorge Mario Bergoglio. Hasta ahora la ha usado bien y de ahora en más confío que bien la va a usar y va a contribuir a que la casa de la Iglesia sea la casa de la humanidad. En su "testamento espiritual" (tal como lo recogen los capítulos 13-17 del cuarto evangelio), Jesús afirma que se va al Padre y que el Padre es más que él.
Ambas afirmaciones, al igual que otras que aparecen en este evangelio, solo las comprendemos en profundidad cuando advertimos que Jesús –como todos los místicos y sabios- se ve "obligado" a hablar en un "doble nivel": el nivel profundo o absoluto, del eterno presente, y el nivel histórico o de las formas. En el primero, Jesús sabe que no hay tiempo ni espacio, del mismo modo que no hay separación: en ese nivel, todo es Uno ("el Padre y yo somos uno"); Jesús "vuelve al Padre", del que, ciertamente, nunca había "salido". Pero, en el mundo de las formas, no tenemos otro modo de expresarnos sino temporal y espacialmente. No puede ser de otra manera. La clave está en no reducirnos nunca a las formas, olvidando el nivel profundo, que contiene la verdad de lo que es y lo que somos. En el mundo de las formas, hay tristeza (y si nos reducimos a él, no nos alegramos de que se vaya al Padre), hay inquietud (y si nos reducimos a él no podemos recibir la paz que Jesús nos da), hay también odio (y si nos reducimos a él, no podremos amar)... La sabiduría nos llama a salir del riesgo de la reducción, para no constreñirnos ni negar lo que somos de fondo. Cuando no nos reducimos, podemos mirar todo con confianza, porque reconocemos que todos los sucesos tienen un Sentido; que cada situación, por incomprensible que nos parezca, constituye un paso en el despliegue de Lo que es y en el retorno a la Unidad. Y, como Jesús, somos capaces de mirar confiadamente también el "paso" de la muerte. Porque somos conscientes, como él, que lo que realmente somos nunca muere. Así lo expresaba, en el siglo XIII, el Maestro Eckhart, uno de los grandes místicos cristianos, desgraciadamente olvidado: "Soy causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso soy un no nacido y según mi carácter de no nacido no podré morir jamás. Según mi carácter de no nacido he sido eternamente y soy ahora y habré de ser eternamente". Y dentro de la tradición hindú, Ramana Maharshi, pocos días antes de morir, decía: "No me voy; ¿a dónde podría ir?; estoy aquí; ni siquiera «estaré aquí», sino «estoy aquí», porque en realidad no hay cambio, no hay tiempo, no hay diferencia de pasado y futuro, nada va a ningún sitio ni viene de ningún sitio, no hay partida, solo el eterno Ahora que envuelve la totalidad del tiempo, el universal y sin espacio Aquí. ¿Por qué investigar, pues, qué hay más allá de la muerte?; indaguemos más bien quiénes somos realmente aquí y ahora y, entonces sí, descubriremos la respuesta real a todas nuestras dudas". Como dice Ramana, siempre somos conducidos a la única cuestión que realmente importa: ¿quién soy yo? Las respuestas de la filosofía y de la psicología –no digamos la de la ciencia positivista- se han quedado cortas, al reducir al ser humano a una estructura psicosomática. Incluso los psicólogos y psiquiatras que han empezado a trabajar con mindfulness lo usan, en general –aunque hay alguna excepción-, como una herramienta terapéutica, sin dar el paso que les llevaría a dar una respuesta diferente a la pregunta sobre qué es el ser humano. No somos solo un organismo cuerpo-mente. Somos Eso que observa y no puede ser observado, la Consciencia pura, ilimitada y atemporal, el Yo Soy universal..., tal como vemos que se reconoció el propio Jesús. Cuando nos reconocemos ahí, es cuando podemos recibir la paz de la que habla Jesús; no solo eso: descubrimos que somos Paz. No es la "paz del mundo", que siempre será oscilante e impermanente –en el mundo de las formas, no puede existir la paz sin el conflicto- sino la Paz que abraza tanto situaciones de paz como situaciones de alteración. Es la Paz no-dual, que hace que, pase lo que pase, nuestro corazón "no tiemble ni se acobarde", porque está anclado, como Jesús, en lo que realmente somos. Me han llegado noticias desde Roma, según las cuales, Francisco, el primer jesuita que llega al pontificado en la historia de la Iglesia, podría ser el que canonizara al jesuita vasco, Pedro Arrupe, que siendo General de la Compañía tuvo un serio enfrentamiento con el entonces papa Juan Pablo II.
El papa polaco, que era sostenido por el Opus Dei, acusaba a Arrupe de haber llevado a los jesuitas a la izquierda, sobretodo en América Latina, y un día lo llamó y le pidió que se arrodillase a sus pies. Cuando Arrupe se enfermó, a pesar de que el cargo de General entre los jesuitas es vitalicio, como el del papa, pidió a Juan Pablo II permiso para retirarse. El papa que temía que los jesuitas pudieran elegir a otro en la línea liberal y abierta de Arrupe, le negó la petición y le colocó para seguir guiando a la Compañía a un representante suyo. Los jesuitas entonces obedecieron, como es su lema, pero consideraron aquella intromisión autoritaria de la Santa Sede como una "ley marcial vaticana" Ahora se especula que el papa Francisco podría ser quien canonizara al papa Wojtyla, que tantos disgustos dio a la Compañía, pero que al mismo tiempo abriría el proceso de beatificación del padre Arrupe. Se trataría de una coincidencia histórica y simbólica. Y a Francisco le gusta el lenguaje de los símbolos. Tuve ocasión de poder tratar personalmente al padre Arrupe durante más de un mes, en el momento en que sus relaciones con Juan PABLO estaban al rojo vivo. Trabajaba yo entonces en la RAT-TV italiana que había inaugurado un programa, de los primeros hechos a color, con el título "Una hora con". Era una hora de programa con un personaje famoso, para hacer de él un retrato completo. La RAI me encargó de hacer uno de los capítulos del nuevo programa con el padre Arrupe, con el título: "Una hora con el papa negro". Al general de la Compañía de Jesús se le llama aún "papa negro", porque hubo tiempos en la Iglesia en que el jefe de los jesuitas emulaba en poder, dentro de la Iglesia, al papa blanco. Es sabido además que el jefe de los hijos de Ignacio de Loyola es el único General de congregaciones y órdenes religiosas nombrado vitaliciamente, como el papa. Y los jesuitas son los únicos religiosos de la Iglesia que además de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, profesan un cuarto voto de obediencia incondicional al papa. Ahora que se habla de la posibilidad de beatificar a Arrupe he querido traer a mis lectores un recuerdo personal de las semanas que pasé con él para elaborar aquel programa para la RAI. Fueron muchas horas, lo que nos llevó a poder compartir algunas ideas personales. Me acompañaba para realizar el programa, un equipo de técnicos de la RAI. Eran todos agnósticos y algunos ateos convencidos. Cuando les dije que íbamos a filmar a Arrupe, dentro de la Casa Generalicia de los jesuitas en Roma, donde era tan difícil entrar, se frotaron las manos. "Nos vamos a divertir un mundo", comentaron. Los primeros días de la entrevista fueron tranquilos. Arrupe era una persona de una afabilidad extrema. El New York Times lo comparó al papa Juan XXIII. Tenía una luz en sus ojos que chocó enseguida a los técnicos de la televisión. Poco a poco se fueron soltando y uno llegó a preguntarle si era cierto lo que se decía que los jesuitas eran "hipócritas". Arrupe sonrió y le respondió amable: "Desgraciadamente, muchas veces lo somos". Y allí acabó la provocación. Hubo un día en el que el grupo de técnicos de la RAI quedó especialmente impresionado. Fue cuando yo abordé con Arrupe el tema de la muerte. Habló con tal naturalidad de aquel "viaje definitivo", como él lo llamaba, como la cosa más natural del mundo sin dramatismos ni misticismos. Solo se sentía en aquel momento el rumor de la cámara filmando. Nos habló después Arrupe de su experiencia en Japón donde se encontraba el 6 de agosto de 1945 cuando explotó la bomba atómica. Arrupe era médico. Estaba entonces a cargo del Noviciado de los jesuitas y abrió sus puertas para llevar allí a los heridos y quemar a los muertos para evitar contaminaciones. Contó de la entereza de los japoneses a los que llegó a operar con unas tijeras de cocina, sin anestesia, sin que se les escapara un grito de dolor. Dicen que fue aquella experiencia de muerte lo que "cambió el alma" de Arrupe, que ya no sería igual después de la tragedia de Hiroshima, vivida en primera persona. Lo que puedo testimoniar es que, acabado el programa, los técnicos no querían separarse de Arrupe. Uno de ellos que tenía a una hija gravemente enferma y que era al inicio el que más presumía de ateo y pretendía divertirse con el General de los jesuitas, llegó a llevar, de escondidas de sus colegas, a la Curia generalicia, una carta pidiendo a Arrupe que "rezara por ella". Le incluyó en la carta una foto de la muchacha. Arrupe, por lo que pude saber de él en aquellas largas semanas de convivencia con él, tenía la convicción de que el Concilio, que había hecho perder a la Compañía unos siete mil jesuitas, fue el que acabó cambiándola. Una mañana que no pudimos filmar porque el programa era a color y empezó a llover, me quedé a solas con él y me contó que después del Concilio Vaticano II, la Compañía que él dirigía, viendo actuar al Opus Dei, era como mirarse al espejo para decir: "Así fuimos y así no podemos seguir siendo". Se refería a que la Compañía estaba antes del Concilio más interesada y preocupada con las élites de la sociedad que con los pobres. Y fue entonces cuando Arrupe abrió la Compañía a una "revolución social", permitiendo a sus religiosos mojarse en los movimientos de liberación política de América Latina, que para Juan Pablo II era llevarles "a la izquierda". Aquello costó a la Compañía caro. Vio a muchos de sus sacerdotes perseguidos y asesinados por los escuadrones de la muerte organizados por los militares. Hoy, es un papa jesuita, del continente de las Américas, el que pide a la Iglesia que salga de sus palacios y se vaya a mancharse de barro a la periferia del mundo como él lo hacía en Buenos Aires. De haber estado vivo, Arrupe no habría necesitado arrodillarse a los pies de Francisco para pedir perdón por haber querido, más de 40 años antes, hacer con la Compañía, lo que Francisco exige hoy de la Iglesia. Nada, pues, de extrañar que pueda ser el primer papa jesuita quien coloque a los ojos del mundo, como ejemplo de santidad, a aquel jesuita vasco que hoy no creería a sus ojos, viendo lo que sus hermanos de hoy están viendo: un papa que ha rechazado los palacios pontificios para vivir en un hotel para religiosos, donde le es más fácil encontrarse con sacerdotes y obispos que llegan de la periferia de la Iglesia con los que nunca se habría encontrado de vivir encerrado en los palacios vaticanos. Hay quien afirma que no todos los jesuitas hoy están sin embargo felices con la "revolución" del papa Bergoglio. Quizás lo hubiesen deseado más jesuita y menos franciscano. Lo ignoro. Arrupe era entonces un jesuita genuino, pero con corazón franciscano. Fue aquel corazón franciscano que había sentido el horror del mundo en Hiroshima y se había llenado de compasión, lo que entonces conmovió a mis colegas ateos de la RAI. "Para mi las personas no se dividen en creyentes y ateos", me dijo cuando le alerté que los técnicos de la RAI eran agnósticos, y añadió: "A mi me interesa todo lo que de humano hay en el mundo. Estamos todos amasados del mismo barro". Y fue aquello lo que sintieron entonces mis compañeros de la televisión italiana. Y ese era el Arrupe que yo conocí. Estar desconectado del ambiente normal, durante una semana, favorece paladear nuevas experiencias. Se valora, lo pasado y lo nuevo, de una manera distinta. Vueltos a la normalidad, continúan martilleando mensajes pesimistas. Permanece el ambiente de no afrontar con valentía las raíces de los verdaderos problemas de la crisis. Los ciudadanos no pueden refugiarse en cómodas posturas, como“no voto o no sé a quién votar”.Esta actitud responde a una dinámica de estar siempre en continuas campañas electorales y no a una democracia avanzada. Peligroso es tener más de seis millones de persones sin trabajo y cuestionarse hacia dónde va la democracia en nuestra sociedad actual.
Aunque la crisis haya contaminado todo, hay que buscar horizontes de esperanza para las soluciones también de los problemas por muy graves que sean. Todo tiene sus raíces, su trayectoria. Si nos quedamos sólo en la crítica por la crítica estaremos abonando el terreno a todos aquellos trepas que sólo buscan sus propios intereses. La crisis ha afectado no sólo a los partidos, tal como los conocemos, sino también a los actores tradicionales de la transformación social, por ejemplo, a los sindicatos. Afecta también a multitud de instituciones pequeñas porque pocos quieren compartir beneficios y sacrificios Podemos decir también que la dinámica institucional ha favorecido un tipo de carrera profesional política y un desarrollo de estructuras orgánicas burocratizadas y vinculadas al poder establecido. Porque falta, en consecuencia, participación ciudadana, se da una desafectación y un creciente desinterés por la política. Por ello mucha gente con vocación de transformación social y de servicio público, han dirigido su dedicación hacia otros espacios y organizaciones diferentes a los tradicionales; sin olvidar tampoco una dinámica social y cultural muy individualista, interesada y hedonista. Muchos se han convencido y defiende que “todo esto de “los asuntos públicos” es cuestión solamente de políticos y que el simple ciudadano se dedique a vivir su vida, en familia y con sus pequeños proyectos. Retornar al origen e ilusión de nuestra democracia, con aquella llamada a la participación y al compromiso de todos para conseguirlo tampoco parece que ahora haya demasiada voluntad de ponerlo en práctica. Crece la duda de que falta visión política o que es debido a que los políticos están más pendientes a lo que dicen los medios de comunicación que a lo que necesitan realmente los ciudadanos. A esto contribuye mucho el que los partidos de oposición no ven su papel de participación por el bien de los ciudadanos y, por el contrario, se dedican a poner chinitas en el camino de las soluciones. Se habla de pacto social, pero nadie parece que lo dice en serio. Urge, por tanto, reinventar las instituciones para poder hacer frente a los nuevos retos. Una reinversión que favorezca conectar de verdad con los ciudadanos y que haya capacidad de participar y controlar los recursos y cómo se emplean en beneficio de todos. Conviene recordar que la legitimidad política radica en el pueblo y los ciudadanos han de ejercer su capacidad crítica y la presión para conseguir el recto funcionamiento democrático. Por eso, el gran reto que se plantea a los partidos políticos es que cambien la forma de gestionar su funcionamiento interno, que replanteen su función pública y la manera cómo la ejercen en la actualidad. Conformarse con que existen en España más de seis millones de parados es no reconocer que el trabajo dignifica al ser humano. Con rotundidad habrá que decir: “¡ se acabó la idea de que la política la hacen los políticos y el partido que no lo entienda así tiene poco futuro.”! Pocos días antes de que eligieran a Francisco
Y, puestos a soñar… sueño un papa que sueñe mundos nuevos, que al mirar sus zapatos bermellones se diga: “¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?”. Un papa sonriente, sin la mirada adusta que todo recrimina; papa afable, capaz de comprender, y de ofrecer mensajes de esperanza sin imponer doctrina ni preceptos. Un papa… a pie de calle, de los que se conocen de sobra lo que vale un kilo de patatas o un “pintxo-pote”, que es lo mismo, pues para el ser humano lo vital de la vida es el vivirla: sea en torno a un cocido o a un buen vino. Un papa misionero: no por ir por el Mundo en plan proselitista, sino por ser capaz de vivir evangelio y proclamarlo a cada leve, sutil paso. Un papa… bondadoso, no de tonto por bueno, sino bueno de veras, al estilo de Dios: bondad… ¡a manos llenas! Un papa que no mire por encima del hombro a quien no es mandatario, dignatario, arzobispo, prelado o correligionario. Un papa… que estreche la mano de los laicos, sin importarle nada su adhesión política, su credo o raza, su condición sexual, su billetero, o si se ha divorciado porque perdió el amor por el camino. Un papa… ¡sí! ¿por qué no decirlo? que mire a las mujeres a los ojos, frente a frente, sin miedo ni sospechas, como iguales que somos y, como tales, nos reciba y nos trate; que rompa, ¡al fin! con siglos de injusticia hacia nosotras, que diga: “¡hermanas!” y no: “subordinadas”. Y, puestos a soñar… sueño un papa a tu estilo, Jesús de Nazaret: un papa amigo, papa que rompa moldes e incluso platos alguna que otra vez -como Tú junto al templo-; papa que aliente, que dé vida, ¡nunca que la constriña! Un papa como Tú, Jesús, Maestro, que entienda que Señor no hay más que uno y, como tal, lo viva. Un papa, a fin de cuentas, que expanda la sonrisa del Buen Dios por todita la Tierra, que lleve en sus pupilas tu mirada que, cuando le miremos, podamos balbucir, bastante ilusionados y un mucho de extrañados: “este cónclave sí, ¡valió la pena!”. Y Allá Arriba, es decir, aquí, a mi lado, Dios pueda respirar más tranquilo y radiante porque uno de los suyos, de los que pisa tierra mas, mirando a lo Alto, se ha colado en pleno Vaticano, esta vez con la ayuda del Espíritu Santo. Seguimos en el discurso de despedida. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega a los demás. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mi mismo que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia intima. La Realidad que soy, es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.
Recordemos que el discurso de despedida del evangelio de Juan es un montaje teológico que pone en boca de Jesús lo que había sido la experiencia de la comunidad durante setenta años. Eso lo hace mucho más interesante aún, que si hubiera sido pronunciado por Jesús. Nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús. No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos. En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encuentra el ser humano cuando trata de expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que se hace en lo versículos que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la mejor prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra porque nunca son apropiadas. Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: "si alguno me ama le amará mi Padre..." ¿Quién ama primero? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre, para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno. Les había advertido: "como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice: "la paz os dejo, mi paz os doy". Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo. No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual. Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descubrirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad. El hecho de que no llegue a mí desde fuera ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Es más, todo intermediario, sean personas, sean instituciones, me alejan de Él más que me acercan. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo. La "total presencia" debía ser una de las características de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos. Pero ¡ojo! La presencia surge de dentro, pero no será únicamente interna. El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: "os irá enseñando todo". Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruah). "Santo" significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Diosno nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el amor. "Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros." Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios, que les ayudaría a descubrir al mismo Jesús. Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapareció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera. El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Mientras el Espíritu no nos separe del mundo, no podremos comprender las enseñanzas de Jesús. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente. "Paz" era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el "shalom" Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Juan hace hincapié en un "plus" de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor de Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor. Solo el Amor descubierto dentro y manifestado, lleva a la verdadera paz. Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, por lo tanto, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. Aquí tampoco habla la segunda persona de la Trinidad; estaríamos poniendo en boca de Jesús una herejía. No olvidemos que Jesús, para el evangelista, es un ser humano a pesar de su preexistencia: "Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos..." También en Jesús, Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve ni lo que se palpa ni lo que se oye de Jesús. Dios está en Jesús, pero es otra cosa. "El Padre es más que yo". Dios se manifiesta y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él, no es demostrable. Está en el hombre sin añadir ni obrar nada. El verdadero Dios es siempre un Dios escondido. Decía Pascal: "Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera". Un sufí persa de la Edad Media lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, habla en mi interior la calma voz sonora de mi alma que es el alma de otra alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa alma que a mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver tu faz escondida. En la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser representado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de "Mesías", "Siervo", "Hijo de hombre", "Palabra", "Espíritu", "Sabiduría", incluso "Padre", son todos ejemplos de ese intento. No se trata de una simple cercanía, sino de una identificación absoluta de Dios con cada uno. Meditación- contemplación "Vendremos a él y haremos morada en él". Jesús descubrió esa presencia absoluta de Dios. Todo lo que vivió y enseñó, fue consecuencia de esa experiencia. Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud. ................... Sin experiencia interior no hay posibilidad de salvación. Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad. Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti, nunca estarás dispuesto a vender todo lo demás para adquirirlo. ....................... Debo preocuparme mucho menos por los que hago. Tengo que dedicar mis energías a descubrir lo que soy. Lo que haga, será inevitablemente, consecuencia de lo que creo ser. Una vez más estoy ante la alternativa: programación o vivencia. El 11 de abril se ha cumplido medio siglo del aldabonazo a las conciencias dado por la encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII.
Pedía el Papa Juan, el Bueno, la paz entre todos los pueblos, fundada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La carta, dirigida por el Papa a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, hacía suyo el lenguaje de los derechos humanos, aunándolo con el mensaje evangélico de filiación divina y hermandad e igualdad universal de la humanidad. Subrayaba que la paz se logra con justicia, amor, libertad y solidaridad; se frustra con los rearmes y la difusión engañadora de odios y divisiones. Se adelantaba unas décadas a urgir la necesidad de conjugar el respeto a la persona y las exigencias del bien común en una era de globalización de la cuestión social. En la España de aquellas fechas todavía no había llegado la transición democrática. Hubo sacerdotes llamados a rendir cuentas en comisaría policial por haber predicado en sus misas el contenido de la encíclica. Reconocía más tarde en sus Memorias el ex-ministro López Rodó, que las Leyes fundamentales del país necesitaban revisarse para estar de acuerdo con las directrices de Pacem in terris sobre derechos humanos. Juan XXIII, que había mediado el año anterior para impedir que la crisis de los misiles soviéticos en Cuba desencadenase un conflicto nuclear a escala mundial, recibió en audiencia a la hija y el yerno de Kruschev. Pero el entorno de la Curia no veía con buenos ojos esta apertura de Juan al diálogo y el periódico oficial vaticano silenció el encuentro. La mayoría de obispos españoles participantes entonces en el Concilio, representaban la postura del nacionalcatolicismo y no estaban de acuerdo con el documento sobre la libertad religiosa, que recogía y ampliaba el énfasis de la Pacem in terris en la defensa de la dignidad humana. Frente a quienes insistían en el eslogan de que “el error no tiene derechos”, la encíclica corregía: hay que distinguir entre el error y la persona. El que esté equivocada no la priva de su dignidad como persona, que exige ser respetada siempre. Esto vale tanto para quienes defienden posturas que juzgamos equivocadas, como para quienes no comparten nuestras creencias religiosas. La Declaración sobre la libertad religiosa y la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy, del Concilio Vaticano II, consagraron esta actitud humana y cristiana, pilar de la convivencia democrática. Reunido con el Papa Francisco el pasado 8 de abril, para intercambiar opiniones en relación con el conflicto en la península de Corea, Ban Ki-moon pedía al Pontífice actual un liderazgo moral en pro de la paz mundial. El Papa Francisco, que el día de Pascua había pedido la paz orando por la solución pacífica en Corea, Siria y otras áreas conflictivas, se unía a los esfuerzos del Secretario General de Naciones Unidas, para promover la reconciliación entre los pueblos. Pero la historia se repite y cuesta superar la tentación pesimista cuando repasamos la memoria de los llamamientos a la paz lamentablemente frustrados. En los días de la primera guerra mundial, el Papa Benedicto XV, que apelaba a los dirigentes políticos de para resolver diplomáticamente el conflicto, era criticado por franceses y alemanes, acusado por ambas partes de ponerse a favor del contrincante. Pablo VI, en su visita a Naciones Unidas en 1965, pedía encarecidamente: “Nunca jamás, nunca jamás guerra”; pero su grito no hacía impacto en el Presidente Johnson para el cese de los crueles bombardeos sobre población civil en Vietnam. En 1991 el presidente Bush (padre) hacía oidos sordos al no a la guerra de Juan Pablo II, como también Bush (hijo) se negó a escucharlo cuando el trío de las Azores planeaba la intervención preventiva injusta en Irak. Ni la capacidad de persuasión de un líder político o el peso moral de un dirigente religioso son suficientes para frenar la que Juan XXIII llamaba “locura irracional de la guerra” (Pacem in terris, n.127), si no se levanta desde abajo la ciudadanía concientizada para unirse por encima de las diferencias y derribar, como en Berlín en 1989, las barreras que nunca deberían haberse construído. Hoy Gaza o Seoul son solamente muros emblemáticos entre los muchos que quedan por desmantelar para alcanzar un mundo sin fronteras. Entre los ocho cardenales nombrados por el obispo de Roma para la reforma de la curia, hay un tal Marx… Si quieres saber algo de él aquí va. Ironías de la historia: en Trier nació hace dos siglos el ateo K. Marx, autor de El Capital. Y de Trier salió dos siglos después, un obispo católico llamado también R. Marx, que se había manifestado públicamente contra la guerra de Irak y que ahora es cardenal en Munich. Este nuevo Marx acaba de publicar otro “El Capital”, con un expresivo subtítulo: “Un alegato a favor de la humanidad”.
El obispo no manifiesta demasiada simpatía hacia su presunto tatarabuelo ateo. Pero tiene suficiente sentido del humor como para abrir el libro con una carta a su antepasado nominal, donde reconoce que, tras haber renegado de él, se pregunta ahora “si no fue algo prematuro darle por definitivamente liquidado a Ud. y a sus teorías económicas cuando el Occidente capitalista la ganó la batalla al Oriente comunista” (p. 18); y si no tendría Ud. razón “cuando predijo hace ciento cincuenta años que estábamos abocados a que todos los pueblos quedaran entrelazados en la red del mercado mundial” del que se beneficia casi exclusivamente el capital (22). Y cuando proclamó otra serie de cosas, las cuales me parece que confluyen en dos puntos: a) también en economía, mi libertad termina donde comienza la libertad del otro. Y b) hoy nos dominan dos imperativos al margen de toda moral y de toda humanidad: el imperativo tecnológico (aquello que se puede hacer hay que hacerlo), y el imperativo económico: “cuando algo produce beneficios hay que hacerlo”. Un ejemplo de este último: Zambia debía a Rumania 3 millones de dólares para una compra de maquinaria agrícola. Un “buitre” norteamericano (Michael Sheehan) compró los derechos de esa deuda veinte años después, al irrisorio precio de 3 millones. Como Zambia se demoraba en el pago, acudió a los tribunales y el juez condenó a todo el país africano a pagarle 17 millones. “Cuando un reportero de la BBC le preguntó si no sentía remordimientos por hace negocio con la miseria de los más pobres, Sheehan contestó sin inmutarse: ‘no es culpa mía. Yo lo único que he hecho ha sido una inversión’” (139). El libro se alinea con Amartia Sen, con O. Nell-Breuning, la ”economía social de mercado”, y la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que el obispo Marx sintetiza así: “la solidaridad y la subsidiariedad son principios fundamentales de configuración de la sociedad” (p. 180). No llega a plantearse si esa DSI es inaplicable en nuestro sistema y, por tanto: o hay que cambiar el sistema o la DSI no vale para nada. Pero está cerca de reconocerlo cuando afirma que considerar al trabajo como una mercancía más, “sometida a las leyes supuestamente inquebrantables del mercado”, es incompatible con la DSI (p. 123). Y nuestro sistema no sería el mismo sin esa concepción del trabajo como mercancía sometida a las leyes del mercado. Un rasgo positivo para el lector europeo es que estructura toda la lucha por la justicia en torno a la idea de libertad, mucho más audible en nuestro mundo que la de justicia. Pero leamos lo que significa libertad: “no conozco ningún ejemplo histórico en que una economía libre de mercado, sin una cierta intervención y regulación por parte del Estado, haya sido beneficiosa en algún lugar del mundo para los pobres” (83). O: “cuando el estado interviene… para asistir a la parte más débil, lejos de menoscabar la libertad lo que hace es abrir más espacios a la libertad” (82). Y esas intervenciones incluyen, como mínimo, ”redistribución de la renta, crecimiento económico sostenido, lucha contra el desempleo y protección del medio ambiente” (95). Aleccionador es el capítulo 6 que narra toda la crisis del 29, dejando al lector boquiabierto al ver cómo se repite la historia y qué poco aprendemos los hombres. Aquella crisis comenzó con una burbuja (no de vivienda sino de acciones), negada como tal por los gurus económicos de la época. Se comenzaron a aplicar las mismas políticas que hoy, con resultados igual de calamitosos: en el inglés norteamericano apareció la palabra “hoovervilles” que aludía al presidente Hoover (como si hoy dijéramos Rajoyburbios), para designar los barrios creados por el aluvión de miseria. Hasta que Roosevelt propuso el famoso “New Deal”, ganó con él las elecciones en 1932 y, aun con errores, comenzaron a arreglarse las cosas… Hoy necesitamos otro “new deal” a escala mundial; oigámosle: los políticos que “optan por dar prioridad a los intereses nacionales por muy ‘comprensibles’ que sean, parten de una base artificial y falsa” (264). Porque la crisis actual puede no ser tan grave como la del 29, pero “la cuestión social” es hoy más grave que nunca: pues ya no se trata de diferencias (unos están arriba y otros abajo), sino de exclusión: unos están dentro y otros están fuera (111). El obispo Marx fustiga al FMI por no conocer, ni antes ni ahora, más políticas que las que agravan los problemas sociales (269). Denuncia a “muchas facultades de ciencias económicas donde los estudiantes sólo aprenden a realizar complicados cálculos econométricos”, sin aprender conocimientos fundamentales (292). Y concluye: “el fantasma de Karl Marx saldrá de la tumba para perseguirnos” (299), si no somos capaces de responder al desafío del momento, que reclama -como mínimo- acabar tanto con el desempleo de la UE, como con el empleo indigno de USA (193). Personalmente, me siento un poquito más a la izquierda que este nuevo Marx, porque mi visión del hombre no prima el aspecto individual sobre el social, sino que equipara a ambos en la línea de Francisco de Vitoria (para quien “el hombres es más de la república que sí mismo”) y de E. Mounier (para quien persona y comunidad no crecen en orden inverso, sino directo: a más personalismo más comunidad). Pero si la Iglesia tuviera hoy una larga serie de prelados como éste, en lugar de esa especie de “tea party episcopal” que parece buscar la curia romana, daría al mundo un rostro mucho más creíble del Evangelio. Así que esperemos una buena reforma, que alcance también al IOR. ¿No estaremos entrando en una nueva fase de la evolución de las especies?. Los antropólogos hablan del “homo erectus”, “homo habilis”, “homo sapiens”… Y parece que ahora hemos llegado al “homo mentiens”: al hombre embustero. Todo nuestro entorno social está edificado con ladrillos de mentira compactada, sobre todo en los tres campos de mayor influjo: publicidad, política y medios de comunicación. Veamos:
1.- “Navidad es tiempo de compartir” nos decía el anuncio. Piensa uno que habrá que compartir cariño e ilusión; pero no: se trataba de compartir “productos lácteos”. Un plan de pensiones “perfecto” resulta ser ¡el de Bankia! (menuda cara). “Tú piensa en tu bienestar que nosotros pensamos en el bienestar de todos” (cuando sólo piensan en el suyo propio). Y “a tú vecino se le va a caer la baba porque tienes un Mitsubishi”… El balance suele ser: los grandes valores humanos son negados en la publicidad o, peor aún, son pervertidos en favor de la codicia que es el mayor contravalor. 2.- Tras cualquier huelga o manifestación hay diferencias astronómicas entre las cifras declaradas por los organizadores y por los afectados (los políticos generalmente). Esas diferencias no obedecen a comprensibles errores de cálculo sino a intereses conscientes que barren a favor propio: ¡qué casualidad que nunca son los organizadores los que dan cifras más bajas y los interpelados quienes las dan más altas!… “No pienso subir el IVA ni bajar las pensiones porque eso dañaría al consumo”, decía Rajoy a poco de ser elegido, fiel a esa política de su partido de que una mentira repetida acaba por convertirse en verdad. Y este diario comentaba al pasado 30 de noviembre (p. 12) que Alemania esconde sus desastres sociales, para poder imponer a Europa unas políticas desastrosas y porque, si no, hay peligro para “la cohesión social”: el viejo “Heil Hitler” convertido ahora en un “Heil Lüge!” (viva la mentira). Altos dignatarios europeos pretenden halagarnos con que “España está haciendo los deberes y realizando sacrificios ejemplares”. ¡Mentira!. España no ha cumplido ningún deber ni hecho sacrificios: sólo ha maltratado injusta y cruelmente a algunas personas que tenían poca culpa de la crisis, mientras dejaba impunes a todos los grandes banqueros, españoles y extranjeros, que nos metieron en el infierno de la crisis. Y la guerra de Irak (según denuncia Le Monde Diplomatique, tras los últimos papeles desclasificados) no obedeció a un mero error de estimación (que hoy nos sobran medios para evitar esos errores), sino a una mentira cruel cuyos autores y cómplices todavía no han rendido cuentas. El símbolo de cómo funciona la política son las fotos de campañas electorales, siempre maquilladas y retocadas cuidadosamente, que luego nos harán decir: “éste no es mi Mas que me lo han cambiao”. 3.- Si la publicidad pervierte valores, y la política censura o desfigura, la mentira de los medios de comunicación suele estar en las medias verdades y en la selección de temas: aplicar tijeras tanto a un programa de Informe Semanal como a una “necesaria reducción de personal”, cuya imperiosidad brota de razones no económicas sino ideológicas. Pregúntenlo si no a Iñaki Gabilondo, o a Juan Ramón Lucas y los que buscaron una radio verdaderamente pública. Y recuerden el sabio consejo nacido en la patria de la prensa: “no permitas que la verdad te estropee un buen titular”. Porque los medios no se deben a la verdad sino a su público, y han de decir lo que sus oyentes o lectores (y sus anunciantes) quieren oír, no lo que necesitan saber. Su santo patrón no debería ser san Francisco de Sales sino aquel Pilato que preguntó “¿qué es la verdad?”, y se marchó sin esperar respuesta. La simple elección de temas constituye una fábrica descomunal de medias verdades, y puede ampararse en mil razones aparentes que esconden la verdadera. Sin olvidar que ya una primera filtración les viene dada a los medios por las agencias de información, todas en manos de grandes intereses privados. Y recordando también que, como dice el refrán, suele ser más dañina una media verdad que una mentira completa. Estos tres universos de mentira tienen una raíz común en la economía. El mejor ejemplo son los Bancos con sus promesas y sus locas inversiones golosas. Todo muy comprensible: porque como dijo Upton Sinclair (premio Pulitzer): “¡qué difícil es conseguir que un hombre comprenda algo, cuando su salario depende de que no lo comprenda!”… El interés crematístico deforma publicidad, política y medios de comunicación. El resultado es que la mentira poluciona todo el aire que respiramos y enfanga toda el agua que bebemos. Alguien dijo hace siglos que “la verdad os hará libres”; hoy preferimos pensar que el engaño nos hace felices. Pues, como dijeran Sartre y Dostoievski, si el precio de la libertad es la verdad, resulta un precio demasiado alto para una época como ésta. Vengan pues publicistas, políticos y medios de comunicación y sigan mintiéndonos sin rebozo. Lo necesitamos. Y además así abrimos camino a una nueva etapa de la evolución. Bienvenido sea el homo mentiens. |
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