Un mal comienzo: Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar la Buena Noticia…
Juan predicó la conversión, habló con claridad de lo que era justo e injusto y lo arrestaron. A continuación Jesús se fue a Galilea, un nido de víboras, para predicar algo semejante. Extraña elección. Jesús había estado en el desierto. Había experimentado la confrontación entre el bien y el mal. Y había optado. La región más marginal y castigada de todo Israel era buen lugar para comenzar a predicar la Buena Noticia de su Abbá. En Galilea vivían grupos terroristas, muy activos, que se oponían al poder de Roma, por ejemplo los celotes. Los romanos habían hecho numerosas redadas y detenciones; habían crucificado a muchos jóvenes galileos. Sin duda, la gente de Galilea necesitaba que se le ofreciera una Buena Noticia. Una doble invitación: convertíos y creed en el Evangelio. Es una lástima que muchas veces se haya traducido “reino de Dios” por “reino de los cielos”. Como si Jesús hubiera venido a saciar nuestra curiosidad diciéndonos lo que hay más allá de las nubes y de la muerte. La expresión reino de Dios era muy sugerente en el Antiguo Testamento, una especie de compendio de lo que Israel esperaba cuando el Mesías inaugurara un tiempo nuevo y el proyecto llegara a su plenitud. Para acoger esa novedad, para poder vivir ese “sueño de Dios sobre la humanidad” es necesaria la conversión. Ya lo sabemos. Pero eso no impide que necesitemos convertirnos cada día. En tiempos de Jesús, la palabra conversión significaba cambiar de dirección; incluso significaba dar la vuelta para llegar hasta el lugar donde se perdió el camino, y retomar desde allí el bueno. Al ir de un lugar a otro era fácil perderse, las señales eran escasas y la lluvia desdibujaba las sendas. Un reto: acoger la conversión. Jesús recoge la experiencia de conversión que tenían todos los caminantes y le da un sentido mucho más profundo: se trata de nacer de nuevo, como dijo a Nicodemo. Se trata también de sumergirnos en el cambio, de dejarnos rehacer para que nuestro corazón fariseo, cumplidor y de piedra, pueda ser transformado en un corazón compasivo y misericordioso, como el del Abbá. Este proceso se nos va a ir de las manos, una y otra vez. ¿Realmente deseamos ser transformados radicalmente como san Pablo o nos quedamos satisfechos con algunos gestos de conversión en los momentos fuertes del año? ¿Pedimos, desde lo más hondo, llegar a vivir como hijos e hijas amados? ¿Queremos descubrir a cada hombre y mujer como iconos del Abbá, por muy deteriorados que estén su rostro y su comportamiento moral? Unos encuentros: Jesús vio a Simón y a su hermano Andrés y les invitó a ser pescadores de hombres. Ellos, inmediatamente le siguieron… ¿Inmediatamente? Hay más probabilidades de que sea un recurso literario que un hecho histórico. En una sociedad tan patriarcal como aquella, hubiera sido escandaloso dejar a la mujer, hijos, padres, etc., a la intemperie para seguir a un “don nadie” que pasó por allí. Había unas normas de comportamiento, y una de ellas consistía en trabajar con los padres y cuidarlos cuando fueran mayores. No tenía sentido dejar de cumplir la ley para irse con un varón judío que no podía gloriarse de tener esposa, ni hijos, ni casa, ni tierras. ¿Por qué nos narran el seguimiento de este modo? San Marcos presenta a lo largo de su evangelio diversos encuentros con Jesús y diferentes formas de responderle y seguirle. De este modo, quienes se acercaban a las primeras comunidades tenían muchos ejemplos que les servían de referencia para aprender a seguir a Jesús. Esta catequesis de Marcos nos presenta a dos hombres que dejan las redes, es decir, pierden su medio de vida y su seguridad, pero encuentran la perla escondida, el tesoro. “Pescar hombres” era una imagen sugerente que les insertaba en la corriente profética; dejar las redes de pescador les merecía la pena. No importa que lo descubrieran en un instante o poco a poco. Que siguieran a Jesús dejando todo tirado, y la familia a la intemperie o en un proceso que duró un tiempo. Al interpretar la inmediatez de manera literal corremos el riesgo de que en el trabajo pastoral con los jóvenes no se tenga en cuenta que han pasado veinte siglos y se han descubierto unos principios básicos de sicología. En muchas jornadas y encuentros se pone el acento en el impacto emocional del momento, en la urgencia de la respuesta… como si Jesús hubiera puesto en marcha el cronómetro de la vocación. Luego nos lamentamos de los frutos inmaduros…, sobradamente conocidos. También vio a Santiago y a Juan, dos hermanos que no quedan en muy buen lugar en los evangelios. Les puso como apodo “hijos del trueno” (Mc 3, 17), con las connotaciones que tenían los truenos en aquella época. Los dos hermanos sugieren a Jesús que baje fuego del cielo para consumir a los samaritanos que no les reciben en una aldea (Lc 9, 51-56). Se presentan, junto con su madre, a pedir a Jesús los dos mejores puestos del Reino (Mt 20, 20-28), lo que muestra que no habían entendido nada de ese Reino que querían gobernar. A pesar de todo esto, lo más probable es que en las homilías de este domingo se idealicen estas llamadas y no se tenga en cuenta que los cuatro evangelistas han silenciado los relatos de vocación de la mayoría de las mujeres que aparecen acompañando a Jesús. Nos dice Lucas que cuando las mujeres regresaron del sepulcro y contaron a los once y a los demás lo que habían vivido “aquellas palabras les parecieron un delirio y no las creyeron” (Lucas 24, 8-11) ¿Pasó lo mismo cuando cada mujer fue contando cómo experimentó la mirada de Jesús y su llamada? Este domingo ¿nos dirán en las homilías que las mujeres que acompañaban a Jesús desde Galilea y le sostenían con sus bienes, habían dejado inmediatamente a su marido y a sus hijos? ¿Nos animarán a que hagamos lo mismo? ¿Era ejemplar la actitud de los apóstoles? ¿Es una actitud escandalosa si se trata de mujeres? ¿Por qué reaccionaríamos de modo diferente ante el comportamiento de un hombre y una mujer en el seguimiento radical de Jesús? El evangelio y el seguimiento ¿tienen una versión para hombres y otra para mujeres?
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Seguimos con el evangelio de Marcos que vamos a leer durante todo este año. Es el primero que se escribió y tiene aún la frescura de los comienzos. Es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa sobre todo la vida cotidiana de Jesús. Su actitud vital para con los pobres y oprimidos es la verdadera salvación. Las curaciones y la expulsión de demonios, entendidos como liberación, son la clave para comprender el verdadero mensaje de salvación de este evangelio.
Cuando arrestaron a Juan. Quiere resaltar el evangelista que Jesús va a continuar la tarea del Bautista, pero a la vez, deja clara la diferencia. ¡Recordad! Los datos cronológicos no tienen importancia en la elaboración de un “evangelio”. En el evangelio de Jn, después de haber narrado el seguimiento de los primeros discípulos. Después de contarnos la boda en Caná, la purificación del templo y el encuentro con Nicodemo, nos dice que Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea y bautizaba allí, a la vez que Juan estaba bautizando en otro lugar y dice: esto ocurrió antes de arrestar Juan. Llegó Jesús a Galilea. Está claro que el evangelista quiere desligar la predicación de Jesús de toda connotación oficial. Lejos de las autoridades religiosas, lejos del templo y de todo lo que significaba ambas cosas. Galilea era tierra fronteriza y en gran parte habitada por gentiles. Esto para un judío era, de entrada, una descalificación. Se puso a proclamar la “buena noticia” de parte de Dios. Había empezado él su evangelio diciendo que se trataba de exponer los orígenes de la “buena noticia de Jesús”. Estos textos son los que dieron origen a la palabra “evangelio”, cuyo género literario se inaugura con el escrito de Mc. Jesús no espera, como Juan, a que la gente venga a él. Se ha cumplido (colmado) el kairos. En la fiesta de Año Nuevo, hablamos del significado de “Cronos” y “kairos”. Aquí el texto dice kairos, es decir, se trata del tiempo oportuno para hacer algo definitivo. No es que algún cronos sea especial. Cualquier cronos lo podemos convertir en kairos si nuestra actitud vital es adecuada. El texto nos está recordando que todo los Kairos se han concentrado en el que ahora está presente. Está despuntando el Reino de Dios. Esta expresión es la clave. No se trata de que Dios reine. Se trata de que Dios se haga presente entre nosotros, gracias a las actitudes de los seres humanos. Jesús hace presente ese Reino, que es Dios, porque sus relaciones con los demás, basadas en el amor y la entrega, hacen surgir en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista una verdadera empatía y compasión. Ese Reino está ya presente en Jesús que fue capaz de hacer presente a Dios, amando. ¡Cambiad de mentalidad! “Convertíos”, no expresa bien el sentido del texto, porque hemos inventado un concepto de conversión que no está en el original. Para nosotros convertirse es salir de una situación de pecado. Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad que no tiene por qué partir de una situación depravada. Es más, el cambio se exige como actitud que no de debe abandonarse nunca. “Metanoeite” significa cambia de rumbo, cambia de mentalidad, no significa hacer penitencia. La llamada de los discípulos a continuación les obliga a hacer su personal cambio de rumbo (metanoya): “Dejan la barca y a su padre y le siguieron”. Aquí debemos hacer todos, un serio examen de conciencia. Cuantas veces hemos descubierto nuestros fallos y nos hemos conformado con ir a confesarlos, pero no hemos cambiado el rumbo. ¿De qué puede servir toda esa parafernalia, si continuamos con la misma actitud? Tened confianza en la buena noticia. La traducción oficial del griego “pisteuete” nos puede llevar a engaño. No se trata de creer la noticia, sino de confiar en que es buena noticia para nosotros. Tanto en el AT como en el nuevo, la fe no es el asentimiento a unas verdades, sino la confianza en una persona. Si la buena noticia que Jesús predica, viene de parte de Dios, podemos tener confianza plena en que es buena. También debemos recordar que, por extraño que parezca, “euangelio” no significa “evangelio”. Nosotros hemos colocado detrás de la palabra evangelio, un concepto muy concreto y preciso. Evangelio = uno de los escritos de las primeras comunidades donde intentan expresar lo que Jesús vivió y predicó. Hemos caído en un monumental fraude. Hemos confundido el estuche con la joya que debía contener. Aquí “euangelio” significa esa estupenda noticia que Jesús descubrió y nos comunicó de parte de Dios. A la llamada de Jesús que acabamos de comentar, corresponden las primeras respuestas personales, de parte de unos simples pescadores sin preparación alguna, que se fiaron detrás de Jesús. Es muy significativo que el primer instante de su andadura pública, Jesús cuenta con personas que le siguen de cerca y están dispuestas a compartir con él su manera de entender la vida. La comunidad, por muy reducida que sea es clave para poder emprender una vida cristiana. Darse cuenta de que hemos emprendido un camino equivocado es la única manera de evitarlo. Cada vez que rechazamos un camino falso, nos estamos acercando al verdadero. Todos tenemos que convertirnos porque todos estamos haciéndonos. Convertirse es rectificar la dirección para que apunte mejor a la meta. Pecado en el AT era errar el blanco. Da por supuesto que intentas dar en el blanco, pero te has desviado. Somos flechas disparadas que tienden a desviarse del blanco y que constantemente tienen que estar contrarrestando esas fuerzas que nos distorsionan. Convertirse no es abandonar el mal por el bien, porque el mal y el bien en el ser humano, no se pueden separar nunca del todo. Para el maniqueísmo está todo demasiado claro: Son realidades distintas que deben estar separadas. Nunca hemos superado esa tentación. La realidad es muy distinta: ni el bien ni el mal se pueden dar químicamente puros. Siempre que trazamos una línea divisoria entre el bien y el mal, nos estamos equivocando. Lo que llamamos mal no tiene entidad propia, es solo ausencia de bien. El mal (ausencia de perfección) no es un accidente, sino que pertenece a la misma estructura del hombre. Sin esa limitación, que hace posible el error, pero que también hace posible el crecimiento, no habría persona humana. La hondura del misterio del mal está precisamente ahí. Del mismo mal surge el bien, y el mal acompaña siempre al bien. Con frecuencia necesitamos la advertencia de alguien que nos saque del error en que estamos. Aún con la mejor voluntad, podemos estar equivocados. Las mayores barbaridades de la historia se hicieron en nombre de Dios. Aún caminando hacia la meta, siempre estaremos necesitados de rectificar la dirección. Tenemos que aprender de los errores. Como seres humanos, no tenemos otra manera de progresar. Meditación Lo que Jesús nos ha dicho es increíble, pero cierto. Dios es amor, don total, absoluto y eterno. Jesús me invita a experimentar esta realidad. Seguirle es entrar en la misma relación con Dios que él mantuvo. Esa relación hará cambiar mi existencia y empezaré al ver el mundo de otra manera. El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente en que comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Actividad inicial de Jesús. Marcos ofrece tres datos: 1) momento en que comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación. Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, el acontecimiento es la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: “Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52). El mensaje inicial. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio (“Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca”) y una invitación (“convertíos y creed en la buena noticia”). El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que “está cerca”. Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia. Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús (la 1ª lectura, del libro de Jonás, se centra en ese tema). Pero Jesús invita también a “creer en la buena noticia” del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior. 2ª y 3ª escenas: llamamientos de Simón y Andrés, Santiago y Juan Jesús ha pasado unas semanas, quizá meses, recorriendo él solo Galilea. Hasta que decide buscar unos discípulos que lo acompañen y continúen su obra. No los busca en Jerusalén, entre los alumnos de los grandes rabinos. Los busca entre los pescadores. Económicamente no son unos miserables, tienen barca e incluso les ayudan unos jornaleros. Pero en una sociedad agraria, como la del Imperio romano, el obrero manual estaba por debajo del campesino, y sólo por encima de las clases de la gente impura y de los despreciables (en la clasificación de Gerhard Lenski). El relato de Marcos resulta desconcertante. ¿Es posible que cuatro muchachos sigan a Jesús sin conocerlo, abandonando su familia y su trabajo? El lector moderno, buscando una respuesta, acude al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús ya los conoció cuando el bautismo. Pero el lector antiguo, que sólo tenía a su disposición el evangelio de Marcos, se queda admirado del poder de atracción que ejerce Jesús y de la disponibilidad absoluta de los discípulos. Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: muchachos que creen en la buena noticia del Reinado de Dios, siguen a Jesús y cambian radicalmente de vida. Donald Trump y Jonás (1ª lectura) La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo, ya que mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida». Donald Trump no podría haber calificado a los ninivitas y al imperio asirio de «pueblos de mierda». Eran la gran potencia militar de la época, dominadora desde Mesopotamia hasta Egipto. Trump le habría dirigido sus típicas bravatas e insultos, pero no habría hecho nada. Jonás recuerda en parte a Trump. Él sí considera a los ninivitas «unos paganos de mierda», aunque no lo diga expresamente. Los odia por todas las canalladas que han cometido durante más de un siglo. Por eso, cuando Dios lo manda a Nínive, se embarca en dirección contraria, hacia Cádiz. Hará falta una tormenta y un pez grande para obligarlo a cumplir su misión. (Esta primera parte del relato ha sido suprimida en la liturgia). Cuando Dios vuelve a enviarlo, Jonás no tiene más remedio que obedecer, pero no quiere que Nínive se convierta, quiere que Dios la destruya. Y eso es lo que anuncia cuando recorre la ciudad: «Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida». Pero los ninivitas se convierten, Dios los perdona, y Jonás agarra un terrible cabreo (con perdón), porque considera intolerable que Dios se muestre tan bueno y perdonador con «esos paganos de mierda». La lección es clara. Nadie puede decir: «Yo no me convierto porque Dios no me va a perdonar». Como los ninivitas, todos podemos convertirnos de nuestra mala vida. Nota sobre el librito de Jonás: Es una pena que un relato tan espléndido, lleno de humor y autocrítica por parte de un autor judío, quede limitado a las pocas frases de la liturgia. Y es más penoso todavía que lo único que recuerda la gente, si lo recuerda, es «la ballena que se tragó a Jonás». Se trata de un cuento, no es una historia real. Pero su mensaje es tan verdadero como el de otras historias que contaba Jesús: la del hijo pródigo y la del buen samaritano. Quiero compartir con vosotros y vosotras tres textos, que leo cada día, y que me sirven de “recordatorio” de aquello de donde no quiero escapar…, aunque en realidad el “escape” es imposible porque —lo veamos o no, lo sepamos o no— ya somos aquello de lo que pensamos habernos alejado. Pero, como os decía, me viene bien recordármelo.
Los textos son los siguientes: 1. “YO SOY” (Helen Mallicoat) “Estaba lamentándome del pasado y temiendo el futuro… De repente «mi Señor» estaba hablando: «MI NOMBRE ES YO SOY». Hizo una pausa. Esperé. Él continuó: Cuando vives en el pasado, con sus errores y pesares, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es Yo fui. Cuando vives en el futuro, con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es yo seré. Cuando vives en este momento, no es difícil. Yo estoy aquí. Mi nombre es YO SOY”. La religión teísta, con la expresión “mi Señor”, se refiere a la divinidad. Lo cual es absolutamente legítimo. Sin embargo, me parece más ajustado afirmar la no-separación de todo, por lo que tal expresión puede entenderse como otro nombre de aquel Fondo común que compartimos todos los seres, y que, aun sin agotarse en las formas, constituye el núcleo de todas ellas. En ese sentido, la citada expresión nos remite a nuestra identidad más profunda, que puede nombrarse también como “Yo Soy”. Esta lectura no-dual nos revela algo profundo. Cuando perdemos la consciencia del momento presente, nos alejamos de quienes somos. Por el contrario, en cuanto acallamos la mente y venimos al aquí y ahora, escuchamos en nuestro interior a nuestra verdadera identidad –nuestro “Señor interior”– que nos susurra: “Yo soy”, todo está bien. 2. ACEPTAR LO QUE VENGA (Papaji) La Esencia de la Destreza es esta: Lo que sea que venga, déjalo venir; lo que se quede, déjalo estar, lo que se va, déjalo ir. Quédate callado, y adora al Ser. Esta es la esencia de vivir hábilmente en la apariencia del mundo. Durante todas las actividades de la vida recuerda siempre que tú eres el Ser. La manera de vivir una vida feliz es aceptar cualquier cosa que venga, y lo que no viene, que no te importe. 3. “Somos personitas, cada una con su penita”. Siento no acordarme del nombre de la chica a quien escuché esta frase, en una entrevista reciente. Solo recuerdo que tiene una voz extraordinaria y, acompañada a la guitarra por un muchacho, canta desde una profunda y exquisita sensibilidad. Mientras la entrevistaban, estaba yo atendiendo otras cosas. Pero esas palabras suyas me detuvieron y atraparon. Me sonaron, en su sencillez no exenta de humor, a “palabra inspirada” –inspirada es aquella palabra que nos silencia por dentro y produce un movimiento de desegocentración– y se me quedaron grabadas. Lo que me detuvo fue su “carga” de humildad y de invitación a la compasión. Y nos encontramos, una vez más, con la paradoja, que me parece bueno noTERNURA olvidar: es verdad que somos Plenitud…, pero no lo es menos que tal Plenitud se expresa en estas formas concretas –frágiles y necesitadas de compasión– que palpamos a diario. Lo uno y otro, en un abrazo no-dual que, finalmente, nos unifica en el Ser. Es lo que, una y otra vez, nos recuerda el sabio, también humilde y divertido, que es Fidel Delgado. De entre los numerosos videos suyos que pueden encontrarse en YouTube, os recomiendo ver este, cuyo enlace os dejo: https://www.youtube.com/watch?v=_NpmCPsoLfE Está aquíSomos –dice Fidel– “seres-humanos”: en cuanto “humano”, soy una forma transitoria, sumamente vulnerable y amenazado de muerte, y por eso lleno de inseguridad y de miedos; sin embargo, en cuanto “ser”, soy una realidad ilimitada y siempre segura. Esta es nuestra paradoja, que no conviene olvidar, si no queremos perdernos en la confusión: somos “ambas identidades”. Y tal paradoja encuentra una admirable convergencia con lo que ha visto la física cuántica: el Todo se halla en cada parte. La paradoja –omnipresente en toda la realidad– expresa una doble verdad, que es también en sí misma paradójica: que toda la realidad manifiesta es polar –no existe nada sin su polo opuesto– y que esa aparente contradicción solo queda resuelta en un lugar “superior”, que abraza ambos polos en una unidad mayor. A este abrazo o unidad englobante que no destruye las diferencias es a lo que llamamos “no-dualidad”. Polaridad y no-dualidad, por tanto, no solo no se excluyen entre sí, sino que explican el carácter paradójico de lo real. Podemos ver lo real como una infinidad de “puntos” separados que, en un nivel más profundo, son una y la misma realidad que están expresando. Si absolutizáramos el valor de los “puntos” en sí mismos, estaríamos ignorando justamente aquello que los explica y les da consistencia. Solo cuando los vemos como expresiones del Todo único, alcanzamos la compresión adecuada, integrada y holística. Pero eso requiere que nos situemos en otro “lugar” desde el que es posible una perspectiva global, un “nuevo modo” de ver. Al aplicar todo ello a nuestro caso, descubrimos que somos, a la vez, la “parte” –un “punto” particular de la única “red”: el yo individual– y somos, más profundamente, el “Todo” –la “red” completa: el Yo Soy universal–. Si nos reducimos al yo, todo será confusión y sufrimiento. Solo cuando advertimos nuestra identidad ilimitada, somos capaces de comprender el “juego” de la Vida, que no consiste en otra cosa sino en el despliegue admirable del Ser en cada una de las infinitas formas que lo expresan, en una hermosa e inequívoca no-dualidad. El “Yo Soy” uno se disfraza y “juega” en cada yo individual. Si nos percibimos únicamente como yoes individuales (o “puntos” aislados en todo el conjunto), serán inevitables la soledad, el miedo y la ansiedad, la comparación, la confrontación, el juicio, la descalificación del otro… Si, por el contrario, tenemos la lucidez suficiente para colocarnos en aquel “lugar” donde los “puntos” son trascendidos, la comprensión y la compasión serán inevitables: porque todo otro, en el nivel más profundo y en el sentido más verdadero, soy también yo mismo. Con todo ello, me parece claro que vivir ajustadamente esa realidad paradójica que somos requiere consciencia –para no olvidar nunca lo que somos de fondo, aquella realidad ilimitada y siempre a salvo– y compasión –para amar la forma frágil y vulnerable, en que se está expresando de modo transitorio–. En realidad, la consciencia (o sabiduría) y la compasión son las dos caras de la misma realidad y de la misma actitud. Así lo han expresado los sabios, con cuyas palabras os dejo: “El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Entre ambos fluye mi vida” (Nisargadatta). “La compasión ve al Uno en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno” (Frances Vaughan). “La gran compasión que surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo” (Willigis Jäger). Para concluir: El camino es simple: anclarnos en nuestra verdadera identidad, aquello que permanece cuando todo lo demás cambia: ¿qué es lo único que no ha cambiado en mí, a lo largo de mi existencia temporal? Han cambiado mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mis reacciones… Solo una cosa permanece: la pura consciencia de ser, que puede expresarse como “Yo Soy”. Ese es el Fondo último de cada ser y de todo lo Real. Si lo único que permanece siempre es la consciencia, se comprende –y aquí se da otra elegante coherencia– que nuestra única certeza sea esta: la certeza de ser. Como escribe Juan Carlos Savater, no necesitamos ninguna experiencia de “iluminación”; basta anclarnos en esa certeza innata y atestiguar su verdadera naturaleza invulnerable y eterna. “Anterior a la idea de ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza” (J.C. SAVATER, La certeza de ser, La Trompa de Elefante, Madrid 2012, p.35). Permanece todo el tiempo que puedas, a lo largo de todo el día, en la única certeza: la certeza de ser. Descansar confiadamente en Lo que es Algo similar es lo que recomendaba el sabio Nisargadatta: “Rechace todos los pensamientos excepto uno: “Yo soy”, la mente se rebelará en el comienzo, pero con práctica, paciencia y perseverancia, cederá y se mantendrá en calma. Una vez que usted esté en calma, las cosas comenzarán a suceder espontáneamente y de forma totalmente natural, sin ninguna interferencia de su parte. No se preocupe por nada que usted quiera, piense o haga, sólo permanezca establecido en el sentimiento-pensamiento “Yo soy”, enfocando “Yo soy” firmemente en la mente. En el momento que usted se desvíe, recuerde: todo lo que es perceptible y concebible es pasajero, y solo el “Yo soy” permanece. Después de todo, el único hecho del que usted está seguro es de que “usted es”. El “Yo soy” es seguro, el “yo soy esto” no lo es. Yo solía sentarme durante horas 6 seguidas, solamente con el “Yo soy” en mi mente, y pronto la paz, la dicha y un profundo amor que todo lo abarca llegaron a ser mi estado normal. Independientemente de lo que suceda, únicamente desvíe su atención lejos de ello y permanezca en el sentimiento “Yo soy”. Parece simple, y hasta ordinario, ¡pero funciona!”. Consciencia e inconsciencia “Aquellos que ven la luz en sí mismos nunca necesitarán dar vueltas como satélites alrededor de otros” (Michael Michalko). Enrique Martínez Lozano (Boletín Semanal). Artículo publicado por primera vez en 2014. Es una gozada. Constantemente el papa Francisco sigue luchando por los pobres, los refugiados, los presos, los hambrientos. Hoy podemos ver un cristianismo distinto. Es que además no es solo una imagen, sino que hay hechos. Estoy contento con este papa y con su línea. Sí que me gustaría que avanzásemos también en la liturgia. Ahí yo creo que caminamos hacia un mayor ritualismo.
Francisco, entregado al servicio de los pobres, no tiene tiempo para este cambio litúrgico. Y se cuelan goles muy fuertes, como esta última reforma litúrgica que hemos padecido. Yo creía que lo de la pobreza iba a ser un intento. Pero, de tanto decirlo y vivirlo, toda la Iglesia nos estamos infiltrando de ese Espíritu. Nunca se había oído hablar y hacer tanto desde la periferia. Me maravilla cuando oigo a los obispos contagiados con este mensaje. Lo mismo que la cercanía a la periferia. En este campo queda mucho camino. Pero se oyen voces, se palpan intentos de estar junto a los últimos. Es una acción del Espíritu que está soplando de veras. Si la cosa sigue así, va a ser un nuevo Pentecostés. Una ventolera muy fuerte que mueve los corazones y las personas. Decía Tarancón en otro tiempo que los obispos tenían tortícolis de tanto volver las cabeza hacia Roma. Ojalá ahora sea un hecho para todos: contagiados del servicio de Jesús a los últimos y desde los últimos. A ver si de verdad los “primoreamos” en nuestra vida. Por eso me da miedo si un día cambiamos de papa y de orientación... ¿seguiremos en las periferias? Y a ver si llegamos a un tema que Francisco insinúa y le tiene ganas: los curas casados y el sacerdocio en las mujeres. Es una utopía. Pero cuanto más andamos, más cerca está el objetivo y más pasos damos en ese camino. Es cierto que la voz del pueblo es constante “qué papa más majo tenemos”. Solo nos falta seguirle. Mejor dicho, seguir como él, a Jesús y actualizarlo en nuestros días. Igual es por ser navidad o por empezar el año, pero siento el Viento de Jesús que nos menea y nos empuja. Para no seguirle, casi hay que hacer fuerza en contra. Y con el viento a favor, es más fácil vivir el evangelio. Gracias al Padre por Francisco. A partir de 1891 la aplicación del Evangelio a las realidades sociales se ha organizado en la, así llamada, enseñanza social de la Iglesia. Sin embargo, esta enseñanza no constituye un apéndice al mensaje de Jesús, sino que es parte esencial del Evangelio, entre otras razones porque el hombre que Dios creó es un ser social.
Por otro lado, la división de la vida del hombre en distintos compartimientos contradice la naturaleza de un ser creado a imagen y semejanza de un Dios Uno y Trino, donde la diversidad no implica división y mucho menos exclusión. El Evangelio tiene mucho para decir, si lo queremos escuchar, sobre todas las decisiones políticas, sobre toda la vida de la humanidad. Una ética basada en el Evangelio pone límites dentro de los cuales son posible muchas alternativas; la tarea de la política es elegir entre esas muchas alternativas. Dios en su intención de compartir la historia con el hombre, nunca deja disponible una sola opción dentro de la ética. Dios le dona la libertad al hombre para que sea también semejante a Él, en consecuencia, siempre le ofrece un menú de opciones dentro de la ética que Él propone; en un cierto sentido, Dios crea al hombre y lo hace capaz de ser co-creador con Él. La ideología que propone "hacer lo correcto" cae en el engaño de que existe siempre una única opción correcta y reduce la libertad del hombre a sólo elegir entre el bien y el mal. En la visión cristiana, Dios es el Bien, y Dios es infinito. Por lo tanto, nunca existe una única opción correcta; es más, como imagen y semejanza de Dios Creador, el hombre puede agregar opciones al menú de alternativas que están dentro de una ética con centro en el hombre y su innegable dignidad. Por eso es que, como ha dicho San Juan Pablo II, la enseñanza social de la Iglesia no es una ideología sino que "se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, cooperadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia". En este sentido, una reflexión basada en el Evangelio no puede decir cuál es la mejor entre las soluciones del menú de alternativas que están dentro de la ética. Esta selección es tarea de la política, y es una selección que excede el marco de los argumentos meramente técnicos. Pero una reflexión basada en el Evangelio sí, puede y debe señalar las opciones que se oponen a la Caridad Social y a una ética que tiene en su centro al hombre-imagen y semejanza de su Creador. Como señala Benedicto XVI, "la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona". Esta reflexión también puede y debe proponer criterios para construir y evaluar las alternativas que se le presentan a la humanidad. En el presente contexto histórico es válido interrogar desde el Evangelio el paquete de reformas laboral-previsional-fiscal que propone el Gobierno de Argentina. Pero no se trata de un análisis principista, pues a partir de que Dios es Amor, el mal es aquello que nos hace daño como humanidad, en consecuencia, el tema no se cierra con una votación (cualquiera sea el resultado). Un primer principio moral que resulta vulnerado en muchas argumentaciones es aquel que afirma que "el fin no justifica los medios". Antes de debatir sobre la realidad de los beneficios de las medidas propuestas, deberíamos analizar la legitimidad moral de los medios propuestos. ¿Por qué? Porque debatir sobre los beneficios, es debatir sobre los efectos, es decir sobre los fines, y si no se analiza la moralidad de los medios, damos por sentado que el fin justifica los medios. Los medios propuestos son la reducción de haberes y de los derechos de trabajadores activos y pasivos. Este tipo de medios pueden ser moralmente válidos sólo en el caso de que se trate de medidas transitorias en un contexto de una grave dificultad del conjunto de la sociedad. Aún en ese contexto, sigue siendo una condición necesaria la justa distribución de los esfuerzos entre todos los habitantes de la Nación. En consecuencia, conviene preguntarse cuál es el "esfuerzo extraordinario" que hacen los miembros de otros sectores económicos. La solidaridad, como virtud social, exige la reciprocidad; en consecuencia, es oportuno interrogarse cuál es la respuesta de los otros sectores a la postergación de ingresos y derechos que se pide a quienes viven de su salario o su jubilación. Por ejemplo, en el "milagro alemán" los trabajadores ofrecieron dos horas de trabajo sin cobrar, mientras -en reciprocidad- las empresas no recuperaban sus costos fijos mientras durara la emergencia. Aún sin la gravedad del caso alemán, cuando el Gobierno de España le otorgó tarifas más altas a su empresa de telefonía nacional, esta empresa se comprometió a no distribuir dividendos y a capitalizar todas sus ganancias. Incluso, en un ejemplo más cercano, las grandes empresas de energía con actividad en Argentina, analizaron sólo recuperar sus costos marginales, es decir no recuperar sus costos fijos por uno o dos años, ante la crisis del 2001. Entonces, ¿cuál es la cesión de derechos e ingresos que hacen los sectores exportadores, financieros y de las grandes empresas, en reciprocidad con las personas que viven de su salario o jubilación? Si no existe respuesta, entonces no hay justicia en los medios propuestos y estos resultan inmorales. Es necesario tener presente que, a la promesa abstracta de futuras inversiones, en estricta justicia, corresponde la promesa abstracta de hacer más esfuerzo. La validez moral de los medios propuestos si se los quiere aplicar en forma permanente, requiere analizar los fundamentos que se dan en su defensa. La tesis central que pretende justificar estas reformas se refiere al desequilibrio y falta de competitividad de la economía argentina, donde el exceso en el nivel de los salarios y derechos laborales sería la causa del exceso de gasto, que a su vez, que sería la causa de la falta de crecimiento y de las crisis de Argentina. Un análisis fundado en el Evangelio, no puede detenerse en categorías agregadas ni genéricas: debe ver siempre a las personas que están detrás de esas categorías. Para poner las personas en el centro deben considerarse al menos: el fin de la actividad económica de la Nación como comunidad de personas, y el perfil distributivo sobre el que operan las categorías agregadas. Como nos recuerda Caritas in Veritate (36): "El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente". Respecto del primer punto es oportuno preguntar: ¿Considerar al salario un costo para la economía en su conjunto, es consistente con la dignidad de la Persona? Los salarios son considerados un costo en la contabilidad de las empresas porque uno de sus fines es generar ganancias, y entonces todo dinero que la empresa debe pagar se considera -a la corta o a la larga- un costo. Pero desde el punto de vista del consumidor, la ganancia del empresario forma parte de los precios que paga, por lo tanto, son un costo para él... Desde el punto de vista de la nación como comunidad de personas, la actividad económica está orientada, en primer lugar, a producir bienes y servicios para las personas que forman parte de dicha comunidad. La riqueza así generada se llama Valor Agregado, y ese valor agregado se distribuye en Salarios, Beneficios (Ganancias), Intereses y Renta de los Recursos Naturales. En consecuencia, si a nivel agregado los salarios se consideran un costo, es porque no se considera a quienes cobran un salario como destinatarios de la actividad económica, sino simplemente como "recurso humano": un medio para obtener otros fines. Esta consideración de las personas es contraria al concepto de persona y la ética cristianas. Pero no es una cuestión de fe, porque tal consideración se opone a cualquier ética humanista, que proponga al hombre como centro de la actividad. Respecto del segundo punto, la gran concentración del ingreso -fenómeno mundial- nos lleva a interrogarnos acerca de cuál gasto es el que desequilibra la economía en el caso argentino. ¿El gasto del 70% más pobre que recibe un 40% de los ingresos generados, o el gasto del 30% más rico que recibe el 60% de los ingresos generados? Además, sólo un 50% del Valor Agregado se distribuye como salarios (donde se replican las desigualdades mencionadas); mientras el 10% corresponde a unidades productivas familiares o pymes y el 40% a Beneficios, Rentas e Intereses de grandes empresas. Entonces, no parece justo ni razonable modificar las condiciones de vida de jubilados y asalariados que, en su mayoría no están en el extremo de la escala distributiva, ni reciben la mayor parte del ingreso generado por la Nación. En cambio, quienes están en ese extremo de la escala distributiva y reciben una suculenta parte del ingreso generado, han visto mejoradas significativamente las condiciones de su actividad (blanqueo, fuga de capitales, no-obligación de liquidar divisas, etc.). Desde el punto de vista del bien común, a partir de una ética centrada en el hombre, la provisión de trabajo es un elemento esencial del Bien común. El trabajo hace a la dignidad del hombre y las condiciones de trabajo resultan esenciales. Pues un trabajo sin condiciones dignas, no dignifica sino que denigra al ser humano. En este sentido, el planteo "empleo vs condiciones de trabajo" es simplemente una extorsión que se hace a la sociedad, contraria a la dignidad humana. Dignidad que se manifiesta en un conjunto de derechos que le son debidos al hombre por ser hombre, y no en virtud de ningún intercambio. Ésta es una de las razones por la que el trabajo no es una mercancía ni una cuasi-mercancía y el salario no es un precio ni un cuasi-precio. En consecuencia, la alternativa de negociar salarios y condiciones de trabajo vs empleo es negar la centralidad del hombre y su dignidad como tal. Si se analiza la evolución histórica, la enseñanza social de la Iglesia como "corpus" nace denunciando la explotación del hombre por el hombre como contraria al Evangelio y culmina con San Juan Pablo II, definiendo la empresa como una comunidad de personas que tiene un fin específico que es la producción de bienes o servicios. Por lo tanto, las reformas admisibles éticamente son aquellas que nos alejan de la explotación del hombre por el hombre y nos acercan a la realidad de comunidad productiva, de comunidad de personas. Un valor olvidado en estas reformas, que también es un principio de acción, es la solidaridad. En el aspecto previsional la solidaridad es tanto inter-generacional como intra-generacional. Un fruto verificable de la solidaridad es que la riqueza circula desde quien tiene más hacia quién tiene menos. La circulación hacia quien más tiene, niega este principio elemental de convivencia humana. En consecuencia, cabe preguntarse por el destino de ahorro que pretende hacer el Gobierno argentino. Siguiendo la metodología de la justicia de los esfuerzos, debería verificarse que en todos los sectores en mejores condiciones económicas también se verifica un ahorro. En la presente circunstancia, es inmoralmente perverso destinar este ahorro a la satisfacción de intereses que cobrará el sector financiero, sector por demás pudiente en Argentina y en el mundo. La decisión de que las personas de menores ingresos carguen con el mayor costo de cualquier transformación, nunca es una necesidad técnica. Será siempre una decisión política, porque al menos hay una manera de distribuir esos costos de un modo más equitativo que la transferencia unilateral e involuntaria desde los sectores asalariados. Por otra parte, esta última política también resulta dañina en el sentido prescriptivo, además del distributivo. Porque el mensaje que transmite a los empresarios vincula la capitalización de las empresas a la transferencia unilateral e involuntaria de recursos desde los salarios, y no a una auténtica productividad basada en la innovación y la inversión productiva genuina. Y lo hace de la peor manera, premiando a quienes especulan en contra del salario, y castigando a quienes apuestan a generar un círculo virtuoso salario-demanda-inversión-productividad-salario. Como señala el Santo Padre Francisco, "para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial (...) la actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la creación de puestos de trabajo (...) parte ineludible de su servicio al bien común". Reafirmando por un lado la vinculación entre la generación de puestos de trabajo y el bien común, y por otro la necesidad de una economía diversificada que permita el desarrollo de distintas capacidades y vocaciones en su seno. En una cultura de fraternidad y comunión -como la que propone el Evangelio- se comparten, además de los bienes, las necesidades y las dificultades, de forma que los miembros más débiles de la sociedad resultan protegidos. Lo contrario no es moralmente admisible. *Doctor en Economía y Profesor investigador de la UBA. Máster en Doctrina Social de la Iglesia (U.P. de Salamanca, España). Miembro de CLAdeES Argentina (Centro Latinoamericano de Evangelización Social). Antoine de Saint-Exupéry escribió en cierta ocasión que para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada. Sencilla y certera expresión. A veces, para comprender algo, simplemente necesitamos cambiar nuestro punto de vista, abrirnos a otras posibilidades, ser creativos y flexibles.
La lectura del evangelio de hoy, relato paradigmático de vocación, nos invita a enfocar nuestra mirada de un modo nuevo, dirigida siempre hacia Jesús. En el texto todo parece un juego de miradas: Juan ve pasar a Jesús, Jesús ve que los discípulos le siguen y les invita a ir con él y ver. Ellos ven y se quedan junto al Maestro. Más tarde Andrés se lo cuenta a Simón y lo lleva ante Jesús y éste, fijando su mirada en él, lo llama de un modo nuevo. Todo empieza en la mirada. Viene bien revisarla de vez en cuando, porque con la rutina se nos cuelan muchas veces desviaciones en nuestro modo de mirar la realidad, a los otros y a nosotros mismos. Nuestra mirada, como parte del lenguaje no verbal, tiene una potencia extraordinaria. Es vehículo de cariño o de ira, de perdón o de rabia. Muchas tradiciones señalan que “los ojos son el espejo del alma” porque con ellos reflejamos nuestras emociones y expresamos más que con las palabras. Por eso mismo, nuestra mirada tiene una capacidad alteradora, transformadora de la realidad y de las relaciones. Sobrecoge la elección, por parte del evangelista, de los verbos griegos para “ver, mirar”. Tanto Juan el Bautista como Jesús nos enseñan a fijar la mirada, no sólo a ver. Miran plenamente, con atención, hacia dentro, atravesando lo superficial para descubrir lo más hondo de la persona y, desde ahí, relacionarse con ella. Sin embargo, no todo acaba en la mirada. En el relato se observa claramente un proceso. Los discípulos escuchan, ven, se ponen en movimiento y siguen a Jesús. Es él mismo quien, sabiéndose seguido, les hace una pregunta que también nos dirige a nosotros: ¿qué buscáis? Es significativo que sean estas las primeras palabras de Jesús a quienes le siguen. Es una pregunta que nos remite a lo más íntimo de nosotros mismos, al corazón; y que conlleva escucharnos previamente en lo profundo para poder descubrir qué deseos nos habitan, qué sed nos moviliza. La respuesta de los discípulos es sencilla: “Maestro, ¿dónde vives?”. No buscan grandes doctrinas ni profundas reflexiones. Sólo desean conocer a Jesús. Ellos intuyen, como también nosotros, que Jesús ofrece algo que nada ni nadie puede superar. En realidad, la pregunta “¿dónde vives?” contiene muchas otras: ¿qué haces?, ¿qué dices?, ¿qué o quién te mueve?, ¿qué lugar escoges?, ¿de qué modo vives?... Aunque se ofrecen muchos títulos de Jesús (cordero de Dios, Rabí, Mesías), los discípulos necesitan descubrir por ellos mismos quién es Jesús. Este, como buen Maestro, les lleva a pronunciarse y, con ello, comprometerse. De este modo, los discípulos van, ven y se quedan. Precioso relato de vocación, de búsqueda y de encuentro, de invitación y de respuesta. Texto que nos remite a nuestro propio relato vocacional, a nuestras búsquedas de Jesús, a nuestro deseo de conocerle y de seguirle, a la certeza de que sólo respondiendo a la llamada más honda de la Vida se encuentra la felicidad, y a la conciencia de que nada de eso es posible sin compromiso y riesgo. Supone siempre -hoy también- escuchar, ver y ponerse en movimiento. Supone seguirle y buscar, dejarse cuestionar y ser capaces también de pronunciar nuestra propia pregunta. La experiencia de vivir junto a Jesús marcó la vida de estos discípulos, que no sólo se quedaron con él, sino que recordaron siempre quién se los presentó, dónde estaban y hasta la hora que era. Revivir y relatar nuestra propia experiencia personal de encuentro con Jesús nos posibilitará recordar personas, lugares, días y horas. Volver a esa experiencia con memoria agradecida nos ayudará a plantearnos, de nuevo y con determinación, qué buscamos para, desde ahí, re-direccionar nuestra mirada y fijarla en Jesús. El domingo pasado leímos el relato del bautismo. Si hubiéramos seguido con el evangelio de Marcos, lo siguiente serían las tentaciones de Jesús. Pero, en un prodigio de zapping litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos el próximo domingo un texto de Juan. El cuarto evangelio no cuenta el bautismo de Jesús. Pero sí dice que fue a donde estaba Juan bautizando, y allí entró en contacto con quienes más tarde serían sus discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.
La vocación de un profeta Samuel no es el primer profeta. Antes de él se atribuye el título a Abrahán, y a dos mujeres: María, la hermana de Moisés, y Débora. Pero el primer gran profeta, con fuerte influjo en la vida religiosa y política del pueblo, es Samuel. Por eso, se ha concedido especial interés a contar su vocación, para darnos a conocer qué es un profeta y cómo se comporta Dios con él. Quien sólo lea este episodio conocerá muy poco de Samuel: que es un niño, está al servicio del sumo sacerdote Elí, y duerme en la habitación de al lado. No sabe que su madre lo consagró al templo de Siló desde pequeño, y que, más tarde, en virtud de su vocación profética, jugará un papel capital en la introducción de la monarquía en Israel y en la elección de los primeros reyes, Saúl y David. Curiosamente, el relato nos ofrece más datos a propósito de Dios. Se revela como un Dios que elige a un tipo de hombre concreto, el profeta, para transmitir su voluntad. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que parece jugar al ratón y al gato, haciendo que el niño se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad. Finalmente, ese Dios que se muestra cercano al profeta, que lo acompaña de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca. En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios. La vocación de los discípulos La liturgia vuelve a usar la tijera para mutilar el texto del cuarto evangelio. En él se cuenta cómo entran en contacto con Jesús cinco discípulos: Andrés y otro no mencionado (generalmente se piensa en Juan), Simón Pedro, Felipe y Natanael, Por desgracia, se ha suprimido lo referente a Felipe y Natanael. El contraste con la vocación de Samuel es enorme. Aquella ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. Aquí todo ocurre de forma muy humana, muy normal: un “boca a boca” que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Dos datos comunes 1. En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, “el Señor estaba con Samuel”, y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre en Cefas. Lo que significará este cambio no lo descubre el lector hasta que termina de leer el cuarto evangelio. Igual que Samuel quedaba plenamente al servicio de Dios, Pedro y los otros quedan al servicio de Jesús. 2. La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama “Cordero de Dios”; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, “maestro”; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe a Natanael de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo “Hijo de Dios, rey de Israel”. Un compromiso para nosotros La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel, como los discípulos, tenemos que comprometernos con Dios, con Jesús. En este 2º domingo del tiempo ordinario nos sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo e Hijo de Dios. En lo que hemos leído, sigue poniendo en boca de los distintos personajes otros títulos de Jesús: Rabí, Mesías. En los que siguen y no vamos a leer, se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Por fin, el mismo Jesús habla del Hijo de Hombre. Jn hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio, para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de una comunidad de finales del s. I. El próximo domingo leeremos la llamada de los primeros discípulos en Mc y no tiene nada que ver.
Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia. No viene a impedir que se cometa, sino a evitar que el que la sufra, sea anulado como persona. En el evangelio de Jn, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas. La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que pensar en un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba. Nos esta indicando que le adelanta, que pasa por delante de él. “El que viene detrás de mí...” Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro siguiendo a su dueño. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Jn. Significa el seguimiento de un discípulo, que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir. ¿Qué buscáis? La verdadera relación no puede comenzar hasta que Jesús se da la vuelta y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Jn quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son las adecuadas. La pregunta: ¿Dónde vives?, aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. ¿En qué marco vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la vida, en la esfera de lo divino. No le preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a la experiencia. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una perspectiva única e irrepetible, la mía. La respuesta dependerá de lo que yo busque en Jesús. Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron donde (como) vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él” (como él). No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús. Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo pueblo de Dios que permite la realización cabal de hombre. Son modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo de Jesús. Lo que vieron es tan importante, que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del Mesías (Ungido) hace referencia a la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones nos están diciendo como se fue formando la nueva comunidad. Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona. Manifiesta mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va a hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza. En la Biblia se describen distintas vocaciones llamativas de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no como actúa Dios sino como respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran. Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi verdadero ser exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos. El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es un reduccionismo inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca y nunca existirá. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un tanto por ciento mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona. El único baremo para calibrar lo humano es el grado de humanidad. Hemos colocado en los altares a personas que fueron completamente inhumanas. Eso sí, llegaron al séptimo cielo y fueron capaces de hacer milagros. La verdadera humanidad solo se potencia por las relaciones humanas. El marco privilegiado de las relaciones humanas es la familia. Si seguimos pensando que unos padres que tienen que preocuparse de la familia están en peores condiciones que un clérigo para desplegar su humanidad, algo fundamental está fallando. Meditación El primer paso en la vida espiritual será saber lo que busco. Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar, tienes que tener bien clara la dirección en la que debes ir. Debes conocer cómo se desplegó en Jesús lo humano y lo divino; cómo se identificó plenamente con Dios y con el hombre. Los padres son los custodios de sus hijos, "no sus propietarios". Una lección que, en su día, hubieron de aprender José y María y que hoy, día de la Sagrada Familia, último del 2017, el Papa Francisco recordó a los miles de fieles presentes en el Angelus dominical. "La misión de las familias es crear las condiciones favorables para el crecimiento armónico y pleno de los hijos, para que puedan vivir una vida buena, digna de Dios y constructiva para el mundo".
Las palabras del Papa giraron en torno a la experiencia de la familia de Nazaret, "que crecieron juntos como familia en el amor recíproco y la confianza en Dios". Una confianza que se puso a prueba el día en que llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo en el templo, y se encontraron con el anciano Simeón. "José y María son el custodio de la vida de Jesús, y no sus propietarios", recordó el Papa, que recordó que todos los padres "deben ayudar a sus hijos a crecer, a madurar". El pasaje evangélico, añadió, nos recuerda que "Dios es el Señor de toda la historia, la individual y la familiar". "Toda familia está llamada a reconocer este primado, custodiando y educando a los hijos para abrirse a Dios, que es la gran sorpresa de la vida", recalcó Bergoglio, quien recordó cómo Simeón profetizó que Jesús sería "signo de contradicción, para que sea desvelado el pensamiento de muchos corazones". Y es que, añadió el Papa, "Jesús ha venido para hacer caer las falsas imágenes que nos hacemos de Dios, y de nosotros mismos, para contradecir las tradiciones mundanas", de tal modo que resurja "un camino humano y cristiano, verdadero, fundado sobre los valores del Evangelio". Algo que pueden, y deben, vivir todas las familias, incluso "las que están heridas", pues regresar a la fuente ofrece "posibilidad impensables", recordó Francisco. Y de este modo, como José y María, comprobar cómo "el niño crecía y se fortalecía, pleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él". "Ése es mi deseo para todas las familias de hoy". En su saludo posterior al Angelus, el Papa mostró su cercanía "a los hermanos coptos ortodoxos de Egipto, golpeados hace dos días por dos atentados, a una iglesia y un negocio en la periferia de El Cairo". Así, pidió por los muertos, por los heridos y los familiares, así como que "el Señor convierta el corazón de los violentos". Siendo el último día del año, Francisco insistió a los fieles en la necesidad de "no olvidarnos de agradecer a Dios por el año transcurrido, y por todos los bienes recibidos. Nos hará bien a cada uno de nosotros tomar un poco de tiempo para pensar cuántas cosas buenas hemos recibido de Dios este año". "Hoy es una jornada de agradecimiento", culminó. |
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