María Magdalena se queda sorprendida porque no encuentra el cadáver de Jesús. Y experimenta entonces que Jesús está vivo. Esto me ocurre a mí. Me he preguntado hoy dónde le puedo encontrar vivo. He dado en mi vida muchas vueltas intentando encontrarle en lo sagrado. Pero no acabo de dar con Él… Me he quedado muchas veces en imágenes, ritos, mandamientos. Resulta que lo he experimentado al celebrar las celebraciones de esta semana en pueblos pequeños.
Aquí está mi labor de creyente. Jesús me lo indica: “tengo que volver a Galilea para verle, recordando y presenciando su vida, palabras, hechos…” Pero volver a Galilea con la experiencia de que muchas cosas que he vivido, he creído, he practicado, hoy no me descubren a Jesús. Puedo leer el Evangelio, pero leyendo a la vez el periódico y descubriendo la presencia y la acción de Jesús en la vida. Vengo de celebrar La Semana Santa en unas parroquias y en una de ella hay un centro de acogida a peregrinos. Con qué cariño, delicadeza, amor, respeto…. Me decía uno de ellos “para mí este lugar es sitio de encuentro con Jesús” La oración al atardecer es una auténtica experiencia de Emaús. Me ha resultado fácil comentar con los cristianos los pasajes del lavatorio. Nos hemos puesto un delantal y hemos celebrado todas las ocasiones de nuestra vida en la que tenemos actitud de servicio. Y una abuela me dice” yo hasta tres delantales me pongo al día para que no se manchen. “iCómo subían al templo con silla de ruedas, ascendiendo por una cuesta pina! Pero la alegría de verse las veinte personas del pueblo para rezar a su estilo juntas, valía la pena. Y una joven con discapacidad intelectual me dice “me has dado delantal, pero quiero otro para mi hermano”. Voy encontrando no ya el cadáver muerto, sino a Jesús vivo hoy. Una madre me ha contado que al hijo suyo le habían detectado un cáncer y estaba toda apesadumbrada… Ahora que vuelvo, me doy cuenta de que ya he encontrado no los restos del cadáver sino la Presencia vida y vivificante de Jesús. Porque hemos conseguido no cantar ninguno de esas canciones tremendistas “no estés eternamente enojado, Amante Jesús mío…” y hemos celebrado nuestro seguimiento de Jesús. Ya sé la receta para encontrar a Jesús: volver a las personas sencillas del pueblo, a las celebraciones familiares, a la amistad, a la cercanía con los débiles. Y una cosa importante: “hemos visto al Señor”. Necesito ir en su búsqueda en compañía, releer juntos el evangelio, orar juntos con creatividad. Jesús se manifiesta donde dos o más se reúnen en su nombre. Ha resucitado el Señor y lo he visto.
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Los textos de la iglesia son ininteligibles para la inmensa mayoría de creyentes por: Javier Elzo4/9/2018 Guillaume Cuchet es profesor de historia contemporánea en la universidad de Paris-Est-Creteil. Este libro ("Comment notre monde a cessé d'être chrétien. Anatomie d'un effondrement". Ed du Seuil, Paris, febrero de 2018) impacta por la erudición que muestra el autor, con conocimiento de casi todos, si no todos, los estudios socio-religiosos de Francia hasta el Concilio Vaticano II. Así como por los medios de los que dispuso para redactar su libro. Pura envidia, lo admito.
El libro se centra en Francia, pero muchas de sus realidades son aplicables entre nosotros. Datos para Francia Si hacia 1965 el 94 % de la población francesa estaba bautizada y el 25 % iban a misa todos los domingos, en la actualidad solamente el 2% va a misa (y la mayoría de edad avanzada) y no pasa del 30 % los menores de 7 años que están bautizados. Una iglesia conservadora, de gente mayor, y de derechas. Los católicos de izquierda ("les cathos de gauche", de hace dos o tres décadas) han desaparecido en la iglesia, o son una minoría muy minoritaria en medios urbanos e intelectuales, con casi nula capacidad de influencia social. Están ahora, secularizados, en las ONGs progresistas o en partidos claramente de izquierdas o verdes. Su tesis de fondo: Más allá de mayo del 68 (fuera de la iglesia) y de Humanae Vitae (dentro de la Iglesia, el mismo año 1968, el 25 de julio), el Concilio Vaticano II, desencadena (más que impulsa o genera) el desplome del cristianismo en Francia. El año 1965 sería el año de inflexión. Pero el tema viene de lejos. Desde la revolución francesa, dice Cuchet. Desde la Ilustración, digo yo. En mi opinión el tema de fondo es el derrumbe, no tanto del cristianismo, sino del Estado de cristiandad. Chuchet apunta varias causas, razones o motivos de este derrumbe que yo completo con ideas propias. En las páginas que siguen, en su mayor parte sigo el trabajo de Cuchet pero me permito, aquí y allá, insertar mis propias ideas o comentarios al texto y reflexiones de Cuchet. Distingo, por mi cuenta, argumentos extra-eclesiales e intra-eclesiales. A veces telegráficamente, a veces con cierta extensión, pero siempre breve. Habrá algunas, pocas, pero centrales, ideas repetidas. 1. Algunos factores socio culturales, más allá de la evolución interna de la Iglesia Católica Las consecuencias de la Revolución Francesa. Marca la cartografía socio religiosa francesa todavía hoy en día. La lectura de la ciencia como respuesta valida a determinadas prácticas religiosas (las rogativas) con efecto de arrastre a otras cuestiones. Una sociedad que está terminando de salir del estado de cristiandad. Una sociedad que se dice secular (pero secular, añado yo, de lo religioso cristiano, pues aceptando otras sacralidades: políticas, deportivas, vestimentarias, alimenticias...). En Francia al menos, (y creo que en España también) antes del Vaticano II se vivió el boom demográfico lo que hizo que, en los años del Concilio y hasta una década después en España, hubiera más niños y menores que hacía difícil percibir la caída de la práctica religiosa. La transmisión en general, luego también la familiar en particular ha cambiado: se aplaude la moral autónoma sobre la heterónoma, incluso familiar (en el terreno religioso particularmente). Transformaciones en las uniones familiares: del matrimonio canónico a las parejas de hecho. Las relaciones sexuales más allá de la reproducción. Reivindicación del eros, por sí mismo. Es capital tener en cuenta las diferencias socioculturales en general y socio-religiosas en particular a la hora de abordar la evolución de la religiosidad de la gente. Euskadi no es Andalucía, ni Oyarzun Irún. Más allá de la infravaloración de la práctica religiosa por parte de determinadas corrientes en alza en la Iglesia católica dominante en los años del Concilio, también cambió la significación social y sociológica de la práctica religiosa. Básicamente, es mi hipótesis de fondo, porque se está dejando atrás el estado de cristiandad y se avanza, resueltamente hacia la era secular que diría Charles Taylor. En ámbitos sociológicos, en muchos lugares de España y Francia, se hable del catolicismo sociológico, un catolicismo de herencia histórica, correspondiente a un momento en el que se era "naturalmente" católico. En la sociología francesa, pensando en Europa Occidental en general y en Francia más en particular, suelen distinguir tres momentos en los cambios socioculturales después de la segunda guerra mundial (no quiero repentizar aquí, ahora, algo similar para España o Euskadi): - 1945-1949, la reconstrucción en la inmediata postguerra - 1950- 1960, modernización de los países - De 1960 en adelante el gran cambio cultural con un punto álgido, en Francia, en mayo de 1968 2. Algunos factores socio culturales que contribuyeron, directamente, a la mutación socio-religiosa El final de las reservas de la ruralidad religiosa por el éxodo hacia las ciudades. La religión católica, a diferencia de la protestante, es una religión de masas, comunitaria. La caída de la natalidad, también, entre los católicos practicantes. En este aspecto me parece esencial recordar el papel clave, fundamental a mi juicio, que supuso la generalización de la píldora anticonceptiva que hacía, por primera vez en la historia de la humanidad, a la mujer dueña de la procreación. Que coincidiera, en el tiempo, con Humanae Vitae fue devastador para la Iglesia Católica. Los efectos de la inmigración, aunque no suficientemente estudiados, han tenido consecuencias para los inmigrantes (a menudo con convicciones diferentes en la segunda generación y tercera generación de inmigrantes respecto de la primera) y en los países de acogida que, en principio, los recibían con recelo, pero no podían no preguntarse por el ardor religioso de algunos de los inmigrantes. El pluralismo religioso era más que una teoría: una realidad cotidiana, como insiste Peter Berger. Estadísticamente se da una concomitancia entre el auge de la televisión en las familias y el desmoronamiento de la practica social de la religión. Algo similar cabe decir también del aumento del parque automovilístico y los desplazamientos de fin de semana y el desplome de la práctica religiosa. Pero de ahí no cabe concluir en una relación de causalidad pura. Veamos. En el caso de la televisión, en Francia, ya desde los años 60, en un canal mayoritario (A2), las mañanas de los domingos estaban reservadas a las confesiones religiosas: judaísmo, iglesias de la reforma y la Iglesia católica con una misa mayor a las 11.00 que se podía presentar como "la primera parroquia de Francia" que logró "recuperar a una parte del público practicante desestabilizado por las transformaciones post-conciliares" a decir de Cuchet (p. 157), aunque no tengo el recuerdo de que esas celebraciones televisadas fueran pre-conciliares, en absoluto. Pero si es cierto que la misa era seguida, casi exclusivamente, por personas enfermas o de edad avanzada. Ya se había producido el desenganche de los más jóvenes. La idea del derrumbe de la práctica dominical, en razón del auge del parque automovilístico y de los desplazamientos de fin de semana, fue sostenida durante un tiempo por el inmenso estudioso del fenómeno socio-religioso en Francia, el canónigo Boulard, heredero del pionero en estas lides, Gabriel Le Bras. La influencia de estos dos estudiosos traspasó los límites de Francia. Recuerdo haberlos estudiado en Lovaina de la mano de Jean Remy, entre otros, que publicó un libro importante junto a Boulard. Pero la tesis de la correlación entre el auge de los desplazamientos de fin de semana con el derrumbe de la práctica religiosa dominical sufre un mentís rotundo al constatar que no son las clases pudientes, las que en mayor proporción pudieron comprarse un coche y utilizarlo para el recreo de los fines de semana, quienes en mayor proporción abandonaron la práctica religiosa dominical. (No continuo aquí en las correlaciones entre clase social y práctica religiosa, que me llevaría demasiado espacio. Baste decir que estas correlaciones varían en razón del lugar considerado y del transcurso del tiempo). 3. Algunos factores internos a la propia Iglesia (de forma telegráfica) Una iglesia elitista cuando todavía era rural. Minusvaloración de la religiosidad popular. La gente sencilla, sin estudios, no se reconoce en la iglesia post-conciliar. Un Iglesia marcadamente clerical y masculina, aun diciendo valorar al laico y a la mujer. Infravaloración, por parte de la Iglesia, de las prácticas religiosas y de la dimensión cultual de lo religioso, tras el Vaticano II: la misa y la confesión, de entrada: no hace falta ir a misa para ser un buen cristiano, ni pasar por el confesonario. Después, de forma sorpresiva, no pensada ni querida, y sin solución de continuidad, caída del matrimonio religioso y del bautismo. Ahora ya los funerales: el último bastión. Una teología y unos lenguajes de otros tiempos y contextos. Hoy obsoletos. Un Credo del siglo IV. Salmos de hace treinta y más siglos. Textos ininteligibles para la inmensa mayoría de creyentes. Dificultad de la generación del Concilio Vaticano II en admitir que, al menos cronológicamente, haya coincidido con la caída espectacular de las prácticas religiosas. Además, admitirlo supondría dar la razón a la rama más conservadora y tradicional de la Iglesia que había quedado en minoría en el Vaticano II. En algunos sectores y en algunos momentos en la Iglesia se vivía, como una necesidad, de ocultación o, al menos, de no excesiva visibilización de la matriz cristiana de determinadas obras, en cuya fuente u origen estaba la Iglesia. Lo viví el año 1986 en el Congreso Mundial Vasco, en la sección de drogodependencias, cuando un periodista nos preguntó por qué ocultábamos que "Proyecto Hombre" había venido a Gipuzkoa de la mano de la Iglesia, "Proyecto Hombre" donde, en su cuna en Italia, estaba la figura de un sacerdote. La argumentación era doble: la Iglesia no buscaba colgarse medallas, y, sobre todo, en las obras de la iglesia no se hacía acepción de personas. Además, visibilizar la marca iglesia en Proyecto Hombre podría retraer a posibles drogodependientes no creyentes. Este rasgo de ocultación, de retraimiento se ha manifestado también en la dificultad para muchas personas de manifestar públicamente sus convicciones religiosas o, más simplemente, de ser tenido por católico. Todavía hoy en día, para muchos creyentes, es más fácil decirse cristiano que católico. Por muchas razones o motivos. Su connotación de retrogrado, en gran parte. Por considerar que se trata de algo íntimo y personal que no debe por qué tener visibilidad social, aunque habrá menos dificultad, o ninguna dificultad en decirse nacionalista (según donde), de izquierdas, progresista etc., etc. En otras palabras, ser católico no está en el aire del tiempo. 4. Primer avance de elementos para una hipótesis global Durante los años del Concilio Vaticano II, los años anteriores y los inmediatos posteriores, en el interior de la Iglesia se impuso un modelo, digamos progresista, sobre otro minoritario, tradicional que se reflejó también en los propios documentos conciliares. La Iglesia estaba en ebullición, con planteamientos enfrentados. En pocos años se produce, en la cúspide de la Iglesia, un cambio radical: una serie de teólogos y pensadores católicos que habían tenido dificultades con el Santo Oficio, de pronto, se vieron reconocidos y aparecieron en Roma, durante el Concilio, como grandes asesores y redactores de algunos de los documentos que después refrendarían los obispos en el Aula Conciliar con sus votaciones. En gran parte del catolicismo pensante de matriz progresista se vivieron aquellos años con auténtica efervescencia. Se miraba el futuro con esperanza. Se esperaba un renacer de la Iglesia y de su presencia en el mundo. Pero muy pronto, coincidiendo con la conclusión del Concilio, en 1965, se produce de forma brusca un cambio importante, una ruptura sobre lo de siempre que, sin embargo, cuesta ver, pues apunta a cambios imprevistos. Más todavía, a cambios en el sentido contrario a los previsto antes del inicio del Concilio. Algunas notas de esa ruptura serían las siguientes: La caída en picado de las prácticas religiosas, particularmente de la eucaristía y de la confesión individual (aun me veo yendo de la escuela a la iglesia, todos a una, a confesarnos los primeros jueves de mes, de preferencia con D. Pedro, de avanzada edad, algo sordo, breve en sus prédicas y benévolo con la penitencia). Cambios en la piedad: las novenas, las adoraciones al santísimo, los primeros viernes de mes (no puedo olvidar la iglesia llena de jóvenes en la misa de las 8.30 de la mañana en mi parroquia de Beasain), las imágenes de santos circulando de casa en casa, el rezo del rosario en familia y un largo etcétera, desaparecieron de la noche a la mañana quedando como residuos de tiempos pasados en algunos centros, como excepciones de otro modo de ver la piedad. Cambios en las creencias religiosas empezando por la idea misma de Dios. Pasar del Jaungoikoa (El Señor de arriba) que todo lo ve, y todo lo juzga, al Dios de Jesus, amigo de los excluidos, azote de los poderosos, es un salto que no se da sin más ni más. Añádase el trastueque total que se ha vivido con el imaginario del más allá. La reforma de la liturgia. La desaparición del latín en la misa, celebrada de cara al público, sin boato alguno (desaparecen las campanillas, no se eleva la casulla al sacerdote cuando se arrodilla en la consagración, el incensario prácticamente desaparece, la comunión se hace mayoritariamente en la mano, etc., etc.,) modifican la antropología y la psicología religiosa del creyente. Una cierta aura del más allá, de lo radicalmente otro, se difumina, quedando una celebración más pedestre, más terrenal. La dimensión mistérica de lo religioso queda suplantada por encuentros dominicales en los que lo racional impera sobre lo emocional. Esto último fue particularmente llamativo en la suplantación de cánticos populares, ciertamente de teología del siglo XIX, con modernas composiciones que no llegaban al corazón de los fieles. Cabría también hacer un inciso al intento de misas con guitarras, flautines etc., en un intento de animar a los más jóvenes a participar en las celebraciones dominicales. Pero, quizá más importante todavía que la reforma litúrgica, sostiene Cuchet, la primera que se aplicó tras el Concilio, es el texto de Dignitatis Humanae, el documento sobre la libertad de la conciencia también en la dimensión religiosa que se promulgó en diciembre de 1965. Fue leído por no pocos cristianos como una autorización oficial a remitirse al juicio de su propia conciencia en materia de creencias, de comportamientos y de prácticas. El teólogo Louis Bouyer resumió esta situación diciendo el año 1968 "cada cual no cree, no practica más que lo que parece" ("...plus que ce qui lui chante"). La insistencia en la primacía de la conciencia personal (nada nuevo en realidad en la teología, pero rara vez mentada, y cuando lo era se le añadía el calificativo de la "recta" conciencia, o de la conciencia "rectamente" formada), conllevaba un aumento o una insistencia en las condiciones requeridas a los fieles para acceder a determinadas prácticas religiosas. Así en el caso de la comunión solemne, antes de reconvertirse en la confirmación, ya en plena adolescencia. Se pretendía que no se limitara a un acto social, sino que hubiera un mínimo interés, o atisbo religioso, del menor y de los padres. Algo similar sucedería, inmediatamente con el bautismo y, cuarenta años después, con las bodas religiosas. Al exigir más condiciones intrínsecas a la propia fe, y cierta renuencia al carácter festivo o familiar del acto religioso (primero en la comunión solemne, después en el bautismo y en las bodas), potenciando ceremonias más austeras, aceleró el desenganche de la práctica religiosa. No puedo no recordar cómo, en ámbitos y contextos en los que la fe religiosa había desaparecido, al menos formal y exteriormente (pienso en colectivos de refugiados vascos en Lovaina a finales de los años 60) se mantenía la ceremonia religiosa para satisfacer a miembros de la familia que ya padecían la separación, lejanía y más cosas de algunos de sus miembros. Recuerdo conversaciones en este sentido con sacerdotes vascos y no vascos en Lovaina. En el caso del bautismo, tengo viva en la memoria, la idea dominante en la sociedad y secundada por algunos clérigos, de posponerlo al momento en que la persona (el bebé en realidad) fuera adulto y decidiera con arreglo a su propia conciencia. Este planteamiento se trasladó, al mismo tiempo, a la enseñanza religiosa escolar (y no hemos salido de ahí, con algunos cambios argumentativos, a tener en cuenta) e, incluso, en la transmisión de la fe. En todo caso, esta línea de pensamiento sigue muy presente en nuestros días y, en determinados ámbitos muy influyentes, ha conducido a una pedagogía que exigía dejar al educando libre de toda transmisión de valores (no solamente los religiosos) por parte de los adultos a los menores. Así la escuela de Summerhill o cierta lectura de la misma, de hecho tuvo y sigue teniendo, gran influencia entre nosotros. Primacía de la conciencia individual, exigencias ante los sacramentos, minusvaloración de la práctica religiosa en detrimento de una vida más justa y concienciada con un comportamiento en favor de los más desfavorecidos condujeron a estos resultados: Salida de la cultura de la práctica religiosa: de la misa dominical de entrada Otra concepción de la autoridad. Ahora esta radica en la propia conciencia individual. Lo que diga la jerarquía o los curas queda relegado a un segundo, muy segundo, plano. Lo mismo sucede con la autoridad de los padres quienes, además, se sienten deslegitimados para trasmitir la fe. (Renglón aparte exigiría la pérdida de la madre como principal agente de socialización religiosa en la familia) La gente sencilla, sin hábito de pensar demasiado estas cosas, se siente perdida. Obedecer da seguridad. Incluso libertad si se decide bien a quién, y en qué contextos, obedecer, para no caer en la tiranía de la mayoría, (Tocqueville y Arendt). La insistencia en la ortopraxis (más allá de la ortodoxia) hacia los más necesitados y marginados (prostitutas, ladrones de pequeña monta, presos, obreros, despedidos etc., etc.) ahuyentó también a gran parte de la feligresía habitual, conformada mayoritariamente por feligreses de clase "media", en los sub-colectivos de clase "media alta", "media media" y "media baja", según las parroquias. Feligreses que acabaron no reconociéndose en las prédicas, o más aun, sintiéndose molestos, pues interpelados por las mismas. Pues ese era el objetivo de tales prédicas: sacar a los fieles del "ron ron" adormecedor de una vida cuyo objetivo era vivirla con cierto desahogo y expansión, tras años de trabajo Estas prédicas no han desaparecido en absoluto. Siguen siendo habituales en nuestros días. La predicación es, frecuentemente, un aguijón moral, una exhortación a mejorar en los comportamientos solidarios con los más necesitados o, descartados en terminología bergogliana, más que una profundización en el kerigma o una muestra de misterio divino. La prédica es moralista. Así, la iglesia ha perdido a gran parte de la clase media. Y a los cristianos tibios. (El documento presinodal del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes que tendrá lugar en octubre de 2018, dado a conocer el 24 de marzo de 2018, lleva este significativo titular "Queremos una Iglesia menos moralista, que admita sus errores"). No se olvide que todo esto sucede en un momento en el que la sociedad deja de ser rural, de forma casi total, para hacerse urbana y de grandes o medias ciudades. Básicamente en torno a la costa. Con lo que supone de desarraigo de hábitos ancestrales y de controles sociales. La transmisión en la familia era muy grande. Según Cuchet, del 100% cuando, tanto el padre como la madre, eran practicantes en la sociedad anterior a la década de los sesenta del siglo pasado. En Francia, el desenganche se habría producido en torno al año 1965, luego antes de mayo del 68 y de Humanae Vitae de julio de ese mismo año 1968. Coincide sí, con el Concilio, pero no es causado por el Concilio (finalizó en diciembre de 1965), aunque, lo repetimos, según Cuchet el Concilio fue el desencadenante ("declencher", es el término que utiliza Cuchet) de un movimiento que venía de tiempo atrás. Cuchet insiste en el aumento de la escolaridad en los menores y adolescentes, en el desenganche de la significación social de la práctica religiosa, tal suerte que, en algún momento, estos menores y adolescentes, tienen unos conocimientos adquiridos e incluso un ejercicio de reflexión que puede superar el nivel de conocimiento de sus padres, que, básicamente, se fundamente en la experiencia. Es la disputa entre un saber experiencial con una autoridad natural (más cercana a la "potestas" que a la "auctoritas") frente a un saber adquirido en la escuela principalmente, en un contexto en el que ya se apunta a la primacía de la moral autónoma (autoconstruida) sobre la heterónoma (recibida a través de los mayores). Este cambio es tan rápido en los años 60 que, en el seno de una misma familia, todavía con cuatro, cinco o más hijos, el menor se verá menos coaccionado por sus padres para ir misa que los hijos mayores, dirá Cuchet. (No puedo no avalar su apunte pues yo mismo lo he vivido en mi familia con mis hermanos). Este fenómeno es uno de los factores que explican el radical desenganche de los jóvenes. 5. Tres cuestiones que plantea Cuchet en los últimos capítulos del libro Me limito a señalarlos sin más. Los traigo aquí con mis propias palabras: Subrayar la evolución no lineal de las practicas religiosas desde la Revolución Francesa hasta nuestros días y con ella la curva de las ordenaciones sacerdotales. (Permítaseme el desahogo de señalar que el año 2004 publiqué un trabajo "Jóvenes Españoles y Vocación" de 250 páginas, del que me pregunto si alguien lo ha leído). En Francia se produce un leve descenso continuado (hasta el punto de inflexión de 1965), pero con momentos de reflujo y de auge, tanto de la practica religiosa como de las ordenaciones, para sorpresa de algunos como Renan. Vale la pena detenerse también en los comentarios al respecto de Tocqueville, Montalembert, ... En España a finales del siglo pasado, Ignacio Sotelo, entre otros, apuntaba lo mismo. La caída en picado del sacramento de la penitencia. ¿Causas o motivos? El elemento desencadenante sería, de nuevo, la caída de la práctica religiosa y de su lectura social El silencio de la Iglesia sobre el "más allá" La desconexión entre la confesión y la comunión La cuestión de la contracepción El cansancio de los curas jóvenes La secularización de muchos curas y religiosos vistos por algunos como una desafección en momentos de gran turbulencia religiosa con Vaticano II ¿En que consiste la salvación cuando el cielo y el infierno (ya desaparecidos el limbo y el purgatorio) no son espacios físicos sino estados de espíritu de mayor o menor cercanía de un Dios al que nadie ha visto jamás, Juan 1, 18? Este relato es la clave para entender la teología de todas las apariciones pascuales. No nos quieren decir qué pasó sino transmitirnos su vivencia. La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús y al Espíritu. Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el evangelio no se la han sacado ellos de la manga sino que es el principal mandato que reciben de Jesús.
Juan es el único que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello personaliza en Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones. “El primer día de la semana”. Dios hizo la creación en seis días. Jesús da comienzo a la nueva creación. En Jesús, la creación del hombre llega a su plenitud. El local cerrado a cal y canto delimita el espacio de la comunidad, fuera está el mundo hostil. Como el antiguo Israel están atemorizados ante el poder del enemigo. Jesús aparece en el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica la permanencia de su amor. Garantiza además, la identificación del resucitado con el Jesús crucificado. El segundo saludo les fuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; les había elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor total. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida, el miedo a la muerte biológica no les preocupará en absoluto. La Vida que él les comunica es definitiva. El verbo soplar, usado por Jn, es el mismo que se emplea en Gn 2,7. Con aquel soplo el hombre barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da Vida. Se trata de una nueva creación del hombre. La condición de hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita el pecado del mundo). El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institución de la penitencia es ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que entendía entonces por pecado era algo muy distinto. En la comunidad quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Ni Jesús ni la comunidad condenan a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada uno con su actitud. El Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que se adhieren a Jesús y salen del ámbito de la injusticia al del amor. La referencia a "Los doce", designa la comunidad cristiana como heredera de las promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús pero, como los demás, no le había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que permanece después de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la experiencia compartida en comunidad. Hemos visto al Señor. No se trata una visión ocular sino de la presencia de Jesús que les ha trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar el paso. A los ocho días… Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho días. La nueva creación del hombre que Jesús ha realizado durante su vida, culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto a "fuera", el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad, puede experimentar lo que no creyó. La respuesta de Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía. Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos los suyos. Tomás tiene ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente que es, a la vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo. La experiencia de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo tiene que ser el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo aunque no lo vean. El mensaje para nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal, llevada a cabo en el seno de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes de morir y ahora está comunicando. Se trata del paso del Jesús aprendido al Jesús experimentado. Sin ese cambio, no hay posibilidad de entrar en la dinámica de la resurrección. Que Jesús siga vivo no significa nada si yo no vivo. Meditación Mi principal tarea es descubrir esa Vida que Dios ya me ha dado. No en confiar en que un día tendré lo que ahora no tengo. Para confiar en lo que ya tengo, primero hay que descubrirlo, aceptarlo y vivirlo. Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).
Las peculiaridades de este relato de Juan 1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle. 2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión. 3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto». 4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan. 5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre. 6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita. Dos lecturas contra Tomás Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa que para creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos hablan de personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con esta fe sin pruebas de ningún tipo. La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido, quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva. ¡El Crucificado ha resucitado! Aquel a quien hemos contemplado clavado en una cruz, ¡está vivo!
¿Acaso no lo reconocemos también nosotros? Jesús, que sabe bien de nuestras oscuridades y terquedades, de los miedos y bloqueos que nos habitan, se hace presente en medio de nuestras vidas abriendo las puertas cerradas y pacificando nuestro interior: “paz a vosotros”. Así nos lo repite una y otra vez. Insistentemente. Pacientemente. Él viene a nuestro encuentro y se empeña en re-crearnos, exhalando su aliento sobre nosotros como lo hizo Dios en el principio de todo. Ahí donde sigue habitando el caos, la incertidumbre y la desconfianza, él ofrece alegría, paz y fortaleza. Alienta nuestra fe y renueva nuestras relaciones personales y comunitarias. Gratuitamente. Con infinito amor. Con el mismo con el que nos anunció la Buena Nueva y nos liberó de nuestras enfermedades. Con el que se puso a nuestros pies para lavarlos. Con el que entregó su vida hasta el final. Hoy, resucitado, sigue exponiéndose, dejándose tocar sin resistencias, mostrando sus heridas, permitiendo -incluso- que, como Tomás, “metamos el dedo en la llaga”… ¡Qué paradójico resulta! Las señales de la Resurrección se hallan ahí donde antes se encontraban los signos de dolor y muerte. Sólo si asumimos esta realidad podremos testificar, como los primeros discípulos, que ¡el Crucificado ha resucitado! Sí… ¡El Resucitado es el Crucificado! Son éstas, sus heridas y llagas en unas manos tendidas y un costado abierto, las señales que el Resucitado nos muestra para que podamos reconocer las cicatrices que nos han curado (Is 53,5). Son éstas las señales que nos muestra para que podamos poner también nuestros ojos en las heridas que siguen abiertas en nuestro mundo, en las manos y costados de tantas hermanas y hermanos, de tantos pueblos, de nosotros mismos. El Resucitado sigue cargando con ellas e invitándonos a tocarlas, a acariciarlas, a acogerlas… a reconciliarnos con las que sea necesario hacerlo, a empeñarnos en la transformación de aquellas que son fruto de la injusticia y del mal. ¡Señor mío y Dios mío! A este Señor adoramos, en este Dios creemos. En el que siempre nos da una nueva oportunidad para encontrarnos con él y reconocerle vivo a pesar de nuestras cegueras y pesadumbres. En el que siempre coge nuestra mano para acercarla a la herida abierta y mostrarnos, en las huellas dejadas por los clavos, que la muerte no tiene la última palabra. En el que nos convierte, por gracia, en testigos de su presencia. Que su paz aliente nuestro anuncio alegre para que otros puedan creer y, creyendo, todos tengan vida en su Nombre. En la noche en que iba a ser entregado, Jesús realizó un gesto insólito: se levantó de la mesa distanciándose del lugar reservado a quienes presiden y se situó en el de los que, entonces y ahora, pertenecen a la categoría de “los que sirven”. Sabía que el lugar en que estemos situados condiciona nuestra mirada y por eso tomó distancia y adoptó la perspectiva que le permitía percibir otras dimensiones de la vida. Desde ese lugar se toca de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad…, todo eso de lo que los sentados a la mesa creen estar a salvo o sencillamente ignoran y desprecian. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad. Y miradas desde ahí, cualquier pretensión de superioridad o dominio se descubre como ridícula y falsa.
Desde aquel lugar, el de “uno de tantos”, él veía cerca y dentro a los que otros consideraban lejos y fuera y, en cambio, los de arriba resultaban estar abajo. Porque para él los más, los mayores y los importantes eran aquellos que a nuestros ojos son menos. El lugar en que había decidido situarse había creado esta “revolución de adverbios” que tanto nos sobresalta y a la que tanto nos resistimos. La sola posibilidad de ese desplazamiento nos resulta amenazadora porque nos saca del terreno de lo conocido y nos invita a descubrir nuevos significados que no coinciden con los que consideramos evidentes. Y sin embargo él se lo exigirá a quien quiera seguirle: tendrá que estar dispuesto, lo mismo que él, a “no tener dónde reclinar la cabeza”, a ir más allá de todo aquello en lo que la cabeza (la de ellos y la nuestra) “se reclina”, descansando en lo que se cree saber, controlar o dominar. El último día, el de la cruz, pasa a ser el primero de la nueva creación. Cuando se asoma el primer rayo de luz, pero todavía hay tinieblas: ideologías contrarias a la verdad, fuerzas diabólicas, cargadas de ley y juicio que no han sido capaces de reconocer al Ungido por Dios.
¿Cómo es posible si la misma Palabra que alimentaba a Jesús, también la utilizaban ellos, los judíos religiosos, para todo? Jesús amaba y dialogaba con el Abba que descubría a través de la Palabra. Ellos, parece que la utilizaran para justificar su salvación, su justicia… la habían convertido en una ideología religiosa. Jesús se sumerge en la noche de la ideología legalizada para, con el valor del Espíritu, atravesar la mentira, o lo que es lo mismo, la verdad a medias. Jesús se sumerge sobre todo en la experiencia del Abba y ello crea un antes y un después en su vida y en la historia. La Resurrección es como el Big Bang de la vida de fe. Es el inicio de un proceso de vida para todo el cosmos. De vida que descubre en la muerte el abono para la vida que no muere ni morirá, porque es la misma vida de Dios en todo el universo, y desde hace un puñado de años, en la humanidad. Somos los últimos en llegar y nos hemos adueñado de todo destruyéndolo, abusándolo, explotándolo. Leía un artículo recientemente titulado “El Océano Pacífico: El Siervo Sufriente”. Ingeniosa descripción del horror que está provocando el cambio climático en las gentes que habitan y dependen del nivel del Océano para su supervivencia, de la temperatura del agua para que no se destruyan los arrecifes de coral y miles de especies vegetales y animales que se extinguen o tienen que emigrar, como las personas, en busca de supervivencia. Sin dejar de mencionar los cementerios nucleares creados en mitad del Océano cuyo cemento se está agrietando y van soltando los restos nucleares dentro de la profundidad del Océano. También en la profundidad de un Océano surgió el primer atisbo de vida. ¿Qué nos está pasando? Posiblemente muchas de las personas que de una manera más directa han ido tomando las decisiones que provocan esa infinita cadena de muerte, son cristianos. Pero como en el caso de Jesús, la religión convertida en ideología, causa la muerte del mismísimo hijo de Dios. También hoy. Sólo hay un matiz que diferencia a unos de otros: permanecer en la ideología religiosa o abrirte a la experiencia de diálogo y presencia del Espíritu que resucitó a Jesús, y que hoy quiere sacarnos de nuestros sepulcros a nosotros y nosotras. Eso nos proclama el texto de hoy, y como en el inicio de la vida humana del Cristo, fue una mujer la que gestó esa Vida, hoy de la mano de la experiencia de otra mujer, podemos entrar en la noche del misterio para experimentar la Vida. María Magdalena es la que representa a la comunidad que “madruga” para acudir donde está el Amado. En su caso, ya en el sepulcro. Perdonad que me atreva a preguntarme y preguntaros si no es ese también nuestro caso muchas veces. Incluso los que intentamos orar y estar despiertos nos sobresaltamos sobremanera cuando lo que creíamos muy controlado, o sea inerte, de pronto se mueve. Tiene vida. Personas que ante la realidad descubrimos que tenemos que colaborar con Vida para un mundo en extinción de especies, de formas religiosas, de puestos de trabajo por robotización, de posibilidad de que mujeres colaboremos en la toma de decisiones… ¿Qué se mueve por dentro cuando en nuestra noche, en nuestro no saber qué hacer, se nos ocurre dar un paso que nos sacaría de la mediocridad, pero también de la comodidad? ¿Qué hacemos con ese rayo de luz, pequeño, pero inicio de un descubrimiento único en tu historia y la mía? Jesús está Vivo. Su Espíritu vibra y languidece, según yo quiera, en mí y en mi entorno. María Magdalena no se apropia el descubrimiento, va a los hermanos, no es una feminista radicalizada, es inclusiva. También hoy, muchas mujeres silenciadas por su género, no tratan de ideologizar el evangelio, simplemente tratan de sumar y compartir. De hecho lo poco que queda de la institución son ellas las que lo mantienen: catequesis, formación de padres… como siempre con algún varón que ya últimamente he comprobado que se enfadan si llegan a un sitio donde sólo hay mujeres… dichoso machismo que impide tanto hasta que la Vida se comunique por razones de género. La Resurrección no se entiende, se vive. Es la liberación radical de toda ideología para dejarnos en la presencia del misterio. La vida empezó en un jardín maravilloso y esa vida emerge hoy de una tumba de un jardín-cementerio. Tremendo significado. Tremenda propuesta. Se nos entregó un paraíso, y matamos al Señor y lo enterramos en su jardín. Y ahí, el Señor nos devuelve el jardín desertizado y la Vida para que todo empiece de nuevo. Así es Dios, así es la vida. Siempre busca como seguir evolucionando. ¿Cómo podemos retomar la vida y recuperar el jardín y sobre todo la experiencia del Señor, para saber cómo recuperar el jardín original, metáfora del sueño de Dios, donde había abundancia e igualdad para todos y todas? Buscando entre tinieblas, de madrugada, a solas, al Amado, y como la mujer del Cantar exclamar “Encontré al amor de mi alma; lo agarraré y ya no lo soltaré” (Cant 3,4). Feliz tiempo pascual. Hermanos, cuando uno es cogido por la fuerza de la Resurrección de Jesús comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas y una vida digna. Oremos.
Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad. • Padre bueno, que la Iglesia sea, la comunidad creyente que busca hacerse presente allí donde se produce muerte, para luchar con todas las fuerzas ante cualquier ataque a la vida. Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad. • Padre bueno, que todos nosotros seamos conscientes de la llamada permanente a ser y estar del lado de los más desfavorecidos; a despertar nuestra fe dormida, sabida y dejarnos sacudir por tanta situación injusta, insolidaria, egoísta… Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad. • Padre bueno, que todos los niños, jóvenes y adultos que durante esta Pascua van a recibir los Sacramentos del Bautismo y Confirmación, encuentren en muestras comunidades parroquiales y religiosas espacios donde compartir, reflexionar y madurar su opción por Jesús y su Reino. Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad. • Padre bueno, que celebremos la Pascua acogiendo el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan , el gozo de los que perdonan, la ternura de los que ofrecen misericordia. Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad. • Padre bueno, te recordamos en esta mañana de Pascua a todos los hombres y mujeres que entregan su vida día a día por hacer posible la utopía de un mundo más justo y más a la medida de tu corazón. Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad. Padre, tú sabes que queremos ponernos tras las huellas de tu hijo Resucitado, reconocerle en el hermano o hermana que tenemos al lado, también en los lejanos y… dejarnos encontrar por Él… Que la alegría de celebrar la Pascua nos lance a la vida de los demás. Te damos las gracias por entregarnos nuevamente y para siempre a tu hijo Jesús. Pocas figuras en la historia han sido tan calumniadas y vapuleadas como María Magdalena, primera testigo del fenómeno de la resurrección de Jesús de Nazaret. Los evangelios canónicos y extra-canónicos nos dan algunos elementos para reconstruir aspectos de su perfil y en ellos no encontramos ninguna pista que la permita catalogar como una “prostituta arrepentida”. Sin embargo a partir de que el Papa Gregorio el grande, en el año 591 (es decir cuatrocientos cincuenta años después de los hechos), la identificó con una prostituta anónima que aparece en el evangelio de Lucas, esta líder del cristianismo primitivo ha sido representada miles y miles de veces en el arte (pintura, narrativa y poesía) y en las homilías cristianas como una prostituta que dejó su oficio para seguir a Jesús. Se trata de un caso claro de “memoria e identidad robadas”. La iglesia católica aclaró a principios del siglo XX que era una confusión su identificación como prostituta y en 1969, Pablo VI, le retiró el apelativo de penitente, a pesar de ello, los curas siguieron predicándola como tal.
En los últimos años la investigación ha realizado un gran esfuerzo para re-situar este personaje en el justo lugar que le corresponde en la historia. Cito una mínima parte de estos esfuerzos (escojo los realizados o traducidos al español): Carmen Bernabé, María Magdalena: Tradiciones en el cristianismo primitivo; Jane Schaberg, La resurrección de María Magdalena; Ramón K. Jusino, María Magdalena: ¿Autora del Cuarto Evangelio? Igualmente fue un gran paso la recuperación del Evangelio de María, del cual se han ido recuperando trazos a los largo de estos decenios y cuya recuperación nos deja ver claramente a una maestra espiritual. Estos esfuerzos son, entre otros, los que recogen los realizadores de la reciente película: María Magdalena con guión de: Helen Edmunson y Philippa Goslett y bajo la extraordinaria dirección del australiano: Garth Davis. Se trata de una cinta de extraordinaria belleza con un manejo original y de alta calidad estética de las cámaras. Los escenarios de la filmación bellamente escogidos y el vestuario y actuación, logran recrear el mundo bíblico sin sentimentalismos ni estridencias. Figuras sobrias pero profundamente humanas las de Jesús de Nazaret y María de Magdala, los otros apóstoles -salvo Pedro y Judas- se desdibujan un poco. María sigue a Jesús y hace parte del grupo que siguiéndolo bautiza y bendice en su nombre. Lo hace desde un amor-pasión contenido y sublimado y desde una profunda convicción de que su mensaje nos “salva”, nos libera… no de ningún “pecado original”, sino de nuestra condición existencial tan vulnerable. Pero uno de los aspectos más significativos de la película, es que aleja de María de Magdala cualquier sombra de prostitución, violación o vejación sexual. María, hija de una familia patriarcal, se niega a casarse y tener hijos… esto basta para que su clan la califique de endemoniada. En estas circunstancias llega hasta ella Jesús y la bendice logrando que en su corazón reine la paz. Ella lo deja todo y lo sigue uniéndose al grupo. María pasa de ser una joven, hija de familia, controlada por los varones, a ser una mujer autónoma que orienta su vida en el servicio a los sufrientes y en el anuncio del Reino predicado por su maestro, reino que ella siempre supo no era una reino de espadas y poder. A pesar de que la película es tajantemente clara en este aspecto, hoy mismo: 25 de Abril (Domingo de Ramos), algunos críticos continúan hablado de la prostituta, aún para referirse a la película (en la que no hay prostitutas). Ejemplo de ello: la presentación que hace Quim Casas en El Periódico de Cataluña (https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20180325/cine-biblico-siglo-xxi-pablo-apostol-cristo-maria-magdalena-6709685), de la película en cuestión. Un hecho que queda muy bien delineado es la realidad del puerto de Magdala y su dedicación a las salinas. Del nombre de este puerto viene el apelativo de María: Magdalena…Aquí tenemos otra de las distorsiones históricas: Magdalena se ha convertido en sinónimo de llorar (a causa del arrepentimiento), distorsión que se sigue repitiendo con ecos hasta el infinito. La relectura que hacen las guionistas y el director de la predicación evangélica, resulta también muy interesante para el mundo de hoy: Esas palabras de Jesús están inscritas en nuestra sociedad postmoderna tan individualista y dominada por el dinero tantas veces. Teológicamente la película se corresponde con lecturas espirituales vigentes en el ámbito cristiano actual. De los hechos en cuestión: La predicación de Jesús de Galilea, su camino a Jerusalén y su condena, su relación con María Magdalena, se han realizado en el transcurso de estos veinte siglos… cientos de miles de lecturas, interpretaciones, aseveraciones, disputas… alguna reconocidas como “ortodoxas”, otras -las más- calificadas de heterodoxas, paganas o directamente heréticas… Se trata de un núcleo semántico que en Occidente va más allá de cualquier práctica religiosa o creyente. En ese bosque denso de representaciones, el filme del que hablamos resulta contundente: riguroso y austero, bello y emocionante, cálido y sugerente. La actriz norteamericana Roney Mara consigue un estrellato merecido con su gran actuación. Mi invitación es a ver la película, discutirla y comentarla, y sobre todo: difundirla. Una elección extraña
Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema. Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas. El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: ― Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza. Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión. El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado. El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado). ¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro? Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable. Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos. A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: ― Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4 Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. |
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