El tema del aborto sale de nuevo a primer plano en el debate político y suscita reacciones a favor y en contra, a menudo exageradas por los dos extremos del espectro. Me gustaría terciar en las discusiones; no para apoyar una postura frente a otra, sino para aportar un granito de arena a la tarea de deshacer malentendidos. Por ejemplo, distinguir las perspectivas de lo legal, lo científico y lo moral, como hacemos elementalmente en clase de ética. Reconozco que enviar a la redacción unos apuntes de clase no captará el interés, porque no da titulares; pero percibo la necesidad de intentarlo y tratar de aclarar confusiones.
Concretamente, cuando publiqué Aborto y vida naciente con malformaciones (EL PAÍS, 2 de agosto de 2012), recibí epistolarmente dos reacciones —educadas, pero fuertes— de disentimiento, aunque por razones paradójicamente distintas. La primera interpretó mi ensayo como apología del aborto. A la segunda le produjo la impresión de un apoyo sutil a la modificación de la ley. Para una, proabortista; para otra, antifeminista. Ni lo uno ni lo otro entraba en mi propósito. El caso es que persistía la confusión. ¿Por deficiencia de mi expresión, por el color de gafas de la lectura, o por ambas causas? En cualquier caso, hoy quisiera invitar a la relectura de estos sencillos apuntes que la crítica amable me animó a reescribir. » No confundir límites legales con fases del proceso biológico Si una ley regula, como límite para la experimentación con pre embriones (aún no implantados en el útero), 14 días tras la fecundación, no pretende definir científicamente el comienzo de una vida humana individual a partir del día siguiente; solo estima que, para proteger los bienes jurídicos en cuestión, conviene fijar un límite. Si una ley permite el aborto hasta la semana 14ª, tampoco pretende definir científicamente el comienzo de una nueva vida, ni justificar moralmente esas interrupciones del embarazo; delimita legalmente un área protectora de los bienes jurídicos en cuestión. La ley trata puntualmente lo que es científicamente un proceso continuo; pero no sanciona moralmente la cuestión. » No confundir despenalización legal con justificación moral Si una legislación despenalizadora del aborto en determinados supuestos pretende, entre otras cosas, evitar abortos clandestinos, eso no significa justificar moralmente esas interrupciones. No hay responsabilidad ante la ley, sino ante la conciencia. Ni las leyes penalizan cuanto está mal, ni la despenalización de algo lo sanciona como bueno. No constituir delito no significa estar moralmente justificado. Ni que algo esté moralmente mal justifica tipificarlo como delito. Defendiendo la vida y evitando fomentar abortos, se puede asentir a ciertas despenalizaciones, para evitar abortos clandestinos o la estigmatización social de abortantes. » No entender la embriología de modo mecanicista La concepción no es un momento mecánico (conectar un enchufe), sino un proceso vital (formarse y crecer un viviente): más de 20 horas para la fecundación y dos semanas hasta completarse la anidación del preembrión. Es cierto que no se puede considerar al feto mera parte del cuerpo materno, ni realidad parásita. Pero la interacción embrio-materna de la tercera a la octava semana es decisiva para la constitución de la vida naciente: a medida que se aproxima el tercer mes del embarazo aumenta la exigencia de ayudarle para llegar a término. Las circunstancias excepcionales deberán ser sopesadas seriamente; tendrán menos peso al aproximarse el umbral de la novena semana de gestación. En vez de hablar de protección de la vida en general, tendremos presente la distinción entre materia viva de la especie humana (el blastocito antes de la anidación) y una vida humana individual (el feto, más allá de la octava semana). » No confundir la interrupción del embarazo por malformaciones y la discriminación de personas discapacitadas Es ambiguo hablar de malformaciones en general, equiparando casos, desde un simple estrechamiento del conducto esofágico en un síndrome de Down hasta una anencefalia. Tampoco es coherente penalizar la interrupción del embarazo en supuestos seriamente graves, a la vez que se recorta el apoyo con la ley de dependencia a la crianza, sanidad y educación de esa vida discapacitada. Ni se puede lanzar la acusación de antivida a quienes optaron dolorosamente por un mal menor en situación de conflicto, ni es necesariamente provida la postura que impone por motivaciones ideológicas la opción contraria. Reiterando lo expresado en el citado artículo: un feto anencefálico carece del mínimo neurológico-estructural como soporte para formar una persona, desde respirar autónomamente hasta capacitarse para actos estrictamente humanos. Si hay razones para no interrumpir su alumbramiento, no será por considerarlo realidad humana personal. Su aborto no es comparable a matar un ser humano. Un feto con una malformación incompatible con la vida extrauterina (por ejemplo, agenesia renal irremediable) tampoco sobrevivirá. En cambio, es delicado el caso de fetos con patología grave incurable, solo con solución paliativa. El doctor Francesc Abel, con doble perspectiva de obstetra y teólogo moral, concluía: "Ante taldiagnóstico prenatal, muchos progenitores solicitan interrumpir la gestación, acogiéndose al tercer supuesto de la ley... Aunque objetivamente cueste asentir, debemos respetar a quienes se encuentran en esta situación y sus decisiones" (Diagnóstico prenatal, Instituto Borja de Bioética, 2001, 3-26). Evitando discriminar por discapacidad, la sociedad deberá fomentar el apoyo a la dependencia en todas las fases de la vida. Sin hacerlo, no tendría credibilidad el legislador que intentase suprimir dicho tercer supuesto. » No mezclar sin matices las perspectivas jurídicas, morales y religiosas Hay que distinguir los planos jurídico, ético y religioso. El fiscal imputa delitos y solicita penalizaciones. La conciencia moral acusa en el foro interno, provocando remordimiento por el mal moral, aunque no constituya delito. La conciencia religiosa interpela para reconocer el mal y creer en el perdón. Pero hay creyentes con una idea equivocada de pecado como delito; hay también instancias eclesiásticas que confunden pecado con delito y perturban la autonomía de las legislaturas, imponiendo a la sociedad una idea de delito como pecado. Tomás de Aquino precisaba: ni todo lo moralmente reprobable es delictivo, ni la despenalización implica un juicio moral positivo. Un diputado/a creyente podrá mantener su convicción en favor de la vida naciente y, a la vez, apoyar una legislación que despenalice en determinados supuestos las opciones autónomas de la madre acerca de la interrupción de su embarazo. Este diputado/a, moralmente responsable y religiosamente creyente, puede mantener la convicción de que no es justificable (ni por ética ni por fe) una determinada interrupción del embarazo y actuar en su vida de acuerdo con dicha convicción. Pero, al mismo tiempo, puede apoyar una ley que no penaliza el aborto en determinados supuestos. Este diputado/a no confunde el ámbito de lo penal con el de lo moral y lo religioso; así mismo, su obispo no le impondrá en nombre de la moral o la religión lo que debe votar. La cúpula jerárquica de la Iglesia española ha incurrido a menudo en los años recientes en esta equivocación, empeorándola al no tener en cuenta las distinciones entre ley y conciencia, o entre delito y pecado. El derecho de las asociaciones religiosas a proponer su parecer con libertad de expresión debe distinguirse de la imposición que no respeta la laicidad del Estado. En el episodio evangélico de un adulterio denunciado (Juan, 8), la acusación pretendía lapidar a muerte a una mujer, tratando el pecado como delito. Jesús no la condena, ni la justifica a la ligera. La despide deseándole que no vuelva a encontrarse en semejante situación. Ni condenación ni complicidad, sino comprensión y misericordia. Rechazo al mal y acogida a quien, al cometerlo, se convierte en su propia víctima. Como decía Juan Pablo II, en cada aborto hay dos víctimas: el feto y la madre. Jesús enseñó y practicó el criterio del profeta Oseas: "Compasión quiero, más que sacrificios" (Oseas 6,6; Mateo 9, 13 y 12, 7).
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Entre religión y ecología se da un estrecho vínculo. Los calendarios litúrgicos reflejan los ciclos de la naturaleza. Toda religión expresa el contexto ambiental que le dio origen. Los hebreos, y en general los pueblos semitas, vivían en regiones inhóspitas, desérticas, lo que los llevó a desarrollar el sentido de lo sagrado centrado en la trascendencia. Donde la naturaleza es exuberante, como en los trópicos, se acentuó la inmanencia de lo sagrado. Todo el entorno geográfico y climático influye en la relación religiosa que se tiene con la naturaleza.
El cristianismo tuvo su origen en áreas urbanas. Veía la naturaleza a distancia, como algo extraño y adverso. La palabra pagano, que englobaba a todos los no cristianos, significa etimológicamente"habitante del campo". Todas las tradiciones religiosas indígenas mantienen un vínculo muy estrecho con la naturaleza. Son teocósmicas: lo divino se manifiesta en el cosmos y en sus componentes, como la montaña (pachamama). El hinduismo y el taoísmo dan culto a la naturaleza, mientras que el confucionismo y el budismo son tradiciones más antropocéntricas, volcadas hacia la conciencia y a las virtudes humanas. El islamismo mantiene una relación singular con la naturaleza. Es una religión semítica, que da culto a la trascendencia de Alá, pero conserva, como el judaísmo, un vínculo estrecho con el entorno ambiental, que se refleja en la distinción entre alimentos puros e impuros, el ayuno, el cuidado con la higiene personal, etc. Las religiones aborígenes (ab-origen = que están en el origen de todas las demás) no separan lo humano de la naturaleza. Hay un fuerte sentido de equilibrio y reciprocidad entre el ser humano y la Tierra. Lo que de ella se saca debe ser devuelto a ella. Entre las grandes tradiciones religiosas es el hinduismo quien mejor cultiva esa armonía. Toda la India respira veneración sagrada por ríos, animales, árboles y montañas. La veneración por las vacas refleja ese sentido de equilibrio, pues se trata de un animal del que se obtienen muchos productos, desde leche y sus derivados hasta estiércol como fertilizante, y eso es más importante que comerlas. Tres grandes desafíos, según el místico catalán Javier Melloni, están inter-relacionados: la interioridad, la solidaridad y la sobriedad. La interioridad nos impele a la vía mística; la solidaridad a la ética, y la sobriedad a la preservación ambiental. Nuestra civilización estará condenada a la barbarie si las personas perdieran la capacidad de interiorización, de hacer silencio, de meditar, de modo que sepamos escuchar las necesidades del prójimo (solidaridad) y el grito agónico de la Tierra (sobriedad). Urge someter la ecología a la ecosofía, a la sabiduría de la Tierra, en expresión de Raimon Panikkar. No se trata de imponer la razón humana sobre la naturaleza (eco-logos), sino de poner oídos a la sabiduría de la Tierra, para captar lo que ella tiene que decirnos con sus ciclos, sus cambios climáticos e incluso con sus catástrofes. A pesar de que ha habido avances en nuestro comportamiento, gracias al crecimiento de la conciencia ecológica (reciclaje, uso del agua, productos ecológicamente correctos, etc.), todavía estamos apegados a un modelo civilizatorio altamente nocivo para la salud de Gaia y de los seres humanos. Continuamos consumiendo combustibles escasos y contaminantes y, a contrapelo de todo el movimiento ecológico, nos sumergimos en la ola consumista que produce cada día pérdidas significativas de la biodiversidad y toneladas de basura derivada de nuestro lujo. Tres grandes mentiras necesitan ser eliminadas de nuestra cultura para que el futuro sea ecológicamente viable y económicamente sustentable: 1) los recursos de la Tierra no son suficientes para todos; 2) debo asegurar mis recursos, aunque otros carezcan de ellos; 3) el sistema económico que predomina en el mundo, centrado en la lógica del mercado, y el actual modelo civilizatorio, de acumulación de bienes, son inmutables. Nuestro planeta produce hoy alimentos suficientes para 12 mil millones de personas, y está habitado por 7 mil millones. Por tanto no hay exceso de bocas sino falta de justicia. No habrá futuro digno para la humanidad sin una economía de compartimiento y sin una ética de la solidaridad. Durante milenios los pueblos indígenas y las tribus desarrollaron formas de convivencia basada en la sustentabilidad, en la armonía con la naturaleza y con los semejantes. ¿Cómo se va a considerar ideal un modelo civilizatorio que, de los 7.000 millones de habitantes del planeta, condena a 4.000 millones a vivir en la pobreza o en función de sus necesidades animales, como alimentarse, abrigarse de la intemperie o educar a sus crías? La liturgia remata el tiempo pascual con tres fiestas importantes. Pentecostés, Trinidad y Corpus nos hablan de la realidad trascendente que llamamos Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos absolutamente nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser.
Pentecostés propone a nuestra reflexión la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo y vivirlo. Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser, del material y del espiritual, está empapada de Dios y es fruto del ESPÍRITU. Es muy curioso que se presente la fiesta de Pentecostés en los Hechos, como la otra cara de la moneda del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo. El relato de los Hechos, que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar adecuadamente. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lucas nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad, no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los símbolos más llamativos que se habían utilizado ya en el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países. Por lo tanto, no se trata de celebrar un acontecimiento. El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lucas narra en los Hechos, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído hoy nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, que se había convertido en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. En Juan, Jesús les comunica el Espíritu el mismo día de Pascua. No es fácil superar una serie de errores sobre el Espíritu Santo que todos llevamos muy dentro. No se trata de ningún personaje distinto del Padre y del Hijo, que, por su cuenta anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO desmaterializado y más allá de toda imagen antropomórfica. No debemos pensar en él como un don que nos regala el Padre o el Hijo, sino de Dios como DON absoluto que fundamenta todo lo que nosotros podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el primer fundamento de mi ser del que surge todo lo que soy. También debemos tener mucho cuidado al interpretar la palabra "Espíritu" cuando la encontramos en la Biblia. Tanto el "ruah" hebreo como el "pneuma" griego, tienen una gama tan amplia de significados que es casi imposible precisar a qué se refieren en cada caso. El significado predominante se refiere a una fuerza invisible pero muy eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades normales. Pero recordemos que el significado primero de la palabra es "viento", o mejor, el espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida. Este primigenio significado nos abre una perspectiva muy interesante para nuestra reflexión. En los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: · "Concebido por el Espíritu Santo." · "Nacido del Espíritu." · "Desciende sobre él el Espíritu." · "Ungido con la fuerza del Espíritu." "Como era hombre le mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida". Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado. En esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu que les va a dar también energía para llevarla a cabo. De esa fuerza, nace la nueva comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración. La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de todo miedo. No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas privilegiadas, a los que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos tendríamos que proponernos como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser hombres cuando reducimos nuestras expectativas a los logros puramente biológicos, sicológicos e incluso intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos al mínimo el campo de nuestras posibilidades. La experiencia del Espíritu es siempre de la persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre "para el bien común". Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado con demasiada frecuencia para justificar privilegios y poderes especiales. El más poseído del Espíritu es el que más dispuesto está a servir a los demás. El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu. En la celebración de la eucaristía deberíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender esta devaluación del Espíritu. Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hace sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder mágico a las palabras que hoy llamamos "consagración". La primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones y caprichos. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor. Meditación-contemplación Toda vida espiritual es obra del Espíritu. Que esa obra se lleve a cabo en mí, depende de mí mismo. Yo necesito a Dios para ser. Él me necesita para manifestarse. .......... "Todos hemos bebido de un mismo ESPÍRITU". La verdad es que es el ESPÍRITU el que nos tiene que sorber a nosotros. Él es más que yo y me tiene que transformar en él. No debo intentar manipularlo, sino dejar que me cambie a su antojo. ........................ Dios es amor, y el ser humano puede descubrir y vivir ese amor. Siempre que amo de verdad, hago presente a Dios, porque el amor con que yo amo, es el mismo amor que es Dios. No soy yo el que amo, sino Dios que ama en mí. Me alegró que, en la homilía del inicio "oficial" de su pontificado, el papa Francisco se centrara –era el día 19 de marzo, fiesta de san José, "custodio" de María y de Jesús- en la misión de custodiar la vida.
Y me trajo a la memoria el mito de Cuidado, elaborado en los comienzos de nuestra era, que reproduzco a continuación: Cuidado encuentra un trozo de barro y empieza a darle forma. Pasa Júpiter y, a petición de Cuidado, le sopla su espíritu. Pero cuando Cuidado quiere poner nombre a lo que había modelado, Júpiter se lo prohibió. Mientras ambos discutían, paso Tierra (Tellus), que también quiso ser quien le pusiera el nombre. Y empezaron una fuerte discusión. De común acuerdo, pidieron a Saturno que hiciera de árbitro; y Saturno tomó esta decisión: "Tú, Júpiter, le diste el espíritu; cuando muera, se te devolverá. Tú, Tierra, le diste el cuerpo; cuando muera, se te devolverá. Pero como tú, Cuidado, fuiste el que modelaste a la criatura, la tendrás bajo tus cuidados mientras viva... Y ya que entre vosotros hay una acalorada discusión en cuanto al nombre, decido yo: esta criatura se llamará Hombre, es decir, hecha de humus, que significa «tierra fértil»". "Custodia" y "cuidado" son nombres que podemos aplicar adecuadamente al Espíritu. El evangelio lo llama "defensor" (en el original griego, "parakletós": "el que está al lado"). Y está "al lado" como cuidado permanente. Ahora bien, en una perspectiva mental, todo se halla separado de todo. Por eso, también el Espíritu es imaginado como una entidad separada, lejana o cercana, que nos acompaña "desde fuera"..., aunque se diga que "nos" habita. Tal planteamiento me parece legítimo en esa perspectiva, para personas que se mueven en un modelo dual (mental) de conocer. Pero quizás podamos avanzar un poco más, empezando a vislumbrar que ese modelo de conocer es muy limitado –se halla encerrado en los límites siempre estrechos de la razón-, y que si nos abrimos a la perspectiva no-dual, lo percibido se modifica sustancialmente. En la nueva perspectiva, el Espíritu es no-separado de nada. Más aún, es –aunque expresado en la pobreza de nuestro lenguaje- el "núcleo" de todo lo que existe, la "otra cara" de todo lo visible. Todo es Espíritu manifestándose en un "juego" infinito de formas, en una admirable no-dualidad. El Espíritu y nosotros no somos dos. Somos –por decirlo, una vez más, con las palabras de Pierre Teilhard de Chardin- "seres espirituales viviendo una aventura humana". Más allá de las formas de nuestros yoes, somos Espíritu que en ellas se expresa y manifiesta. ¿Podría haber algo separado del Espíritu? Mejor todavía: ¿podría existir algo "fuera" del Espíritu? Todo es Espíritu en un despliegue y manifestación permanente. Cuando advertimos esta realidad profunda, se realizan en nosotros las palabras de Jesús: launidad de todo morando en nosotros, en el Amor –otro nombre del Espíritu-, como única realidad que todo lo sustenta y constituye. Es claro que todo esto no puede percibirse desde la mente, que, por su propia naturaleza, tiende a separar y fraccionar todo. Para abrirnos a esta nueva perspectiva, de modo que podamos experimentarla por nosotros mismos, necesitamos acallar la mente, abrirnos directamente a lo que es, y percibir, con gozo, que podemos descansar siempre en ello. Descanso es otro nombre del Espíritu. Pero necesitamos acallar la mente porque, como ha escrito Consuelo Martín, en su libro "La revolución del silencio", "si no hay silencio del pensamiento no sabremos lo que es la verdad... Mientras estoy pensando creo que veo la verdad de las cosas pero lo único que hago es barajar interpretaciones escuchadas a otros. No descubro sino por serena observación que ver no es pensar". En el silencio de la mente se nos revela el Espíritu, no como algo separado, sino como la "sustancia" de todo lo que es, Cuidado, Descanso y Dinamismo..., Vida en plenitud. Y eso es lo que somos todos. El Evangelio de Juan profundiza en la misma noción de Espíritu. Es el espíritu de Jesús, el que viene del Padre, el Espíritu de Dios que actúa en el mundo a través de Jesús y a través de todos nosotros. Este texto nos sirve para hacer un acto de fe en la iglesia, en todos nosotros que formamos la iglesia.
No vivimos solamente del recuerdo de Jesús, de la meditación de sus palabras. Vivimos de la presencia viva del Espíritu en nosotros. Ese espíritu de Jesús se está manifestando continuamente en la Iglesia entera, manteniendo viva a la iglesia, haciéndonos vivir como testigos. Es la acción creadora de Dios, la que saca al mundo del caos desde el principio, la que lleva el mundo a su consumación, la fuerza de Dios que sopló como un huracán en Jesús y sigue alentando a la iglesia y a todos las personas de buena voluntad, para llevar al mundo a su plenitud. Estos textos nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre "nuestro espíritu". ¿Qué espíritu nos empuja? ¿Cuál es el viento que nos lleva, de dónde y a dónde sopla? ¿Es el viento de Dios, es el viento de Jesús? ¿Somos capaces de reconocer los diversos vientos que agitan nuestra alma? Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre. Dios es por tanto "el Espíritu Creador, Salvador, Consumador". No un Señor exterior y lejano, sino la fuerza más íntima de mi ser, la fuerza que me hace vivir, la fuerza salvadora de mi vida. Es de la Iglesia el que tiene el Espíritu de Jesús. Por sus frutos los conoceréis: "Porque tuve hambre y me disteis de comer". Y así sentimos que Jesús es la Vid, y el Padre el Labrador. Nos sentimos injertados en buena planta, sentimos que crecemos, que la savia de Dios corre por nosotros, que podemos cambiar nuestro mundo, que la planta de los hombres puede florecer. Todo eso es el Espíritu, el Espíritu que se mostraba plenamente en Jesús, el Espíritu que se mostraba en aquella comunidad. Y eso es lo que sucedió en aquella primera comunidad, y lo que sucede ahora: que el Espíritu de Dios, que hizo de Jesús el Hijo Vivo Para Siempre, sigue soplando en el mundo para hacernos a todos Hijos Vivos Para Siempre. El Antiguo Testamento hablaba muchas veces de "El Viento", el viento de Dios ("la Ruaj") el aliento de Dios, que era capaz convertir en viviente el muñeco de barro, de retener el mar, de suscitar jefes y profetas. Viento que arrastra, aliento que vivifica, hermosa imagen de la presencia y de la acción de Dios. Los evangelistas muestran muchas veces a Jesús arrastrado, empujado, lleno del Viento de Dios. El Viento de Dios lo arrastra al desierto, el viento de Dios le saca de Nazaret para lanzarlo a predicar y curar. Jesús es el hombre lleno del Aliento de Dios, continuamente arrastrado, animado por el Espíritu, por el Viento de Dios. Y es una hermosa profesión de fe. Porque al Viento no se le ve, pero se le siente. Una hermosa profesión de fe en que Dios sí está presente, y activo, pero de una manera muy concreta: alentando, empujando. Hay concepciones de Dios que parecen imaginarlo en tres situaciones: Al principio, como Creador, después, como ausente y al final, como Juez. Para Israel, y para Jesús, está continuamente presente como Viento, que inspira, alienta, refresca, empuja, arrastra. "Creo en el Viento de Dios" puede ser una manifestación de confianza y también la expresión de una experiencia personal. Otras muchas parábolas de la naturaleza son semejantes a ésta: el agua, la luz, la sal, y muchas otras. Y todas significarían lo mismo. Sin agua no se puede vivir; sin luz no podemos ni movernos; sin sal todo es insípido. Con Dios hay vida y frescura y fecundidad; con Dios hay sentido y acierto; con Dios todo tiene sabor, su sabor. Y la mejor de todas, el Viento. Me imagino a Jesús navegando a vela por el Lago Genesaret, sintiéndose llevado por el Viento de Dios. Situar al Viento – traducido del griego como "Espíritu" – como un personaje más de la Tríada Santísima lo aleja de nosotros y lo hace incomprensible. Y – también aquí – nos hace diferentes de Jesús. Si Jesús se dejaba llevar del Viento, yo también tengo que dejarme llevar del Viento. Y hay Viento, mi trabajo consiste en desplegar las velas. Pero si el Espíritu Santo es una paloma posada en el trono entre el Dios Padre y el Dios Hijo, todo se hace lejano y misterioso: lo único que exige es adorar y acatar el misterio de la paloma. Abbá – Hijo – Viento, son tres metáforas maravillosas. No hablan de cómo es Dios por dentro, sino de cómo se porta con nosotros, de cómo nos sentimos para con él, de cómo está en el mundo. La Trinidad son tres parábolas de Jesús que definen estupendamente la relación de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Si las reducimos a metafísica corremos el peligro de que pierdan casi todo su significado. Desde pequeños decíamos: "¿qué es el viento? – el aire en movimiento". Y ahora decimos: "¿Qué es el Espíritu? – el Padre en movimiento". El aire está ahí, en él vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28), pero ni siquiera nos damos cuenta de que lo respiramos, de que es "el aliento de nuestra vida"... hasta que se mueve, hasta que sopla. Entonces nos damos cuenta de que es una de las fuerzas vitales más definitivas. La luz, el agua, el viento, tres preciosos símbolos de Dios, de Dios para nosotros. Dios no es líquido, ni emite resplandores, ni levanta polvaredas; pero sin Dios mi vida es estéril, no sé distinguir caminos de zarzales, me siento varado y pasivo. Imágenes de Dios y de mi vida, hablar de Dios con imágenes, deslumbrante secreto de la Escritura. Hablamos de Dios sensible, hablamos de que las cosas hablan de Dios, de que podemos levantar el corazón a Dios desde el agua, desde la luz, desde el viento, como hacia Jesús, el mejor contemplativo, cuando veía a Dios en todas las cosas y con todas las cosas hablaba de Dios. PROPUESTA DE UN CREDO ALTERNATIVO PARA PENTECOSTÉS Y LA TRINIDAD Yo creo sólo en un Dios, en Abbá, como creía Jesús. Yo creo que el Todopoderoso creador del cielo y de la tierra es como mi madre y puedo fiarme de él. Lo creo porque así lo he visto en Jesús, que se sentía hijo. Yo creo que Abbá no está lejos sino cerca, al lado, dentro de mí. Creo sentir su aliento como una vista suave que me anima y me hace más fácil caminar. Creo que Jesús, más aún que un hombre es enviado, mensajero. Creo que sus palabras son palabras de Abbá creo que sus acciones son mensajes de Abbá. Creo que puedo llamar a Jesús la palabra presente entre nosotros. Yo sólo creo en un Dios, que es padre, palabra y viento porque creo en Jesús, el hijo, el hombre lleno del Espíritu de Abbá. El prelado remata su prédica con la retórica habitual: “¡Tan notorio es , hermanos, el declive de la fe en Europa!”… A la salida, la feligresía ironiza: “Con estas lamentaciones, espanta a la poquita gente que aún venimos los domingos”. Bromas aparte, el declive de la fe es un reto fuerte. Si abren los ojos, las religiones descubrirán raíces de irreligiosidad en su misma institución. No sólo en Europa, ni en las iglesias cristianas; ni sólo es cuestión de números, descenso de afiliación o falta de vocaciones. Dos causas son destacables: el cambio cultural y la resistencia al cambio por parte de las religiones.
En la VIII Asamblea (Kyoto, 2006) de la WCRP (World Conference of Religions for Peace) era unánime el consenso interreligioso en dos puntos: 1) La traición de las religiones a la religiosidad. 2) El desfase entre el mundo actual y las religiones. El Concilio Vaticano II pidió a la iglesia: “rejuvenecimiento” (ressourcement, retorno a lo originario) y actualización (aggiornamento, adaptación actual). Hoy se respira ambiente de reforma, atribuible al “efecto Francisco”. Pero ¿cómo supera un solo líder la endogamia de su institución? Cuestionado, a fines del milenio, el futuro de la vida religiosa, la tendencia reformista (Martini) contrastaba con posturas de renovación sin ruptura (Ratzinger). La Asamblea de Órdenes Religiosas (1998) apostaba por la “refundación” (con el título Refundar, editó su Presidente, C. Maccise, sus debates ). Hoy no bastan remodelaciones de fachada para sobrevivir como museo. Las religiones confrontan su refundación. Como ejemplo, cuatro reconstrucciones: - reinterpretar mitos, - reinventar ritos, - revisar tabúes - redescubrir la espiritualidad. “Ni llegamos a destruir viejos ídolos, ni a recrear nuevos símbolos”, formulaba Paul Ricoeur diagnosticando la crisis hermenéutica (De l’interpretation, 1965). Las religiones necesitan recrear su identidad adulta, ya pasados los tiempos pre-críticos. Ni el hinduismo puede seguir hablando de re-encarnación al pie de la letra; ni el judaismo narrar el Éxodo y paso del Mar Rojo como acontecimiento histórico; ni el cristianismo ignorar el carácter simbólico de los relatos bíblicos de revelaciones, milagros, apariciones o exorcismos. Reconocerá el budista lo legendario del relato sobre el nacimiento portentoso del Buda, por obra y gracia del elefante sagrado, y admitirá el católico el sentido metafórico de concepción y nacimiento virginales por obra y gracia de espíritu santo. Pese a la demanda social de ritos de tránsito, ni la boda sintoísta, ni el funeral budista, ni el bautizo infantil y las primeras comuniones católicas, logran superar la contradicción entre lo significativo y lo obsoleto, lo relevante y lo anacrónico. Pese a a sus justificaciones religiosas, las circuncisiones hebraicas o las mutilaciones genitales africanas y los tabúes católicos sobre sexualidad exigen revisión radical para desmontar las ideologías que los cimientan. Estos ejemplos solo son punta de iceberg. Más acuciante es redescubrir la espiritualidad: la búsqueda de lo hondo de la vida y la realidad. Las religiones la iluminan, alimentan y aseguran; pero son ambivalentes. En nombre de lo divino se promovieron abrazos y se fomentaron violencias. En nombre de “un dios” mató el terrorista y en el mismo nombre se justificó guerra injusta para evitar terrorismos. Buda y Jesús invitaron a la humanidad a desengañarse, salir de sí y cuidarse mutuamente. Era un camino de lucidez cordial y liberación compasiva, común en la pluralidad de las religiones; olvidado luego por ellas a lo largo de la historia, lo anhelado hoy la humanidad, explorando el nuevo paradigma de espiritualidad más allá de las religiones. Dos días antes de que sonara el nombre de Francisco en la plaza de San Pedro, un grupo de cristianos se reúne en Santiago de Chile, como de costumbre, congregados por Jesús y su Espíritu- Pero ese es día el diálogo es especialmente intenso y de esa vivencia sale el documento que publicamos. Uno de los asistentes firmantes es Manuel Ossa, colaborador de ATRIO, amigo y traductor de Roger Lenaers. Él nos envía este texto. Independientemente de Francisco, ellos deseaban otra Iglesia de creyentes, abierta “a todos, incluso a los que ahora se llaman Obispos o Papas, en ejercicio o eméritos”.
Manifiesto de cristianos Unas treinta personas nos reunimos el lunes pasado, 11 de marzo de 2013, en el Centro Diego de Medellín, para conversar e intercambiar opiniones sobre la iglesia en la actual situación de renuncia papal. Sentimos como un regalo el solo hecho de juntarnos. Pero del grupo que se juntó, salió algo más. Parece que estuvimos haciendo iglesia, porque en las varias etapas de nuestro caminar dialogal, sentíamos que de algún modo “nuestro corazón ardía”… Nos dimos cuenta de que la renuncia a ser Papa de Joseph Ratzinger nos había conmovido profundamente. No sólo por lo inusual del hecho, sino por el trasfondo de profundo malestar del que tal acto fue expresión. Aunque no lo dijo, a nuestro hermano debió dolerle la Iglesia Católica Romana que él dejaba de presidir en ese acto. Nos hacemos cargo de ese dolor, porque es también el nuestro. Nos duele esa iglesia en la que se han frustrado las esperanzas levantadas por el Concilio Vaticano II. En vez de definirse como pueblo de Dios, en la línea del Concilio, esa iglesia oficial ha reforzado su carácter jerárquico y autocrático. En vez de abrirse a una participación femenina activa en todos los niveles de las llamadas funciones pastorales, se ha mantenido como una organización en último término dominada por varones. En vez de escuchar a los jóvenes y sensibilizarse a sus inquietudes, les ha opuesto una moral negativa y poco realista. En vez de favorecer la igualdad de todos y el respeto a la diversidad de las personas, se ha obstinado en discriminar a muchos en razón de opciones sexuales diferentes. En vez de oponerse claramente a la dictadura del neoliberalismo, – un modelo pensado para que existan pobres y que vive de generar pobreza, desigualdad y opresión -, la iglesia oficial convive y negocia con el mismo, haciéndose su cómplice y contrariando en los hechos sus declaraciones de doctrina social. Somos responsables de ello como cristianos. Dejamos para el último y aparte la mención de los abusos sexuales cometidos y largo tiempo silenciados, y los manejos financieros oscuros en que se han visto implicados muchas personas e instituciones eclesiásticas. Sentimos que esa forma de ser iglesia está agotada y se ha vuelto irrelevante porque se ha separado del evangelio y por lo mismo no tiene mensaje para el mundo de hoy. En este encuentro del lunes 11 de marzo y en los de muchos otros grupos cristianos, estamos viviendo un momento nuevo. La renuncia papal ha gatillado la conciencia de que ésta es nuestra hora: la de tener la audacia de los primeros cristianos para volver a Jesús solo, al darnos cuenta de que la mediación que debería ser la iglesia no está a la altura de su cometido. Cuando la mediación falla, hay que rehacerla, reformarla, como se dijo hace ya tiempo. Y se constató que aún “reformada”, el proceso de reforma debía recomenzar siempre de nuevo. Esto es parte de lo que se expresa con el término más amplio de conversión. Lo experimentamos en esta misma reunión autoconvocada y en la esperanza que se despierta en muchos y se muestra en numerosos grupos que se están manifestando como éste. La visión de muchos jóvenes cristianos es que el Papa no es el “papá” de la iglesia. No hemos quedado huérfanos. Y en este encuentro hemos comprobado que los mayores estamos sintiendo igual que los jóvenes. Sentimos el vigor nuevo del espíritu que hoy nos anima a todos y todas, y que, confiamos, sea el mismo de Jesús. En ese espíritu queremos seguir caminando, pues percibimos que la iglesia de Jesús es otra cosa y que esa otra figura de iglesia deberá acontecer, llegar hasta nosotros, nacer en nosotros, volverse palpable y experimentable algún día. En un momento tan desolado de la historia de nuestro pequeño gran mundo, Jesús es nuestra opción, no el Jesús de dogmas lejanos e incomprensibles hoy, sino el que vieron gente como Oscar Romero, Helder Cámara o Enrique Alvear, quienes nos lo han mostrado a él, viviendo en medio de los pobres, pobre con ellos, desheredado, apartado y excluido del banquete de Epulón, como el resucitado en una nueva dignidad que no se compra, sino se adquiere en la firmeza de la conciencia y de la lucha. Una iglesia que ponga así sus ojos en Jesús y en el pobre, es nuestra iglesia verdadera. Ella es la católica, por estar llamada a ser universal, y en ella queremos cobijarnos, para construirla desde adentro y recibirla como regalo cuando acontezca de veras. Nos integramos a ella incluso aquéllos que parecemos estar afuera: quienes atribuimos el ser incrédulos a esa forma de ser iglesia que nos ha impedido creer; nos integramos también quienes nos hemos apartado o hemos sido excomulgados como herejes, por no aguantar la ínfulas romanas ni sus arbitrios. Es una iglesia en que ya no habrá distinción de confesiones, porque protestantes, luteranos, reformados, evangélicos… caben también en ella y pueden sentirse en su casa y autónomos. Todas y todos descubrimos hoy una nueva, abundante y colorida manera de ser católicos. Ayer silabeamos algunos de los rasgos de este nuevo catolicismo que entrevemos. Aquí van algunas de las sílabas que dijimos como ensayando, y que poco a poco se irán convirtiendo en palabras creadoras y en hechos históricos. Liberados del clericalismo, empoderados o investidos del poder que somos y tenemos como grupo – “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre…” – y creyendo, pues, en esa presencia ausente, la de Jesús con nosotros y en el vínculo que nos une, nos comprometemos a tomar nuestra responsabilidad a dos manos, para hacer iglesia allí donde nos encontremos, por ejemplo, como lo hacen ya los jóvenes quienes llevan el evangelio a la calle donde se manifiestan por una nueva educación, por la igualdad de trato y de respeto por las opciones sexuales, por la aceptación magnánima de la diversidad. Porque somos iglesia para que exista solidaridad en el mundo. Nuestra posición es de desobediencia en aquellas cosas que no son de Jesús. Y eso lo discernimos comunitariamente. Tenemos poder de decisión fundado en el evangelio Creemos que también nosotros somos iglesia. Porque amamos la iglesia, queremos luchar por y dentro de ella en el cambio de sus estructuras. Nos comprometemos a hacer una iglesia de Jesús a contracorriente de las “iglesias” que en los hechos han dejado de serlo, por haberse aliado con los “poderes y potestades” de este mundo que son la finanzas especulativas, los capitalismos expoliadores y los señoríos políticos. Hacer iglesia es mirar hacia fuera y estar en el mundo real, metidos y comprometidos en las luchas ciudadanas, para impedir la acción de quienes dicen construirlo y en los hechos lo destruyen y para instaurar la verdad y la justicia allí donde el poder económico ejerce violencia a través de las instituciones militares y policiales. Esa es la iglesia viva, la que vive con el pueblo y en el pueblo, porque nace de él. Hacer iglesia es diseñar, elaborar y comenzar desde ahora a vivir, poco a poco, con paciencia y tenacidad, pero también con gozo y humor, la figura de una sociedad nueva. Quisiéramos ganar para esta forma de ser iglesia a todos, incluso a los que ahora se llaman Obispos o Papas, en ejercicio o eméritos. No condicionamos nuestro proyecto y nuestra acción a un cambio inmediato en estas personas o funcionarios. Iremos preparando el camino para que tenga lugar en plenitud una mutación que ya se está gestando. En el futuro, nuestros dirigentes, acompañantes espirituales, liturgos, orientadores o profetas serán igualmente mujeres que hombres. Tal vez no se llamarán sacerdotes ni obispos ni pastores ni padres o madres, sino quizás compañeros y compañeras, hermanas y hermanos, conductores o facilitadores de las iniciativas que, como sujetos autónomos, procuremos tomar decisiones comunitariamente… No recibirán más honores ni dignidades que la propia dignidad de todo ser humano. A medida que se desarrollen sus carismas, iremos encontrando la manera de nombrarlos. Las y los iremos reconociendo en el ejercicio mismo de sus funciones, aprobándoles en sus cargos por votación de todas y todos, o, cuando sea necesario, revocando sus funciones o pidiéndoles hermanablemente su renuncia. Tal vez llegará un día en que el Papado, como función de la unidad de la fe en la variedad de los dones, sea ejercido colegiada y hermanablemente por hombres y mujeres dialogantes que serán escogidos por el extenso pueblo de Dios de todas las lenguas y colores de esta tierra. Conversado en Santiago, el 11 de marzo de 2013, antes de la elección del Papa Francisco, y ratificado algunos días después por la siguiente lista de personas que participaron en dicha reunión: Vicente Morales, José María Jarry, Ana María Olguín, Luisa Caro,, Verónica Salas,, Sandra Segovia, María Inés Urrutia, Juan Subercaseaux, Raúl Rosales, Hervi Lara, Verónica Espinoza, Corina Varela, Manuel Ossa, Luis Ramírez, Manuel Hidalgo, Abelardo Ahumada, Juan Bautista Gatica Diálogo del ángel Rafael con el cura Juanico
Llamó con los nudillos, pero nadie respondió. Levantó suavemente el picaporte y entró con sigilo. Sobre el pupitre dormitaba Juanico, pluma en mano sobre la página emborronada. Se cortaba la frase en la segunda línea: “Hoy es el día de la Ascensión. Jesús subió a los cielos y está sentado a la dere…” Ángel Rafael: Despierta, Juanico. Cura Juanico: Ah, ¿eras tú, Rafael? Llegas a tiempo. Rafael: Para echarte una mano en la homilía. Juanico: Iba a empezar con lo del Credo, “a la derecha del Padre” Rafael: Mal comienzo, no lo entenderán Juanico: Me lo temía, pero… Rafael: Tú homilía dialogada de la misa infantil, va para los mayores, ¿verdad? Juanico: Dicen que ese día, lo entienden mejor las personas mayores. Rafael: Pero en tu catequesis son gente avispada. Seguro que Paquito, que ve mucho cine, te pregunta si Jesús subió a los cielos con cohetes de propulsión individual en la mochila, como un héroe del 007. Y Angelita, tan espabilada, pondrá a Jesús en tercer lugar, y a la derecha del padre colocará a María como la Cospedal junto al Rajoy. Juanico: A mis peques les pega decir eso… Rafael: Tú empieza sin miedo, diles a mayores y menores que la ascencsión no es trepar a los cielos, sino bajarse a los suelos. Juanico: Se quedarán desconcertados. Rafael: Es lo que hacía Jesús desconcertando con parábolas; y, en vez de explicarlas, que quien pueda entender, entienda. La gente quedaba descolocada, luego caían en la cuenta y miraban desde el sitio en que los quería colocar Jesús. Nada de evadirse de este mundo al cielo, Jesús encarga a los discípulos bajarse al suelo. Juanico: Bajarse a la vida. Rafael: ¿Para qué? Como dice el salmo, “para levantar del suelo al pueblo empolvado, empobrecido e injusticiado”. Juanico: Eso me gusta, será la homilía para la comunidad de base; se engacharán a compartir y tendrán mucho que decir. Pero los de domingo en misa de doce no van por ahí. Los hay del partido azul y del naranja, mitad y mitad. Pero ni los azules están con el pueblo, a pesar de presumir de populares, ni los naranjas por el bien común social, aunque se llamen sociales. Y ni unos ni otros están por bajarse al suelo con el Jesús del Evangelio. Esperan que les digas algo “políticamente correcto”, que no moleste, ni estorbe cuestionando, por ejemplo, sus primeras comuniones lujosas, como costumbre social poco religiosa… Rafael: Por eso mismo necesitan que lo digas. Dílo evangelio en mano. Juanico: ¿Cómo? Rafael: Por ejemplo, con Marcos 16, 7: “El que Vive va por delante de vosotros… en Galilea lo veréis”. Buscad a Jesús en lo cotidiano de la Galilea de empobrecidos e injusticiados. O con Lucas, en los Hechos 1, 1-11: “No os quedéis embobados mirando hacia arriba”. No viváis la religión como evasión de este mundo. No os escabulláis de la tarea de transformarlo. No ignoréis el problema del desahucio y desempleo. Juanico: Así lo entiendo yo. Pero protestarán quienes me acusan de muy social y poco espiritual, se quejan de que me meta en política en la homilía, dicen que menos indignación social y más mística y espiritualidad… Rafael: Díselo citando la carta a la iglesia de Éfeso. Dice que Jesús “subió a los cielos”, es decir, que “lo llena todo para salvarlo todo”. Ese es lenguaje místico. Juanico: Entonces se enfadará la otra parte de la comunidad. Dirán que me pasé a la mística y me olvidé de lo social. Rafael: No, la lectura social del evangelio es muy espiritual. Praxis social y contemplación no son incompatibles. Se entiende bien aclarándolo con Mateo 28, 20 Juanico: Pero Mateo, “tan eclesiástico y jerárquico”, parece decantarse por la “derechona”. Rafael: Tampoco es eso, Juanico. Recuerda que, en el pergamino de Mateo 28, 16-20, va con tinta roja cuatro veces seguidas la palabra “TODO” (en griego “PANTA”) : “todo poderío…, todas las gentes…, todas las cosas que os inculqué…, todos los días a vuestro lado”. Ese “todo” es la palabra clave de la catolicidad y mundialización. No de la tan cacareada globalización, la de explotar a todos para enriquecer a unos pocos, sino la auténtica mundialización que levanta del polvo a todo el mundo, hace iguales ante la justicia a todos y todas, rescata a quien necesita ser rescatado y no a unos pocos financieros que no lo necesitan y fueron causa del empobrecimiento del resto. Dice Jesús: “Se me ha dado todo poderío para liberar; no para dominar y explotar, sino para levantar del suelo a todo el mundo. Os encargo que os bajéis al polvo para levantar del suelo a todas las gentes tiradas por el suelo. Y cuando hagáis eso, estad seguros que yo estaré a vuestro lado todos los días hasta el fin de los siglos”. Ese es el “todo” de las Ascensión, ese es el “todo” de la verdadera mundialización de la paz y la justicia. Juanico: Ya, leído así concuerda con lo que aprendía hace medio siglo en cursos de exégesis. Rafael: Tú seguiste los de Juan Mateos y Alonso Shökel, ¿verdad? Su traducción comentada del Nuevo Testamento es de lo mejor que hay en español. Juanico: Es la que sigo usando siempre, figúrate como será de buena que en alguna librería diocesana la prohibieron por orden del obispo. Rafael: Señal de lo buena que es. Juanico: Sus comentarios me ayudan a explicar cómo está presente Jesús, El Que Vive Resucitado, en la comunidad reunida por su Espíritu, la que prolonga su cuerpo y sustituye al templo. Está presente de cinco maneras, como expresan las metáforas de la Ascensión: 1) Está arriba, 2) a la derecha, 3) delante, 4) al lado, 5) y en todo. 1)Está arriba, lenguaje simbólico apocalíptico de victoria, “elevación” o “exaltación” (Lc 24,51). 2) Está a la derecha, lenguaje simbólico de juicio escatológico, “a la derecha del Padre”, desde allí vendrá a juzgar (Act 1,11). 3) Está delante, lenguaje simbólico del encuentro con Él en la praxis cotidiana, “en Galilea le encontrarán” (Mc 16, 7). 4) Está al lado, lenguaje simbólico de su presencia en la comunidad enviada en misión, todos los días hasta el final (Mt 28, 19-20). 5) Está en todo, lenguaje simbólico místico-cósmico: está en todo, ascendió “para llenarlo todo” (en griego: ina pleróse ta panta). Este quinto lenguaje es el más maduro, propio de la fe adulta, más allá de la magia, desmitificador, juntando mística y crítica social. Rafael: Premio, Juanico. Pues ahora no hay más que ponerlo en práctica. Que la frase final de tu homilía sea la del comienzo. Ascensión significa bajarse a la vida, bajarse al suelo. Como Jesús y el Papa Francisco en el lavatorio de pies. Como el obispo Samuel de Chiapas, de quien decía los indígenas: “Desde que vino don Samuel, ya no andamos con cabeza baja. Don Samuel se bajó a nosotros y nos levantó, nos devolvió nuestra dignidad y ahora caminamos con la cabeza erguida”. Juanico: Gracias, Rafael. Le pediré al obispo que me deje retirarme y te ponga en mi lugar al servicio de la parroquia. Una iglesia que no se baja al suelo no puede subir a los cielos. Nuestra mentalidad tiende inmediatamente a preguntarse ¿qué sucedió? Queremos ante todo saber dónde tuvo lugar este suceso, cuándo sucedió, y qué sucedió exactamente. Y esto es una mala postura previa para la lectura de cualquier texto. La pregunta correcta es "¿qué nos quiere decir el autor?" con este relato. Mirándolo desde este punto de vista, los textos son fuertemente coincidentes, mientras que desde nuestra curiosidad por el mero suceso parecen fuertemente divergentes.
El mensaje único de todos los textos es simple: Jesús exaltado como Señor encomienda a los discípulos su misión. TEMA PRIMERO: LA EXALTACIÓN Es el tema en que culmina el mensaje de la Resurrección. La Resurrección es presentada siempre como el triunfo sobre la muerte, la liberación del poder del mal. La Ascensión representa la exaltación definitiva, la consagración como Señor. Corresponde, por oposición, a la humillación que representa "despojarse de su condición divina", "hacerse pecado", "humillarse hasta la muerte y muerte de cruz". Es el triunfo último, la proclamación de Jesús Primogénito en quien se revela todo el designio de Dios: su aceptación de la voluntad de salvación del Padre, que pasa por la humillación para llegar a la plenitud. La humillación es presentada con la simbología básica del "descenso": "bajó del cielo", "descendió a los infiernos"... Paralelamente, la exaltación es presentada con la simbología básica del ascenso: "subió a los cielos". Pero esta exaltación no es simplemente la de un hombre. Es la manifestación definitiva del Hijo, y por tanto, es acompañada con los signos acostumbrados de las teofanías: la nube, la voz, los hombres de vestidos resplandecientes, la "situación definitiva" como Rey del Universo, "sentado a la diestra de Dios". Encontramos por lo tanto en estos relatos el último acto de fe de los testigos en Jesús, el hombre lleno del Espíritu, que ha aceptado humillarse hasta la muerte y muerte de cruz por cumplir la voluntad de salvación del Padre, que ahora ocupa "su lugar", el que le corresponde por naturaleza. Pero este simbolismo no termina en Jesús. Jesús es la revelación de Dios, en Él conocemos a Dios; y también la revelación del hombre, en Él conocemos quiénes somos. La Ascensión, como la resurrección y la cruz, se refieren a Jesús como persona y a Jesús como Primogénito, es decir, nos están diciendo también quiénes somos, qué es vivir. La Sagrada Escritura, leída como "EL LIBRO", es un solo libro, con un argumento: El ser humano creado por Dios como Hijo suyo, apartado de su destino por el pecado (Libro del Génesis), ayudado por Dios para recuperar su condición de Hijo, consiguiéndolo finalmente (Resurrección-Ascensión-Apocalipsis). Este es el argumento de la historia humana, que es una Historia Sagrada, la historia de la pelea de Dios contra el pecado de los hombres, la historia de la Liberación, que empieza en el Paraíso como utopía soñada por Dios, y termina en la ciudad de Dios, del Apocalipsis, como sueño cumplido, como destino de la humanidad, triunfo de Dios. La Ascensión es "colocar a Jesús donde debe estar", y es un acontecimiento profético, el anuncio de nuestra colocación en nuestro sitio, exaltados a la diestra de Dios, porque "aún no se ha manifestado lo que seremos; pero, cuando se manifieste, veremos a Dios cara a cara". Es importante que nos acostumbremos a la lectura de los Evangelios superando nuestra propensión a quedarnos en los hechos físicos sensibles. Lo que importa siempre es el significado de los hechos, y eso es lo que constituye el interés fundamental del evangelista. En los relatos de la Ascensión nos preocupa mucho desde dónde despegó Jesús hacia los cielos y a dónde fue, pero lo que importa es que mi destino es Dios y Jesús revela la grandeza del ser humano capaz de alcanzar la divinidad. TEMA SEGUNDO: LA MISIÓN El esquema seguido por los evangelistas es un clásico en las "vocaciones de misión" de toda la escritura. Proponemos algunos ejemplos: ÉXODO 3JEREMÍAS 1MATEO 28Dios dice:"Yo soy el Dios de tus padres... Vete, que Yo te envío al Faraón para saques a mi pueblo de Egipto... Yo estaré contigo..." "Antes de haberte formado te conocía... Adondequiera que Yo te envíe irás... Yo estoy contigo..." "Se me ha dado todo poder... Id por todo el mundo y anunciad... Yo estoy con vosotros..." La Misión aparece como el elemento fundamental de los relatos, que es precisamente lo que recoge el Evangelio de Juan en la aparición a los diez. Recordemos la narración de Juan. "Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: "Paz a vosotros" Diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Y les dijo otra vez: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A los que perdonéis los pecados..." Juan presenta por tanto en una sola escena la constancia de la resurrección, la misión, y la infusión del Espíritu. Y, una vez más, comprobamos que el Evangelio de Juan recoge en síntesis lo fundamental del mensaje ya narrado por los demás. CONCLUSIONES La Ascensión no es un hecho físico. "Arriba" está la estratosfera, no la residencia de los dioses. Los astronautas no están más cerca de Dios. "Abajo" ... ¿En qué dirección? ¿A partir del polo Norte o del Polo Sur? ... "Descendió a los infiernos" significa lo mismo que "subió a los cielos", es decir, que humillado hasta la muerte y muerte de cruz, vive exaltado por el poder de Dios; que es Señor de la vida y de la muerte, del pasado y del presente. Es buena la simbología, porque nos ayuda a imaginar, cosas que nuestro conocimiento necesita. Pero no es bueno permanecer en la situación mental de los niños que confunden los símbolos con la realidad. Y es bueno recordar que el Cielo no es un lugar sino el encuentro con una Persona. Los evangelistas nos proponen ante todo el resumen final de la fe: la fe en Jesucristo, Dios con nosotros Salvador, resumen de toda nuestra fe y fundamento de nuestra misión. Y eso es lo que sucedió, que en Jesús, la Palabra que estaba desde siempre en el seno del Padre, puso su tienda entre nosotros, despojándose de su rango, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y está sentado a la diestra de Dios, dejándonos a nosotros la fuerza de su Espíritu para que llevemos a cabo en el mundo la Misión que su Padre le encomendó. Esa es la realidad, el sentido verdadero de lo que los ojos vieron entonces, y nuestros ojos siguen viendo hoy. A nosotros quizá no nos guste este modo de expresarse. Pero no se trata de que nos guste. Se trata de que la Palabra está siempre encarnada, y de que ésta es la manera de expresarse de aquellos hombres que fueron los que nos comunicaron la Palabra. EL MENSAJE DE LA ASCENSIÓN Hoy se nos invita a inaugurar el "tiempo de espera", que es la vida. Dios "no está". Dios no es una evidencia de los sentidos ni - quizá - de la razón. Pero la vida del hombre no es algo sin sentido. Es un tiempo entre dos presencias: entre Dios y Dios. "¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?. Volverá". La vida plantea al ser humano el profundo interrogante de su sentido. Religión es hallar el sentido de la vida en Dios. Así, se nos invita a encontrar el sentido de la vida en Jesús, mirando atrás, al presente y adelante. Mirando atrás, porque Jesús es una realidad en el tiempo: una realidad histórica en la que aquellos hombres supieron ver la presencia de Dios: de eso son testigos los primeros discípulos: de la presencia en Jesús del Espíritu de Dios. Por tanto, se ha manifestado el Espíritu de Dios, se ha dejado ver el sentido de la vida. Así, el cristiano se define como creyente en Jesús: el que acepta que en Jesús se ha manifestado el Espíritu de Dios. La fe en la Ascensión no es aceptar que una persona voló a los cielos. Es aceptar que Jesús es el sentido de todo, la revelación de Dios y del sentido de la existencia: el Señor. Mirando al presente, porque la aceptación de Jesús es la aceptación de la misión. Todos los textos terminan, de una u otra forma, en la Misión. Para eso se nos manifiesta Jesús. El sentido de la vida de los cristianos es diferente: constituidos en el nuevo pueblo de Dios, han sido elegidos para la misión, para dar a conocer a todos lo que han recibido. Se puede no aceptar la misión. Se puede no ser cristiano. El que acepta, es para convertirse en mensajero de Jesús. Mirando al futuro: "Volverá". No se trata de la ingenua noción de que un día aparecerá físicamente entre resplandores a pedir cuentas. Está bien como imagen, pero nada más. "Volverá": el mundo que vivimos, aparentemente ausente de Dios, va hacia El. Mi vida va hacia El. La humanidad va hacia El. Nosotros nos esforzamos por provocar el encuentro, cada uno el nuestro, y el de todos si es posible. Todos nuestros símbolos no son capaces más que de deformar lo que será el encuentro. Nadie puede describir, pintar, imaginar, simbolizar, a Dios. Nosotros solemos simbolizar la venida con luces, rayos, terremotos... cuando Jesús habló de Dios habló de pastores, médicos, viejecitas, sembradores, pescadores... Eso sí que lo entendemos. En resumen: Creo en Jesucristo, el Señor, Revelación de Dios y del sentido de la vida: acepto la vida como misión recibida de El, para que todos los hombres le conozcan y salven su vida. Espero mi plenitud, y la de todas las cosas, en Él. Hoy debemos tener muy presente la oración de Pablo: "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de revelación para conocerlo; ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama..." (Ef 1,17-23)
No pide inteligencia, sino espíritu de revelación. No pide una visión sensorial penetrante, sino que ilumine los "ojos" del corazón. El verdadero conocimiento no viene de fuera, sino de la experiencia interior. Ni teología, ni normas morales, ni ritos sirven de nada si no nos llevan a la experiencia interior y no van acompañados de una vida entregada a los demás. Hemos llegado al final del tiempo pascual. La ascensión es una fiesta de transición que intenta recopilar todo lo que hemos celebrado desde el Viernes Santo. La mejor prueba de esto es que Lucas, que es el único que relata la ascensión, nos da dos versiones: una al final del evangelio y otra al comienzo del los Hechos. Para comprender el lenguaje que la liturgia utiliza para referirse a esta celebración, es necesario tener en cuanta la manera mítica de entender el mundo en aquella épocas y posteriores, muy distinta de la nuestra. Desde una visión mítica, el mundo estaba dividido en tres estadios: el superior (arriba) estaba habitado por la divinidad. El del medio (el nuestro) era la realidad terrena en la que todos vivimos. El tercero (abismo) era el lugar del maligno y sus secuaces. Desde este esquema, la encarnación era concebida como una bajada del Verbo, desde la altura donde habita la divinidad a la tierra. Su misión era la salvación de todos. Por eso, después de su muerte tuvo que bajar a los infiernos (inferos) para que la salvación fuera total. Una vez que Jesús cumplió su misión salvadora, lo lógico era que volviera a su lugar de origen. No tiene sentido seguir hablando de bajada y subida. Cambiar la mente de las personas es muy difícil. Pero si no lo intentamos, estaremos transmitiendo conceptos que la gente de hoy no puede comprender. Una cosa fue la predicación de Jesús terreno y otra muy distinta la tarea que tiene que acometer la comunidad, después de atravesar la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el Reino de Dios, vivido y predicado, pero a los primeros cristianos les llevó tiempo. En el caso de Jesús y en el de los apóstoles, el verdadero motor es el Espíritu. Con esa misma "fuerza de lo alto", nosotros tenemos que continuar la obra de Jesús. Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, envío del Espíritu son todas realidades pascuales. En todas ellas queremos expresar la misma verdad: el final de "este Hombre" Jesús, no fue la muerte sino la Vida. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sala imagen, por eso tenemos que desdoblarlo para ir analizándolo por partes y poder digerirlo. Con todo lo que venimos diciendo durante el tiempo pascual, debe estar ya muy claro que después de la muerte no pasó nada en Jesús. Una vez muerto pasa a otro plano donde no existe tiempo ni espacio. Sin tiempo y sin espacio no puede haber sucesos. Todo "sucedió" como un chispazo que dura toda la eternidad. El don total de sí mismo es la identificación total con Dios y por tanto su total y definitiva gloria. No va más. En los discípulos sí sucedió algo. La experiencia de resurrección sí fue constatable. Sin esa experiencia que no sucedió en un momento determinado, sino que fue un proceso que duró mucho tiempo, no hubiera sido posible la religión cristiana. Una cosa es la verdad que se quiere trasmitir y otra los conceptos y fórmulas con los que intentamos llevar a los demás nuestra verdad. No estamos celebrando un hecho que sucedió hace 2000 años. Celebramos un acontecimiento teológico que se está dando en este momento. Los tres días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta días para la venida del Espíritu, no son tiempos cronológicos sino teológicos. Lucas, en su evangelio, pone todas las apariciones y la ascensión en el mismo día. En cambio, en los Hechos habla de cuarenta días de permanencia de Jesús con sus discípulos. Quiere decir que para él no tenía ninguna importancia el tiempo cronológico. Ni Mateo, ni Marcos, ni Juan, ni Pablo hablan de la ascensión como fenómeno físico. Solo Lucas al final de su evangelio y al comienzo de los "Hechos", narra la ascensión como un fenómeno constatable por los sentidos. Si, como parece probable, los dos relatos constituyeron al principio un solo libro, tendríamos que se duplicó el relato para dejar uno como final y otro como comienzo de sus dos obras. Para él, el evangelio es el relato de todo lo que hizo y enseñó Jesús; los Hechos es el relato de todo lo que hicieron los apóstoles. Esa constatación de la acción de Dios, primero en Jesús y luego en los cristianos, es una de las claves de todo el misterio pascual y en concreto es la clave para entender la fiesta que estamos celebrando. El cielo en todo el AT, no significa un lugar físico, sino una manera de designar la divinidad sin nombrarla. Así, unos evangelistas hablan del "Reino de los cielos" y otros del "Reino de Dios". Solo con esto, tendríamos una pista para no caer en la tentación de entenderlo materialmente. Es lamentable que se siga hablando a la gente de un lugar donde se encuentra la corte celestial. Podemos seguir diciendo "Padre nuestro que estás en los cielos". Podemos seguir diciendo que se sentó a la derecha del Padre. Pero entenderlo literalmente nos mete por un callejón sin salida. Más pistas: Hasta el s. V no se celebró ninguna fiesta de la Ascensión. Se consideraba que la resurrección llevaba consigo la glorificación. Ya hemos dicho que en los primeros indicios escritos que han llegado hasta nosotros de la cristología pascual, está expresada como "exaltación y glorificación". Antes de hablar de resurrección se habló de glorificación. Esto podía explicar la manera de hablar de ella en Lucas. Lo importante de todo el mensaje pascual es que el mismo Jesús que vivió con los discípulos, es el que llegó a lo más alto. Llegó a la meta. Alcanzó su plenitud que consiste en identificarse totalmente con Dios. La Ascensión no es más que un aspecto del misterio pascual. Se trata de descubrir que la posesión de la Vida por parte de Jesús es total. Participa de la misma Vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del "cielo". Las palabras son apuntes para que nosotros podamos entendernos. Hoy tenemos otro ejemplo de cómo, intentando explicar una realidad espiritual, la complicamos más. Resucitar no es volver a la vida biológica sino volver al Padre. "Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre". Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hasta lo más alto, el Padre. Pero teniendo en cuenta que nuestro punto de partida es también, como en el caso de Jesús, el mismo Dios. No se trata de movimiento alguno, sino de toma de conciencia. Esa ascensión no puedo hacerla a costa de los demás, sino sirviendo a todos. Pasando por encima de los demás, no asciendo sino que desciendo. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es descendiendo hasta lo más hondo. El que más bajó, es el que más alto ha subido. El entender la subida como física es una trampa muy atrayente. Los dirigentes judíos prefirieron un Jesús muerto. Nosotros preferimos un Jesús en el cielo. En ambos casos sería una estratagema para quitarlo de en medio. Descubrirlo dentro de mí y en los demás, como nos decía el domingo pasado, sería demasiado exigente. Mucho más cómodo es seguir mirando al cielo... y no sentirnos implicados en lo que está pasando a nuestro alrededor. En el corto relato que hemos leído hoy, se encuentran todos los elementos que hemos venido manejando en el tiempo pascual: • la identificación de Jesús; • la alusión a la Escritura; • la necesidad de Espíritu; • la obligación de ser testigos; • la conexión de la vivencia con la misión de extender el Reino. Se contrapone la Escritura que funcionó hasta aquel momento y el Espíritu que funcionará en adelante. Recordemos que al inicio de su vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para llevar a cabo su obra. Los discípulos también tienen que ser revestidos de la fuerza de lo alto para llevar a cabo la suya. Meditación-contemplación "Os revestirán de la fuerza de lo alto". Este es el cambio que percibieron los apóstoles en la experiencia pascual. Una nueva energía vital que les inunda y les transforma. Es el "nacer de nuevo" que Jesús había propuesto a Nicodemo. .................... Esa energía tiene que iluminar todo mi ser. Como una lámpara se transforma en luz cuando la atraviesa la corriente, así mi ser se iluminará cuando conecte con lo divino. Esa iluminación es el objetivo último de todo ser humano. ..................... No se trata de un mayor "conocimiento" intelectual. No es la mente la que debe iluminarse, sino el "corazón". Aquí está la verdadera batalla, sobre todo, para nosotros los occidentales cartesianos. ................... Prefacio: Porque en esta fiesta de la ascensión celebramos la ausencia definitiva de Jesús, y la conciencia de que sigue con nosotros. Su plenitud en Dios no le impide seguir con nosotros dándonos su fuerza por medio de su Espíritu. Por eso.... |
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