Tanta niebla que ya se nos ha olvidado cómo es el sol. Así que de tanto hablar de la pederastia, se nos ha olvidado hablar y recordar a un misionero español matado estos días en Burkina Faso. Y los misioneros y sacerdotes en su entrega y servicio normal. No podemos llegar a olvidar esa realidad muy fuerte: cuarenta misioneros han sido asesinados en el 2018. Es la otra cara de la verdad, muertos por defender a los pobres, por promocionar a los más débiles. Y eso solo en un año.
Os invito a pensar en cantidad de personas sencillas, que entregan su grandiosa vida al servicio del Evangelio: evangelizan, ayudan, sanan, curan, educan, promocionan, Es bueno abrir los ojos. Cuando en ciertas partes dominan los intereses económicos de grupos, o de personas concretas, los misioneros y misioneras se oponen y trabajan por promover la justicia, el amor, la paz… Venezuela, Honduras, El Salvador… Cada uno conocemos a personas así. Quizás son familia o amigos nuestros o por lo menos conocidos. Es cierto que no quita un ápice del mal cometido, especialmente con los niños. Y esos merecen su castigo penal, ser depuestos de sus cargos, pedir realmente perdón… Aunque es imposible reparar el mal cometido. Estoy en una duda: por un lado leo en Jesús "pero al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mt, 18,6 ss). Y por otro: “entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. Pero es cierto que además de intentar poner remedio, hay que reconocer que es un tanto por ciento pequeño el que ha cometido esos horrores y que por desgracia, se da, también en otros ámbitos, escolares, deportivos, familiares. Se nota más en un folio una mancha negra que una bella pintura suave (un servicio limpio). Prefiero recordar y traer a mi memoria los miles y millones de niños que han disfrutado sanamente en los campamentos, en las clases, en las catequesis. El papa Francisco, con serenidad pero con firmeza; los padres, los jueces y los afectados ponen las cosas en su sitio, aunque no podamos quitar el dolor sufrido ya y el mal realizado. Ojalá limpiemos del todo los cristales para que ya nunca veamos suciedad sino claridad; amor auténtico y servicio. Y es preferible encender una cerilla que maldecir la obscuridad.
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Todos “sabemos” cuál es el aspecto de Jesús por la abundante iconografía de la figura más retratada del arte occidental: alguien de cabello largo y barba, cara serena y mirada limpia. Pero es representado con rasgos occidentales, según el fenotipo de nuestra parte del Planeta.
Sin embargo, existe una prohibición radical de pintar imágenes de Dios en el mundo judío y musulmán (aniconismo) por la profunda y arraigada creencia de que Dios es el único creador y, por lo tanto, arrogarse un ser mortal esta facultad representativa es una blasfemia considerada pecado de idolatría para el artista, pues no se veneraría al verdadero Dios sino una representación suya. Solo el hecho de encerrarle en una figura creada por un ser humano supone restarle valor a la categoría eterna e intangible de Dios al reducirlo a una representación humana. En nuestro caso, las imágenes de Jesús son de la época bizantina, del siglo IV en adelante y eran representaciones simbólicas sin ningún soporte histórico. Curiosamente, son varios grupos de científicos y arqueólogos que dicen haber encontrado la imagen de Jesús. Una de ellas en el baptisterio de una iglesia bizantina del desierto de Negev (Israel) en que se relaciona un dibujo con la representación de Jesús al que se ha tratado de reconstruir los trazos. El resultado final es un Cristo que nada tiene que ver con el que actualmente representamos, lógicamente, pues sus rasgos son los propios de aquella zona de Medio Oriente. También se han encontrado numerosas representaciones del Mesías a lo largo y ancho del Mediterráneo. Quizá lo más sorprendente sea la llamada Carta de Publio Léntulo al Senado romano, en la que describe a Jesús de Nazaret de una manera muy hermosa, con comentarios como estos (es una selección): Publius Lentulus, legado de Tiberio César en Judea He sabido ¡oh César! que deseas tener noticias detalladas respecto a ese hombre virtuoso llamado Jesucristo, a quien el pueblo considera como Profeta, y sus discípulos como Hijo de Dios y creador del cielo y de la Tierra. El hecho es que todos los días se oyen contar de él cosas maravillosas, sana a los enfermos y resucita a los muertos. Este hombre es de mediana estatura y su fisonomía se halla impregnada a la vez de una dulzura y de una dignidad tal, que quien le mira se siente obligado a amarle y a temerle a un mismo tiempo. La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna. Su aspecto es sencillo y grave. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad. Su cabellera hasta la altura de las orejas es del color de la nuez madura, y desde ahí hasta los hombros, de un color claro y brillante, hallándose dividida en dos partes iguales por una raya, al estilo de los nazarenos. La barba, de un mismo color que la cabellera, es rizada y partida; sus ojos, severos, tienen el brillo de un rayo de sol y nadie puede mirarle de frente. Dícese que jamás se le ha visto reír, y en cambio llora con frecuencia. La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista y, por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres. Todos encuentran su conversación agradable y seductora. Su aire es muy distinguido, y bellas sus facciones; no es extraño, pues su madre es la mujer más hermosa que se ha visto en este país. Dícese que jamás ha hecho daño a nadie, y que, por el contrario, se esfuerza en hacer feliz a todo el mundo. Si quieres conocerle ¡oh César!, según ya me lo han dicho una vez, dímelo y te lo enviaré. Precioso, pero parece que se trata de un texto apócrifo en al menos tres versiones. Tampoco está clara la existencia de este personaje romano, supuesto antecesor de Poncio Pilato que, con seguridad, no habría utilizado expresiones acordes con el lenguaje del mundo hebreo. El pergamino fue descubierto en Roma, pero su contenido quedó postergado por la Gran Guerra de 1914. Un tal Giacomo Colonna encontró la carta en 1421 escrita en griego durante los primeros siglos, y posteriormente fue traducido al latín para tomar su versión actual hacia el siglo XV. Pero resulta hermoso pensar en cómo sería físicamente Jesús y, sobre todo, la fuerza que emanaría su rostro. Nos seguiremos conformando con los iconos, cuadros y estampas para facilitar un poquito la devoción, con el permiso de los judíos, musulmanes… y de algunos cristianos, que de todo hay. Es un hecho comprobado que, como nuestra sociedad avanza de forma acelerada, hay mucha posibilidad de perder el tren de la modernidad. Todos los días vemos en las grandes ciudades el cierre de tiendas que han muerto ante el comercio por internet y en la educación los países son conscientes de que necesitan preparar a jóvenes para dar respuestas con nuevas técnicas a los retos de la modernización.
Educación, cambio, creatividad, preparación, innovación, emprendimiento…, son vocablos que se repiten una y otra vez pero que exigen tomar decisiones a la espera de que sean las correctas pues se hace camino al andar y nadie, en nuestros tiempos, conoce la ruta más corta o la más exitosa Todo esto me ha hecho pensar en la Iglesia Católica. Hace unos días intuí que un obispo defendía la resistencia de la institución dentro de unas murallas, cada día más altas, pero es una postura que pudo tener éxito en su momento, pero ya no vale. Si son necesarios los cambios en todas las empresas para sobrevivir, más aún lo son en nuestra Iglesia que arrastra el polvo, como dijo Juan XXIII, del Imperio Otomano y que en estos momentos se encuentra con la disidencia de muchos fieles agravada, al día de hoy, por el pavoroso caso de la pedofilia clerical Saber que tenemos un problema no basta pues hay que conocer el camino a seguir y es aquí donde no nos ponemos de acuerdo y no es fácil. Algunos sugieren eliminar el celibato para convertirlo en algo opcional pues defienden que sería una manera de eliminar la barrera entre el sacerdote y los fieles. Para otros, la solución está en que se permita a las mujeres ordenarse pues multiplicaría las eucaristías que son el centro de nuestra religión. Los hay que defienden la temporalidad de los cargos eclesiásticos como se hiciera en la Iglesia primitiva, olvidarse del sexo, recortes en la Ciudad del Vaticano, supresión de los nuncios… Pero tengo la impresión de que todos estos cambios, sin duda necesarios, son el chocolate del loro pues la Iglesia necesita un terremoto que le permita desembarazarse de las albardas con que la cargaron muchos siglos de cristianismo. Al Papa se le exigen cambios, pero hay muchos clérigos que ponen el palo en su rueda para impedirlo y si se toman resoluciones son bienvenidas en algunos continentes y rechazadas en otros. La verdad es que estoy sumergida en un mar de dudas y no basta con pedir al Espíritu Santo que actúe, tenemos que hacer algo para evitar el deslizamiento de la Institución hacia la nada. Pero siempre podemos hacernos la pregunta viendo lo que nos parecemos a las primeras comunidades cristianas ¿No será que el Paráclito quiere romper la baraja y empezar de nuevo? A diario en el mundo se repite el éxodo, cuando los pies de los migrantes cruzan caminos inexistentes y el dios de Israel sigue abriendo para ellos los mares, los bosques, y hasta las fronteras, esas mismas que los seres humanos hemos intentado cerrar tanto fuera como dentro de nosotros. A diario también se repite el desierto en nuestra vida, cuando atravesamos momentos en los que apenas nos estamos sacudiendo de las cosas que no queremos vivir pero todavía no hemos llegado a las que sí queremos, y nos damos cuenta que estamos en ese punto intermedio, de tanta incertidumbre como esperanza, dos palabras que se entrelazan en la fe con mucha frecuencia.
El número cuarenta es muy importante en la Biblia. Aparece en el diluvio, en el éxodo, en el relato de Moisés en el Sinaí, en la historia de Elías y en la de Jesús, y representa al menos 3 palabras importantes, que se relacionan entre sí y que figuran una valiente invitación para quienes hoy vamos entrando también en nuestros 40 días de éxodo y desierto: Cambio, Preparación y Libertad. Y de alguna manera esas palabras se ven reflejadas en la propuesta litúrgica de la Iglesia, de vivir un tiempo previo a la celebración de la Pascua, con un detalle de hermosa pedagogía: en la Escritura el desierto es lo que sigue a la Pascua, pero en la Liturgia de la Iglesia es lo que le precede. Para que el cambio nos resulte deseable, necesario y hasta imprescindible es preciso tener los ojos y los oídos abiertos. Tal vez en estos días en los que Netflix tuvo a medio mundo viendo una película sobre personas que se cubren los ojos (Bird Box), debamos pensar que aquella cruel metáfora es bastante real: Preferimos cubrirnos los ojos porque nos da miedo ver la realidad y perder toda esperanza. ¡Claro que el mundo es un lugar difícil, con hambre, crueldad, indiferencia y opresión! ¡Claro que si miramos detenidamente a los acontecimientos del día a día podemos pensar que nada vale la pena! Por eso hay tantos creyentes que jamás miran las noticias y confunden su resignación con aceptación de la voluntad de dios. Pero la Cuaresma es tener esa actitud de Yahvé que le dice a Moisés: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios” (Ex 3, 7-8), así que vivir cuaresma es abrir los ojos y los oídos para darnos cuenta que la voluntad de dios es que seamos capaces de notar y advertir qué es lo que necesita cambios, no solo en nosotros, sino también gracias a nosotros. El Desierto es además, un tiempo prudente de preparación, es ese plazo que nos damos entre una situación de vida y otra, como la soledad al terminar una relación, como el duelo al despedirnos de quien amamos, como el silencio cuando no tenemos las cosas claras. Es un tiempo para que el agua turbia vuelva a estar clara y así podamos vivir y decidir con esa claridad. Israel no estaba listo para pasar de la esclavitud a la tierra prometida en un día, y hasta Jesús pasó por aquella preparación, pues lo que iba a vivir en esos días y noches en medio de la gente del pueblo con sus dolores y angustias, era algo que merecía llegar listo. Los seres humanos nunca estamos listos del todo, pero precisamente por eso la cuaresma nos recuerda que podemos prepararnos siempre. Así como no se alcanza a estar listo para ser padres en 9 meses de embarazo, sino que aquello toma toda la vida -y no por eso hay que dejar de hacerlo- así mismo, la continua preparación aplica para la vida en pareja, para el trabajo, para el servicio a los hermanos, para toda vocación. Pero la Cuaresma no es un destino, es apenas un puente. Por algunas tristes razones, muchas de las formas de espiritualidad en nuestra fe tomaron un matiz cuaresmal permanente, y convirtieron la experiencia religiosa en un perpetuo arrepentimiento sin victoria, en un viacrucis sin pentecostés. El desierto estará siempre impregnando la vida de Israel, pero como una invitación a recordar la necesidad de cambiar y prepararse para poder vivir en Libertad. La Libertad es la puerta de la perfecta alegría y el punto de partida de la paz. En el día 41 (simbólico, no matemático) no hay luto, ni ceños fruncidos, sino fiesta y abrazos. El destino de la cuaresma es la dicha del amor y la fraternidad, que solo se pueden vivir en Libertad y que a su vez producen a su alrededor Libertad, pues no deja dios de escuchar el clamor de sus hijos. Pasar entonces por el camino cuaresmal es no perder de vista la libertad, es sacudirnos de cualquier tipo de opresión y esclavitud, es renunciar a tener una vida a medias. Se hace evidente pues, que en la pedagogía de la comunidad cristiana la cuaresma anteceda a la pascua, si bien en la Escritura el desierto es el paso siguiente a la liberación. Porque no necesariamente estamos preparados para cambiar, o dispuestos a prepararnos, y no siempre somos conscientes de que el gran propósito de nuestro Padre del Cielo es vernos libres y libertadores de los hermanos. Por eso cada año volvemos a la ceniza, a la oración íntima, al ayuno en secreto, a la solidaridad sin selfies, porque cada una de estas invitaciones nos ayuda a estar cerca del corazón del Padre, atentos a nuestros propios apegos, y responsables de la necesidad de los hermanos. Que sean los pies del maestro en el desierto nuestra guía en el camino cuaresmal. Este domingo se nos proponen dos teofanías, una a Abrahán y otra a los tres apóstoles. En realidad, toda la Biblia es el relato de la manifestación de Dios. Se trata de leyendas construidas para fundamentar las creencias de un pueblo. La Alianza sellada por Abrahán con el mismo Dios es el hecho más importante de la epopeya bíblica. Hay un detalle muy significativo. Dios no llegó a la cita hasta que vino la noche y Abrahán cayó en “un sueño profundo y un terror intenso y oscuro”. Naturalmente, se trata de experiencias internas.
Tampoco la transfiguración debemos entenderla como una puesta en escena por parte de Jesús. El querer explicar el relato como si fuera una crónica de lo sucedido es la mejor manera de hacer polvo el mensaje. No es verosímil que Jesús montara un espectáculo de luz y sonido, ni para tres ni para tres mil. El domingo pasado se proponía una espectacular puesta en escena (tírate de aquí abajo) como una tentación. No tiene mucho sentido que hoy se proponga como una “gracia” en beneficio de los tres apóstoles. Es clave, para la comprensión del relato, la advertencia final. "Por el momento no dijeron nada de lo que habían visto". En el mismo relato de Mt y Mc, es Jesús quien les prohíbe decir nada a nadie "hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". La conversación con Moisés y Elías era sobre el “éxodos de Jesús” (pasión y muerte). Seguramente se trata de un relato pascual. Todos los relatos evangélicos son pascuales. Me refiero a que en un principio se pensó como relato de resurrección pero con el tiempo se retrotrajo al tiempo de la vida de Jesús, para potenciar el carácter divino de Jesús y su conexión con el AT. Se emplean los mismos elementos que utiliza el AT para relatar las teofanías de Dios. El monte, lugar de la presencia de Dios. El resplandor, signo de que Dios estaba allí. La nube en la que Dios se manifestó a Moisés y que después les acompañaba por el desierto. La voz que es el medio por el que Dios comunica su voluntad. El miedo que siente todo aquel que descubre la presencia de lo divino. Las chozas, alusión a la fiesta mesiánica en la que se conmemoraba el paso por el desierto, de la esclavitud a la libertad. Moisés y Elías son símbolos: La Ley y los Profetas, los dos pilares de la religiosidad judía. Conversan con Jesús, pero se retiran. Han cumplido su misión y en adelante será Jesús la referencia última. Pedro pretende hacer tres chozas, para perpetuar el momento que creen interesante. Se trata de una transfiguración. Cambió la figura, lo que pueden percibir por los sentidos. En lo esencial, Jesús siguió siendo el mismo. Fue la apariencia lo que los tres discípulos experimentaron como distinto. En Jesús, como en todo ser humano, lo importante es lo divino que no puede ser percibido por los sentidos. En los relatos pascuales, se quiere resaltar que ese Jesús, que se les aparece, es el mismo que anduvo con ellos en Galilea. En el relato, referido a su vida, se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. Ese Jesús que vive con ellos es ya Cristo glorificado. La inmensa mayoría de las interpretaciones de este relato apuntan a una manifestación de la “gloria” como preparación para el tiempo de prueba de al pasión. Además de fallar en el intento, esto sería una manifestación trampa. Cuando interpretamos la “gloria” como lo contrario a lo normal, nos alejamos del verdadero mensaje del evangelio. El sufrimiento, la cruz no puede ser un medio para alcanzar lo que no tenemos. En el sufrimiento está ya Dios presente, exactamente igual que en lo que llamamos glorificación. La “gloria de Dios” no tiene nada que ver con la gloria humana. En Dios, la gloria es simplemente su esencia, no algo añadido. Dios no puede ser glorificado, porque nunca puede estar sin gloria. Con nuestra mente no podemos comprender esto. Cuando hablamos de la gloria divina de Jesús, aplicándole el concepto de gloria humana, tergiversamos lo que es Jesús y lo que es Dios. Si en Jesús habitaba la plenitud de la divinidad, como dice Pablo, quiere decir que Dios y su “gloria” nunca se separaron de él. Jesús, como ser humano, sí podría recibir gloria humana: cetros, coronas, solios, poder, fama, honores, etc. etc. Pero todo eso que nosotros nos empeñamos en añadirle no es más que la gran tentación. El evangelio nos dice que no tenemos nada que esperar para el futuro. La buena noticia no está en que Dios me va a dar algo más tarde, aquí abajo o en un hipotético más allá, sino en descubrir que todo me lo ha dado ya (El reino de Dios está dentro de vosotros). En Jesús está ya la plenitud de la divinidad, pero está en su humanidad. La divinidad de Jesús no se puede percibir por los sentidos ni deducir de lo que se percibe. De fenómenos externos no puede venir nunca una certeza de la trascendencia, por muy espectaculares que parezcan. Todo lo que Jesús nos pidió que superáramos, ahora lo volvemos a reivindicar con creces, solo que un poco más tarde. Renunciar ahora para asegurarlo después, y para toda la eternidad... Es la mejor prueba del valor que seguimos dando a nuestro falso yo, y de que seguimos esperando la salvación a nivel de nuestro ego. Jesús acaba de decir a los discípulos, justo antes de este relato, que tiene que padecer mucho; que el que quiera seguirle tiene que renunciar a sí mismo... Jesús nos enseñó que debemos deshacernos de la escoria de nuestro ego, para descubrir el oro puro de nuestro verdadero ser. Nosotros seguimos esperando de Dios que recubra de oropel la escoria para que parezca oro. Lo divino en nosotras, no es lo contrario de nuestras carencias. Es una realidad compatible con las limitaciones, que son inherentes a nuestra condición de criaturas. Después de Jesús, es absurda una esperanza de futuro. Dios nos ha dado ya todo lo que podría darnos. Se ha dado Él mismo y no tiene nada más que dar (Sta. Teresa). Claro que esto da al traste con todas nuestras aspiraciones de “salvación”. Pero precisamente ahí debe llegar nuestra reflexión: ¿Estamos dispuestos a aceptar la salvación que Jesús nos propone, o seguimos empeñados en exigir de Dios la salvación que nosotros desearíamos para nuestro falso yo? ¡Escuchadle a él solo! Seguimos, como Pedro, aferrados al Dios del AT. Yo diría: ¡Escuchad como Jesús escuchó! El cristianismo ha velado de tal forma el mensaje de Jesús, que es casi imposible distinguir lo que es mensaje evangélico y lo que es adherencia ideológica. Esa tarea de discernimiento es más urgente que nunca. Los conocimientos que hoy tenemos hacen que podamos descubrir la cantidad de relleno que nos han vendido como evangelio. Jesús buscaba odres nuevos que aguantaran el vino nuevo. Hoy son numerosos los odres que esperan vino nuevo, porque no aguantan el vino viejo que les seguimos ofreciendo. El hecho de que Moisés y Elías se retiraran antes de que hablara la voz es una advertencia para nosotros, que no acabamos de superar el Dios del AT. Jesús ha dado un salto en la comprensión de Dios que debemos dar nosotros también. En realidad, en ese salto consiste todo el evangelio. El Dios de Jesús es un Dios que es siempre y para todos amor incondicional. El Dios de Jesús nos desconcierta, nos saca de nuestras casillas porque nos habla de entrega incondicional, de amor leal, de desapego del Yo. El Dios del AT ha hecho una alianza al estilo humano y espera que el hombre cumpla la parte que le corresponde. Oración No tienes que arrancar nada de ti. Todo lo que no es esencial, terminará por desprenderse. Agudizar la vista interior para ver lo que eres, más allá del oropel o del lodo que te cubre y oculta. Solo la meditación podrá iluminarte para ver la realidad. Enfoca tu atención hacia el centro. La iluminación llegará con naturalidad. El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.
El contexto: la promesa Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Y ha avisado que quienes quieran seguirle deberán negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver el reinado de Dios». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? El cumplimiento: la transfiguración Seis después tiene lugar este extraño episodio. El relato de Lucas, el que leemos este domingo, podemos dividirlo en dos partes: la subida a la montaña y la visión. Desde un punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés. La teofanía del Sinaí Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una densa nube, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento. La subida a la montaña Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Este dato no debemos interpretarlo solo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan grande que no puede ser presenciado por todos. Lucas introduce aquí un cambio pequeño, pero importante. Marcos y Mateo dicen que subieron “a una montaña alta y apartada”; Lucas, que “subieron a la montaña para rezar”. La altura y aislamiento del monte no le interesa, lo importante es que Jesús reza en todas las ocasiones trascendentales de su vida. La visión En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.
Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo. Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) la voz del cielo les enseña que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios. La anticipación de nuestro triunfo (Filipenses 3,17-4,1) A la comunidad de Filipos, igual que a otras fundadas por Pablo, llegaron misioneros cristianos, pero de la línea radical, judaizante. Estaban convencidos de salvarse por observar una serie de normas alimentarias (“su Dios es el vientre”) y por la circuncisión (“se glorían de sus vergüenzas”); en consecuencia, aunque no lo reconozcan, para salvarse no es preciso que Jesús muera por nosotros, y “se comportan como enemigos de la cruz de Cristo”. Frente a esta postura, los filipenses, seguidores de Pablo, no aspiran a cosas terrenas sino que aguardan a un salvador, Jesús, que transformará nuestro cuerpo humilde a semejanza del suyo glorioso. Esta promesa de la transformación de nuestro cuerpo es la que ha movido a elegir esta lectura, en paralelo con la del evangelio: la transfiguración de Jesús no solo anticipa su gloria sino también la nuestra. La teofanía a Abrahán (Gn 15, 5-12. 17-18) Abrahán, presentado como un pastor seminómada, recibe las dos mayores promesas que puede desear: una descendencia numerosa y una tierra donde asentarse. El texto podemos dividirlo en tres partes: la primera promete una descendencia numerosa como las estrellas; la segunda, la tierra (sin concretar de qué tierra se trata, se supone que la de Canaán); la tercera une los dos temas: la descendencia de Abrahán heredará la tierra (en este caso se le atribuye una extensión fabulosa). No consigo entender por qué se ha elegido esta lectura. Probablemente porque la sección central hace referencia a una teofanía, y se la ha visto en paralelo con la transfiguración de Jesús. Pero cualquier parecido entre ambos relatos es pura coincidencia. En el camino del seguimiento, en el camino de cuaresma, este segundo domingo nos da una clave para seguir avanzando bien orientados. Nos recuerda que caminamos hacia la vida, no hacia la muerte, aunque esta sea un paso necesario. O quizá nos recuerda cómo, aun en el camino hacia la muerte, la presencia cercana y amorosa de Dios Padre transforma, transfigura el camino.
En los versículos anteriores al evangelio de este domingo, Jesús camina con sus discípulos y les anuncia su pasión y muerte, invitándoles a tomar la propia cruz para seguirle y estar dispuestos a perder la vida por el evangelio. ¡Duro mensaje! Para ellos y para nosotros. Lucas nos deja entrever a Jesús y sus discípulos caminando hacia Jerusalén bajo la sombra de la cruz, del fracaso anunciado por Jesús, para él mismo y para ellos. ¿Describe esto muchos de nuestros caminos? ¡Cuántas veces nos planteamos el caminar con Jesús como el camino hacia la cruz! Pero el evangelio de hoy nos dice: En este mismo camino hay gloria, hay encuentro con Dios, hay transfiguración. Es decir hay posibilidad de “ir más allá”, a lo esencial de nuestro ser. Como a Pedro, a Santiago o a Juan, Jesús nos saca del camino y nos toma consigo para hacernos testigos y partícipes de su encuentro con Dios, de este hecho central en su vida: experimentarse como hijo amado. La experiencia de cercanía de Dios está narrada con todos los elementos de las teofanías bíblicas, subida al monte (lugar en que Dios habita), vestiduras resplandecientes y personajes centrales en la historia del pueblo que nos conectan con la Ley y los profetas… Pero estos elementos de la teofanía no nos deben confundir. La importancia y grandiosidad de la cercanía de Dios, no está en “el ropaje” del decorado, sino en la hondura de la experiencia de Jesús, que se ve y se siente a si mismo profundamente amado como hijo. Él es el hijo amado del Padre, de su Abbá. Es de esta experiencia, no del decorado, de lo que Pedro, Santiago y Juan son testigos. Es ahí, al descubrir a Jesús como hijo amado de Dios, cuando sienten la llamada a escucharle y la atracción irresistible a permanecer con El. Ante este evangelio puedo quedarme en el ropaje del texto: “¡Qué pena, yo nunca he visto nada así!” o dejarme sacar del camino rutinario, y abrirme a lo que está más allá. Puedo reconocer que a mí también se me ha dado el gen de la transfiguración, que me invita continuamente a dejar la imagen, las apariencias, para poner la mirada en lo alto. Se nos invita a estar atentos, atentas, a la presencia cercana y amorosa de Dios, como hijos e hijas amados, y experimentar el encuentro con Él que nos “transfigura”. Se trata de elegir entre seguir cuidando lo externo: los ropajes, los aplausos momentáneos, la presencia en las redes sociales, el número de seguidores que tenemos… o cuidar ese otro “encuentro” que nos lleve a lo profundo, que nos saca del camino para hacernos descubrir Su presencia, transfiguradora de nuestra propia persona y de la realidad de nuestro entorno. Sí, hay presencias que nos cambian, hay momentos que nos abren de golpe la realidad y descubrimos en ella, en esa realidad cotidiana y conocida, algo más de lo visto hasta el momento presente. Los evangelios nos invitan a ir más allá de esa imagen de Jesús que angustiaba a sus discípulos cuando subiendo a Jerusalén le veían condenado a la cruz, como un proscrito. Nos invitan a ir más allá de esta apariencia: el que “sube” a la cruz es el mismo que hoy “sube” al Tabor, resplandece junto a Dios y se codea con Moisés y Elías, con la Ley y el Profetismo. Y con esta mirada profunda, y esta conciencia transfigurada de “hijos e hijas amadas” volvamos al camino, a seguir caminando sobrecogidos quizá, sin contarlo a nadie, como ellos, pero escuchando la voz de Hijo que traspasa nuestra vida e ilumina toda realidad. No es que yo sea un provecto quejumbroso de esos que añoran los años de su juventud o de su plenitud, esas etapas de la vida en las que no es infrecuente sentirse uno inmortal… No es que yo no dé importancia a los tiempos luminosos que vivimos: un hito de la historia del ser humano que los clasificará más adelante en la nomenclatura de otra Era. No es que subestime, desdeñe o desprecie las maravillas traídas por las nuevas tecnologías después de haber ido asistiendo al descubrimiento de la radio, del coche, de la televisión y de la cama articulada… No, no es nada de eso por lo que entiendo que vivimos una época de decadencia cuya culminación en una guerra total o en un tedio mortal de toda la Humanidad, también Oriente, es fácilmente predecible, pero que espero y deseo no vivir y que por mi edad lo más seguro es que asi sea.
La sociedad occidental, la oriental va por otros caminos, creo que ha tocado techo y fondo. A partir de aquí y a pesar de que los estilos de vida y del arte se han alternado siempre ajustándose a unos patrones o rompiendo los patrones, no veo probable una vuelta a alguna modalidad de romanticismo o de clasicismo, sino al caos o a los orígenes, pero no a los orígenes del buen salvaje sino a los orígenes de lo que en el ser humano había de la bestia. Porque la deriva hacia lo orgiástico, que es como llama Nietzsche a la ėpoca opuesta a lo apolineo caracterizado por la medida, parece acentuarse cada vez más. Ahora ya no hay otra medida ni patrón que no sea el capricho, ni más ėtica personal o colectiva que el código penal: el mínimum del mínimo moral. Esto se me antoja para toda la sociedad de Occidente, pero España parece estar alcanzando las más altas cotas de la descomposición social. ¿Será por lo dicho, que en los últimos cuarenta años en España no hemos oído ni en las conversaciones, ni en los debates, ni en las tertulias, ni en las charlas ni en las conferencias la palabra felicidad, ni la hemos leído en algo que no sea de otras épocas? ¿Será porque, como sucede con tantas otras palabras abstractas relacionadas con el espíritu: amor, prudencia, recato, fidelidad, pudor, honestidad, lealtad, etc., la sociedad española ya no cree en ellas? ¿o bien que la propia añoranza de los significados, cada una de esas palabras se nos hiela en la garganta al darla por perdida? Las Naciones Unidas, es ella en sí misma decadente. La prueba de que la sociedad mundial, la que representa a todas las naciones del mundo, es decadente está en su modo de estimar y graduar la felicidad colectiva. Valora el cuánto de felicidad de las naciones por el producto interior bruto per cápita. Es decir por lo que produce cada nación y por lo que consume cada individuo. Pues bien, en un ranking que llama Índice Global de Felicidad, basándose en diversos factores pero por encima de todos el PIB, entre 155 países España figura en el puesto 36, detrás de Guatemala o Malasia, siendo Finlandia el país más feliz del mundo, según el Índice de 2018. Aunque el artilugio que supone ese Índice fuese una metáfora, sigue siendo lamentable. Más bien una barbaridad sabido el grado de esquilmación del planeta al que le han sometido las naciones occidentales principalmente; sabido que el planeta ya no aguanta, ni el desarrollo no sostenido ni el sostenido; que colosales cifras de objetos fabricados y desperdicios no reciclables lo están aplastando; asociar la felicidad básicamente a la producción y al consumo de materiales supone legar a las siguientes generaciones, a nuestros nietos y biznietos, unas condiciones de vida sombrías y probablemente insoportables… El contrapunto a tal Índice lo puso en 1972 el rey de Bután. Propuso a cambio el Índice de Felicidad Nacional Bruta, un indicador que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el producto interno bruto. Es decir, que mientras los modelos económicos convencionales observan el crecimiento económico como objetivo principal, el concepto de felicidad nacional bruta se basa en la premisa de que el verdadero desarrollo de la sociedad humana se encuentra en el desarrollo material pero también espiritual; esto es, en el “desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, en la preservación y promoción de los valores culturales, en la conservación del medio ambiente y en el establecimiento de un buen gobierno” marcadamente responsable de lo que constituye su responsabilidad colectiva. Si bien yo, personalmente, y supongo que millones de personas en el mundo, estimo que no es el desarrollo sostenido el fin, sino sólo el “decrecimiento sostenido” lo que corresponde a una racionalidad propia del tiempo que vivimos. Hablaba antes de decadencia, pues bien la decadencia moral va siempre acompañada de la decadencia orgánica del individuo y de la sociedad… Pues bien, en esas sociedades decadentes se vive como en un verdadero torbellino y dudo mucho que se conozca, o al menos se entienda qué es propiamente felicidad, confundida con estertores y chispazos. El individuo entregado exclusivamente a sensaciones, tiene escaso recorrido. Pues la felicidad no es el goce, ni el placer ni el deleite de los sentidos. Y tampoco creo que sea el arrobamiento ocasional del ermitaño en su cubil o el éxtasis puntual del monje en su celda. Ni que sea la iluminación que esperan inútilmente los gnósticos, ni el nirvana de los budistas, ni la ataraxia de los antiguos griegos… Al menos no puede ser nada de eso felicidad en las naciones occidentales, tampoco en España, arrolladas por el inextirpable virus del comprar y el consumir, en medio de la escasez, por un lado, y el despojo, por otro, de millones de personas. Y si alguien dice que lo es, que es feliz, nadie podrá convencerme de que no será por breves momentos y mediando una fuerte autosugestión. Esto, en cuanto a la felicidad convencional colectiva. En cuanto a la felicidad individual, no hay pensador o filósofo que no haya respondido a la pregunta ¿qué es felicidad? haciendo abstracción de la circunstancia personal y haciendo recaer la “responsabilidad” de serlo exclusivamente de nosotros, pase lo que pase. Sin embargo, habida cuenta que “yo soy yo y mi circunstancia”, como afirma Ortega y Gasset, para que la reflexión sea más útil y consoladora que teórica, a efectos más prácticos que filosóficos, y a condición de disponer de lo imprescindible para subsistir, en tanto llega por fin la iluminación a los responsables del mundo sobre el giro que deben dar a la economía y a la “felicidad”, en la vida ordinaria de los tiempos actuales yo creo que sólo se puede vislumbrar la felicidad en el equilibrio personal y en la consciencia plena del vivir, del existir y del “ser” para la vida, sin aturdimiento ni desmayos. Un equilibrio cada vez más dificultoso, pero al que habría que sumar el cultivo de la sensibilidad de modo que no derive en sensiblería, ni se adueñe tampoco de nuestra personalidad; dejando entre equilibrio y sensibilidad espacio para la bizarría. Me refiero, naturalmente, al equilibrio interno, no al equilibrio exterior que es relativamente asequible por ser artificial y sólo por breves espacios de tiempo que acortan la vida. El equilibrio interior más aproximado, sin necesidad de los sinuosos y melífluos métodos de la paraespiritualidad y demás monsergas orientalistas, sólo es posible de una manera prolongada con una vida ordenada, una alimentación frugal, un entretenimiento diversificado y un ejercicio físico moderado. La injusticia social es una monstruosidad que denigra a la sociedad en proporción al escaso o nulo interés, según los casos, de sus dirigentes, elegidos por ella, por aminorarla. Sin embargo, la paradoja es que entre quienes apenas tienen lo justo para sobrevivir, no hay infelicidad. El afán o impulso por superar su trance les hace inconscientes de lo que, visto por otros, es su hipotética desgracia. La gente infeliz, secretamente, en su estricta intimidad, no públicamente, abunda hoy día cada día más entre los acomodados, los muy ricos y los demasiado ricos. Los acomodados, porque suelen valorar más lo que no tienen que lo que tienen. Los muy ricos, porque desean tener más y temen perder lo que tienen. Y los demasiado ricos porque viven sólo atentos a su riqueza, y el tedio que causa la sobreabundancia les cierra el paso a ese espíritu desenfadado que acompaña al indigente. Este enfoque desfigura y falsea ese torpe modo de llamar felicidad las Naciones Unidas al reparto del producto interior bruto. En suma y para terminar, la felicidad personal se considera inasequible salvo en la gloria, o bien es un estado excesivamente transitorio como para que persista en los sentidos. Y al igual que la libertad no existe en estado puro pues sólo se percibe negativamente, es decir porque la amamos somos incapaces de abusar de ella, la felicidad bruta, la tuya y la mía, sólo está en no sentirnos desgraciados… Lo que el Señor espera de ti es que:
Respetes la justicia, ames con ternura y camines humildemente con tu Dios (Miqueas 6,8). Escucho con sinceridad esta Palabra y le pregunto al Amor¿cómo emplear lo recibido, el instrumento cedido el tiempo de mi vida, para que viva sembrando igualdad, ame con ternura (con simpatía= “sufrir juntos”) y camine con sinceridad ante los ojos de Dios y de las personas? En esta semana tan significativa y tan importante para la humanidad, nos queremos unir, desde esta página, al clamor de millones de personas que estos días, tenemos un mismo sentimiento. Podemos expresar de muchas maneras nuestra radical disconformidad con todo lo que el patriarcado ha sembrado y sigue sembrando. Nosotras, como mujeres consagradas, nos hemos comprometido de dos maneras muy radicales que han conllevado cambios también radicales y muy difíciles de asumir: -dejar de pertenecer a una institución subordinada al poder institucional para pertenecer a una comunidad de iguales, no canónica, que con su vida y libertad de expresión, puede ser más libremente, parte del cambio. -dedicar todo nuestro tiempo y talento, a educarnos y educar nuestra mente y corazón para que la rabia y el dolor por toda la injusticia se convierta en energía positiva, transformadora. Me viene la imagen de una catarata de agua potente, que canalizada, da energía para la vida a las personas que se conectan a esa corriente. Este segundo compromiso está tomando forma, estos días, en la organización de un Seminario que ofreceremos en España a finales de octubre (fecha por confirmar): MUJERES QUE HACEN HISTORIA. Nuestra nueva comunidad es SFCC: Sisters For Christian Community. Y una referencia periodística, en inglés un periódico digital católico liberal: NCR (National Catholic Reporter) siempre al día, y muy especialmente una pestaña Global Sisters Report: información exhaustiva del trabajo de montones de comunidades religiosas de los cinco continentes. Gracias hermanas por vuestras vidas de trabajo por la justicia desde vuestras capacidades, por canalizar vuestro celibato en un amor incondicional con tod@s y por caminar en la humildad del Reino: decir la verdad sin tregua. En estos días escuche un ser humano exhortando a unos jóvenes de un consejo estudiantil lógicamente dentro del contexto actual de sociedad moderna, globalizada, con gran avance tecnológico y cada vez más individualista, a ser líderes, servir, apoyar a su escuela y a su comunidad de forma positiva, y les daba dentro de las opciones el corazón de Jesús que era el “arca” de nuestros tiempos, y expreso es el llamado de “nos unimos o nos hundimos”, pero si se reflexiona: ustedes y yo ¡verdad que no queremos hundirnos!, nadie quiere el agua, ni el lazo al cuello.
Si se recuerda, el significado etimológico: unidad viene del latín unitas y designa la cualidad de ser uno, algo indivisible; y hundir del latín fundere, sumergir, meter en lo hondo, pero la idea no es centrarnos en esto, sino en la escritura de las palabra unimos y hundimos, la diferencia es la h al inicio, la majestuosa H de humanidad, humano, hijo, habitante, hermano, hogar, hombre, hora, honesto; pero también de horror, hueco, hostil o huérfano, se sabe que al hablar esa h no representa cambios, pero sin tomar en cuenta la h; si hay un letra que cambia la palabra y su significado, una famosísima y linda letra del reino de las D, esa si se supo ubicar y desplazar a la i; es como lo que pasa en el país, si se sabe ubicar determinado ser humano, desplaza y hace estragos, cambia de una vez el sentido de ser de los recursos, o hechos, esta d intermedia, que ahora puede hundir, a cambio de unir, es la misma de Dios y demonio; de dignidad y delito; de democracia y dictadura; de decisión y duda; de dialogo o disidencia; de derecho y deber, pero también de dolor y desempleo. En este ejercicio sencillo, se caen los discursos, los gurús y cuanto imaginativo exista en el internet, procurando expresar sus teorías acerca de la humanidad y su curso; sin tanto complique cada uno de ustedes amigos lectores y yo, somos responsables y protagonistas de ubicarnos donde se pueda entender que unidad, no es querer el todo para mí solo; es buscar la forma de equilibrar esta barca de humanidad, para no hundirnos, ni meterse en lo hondo, es entender que allí no hay piso, allí no hay firmeza que me ofrezca la seguridad de apoyo, dado que cuando el ser humano ya toca fondo, es que no tiene nada que perder y no va a salir fácil de allí, está en el pozo más profundo de la oscuridad, donde no hay un rayo de luz que lo ilumine, si el ser humano es libre de actuar, y de optar, ¿Por qué elige hundirse y no unirse?, en realidad hundir a otro ser humano, es hundirse a sí mismo. En tanto la unidad, es apoyo, es aportar, es ser uno con todos; pero no para malgastar la vida, o el tiempo, como ahora, todos alienados a las redes, perdiendo en parte el tiempo, dejándose manipular y enfermar, con la destilación de odio de unos seres humanos equivocados, egoístas y malintencionados; en internet hay variedad de escritos, ideas, temas importantes y de formación; pero como dijo mi profesor “con lo único que se va a morir el ser humano virgen, es con el cerebro”, saltan del muro del rico Mac, a los desplazamientos del vecino, y sus dos presidentes, y en el país lo mismo con la diferencia es que aquí no se autoproclaman, luego la cachetada de un “burges-maestre”, después que si el puente se cae o no, que si se cae el fiscal o no, marchan los estudiantes, luego los profesores, luego plantón por eso o por aquello, que si equis jugador juega o no, que si hay técnico para el equipo nacional, y ya van en la empanada; creo que merecemos respeto. Dediquémonos a laborar, para que no nos cueste trabajo, laboremos, seamos laboriosos, servidores, pero atentos, unámonos por la defensa de los niños desnutridos de La Guajira y todo el país, por la zonas veredales que alguien tiene que creer allí en aportar para la paz, por evitar que se siga vendiendo el país, sus recursos, para decir no a la corrupción y a la dilatación y vencimiento de términos, contra la minería ilegal, el fracking, para exigir que Hidroituango el creador de este paredón de fuego diga la verdad al país y haga la inversión requerida para evitar la catástrofe, por el presupuesto para educación, vivienda, manejo propio de los recursos en los departamentos, para ayudar a ser veedores, por recursos para la salud, unámonos para el bien y para cumplir con los deberes y así exigir nuestros derechos, y si no, Usted es libre, siga votando por los mismos, quejándose de lo mismo y espere la subasta del país. El reto está en aprovechar la fuerza y el poder de la sociedad civil, es decidir bien, para avanzar bien. No crea en todo lo que dicen, investigue, pregunte, lea, converse con personas que puedan ampliar su lectura de los temas, pero no se masifique, allí en la masa, no hay respeto, ni bondad, ni servicio, allí no está ninguno de los que convoca, ellos están en sus casas o “palacios” muertos de la risa, y maquinando como manipular más esas masa de la que usted fue a formar parte, en la calle, o en las redes, es lo mismo. Y por favor, no vuelva un chiste o un meme, todas esas ridiculeces que han manipulado los medios, si usted se las cree, no la popularice y si ya está resignado, piensa en las poblaciones vulnerables, en los niños y niñas ayudémosles a que sonrían y tengan un mejor futuro. Sea un mejor ser humano y como dice Jesús “no hagas a otro, lo que no quieres que hagan contigo”. Viva y apoye la U N I D A D. Sonríe que hay una parte espiritual de ti y de mí, que es muy inteligente, y un Dios que cree en nosotros. ¡Avanza!- Gracias Yoly. |
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