Hay una petición en la oración de la Iglesia que, aún por conocida y reiterada, no me permito acostumbrarme a ella. En mi oración personal, leída; o bien cuando la escucho en la oración comunitaria agrego mentalmente y desde el corazón a quienes están ausentes y deberían estar muy presentes.
El lector pide a Dios: "Sé ayuda para cuantos son víctimas de cualquier segregación por causa de su raza, color, condición social, lengua o religión". Y se contesta: "Y haz que todos reconozcan su dignidad y respeten sus derechos". La petición está en el Diurnal - Liturgia de las Horas, I Vísperas domingo IV. ¿Te diste cuenta ya, lector o lectora, de que faltan unas víctimas que, por alguna razón no se mencionan en esta oración de petición? Seguramente ya lo habrás percibido. No se dice nada de quienes sufren segregación por causa de su sexo. Así que, inevitablemente, hablaremos de las mujeres. Hay amplia literatura sobre la discriminación o segregación que sufren las mujeres en muy diversos ámbitos, incluido el religioso. No pretendo hace una proclama pero si una demanda: actualizar el lenguaje cristiano. Quiero animar a poner los ojos en estos "pequeños" detalles lingüísticos que siguen haciendo invisible a la mujer hasta en la oración. Sabemos que hombres y mujeres sufren discriminación por razón de su raza, color, condición social, lengua o religión, pero no podemos dejar a un lado la discriminación específica por razón del hecho de ser mujer. En la mayoría de los casos se suma a las demás causas de segregación. La oración sube como incienso y en el momento de esta prez muchos corazones incluirán desde el silencio a quienes son víctimas de segregación por razón de su sexo, aunque la palabra no se cite. Pero eso no quita que nos paremos, reflexionemos y alcemos la voz para que se vayan subsanando estos espacios de invisibilidad femenina. Aquí traigo unas palabras del Papa Francisco: "Las mujeres deben tener mayor espacio y una presencia más incisiva en la Iglesia católica". El lenguaje ha de modificarse para dejar espacio y presencia a la realidad femenina y muy especialmente en la oración, como es este caso. Confieso que cada vez que surge la oración de petición que he tratado, pido por las mujeres discriminadas en el seno de la propia Iglesia católica, así como en cada espacio social, profesional, cultural, familiar, religioso, etc. en donde no se considere en igualdad a una mujer por el sólo hecho de serlo. Jesús fue un Maestro sincero y raro para su tiempo en el trato con el sexo femenino, y de ello nos dan cuenta las bellas escenas del Evangelio. Jesús hablaba con las mujeres y de las mujeres. Respetaba su dignidad en una sociedad que no las consideraba; en cuanto a los derechos, que no tenían, salía en su defensa o ayuda.
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La situación de crisis es especialmente injusta para las mujeres. En pleno siglo XXI sigue habiendo más paro entre las mujeres, ocupan menos cargos de responsabilidad y los salarios son inferiores. Para muestra, un dato: Hay más mujeres con estudios superiores entre la población de jóvenes de 25 a 34 años de edad, pero hay más hombres que obtienen trabajo en ese nivel de titulación. Este dato se refleja en el estudio presentado en enero del presente año, realizado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Esta realidad está muy relacionada, según el estudio, con la escasez de servicios para atender a los hijos y con el papel tradicional de las mujeres en relación con la familia.
Por otra parte, las cuestiones de fondo persisten. Sigue ocurriendo que a las mujeres se les identifica con el trabajo reproductivo y no con el productivo, trasladando su protagonismo al ámbito privado. El trabajo se entiende como el que tiene lugar en espacio público, con lo que esto supone de desmerecimiento para las mujeres que desempeñan las labores de cuidado en el hogar. Las mujeres mismas siguen diciendo que "no trabajan" cuando dicen que se ocupan de la casa, los hijos, los mayores dependientes. El hogar no es lugar de reconocimiento social, por más que hipócritamente defendamos lo importante que es que siga existiendo esta base de mujeres que se dedican a estas tareas, en la sociedad. No es un trabajo remunerado, ni reconocido, más bien es fuente de desasosiego permanente, de agotamiento, de oscuridad. La división sexual del trabajo beneficia a los varones y a su vida pública. Ellos, y sus tareas sufren menos interrupciones, tienen un tiempo acotado, mientras que las mujeres en las mismas circunstancias, nunca acaban de trabajar, siempre ocupadas y preocupadas, por lo que hacen fuera y dentro de la casa. Con este panorama podemos afirmar que las políticas que se desarrollan, hasta ahora, más allá de que nos quieran vender "otra moto", no están logrando superar la situación, más bien existe el dolor latente, el silencio de la supervivencia, el miedo de que sea aún peor. La situación es terrible para todos, varones y mujeres, pero, ¡que no se nos nuble la vista! Hemos de fijarnos en que para las mujeres, es aún más injusto, y hay escasas propuestas novedosas de legislar a nuestro favor. En el día de la mujer trabajadora, toda la humanidad, con alas de hombre y de mujer, grita de impotencia y para no resignarnos, que queremos ganarnos el pan, dignamente, y sobre el presupuesto de la igualdad. El Anuario de la Compañía de Jesús 2015 está dedicado a la Ecología, entendida ésta como el problema de salvaguardar la creación. En sus páginas se analiza cómo los jesuitas han ido tomando conciencia progresivamente del problema ecológico, sobre todo a raíz de su última Congregación General 35 (CG 35) celebrada en 2008. El volumen presenta algunos ejemplos de cómo podemos actuar en concreto para limitar los daños que causamos al medio ambiente.
En la CG 35 la Compañía de Jesús tomó conciencia de que "El cuidado del medio ambiente afecta a la calidad de nuestra relación con Dios, con los otros seres humanos y con la misma creación. Afecta al centro de nuestra fe en Dios y nuestro amor a Él". Y particularmente explicitó que el modelo de explotación de las fuentes de energía y otros recursos naturales está afectando particularmente a los pobres: "Para escuchar, una vez más, el llamamiento a promover relaciones justas con la creación, hemos sido movidos por el clamor de los que sufren las consecuencias de la destrucción medioambiental". Cultura de la sobriedad compartida Dos artículos iniciales presentan el tema en el Anuario y abordan rasgos espirituales de la Ecología donde se contemplan los tres aspectos ecológicos que preocupan a los jesuitas: 1-El cuidado de la naturaleza: los jesuitas consideran que porque somos sus "cuidadores" debemos conocerla, quererla y protegerla. 2-La defensa de los más vulnerables: las comunidades más pobres y las generaciones futuras, siendo las poblaciones que menos han contribuido al deterioro del medioambiente son, sin embargo las más expuestas a los desastres ecológicos y las que más sufren sus efectos. 3-Una propuesta de un nuevo estilo de vida: "el modo de vida consumista de los países que solemos decir desarrollados, así como el de las poblaciones ricas de estos países, no puede alcanzar a todos, porque el planeta no dispone de tantos recursos" y por eso necesitamos una "cultura de la sobriedad compartida", respetuosa con la creación y solidaria con los vulnerables. A continuación el Anuario presenta experiencias que la Compañía ha llevado cabo o está realizando en distintas partes del mundo. Desde África se narra cómo los jesuitas jóvenes del Hekima College (Kenia) viven el problema en comunidad y cómo una granja agrícola de Zambia demuestra que es posible lograr abundantes cosechas respetando la naturaleza. Desde América se presente un libro de texto online sobre los grandes desafíos ecológicos desde una perspectiva integral, científica, espiritual y ética, basada en la espiritualidad ignaciana. La contribución de Asia es abundante. Desde la experiencia de los "amigos de los árboles" en la India, hasta la defensa del río Mekong en Camboya, la defensa de la isla de Jesús en Corea, que ha llevado a la cárcel a un jesuita y la experiencia de los jesuitas de Asia-Pacífico cuya vida transcurre en medio de ciclones y desastres naturales. De Europa el Anuario nos trae una actividad promovida por en una escuela profesional de Portugal en su empeño por promover valores de la justicia social sin disociar la lucha contra la pobreza de los problemas ambientales. Parece claro que esta actuación de Jesús tuvo mucho que ver con su muerte (Mc 14,58; Mt 27,40). En un conflicto –entre Jesús y las autoridades religiosas- que fue in crescendo, el episodio del templo aparece como la gota que colma el vaso, haciendo de detonante que precipita la decisión que habría de acabar en la detención, condena y muerte del maestro de Nazaret.
¿En qué consistía, exactamente, la gravedad de ese hecho? Justamente en algo que, a quienes no se hallan familiarizados con la tradición bíblica, puede pasarles desapercibido: en el carácter de “gesto profético” que reviste la acción de Jesús. Porque no se trató solo de una “purificación” del templo –las actividades que se mencionan eran legítimas-, sino de algo más radical: de la pretensión de acabar con la religión y el culto basados en el sacrificio. Lejos de ser una mera “purificación” de un espacio sagrado, lo que se estaba produciendo era una “destrucción” simbólica de toda la religión. Reconocer a Jesús como crítico de la religión, nos espolea para ser más lúcidos ante el propio hecho religioso. Ateos y místicos han sido especialmente sensibles a la deformación de Dios que, con frecuencia, se ha operado en las religiones. El objeto directo de su crítica no es otro que la objetivación de Dios y el dualismo consecuente. En efecto, la mente solo puede hablar de un dios objetivado, al que se percibe como separado, por más que se le añadan rasgos de intimidad y de amor. Es la mirada de ese “objeto separado” la que resulta, no ya solo insoportable, sino alienante y, en último término, inasumible para la conciencia moderna. No existe nada separado de nada; todo es una admirable y gozosa interrelación. Un dios separado no sería Dios. Todo dios separado es un dios proyectado por la mente. Tomamos como real lo que la mente puede procesar, sin caer en la cuenta de que se trata de una herramienta absolutamente incapaz de moverse fuera del campo de los objetos. Pero, como ha expresado acertadamente Gilbert Schultz, “la Realidad es No-Dual, es decir, carece de toda división”. Al fiarnos de la mente, en el campo religioso, el antropomorfismo es inevitable: creamos un dios a nuestra medida, haciendo de él un “doble” en el que nos miramos. Toda creencia es una “etiqueta”, un “mapa”. Y por más “sagrado” que nos parezca, no puedeser más que eso: es el límite insalvable de la mente. Las creencias (como las etiquetas) son legítimas, pero comportan el grave riesgo de la absolutización. Hasta producirse lo que Michel Onfray ha denunciado con sarcasmo: "El silencio de Dios permite el palabrerío de sus ministros que usan y abusan del epíteto". Por eso, cuando cae una creencia, no se pierde nada importante: ha caído un “mapa”. Solo cae lo que no es real; lo real no puede caerse. Únicamente cae lo que carece de fundamento firme. En concreto, puede venirse abajo la creencia en Dios, pero es imposible negar la consciencia de ser. Tal consciencia de ser –si se quiere, “Dios”, en el sentido genuino de la palabra-, no solo no es difícil de encontrar, sino imposible de evitar. Al contrario que las creencias, aquí se trata de una realidad autofundamentada. Y podemos hablar de ella, no en términos “religiosos” –propios o exclusivos de un grupo particular-, sino en un “lenguaje universal”, en el que todos podemos encontrarnos. Por lo demás, antes o después, en el camino espiritual, tendrán que caer todas las creencias…, porque caerá el supuesto detentador de las mismas: el yo o ego. Pero lo único que cae son las etiquetas, los conceptos, las creencias, los mapas... Y caerá por completo, a medida que queremos posibilitar el acceso al "territorio". Cuando caen todas las creencias, queda lo único firme e innegable: la certeza de ser. Las creencias son trascendidas en la visión y en la experiencia directa de lo que es. Se deja de buscar la verdad con la mente y se aprende a silenciarla, como condición para poder ver con claridad. "El debate sobre la fe –explica Hitchens– es el origen y fundamento de todas las discusiones porque representa el comienzo (pero no el final) de todas las discusiones acerca de la filosofía, la ciencia, la historia y la naturaleza humana. Es también el comienzo (pero en modo alguno el final) de todas las disputas sobre la vida buena y la ciudad justa. La fe religiosa es imposible de erradicar precisamente porque somos criaturas que todavía estamos evolucionando. Jamás sucumbirá; o, al menos, no sucumbirá hasta que superemos el miedo a la muerte, a las tinieblas, a lo desconocido y a los demás. Por esta razón, no la prohibiría ni siquiera en el caso de que pudiera hacerlo. Usted dirá: es muy generoso. Pero, ¿serán los creyentes igual de indulgentes conmigo? Lo digo porque hay una auténtica e importante diferencia entre mis amigos religiosos y yo, y los amigos auténticos e importantes son lo suficientemente honrados para reconocerlo. Me conformaría con poder acudir a los ritos con que se acoge la maduración religiosa de sus hijos, con maravillarme ante sus catedrales góticas, con ´respetar´ su fe en que el Corán fue fruto de un dictado, aunque fuera exclusivamente en árabe y a un comerciante analfabeto, o con interesarme por el consuelo que ofrecen las religiones neopaganas, el hinduismo o el jainismo. Y, si es así, seguiré haciéndolo sin insistir en que me prodiguen cortés y recíprocamente idéntico trato... que consiste en que ellos, por su parte, me dejen en paz. Pero, en última instancia, la religión es incapaz de hacerlo. Mientras escribo estas palabras, y mientras usted las lee, las personas de fe planean cada una a su modo destruirnos a usted y a mí y destruir todas las magnificas realizaciones humanas que he mencionado y que han costado tanto esfuerzo. La religión lo emponzoña todo" (Dios no es bueno, p. 27).
Hitchens, por tanto, conviviría con las religiones, hasta este punto llegaría su bondad, pero el problema es que las religiones tienen en su propia esencia la violencia y no pueden dejar de maquinar cómo destruyen a los que no aceptan su credo. Por ello, no caben las actitudes moderadas y contemporizadoras. Lo único que tiene sentido es el anti-teísmo, no basta con ser ateo y dejar vivir... Hitchens pide a las religiones que le dejen en paz... Esto, a nuestro entender, no es simplemente posible. Es un hecho inevitable que se impone por sí mismo, sin que las religiones quieran "molestar". Las religiones, sin violencia alguna, simplemente por estar en la historia (y tienen todo el derecho a estar) siembran una inquietud inevitable sobre el enigma metafísico final que pesa sobre la conciencia de los increyentes. Esto es un hecho inevitable. "A veces se dice que no creer en un despotismo celestial temible y tentador convierte la vida en algo árido, tedioso y cínico, un mero existir sin ningún tipo de consuelo, ni de conciencia de lo numinoso y lo transcendental. Tonterías. Para empezar incurre en un error evidente. Es como decir que no deberíamos creer que somos una especie animal con componentes defectuosos y una duración reducida, tanto en nuestro caso como en el del planeta, porque las consecuencias de creerlo podrían resultarnos desagradables o vergonzosas. ¿Hay algo que ponga más de manifiesto los efectos perniciosos de negarse a ver la realidad?". "Partiendo de la base (como reconoce implícitamente esta objeción religiosa) de que para el ser humano vale la pena vivir, se puede luchar contra este pesimismo natural mediante el estoicismo y el rechazo de las ilusiones, a la vez que se embellece el panorama con alguna de las siguientes cosas. Están las bellezas de la ciencia y las maravillas extraordinarias de la naturaleza. Están el consuelo y la ironía de la filosofía. Están los esplendores infinitos de la literatura y la poesía, sin descartar sus aspectos litúrgicos y devocionales, como los que aparecen John Donne y George Herbert. Está el formidable recurso al arte, la música y la arquitectura, sin descartar tampoco en este caso los elementos que aspiran a lo sublime. En todas estas actividades, cada una de las cuales daría para toda una vida, se puede encontrar un sentido del sobrecogimiento y de la magnificencia que en absoluto dependen de ninguna invocación a lo sobrenatural. Es más: difícilmente a una persona armada de arte, cultura, literatura y filosofía le despertarán algo más que aburrimiento y náuseas los cuentos de fantasmas, ovnis, experiencias espiritistas o balbuceos desde el más allá" (Dios no existe, p. 27). "Con gran frecuencia se alega que algún tipo de poder o relevancia debe de tener la religión cuando aparece tan constantemente en cualquier época y lugar. Esto nunca lo negarían ninguno de los autores reunidos en este libro (los autores de la antología atea seleccionados por Hitchens en su obra Dios no existe). Algunos de ellos sostendrían que la religión forma una parte tan intrínseca de nuestra naturaleza humana o animal, que de hecho no se puede erradicar. Por si a alguien le interesa, es lo que pienso yo. Mientras tengamos miedo a la muerte, o de la oscuridad, y mientras persistamos en nuestro egocentrismo, difícilmente dejaremos de fabricar dioses, o de inventarnos ceremonias de su agrado, y eso podría significar mucho tiempo. En contrapartida, podemos tener la misma seguridad en que seguiremos mirando nuestras invenciones con escepticismo, ironía y hasta ingenio. Si la religión es innata a nosotros, también lo es dudar de ella y despreciar nuestras debilidades" (Dios no existe, p.28). Estamos de acuerdo en que el ateo, dentro ya de su visión metafísica de la vida, debe intentar la felicidad y tiene muchos elementos para conseguirla hasta un cierto grado. Pero al final es inevitable que todo acabe en fracaso y en muerte. Puede mantenerse firme en su ateísmo como hizo Hitchens en el penoso curso de su enfermedad (relatado en Mortalidad, 2012). Pero la fragilidad de la felicidad natural es lo que ha impulsado a la mayoría de los hombres a la esperanza de que pudiera haber un Dios oculto y liberador. Estamos también de acuerdo con Hitchens cuando dice que mientras tengamos miedo a la muerte existirá la religión. Es verdad. Pero yo diría que la religión sigue siendo una opción viable porque por la ciencia y la filosofía, y por la intuición ordinaria, el hombre sigue instalado en la incertidumbre metafísica del universo. Estamos de acuerdo en que las religiones han obrado, y siguen obrando, muchas perversidades. Lo lamento profundamente, aunque la historia no debe juzgarse con anacronismos. Pero ni Hitchens ni nadie, a no ser que se halle extemporánea y extravagantemente en un dogmatismo caducado, puede negar que no puede demostrarse la no existencia de Dios: es posible argumentar que es verosímil el ateísmo y que es verosímil el teísmo, en un marco final de incertidumbre metafísica. Por ello, seguirá habiendo teístas y ateos en una cultura de la incertidumbre como resultado de un ejercicio de la capacidad personal libre de orientar el sentido metafísico de la existencia. No ponemos en duda que el ateísmo sea posible, legítimo, honesto moralmente, que pueda construirse con argumentos lógicos en lo cosmológico, en la duda de Dios por el mal de una naturaleza ciega o por la perversidad humana general y de las religiones. El enigma del universo y el silencio-de-Dios permiten construir un ateísmo respetable y humanamente rico. Pero el ateísmo de Dennett, de Dawkins, de Harris o de Hitchens, no es este tipo de ateísmo. Sus argumentos no son correctos y hacen del ateísmo un espectáculo de odio, agresividad y desprecio de la mayoría de los seres humanos. En el fondo, con una superioridad arrogante, ilusoria, ingenua y falsa, se ríen de la mayor parte de la humanidad, sintiéndose poseedores de la verdad. Es un ateísmo que no es humano, no es solidario con el hombre, ni siente el más mínimo respeto, ternura y compasión con la humanidad sufriente. En el fondo, se trata de un ateísmo agresivo y descalificador que cae en aquello que quiere denunciar: la intransigencia, el fanatismo, el dogmatismo, y, en el fondo, hasta la misma irracionalidad. Extracto del artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, Cátedra CTR de la Universidad Comillas y co-editor de Tendencias21 de las Religiones. El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.
El contexto Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los discípulos, y les dice algo más duro todavía: no sólo él sufrirá y morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone condiciones tan duras para seguirle? El cumplimiento: la transfiguración Seis después tiene lugar este extraño episodio. El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. La subida a la montaña (v.1). Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una montaña alta». Mc usa el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. La visión En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. 1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente. 2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud. 3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo justifica aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía. Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple consecuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». Pedro quiere que Jesús no sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz. 4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!» Este episodio está contado como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo. Lo cual supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados sus vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios. El descenso de la montaña (vv.9-13). La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite (v.9) se inserta en la misma línea de la prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria. De formación teológica, bíblica y pastoral autodidacta, Miguel Ángel Mesa Bouzas ha participado en numerosos cursos de formación y congresos de teología y espiritualidad. Forma parte de una comunidad cristiana de base desde hace más de treinta años. Trabaja en la editorial Paulinas desde 1998. Su gran pasión es la poesía. Ha publicado 17 libros. El último se titula Espiritualidad para tiempos de crisis, de la editorial Desclée De Brouwer-RD.
-¿Qué le ha motivado a escribir el libro Espiritualidad para tiempos de crisis? Los tiempos que estamos viviendo, tan duros y difíciles para la mayor parte de nuestra sociedad (en especial para las personas más desprotegidas y marginadas) y de los empobrecidos de nuestro mundo, nos pueden llevar a desilusionarnos y abandonar los esfuerzos por construir una sociedad más fraterna, justa y solidaria, perdiendo a la vez el motor de la esperanza. Y una sociedad sin esperanza es una sociedad moribunda. La esperanza se recupera con la práctica de la solidaridad, la ternura, el cuidado, la cercanía la empatía... Po lo tanto, para contrarrestar tanto abatimiento, apatía y desilusión, yo creo que no hay más remedio que reforzarnos interiormente, para superar cualquier dificultad saliendo, a la vez, renovados. Para eso, creo que es imprescindible alimentar la espiritualidad, la interioridad que llevamos dentro cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta. -¿Es más necesaria que nunca hoy en día la espiritualidad? La espiritualidad nos ayuda a respirar, a dar sentido a la vida y vivir de otra manera. En una sociedad que tiende al individualismo, al "sálvese quien pueda", a consumir, a rechazar al diferente... es necesario recrear unos valores comunes que nos puedan ayudar a seguir trabajando por otro mundo mejor, a "ensanchar nuestra tienda" junto a otra mucha gente con esos mismos o parecidos valores. Pero este espíritu común necesita nutrirse para poder mantenerse y crecer. En este mundo que vivimos es muy necesaria y urgente una espiritualidad profunda, de comunión humana, ecológica, universal. -¿El ser humano es consciente que es un ser, por encima de todo, espiritual? Es imposible hablar en nombre de toda la humanidad, no se puede generalizar. Todo tiene sus más y sus menos pero, como norma habitual, en nuestras sociedades del Norte, pudientes y consumistas, el yo espiritual, interior, profundo, vivificante, se diluye entre las cosas que poseemos y consumimos, en las cuentas del banco, en el trabajo sin horario, en el estrés diario, en la falta de tiempo para nosotros mismos y para compartir con los demás. En las sociedades del Sur empobrecido es más fácil encontrar a gente sonriendo(a pesar de todo), hablando con los vecinos, ayudando a quienes peor lo pasan, viviendo la vida con otro ritmo, contemplando lo que le rodea y lo que hay dentro de sí mismos, sintiéndose unos con el Todo universal... Somos conscientes de la propia interioridad, de lo que nos inhabita dentro, cuando intentamos que el tiempo, las posesiones, el trabajo, el individualismo y la insolidaridad no nos dominen. -Muchas personas suelen confundir dos términos: religiosidad y espiritualidad. ¿Cuáles son las diferencias básicas? Todas las grandes religiones han nacido de una espiritualidad básica que ha puesto en práctica el fundador de la misma: Mahoma, Buda, Moisés, Jesucristo... Esta espiritualidad precisa de una cierta institucionalización, para ser vivida, compartida y comunicada. El problema surge cuando lo institucional, las normas, los dogmas, las jerarquías pretenden contener y sentirse depositarias y defensoras exclusivas de esa espiritualidad primera. Entonces queda atrapada, inmovilizada y pierde todo su vigor. Lo institucional de la religión tiene que estar siempre al servicio de la espiritualidad. Por otra parte, la espiritualidad no es propiedad de ninguna religión. Es el patrimonio común de la humanidad. Porque todos y todas, toda la creación, poseemos el espíritu y la imagen de Quien sustenta y da vida a todo, recreándolo, animándolo, vivificándolo. La espiritualidad, como el Espíritu mismo, nunca se deja atrapar, siempre se escapa, como el agua entre nuestros dedos. -¿Cómo podemos aplicar la espiritualidad a nuestra vida cotidiana? La espiritualidad, si está de verdad encarnada y no nos evade de la realidad, lo debe impregnar todo en nuestra vida, nos ofrece el aliento vital en cada momento, nos ayuda a respirar y vivir de otra manera, para lograr nuestra plenificación como personas. Por eso toda nuestra vida debe estar empapada de espiritualidad, que implica aceptar y vivir nuevos paradigmas, dimensiones y sentimientos vitales. Por una nueva sensibilidad hacia los otros, hacia el Otro. La espiritualidad también debe ser samaritana, integral, resilente, integradora, que nos cambie la forma de entender y vivir la existencia cotidiana. -¿La grandeza de la espiritualidad radica en que se puede -y se debe- compartir con nuestro prójimo? ¿De qué manera? Todo nuestro universo personal y social debe estar muy unido, sin dicotomías. Tenemos vínculos muy estrechos con toda la creación y, en especial, con nuestra familia más cercana: los seres humanos. Compartimos un mismo ADN, procedemos de una misma explosión de amor. La espiritualidad no sólo se debe nutrir de las experiencias y realidades buenas y felicitantes de la vida, sino también de la realidad de dolor, sufrimiento y muerte que contemplamos a nuestro alrededor. De la exclusión y opresión de las víctimas que son el verdadero reverso de la historia, el que no se quiere ver. Porque ahí es donde habita de una forma misteriosa pero real la fuente original, quien da consistencia y sustento a la realidad. A quien llamamos Dios, con mil nombres diferentes. Ahí está de una forma muy real, en la marginación, la pobreza, la discriminación, el odio. Y la espiritualidad nos urge para estar al lado de las víctimas. Es, quizá, la única forma que tendremos de "salvarnos" para renacer. Porque la espiritualidad nos invita a convertirnos, a cambiar. -¿A quién va dirigido principalmente su libro? Es un libro muy abierto. Está escrito desde una visión de fondo cristiana, desde el espíritu de las bienaventuranzas, desde el seguimiento de Jesús. Pero sin que esta tonalidad empañe cualquier otra. Intento hacer realidad lo que vengo diciendo: la espiritualidad es lo que nos une a todas las personas, lo que nos puede ayudar a crear un mundo mejor, desde diferentes creencias, ideas, filosofías, culturas. Todo nos sirve para crecer, para madurar, para caminar juntos en una misma dirección. -Ha tenido el privilegio de contar con dos prestigiosos teólogos, José Arregi y el obispo Pere Casaldáliga, para el prólogo y el epílogo de tu libro. ¿Qué le han aportado sus reflexiones? José Arregi se ha convertido en un buen amigo desde hace varios años. Compartimos ideas, creencias, búsquedas, espiritualidad, alternativas. Me parece un gran teólogo, un magnífico exégeta. Y un gran comunicador, pues te ayuda a descubrir desde un lenguaje entendible, lo que comunica. Y siempre nos sorprende con algo nuevo en sus escritos. Pedro Casaldáliga es un referente personal desde hace mucho tiempo. Desde hace cerca de 25 años tengo una relación escrita con él. Y en el año 2009, al cumplir los 25 años de casado, fuimos a verle Marisa, mi mujer, y yo a Sao Félix de Araguaia. Allí renovamos, junto a él, en la capilla de su casa, nuestro compromiso. Y viví unos días inolvidables. Para mí es uno de los mayores profetas del siglo XX y de nuestros días. Un obispo diferente, ejemplar, que ha trabajado toda su vida por hacer real el Reinado de Dios, una Iglesia profética, sencilla y pobre entre los empobrecidos. Comprometido con las mejores causas por una nueva humanidad y un nuevo mundo. Un santo, un hombre bueno, jovial, cariñoso, lleno de Dios. Y un magnífico poeta, con el que también comparto mis poemas. Tengo la inmensa suerte de que me haya prologado, y en este caso el epílogo, de algunos de mis libros. El término "trans-figuración" alude a aquello que está "más allá de" la figura, más allá de la forma, más allá incluso de la "persona".
En lo que ha sido el proceso de evolución de la consciencia y, dentro de ella, de la especie humana, la "personalización" constituyó un momento decisivo: con el auge del estadio racional, el "yo personal" fue ocupando el centro de toda la escena, hasta el punto de que parecía no existir otro valor superior por encima de la "persona". El llamado "personalismo", tanto en el campo filosófico como en el teológico, trató de resaltar y fundamentar los valores que se derivaban de esa nueva comprensión, con todas sus implicaciones éticas. En el terreno religioso, como era de esperar, la divinidad fue también "personalizada", hasta el punto de que, todavía hoy, muchas personas religiosas se incomodan o protestan airadamente cuando se pone en cuestión el carácter "personal" de Dios. Para no pocos teólogos, incluso entre aquellos que más han contribuido al progreso de la teología, la idea de un Dios "personal" constituye un límite infranqueable. ¿Qué decir de todo ello? La reconocida estudiosa de las religiones, Karen Armstrong, ha escrito lo siguiente: "El Dios personal refleja una intuición religiosa importante: que los valores supremos no son más que valores humanos... El personalismo ha sido un estadio importante y –para muchos- indispensable de la evolución religiosa y moral". Ahora bien, "un Dios personal se puede convertir en una carga pesada. Puede ser un simple ídolo esculpido a nuestra propia imagen, una proyección de nuestras necesidades, temores y deseos... Un Dios personal puede resultar peligroso". En un sentido más amplio, podría afirmarse que, aun reconociendo el importante papel que ha desempeñado el "personalismo" en el proceso de evolución de la consciencia, la mera pretensión de absolutizarlo revela ignorancia. Porque la "persona" es solo una forma que toma la Consciencia. Y la identificación con ella nos reduce a lo que no somos, encerrándonos en el engaño más radical, que consiste en creernos seres separados circunscritos al cuerpo y a la mente. La realidad es que no hay "personas" –en cuanto seres separados y supuestamente autónomos-, sino solo Conscienciaque actúa. Por ello, el "personalismo" empieza a ser trascendido (superado) en la consciencia transpersonal, en todos los campos antes mencionados. Como indica su propia etimología (prosopon = máscara), la "persona" es solo un "papel" que adopta la Consciencia en este escenario de formas. Las implicaciones religiosas parecen claras: si nuestra identidad no es la "persona" que nuestra mente piensa, sino que eso es sólo una "máscara" de lo que somos, ¿cómo nos atrevemos a afirmar que lo más elevado que se puede decir acerca de Dios es que sea "persona"? No niego que una persona pueda vivir una relación "personal" con Dios (de un "yo" a un "tú"), pero desde la lucidez de no absolutizarla. En esta forma, somos seres relacionales, pero sería importante no olvidar nuestra identidad última. Desde este punto de vista, el relato llamado de la "transfiguración" vendría a decirnos que las cosas no son lo que parecen, y que nosotros mismos no nos reducimos a la "apariencia" ("persona") que nuestros sentidos y nuestra mente perciben. Cuando el ecumenismo estaba en boga, años del posconcilio, nos parecía soñar. Era el tiempo antes del tiempo, cuando aún no existían palabras como globalización, aldea global, agujeros negros, nueva evangelización, saludable descentralización, cuando no se hablaba de fusiones y los minaretes no se elevaban por encima de las torres de las catedrales góticas.
Los apellidos europeos eran los de toda la vida: Pérez y Jiménez, Smith y Tailor, Martini y Bertone, Sapin y Le Pen, Van Basten...todos blanquitos, todos nativos. El siglo pasado, viejo y muerto, ya ni lo reconocemos. La vieja Europa va a renacer porque, hoy, es multi, multicultural, multilingüe, multicolor y multirreligiosa. Arco iris gigante y protector. La plutocracia y la meritocracia de ayer han dado paso a las multinacionales de hoy. Es tiempo de fusiones, el pez gordo se come el chico, fusión de los dineros. El ecumenismo, fiebre romántica y utópica de mi juventud, es hoy un ecumenismo imposible. Siempre fue imposible, pero, hoy, es impensable. La Iglesia Católica celebra todos los años el Octavario de Oración por la Unidad de las Iglesias: pequeñas romerías, oraciones asépticas en los templos evangélicos, presencia simbólica de algún imán, una hora de cese de hostilidades, querer sin poder, armonía placentera. La necesidad de la diferencia es mucho más fuerte que la necesidad de la unidad. Los entusiasmos religiosos nada tienen que ver con el imperio de los dineros. Confieso que cada año se me hace más antipático este octavario. Los judíos no necesitan fusionarse con nadie y los musulmanes oran, pero no por la unidad de las tres religiones monoteistas. Sólo la Iglesia Católica recuerda y ora "para que todos sean uno", todos en la misma barca, todos a la sombra del Vaticano, mientras otros oran para que Roma se hunda en el Tíber. En un ámbito más local y menos llamativo, pero más urgente, las órdenes y congregaciones religiosas viven enfrascadas en sus fusiones, su reestructuración. Rara vez se habla de unidad. Los efectivos con los que cuentan, decir escasos es ver la botella medio llena, y hablar de religiosos "mayores" es un eufemismo, un bello error óptico. Todos unidos en los mismos cuarteles de invierno, hotelitos para seniors. Todos miembros de la misma familia y sin embargo son muchos los que se rebelan contra la unidad uniformadora. Hay provincias que eligen el suicidio antes que fusionarse con unos hermanastros que ni conocen ni quieren. En la Iglesia universal existen tantas teologías, tantas corrientes y movimientos, tantos tesoros de espiritualidad que sólo caben en el banco del cielo. El banco del Vaticano es muy pequeño para almacenar y administrar tantos carismas y tanta riqueza espiritual. Jesucristo es uno y el Nuevo Testamento es sólo uno. Ahí empieza y termina la unidad de los cristianos. Según la Christian World Encyclopedia existen en el mundo más de treinta y tres mil iglesias cristianas. Todas invocan al mismo Señor y leen la misma Biblia. Muchos cromos que archivar en el álbum cristiano. Ninguna iglesia cristiana renuncia a su verdad ni a su interpretación de la Biblia. Ninguna tiene complejo de ser coja o manca. Con la Biblia en la mano y Jesucristo en los labios no necesitan de más dogmas ni de superautoridades espirituales. Pequeñas o grandes se sienten enteras en su totalidad. Las iglesias protestantes tradicionales: anglicanos, metodistas, luteranos, presbiterianos...viajan por unas autopistas tan especiales que cada día se alejan más vertiginosamente de la unidad por la que Roma ora todos los años. "El anglicanismo no es una religión para un cristiano" escribía Chesterton en el siglo pasado. Si viviera hoy, tal vez, escribiría: el anglicanismo ni es cristiano ni es una religión. Están engendrando unas doctrinas en las que no dejan títere con cabeza. El sexto mandamiento, bastión vaticano, ha sido abolido, el matrimonio gay entre ministros ordenados es aplaudido y el ministerio sacerdotal y episcopal abierto a hombres y mujeres es el último cisma. ¿Es posible y es serio orar por la unidad de las iglesias cristianas que, contaminadas con el espíritu del mundo, son tan mundanas como el mundo? Por no mencionar otros muchos obstáculos que dinamitan la soñada unidad. Yo no caí en la tentación de cambiar de pasaporte, abandonar el español por uno americano. Yo no caí en la tentación de hacerme anglicano para engendrar "niños muy hermosos" como me pedía una Eva "malvada". Yo que he convivido y trabajado con el clero de otras iglesias, sé de su fervor, de su fe, de su entusiasmo por la predicación del evangelio y sé que por nada del mundo quieren fusionarse con otras iglesias y menos con la Roma imperial. "Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo crucificado" (EG 125).
Mucho de nuestra vida y de nuestras relaciones humanas pasa a través de la mirada, que logra, tal vez, decir más y mejor que las palabras. La fe no es un teorema y la esperanza no es ya una ideología, sino que es la respuesta a los desafíos, a veces tan dolorosos, de la vida. A veces confiamos demasiado en las ideas e incluso en las "verdades de la fe" olvidando que "la verdad de la vida" es la puerta para entrar en el misterio pascual de Cristo Señor. Es necesario ser capaces de olfatear hasta reconocer con discernimiento cada gesto de humanidad en el que se esconde –como la perla en la ostra– la manifestación de una fe tanto más profunda cuanto más sufrida. Sensibilizarse al dolor y ser inteligentes al sufrimiento podrá hacernos descubrir abismos de devoción y de amor, cuya existencia no puede sino mantenerse escondida a los sabios y a los doctos no solo del mundo, sino también de la Iglesia. Saber reconocer los signos de la esperanza en los gestos humanísimos que el amor sabe inventar y reinventar es el deber materno de cada corazón para la alegría de cada vida. |
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