Enseñar a quien no sabe
Lo que palpo en la vida, son personas con unas necesidades integrales, totales. NO veo mucho la diferencia entre cuerpo y espíritu. Jesús sanaba a las personas: perdonaba y daba salud. Nosotros llamamos corporales a ciertos aspectos más visibles. Por eso, decimos: aprender juntos porque todos somos profesores y aprendices. El otro y yo somos personas que sabemos y que necesitamos aprender. Eso de “enseñar al que no sabe.”..... Ayudar a que aflore en él todo lo que sabe, todo lo que lleva en su interior. Me ha pasado varias veces. Al intentar, ayudar a aprender a leer en castellano a personas de otros países, me ha sido muy fácil haciendo a través del recorrido visual por los objetos. Como a las personas les interesan esas cosas concretas porque con ellas trabajan, usan, viven, enseguida han aprendido a leer y a escribirlas. Debe ser el sistema de Pablo Freire. Hay una actitud en muchas personas de pensar que no saben. Y no saben posiblemente de cosas que se valoran hoy en la sociedad, pero lo que es saber de cosas profundas, de humanidad, saben un montón. Dicen en mi pueblo que cuando hay que trazar una carretera se cuenta con el arquitecto, pero cuando es muy difícil ver el trazado mejor, se llama a un pastor, que es quien mejor acierta. Ya me decían “doce años estudiando para no saber aparejar un burro”. Una obra de misericordia o mejor de justicia, sería el descubrir, hacer florecer en las personas lo que saben y ayudar a poner nombres a las cosas. Enseñar. Mejor aprender juntos. Porque lo importante está en el corazón y en la mente de cada persona. No puedo imponer ni meter por un embudo, conocimientos. Mejor es poner elementos ante las personas para que pensemos y descubramos. Sí que es cierto que conocimientos que hemos adquirido o puesto en la historia, es bueno transmitirlos a los demás. Pero nunca el imponer juicios morales, científicos, sociales. Qué bueno si no damos interpretaciones del Evangelio, sino ayudamos a las personas a leer el Evangelio. Que cada uno irá profundizando. Quizás tenemos oxidada la capacidad de analizar, pensar... Se trata de engrasar. Enseñar a quien no sabe. Mejor: aprender juntos porque todos sabemos e ignoramos. 2.- Dar buen consejo a quien lo necesita Ojo. Que puedo pensar que mi consejo es necesario para la otra persona y en el fondo, lo que voy buscando, es imponer mi forma de pensar, de actuar, a los demás. Ayudar a pensar, a reflexionar, a enfrentarnos a la verdad que llevamos dentro. Hoy todas las personas intentamos imponer nuestras categorías, nuestras opiniones. Es maravilloso el abstenernos de dar nuestros criterios y ayudar a encontrarlos. Dar elementos de reflexión. Una obra de caridad muy grande es que las personas aprendan a no dejarse llevar por los medios de comunicación, incluidos los eclesiásticos Sino que bebemos de las fuentes frescas del Evangelio., de la vida y de los empobrecidos. Qué cosa más grande. Viene alguien a pedir opinión y con mi empatía lo único que hago es devolverle sus preguntas, sus planteamientos. Y después de un rato largo no he hecho más que acompañarle a entrar dentro de sí, a buscar su solución. Al final dice: “ya me lo has resuelto”. No, solamente he hecho escuchar y devolver. Los remedios solo se dan directamente en las farmacias. Y lo importante es hacer personas que piensen y tomen sus decisiones aunque corran el riesgo alguna vez de equivocarse. 3.- Corregir al que se equivoca Y ¿estoy seguro que se ha equivocado? Quién me dice que yo estoy en lo seguro y en lo cierto? Busquemos entre los dos. Y veremos si aquello que el otro ha hecho está mal en sí o según mi criterio. No puedo controlar el Espíritu ni la conciencia ajena. Hay una tendencia enorme a confundir mis pensamientos, mis opiniones con las del Espíritu. Si juntos escuchamos al Espíritu, a los pobres, en el silencio... podemos llegar a acertar el camino. Criterios que ayer nos parecían de maravilla y obligatorios en el cristianismo, hoy los vemos como opiniones y prácticas de un momento, de una cultura, de una interpretación determinado. A todas horas se me quejan las mujeres porque en su juventud les prohibían el baile público en cuaresma. Depende mucho de nuestra interpretación de la moral cristiana, para llegar a imponer costumbres, prácticas que dentro de unos años, las veremos como evangélicas. Y al revés. Obligaciones morales que ahora vemos como exigencia cristiana, las veremos contrarias al evangelio. Mucha humildad y dejarnos inspirar por el Espíritu. 4.-Perdono y hasta me olvido Una faena que me han hecho. Si me manchan el suelo puedo, limpiarlo con agua y lejía. Así ocurre en las ofensas que me han hecho. Puedo echar mucho cariño, perdón....para barrer esa injuria. En principio, yo creo que hay una posibilidad sicológica: descubrir la ofensa en su justa medida, verla en la realidad, sin hacerla crecer. En mi pueblo pasa un rio y estos días lleva mucha corriente. Ayer un grupo de personas escribimos en un papel una ofensa, alguna faena que nos han hecho, el sentimiento d dolor que tenemos por ello, y nos fuimos al puente. Escribimos la ofensa y sobre todo el sentimiento que teníamos y lo echamos al rio. El agua rápidamente se llevó el papel. Es un camino, para perdonar y olvidar Repetirlo, puede producir su efecto. Siempre me ha chocado la frase de Jesús “si alguien te hiere en la mejilla derecha, ponle la izquierda”. Y lo entiendo a mi manera. Pero es efectivo. Cuando una persona me hiere -así lo siento yo- lo mejor es con voz muy baja, con serenidad, ofrecerle algo positivo, ponerme de su parte... Y se deshace la ofensa. Cuanto mayor es el trozo de hielo, más calor necesita para derretirse. Si una persona me ofende, le desbarato si me pongo a su altura física y me presento menor que ella. La mayor victoria es no darle importancia y sobre todo, ser asertivo a la hora de responder. Manifestar mi sentimiento más que intentar derribar y vencer. Corazón sereno y ánimo equilibrado. La leche en tetrabrik si la abrimos poniendo la boca por debajo, sale muy suave la leche. Si la ponemos con el agujero arriba, sale a borbotones, pero no da de sí lo que puede y es realmente. Manifestar serena y empáticamente mis sentimientos sin buscar herir. Sino como oportunidad para que la otra persona mejore, crezca... 5.- Te acompaño en el sentimiento. Consolar al triste. No me gusta dar el pésame. Prefiero estar en silencio junto al que sufre. Es muy fácil decir palabras de ánimo. Pero muchas veces son palabras huecas. Hay que ponerse en el lugar de quien sufre para poder compartir el dolor y la esperanza. Se trata de curar, de acompañar a encontrar motivaciones para vivir con ánimo. A veces es preciso que duela primero la herida y que se descubra bien para poder luego aportar curación. No puedo ni escarbar ni echar polvos de talco. Hay que dejar que se vaya curando. Eso sí, estando junto a quien sufre con serenidad, con lloro, con compartimiento y constancia. Parece difícil, pero me resulta más difícil acompañar a quien lo vive disfrutando que estar con quien sufre. Porque ambas cosas me exigen profundidad. Los chistes son una forma, muchas veces vacía, de despistar. Y algo que no me gusta hacer es preguntar, indagar, en las causas de la tristeza. Que quien sufre, se desahogue, cuente, narre. Pero que no haya por mi parte un interrogatorio, Una curiosidad. Yo lo veo sobre todo como ejercicio de silencio, paciencia y cariño. Y suele ser doloroso. 6.- Vivir las deficiencias ajenas como oportunidad. Cada uno tenemos nuestras debilidades, nuestros fallos. Y muchas veces, resultan molestos a los demás. Nos pasa a todas las personas. Lo grande es llegar a un momento en que ya no sea un sufrimiento, sino una gozada: acompañar a otra persona y sacar fruto de esa flaqueza. Claro que si ronca mucho y o me deja dormir, puedo marcharme a otra habitación. Hay realidades que no sé superarlas. E incluso a veces, eso requiere la ayuda técnica de un profesional Paciencia no quiere decir callarme y no darme por enterado. Paciencia es trabajar por estar con quien lo necesita y recurrir con él a ejercicios físicos, ayudas médicas, apoyos sicológicos...una y otra vez sin cansarme. Sin pretender resolverlo sin más. Y una ayuda necesaria, es salir de vez en cuando, a otro ambiente, descansar de esa dificultad, para reponerme, para respirar otro ambiente. Los cuidadores de enfermos hacen una gran obra de misericordia, descansando y cambiando de lugar y ocupación. Hay personas que nos cuentan miles de veces la misma desgracia. Podemos con sicología ir desviando la conversación, introducir acciones o temas distintos, enfocar las cosas en otra dirección. Un trabajo de maestría. Pero una forma preciosa de vivir la caridad y la misericordia. Ocasiones especiales son hoy el acompañamiento a las personas enfermas, a los afectados por el Alzheimer o la demencia senil. Cuánto bien hacen muchas personas acompañando, estando con quien vive esas enfermedades. Y no digamos nada, las personas que dedican horas y horas a servir a los enfermos. Y especialmente cuando se ponen raritos. 7.- Descubrir a Dios en los vivos y en los difuntos Todas las realidades son presencia de Dios. Hay que sondear, hay que detectar su presencia. Y vivirla como tal. No para que me escuche, que ya lo está haciendo sino para compartir y dialogar con El, sobre estas realidades, para darle gracias, manifestarle nuestros sentimientos, sentir su voluntad Ya no es “rezar cinco padrenuestros o tres salves “. Es estar a solas, hablando con quien sabemos nos ama” Y nos lo está demostrando en cada realidad, aunque nos parezca positiva o negativa. Por mucho que nos empeñemos, no podemos cambiar el curso de la naturaleza. Pero sí podemos vivir la presencia salvadora de Dios en cada realidad. Y empalmar con ese sentimiento. Una vez más es necesario el silencio, la escucha, la Presencia. Y caminar en la dirección salvadora que la vida nos marca, aunque no nos guste. Lo que sí puedo hacer es ofrecer a los demás mi experiencia, mi colaboración, mis pistas. Pero, sobre todo mi escucha de Dios. Y siempre con los grandes deseos y metas de Jesús: pan para todos, un mundo nuevo que sea sociedad de Dios, un perdón y un mundo nuevo experimentado desde ya aunque inicialmente. Me encanta pensar, cuando quiero orar recordando a los difuntos, que es Dios Padre quien me los recuerda, como un buen padre no se olvida, no tengo que recordarle a sus hijos, sino que es El quien me indica las necesidades de su familia que somostodos y quiere y me indica cómo echar una mano.
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Cada vez que una Institución como Cáritas, o en este caso Oxfam-Intermon publican un informe, mucha gente se hace la misma pregunta: ¿Se ha olvidado Dios de los pobres? Para Él, nos dice la Sagrada Escritura desde la primera a la última página, son sus preferidos. Lo que les hacemos a ellos, se lo hacemos al mismo Jesús.
El Papa Francisco nos recuerda en la Laudato si: "No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, "los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio", y la evangelización, dirigida gratuitamente a ellos, es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin más vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos". Pero el drama es que cada día los pobres son más pobres, y millones de ellos mueren, justamente por ser pobres. El dato es escalofriante, el 1% de los más ricos poseen el 50,1% de la riqueza mundial. Esta constatación aparece en el informe de Oxfam, previo a la 46ª edición del Foro Económico Mundial de Davos (¡La "feria" de los más ricos!). El título del informe es significativo: una economía al servicio del 1%. La concentración del Patrimonio Mundial en manos de una élite cada vez más restringida ha aumentado notablemente en estos últimos años. Entre 2010 y 2015 la fortuna de los más ricos ha aumentado en un 44%, al mismo tiempo, el patrimonio de los más pobres descendía un 41%. La tesis que defienden algunos de que los beneficios de los más ricos contribuye al crecimiento, ya que son reinsertados en la economía por el consumo y las inversiones es una falacia. En su exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, 54, el Papa Francisco, ha hecho una severa crítica de esta tesis: "En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder...". Muy claro. Ante esta montaña de pobreza, el hombre no puede, ni debe esperar un milagro de Dios, que desborde la razón humana en estos problemas. Dios en cualquier momento lo podría realizar, pero sería ir en contra de la lógica de la creación del hombre y del universo. Nadie creyente pone en duda esta posibilidad, pero no es la forma habitual de actuar de Dios. Dios ha elegido al hombre para llevar a cabo su plan de salvación. Por eso, sí podemos ver milagros, aunque no los percibamos, como acontece en nuestra vida cotidiana. La multitud de iniciativas de muchos hombres y mujeres, a título individual o institucional (Misiones, Ong´s) son un signo de ese Dios de la historia. La Historia de la Vida Religiosa es un claro ejemplo de respuestas de parte de Dios a las necesidades históricas más candentes de los hombres. Preguntémonos: ¿Gracias a quién y por qué nace tal Orden u otra? ¿Francisco de Asís, Martin de Porres, Madre Teresa y tantos otros son fruto del azar? ¿L' Abbé Pierre, Coluche, el Padre Ángel y tantos otros a qué responden? Por supuesto que esto no debe llevarnos ni a la inhibición, ni a la autosatisfacción y, menos todavía a la indiferencia, continuamente denunciada por el Papa. Evidentemente todas esas iniciativas y otras no son suficiente, ni lo serán nunca ("pobres siempre los tendréis entre vosotros"). Tampoco esto es una conclusión fatal, sino una llamada a la responsabilidad personal y eclesial. También es cierto que la pobreza -en este momento es oceánica- y la respuesta a ella, no está cuantitativamente a la altura. Los cristianos tendríamos que comprometernos más, cada uno a su nivel y como pueda. Y todos los ciudadanos hemos de presionar a nuestros gobiernos, para que colaboren más seria y responsablemente, ya que viven excesivamente ensimismados en sus cuitas internas, sin afrontar los grandes problemas de la Humanidad. Para ejemplo la reciente, continúa e inacabable "crisis" de los inmigrantes en Europa. El Papa Francisco en la encíclica Laudato si nos ha dado una clave de como responder a la voluntad de Dios ante este problema de la Humanidad: "Si bien cada capítulo de la encíclica posee su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta". El deterioro del planeta viene a decir, en todo su texto, afecta muy directamente a los pobres. Esta encíclica del Papa Francisco es una iniciativa del Señor para despertarnos a este tema crucial. Y su reciente mensaje a la cumbre de Davos, que se celebra en estos días, es muy significativo: "Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio... (Bula del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordia vultus, 15). Una vez que tomemos conciencia de esto, llegaremos a ser humanos más plenos, pues nuestra responsabilidad para con nuestros hermanos y hermanas es una parte esencial de nuestra humanidad común. No tengan miedo de abrir su mente y su corazón a los pobres...". Esperemos que los de la "feria" de Davos le hayan escuchado un poquito... Desde la lectura del domingo pasado, hemos saltado varios episodios: Empezamos Hoy el cap. 5 del evangelio de Lc con un episodio múltiple: La multitud que se agolpa en torno a Jesús para escuchar la palabra de Dios; la enseñanza desde la barca; la invitación a remar mar adentro; pesca inesperada; la confesión de la indignidad de Pedro; la llamada de los discípulos y el inmediato seguimiento. Como ocurre con frecuencia, no nos dice de qué les habla Jesús, pero lo que sigue, nos da la verdadera pista para descubrir de qué se trata.
El relato de Lc que acabamos de leer, tiene mucho que ver con el que Jn narra en el capítulo 21, después de la resurrección. Allí es Pedro el que va a pescar en su barca. También allí se habla de una noche de pesca sin fruto alguno y Jesús les manda, contra toda lógica, que echen las redes a esa hora de la mañana y en aquel lugar. También narran el mismo resultado de abundante pesca y la precipitada respuesta de Pedro de ir hacia Jesús. Dado el simbolismo que envuelve todo el relato, tiene más sentido en ambiente pascual. De hecho Pedro llama a Jesús “Señor”, título que solo los primeros cristianos le asignaron. Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. El hecho de que la pesca abundante sea precedida de un total fracaso, tiene un significado teológico muy profundo. ¿Quién no ha tenido la sensación de haber trabajado en vano durante décadas? Solo Tendremos éxito cuando actuemos en nombre de lo crístico que hay en nosotros, es decir, en nombre de Jesús. En nombre de Jesús, quiere decir que debemos de actuar de acuerdo con su actitud vital, más allá de nuestras posiciones egoístas raquíticas y a ras de tierra. Lo que se nos pide es algo muy distinto a decir en la oración: por Jesucristo nuestros Señor. Rema mar adentro. La multitud se queda en tierra, solo Pedro y los suyos (muy pocos) se adentran en lo profundo. Esta sugerencia de Jesús es también simbólica. En griego “bados” y en latín “altum” significan profundidad (alta mar), y expresa mejor el simbolismo. Solo de las profundidades se puede sacar lo más auténtico del hombre. Todo lo que buscamos en vano en la superficie, está dentro de nosotros mismos. Pero ir más adentro no es tan fácil como pudiera parecer. Exige traspasar las seguridades del yo superficial y adentrarse en las incontroladas aguas de nuestro ser más profundo. Confiar en lo que no controlamos exige una fe-confianza auténtica. Decía Teilhard de Chardin: “Cuando bajaba a lo hondo de mi ser, llegó un momento en que dejé de hacer pie y parecía que me deslizaba hacia el vacío”. Fiado en tu palabra, echaré las redes. El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús, que le manda contra toda lógica, echar las redes a una hora impropia, tiene mucha miga. Las tareas importantes la debemos hacer siempre fiándonos de otro. Tenemos que dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos por todos los medios domesticar y controlar lo que es más que nosotros, aseguramos nuestro fracaso. El mismo Nietzsche dijo: “El ser humano nunca ha llegado más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Lo que trasciende a nuestro ser consciente es mucho más importante que el pequeñísimo espacio que abarcamos con nuestra razón. Dejarnos llevar por lo que es más grande que nosotros, por el Espíritu que nos desborda es signo de verdadera sabiduría. No temas. El temor y la vida son incompatibles. Mientras sigamos instalados en el miedo, la libertad mínima indispensable para crecer será imposible. Más de 130 veces se habla en la Biblia del miedo ante la manifestación de lo divino. Casi siempre, sobre todo en los evangelios, se afirma que no hay motivo para ello. El miedo nos paraliza e impide cualquier decisión auténtica hacia la verdadera Vida. Si el acercamiento a Dios nos da miedo, podemos estar seguros de que ese Dios es falso. Cuando la religión sigue apostando por el miedo para hacer cumplir sus preceptos, está manipulando el evangelio y abusando de Dios. El mar era el símbolo de las fuerzas del mal. “Pescar hombres” era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. No quiere decir, como se ha entendido con frecuencia, pescar o cazar a uno para la causa de Cristo. Aquí quiere decir: ayudar a los hombres a salir de todas las opresiones que el impiden crecer. Solo puede ayudar a otro a salir de la influencia del mal, el que ha encontrado lo verdadero de sí mismo e invita otro a encontrarlo también. Crecer en mi verdadero ser es lo mejor que puedo hacer por todos los demás y por la creación entera. La primera y principal tarea de todo ser humano está dentro de él, nunca fuera. Dios sólo quiere que seas auténtico, es decir, que seas lo que debes ser. Y, dejándolo todo, lo siguieron. Seguimos en un lenguaje teológico. Es imposible que Pedro y sus socios dejaran las barcas los peces cogidos, la familia y se fueran físicamente detrás de Jesús desde aquel instante.El tema de la vocación es muy importante en la vida de todo ser humano. La vida es siempre ir más allá de lo que somos, por lo tanto, el mismo hecho de vivir nos plantea las posibilidades que tenemos de ir en una dirección o en otra. Con demasiada frecuencia se reduce el tema de la "vocación" al ámbito religioso. Nada más ridículo que esa postura. Quedaría reducido el tema a una mínima minoría. Todos estamos llamados a una plenitud de ser que consistiría en desplegar nuestras posibilidades más altas. La vocación no es nada distinto de mi propio ser. No es un acto puntual y externo de Dios en un momento determinado de mi historia. Dios no tiene manera de decirme lo que espera de mí, más que a través de mi ser. Elige a todos de la misma manera, sin exclusiones ni privilegios. La meta es la misma para todos. Dios no puede tener privilegios con nadie. Al crearnos, ha puesto a disposición de cada uno, todas las posibilidades de ser que yo debo desarrollar a lo largo de mi existencia. Ni puede ni tiene que añadir nada a mi ser. Desde el principio están en mí todas esas posibilidades, no tengo que esperar nada de Dios. Mi vocación sería encontrar el camino que me lleve más lejos en esa realización personal, aprovechando al máximo todos mis recursos. Los distintos caminos no son, en sí, ni mejores ni peores unos que otros. Lo importante es acertar con el que mejor se adecue a mis aptitudes personales. La vocación la tenemos que buscar dentro de nosotros mismos, no fuera. No debemos olvidar nunca que toda elección lleva consigo muchas renuncias que no se tienen que convertir en obsesión, sino en la conciencia clara de nuestra limitación. Si de verdad queremos avanzar hacia una meta, no podemos elegir más que un camino. El riesgo de equivocarnos no debe paralizarnos, porque aunque nos equivoquemos, si hacemos todo lo que está de nuestra parte, llegaremos a la meta, aunque sea con un mayor esfuerzo. El relato está resumiendo el proyecto de todo ser humano. Jesús había desarrollado su proyecto de vida y quiere que los demás desarrollen el suyo. Pedro lo ve como imposible y hace patente su incapacidad. Está instalado en su individualidad y en su racionalidad. Todo lo que vaya más allá, le parece inalcanzable. Es figura de todos nosotros que no somos capaces de superar el ego psicológico y el ego mental. Todo lo que no son mis sentimientos y mis proyectos racionales, me desborda y lo considero inalcanzable. Todas las posibilidades de ser que están más allá de esta ridícula acotación, ni las echo en falta ni me interesan. Pero la verdad es que más allá de lo que creo ser, está lo que soy de verdad. Aquí está la clave de nuestro fracaso espiritual. Descubrimos que hay seres humanos que han alcanzado ese nivel superior de ser, pero nos parece inalcanzable porque “soy un pecado”. “¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?” Dios se lo pregunta a Adán, dando por supuesto que Él no ha sido. Notad el empeño que ha tenido la religión en convencernos de que estábamos empecatados y que no debíamos aspirar más que a reconocer nuestros pecado y hacer penitencia. Ojalá superáramos esa tentación y aspirásemos todos a la plenitud a la que podemos llegar. Ni lo biológico, ni lo psicológico, ni lo racional constituyen la meta del hombre. Meditación-contemplación “Rema mar adentro”.Llega a lo profundo de tu ser. Es una invitación que se hace a todo ser humano. Sin esa profundización, no es posible la plenitud humana. La contemplación es el único camino. ............................. No es necesario que recorras los mares buscando alimento. Aprende a pescar en tu propio pozo. Lo que con tanto afán buscas fuera de ti, lo tienes todo al alcance de la mano, dentro de ti. ....................... Si no has pescado nada, ¿Qué podrás ofrecer a los demás? Si no has aprendido a pescar, ¿Cómo podrás enseñar a otros? Da verdadero sentido a tu vida, y ayudarás a los demás a conseguirlo. Tras el incidente en la sinagoga de Nazaret, Lucas sitúa a Jesús en la ciudad de Cafarnaúm, distante unos 47 km de su pueblo natal. Cafarnaúm era una ciudad pequeña situada a la orilla del lago de Genesaret, cerca de la frontera norte de Galilea y bien comunicada con las otras zonas de la región. Por su situación geografía una de las principales actividades económicas de su población era la pesca. Un trabajo que se realizaba normalmente durante la noche o en las primeras horas de la mañana. La comercialización del producto se hacía a través de redes de intermediarios y era gravado con fuertes impuestos que no dejaba grandes beneficios a los pescadores.
El relato lucano presenta a Jesús una mañana predicando a la orilla del lago cuando los pescadores de vuelta ya de su faena comercializaban su producto y arreglaban y limpiaban sus aparejos de pesca. Era un momento en que se concentraba mucha gente junto al lago y posiblemente (aunque Lucas no lo dice) entre las personas que se agolpaban para escuchar al maestro habría pescadores, recaudadores de impuestos, mendigos, comerciantes (varones y mujeres), judíos y paganos... eran tantos/as los que lo rodeaban que Jesús decide subirse a la barca de Pedro y pedirle que la distancie un poco de la orilla para que sus palabras llegasen más fácilmente a sus oyentes. El autor del evangelio no informa del contenido de la predicación de Jesús, solo que se limita a decir escuetamente que hablaba sobre la palabra de Dios. Quizá como había hecho anteriormente en Nazaret estaba interpretando la Escritura de ese modo tan liberador y sanador que le caracterizaba. Pero ahora ya no lo hacía en el espacio religioso de la sinagoga, sino en un lugar público de trabajo y ante gente de muy variada condición. Al terminar, Jesús se dirige a Pedro y le pide que salga de nuevo a pescar. Con ciertas reticencias éste acepta y consiguen una abundante. Este hecho deja sin palabras a todos los presentes y Pedro postrándose a los pies de Jesús reconoce en él la actuación portentosa de Dios. Pero Jesús lo invita a ir más allá del temor reverencial que le produce el portento realizado y le ofrece formar parte de su proyecto salvador. El relato finaliza diciendo que Pedro y sus compañeros de trabajo, después de varar las barcas lo dejaron todo y le siguieron. Los evangelios más que biografías de Jesús, son testimonios de hombres y mujeres que se encontraron con Jesús, creyeron en él y le siguieron. Estas experiencias aparecen a veces narradas en forma de curaciones, otras a través de diálogos con el maestro y otras, como en este caso, con una llamada directa de Jesús al seguimiento. Todas ellas señalan el comienzo de la incorporación de estas personas en la comunidad de Jesús, a su proyecto y a su estilo de vida. Seguir a Jesús y abandonarlo todo comportaba desarraigo y vida itinerante, lo que suponía, dejar la casa, la familia, el trabajo, la red de relaciones… que era lo que sostenía la vida de una persona, lo que le daba identidad y honorabilidad en aquella sociedad. Abandonar todo eso suponía asumir una conducta desviada, soportar el estigma de la marginalidad y en muchos casos vivir el rechazo de los vecinos/as y familiares. Aquella mañana a la orilla del lago, la vida de aquellos pescadores y de sus familias cambiaba definitivamente. A partir de ese momento comenzaban a construir un nuevo espacio común junto a Jesús, la comunidad del Reino. Un nuevo espacio identitario y relacional que los vinculaba entre sí como hermanos de un mismo padre, el Abba de Jesús y con un nuevo proyecto el del Reino. La nueva comunidad del Reino a la que invitaba Jesús (Mc 3, 31-35) abría insospechados horizontes de vida y misión, de fe y esperanza. Jesús, a sus seguidoras y seguidores, les va a proponer incorporarse a una nueva familia (comunidad del reino) que va a trastocar lo establecido. En ella existe un único Padre para tod@s, un padre que él llama Abbá y que tiene entrañas maternas (Parábola del hijo prodigo), que perdona siempre y sólo desde él se puede construir la casa. Pertenecer a la comunidad reconfigura las fidelidades y hace posible una nueva identidad, la de hijo/a, y unas nuevas relaciones la de herman@s, desde una sola actitud, la del servicio. Después del fracaso en Nazaret (que leímos el domingo pasado), Lucas presenta a Jesús predicando y haciendo milagros en Cafarnaúm e incluso más al sur, en las sinagogas de Judea. Pero la liturgia dominical no lee nada de esto (Lc 4,34-44), sino que pasa a la vocación de los primeros discípulos. Así titulan este episodio la mayoría de las Biblias, aunque el relato de Lucas podríamos titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”.
A propósito de la visita de Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo modifica para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la vocación de los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas conviene recordar el de Marcos. El escueto relato de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”. Al punto, dejando las redes, le siguieron. Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él. El relato, que cambiará la vida de los protagonistas, no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser desarrolladas por Marcos en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a cualquier lector atento. Los tres cambios que introduce Lucas 1. El primero pretende hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. No es la primera vez que se encuentran con él. Jesús ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha comido en casa de Simón y ha curado a su suegra. Luego ha seguido su vida de predicador itinerante y solitario, pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un desconocido. Es un maestro famoso y la gente se agolpa para escucharle. El lector no se extraña de que lo sigan. 2. Si el primer cambio tiene su lógica, el segundo nos desconcierta: mientras Marcos cuenta la vocación de cuatro discípulos, Lucas centra su atención en Pedro, hasta el punto de que ni siquiera nombra a su hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide que se aleje un poco de tierra; con él dialoga después de hablar a la multitud, ordenándole adentrarse en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único que reacciona arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque luego se menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras finales y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. 3. El tercero consiste en reforzar la importancia de Jesús. No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos) sino que está predicando a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el punto de necesitar subirse a una barca. Luego, Simón le da el título de “Maestro” y le obedece, volviendo a pescar, aunque parece absurdo. Finalmente, Simón cae de rodillas y lo reconoce como un personaje santo, no un pobre pecador como él. La vocación de los discípulos supone un mayor conocimiento de Jesús. ¿Qué pretende decirnos Lucas con estos cambios? La finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. El segundo pretende poner de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras: “Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que algunos cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas quisiera ponerla a salvo. El tercer cambio nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús. El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la vocación de Isaías, primera lectura de este domingo. El relato de la vocación de Isaías (1ª lectura) Retrocedamos ocho siglos, al 739 a.C., año de la muerte del rey Ozías. En ese momento sitúa Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro inicial con Dios lo que más le llama la atención es su majestad y soberanía, que destaca mediante tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte, invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el templo. Basándose en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica sus labios, como símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia final no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”. La vocación de Isaías y la vocación de Simón Lucas, gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato de la vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos es interesante advertir las diferencias. El escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros y jornaleros. La persona que llama. En el caso se Isaías se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se encuentra ante un personaje excepcional. La reacción inicial del llamado. En ambos casos el protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no puede estar (“apártate de mí”). La preparación del enviado. A Isaías, un serafín lo purifica como paso previo para poder realizar su misión. Jesús no realiza nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es seguir a Jesús. “Dejándolo todo lo siguieron”. La misión. La liturgia ha suprimido la parte final del relato de Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer el corazón del pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías consistirá en transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador de hombres”. La reacción finaldel llamado. Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte la misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo para seguir a Jesús. Sugerencia final Según cuenta el evangelio de Juan, en cierta ocasión comentó Jesús a los discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”. Es de los pocos casos en los que Jesús da una orden. En una época como la nuestra, en la que la crisis de vocaciones es tan fuerte, convendría recordar y poner en práctica este mandato del Señor. Estos últimos años ha ido creciendo la estadística sobre el número de niños que pasan hambre en nuestro país. Esta es una herida importante de nuestra sociedad, que les afecta a ellos y a mucha más gente: padres, hermanos, familiares y educadores. No les hace ninguna gracia que sus hijos o alumnos pasen hambre. Es un dolor escondido a medias, un sufrimiento de mucha gente y un gran escándalo social.
Sí, es un notable escándalo social; aún más: una vergüenza que debería afectar a todos los ciudadanos, porque por otro lado constatamos que vivimos en medio de un notable lujo, que tenemos tiendas entre las mejores de Europa y los costes del nivel de vida de una parte importante de los ciudadanos van subiendo. Aumenta de forma escandalosa la distancia entre los más ricos y los más pobres. Cada vez se hace más abismal. No vale el recurso a las obras e instituciones de caridad, comedores populares, ayudas de todo tipo, bancos de alimentos. Todas estas instituciones y servicios, muchos de ellos de iniciativa social y otros administrativa, son como unos bomberos que acuden a apagar el fuego. Su misión es loable y son necesarios en los momentos que vivimos. Pero lo que importa no es apagar el fuego, sino que no haya fuego. Comer bien es un derecho humano. Que un niño coma bien es un doble derecho humano, el derecho de la persona y el derecho que tiene por ser niño o niña. Cuando pasan hambre es un flagrante delito de toda la sociedad, y en especial de los responsables sociales y políticos. Este hambre infantil y todo lo que supone para los familiares y educadores muestra el fracaso de nuestro sistema liberal capitalista. También el de los gobiernos y responsables del sistema fiscal y de la administración social. Como ha dicho el Papa Francisco, hasta ahora no se ha demostrado en la práctica que el sistema liberal capitalista sea capaz, con la creación de riqueza mediante los estímulos subjetivistas y el afán del dinero, de solucionar los grandes problemas básicos de la humanidad. Es cierto. Parece mentira que haya dinero para armamento, para viajes planetarios, para fiestas nacionales, para inyectar créditos en la gran banca, y todavía más dinero escondido en los paraísos fiscales, otro dinero fruto de la corrupción etc., y no lo haya para alimentar a todos los niños. Sencillamente, el problema es que no se quiere solucionar el problema. Se encienden los fuegos, y que las entidades caritativas acudan a apagarlos. Mientras tanto, las grandes fortunas van aumentando sus ganancias y a los más pequeños e indefensos les falta un plato caliente en su mesa. Vivimos unos tiempos complicados y confusos en el mundo de hoy. Seguro que también se han producido, en otros momentos de la historia de nuestra humanidad, situaciones parecidas, incluso peores que las actuales: epidemias, guerras mundiales, crisis económicas… La diferencia, y creo que es muy importante considerarla, es que los cambios que se están produciendo en las últimas décadas en todos los sentidos: sociales, económicos, culturales, tecnológicos, éticos… son muy acelerados, demasiado bruscos y desconcertantes, sobre todo, para determinadas generaciones que ya acumulan años en su vida. Por otro lado, debido a los desordenes ideológicos de quienes gobiernan este mundo de hoy, fundamentados en el mercado, la economía, el poder absoluto, la influencia para modificar, en clave de retroceso, los avances humanos que la historia nos muestra como logros conseguidos con el esfuerzo de generaciones que han trabajado y sacrificado a veces hasta con su vida, esos avances en la conciencia y en las condiciones de vida de los pueblos. Tal es así que, en estos momentos, no sólo está afectando esta locura de vértigo y desconcierto a los mayores sino también a los jóvenes.
Estamos viviendo en un caos social y humano en el mundo entero, aunque en algunos países sea más acusado que en otros; y este choque tan brutal nos hace caer en la desesperanza y en un estado de negación de la vida ante los acontecimientos que afectan a la humanidad. Sucesos que son, unos “naturales”: tsunamis, terremotos, cambios climáticos, contaminación…, y otros provocados por la ambición sin límite de quienes influyen o dirigen las decisiones que repercuten en los seres humanos y en la propia naturaleza. El problema es que esas decisiones o influencias están destruyendo vidas humanas, prestaciones sociales, empleo, avances en las investigaciones de la ciencia y en la educación… Es como si quisieran detener el tiempo o hacerlo retroceder años atrás. Ya hay quienes se aventuran a decir que hemos vuelto a situaciones de los años 70 del pasado siglo XX en nuestro país y en gran parte de Europa. Y la vida es evolución, no involución. Pero una evolución que tenga en cuenta una aplicación positiva en el saber y en el hacer en beneficio de toda la humanidad y no sólo a una parte de ella. Y digo esto porque cada vez son más grandes las diferencias que existen entre esa parte del mundo que no carece de todo el bienestar posible ni de recursos económicos, y esa otra, que representa la mayoría de la población mundial, que carece de todo o casi todo lo necesario para vivir con dignidad. La riqueza y la pobreza conviven de manera injusta y desproporcionada. Tal es así que la mayor vergüenza del siglo XXI es que debido a tantas corrupciones y abusos de poder, a veces camuflados con términos de democracia, millones de criaturas inocentes mueren de hambre, de miserias, de enfermedades superables o de violencias brutales. Es inconcebible que con tanto desarrollo tecnológico y científico, con tantos avances sociales y humanos, se estén viviendo tantas experiencias en el mundo con rasgos de inhumanidad, destruyendo pueblos, vidas humanas, naturaleza, a base de decisiones políticas, socio-económicas, armamentísticas que conllevan guerras o terrorismo… ¿Es que la historia pasada no nos enseña lo que hemos de evitar para que no ocurran todos los males que nos están afectando en la historia presente? ¿Tanto cuesta aprender y aplicar lo que es bueno para la humanidad? ¿Es ésa la condición humana? Es curioso, pero ante tantos males que protagonizan signos catastróficos, alarmante para la sociedad, para la misma vida humana y para nuestro Planeta Tierra, se percibe en el mundo otros signos diferentes que nos muestran la otra cara de la moneda: se está universalizando un sentimiento de solidaridad humana, de conciencia social jamás conocido; cada vez más se cuestiona hacia dónde vamos con los ritmos de vida que definen la convivencia humana de manera tan competitiva e individualista; cada vez más se ansía una convivencia que acerque a los seres humanos por el hecho de sentirnos personas universales, independientemente de esas diferencias culturales, étnicas, confesionales; se reivindica con más fuerza la eliminación de esas miserias humanas que destruyen la vida de tantos millones de criaturas; se desea y se grita de corazón que haya paz en el mundo, evitándose así el exilio o la muerte de tantos seres humanos; aunque coexistan todavía grupos fundamentalistas, que son minoritarios a pesar del sufrimiento que provocan, la mayoría de los creyentes de todas las religiones, incluso los que se manifiestan no creyentes, buscan con buenos deseos el acercamiento de las diferentes creencias religiosas, demostrándose de esta manera que lo más importante es la vida de las personas y las condiciones que dignifican nuestra existencia. Y así se van reconociendo esos signos de esperanza porque otra humanidad sea posible, una humanidad más sensible al sufrimiento humano y que trabaje para evitarlo. Que la globalización no signifique aumentar las diferencias entre ricos y pobres. Que la justicia se aplique en igualdad de condiciones a todos los seres humanos independientemente de su situación socio-económica. Que la política de los gobiernos se ejerza como un servicio a la sociedad con una actitud responsable y transparente. Que se controlen con eficacia los mecanismos de gestión y desarrollo económico de los entes públicos. Que los esfuerzos de quienes controlan la economía se centren en el desarrollo de los pueblos, posibilitando un trabajo digno a toda la población; de esta manera, tanto los recursos como la productividad, la investigación y la educación, harán realidad ese crecimiento económico y social que repercuta en la globalidad del país. Que se trabaje a conciencia por llevar la paz a todos los pueblos, haciendo posible una convivencia sin miedo y con respeto por todo lo que significa la vida de las personas y de la naturaleza. Reconozco que todos estos pensamientos y muchos más pueden resultar utópicos teniendo en cuenta lo que estamos viviendo a causa de esta brutal “crisis económica”, yo diría, más bien, brutal “crisis de valores humanos”. Pero si abrimos nuestra mente y nuestro corazón a lo que la misma historia nos está también demostrando, y aprendemos de ella, lo que expreso como utopía, podrá ser una realidad. Es lo que está pidiendo a gritos esta humanidad sufriente, víctima de los egoísmos y corruptelas de los poderosos del dinero y de los mercados que dirigen las decisiones de las políticas de los gobiernos. Ya se sabe, se conoce, con nombres y apellidos, quienes son esos poderosos que rigen el destino de este mundo. Son los directores de una orquesta que desarmoniza y destruye la vida en su propio beneficio. Y esto no es justo ni deseable. Por lo tanto, debe cambiar el rumbo que lleva esta terrible injusticia. En esa confianza se soporta la esperanza: ver ese otro mundo posible hecho realidad. Esta mañana asistí a una eucaristía en una parroquia de Madrid, céntrica. Éramos unas cuarenta personas. El sacerdote salió, leyó “ritualmente” todos los libros y no hubo ni un momento de contacto directo con los fieles, ni referencia a ellos. Yo diría que es una liturgia a cargo de un funcionario, que lee unos libros y realiza unos ritos (en este sentido no hay que preocuparse de la crisis de sacerdotes… se pueden contratar funcionarios de ese estilo).
Los textos de las lecturas hacían referencia a Sam 4, 1-11 (escaramuza de Israel con los filisteos, en la que pierden la batalla y el arca de la alianza), y el Evangelio de Mateo 1, 4-5 (donde un leproso se acerca a Jesús de forma delicada y no manipuladora). La brevísima homilía del celebrante, antes de la oración de los fieles, fue un salirse por los cerros de Úbeda, como decían los antiguos. Acabó la eucaristía y me sentía un poco disgustado, la verdad, por la pobreza pastoral del hecho en sí. Seguidamente vi que un grupito de monjas se quedaban para rezar laudes. La antífona del Cántico final me dio la clave y me serenó un poco: “Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días”. Pero no pude resistir la tentación, y acabos los laudes les dije a las monjas que las lecturas de hoy nos suponían una gran lección, que eran una gran pedagogía de vida cristiana (como lo es siempre la lectura bíblica proclamada en la celebración litúrgica). A veces somos como los hebreos en sus múltiples batallas: queremos manipular a Dios, y creemos que porque llevemos a ellas los “signos sagrados” Dios nos va a proteger. Y no es así. Dios solo nos protege cuando llevamos una vida de santidad y justicia. El ciego del Evangelio no exige a Jesús la curación (admite la posibilidad de que no sea posible…); pero le plantea a Jesús la cuestión de una forma tan sutil y refinada (posiblemente meditada) que Jesús no puede resistirse. La pena que sentí (y ¡ojalá me equivoque!) es que las personas que estaban en la “misa” (ahora no digo eucaristía) se fueron a sus trabajos y sus batallas pensando que llevaban consigo un arca que les iba a proteger… pero sin caer en la cuenta de que hay que ponerse ante Jesús con una actitud indigente. Las monjas, ya mayores en general, y que habrían consumido sus vidas en múltiples servicios de caridad, me dieron la razón, y me confiaron que solo cuando se sirve al Señor con santidad y justicia se cosechan frutos de vida eterna. Y cuando ponemos la esperanza en las “arcas” que creemos contienen nuestras riquezas, nuestra herencia, nuestra fuerza… pues los enemigos nos pueden (incluso reconociendo a nuestros dioses). Hay una Iglesia que cree en la fuerza de las arcas, y hay otra que vive en santidad y justicia. Obra de misericordia social
Desde que el Papa Francisco inauguró el Año de la Misericordia en el mes de diciembre se están refrescando en el ambiente cristiano lo que todos sabíamos por las enseñanzas recibidas en la catequesis y recordadas hasta con aquellas musiquillas que nos hacían más fácil recordar largas listas cuando éramos pequeños. Las pongo aquí para contribuir a la difusión iniciada por el Papa, compartiendo pequeños comentarios de lo que me provoca cada una. Después, con todo respeto, explicaré y animaré a la acción de lo que he llamado una obra de misericordia social. Obras de misericordia espirituales: · Enseñar al que no sabe, y tener la suficiente humildad de aprender del sencillo e instruido por la vida. · Dar buen consejo al que lo necesita, o sencillamente dar nuestro tiempo gratis para escuchar a quien lo necesita. · Corregir al que yerra, siempre y cuando mis propios errores me hagan bajar a comprender el error del otro. · Perdonar las injurias, con amor y humor, sin que te echen a perder tu autoestima. El que injuria puede necesitar tratamiento de profesionales en psicología. · Consolar al triste, con escucha, abrazos, pañuelos. · Sufrir con paciencia los defectos del prójimo, o lo que creo que son defectos: en la familia, al jefe, al compañero trepa o plasta en el trabajo, al vecino, etc. · Rogar a Dios por los vivos y las almas perdidas, aplicando la oración por los vivos que son los que más lo necesitamos, seguimos sin ver claro. Lo de las almas perdidas me crea confusión, pues Dios es infinitamente justo y pero también misericordioso. Releo aquello de “la misericordia se ríe del juicio” (Sant 2,13) y sé que Dios resuelve infinitamente. Obras de misericordia corporales: · Visitar y cuidar a los enfermos, especialmente a los de larga duración, a los que no tienen quien los visite, los que sólo puedes hacerles una caricia porque ya no te reconocen. · Dar de comer al hambriento, al que tenga cerca pero con la vista puesta en que más de dos tercios de la humanidad está en situación de hambre y necesidad de todo tipo. · Dar de beber al sediento, lo mismo que la anterior. · Dar posada al peregrino, al refugiado político que huye de situaciones de conflicto y muerte; al inmigrante que huyen por motivos de supervivencia económica… ellos son más que peregrinos. · Vestir al desnudo: desde esta parte del mundo parece imposible que alguien pueda estar desnudo de vestido, con la gran producción de moda que nos caracteriza. · Liberar al cautivo, ayudándole mientras cumple condena y procurando que se libere de lo que le tiene preso interiormente. · Enterrar a los muertos… pienso en el mar Mediterráneo convertido en un cementerio acuático en el que siguen muriendo seres humanos que no logran llegar a las fronteras de Europa. Si se pusieran en práctica las catorce Obras de Misericordia que propone la Iglesia, el mundo sería una balsa de aceite; la calma y la alegría reinarían por doquier y el mundo sería un recinto fraterno donde todos los seres humanos sin distinción de raza, cultura, sexo o religión viviríamos en paz y sin sobresaltos. Pero como la realidad es bastante distinta reflexionaba con mi grupo de oración hace unos días sobre este tema: estamos demasiado expuestos a los medios de comunicación, olvidamos porqué suceden las cosas y la trayectoria que siguieron hasta llegar al punto actual. No escuchamos al que tiene otro pensamiento, otra ideología, etc. Peligroso es que entre los mismos grupos cristianos haya confrontaciones que derivan de la política, la crisis, de las ideologías… Peligroso es que el miedo se inyecte en la vida de unos y otros y vivamos en permanente estado de debate. Propuse en mi grupo que nos empeñáramos en pacificar el ambiente. Romper el estado de debate alrededor de una taza de café y queriendo arreglar el país, el mundo, la Iglesia… Romper la confrontación escuchando a los otros desde una dimensión que, reconozco, es complicada, pero habrá que intentarlo: ver al otro como alguien al que tengo que escuchar. Escuchémonos. Así que propongo una obra de misericordia social: pacificar el ambiente. Ya sea en casa, con los amigos, en el trabajo, en el grupo de la parroquia, en la reunión de vecinos, en la del colegio de los niños, en el gimnasio, en la universidad, en el supermercado… ¡Venga, pacifiquemos el ambiente, con creatividad, como esas pequeñas flores que crecen en terrenos hostiles! Personalmente, lo voy a intentar aunque sólo sea, en principio, por lo que mi propio nombre indica. |
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