Son cosas de los que ya somos mayores. Me he acordado hoy en misa, de la canción de los payasos: “Así planchaba, así, así”.
Y es que he sacado una escoba, un libro, un plato… Y ante ello, los niños ponían cara triste. Hay que trabajar con esos objetos Al cambiar Jesús el agua en vino, he recordado que Jesús lo que hace es convertir la realidad, el quehacer duro, la vida rutinaria en alegría, en buen humor, en vino nuevo. Que dure la fiesta. Es penosa la cantidad de personas que encontramos en la vida quejándose, lamentándose, sintiéndose mal. Es preciso realizar el signo de cambiar el agua de la rutina en vino de salvación. Me encanta cuando recorro las casas del pueblo y oigo a las mujeres cantar mientras barren. Lo mismo que cuando veo a los obreros silbar mientras trabajan en la obra. Hacer de la realidad una oportunidad gozosa. Da gusto cuando nos encontramos con personas felices en su quehacer. Si se trata de médicos, ya tienen los enfermos asegurada la mitad de la sanación. Se me ha ocurrido muchas veces, y en alguna ocasión lo he realizado, dar el pésame al empezar la celebración de la eucaristía, porque las caras de las personas reflejan tristeza, seriedad… Qué alegría siento cuando hay algún niño muy pequeño en misa y se escapa y sube al altar. Es una gozada. Ojalá hubiese muchos más niños. Puede ocurrir que las personas mayores no estemos alegres porque algo nos molesta o nos duele. Podríamos usar la risa y la alegría como elementos para sanar a las personas. Podría el médico mandar a las personas acudir a la eucaristía como elemento para curarnos. Que estamos pocos, pues fenomenal. Que somos mayores, estupendo. Los que participamos, podemos hacerlo con cara y corazón festivo. ¡Demos gracias al Señor nuestro Dios! La alegría es fruto de la paz y de la serenidad. Aunque los problemas sean fuertes, tener un ánimo sereno y acoger la fuente de alegría que Jesús hace brotar en nuestro ser. Me pregunto muchas veces “¿cómo podemos decir que anunciamos la Buena Noticia?” Algo falla pues no llega a las personas con esa frescura y gozo. Igual es que las personas que participamos en las celebraciones, somos mayores y tenemos un carácter más bien serio. Ojalá la fuerza del Espíritu nos alegre y podamos decir sonriendo y cantar aquello de “así barría, así, así,… así barría, que yo la vi”.
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Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente la frase de Jesús: “pase de mí este cáliz”. La experiencia que tengo es que ni me entienden los pobres ni me entienden los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas y las bienaventuranzas sobrepasan toda racionalidad. Cualquier intento de aclarar racionalmente su sentido está abocado al fracaso. Sin una experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas. Solo desde un profundo sentido espiritual puede tener comprensión y sentido.
Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Invierte radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando que un día Dios cambien las tornas. En los mismos evangelios encontramos ya reflejada la dificultad. Lc dice sencillamente: dichosos los pobres. Mt ve la necesidad de añadir una matización: dichosos los pobres de espíritu; dichosos los que tienen hambre y sed de justicia; dichosos los limpios de corazón. Tanto una formulación como la otra se puede entender mal. Mal si damos por supuesto que el pobre es dichoso por el hecho de serlo. Mal, si entendemos que al rico le basta con tener un espíritu de pobre, sin que eso le obligue a cambiar su actitud egoísta para con los demás. Hablar de los pobres, los que nadamos en la abundancia, es ligereza. ¿Qué pasó cuando los realmente pobres empezaron a pensar en el evangelio? Surgió la teología de la liberación, que la institución se apresuró en calificar de nefasta. ¿Es que puede haber un tratado sobre Dios que no libere? Lo que debía preocuparnos es que sigamos haciendo una teología para tranquilizar a los satisfechos, que no libera ni a los opresores ni a los oprimidos. El fallo de esa teología estaba en que creía que liberar a los pobres de su pobreza material era la solución definitiva. Hay que liberar al pobre de su pobreza y al rico de su riqueza. La Iglesia no debe conformarse con una “opción preferencial por los pobres”. La Iglesia tiene que ser pobre si quiere ser fiel al evangelio. No podemos justificarnos diciendo que la institución puede tener grandes posesiones pero sus dirigentes pueden vivir en la pobreza. Esa dinámica sería posible, pero no es lo que vemos todos los días a nuestro alrededor. Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque a pesar de todos, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. El comunismo sigue creyendo que basta con nivelar materialmente las necesidades de todos los seres humanos, pero eso no es verdadera liberación. Es verdad que el origen del comunismo está en los Hechos de los Apóstoles, pero se hicieron eco solo de la letra olvidando el espíritu. Lo humano solo llegará cuando voluntariamente cada uno se solidarice con todos los demás sin apegarse a nada. Hay otra consideración a tener en cuenta. Todos somos pobres en algún aspecto y todos somos ricos en otros. Por eso, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iban a pagar con creces en el más allá. Tampoco quiere decir el evangelio que tenemos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia. Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamente. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no anima a valorar la pobreza en sí, sino a no ser causa del sufrimiento de otro. La pobreza del evangelio hace siempre referencia al otro. Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti, lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Nosotros, al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo a todos los niveles, estamos equivocándonos y en vez de bienaventuranza encontraremos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad. Las bienaventuranzas son ‘la prueba del algodón’ del cristiano. Un cristianismo como capote externo, que busca las seguridades espirituales además de las materiales, no tiene nada que ver con Jesús. Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un puñado de arroz para evitar la muerte. Jesús nos dice claramente que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar por encima de todo mi seguridad, y si me sobra dar a los demás, no funciona. Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú lo puedes hacerlo todo, porque no se trata de eliminar la injusticia sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacerles un favor a ellos, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de cualquier inhumanidad. Nosotros, los “ricos”, somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie sino en ayudar a los demás a salir de toda opresión. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida biológica. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad. Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material ni preconizan una revancha futura de los oprimidos ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaventuranzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi propio ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar la idea de individualidad que nos lleva al egoísmo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño. Meditación Jesús te dice: ¡Eres inmensamente dichoso! Pero no te has enterado todavía, porque vives en tu falso ser. Sigues identificándote con tu cuerpo-mente. Pero eres tu cuerpo, tu mente y Mucho más. Tu verdadero ser es plenitud. El 27 de enero de 2019, un atentado contra la catedral católica de Sulu (Filipinas) dejó casi treinta muertos y numerosos heridos. A esa comunidad, y a tantas otras perseguidas como ella, les será de consuelo y esperanza el evangelio de este domingo. A quienes vivimos seguros, también nos servirá de estímulo y examen de conciencia el tema que ocupará los tres próximos domingos: el “Discurso de la llanura”, en el evangelio de Lucas.
El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º) Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa: la de la sinagoga de Nazaret. En ella se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo. En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos. La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º). Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º). ¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º). En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad. Bienaventuranzas y ayes (domingo 6º) El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte. ¿Son en realidad ocho grupos o solo dos? La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura: Dichosos los pobres, los que ahora tenéis hambre los que ahora lloráis ¡Ay de vosotros, los ricos!, los que ahora estáis saciados los que ahora reís No se trata de seis grupos distintos, sino de dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el llanto o la risa. Pero las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas distintas. Completan lo dicho de los dos grupos anteriores fijándose en cómo son tratados por “los hombres”. En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas. Pobres y odiados “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”. Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo. ¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas. Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41). Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios. Ricos y alabados Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones (Cristiano Ronaldo). Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad. ¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales. Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46). Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23). El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico. María alabó a Dios en el Magníficat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.» ¿Está condenado el rico? La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes. Una reflexión ¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto. Una advertencia Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres. 1ª lectura (Jeremías 17, 5-8) Se ha elegido por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres. 2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20) Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús. Si leemos el evangelio de este domingo, como si no lo conociéramos, como si fuera la primera vez que llega a nuestras manos, posiblemente nos asombraría su alegría y desenfado. Su lenguaje es directo, concreto y positivo.
Nuestro asombro crecerá aún más si somos capaces de recordar el contexto en el que se escribió. Recordemos también a esas primeras comunidades cristianas que son excluidas, silenciadas, que no tienen ninguna relevancia social ni religiosa e incluso son perseguidas. ¿Cómo es posible que estos hermanos y hermanas logren transmitirnos su testimonio de alegría, de sentirse afortunados, dichosos? Es más, ¿cómo nos explicamos que esta sea su experiencia más profunda? Posiblemente es difícil para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que ponemos tantas condiciones y necesitamos tantas seguridades para sentirnos felices. Las palabras del texto, sus detalles, nos pueden ayudar a descubrir el mensaje que nos trae el evangelio de hoy. Jesús, ha bajado del monte, de su encuentro con Dios y “levanta los ojos”, mira a sus discípulos, a las numerosas personas que le siguen de todas las aldeas y ciudades. Y al mirarlos, lo que se le ocurre es llamarlos DICHOSOS. No les dice lo que deben hacer para serlo, que hubiera “enganchado” con los oyentes. Proclama, grita, que “son dichosos”. Y para que no quede duda, añade dos cosas que nos pueden desconcertar aún más: son dichosos AHORA, en presente. Es distinto a “llegarán a serlo”; tampoco les dice eso de “aguanten que luego…” Y lo son porque son pobres, hambrientos, tienen lágrimas en los ojos… esta es su situación y, en esta situación Jesús manifiesta que son felices. ¿Cómo mira Jesús la realidad de los que le rodean? ¿En qué descubre que suyo es el Reino de Dios? ¿Con qué fuerza lo dice para que los que le escuchan sientan que está expresando su experiencia más honda? ¡La dicha es estar con Él! Sentirse de los suyos, confiar en su amor, sentir su cercanía… ¿No hemos tenido cada uno de nosotros experiencias similares? ¿No nos hemos sentido dichosos y dichosas en medio de dificultades, críticas, incomprensiones, enfermedades propias o sufrimientos por personas muy queridas? ¿No hemos sentido que más allá de todo eso hay una persona, un amor, una confianza sin medida? Esta es la fe que nuestros primeros hermanos quieren transmitirnos. Creer en Jesús, confiar en su salvación y su amor, es fuente de dicha y felicidad, es experimentar ya otro tipo de amor, de relaciones con Dios y con los hermanos. Y, por si aún nos quedan dudas, Lucas, muy didáctico, añade lo que en ningún caso son signos de estar en el camino de la felicidad que da el Reino, de la dicha que da el seguir a Jesús: sentirse saciados, pasarlo siempre bien, que todos hablen bien de nosotros… Es como si nos dijera: ¡Cuidado con buscar el camino que os prometían ayer los entendidos de la Ley, o la publicidad barata o facilona hoy! Si os sentís saciados, si reís, si no aspiráis a nada más que lo logrado, si todos hablan bien de vosotros… ¡Lloraréis y lo pasaréis mal! La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos… ¡porque sabemos que es posible! No consiste en que “lo pasemos bien”, al contrario, lloramos y sufrimos por muchos y por muchas personas y situaciones… La dicha del Reino no se expresa en que todos hablen bien de nosotros, al contrario, apenas nos entenderán, nos pasarán por delante, se burlarán de nosotros, nos excluirán porque con nuestra forma de pensar –la de Jesús– somos una amenaza… Pero, sin saber muy bien cómo, sin que sea una empresa a conquistar o unas virtudes a conseguir, ahí, en la realidad que vivimos AHORA somos dichosos y nada, ni nadie nos quitará esta alegría, porque sus claves no están en lo que pasa ni en lo que nos pasa. La clave es la persona de Jesús, nuestra fe en él, nuestra vinculación con él. Todo lo demás, se nos dará por añadidura. Y se nos dará hoy, ahora… ¿nos lo creemos? ¿desbordamos y contagiamos alegría? El evangelio de hoy no nos trae un programa moral, ni una explicación teórica sobre la felicidad, nos acerca la experiencia de los primeros cristianos que han encontrado en Jesús su alegría y nos recuerdan que estamos invitados a vivir su misma experiencia. ¿Nos atrevemos? Vivir a ras de tierra no significa que no podamos tener altura de miras. De hecho hay personas excepcionales que consiguen vencer la gravedad y elevarse del suelo sin tener alas. Hablo de esas personas buenas, generosas y comprometidas que luchan denodadamente cada día para hacer un mundo más justo, habitable y amable.
Pero, a pesar de nuestro peso y torpeza física, hay otras formas de volar alto: con la imaginación y en los sueños. La imaginación es el mejor recurso para volar libres por encima de los convencionalismos y los prejuicios. Y en cuanto a los sueños, nada hay imposible en ellos; ¿quién, por ejemplo, no ha experimentado alguna vez la maravillosa sensación de volar? Si yo tuviera que emigrar (lo hice en los años setenta) soñaría con convertirme en un pájaro para volar libre por encima de fronteras, muros y vallas y, de vez en cuando, soltar una cagarruta en la cabeza de todos los Salvini, Orbán y Trump del mundo. Cuando decimos de alguien que es una persona bondadosa estamos pensando que es una persona amable, en la que se puede confiar porque no esperamos de ella daño alguno. Pero no deja de ser una descripción un tanto desvaída de la mejor esencia del ser humano.
Si somos hijos de Dios, nuestro ser más íntimo es la bondad aunque al ser imperfectos nos comportamos malamente en no pocas ocasiones. Pero ello no es óbice para que la parcela más luminosa de los seres humanos, aparte de que es lo esencial de su humanidad, tiene unas consecuencias en la radicalidad de las actitudes mucho mayores en que lo que pudiera parecer en algunas definiciones más bien ñoñas de la bondad que nos trae a la cabeza esa cuasi equiparación popular de que, el bueno, es blando o casi tonto. Vamos, que si nos empleamos a fondo en la bondad, en buena parte de esta sociedad seremos considerados más bien como tontos. Pero la bondad es una cualidad propia de la inteligencia espiritual y no tanto una característica del carácter. Es una pena que una palabra y su contraria puedan haber llegado a tener el mismo fundamento en amplias capas sociales relegando la vida ética (la historia del pensamiento) y la vida evangélica por no ser útiles en el tiempo presente. Pero cuando desaparece la bondad como conducta liberadora y solidaria, entonces se congela la convivencia y la deshumanización acarrea sus consecuencias. Traigo a la consideración de los lectores una reflexión del gran pensador Paul Ricoeur en una de sus visitas a la comunidad cristiana ecuménica de Taizé: él relaciona a la religión con la práctica de la bondad pero lo enmarca así: “Por muy radical que sea el mal, este no será nunca tan profundo como la bondad. Y si la religión, las religiones, tienen un sentido, es el de liberar el fondo de bondad de los seres humanos, ir a su búsqueda, allí donde está totalmente enterrado”. Y cierra su reflexión con esta preciosa rotundidad: “La bondad es más profunda que el mal más profundo”. Para Ricoeur este axioma es la experiencia que debemos buscar y expresarla en el lenguaje comunitario de la liturgia, cada uno desde el fondo infinito de bondad que anida en cada uno de los seres humanos. Simone de Beauvoir, igual que otros pensadores (Hobbes como paradigma) utilizó el lenguaje de la bondad de manera subordinada a la maldad: “La naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida”. Lo dijo quizá por lo que cuesta educar nuestro espíritu hasta que adquiera la disposición natural para hacer el bien cuando lo tentador es precisamente optar por el mal, que suele ser más agradecido a corto plazo y divertido. Pero es lo que pasa en todo con la naturaleza humana, que nuestras grandes capacidades requieren de mucho esfuerzo y disciplina para que lleguen a brillar: científicos sabios, deportistas de élite, artistas universales, estadistas que cambiaron la historia… todos tuvieron que pasar por muchos esfuerzos ímprobos para llegar a ser la mejor posibilidad de sí mismos sin que nadie dijera que sus inclinaciones naturales eran la holganza, la torpeza, la falta de inteligencia, la nulidad en cualquier disciplina en la que, tras muchos años de abnegado esfuerzo, llegaron a ser alguien superlativo en sus especialidad. ¿No podemos aplicar la misma premisa para la bondad humana? ¿En unos casos el sacrificio es admirable y ejemplar y, en otros, una represión que atenta contra la verdadera humanidad? Pues aunque no tenga buena prensa la bondad en nuestras selvas urbanas, de lo que no tengo duda es que el signo que señala a una persona como “buena”, es cuando saca lo bueno de otras personas. Y si algún día pudiéramos medir esto en resultados, ciertamente que serían a todas luces revolucionarios. Eran los albores de la Primera Gran Conflagración mundial. Europa comenzaba a desangrase como nunca hasta entonces. La sangre la ponían los campesinos y obreros de unas y otras naciones, los asalariados que padecían similares abusos en uno y otro bando, aquellos proletarios que comenzaban a soñar más allá de sus propias y limitadoras fronteras.
Quién sino ella, en medio de la furia patriótica germana, tuvo el valor de gritar firmando su sentencia de prisión primero, de muerte después. "No subáis a esos trenes…”. “Los soldados franceses son vuestros hermanos..." clamaba Rosa Luxemburgo a los soldados alemanes que partían a aquellas horribles trincheras de la Gran Guerra. Hace cien años esta líder espartaquista fue ejecutada junto su amigo y también líder, Karl Liebknecht. Después de haber sido encarcelada y torturada, pagó con su propia vida el precio de la utopía. Ha hecho falta un siglo entero para recoger las flores que ella mereció, para detener los vagones que ella pidió vaciar. Perdimos las batallas, pero nos quedan los héroes, sobre todo las heroínas. Haciéndolas presentes ya estamos ganando, no contra nadie, estamos ganando contra el olvido, estamos triunfando frente a la injusticia, la inhumanidad y la insolidaridad. Tal como describen sus biógrafos, su donación al ideal fue absoluta. Se entregó por entero a la emancipación de los últimos. Sin embargo, no quiso consentir que el socialismo progresara a costa de otro ideal que le antecede, la libertad. Por eso le resultó ya tan incómoda al pujante Lenin, por eso Stalin nunca la incluyó en su iconografía, por eso ha permanecido siempre en nuestros corazones. Su revolución era altruista, no bolchevique. En los tiempos de las revanchas y los asaltos a los Palacios de Invierno, ella se apresuró a proclamar: “La venganza es un placer que dura solo un día, la generosidad es un sentimiento que te puede hacer feliz eternamente…” No busco su final. Cuando la nueva ola revolucionaria de Enero de 1919 ella no estaba por la labor. Rusia estaba al lado, pero en Alemania no se daban las condiciones. Otros se precipitaron, calcularon mal, pero fueron su rostro y el Liebknecht los de los culatazos mortales del 15 de Enero. Ahí se congeló el recuerdo sin mácula ninguna. Ahí dejó alto como nadie el listón de la ética revolucionaria: “No debemos olvidar que no se hace la historia sin grandeza de espíritu, sin una elevada moral, sin gestos nobles…” La izquierda radical es la que organiza ahora los homenajes, pero la Rosa era un poco de todos/as, de cuantos creemos que nuestro mundo está urgido del “rayo de bondad” que ella representaba y al que en sus discursos aludía. A la vista de la deriva, a veces terrible, que han tomado algunas revoluciones sociales, uno llega a temer que los espartaquistas hubieran triunfado en aquel u otro invierno, que Rosa Luxemburgo hubiera desembarcado en los despachos del poder. Las banderas rojas se reúnen en su homenaje, ¿pero quién previno del peligro de la dictadura bolchevique, sería hoy hoz y martillo? En el centenario de su muerte una revolución particular y partidista no podrá llevársela de la mano, reclamar la sola herencia de esta mujer por encima de todo humana y universal. La meta era el camino y la barbarie nunca supo que entronizó a esa mujer valiente en las crónicas más luminosas de la historia. Antimilitarista, socialista, feminista..., fue más allá de todos los "istas". Los "istas" no dejan de empequeñecernos y ella era grande sobre todo en generosidad y arrojo. Sencillamente llevaba la entera humanidad en lo más profundo de su corazón. Rosa Luxemburgo vive en nuestro presente de más paz, justicia y solidaridad. En el centenario de su asesinato resucita con especial fuerza. En realidad era un imposible. ¿Cómo va a morir quien se entrega por entero al progreso de la humanidad, quién da su vida por los más altos ideales? ¡Siempre gracias! El Papa Francisco, en el diálogo que mantuvo con los periodistas en el avión en su regreso a Roma proveniente de Panamá de la JMJ, se mostró con la actitud cercana de siempre. Habló de temas diversos, entre los que cabe destacar el que se refiere a la cuestión de los abusos a menores por parte de eclesiásticos, por la actualidad de dicho tema y por los casos que continúan saliendo por desgracia a la palestra casi a diario.
No sé por qué, o quizás sí, pero, siempre que se habla de este tema, sale a relucir la cuestión de la conveniencia de eliminar la obligatoriedad del celibato por lo que a su relación con el sacerdocio se refiere. Cuando fue preguntado sobre ello, Francisco fue tajante “Personalmente, creo que el celibato es un don a la Iglesia. Además, yo no estoy de acuerdo que se permita el celibato opcional, no. {…} Es algo personal, no lo haré. Pero no me siento capaz de ponerme delante de Dios con esta decisión”. Citó aquella frase de Pablo VI “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato”. Una frase valiente, según Francisco, en un momento más difícil que este. No olvidemos que Pablo VI escribió precisamente una encíclica, Sacerdotalis celibatus, promulgada en junio de 1967, cuando, poco después de haber sido clausurado el Concilio Vaticano II, comenzaron a alzarse algunas voces poniendo en cuestión esta disciplina de la Iglesia como requisito obligatorio para poder desempeñar el ministerio sacerdotal. Tiene razón Francisco cuando insiste en que la supresión del celibato sacerdotal como algo obligatorio no solucionaría el problema de los abusos a menores y en general de la pederastia dentro de la Iglesia. Comparto totalmente con él esta idea; razón por la cual la supresión del celibato como algo obligatorio no tiene por qué ir ligado, ni mucho menos, a la desaparición o disminución de esta lacra. Por suerte el celibato es mucho más o, al menos, tendría que serlo. Creo que estamos tropezando siempre en la misma piedra e intentando meter la cabeza por el mismo hueco, en el sentido de que el celibato es un carisma y, por lo mismo, es algo que viene otorgado desde “arriba”; lo que significa que le puede ser dado a cualquier persona independientemente de la función que pueda desempeñar en la sociedad o en una comunidad concreta. En el caso que nos atañe estaríamos hablando del celibato asociado al desempeño de un ministerio dentro de la comunidad cristiana; concretamente el ministerio de presidirla. Esto nos lleva más adentro, concretamente al hecho que el ministerio le será conferido por el obispo a una persona que, a su vez, será enviada después a una comunidad para que la presida, entre otras cosas. Estamos en lo de siempre: por una parte, que la comunidad no tiene nada que decir respecto al candidato que estará al frente de ella; mientras, por otra, el varón que ha recibido el sacramento del Orden lo habrá recibido para siempre (por aquello de que imprime “carácter”) sin que él pueda poner límite al tiempo de su dedicación ni la comunidad pueda tampoco decidir si ha llegado el momento de que sea otra persona (hablando del celibato no quiero entrar ahora en la cuestión de si “hombre” o “mujer”) quien la presida. Somos muchos los que no nos cansaremos de repetir que la obligatoriedad del celibato en su relación con el ministerio sacerdotal es una ley impuesta por la Iglesia en un momento concreto de la historia. Por tanto, no intentemos buscar ningún tipo de mística en ello, porque sencillamente no la hay. En este sentido, Francisco ha decidido continuar, por las razones que fuere, en la misma línea de sus predecesores. Quiero pensar que lo hace desde el pleno convencimiento y que no se debe a presiones que pudieran existir de su entorno, especialmente de quienes arrecian más, tanto en este sentido como en muchos otros. Pero me duele que esto sea así, porque da la impresión como si el celibato no tuviera entidad por si mismo, sino en tanto en cuanto va estrechamente unido al ministerio sacerdotal. Lo cual es una pena, pues vivir da manera celibataria por el Reino de los cielos es algo que pertenece precisamente a lo más genuino del Evangelio. Baste recordar el capítulo 19 del evangelista Mateo, concretamente los versículos 1-12, donde presenta a Jesús hablando del divorcio. Pues bien, es precisamente en los versículos 10-12, donde Jesús sentencia da manera tajante: “Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba”. Vaya por delante que admiro a Francisco; lo cual no quita para que manifieste mi total desacuerdo en su empeño de continuar manteniendo el celibato como disciplina obligatoria en relación con el ministerio sacerdotal. Empezamos hoy el c 5 del evangelio de Lc con un episodio múltiple: La multitud que se agolpa en torno a Jesús para escuchar la palabra de Dios; la enseñanza desde la barca; la invitación a remar mar adentro; pesca inesperada; la confesión de la indignidad de Pedro; la llamada de los discípulos y el inmediato seguimiento. No nos dice de qué les habla Jesús, pero lo que sigue, nos da la verdadera pista para descubrir de qué se trata.
Este relato tiene gran parecido con el que Jn narra en el capítulo 21, después de la resurrección. Allí es Pedro el que va a pescar en su barca. Se habla de una noche de pesca sin fruto alguno y Jesús les manda, contra toda lógica, que echen las redes a esa hora de la mañana. El mismo resultado de abundante pesca y la precipitada decisión de Pedro de ir hacia Jesús. Dado el simbolismo que envuelve el relato, tiene más sentido en un ambiente pascual. Pedro llama a Jesús “Señor”, título que solo los primeros cristianos le dieron. Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. El hecho de que la pesca abundante sea precedida de un total fracaso tiene un significado teológico muy profundo. ¿Quién no ha tenido la sensación de haber trabajado en vano durante décadas? Solo tendremos éxito cuando actuemos en nombre de Jesús. Esto quiere decir que debemos actuar de acuerdo con su actitud vital, más allá de nuestras posiciones raquíticas y a ras de tierra. Esa actitud vital no se puede dar por hecho solo por decir: por Jesucristo nuestro Señor. Rema mar adentro. La multitud se queda en tierra, solo Pedro y los suyos (muy pocos) se adentran en lo profundo. Esta sugerencia de Jesús es también simbólica. En griego “bados” y en latín “altum” significan profundidad (alta mar), y expresa mejor el simbolismo. Solo de las profundidades del hombre se puede sacar lo más auténtico. Todo lo que buscamos en vano en la superficie, está dentro de nosotros mismos. Pero ir más adentro exige traspasar las falsas seguridades del yo superficial y adentrarse en aguas incontroladas. Adentrarse en lo que no controlamos exige una fe-confianza auténtica. Decía Teilhard de Chardin: “Cuando bajaba a lo hondo de mi ser, dejé de hacer pie y parecía que me deslizaba hacia el vacío”. Fiado en tu palabra, echaré las redes. El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús, que le manda contra toda lógica, echar las redes a una hora impropia, tiene mucha miga. Las tareas importantes las debemos hacer siempre fiándonos de otro. Tenemos que dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos domesticar y controlar lo que es más que nosotros, aseguramos nuestro fracaso. El mismo Nietzsche dijo: “El ser humano nunca ha llegado más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Lo que trasciende a nuestro ser consciente es mucho más importante que el pequeñísimo espacio que abarca nuestra razón. Dejarnos llevar por lo que es más que nosotros es signo de verdadera sabiduría. No temas. El temor y el progreso son incompatibles. Mientras sigamos instalados en el miedo, la libertad mínima indispensable para crecer será imposible. Más de 130 veces se habla en la Biblia del miedo ante lo divino. Casi siempre, sobre todo en los evangelios, se afirma que no hay motivo para ello. El miedo nos paraliza e impide cualquier decisión hacia la Vida. Si el acercamiento a Dios nos da miedo, ese Dios es falso. Cuando la religión sigue apostando por el miedo, está manipulando el evangelio y abusando de Dios. El mar era el símbolo de las fuerzas del mal. “Pescar hombres”era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. No quiere decir, como se ha entendido con frecuencia, pescar o cazar a uno para la causa de Jesús. Aquí quiere decir: ayudar a los hombres a salir de todas las opresiones que el impiden crecer. Solo puede ayudar a otro a salir de la influencia del mal, el que ha encontrado lo auténtico de sí mismo. Crecer en mi verdadero ser es lo mejor que puedo hacer por todos los demás. La principal tarea de todo ser humano está dentro de él. Dios quiere que crezcas, siendo lo que debes ser. Y, dejándolo todo, lo siguieron. Seguimos en un lenguaje teológico. Es imposible que Pedro y sus socios dejaran las barcas, los peces cogidos, la familia y se fueran físicamente detrás de Jesús desde aquel instante. El tema de la vocación es muy importante en la vida de todo ser humano. La vida es siempre ir más allá de lo que somos, por lo tanto, el mismo hecho de vivir nos plantea las posibilidades que tenemos de ir en una dirección o en otra. Con demasiada frecuencia se reduce el tema de la "vocación" al ámbito religioso. Nada más ridículo que esa postura. Quedaría reducido el tema a una minoría. Todos estamos llamados a la plenitud, a desplegar todas nuestras mejores posibilidades. La vocación no es nada distinto de mi propio ser. No es un acto puntual y externo de Dios en un momento determinado de mi historia. Dios no tiene manera de decirme lo que espera de mí, más que a través de mi ser. Elige a todos de la misma manera, sin exclusiones ni preferencias. La meta es la misma para todos. Dios no puede tener privilegios con nadie. Soy yo el que tengo de adivinar todas las posibilidades de ser que yo debo desarrollar a lo largo de mi existencia. Ni puede ni tiene que añadir nada a mi ser. Desde el principio están en mí todas esas posibilidades, no tengo que esperar nada de Dios. Mi vocación sería el encontrar el camino que me llevará más lejos en esa realización personal, aprovechando al máximo todos mis recursos. Los distintos caminos no son, en sí, ni mejores ni peores unos que otros. Lo importante es acertar con el que mejor se adecúe a mis aptitudes personales. La vocación la tenemos que buscar dentro de nosotros mismos, no fuera. No debemos olvidar nunca que toda elección lleva con sigo muchas renuncias que no se tienen que convertir en obsesión, sino en la conciencia clara de nuestra limitación. Si de verdad queremos avanzar hacia una meta, no podemos elegir más que un camino. El riesgo de equivocarnos no debe paralizarnos, porque aunque nos equivoquemos, si hacemos todo lo que está de nuestra parte, llegaremos a la meta, aunque sea con un mayor esfuerzo. Este relato está resumiendo el proyecto de todo ser humano. Jesús había desarrollado su proyecto de vida y quiere que los demás desarrollen el suyo. Pedro lo ve como imposible y hace patente su incapacidad. Está instalado en su individualidad y en su racionalidad. Es figura de todos nosotros que no somos capaces de superar el ego psicológico y el ego mental. Todo lo que no son mis sentimientos y mis proyectos racionales lo considero inalcanzable. Todas las posibilidades de ser que están más allá de esta ridícula acotación no me interesan. Pero la verdad es que más allá de lo que creo ser, está lo que soy de verdad. Aquí está la clave de nuestro fracaso espiritual. Descubrimos que hay seres humanos que han alcanzado ese nivel superior de ser, pero nos parece inalcanzable porque “soy un pecado”. “¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?” Dios se lo pregunta a Adán, dando por supuesto que Él no ha sido. Notad el empeño que ha tenido la religión en convencernos de que estábamos empecatados y que no debíamos aspirar más que a reconocer nuestros pecado y hacer penitencia. Ojalá superásemos esa tentación y aspirásemos todos a la plenitud a la que podemos llegar. Ni lo biológico, ni lo psicológico, ni lo racional, constituyen la meta del hombre. Meditación Llega a lo profundo de tu ser. Sin esa profundización, no es posible la plenitud humana. La contemplación es el único camino. Aprende a pescar en tu propio pozo. Lo que con tanto afán buscas fuera de ti, lo tienes al alcance de la mano dentro de ti. En la comunidad internacional en la que he vivido estos últimos meses hemos hablado a menudo del problema de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Con notables excepciones, como la India, en general se advierte un descenso alarmante. Las lecturas de hoy no resolverán el problema, pero nos animan a reflexionar sobre la vocación y a recordar una de las pocas órdenes que nos dio Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”.
* * * Después del fracaso en Nazaret (que leímos el domingo pasado), Lucas presenta a Jesús predicando y haciendo milagros en Cafarnaúm e incluso más al sur, en las sinagogas de Judea. Pero la liturgia dominical no lee nada de esto (Lc 4,34-44), sino que pasa a la vocación de los primeros discípulos. Así titulan este episodio la mayoría de las Biblias, aunque el relato de Lucas podríamos titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”. A propósito de la visita de Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo modifica para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la vocación de los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas conviene recordar el de Marcos. El escueto relato de Marcos sobre la vocación de los cuatro primeros discípulos Parecen simples notas para ser desarrolladas por el evangelista en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a cualquier lector atento. Los tres cambios que introduce Lucas
La finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. El segundo pretende poner de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras: “Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón, protagonista al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que algunos cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas quisiera ponerla a salvo. El tercer cambio nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús. El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la vocación de Isaías, primera lectura de este domingo. El relato de la vocación de Isaías (1ª lectura) Retrocedamos ocho siglos, al 739 a.C., año de la muerte del rey Ozías. En ese momento sitúa Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro inicial con Dios lo que más le llama la atención es su majestad y soberanía, que destaca mediante tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte, invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el templo. Basándose en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica sus labios, como símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia final no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”. La vocación de Isaías y la vocación de Simón Lucas, gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato de la vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos es interesante advertir las diferencias. El escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros y jornaleros. La persona que llama. En el caso se Isaías se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se encuentra ante un personaje excepcional. La reacción inicial del llamado. En ambos casos el protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no puede estar (“apártate de mí”). La preparación del enviado. A Isaías, un serafín lo purifica como paso previo para poder realizar su misión. Jesús no realiza nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es seguir a Jesús. “Dejándolo todo lo siguieron”. La misión. La liturgia ha suprimido la parte final del relato de Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer el corazón del pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías consistirá en transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador de hombres”. La reacción final del llamado. Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte la misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo para seguir a Jesús. Reflexión y pregunta La generosidad de los cuatro primeros discípulos, dejándolo todo para seguir a Jesús, nos recuerda a tantas personas que siguen dejando todo, incluso la familia y la patria, a veces para ser “pescadores de hombres”, otras para ayudar a cualquiera que lo necesite, incluso de religión distinta. Un ejemplo que sirve de estímulo y demuestra el poder de la llamada de Jesús. La pregunta: ¿Cuántas veces a la semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”? |
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