El evangelio: un texto breve pero muy rico de contenido (Mateo 3,13-17)
Comienza Mateo informando del viaje de Jesús al Jordán para ser bautizado por Juan. Su información no puede ser más escueta. ¿Cómo se enteró Jesús de la actividad del Bautista? ¿En qué momento de su vida? ¿A qué edad? ¿Qué lo impulsó a ir en su busca? El evangelista no dice nada. Ni siquiera advierte al lector del profundo contraste existente entre Jesús y el personaje anunciado poco antes. Juan ha anunciado a uno más fuerte e importante que él, que trae un bautismo con Espíritu Santo y fuego, dispuesto a separar el trigo de la paja, a guardar lo bueno y quemar lo malo. Jesús no hace nada de eso: se pone en la cola de los pecadores, esperando su turno para confesar los pecados y ser bautizado. El diálogo con Juan es exclusivo del evangelio de Mateo. Cuando Marcos escribió su evangelio, el hecho de que Jesús fuese bautizado por Juan no planteaba problemas. Sin embargo, Mateo entrevé en esta escena un auténtico escándalo para los cristianos: ¿cómo es posible que Jesús se ponga por debajo de Juan y se someta a un bautismo para el perdón de los pecados? Para evitar ese posible escándalo, introduce un diálogo entre los dos protagonistas, poniendo de relieve el motivo que aduce Jesús: «está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere». Deja claro lo que para él será más importante a lo largo de su vida: cumplir la voluntad de Dios. Al mismo tiempo, aprendemos que su actuación será en ocasiones sorprendente, un misterio que nunca podemos penetrar del todo y que incluso puede provocar escándalo en las personas mejor intencionadas. Desde la primera escena, Jesús nos está desconcertando. Precisamente en el momento de la mayor humillación tiene lugar su mayor exaltación. A diferencia de Marcos, que cuenta el episodio como una experiencia personal de Jesús (solo él ve rasgarse el cielo, bajar al espíritu y solo él oye la voz del cielo), Mateo distingue una experiencia personal (ve rasgarse el cielo y descender al espíritu) y una proclamación pública («Este es mi Hijo amado, mi predilecto»). La filiación divina no es una novedad para Jesús sino para los presentes, para nosotros. La venida del Espíritu sobre Jesús tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Al venir sobre Jesús se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad. Porque ese Espíritu que viene sobre Jesús es el mismo con el que él nos bautizará, según dijo Juan Bautista. La voz del cielo. En las palabras «mi Hijo amado, mi predilecto» resuenan textos muy distintos. Cuando Dios pide a Abrahán que sacrifique a Isaac lo llama «tu hijo, tu hijo amado» (Gn 22,2). Cuando un salmista se dirige al rey en nombre de Dios durante la ceremonia de entronización le dice: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7). Pero estas palabras, unidas al don del Espíritu, recuerdan sobre todo a Is 42,1-4, que Mateo aplicará más tarde a Jesús: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él pondré mi Espíritu» (Mt 12,18-21). Estas resonancias sugieren ideas muy importantes a propósito de Jesús. Dios ve su relación con él tan íntima como la de un padre (Abrahán) con su hijo (Isaac). Su filiación divina tiene también una connotación regia, ya que Sal 2,7 recoge lo dicho por Dios a David a propósito de Salomón: «Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo» (2 Sm 7,14). Y por ser el amado, el predilecto, se le encomienda una misión universal, implantar la justicia en las naciones, pero sin llamar la atención. Sin gritos ni amenazas, sin quebrar la caña cascada ni apagar el pabilo vacilante, conseguirá «que las naciones esperen en él» (Is 42,1-4 según traduce Mateo 12,18-21). Con ello, la voz del cielo anuncia no solo la intimidad de Jesús con Dios y su dignidad regia, también la misión encomendada y la forma en que la llevará a cabo. En algún momento, el lector del evangelio podrá sentirse escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la vida, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu. El programa futuro de Jesús (Isaías 42,1-4.6-7) Las palabras del cielo no sólo hablan de la dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Isaías (42,1-4.6-7). El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…). Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal. El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte. Misión cumplida: pasó haciendo el bien (Hechos 10,34-38) La segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio y a su familia, resumen en estas pocas palabras la actividad de Jesús: «Pasó haciendo el bien». Un buen ejemplo para vivir nuestro bautismo.
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Culminamos el tiempo de Navidad con el relato del Bautismo de Jesús. Es un texto que pertenece al prólogo del evangelio de Mateo y formando parte del espacio dedicado al comienzo del ministerio de Jesús. El contexto está tejido por la polémica suscitada entre Juan Bautista con los representantes de Israel: fariseos y saduceos, especialmente. Juan busca algo nuevo; el judaísmo así vivido le lleva a un inconformismo, compartido por otros grupos, que es causa de incomodidad a los que quieren seguir en lo de siempre. Ellos no ven posibilidad de evolución en el seno del judaísmo porque reconocerse como hijos de Abraham ya es suficiente.
Por otro lado, en Israel se había desarrollado una práctica de ritos con agua para ser purificados. Se bautizaba con agua corriente al pagano para purificar su idolatría. Pero el Bautismo que practicaba Juan tenía una connotación diferente: se realizaba una sola vez para el perdón de los pecados y para vivir la conversión, un cambio radical de vida ante la llegada inminente del fin de los tiempos. Jesús fue bautizado por Juan y podría significar, en principio, una muestra de solidaridad con su pueblo que esperaba redención y la liberación definitiva. Es importante destacar que hay dos cuestiones que se repiten en las narraciones del Bautismo de Jesús en los cuatro evangelios: la presencia del Espíritu y una voz atribuida a Dios. En cuanto a la venida del Espíritu, el judaísmo creía que la comunicación del Espíritu significa lo mismo que inspiración profética, es decir, hay una experiencia de Dios que impulsa a una misión concreta. En cuanto a la voz atribuida a Dios, se puede percibir una referencia al profeta Isaías al comenzar su canto del Siervo de Yahvé quien es presentado como un ser solidario con el pueblo que salva y libera: este es mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me complazco, lo he dotado de mi espíritu, para que lleve el derecho a las naciones (Is 42,1). Pero en este caso la VOZ define al siervo como HIJO; se muestra, por tanto, una nueva genealogía no inscrita en las categorías humanas sino divinas. La novedad de esta proclamación es ese Dios que, como Espíritu, se mezcla con la humanidad para provocar una nueva vida empoderada desde dentro y que es digna de amor y fuente de felicidad para Dios. De hecho, cuando a Jesús le preguntan de dónde le viene la autoridad hace referencia al bautismo de Juan, no al rito en sí sino a lo que allí ocurrió y se reveló. Aparece, por tanto, una nueva consciencia y un nuevo conocimiento de la identidad de Dios y de la identidad humana. Ahora sí culmina el viejo testamento. La transición a la nueva era ya es una realidad. La nueva visión de Dios supera las categorías judías. Dios se revela como VOZ, Palabra creadora que le vincula para siempre a la realidad humana que es su HIJA, dignificada por un amor sostenido para siempre. Dios no se revela como rival del ser humano o de sus pecados sino como potencia generatriz de toda la humanidad. Revela un vínculo esencial y universal: “ser hijo”-“ser hija” para que todos lo podamos entender. No se revela con un lenguaje filosófico y/o religioso sino humano; tampoco en pasado, ni en futuro sino en un presente atemporal conectado a su felicidad por nuestra existencia. Dios se complace en la nueva humanidad como hija con todo lo que supone de dar cabida en esa relación a la libertad, la autonomía, el impulso al crecimiento y la profunda solidaridad con su realidad, como lo hizo con Jesús hasta la cruz. El problema es que, a veces, la religión ha puesto más fuerza en cómo mantener este vínculo (aunque no se viva) que en favorecer esa experiencia interior tan profunda. Se ha invertido mucha energía en cómo mantener ese vínculo ideologizando la vivencia, ritualizando de una manera externa y superficial, normatizando el cómo y cuándo, probablemente porque ha sido beneficioso para mantener las pasiones humanas que alimentan nuestro ego. El precio que estamos pagando, en algunos casos, deriva en una religiosidad desvitalizada y sin nervio espiritual, sin escuchar esa VOZ y sin conectarse a la Fuente. Recojamos lo esencial de este texto del Bautismo en el que se nos invita a escuchar, como Jesús, esa VOZ que señala nuestra raíz divina y nuestra dignidad humana, nuestra identidad como HIJ@S cuya consecuencia nos compromete a mirar a otros como hermanos y hermanas, en solidaridad sin condiciones, en igualdad en cuanto a dignidad, derechos y oportunidades. Un poco complicado pero posible. ¡¡¡FELIZ DOMINGO!!! Para los y las primeras creyentes en Jesús uno de los mayores desafíos que tuvieron que afrontar fue comprender que la oferta salvadora que él encarnaba no podía mantenerse cerrada dentro de la casa de Israel, que ya no podían leer las Escrituras como siempre lo habían hecho. Su encuentro con el Maestro les abría horizontes insospechados de gracia que sobrepasaban lo conocido y esperado.
No fue fácil, hubo conflictos, deserciones, bloqueos, pero la Santa Ruah y la memoria viva de Jesús los y las fue llevando más allá de sus expectativas. Los textos del Nuevo Testamento son testigos del proceso y de muchas formas recogen el camino de dar a luz la profunda certeza de que la salvación de Dios se revelaba como misericordia, bondad y perdón en las palabras y en la vida de Jesús de Nazaret y que esa salvación no quedaba limitada a las promesas de Israel, sino que estaba dirigida a todos los hombres y mujeres de cualquier lengua, pueblo, cultura o condición (Hech 2). En estos días de Navidad recordamos algunos textos que explicitan con mucha claridad esta experiencia y muestran con absoluta contundencia que “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros/as, y hemos contemplado su gloria...porque de la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. (Jn 1,1-18). La comunidad joánica en este comienzo del evangelio nos transmite con bellas metáforas la fe que la hizo fuerte a pesar del rechazo. Su fe en Jesús les hizo descubrir que Dios estaba desde siempre con la humanidad, por eso proclamaron que él desde siempre estaba junto al Padre, que en él estaba la Vida (con mayúsculas) que en él estaba la luz y ninguna tiniebla la podía ocultar. Pero también conocieron que no todos ni todas se alegraban de esta Buena Noticia, que no todas las casas se abrían a la alegría de una Visita que no encajaba en sus expectativa, o simplemente les hacía salir de su zona de confort. La Palabra, que se hacía humanidad, no había que buscarla en ningún diccionario, ni entenderla según ninguna creencia específica, sino que había que recibirla, acogerla, sostenerse en ella y proclamarla en la vida. Porque solo así esa Palabra podía ser escuchada, solo así esa Palabra podía mostrar su significado, el regalo (gracia) de que era portadora, solo así esa Palabra era salvadora. Pero como muy bien entendió la comunidad Joánica acoger esa Palabra que estaba en Dios, era acoger a Jesús de Nazaret y su radical propuesta. Era reconocer la gratuidad del amor de Dios que no esperaba de los seres humanos que se aferraran a la ley, por muy sagrada que fuese, sino que se atreviesen a dejarse salvar por la debilidad del perdón y por el misterio de la bondad que estaban desde el principio en Dios. Leer las Escrituras… seguir su estrella El relato sugerente y entrañable de la visita de los Magos de Oriente al lugar de Belén donde nació Jesús recoge algunas de las cuestiones que preocupaban a la comunidad de Mateo y a las que el evangelista quiere responder. Nos encontramos con una pequeña comunidad que se ha distanciado radicalmente de sus hermanos judíos. La peculiar lectura de las Escrituras judías a la luz de la fe en Jesús que las primeras generaciones cristianas hacen se fundamenta en su convicción de que Jesús es la Palabra definitiva de Dios y que en él se cumplen las promesas dadas por Dios a Israel. Esta afirmación desafía y confronta las fronteras identitarias del judaísmo desembocando en un conflicto que terminará con expulsión de los seguidores y seguidoras de Jesús de la comunidad israelita. Esta nueva comprensión de la fe judía favorece la incorporación de hombres y mujeres no israelitas a las comunidades cristianas. Esto va a propiciar la creación de grupos diversos y plurales que sostienen su identidad en la fe en Jesús y no en la pertenencia a un pueblo, cultura o género. Este mestizaje no siempre es fácil de articular y es necesario ahondar en las palabras y en la vida de Jesús para sostener y fortalecer su vida en común. Narrar los orígenes de Jesús es para Mateo una oportunidad de recordar a sus destinatarios y destinatarias quién es el que los ha convocado y cuál es la promesa a la que han sido llamados/as. A través de las narraciones intenta ofrecerles un relato de la vida de Jesús que les ayude a dialogar con sus hermanos judíos, de modo que puedan presentarles su fe en Jesús como mesías a partir de los textos que sostienen también la esperanza de Israel. Belén es un pueblo pequeño cercano a Jerusalén que estaba cargado de simbolismo en la memoria de Israel, en él David fue ungido por Samuel como rey (1 Sm 16,1-13) y a este rey y a su dinastía se vinculaba la promesa mesiánica. Mucho tiempo después casi sin ruido el Mesías esperado comienza su vida en ese lugar. Belén se configura, así como el lugar en que Jesús se presenta como el Mesías enviado a Israel (Miq 5, 1-3; 2 Sam 5,2), pero también como el destino de unos paganos, unos hombres de Oriente, que han visto una estrella (Nm 24,17), que anuncia el nacimiento del rey de Israel y quieren adorarlo. Todos los personajes que están o llegan a Belén muestra actitudes de confianza y acogida hacia el recién nacido. Las referencias a la Escritura judía muestran como este niño cumple lo que se había dicho sobre el Mesías en ella. Jerusalén, el otro lugar que aparece en la historia, representa sin embargo la oscuridad y la desconfianza. En ella está Herodes, que se asusta al conocer la información de los sabios y utiliza todos sus recursos para deshacerse de Jesús y evitar que se propague la noticia de su nacimiento, pues ese recién nacido amenaza su poder y cuestiona su legitimidad como rey. Los sabios de Oriente, que ven la estrella, se ponen en camino atentos a las señales que los han de guiar. Los representantes del pueblo judío, sin embargo, conociendo las Escrituras, no son capaces de descubrir en ellas a Jesús y no solo no se ponen en camino, sino que el miedo a perder su estatus les hace actuar con engaño y maldad. Mateo jugando con esos contrastes, invita a su comunidad a mirarse en aquellos sabios que se dejaron guiar por la estrella, acogiendo los pequeños signos de la historia. Como ellos, l@s seguidor@s de Jesús, a los que escribe Mateo, están llamados a dejarse guiar por la luz que su fe en Jesús irradia en sus vidas, y han de seguir profundizando en las Escrituras para afianzar e iluminar su fe. Hacer memoria del misterio de la encarnación, ver a Dios poner su tienda entre nosotros/as, pero a la vez descubrir el mal y el sufrimiento que impide de muchos modos dejar a Dios regalarnos su salvación, nos recuerda nuestro compromiso con la Buena Noticia en la que creemos, nos invita de nuevo a abrir surcos en esta tierra herida para que pueda recibir la semilla de la bondad, la ternura y la paz. En Belén Dios nos invita a soñar a dejar que nuestro corazón nos guíe, como a los sabios, por caminos alternativos capaces de construir un mundo nuevo, sin llanto ni dolor. Un mundo que ha de ser la utopía que guie nuestro caminar diario, de pequeños pasos y gestos sencillos… De nuevo en Navidad estamos invitadas e invitados a soñar, a intuir nuevos caminos, nuevas sendas de inclusión, de hospitalidad, de acogida de ternura y solidaridad… a soñar porque Dios amanece en nuestras vidas. El relato de los magos del Evangelio de Mateo es uno de los más conocidos de la Biblia. Tanto en los congresos científicos como en los patios de los colegios se libra cada día una disputa sobre la identidad, el número, el significado o la historicidad de estos personajes misteriosos que llegaron de Oriente para adorar al nuevo rey de los judíos. Pocos textos han calado tanto en nuestra cultura, hasta el punto de fecundar los sueños de nuestros pequeños cuando llega la Navidad.
La magia y la ilusión están íntimamente unidas. Por eso hay quienes dicen que los magos en realidad son ilusionistas. Pero ilusionistas en sentido positivo. Como esas personas que generan ilusiones, esperanzas, razones para sonreír y para ver la vida de forma positiva. Porque no es lo mismo vivir de ilusiones que vivir con ilusiones. La Biblia está llena de ilusiones y también de magia. Los oráculos, las adivinanzas, los juramentos, muchos hechos sobrenaturales y actos prodigiosos, mencionados en la Biblia, parecen ser acontecimientos mágicos. Si hay unos magos indiscutibles en la tradición cristiana son los Reyes Magos. Primero fueron los autores de los evangelios de la infancia los que nos remitieron a esos personajes entrañables. Luego fueron los relatos de muchos apócrifos del Nuevo Testamento los que se explayaron con la imaginería de unos personajes que llegaron a ser hasta doce. Así, durante dos mil años, se ha ido transmitiendo una tradición cargada de ilusiones que ha tenido en los más pequeños sus principales destinatarios. Como es sabido, la palabra apócrifo no significa necesariamente falso sino más bien oculto. Eran relatos no oficiales sobre la vida de Jesús. Sin embargo, estos textos han ejercido una influencia notable en el arte, la piedad, el dogma mariano y la liturgia. Hoy, mientras discutimos si eran tres o más, si eran magos o ilusionistas, si eran sacerdotes, astrólogos o estrelleros, si formaban parte de la realeza o de la plebe, aquellos enigmáticos personajes continúan manteniendo la ilusión de los niños en sus hogares y en tantas cabalgatas como se organizan con motivo de su fiesta. Oro, incienso y mirra. Igualdad, libertad, fraternidad. Derechos humanos, democracia y solidaridad. Paz, amor y diálogo. Trabajo decente para todos y todas. Triadas de valores y principios que configuran la historia de la humanidad. Por este motivo, las mismas palabras que designan los regalos que los magos ofrecen al Niño Jesús han sido interpretadas a través de los siglos de maneras diversas (interpretación literal, profética, moral o cristológica), pero todas ellas constructivas y complementarias. El relato evangélico de los magos recoge multitud de tradiciones bíblicas y así presenta el nacimiento de Jesús como el cumplimiento de las profecías. También podemos reflexionar sobre el modo de pensar de los antiguos acerca de los dioses y las estrellas. Una cosa es segura: si aceptamos el relato como una minuciosa crónica histórica, encontraremos muchas dificultades y pocas certezas. Pero si aceptamos leerlo como perla misteriosa hacia la verdad de la salvación que Jesucristo, con su nacimiento, trajo al mundo, entonces disfrutaremos viendo llegar a los misteriosos magos desde lejanas tierras (las periferias del planeta), nos enojaremos con la falsedad del impío Herodes o nos conmoveremos al contemplar la estrella y la adoración a un recién nacido. Sin duda alguna lo que Mateo nos propone en su relato es la lucha entre dos poderes: el humano (el de Herodes) y el divino (el de Jesús). Dios se encarga de establecer su gobierno de una manera antagónica a la de Herodes. Pero ese plan de Dios, unos lo aceptan y otros lo rechazan. Así aparece en todas las páginas del Evangelio. Se trata de una esencial confrontación entre Jerusalén y Belén, entre opresores y oprimidos, entre ricos y pobres, fuertes y débiles, entre inmovilistas y progresistas. Este relato, al igual que todos los Evangelios, expresa la oposición entre el mundo del poder humano representado por Jerusalén, Herodes, los eruditos, y entre el mundo del poder divino, representado por los magos y el Niño, con María su madre, los ángeles y los pastores. Frente a la docilidad de los pastores y los magos tenemos el inmovilismo y el miedo de los sumos sacerdotes y escribas. Los lectores comienzan a entender que los sacerdotes son cómplices de Herodes, el falso rey, capaz de la violencia más atroz. Lo que Mateo quiere enseñarnos con este relato es muy sencillo: frente a la iniciativa de Dios de salvar al pueblo de las injusticias y las opresiones solo caben dos actitudes: la acogida o el rechazo. Los contrates literarios que el Evangelio utiliza en el relato recalcan esta idea. Y así invita a sus lectores a tomar partido y a sumarseal grupo de quienes están de parte de Dios y de su plan y están dispuestos a luchar para que el proyecto de Dios (humanizar, desde los pobres, a esta sociedad selvática) se realice en nuestro moribundo planeta. Este pasaje evangélico nos ayuda a acoger a Jesús y a su mensaje que es, sin duda, el mejor regalo de Reyes para una humanidad en camino que, como los magos, buscamos a Alguien que nos ofrezca luz y razones para seguir luchando y esperando. ¡Feliz Navidad! (Texto inspirado en el nº 104 de la revisa Reseña bíblica. Editorial Verbo Divino) Un extraño cambio en 1970
Cualquier judío sabe que a un niño hay que circuncidarlo a los ocho días de nacer. Así lo ordenó Dios a Abrahán: “A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados” (Génesis 17,12). Por consiguiente, cuando la iglesia adoptó el 25 de diciembre como fecha del nacimiento, el 1 de enero pasó a celebrarse la fiesta de la circuncisión e imposición del nombre de Jesús. Existía también una fiesta de Santa María, Madre de Dios, solemnidad que se había introducido en las iglesias orientales hacia el año 500 y que la iglesia católica romana terminó celebrando el 11 de octubre. Parecía lógico relacionar más estrechamente esta fiesta de la maternidad de María con el nacimiento de Jesús. Por eso, a partir de 1970 se trasladó la fiesta al 1 de enero. Esto implicó unir dos celebraciones importantes el mismo día: nombre de Jesús y Maternidad divina de María. Por si fuera poco, a Pablo VI se le ocurrió celebrar también el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz. Dado que incluso los cristianos más piadosos celebran el Fin de Año y no están al día siguiente con la cabeza demasiado despejada, se ha decidido aligerar un poco de celebraciones el 1 de enero. Y lo ha pagado quien menos se podía imaginar. La fiesta del Nombre de Jesús ha perdido la categoría de fiesta y pasa a celebrarse el 3 de enero, aunque se mantiene en la misa del día 1 la referencia a la circuncisión e imposición del nombre. El libro bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís (Nm 6,22-27) Muchas personas piensan que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario sólo sirve para estropearla. Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21) El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes: empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios; está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores. Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año. La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida. En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. También se formulan deseos de felicidad, generalmente centrados en la clásica fórmula: salud, dinero y amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido. Epifanía (epifaneia) significa manifestaciones. En el origen significó la primera luz que aparece en el horizonte antes de salir el sol. Esa luz se tomó como símbolo de la iluminación espiritual en todas las religiones; por eso la luz viene siempre de oriente. Toda manifestación de Dios tiene que ser universal. Dios no puede tener ni privilegios ni exclusivismos. No estamos celebrando la fecha de un acontecimiento. Sino la realidad de lo que es Dios y la inmensa alegría de poder descubrirle. La inmensa mayoría de los fieles siguen pensando en una historia real. Es una narración fantástica que ni siquiera es original del cristianismo. En otras muchas culturas se habla de estrella que anuncia el nacimiento de un gran hombre; de tiranos que persiguen a un niño que va a ser un salvador para su pueblo; de inocentes que mueren para salvar al escogido; etc., etc.
La Natividad de Jesús se celebró el 6 de Enero en toda la Iglesia durante varios siglos. Más tarde en Occidente se comenzó a celebrar el 25 de Diciembre, para suplantar la fiesta pagana del sol. En Oriente se sigue celebrando la Navidad el día 6 de Enero. Al celebrarse en occidente la Natividad de Jesús el 25 de Diciembre, se reservó la fecha del 6 de Enero para celebrar las Epifanías, que incluían otras dos fiestas, el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná, que hoy celebramos separadas. Dejemos bien claro, desde el principio, que cuando nació Jesús no pasó absolutamente nada fuera de lo normal. Todo el relato se desarrolla en un lenguaje específicamente mateano. Se trata de dejar claro que los de cerca rechazan de plano a Jesús por lo que significa, y los de lejos lo buscan y lo aceptan como lo que es: la luz que viene a iluminar a todos. A través de los siglos se ha ido adornando el relato con afirmaciones que no están en el texto, pero que hoy todo el mundo cree a pies juntillas. El relato no dice que eran tres. Mucho menos sus nombres. Ni dice que eran reyes. Ni “Mago” tiene, para nada, el significado que hoy damos a la palabra mago. En su origen el termino magoi significaba un miembro de la casta sacerdotal persa. Más tarde designó a otros representantes de la teología, de la filosofía y de la astronomía. Según el texto, los “magos” son unos paganos que, orientados por signos extraordinarios que solo ellos saben interpretar, llegan a descubrir a Jesús. Mt nos está advirtiendo de la llamada a todos los hombres a descubrirle. Los intentos que se han hecho, a través de la historia, de encontrar un fenómeno celeste que explicara la estrella, no merecen mayor comentario. Ni cometa ni estrella ni conjunción de astros tiene sentido alguno, porque se trata de un relato simbólico. Una estrella no puede pararse “encima de donde estaba el niño”. Pero desde el punto de vista teológico, sí es relevante que el signo de la presencia de Dios se detenga en el lugar donde se encuentra Jesús: nos está recordando que al que busca de verdad, Dios le guía y terminará encontrando lo que busca. También queda la historia fuera de toda lógica cuando nos dice que se sobresaltó toda Jerusalén con Herodes. Herodes era odiado por todos los judíos. El anuncio de un rey distinto solo podía provocar alegría entre los habitantes de Jerusalén. Pero Mt está pensando en la Jerusalén que dio muerte a Jesús. Para Mt el rechazo de los judíos no es cosa del último momento, sino constante y anterior a cualquier manifestación de Jesús. A pesar de la estrategia de Herodes para deshacerse del Niño, Dios está allí para salvarlo. Tanto la intervención de Dios por medio de la estrella y de los sueños, como la derrota de Herodes, están hablando de la experiencia de la comunidad de Mt. Si analizamos en profundidad nuestra actitud ante el Niño, resulta que el miedo de Herodes, y de los jefes judíos, es también nuestro miedo. El reinado de Dios es una amenaza para nuestro egoísmo. Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho: esto no lo creo, cuando queríamos decir: esto no me gusta. Estaríamos dispuestos a adorar a un Dios que potenciara nuestras seguridades y nuestro poder. Un Dios que reine sin hacernos reinar a nosotros, no nos interesa. Como los magos salen de su tierra para buscar, nosotros tenemos que salir de nuestro “ego”, de nuestras seguridades terrenas para buscarle. Sin esa actitud, aunque haya nacido el Niño, aunque aparezca la estrella, seguiremos sin enterarnos y el encuentro no se producirá. Los letrados lo saben todo sobre el Mesías, pero, instalados en sus privilegios religiosos y sociales, no mueven un dedo para comprobar. Están muy a gusto con lo que tienen. Se quedan con su conocimiento y sus libros. El mensaje de este relato puede advertirnos a nosotros de que el amor a la verdad crea nómadas, no instalados satisfechos. Cuántas veces, los cristianos nos hemos conformado con marcar a los demás la dirección sin mover un dedo para acompañarles. Esta actitud de los magos, nos tiene que hacer pensar. Los paganos adoran al Niño, los judíos intentan matarlo. Los paganos reconocen la Niño, los judíos no lo reconocen. Son tesis del evangelio de Mt. El hecho de que, en un momento determinado, los magos pregunten a Herodes y éste pregunte a su vez a los que conocen las Escrituras es muy interesante. Las Escrituras pueden servir de pauta, pueden indicarnos el camino a seguir cuando atravesamos lugares o tiempos sin estrella. Pero el valor de la Escritura depende de la actitud del que las estudia. A la Biblia hay que acercarse sin prejuicios; no para buscar argumentos a favor de lo que ya creemos, sino abiertos a lo que nos va a decir, aunque sea distinto a lo que yo espero. Ante millones de estrellas que brillan en el firmamento, lo magos descubren la de Jesús. Ante las miles de estrellas que llaman la atención en nuestro mundo, nosotros tenemos que descubrir la nuestra. El hombre tiene que dejarse iluminar por su estrella, pero también debe ser guía para los demás. No se trata de “convertir” a nadie. Nuestra obligación es hacer ver a los demás el Dios de Jesús, manifestando con nuestra vida su cercanía. Hacemos presente lo que es Dios, siempre que salimos de nosotros mismos y vamos en ayuda de los demás. No debemos presentarnos como poseedores de la verdad, sino como compañeros en la búsqueda. El verdadero creyente será siempre un buscador de la verdad, no su guardián. Fijaos lo que tiene que cambiar la actitud de los cristianos, sobre todo la de sus jefes. Esta celebración nos lanza más allá del marco de una iglesia, “fuera de la cual no hay salvación”. Dios se manifiesta siempre a todos los pueblos de todas las épocas. Todos los hombres están a la misma distancia de Dios. En el momento que nos sentimos privilegiados, hemos hecho polvo el mensaje de esta fiesta. Todos recibimos todo de Dios y todos tenemos la obligación de aprender de los demás y enseñar a los demás. Todos tenemos la obligación de encender una luz, en lugar de maldecir de las tinieblas. No podemos seguir mirándonos al ombligo con autocomplacencia sin límites. Debemos completar nuestra verdad aceptando la verdad de los otros. El Reino de Dios no se limita a los contornos de una Iglesia. El amor, la entrega, la capacidad de salir de sí e ir al otro, son posibilidades que abarcan a todos los hombres. Lo que celebramos hoy es la apertura de Dios a todos los hombres, no el sometimiento de todos a la disciplina de una Iglesia. Allí donde haya un hombre que crece en humanidad, amando a los demás, allí se está manifestando Dios. No podemos entender la apertura a los gentiles como propuesta para que se conviertan a nuestra religión. Lo importante es descubrir y potenciar lo que hay de cristiano en cada hombre, aunque no conozca a Jesús. Meditación Dios está siempre revelándose y siempre ocultándose. En cuanto dejo de buscarlo, desaparece. Dios no es un ser concreto que puedo buscar con un candil. Está en todas las cosas, pero no soy capaz de descubrirlo. Está dentro de mí, formando parte de mi propio ser. Si encuentro mi verdadero ser, ya lo he encontrado a Él. Una homilía problemática
Predicar este año 2020 el segundo domingo después de Navidad es un desafío. La mayoría de los fieles estarán pensando en la cabalgata de Reyes que se celebrará por la tarde o en los regalos que van a hacer o recibir. Si la misa es por la tarde, ya no se dice la del domingo sino la de la Vigilia de la Epifanía. Y el evangelio es el Prólogo de san Juan, el mismo que se leyó en la tercera misa del día de Navidad, con la posibilidad de eliminar las partes referentes a Juan Bautista. Una buena escapatoria (la segunda lectura: Efesios 1,3-6.15-18) El sacerdote puede refugiarse en la segunda lectura, Aunque tampoco sea demasiado fácil, contiene ideas importantes, fáciles de entender y que debemos poner en práctica: bendecir a Dios por todos los bienes que nos ha concedido, especialmente por ser sus hijos; darle gracias por todas las personas buenas que nos han ayudado y siguen ayudando con su ejemplo y su fe; pedirle conocer cada día más y mejor a su hijo Jesucristo. Con esto podrían volver los fieles a sus casas más que satisfechos. Pero no habríamos dichos nada de la primera lectura y del evangelio. En el comentario que envié para el día 25 traté el Prólogo de Juan. Ahora ofrezco unas ideas más fáciles de predicar comparándolo con la primera lectura. La visión optimista de la primera lectura (Eclesiástico 24,1-4.12-16) Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano, Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto es lo que dice Jesús ben Sira, autor del libro del Eclesiástico, con un optimismo fuera de lo común. La Sabiduría existe desde el principio, creada por Dios antes de los siglos; reside en la asamblea del Altísimo, donde es alabada, admirada y bendecida por todos. Entonces Dios decide trasladar su morada a Jerusalén, en la ciudad santa y escogida, y echa raíces en la porción del Señor. Ni una nube ensombrece el horizonte. La relación entre la Sabiduría eterna y el pueblo de Israel es perfecta. La visión pesimista/optimista del evangelio (Juan 1,1-18) Aunque en la Iglesia primitiva se identificó a Jesús con la Sabiduría de Dios, el autor del cuarto evangelio prefiere el término Palabra (muy frecuente en la teología judía de la época, con claras referencias a los antiguos profetas que recibían la palabra del Señor y la proclamaban). [No me entusiasma el cambio de la liturgia actual que usa Verbo en vez de Palabra.] De esa Palabra comienza hablando con el mismo optimismo que el Eclesiástico: existía desde el principio, estaba junto a Dios, era Dios, todo fue hecho por medio de ella, en ella había vida y era luz de los hombres. Pero, cuando Dios decide que la Palabra venga al mundo, «el mundo no la conoció». Ni siquiera Israel, su propio pueblo. «Vino a su casa y los suyos no la recibieron». Estamos en las antípodas de esa Sabiduría acogida y alabada de la que hablaba el libro del Eclesiástico. ¿Fracaso total? No. Algunos están dispuestos a recibirla, se convierten en hijos de Dios y contemplan su gloria, lleno de gracia y de verdad. Jesús es el mayor regalo de Dios, idea que encaja muy bien en la Víspera de Reyes. Por desgracia, muchos no aprecian ese regalo y lo rechazan. Quienes lo acogemos tenemos motivos de sobra para agradecer la venida de «este Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad». El autor del primer evangelio (el de Mateo), que probablemente reside en Antioquía de Siria, lleva años viviendo una experiencia muy especial: aunque Jesús fue judío, la mayoría de los judíos no lo aceptan como Mesías, mientras que cada vez es mayor el número de paganos que se incorporan a la comunidad cristiana. Algunos podrían interpretar este extraño hecho de forma puramente humana: los paganos que se convierten son personas piadosas, muy vinculadas a la sinagoga judía, pero no se animan a dar el paso definitivo de la circuncisión; los cristianos, en cambio, no les exigen circuncidarse para incorporarse a la iglesia.
Mateo prefiere interpretar este hecho como una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un relato que no debemos interpretar históricamente, sino como el primer cuento de Navidad. Un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales. La estrella Los antiguos estaban convencidos de que el nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III: “Se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo. Yo mismo he podido leer en el Tratado de los Cometas, del estoico Queremón, que han aparecido a veces en vísperas de algún acontecimiento favorable; de lo que nos proporciona numerosos ejemplos” (Contra Celso I, 58ss). Sin necesidad de recurrir a lo que pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición del Mesías. Los buenos: los magos De acuerdo con lo anterior, nadie en Israel se habría extrañado de que una estrella anunciase el nacimiento del Mesías. La originalidad de Mt radica en que la estrella que anuncia el nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá. Pero la gente normal no se pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho de astronomía. ¿Quién podrá distinguirla? Unos astrónomos de la época, los magos de oriente. La palabra “mago” se aplicaba en el siglo I a personajes muy distintos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes sobrenaturales, a propagandistas de religiones nuevas, y a charlatanes. En nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior, como luego veremos. Los malos: Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas La narración, muy sencilla, es una auténtica joya literaria. El arranque, para un lector judío, resulta dramático. “Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes”. Cuando Mt escribe su evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le llevó incluso a asesinar a sus hijos y a su esposa Mariamme. Si se entera del nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo mata. Un cortocircuito providencial Y se va a enterar de la manera más inesperada, no por delación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habilidad narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estrellas. Omite su descubrimiento y su largo viaje. La estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén. Nada más llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. Una bomba para Herodes. El contraste Y así nace la escena central, importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y la consulta a sacerdotes y escribas. La respuesta es inmediata: “En Belén, porque así lo anunció el profeta Miqueas”. Herodes informa a los magos y éstos parten. Pero van solos. Esto es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autoridades políticas y religiosas judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús. Conocen la Biblia, saben las respuestas a todos los problemas divinos, pero carecen de fe. Mientras los magos han realizado un largo e incómodo viaje, ellos son incapaces de dar un paseo de nueve kilómetros. El Mesías es rechazado desde el principio por su propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá años más tarde. Los magos no se extrañan ni desaniman. Emprenden el camino, y la reaparición de la estrella los llena de alegría. Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad (incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa de Herodes. Los Reyes magos no son los padres, somos nosotros A alguno quizá le resulte una interpretación muy racionalista del episodio y puede sentirse como el niño que se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten. La mitificación de la estrella La estrella ha atraído siempre la atención, y sigue ocupando un puesto capital en nuestros nacimientos. Mt, al principio, la presenta de forma muy sencilla, cuando los magos afirman: “hemos visto salir su estrella”. Sin embargo, ya en el siglo II, el Protoevangelio de Santiagola aumenta de tamaño y de capacidad lumínica: “Hemos visto la estrella de un resplandor tan vivo en medio de todos los astros que eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos invisibles”. Y el Libro armenio de la infancia dice que acompañó a los magos durante los nueve meses del viaje. En tiempos modernos incluso se ha intentado explicarla por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno, ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la infancia? ¿Y cómo va a pararse una estrella encima de una cuna? Para Dios «nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites. El número y nombre de los magos En el Libro armenio de la infancia (de finales del siglo IV) se dice: “Al punto, un ángel del Señor se fue apresuradamente al país de los persas a avisar a los reyes magos para que fueran a adorar al niño recién nacido. Y éstos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el momento en que la Virgen daba a luz... Y los reyes magos eran tres hermanos: el primero Melkon (Melchor), que reinó sobre los persas; el segundo, Baltasar, que reinó sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tuvo en posesión los países de los árabes”. Para Mt, el dato esencial es que no son judíos, sino extranjeros. Según Justino proceden de Arabia. Luego se impone Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce. El contraste entre la primera lectura y el evangelio La liturgia parece ver en el relato de los magos el cumplimiento de lo anunciado en el libro de Isaías (Is 60,1-6). Sin embargo, la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos, los judíos desterrados, la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él. La capacidad de asombro de los pastores puede ser una buena disposición para iniciar el nuevo año. Lo contrario al asombro es la rutina. El ya me lo sé o el siempre ha sido así nos hace inmunes al milagro cotidiano de la vida y sus señales. Necesitamos seguir aprendiendo cada día a mirar con hondura la realidad en sus gestos más pequeños e insignificantes y poner especial atención en lo que el poder y su lógica invisibiliza o desprecia. Quizás solo así captemos el misterio de Amor que la habita.
El Dios de Jesús no es el Dios que lo tiene todo preparado, atado y bien atado, no es el Dios de la inercia o la rutina, sino el Dios que lo hace todo nuevo y por eso nos urge a la renovación permanente y nunca a la instalación (Ap 21, 4). Es el Dios que por no “atar” las cosas ni cerrarlas no cierra ni la creación, por eso nos invita a ser co-creadores y co-creadoras con Él en una creación continua a través del trabajo y la acción humana. Es el Dios de la sorpresa y la libertad; una libertad humana que conduce a situaciones imprevisibles. ¿Cómo descubrimos y experimentamos esta novedad, en nuestra vida, en nuestros contextos, en la historia? ¿Qué quiere hacer Dios de nuevo en nosotras y con nosotras, en nuestros ambientes este año que empieza? El Dios encarnado, vulnerable, hecho niño, acostado en un pesebre, que se nos revela en Jesús de Nazaret nos urge a no cansarnos de seguir posando nuestra mirada y sensibilidad no en los primeros planos de la historia, ni en los personajes principales, sino en los secundarios y en su revés. La salvación, la liberación que anhelamos acontece en lo cotidiano y desde los últimos y últimas. Requiere también abrirnos a la pedagogía de los procesos y lo seminal, porque como nos recuerda el papa Francisco: “De las semillas de esperanza sembradas en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar el mundo” (Discurso del papa Francisco en el II Encuentro con los movimientos populares, Bolivia, 2015) Jesús, el hijo de María, nacido de mujer (Gal 4,4) toma de ella su carne y se hace buena noticia de liberación también para nosotras las mujeres. Por eso el espíritu de Evangelio nos urge a no acostumbrados ni naturalizar la violencia de género ni la feminización de la pobreza y a no cansarnos en la lucha por una sociedad y una iglesia donde ninguna mujer sea excluida, hasta que la dignidad sea costumbre, porque ya nadie puede ser esclava, sino que por voluntad del Amor somos herederas de la liberación de Dios (Gal 4,6-7) Como María de Nazaret guardemos también nuestras perplejidades en el corazón. El libro presentado por la teóloga y escritora feminista colombiana Carmiña Navia Velasco, Entrelazar miradas y palabras. Ensayos de teología feminista, me llega como viento fresco en medio de una relampagueante tormenta que habla de vida y movimiento. Si bien, la vivencia de Dios está estructurada a partir de las reglas y los acuerdos de las grandes instituciones eclesiales, es claro que ningún principio jerárquico ha llegado hasta el punto de la colonización total de la espiritualidad.
El recorrido genealógico que desarrolla de manera erudita y entrañable Carmiña Navia permite un acercamiento inesperado a la historia de las mujeres y la relación con la divinidad. De manera sincera, la autora se descubre en los primeros párrafos dando a conocer la forma desde donde ha escrito, pensado y sentido cada una de las reflexiones que componen el libro; para ella, la experiencia y el contacto con diversas comunidades de mujeres le ha ofrecido parte de su inspiración como también lo ha sido su propio recorrido espiritual, místico y teológico. Carmiña Navia ha dedicado gran parte de su vida como investigadora y teóloga a pensar de forma crítica la fe y las mediaciones patriarcales que han edificado los varones de la iglesia. El libro se presenta como un relato que cruza perspectivas históricas, sociológicas, teológicas y feministas en aras de ofrecer rutas o señuelos para la desaparición de la mediación de la palabra masculina como única y universal. La reflexión que acompaña transversalmente el libro hace parte de una tradición de pensadoras, especialmente teólogas feministas y filósofas, que han luchado para que al interior y fuera de la iglesia se nombre y se dé la importancia que merece la experiencia espiritual de las mujeres; deja claro que tal experiencia está, material y psíquicamente, construida por la diferencia sexual. Esto implica reconsiderar al Hombre como el modelo universal y por tanto desmontar la figura de Dios como varón. Muchas mujeres a lo largo y ancho de este sur nos hemos nombrado como no creyentes; tal vez como respuesta a la imposición de una mediación masculina, y también a la ausencia del compromiso de la iglesia hacia el bienestar total de las mujeres en la sociedad. El desorden simbólico construido desde la institución eclesial ha reverberado hacía la fe y la vivencia de la espiritualidad de las mujeres, afectándola hasta el punto de producir rechazo, y negación. El resultado ha sido para algunas el vaciamiento total del deseo genuino de una comunicación con el misterio. Entrelazar miradas y palabras… Es un texto severo en tanto que describe y caracteriza la derrota religiosa de lo femenino, el enfrentamiento cruel al que se han visto expuestas las mujeres de fe que han conducido su espiritualidad bajo el principio de lo intangible, del lenguaje impreciso del amor y de la inexactitud de las experiencias de la fe. Carmiña Navia muestra con relatos claros y bien documentados cómo occidente, y especialmente la iglesia católica, ha descreído y desacreditado los legados espirituales y místicos de las mujeres. Remontándose a la antigüedad y pasando por la edad media, la autora revela la riqueza de la experiencia trascendente recordando a María de Magdala, Hildegarda de Bingen, Teresa de Ávila, Margarita Porete, Juana Inés de la Cruz, entre otras, esto con el ánimo de entenderlas como fuentes de conocimiento para la historia de la espiritualidad femenina, pero también como tipos de sensibilidad que han impulsado la asociación entre la libertad y lo sagrado. Caminar de la mano de Carmiña Navia es un placer y lo es porque aquellos senderos que parecen infranqueables se despliegan en este libro para transitar del pasado hacía el presente y viceversa. La autora logra con exactitud mostrar a través del Speculum a manera de Lucy Irigaray, un reflejo que es solo posible a través de nosotras mismas. Es ahí cuando expone de manera tan reveladora que los sentimientos místicos y/o espirituales son muchas veces contradictorios, ambivalentes y a veces indescifrables. Tomada de su mano comprendí, a lo largo de la lectura, que la relación de las mujeres con la Divinidad no tiene por qué marcarse necesariamente bajo la sensación de la extrañeza, idea alimentada por la forma como los varones de la iglesia han estipulado la relación con Dios enmarañada de jerarquía y lejanía. Por el contrario, la tradición de la mística femenina demuestra cómo lo activo, lo juguetón, lo impreciso o lo inenarrable son condiciones necesarias para el gran complejo tejido de la vivencia espiritual. En definitiva usted se encontrará con un libro que le ofrece elementos analíticos y críticos para formular una opinión o una idea del convulsionante tema de la divinidad y las mujeres. No me cabe la menor duda que se topará también con la energía trascendente. Hallará en sus páginas un sendero dibujado para la vivencia espiritual de una mujer como yo en el siglo XXI. He de resaltar que el libro ofrece un recorrido por la historia de la teología de la liberación, movimiento espiritual que logró desde América Latina la inclusión de otros sujetos y que aun así, no alcanzó a las mujeres y al problema de la invisibilización de sus prácticas y experiencias al interior de la tradición cristiana. “Caminos espirituales” decide llamar la autora a los apartados que se muestran como mapas para el laberinto; es aquí donde Carmiña Navia mezcla extraordinariamente el pensamiento y la práctica política feminista con la teología y la filosofía. Retoma conceptos como el de affidamento, autoridad en lengua materna, mediación y orden simbólico en aras de mostrar la composición de la espiritualidad femenina. El feminismo de la diferencia sexual plantea que el patriarcado no lo ha ocupado todo. Por eso las experiencias de grupos de mujeres en el pasado, asociadas entorno a una vivencia de la espiritualidad y de la práctica de la fe, como es el caso de las Beguinas, y también el de las comunidades de mujeres creyentes actualmente, muestran que la creación de nuevas relaciones y vínculos potencian realidades y personas libres. El libro de la profesora Carmiña se convierte para mí en un intento de imaginar nuevas relaciones con el pasado, con nosotras mismas y con otras. Esa otra puede ser María de Nazareth, importante figura que ha sido mitificada y a la que paulatinamente se le han borrado las intersecciones con la mujer autónoma e independiente, para dejarla solo inmovilizada y vestida de un manto inmaculado usado como pretexto para demarcar las reglas de género impuestas a las mujeres en occidente. La cultura patriarcal ha enfermado a las mujeres. Las ha conducido a cárceles de las que aparentemente no pueden escapar. La colonización de lo simbólico ha llevado a un sentimiento de confusión y extravío profundo en donde las mujeres hemos aprendido a percibirnos como intrusas o extranjeras de esta cultura; los resultados han sido casi mortales: la escisión, el rechazo al amor desnudo y crudo por sentir que aquella experiencia fragiliza y asfixia, la inhibición de la creatividad, la amargura y la enemistad entre nosotras mismas. Nada es igual después de la lectura de este libro, las palabras de Carmiña Navia Velasco deben ser leídas porque nos permiten una sanación genealógica, esa que tanto necesitamos creyentes y no creyentes, feministas y no feministas. Sanación reclamada y requerida después de la ancestral herida dejada por la separación impuesta entre naturaleza, cuerpo y espíritu. Luisa Muraro, en el libro El Dios de las mujeres, refiriéndose a las místicas lo dice con más claridad que yo: “Leyendo sus textos se nota que, en su libertad de pensamiento, o sea en el pensamiento con el que interpretaban libremente su experiencia, la naturaleza humana no está separada de la divinidad, ni el cuerpo del alma. En su pensamiento libre, el amor transforma el cuerpo y el alma en Dios, anulando la diferencia entre la naturaleza humana y la naturaleza divina…”[1] Lo anterior explica parte de nuestra tradición espiritual, esa misma tradición que la Profe Carmiña ha decidido compactar en este escrito agradable y sencillo de leer, no por eso superficial o simple sino más bien, clave para comprender que los discursos lógicos en nuestras genealogías espirituales se componen de lo imprevisto y lo impensable. |
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