La imagen del pastor –entrañable en la tradición bíblica y, específicamente, en la cristiana- resulta, para la mayoría de nuestros contemporáneos, anacrónica o incluso peligrosa, por las connotaciones que, desde una perspectiva como la nuestra, encierra. Esta situación nos obliga a hacer un esfuerzo para entender, tanto la causa por la que llegó a ser tan querida en la tradición cristiana, como el motivo por el que hoy suscita indiferencia o incluso rechazo.
En la Biblia, como en otras sociedades antiguas, la imagen del pastor se aplicaba al rey del pueblo, y evocaba guía y cuidado. Como el pastor, el rey tenía la responsabilidad de conducir al pueblo y velar por él. Traspasada a Yhwh, el salmista podrá cantar: "El Señor es mi pastor, nada me falta" (Salmo 23), y dará origen a una percepción de lo divino como cuidado amoroso, que permite vivir en una confianza inquebrantable. El cuarto evangelio aplicará la imagen a Jesús, y la comunidad cristiana primitiva empezará a dibujarlo como un pastor que carga sobre sus hombros la oveja encontrada (con el trasfondo de la parábola de Lc 15,4-7). Será presentado como guía que conduce, alimenta y protege..., hasta el extremo de entregar la propia vida en favor de las ovejas, tal como afirma el texto que leemos hoy. No es extraño que esta alegoría haya dado pie a una espiritualidad y una devoción extensa y profunda a lo largo de toda la historia cristiana. Guía, cuidado y protección conectan profundamente con necesidades básicas del ser humano. Es innegable, también, que esa devoción produjo frutos abundantes de confianza y de compromiso. La imagen del pastor llegaría a adquirir, desde el inicio mismo del cristianismo, tal entidad que toda la tarea de la Iglesia habría de recibir la denominación de "pastoral", incluidos los responsables de la misma, a quienes se designaría "pastores". ¿A qué se debe que esa misma imagen hoy provoque indiferencia o rechazo? Al propio cambio sociocultural. Para empezar, es comprensible que imágenes propias de una cultura agraria no sean significativas para quienes vivimos en una sociedad industrial avanzada; se ha perdido la referencia. Pero no es solo que no sea significativa. Provoca incluso rechazo de entrada porque, en nuestra cultura, evoca actitudes de dominio o, al menos, de paternalismo y del correspondiente "borreguismo". Poder y sumisión son realidades correlativas, que se reclaman y se sostienen mutuamente. Traigo un texto de José Antonio Marina que lo expresa con claridad: "En las sociedades orientales antiguas –Egipto, Asiria, Judea- el arquetipo del gobernante es el pastor, que guía y conduce a sus ovejas. Basta que el pastor desaparezca para que el ganado se disperse. Su papel consiste en salvar al rebaño. Esta figura del monarca implica una figura correlativa del súbdito. Es una oveja que no puede dirigir sus actos, no sabe dónde están los pastos y, si no fuera por el pastor, se perdería y se la comería el lobo. Resulta cuando menos anacrónico que la figura del pastor siga usándose en la pastoral cristiana". Otra expresión fundamental es la de "dar la vida", como equivalente de un amor que no se pone medida. En el extremo opuesto de la voracidad egoica que ve a los otros y a las cosas como objetos con los que saciar el propio vacío, el amor de quien ha trascendido su yo no busca sino ofrecer, "dando la vida" día a día. Es un amor que anhela la unidad. A veces, la expresión "traer a todos a este redil" se ha entendido como mandato proselitista para "convertir" a los otros, sumándolos a las propias creencias. Una lectura de ese tipo solo puede ser mítica. Es propio del estadio mítico creerse en posesión de la verdad absoluta y sentirse urgidos a llevarla o imponerla a los otros, incluso "por su propio bien": para sacarlos de la "mentira" y traerlos a la luz. Pero, como ha escrito lúcidamente Raimon Panikkar, "la imagen del «único pastor y el único rebaño» es una imagen escatológica que no se debe aplicar en la historia". Más en concreto, en el texto que estamos analizando, parece que se trata de un añadido, por parte de un glosador posterior, con el que se pretendía fomentar la unidad de los miembros de la comunidad, provenientes tanto del judaísmo como del paganismo.
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Ya hay en EEUU un solo sacerdote por cada 2.500 católicos. Y los curas estadounidenses no pueden más. "Es como si estuviéramos engañando a la gente", denuncia uno, frente a este panorama insostenible. "Necesitamos líderes laicos en las parroquias para asegurarnos de que se lleven a cabo todos los elementos de la vida católica".
El padre John Hynes, párroco de la iglesia de St. Catherine of Siena en Wilmington, Delaware, fue el principal responsable de una resolución pionera que aprobó el año pasado la Association of U.S. Catholic Priests, la asociación de curas católicos más grande de EEUU, que cuenta con más de 1.200 miembros. Dicha resolución llamaba al episcopado del país norteamericano a dejar que administren parroquias líderes laicos "quienes, trabajando de forma colaborativa con los pastores canónicos, sepan guiar y acompañar a los fieles en su camino de fe vía las comunidades parroquiales". Estos líderes laicos, instaba la Asociación de Curas Católicos Estadounidenses, deben tener "la flexibilidad como para tomar decisiones ordinarias y liderar la parroquia de facto, según sus dones y necesidades". Una propuesta muy sensata, en otras palabras, y totalmente prevista en la ley canónica. Y eso aunque prevé la participación de laicos y laicas hasta en la presidencia de algunos actos litúrgicos, con excepción de los reservados a los hombres ordenados. Sin embargo, casi nueve meses después de su aprobación, el padre John Hynes ha denunciado esta semana al National Catholic Reporter la reticencia de los obispos estadounidenses a respaldar el concepto de administradores parroquiales laicos de forma explícita y colegiada y de asegurar una consistencia en su implementación. Monseñor Raymond Cole, sacerdote jubilado de la diócesis de Metuchen, Nueva Jersey, coincidió con la denuncia de Hynes, y añadió que, aunque la propuesta de la Asociación de Curas Católicos se basó en una instrucción de 2005 de la propia Conferencia Episcopal, los párrocos que sí quieren utilizar los dones particulares de los laicos todavía se enfrentan a la oposición de sus obispos. "Es un cambio; pide una transformación grande en la manera en la que hacemos las cosas", reconoció Cole, si bien argumentó que ya va siendo hora de implementar ese cambio, frente al panorama altamente preocupante en el que se halla inmersa la Iglesia estadounidense. En los últimos cincuenta años, el número de sacerdotes en EEUU se ha visto reducido a la mitad, mientras que la población católica casi se ha duplicado. Lo cual significa que, de las 17.156 parroquias en territorio estadounidense, más de 3.500 no cuentan con un pastor ordenado. De acuerdo con cifras manejadas por el Center for Applied Research in the Apostolate de la Universidad de Georgetown, laicos y diáconos están al cargo de 347 parroquias en EEUU. Pero los curas católicos del país quieren y necesitan que sean más. Ya lo advertían en la resolución del año pasado: "Si el liderazgo de la Iglesia estadounidense aplaza afrontar esta cuestión, la ventana de tiempo se irá cerrando. Entonces experimentaremos un colapso de parroquias más grande que el que experimentamos ahora, la falta de ánimos y buena salud entre los párrocos, y la desmoralización y desconfianza de la gente que depende de nosotros para satisfacer sus necesidades espirituales. Cuánto más desaparezca nuestra presencia católica, más desaparecerá nuestra presencia en la sociedad más ampliamente". Una de las características de la posmodernidad es la reducción de la cultura a mero entretenimiento y la exacerbación de los sentidos en detrimento de la razón y del espíritu. Para estimular el consumismo, se utilizan como anzuelo recursos capaces de hacernos sentir más y pensar menos. Eso vale para la publicidad, ciertos programas de televisión e incluso algunos rituales religiosos.
Se propaga una cultura centrada en lo epidérmico, en la que hay más estética que ética, nalgas que cabezas, alaridos que melodías, ambiciones que principios, devaneos que utopías. Todo es aquí y ahora, para ser devorado por ojos y oídos, el cuerpo entregado a un frenesí de sensaciones que hace del placer simulacro de la felicidad y el amor. Los seres humanos, que somos relacionales y racionales, como subrayan los filósofos desde Sócrates, ahora nos vemos reducidos a ser seres extróficos, vueltos hacia afuera, extraños a nosotros mismos, como lamentaba Kierkegaard, porque nuestra autoestima pasa a depender de lo que viene de afuera: desde la gula y la antropofagia visual hasta los remedos de la fama, la fortuna y el poder. Pascua significa travesía, pasaje. Tal vez uno de los más difíciles sea el de recorrer el camino entre la epidermis y la vida interior, no para establecer una dualidad entre polaridades, sino para rescatar la unidad ontológica. El budismo tibetano tiene razón al afirmar que, a pesar de todos los avances científicos y tecnológicos, cada persona es ontológicamente la misma desde que el simio tomó conciencia de que el gajo de árbol que tenía en sus manos podía servirle de arma de ataque o defensa. Aristóteles nos resumió en las esferas sensitiva, racional y espiritual, como una unidad que exige equilibro. La exacerbación de una implica la atrofia de las otras. Solo el predominio de lo espiritual es capaz de dotar de sensatez a las "locas de la casa", como dice Teresa de Ávila, evitando el sabor de la náusea de los sentidos, descrito por Sartre, así como el racionalismo que, al contrario de Tomás de Aquino, juzga equivocadamente que la razón es la expresión suprema de la inteligencia. Hacer la Pascua en uno mismo es cultivar la interioridad. "Beber del pozo propio", sugieren los místicos. Desnudarse de ilusiones egocéntricas, hacer ayunar los sentidos, adecuar la razón a sus límites, orar y meditar para poder contemplar. Somos seres con vocación de trascendencia. Como decía Hélio Pellegrino, cuya tansvivenciación cumple ahora 30 años, un helecho disfruta de su plenitud vegetal. Nosotros no; esclavos del deseo, tenemos huecos en el cuerpo y en el alma. Es la "gula de Dios" de la que hablaba Rimbaud. Al dejar de recorrer las veredas que conducen al Absoluto, corremos el riesgo de perdernos en el accidentado terreno que convierte el absurdo en cotidiano: iras y ansiedades, envidia y competencia, miedo y, sobre todo, una incómoda sensación de no saber exactamente qué hacer de nuestro breve período de existencia. La Pascua está precedida por la muerte que la tradición cristiana, emblemáticamente, califica de pasión, de acto de amor, de entrega, que hace refluir todo lo que dispersa, aliena y ofusca. Jesús en el túmulo simboliza el silencio, la vuelta a lo más íntimo de uno mismo, abrazar la soledad sin sentirse solitario. El método teológico-pastoral del “ver, juzgar, actuar” está tan arraigado, fue y es tan usado y abusado que parece intocable.
Pues bien: lo voy a tocar. Ya me atreví a criticar este método en el IV Congreso Americano Misionero (CAM 4, COMLA 9) que se desarrolló en Maracaibo (Venezuela) del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2013. En el compartir final del congreso que reunía alrededor de 5000 personas expresé mis dudas sobre la conveniencia de este método: fui delicada y solapadamente invitado a retirarme. Regreso después de casi 5 años más convencido, con más recursos y más temas para poner arriba del tapete. Más allá de las conclusiones y de mi aporte –opinable como casi cualquier cosa– queda la pregunta clave: ¿Por qué cuesta tanto a la Iglesia –y en especial a la jerarquía– escuchar y aceptar a quien piensa distinto y propone caminos nuevos? Los motivos son muchos y variados obviamente y no es este el momento de tratarlos. Ya los abordé en otros momentos y volveré a analizarlos. En nuestros templos, en el Vaticano y en las sedes de las conferencias episcopales sería interesante que hubiera un letrero con una sugerencia de un famoso y supuesto ateo, Voltaire: “no comparto lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Entramos en el tema. Intentaré ser breve y dar simples pistas y sugerencias. El método del “ver, juzgar, actuar” nace en Francia en el siglo pasado, es asumido por el Concilio Vaticano II (en especial en el documento “Gaudium et spes”) y es profundizado y radicalizado por la teología de la liberación latinoamericana. ¿En qué consiste este método? Es un método para discernir la realidad, actuar más fielmente según los criterios evangélicos respondiendo a los signos de los tiempos. Muy en síntesis: Ver: vemos la realidad, tomamos conciencia de lo que es con honestidad y profundo realismo. Juzgar: juzgamos esta realidad a partir de los criterios evangélicos: “esto” es evangélico, “esto” no es evangélico. Actuar: a partir del ver y del juzgar tenemos más luces y más claridad para la acción. Respondemos al llamado de la realidad. Este método en su tiempo fue una respuesta a la realidad, justamente. También supuso un crecimiento de conciencia en la iglesia y en los cristianos. En muchos casos su aplicación fue positiva y generadora de esperanzas y novedad. Hoy en día ya no. Los métodos son herramientas que se toman y se dejan. Es tiempo de dejar esta herramienta: ya no sirve. Ya no responde a la realidad en esta etapa evolutiva de la conciencia humana. El mundo ha evolucionado, la conciencia humana ha evolucionado increíblemente en estos últimos 60 años. Y, como su costumbre, la iglesia llega tarde y con la respiración entrecortada. El método “ver, juzgar, actuar” responde a una visión del mundo, a una cosmovisión en términos técnicos. Esencialmente responde a la visión antropocéntrica de la modernidad (con su fe ciega en la razón y en el progreso) y a la visión mecanicista de la física de Newton. Estas visiones colapsaron, aunque quedan rastros, secuelas, nostalgias. La cosmovisión nueva – esta nueva etapa evolutiva – tienen otros y fundamentales ejes que no podemos dejar de lado. Esencialmente: 1) La dimensión espiritual del ser humano y de lo real es central. Por eso la búsqueda de espiritualidad de nuestros tiempos. 2) Una espiritualidad integral. El ser humano no es el centro del universo, es parte del universo. Desde ahí la visión holística del saber y la importancia de todo lo eco. 3) La unidad. Hay una raíz común que podemos llamar “Vida”. Nos sentimos parte de un Todo. El anhelo de unidad anima a muchas búsquedas. 4) La física cuántica revolucionó la visión científica. Hay que tenerla en cuenta. A partir de estos ejes propongo el método teológico-pastoral del “observar, callar, fluir”. El “ver” nunca es objetivo. Esta es la primera gran falla del viejo método. Estamos adentro del sistema, adentro del Universo. Más aún: somos el universo expresándose en diferentes y maravillosas formas. “Afuera” en sentido estricto, no hay nada. Lo que veo me está viendo: los místicos, que precedieron la física cuántica, siempre lo supieron. En palabras del Maestro Eckhart: “el ojo con el cual veo a Dios es el mismo ojo con el que me ve”. Nuestro “ver” entonces nunca es objetivo, sino siempre “interpretación”. Tomar conciencia de esto es, por supuesto, un gran y decisivo paso. A la realidad no llegamos interpretando, sino observando. Por eso el primer paso del nuevo método es OBSERVAR. La observación es neutral, porque es observación libre de interpretación y apegos afectivos y emocionales. Observamos desde un lugar de conciencia más allá de lo mental. Obviamente es un aprendizaje y un ejercicio: aprender a observar así no es automático. Se observa “sin pensar”: el pensamiento siempre interpreta y juzga. La observación pura es también pura aceptación y puro amor. Por eso el segundo paso del nuevo método es CALLAR. No juzgamos más la realidad – lo que hemos observado desde más allá del pensamiento – sino que callamos. Entramos en el silencio creador. Desde el silencio contemplamos, aceptamos, amamos. La mente – pensamientos, sentimientos, emociones – siempre juzga pero sus criterios son tremendamente condicionados y limitados. Por eso siempre se distorsiona la realidad y, en el fondo, no vemos la realidad, sino vemos nuestra interpretación de la misma a partir de nuestras opiniones, heridas afectivas y deseos egoístas o superficiales. Callamos: el silencio nos introduce en el mundo de la gratuidad y la aceptación. La realidad es un don, siempre un don. La Vida siempre es un regalo: también con su cuota de dolor o incomprensión. Callamos y el silencio nos hace descubrir un lugar más profundo y más real de lo que la mente nos muestra. Es el lugar del Ser, el lugar sin-lugar de pura vida donde todo está surgiendo sin etiquetas, sin partidos, sin divisiones. El silencio nos abre las puertas al verdadero amor: aceptación incondicional e incondicionada de todo lo que es. Desde la pura observación y la práctica del silencio aprendemos a FLUIR. Se fluye con la Vida, porque nos descubrimos UNO con esa misma Vida. Se fluye porque se ama, se ama porque se fluye. Descubriendo la bondad radical de la Vida surge la confianza. Confianza que se convierte en la postura básica y esencial frente a la Vida. Confiando, solo podemos fluir. Fluir es decir que “si” a la Vida que se manifiesta y expresa asombrosa y maravillosamente en este preciso instante. El fluir no es en absoluto resignación. La resignación no tiene nada que ver con la aceptacióny el verdadero fluir. Resignarse es de cobardes, aceptar es de valientes. Entonces comprendemos que el verdadero fluir con la Vida es la única revolución necesaria y que solo el fluir es realmente transformador. Se terminan las estériles luchas “en contra de o a favor de”: la lucha es siempre expresión de miedo y de no aceptación de la Vida. A menudo surge de nuestra interioridad herida y no-amada. Desde el fluir con la Vida surge la acción correcta y necesaria en este preciso instante. El método que propongo –“observar, callar, fluir”– es sin duda un método místico que hunde su raíz en el ser. No va en contra del actuar y de la acción, sino que busca una sabiduría mayor. Sabiduría que viene del alinearse con la Vida. En el caducado método del “ver, juzgar, actuar”, el actuar en el fondo nacía del razonar/pensar, por cuanto seriamente se hacía uso de dicha herramienta. En mi propuesta el actuar surge desde más allá, desde el lugar siempre sano del ser humano. En sentido estricto es más un dejar actuar que un actuar. Soltamos el ego y nos convertimos en cauces por donde la Vida/Dios actúa. ¡Qué liberación! ¡La única y auténtica liberación! Entonces el fluir es dejar actuar, dejar que la Vida te traspase, te viva, se viva y vivifique. Por eso que solo el fluir con la Vida, paradójicamente, transforma la realidad. Porque solo la Vida trasforma y ella solo sabe modos y tiempos. Fluir con la Vida entonces no es ser cómplices de las injusticias y el egoísmo humano. Injusticias y egoísmo son justamente la resistencia al fluir. Injusticias y egoísmos surgen del ego (la mente no observada o la identificación con la mente), de la creencia que simple y solamente somos mente. Solo el silencio disuelve el ego y permite un actuar más sabio. La Vida auténtica no conoce injusticia y egoísmo. La ley que rige el Universo es la ley del Amor, bien lo sabemos. Pero el Amor es desposesión y entrega, es perder lo que creemos ser –nuestro pequeño e ilusorio “yo”– para perdernos en el Infinito mar del Amor, nuestra verdadera y común esencia. Esta desposesión causa terror y el hombre se resiste al morir del “yo”: esto engendra egoísmo e injusticias. De otra manera: resistencia. Fluir una y otra vez es el aprendizaje del Amor, el aprendizaje del Ser y de ser. Este fluir sereno y calmo que es Dios mismo, solo puede surgir desde el observar y el callar. Estoy convencido que la aplicación de este método teológico-pastoral en todos los campos de la vida de la iglesia y de la sociedad dará abundante frutos y nos abrirá a nuevos descubrimientos. Habrá que aprender con paciencia a aplicarlo en los distintos campos y dimensiones de la vida. Sin duda necesitará ser pulido y ser encarnado. Habrá que encontrar símbolos y lenguajes para su aplicación en las distintas culturas y áreas existenciales. Pero el eje está. El camino está trazado. El Espíritu, la Vida Una, ha soplado. Descendido a los infiernos. Qué cosa más rara. Ayer entendí un poco. Nos decía Fidel Aizpurúa: la glorificación de Jesús no es subirle en el pódium, en la grada más alta. No es subir al piso de arriba (que no lo hay). Es bajar más a lo profundo de la humanidad, a los débiles. Esos ritos de la Iglesia tan llamativos, tan signos de poder y de “sagrados”. Esas celebraciones, ese lenguaje de exaltación, lo hemos de entender hacia abajo. La humanidad se transforma desde el corazón, desde la kénosis (del griego κένωσις: «vaciamiento») y son los empobrecidos los que realizan esa misión en la tierra. Desde ellos y con ellos podemos transformar y hacer un mundo más humano; experimentar que los débiles, los empobrecidos, los sin nombre, tienen el vigor de transformar la humanidad.
Cómo choca ver las celebraciones de la Iglesia con esos ropajes. Y con esos lenguajes. Parecen la aclamación a los ganadores en la meta… Mientras, en un rincón está el publicano, sencillo, reconocedor de su debilidad. Y éste sale salvado. Jesús no subió. Era la forma geográfica que el pueblo de Israel tenía. El cielo estaba arriba. Con Jesús, cuanto más abajo estamos, más vivimos en Dios porque ahí encontramos a los que tienen hambre, a los presos, a los enfermos, a los marginados… ¡Cuánto me queda que bajar, que descender! Son escalones por los que podemos ir bajando. Y cada grado que descendemos nos encontramos con Jesús Resucitado. Qué misión más bonita: acompañar a los de abajo para subir el escalón de la dignidad, para ascender a descubrir y vivir su dignidad de Hijos de Dios. Con esa bendición original que ellos tienen… la que les da Jesús: asume toda esa realidad y la deifica. “Solo por su gran bondad, nos perdonarán los pobres las limosnas que les damos” (algo así dice Vicente de Paul). Jesús muere, baja a la muerte. Experimenta el infierno de la soledad “¡¿Dios mío, por qué me has abandonado?!” y surge la Vida, el Amor. Y así toda la creación, toda la humanidad queda desde la creación transformada, resucitada. Todos los pobres son reconocidos en su dignidad y amor. Ojalá hagamos realidad aquí, ya, esta vivencia de Jesús: que bajemos al infierno de la droga, al mundo del dolor, al mundo de la cárcel, al mundo del hambre y con Cristo y los empobrecidos levantemos a una nueva vida, digna, resucitada. Los infiernos ya fueron la muerte de cruz, humillante en extremo. Y con su presencia, quedaron transformados en gloria y Vida. Bajando hasta el pódium del Amor. Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben los tendrían más recientes y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado, pasa justo lo contrario.
Mc que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. En Mt tampoco hay ningún relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años. Lc y Jn nos trasmiten relatos muy elaborados teológicamente. En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés. En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mt se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos. En el evangelio de Lc todas las apariciones y la subida al cielo tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la primitiva iglesia, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio. Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Jn, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lc, tienen miedo del mismo Jesús. “Creían ver un fantasma”. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos. Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al empaquetarlo en una narración, tenemos el peligro de quedarnos en el cuento. No les importa la falta de lógica del relato. Así estaba escrito. Lc insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios. Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús. También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar, antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. "Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. La epístola de Jn tiene que hacernos reflexionar. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso. Está claro que no habla de un conocimiento teórico, sino de una identificación con él. Una erudición exhaustiva sobre la figura de Jesús no garantiza una vida cristiana. Aceptar con escrupulosidad todos los dogmas no dará garantía ninguna de verdadera salvación en Jesús. No se trata de conocer mejor a Jesús, sino de nacer a la Vida que él vivió y desplegarla con la mayor intensidad posible. Meditación Jesús se hace presente en medio de la comunidad. Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores. Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy. Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente. Eso solo es posible a través del amor manifestado. Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo, gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: "Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados." La segunda comienza: "Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo." En el evangelio, Jesús afirma que "en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos".
Gente con muy poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeo-cristiana para amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús. La resurrección y sus pruebas Pero el evangelio de este domingo concede también especial importancia al tema de la resurrección. Imaginemos la situación de los primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea en una persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas, intelectuales y políticas? Necesitaban estar muy convencidos de que su muerte no había sido un fracaso, de que Jesús seguía realmente vivo. Y la certeza de su resurrección la expresaban con los relatos de las apariciones. En ellas se advierte una evolución muy interesante: 1. En el relato más antiguo, el de Marcos, Jesús no se aparece; es un ángel quien comunica a las mujeres que ha resucitado, y éstas huyen asustadas sin decir nada a nadie (Mc 16,1-8). 2. En el relato posterior de Mateo, a la aparición del ángel sigue la del mismo Jesús; su resurrección es tan clara que las mujeres pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10). 3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. Pero es sobre todo en el episodio siguiente, el que leemos este domingo, donde pone toda la fuerza de las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos. 4. Finalmente, Juan parece matizar el enfoque de Lucas: Jesús ofrece a Tomás la posibilidad de meter el dedo en sus manos y en el costado. Pero ese tipo de prueba física no es el ideal. Lo ideal es "creer sin haber visto". En esta misma línea se mueve la aparición final junto al lago: cuando llegan a la orilla y encuentran ven las brasas preparadas y el pescado (Jesús no come) "ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor". Juan ha expresado de forma magistral la unión de incertidumbre y certeza. No hay pruebas de que sea Jesús, pero no les cabe duda de que lo es. He querido alargarme en estas diferencias entre los evangelistas porque a menudo se utilizan los relatos de las apariciones como armas arrojadizas contra los que tienen dudas. Dudas tuvieron todos y, de acuerdo con los distintos ambientes, se contó de manera distinta esa certeza de que Jesús había resucitado y de que se podía creer en él como el Salvador al que merecía la pena entregarle toda la vida. La sección final de Lucas El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas. Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación. La mejor prueba de la resurrección de Jesús Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: "En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto." La frase final: "vosotros sois testigos de esto" parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro, "lo amáis sin haberlo visto". Esta es la mejor prueba de la resurrección de Jesús. Las lecturas del tiempo pascual nos ofrecen el testimonio de muchos hombres y mujeres que experimentaron, de diferentes formas, que Jesús estaba vivo. A partir de esa experiencia, pudieron ayudar a muchas otras personas con su testimonio. Eran testigos y se convirtieron también en maestr@s de espiritualidad.
El evangelio de hoy no es una secuencia de una película, es un camino para que aprendamos a ser testigos hoy y demos testimonio con valentía (y, a ser posible, con salero). Por eso, podemos comenzar preguntándonos: ¿cómo y cuándo nos encontramos con Jesús resucitado, personalmente y en comunidad? ¿Cómo transforma esta experiencia nuestra vida? Cuando unas mujeres tuvieron esta experiencia, los apóstoles se sobresaltaron (se descolocaron, diríamos hoy). ¿También se burlarían de ellas, porque sus palabras “les parecieron un delirio”? La catequesis de Emaús nos invita a tomar conciencia de que otras personas experimentaron que ni la cruz, ni el fracaso, tenían la última palabra. La Vida se abría paso al partir el pan. Cualquier cena podía reavivar el fuego y hacer que volviera a arder su corazón, siempre que fueran capaces de descubrir a Jesús en esa cena-Eucaristía. En el texto de hoy, el resucitado se hace presente como portador de paz. Pero el grupo no puede reconocerlo porque sus mentes están llenas de miedo. Y donde está presente el miedo, no cabe la fe, a menos que el miedo se rinda y deje el espacio libre. Confunden a Jesús con un fantasma. ¿Con qué o con quién lo confundo yo? ¿Con una varita mágica que me concederá lo que le pido, si me pongo cansina? ¿Con un juez que me juzgará el último día? ¿Con un economista que lleva cuenta exacta de todo lo bueno y malo que hago? ¿Con un ser “de quita y pon”, al que recurro solo en momentos de necesidad y olvido a diario, porque gestiono bien la vida sin su presencia? ¿Con qué “disfraz” he colocado a Jesús en la hornacina de mi vida, en lugar de dejarme transformar por el Viviente? ¿Qué ocurre en nuestras parroquias y comunidades? Si viene alguien de fuera ¿qué percibe? ¿Nos relacionamos con un pastor amable y dulce que no nos pide gestos de conversión y al que contentamos con ritos y más ritos? ¿Con un revolucionario que solo nos invita a luchar, aunque perdamos la caridad en el intento? ¿Hacia dónde caminan nuestras comunidades y cómo vivimos la experiencia de que nos convoca Jesús resucitado? Jesús les invita a palparle. Preciosa catequesis que nos anima a perder el miedo y tener con Jesús un encuentro “cuerpo a cuerpo”, en lugar de que nuestra mente o “la doctrina” nos hablen de Él. Como Jacob, luchemos hasta rendirnos, hasta quedar “tocad@s”. ¿A qué tenemos miedo? Quienes se acercaban a las primeras comunidades tenían dificultades para reconocer al Viviente tras el cuerpo de un crucificado. En los diferentes textos de las apariciones nos dicen que el reconocimiento de Cristo, fue lento y costoso. Lucas tiene la difícil tarea de explicar que el resucitado y Jesús de Nazaret son la misma persona. Y lo hace con las claves literarias de su tiempo. Para nosotros es impensable que Jesús, resucitado, masticara el pescado para demostrar que estaba vivo. Pero, de este modo, las comunidades podían recordar las comidas en las que Jesús se había hecho presente y abrirse a una realidad nueva, que estaba más allá de lo que percibían por los sentidos. Ni entonces, ni ahora, es fácil abrirnos a esa realidad; la Historia de la Iglesia nos muestra que muchos hombres y mujeres han traspasado ese umbral a través del servicio a las personas más pobres. Dar de comer al hambriento y de beber al sediento no solo beneficia a quien lo recibe, sino que es un camino seguro para reconocer a Jesús, vivo, en cada persona. Este encuentro con Jesús también nos abre el entendimiento y nos ayuda a comprender las Escrituras desde otra perspectiva. Sin ese encuentro, podemos pasar toda nuestra vida estudiando la Palabra como quien disecciona un cadáver. Seremos capaces de explicar cada versículo, sin habernos dejado encontrar por el Viviente. Podemos estudiar teología y vivir como si no hubiera resurrección. Podemos organizar las comunidades eclesiales como si fueran la mejor ONG. Entonces… ¿de qué y de quien damos testimonio? ¿Dónde es urgente dar testimonio del Viviente hoy y ayudar a la gente a palparle? Una idea empieza a cobrar fuerza en ensayos y reflexiones: perplejidad, desconcierto, incomprensión. Tanto si se trata de describir el paisaje después de la crisis como de entender las noticias cotidianas, nos sentimos cada vez más inseguros, perplejos e incapaces de aprehender la realidad con fuerza suficiente para entenderla y explicarla. Hace unas semanas citaba aquí mismo el libro de Antón Costas El final del desconcierto, unos días después participaba en la presentación del número 12 de la revista Crisis con un especial sobre Desconcierto presente y futuro, y recientemente he sabido que Daniel Innerarity publicará el 21 de febrero un nuevo ensayo bajo el título Política para perplejos.
¿A qué se debe semejante despiste? Podría decirse que el momento de cambio, incertidumbre y nacimiento de nuevos paradigmas en que vivimos acarrea inevitablemente esa inseguridad, y probablemente así sea, pero merece la pena ir deteniéndose en algunos de los hechos concretos que generan esta sensación. Esta semana, uno ha tomado protagonismo: el algoritmo. Es decir, un sistema de toma de decisiones resultante de cálculos automáticos en ordenadores sin más intervención humana que su programación. No es que sea nuevo, ni mucho menos, pero hemos visto cómo se ha convertido en el blanco de todos los que intentaban explicar el batacazo del Dow Jones y del resto de los índices bursátiles. Con la intención de hacer comprender ese Frankenstein en que se han convertido las Bolsas, se nos dice que, en previsión de la subida de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, el algoritmo se puso a funcionar y en apenas unas horas provocó un terremoto que ha hecho cerrar la semana con una bajada en torno al 5%, la mayor caída porcentual desde 2011. Pero, ¿qué fue lo que activó esta reacción del famoso algoritmo? Un razonamiento en cadena fundado en expectativas y especulaciones: el incremento del empleo llevaría a un mayor consumo y una subida de los tipos de interés, coincidiendo además con la incertidumbre que genera la entrada en escena de un nuevo presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Así dicho, no me extraña que el fenómeno genere desconcierto y perplejidad. O sea, ¿que un incremento del empleo hundió la bolsa? Sin embargo, la cosa cambia cuando se empieza por explicar que hace años que aproximadamente la mitad de las operaciones bursátiles del mundo son “operaciones a corto”realizadas por unas máquinas cuya programación se basa en comprar y vender en cuestión de nanosegundos con el único objetivo de especular en esas operaciones y obtener así beneficios sin mayor aportación a la economía real. A esto, otros analistas añaden más elementos como puede ser la previsible subida del dólar a consecuencia de la posible repatriación de 400.000 millones de dólares de las compañías estadounidenses, o el efecto de “mal de altura” que sufrió el Dow Jones tras un mes de enero en que se había revalorizado un 30%, etc… Y posiblemente, las causas habrá que buscarlas en todos estos elementos y alguno más que ahora se nos escapa. Sea como sea, el algoritmo lo que hace es reflejar decisiones tomadas por humanos que apuestan por una economía especulativa alejada de cualquier anclaje en la economía real. Son los expertos los que programan el algoritmo de acuerdo a unas decisiones de marcado carácter ideológico. ¿O acaso el modelo económico por el que se opta no lo es? Me atrevo a aventurar que el debate es de fondo y no lo resolveremos en dos días. De hecho, la BBC ha difundido un reportaje donde recoge “5 algoritmos que ya están tomando decisiones sobre tu vida y que quizá tú no sabías”. Presta atención a programas encargados de filtrar los curriculum de candidatos a un empleo, –estimando que en EEUU el 70% de las solicitudes de empleo son filtradas por un algoritmo antes de ser analizadas por un humano– en base a criterios que no son conocidos; nombra sistemas que rastrean nuestras compras en Internet como indicador para decidir si el banco debe darnos un crédito en función de lo que compramos; y alerta de que en 10 estados de EEUU los jueces utilizan para dictar sentenciaun programa llamado COMPAS, un algoritmo de evaluación de riesgos que dice predecir las probabilidades de que un individuo cometa un crimen, y en el que, por cierto, alguien ha decidido que los negros tienen más probabilidades de delinquir que los blancos. Los criterios para que un candidato sea idóneo para un puesto de trabajo, merecedor de un crédito bancario o más propenso a delinquir son variables programadas de forma opaca de acuerdo a valoraciones subjetivas de una persona humana o un grupo de ellas. Si se quiere profundizar en el tema, Christopher Steiner en su Automate This. How algorithms took over our markets, our jobs, and the world, explora muchos de los campos en los que estos algoritmos están operando, llegando a predecir, por ejemplo, la capacidad de liderazgo de un sujeto mediante un análisis sintáctico de sus correos electrónicos. Y si se le quiere poner un poco de humor, aquí se describe cómo el algoritmo llevó a Tesla a incrementar su capitalización bursátil en 100 millones de dólares al no saber interpretar una broma en forma de anuncio. Pensar que un algoritmo, en base a un número de variables codificadas puede predecir estos comportamientos de personas, de grupos humanos o de mercados mediante valoraciones neutras, objetivas e irrebatibles, no deja de ser otra forma de pensamiento mágico. Resulta fácil echarle la culpa al algoritmo y obviar que el bicho en cuestión obra de acuerdo a órdenes programadas por humanos con intención, ideología y opciones propias, como no podía ser de otra manera. Más que mirar al algoritmo, podríamos empezar a sospechar que el pensamiento único ha encontrado la manera de convencernos de que lo es. O como decía aquel, “Si no creo en el Dios verdadero, cómo voy a creer en los demás”. Cuando se habla de resurrección, el primer comentario suele ser que de allá nadie volvió para decir lo que pasa.
Esa constatación con aires de evidente, lo sería si la resurrección se entendiese como un regreso de los muertos a la vida, un desandar el camino desde la oscuridad de la tumba a la luz acostumbrada de nuestras vidas. Pero no es eso lo que entendemos quienes celebramos que Cristo ha resucitado. ¡La resurrección de Cristo no es regreso a su pasado sino entrada en su futuro! ¡Su Pascua no es recaída en el mundo viejo sino comienzo de un mundo nuevo! Por la resurrección, no recobra el hombre la vida perdida sino que se abre a una vida nueva, a la vida de Dios. Resucitado, no regresa el hombre a la mortalidad sino que se le reviste de inmortalidad. "Habéis muerto -dice el Apóstol- y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios", o, lo que es lo mismo, la vida de Dios está escondida con Cristo en nosotros. Así que, si alguien nos pregunta por la resurrección, no decimos: De allá nadie volvió. Sino que confesamos: ¡Cristo Jesús vive!, y somos sus testigos, pues "hemos comido y bebido con él después de su resurrección", más aún, hemos resucitado con él, y estamos con él a la derecha de Dios en el cielo. Es cierto: De allá nadie volvió. Pero es más cierto aún que allá, en la vida nueva, ya hemos entrado misteriosamente los que creemos en Cristo Jesús. Con él nos encontramos y comemos siempre que, conforme a su mandato, escuchamos su palabra, hacemos nuestra su acción de gracias y recibimos los sacramentos de su vida entregada. Arrodillados como el Señor a los pies de la humanidad, de él aprendemos a servir a los pequeños, a curar heridas, a limpiar miserias, a entregar como un pan nuestras vidas a los pobres. Con Cristo resucitado comemos y bebemos siempre que los pobres se sientan a nuestra mesa. Y aunque sea poco lo que haya para compartir y guardemos silencio mientras lo compartimos, sabemos muy bien que es el Señor quien está con nosotros. Porque comemos y bebemos con él, llevamos en el corazón su paz, la que él nos ha dado, su alegría, en la que él nos envuelve, su Espíritu, con el que él nos unge, nos transforma, nos fortalece, nos consuela, nos vivifica, nos justifica, nos santifica, nos resucita. Su paz, su alegría, su Espíritu, son en nosotros los voceros de su resurrección. Sabemos que él vive, porque vive en nosotros, porque espera con nosotros, porque ama en nosotros, y, en este cuerpo suyo que es la Iglesia, él va llenando la tierra de humanidad humilde, de humanidad pacificada, de humanidad reconciliada, de humanidad nueva, recia, libre y justa, de humanidad resucitada, de humanidad divinizada. Sólo tu vida, Iglesia de Cristo, puede dar testimonio de que Cristo vive. El mundo te necesita para salvarse de su resignación a la nada. El mundo te necesita para estrenar humanidad, para entrar en el día de la resurrección. Deja que se transparente en ti la luz de Cristo resucitado. |
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