El Evangelio de Marcos comienza (Cap 1, 1-14) con la predicación de Juan Bautista y el Bautismo de Jesús. Parece indicar que cuando arrestan a Juan, Jesús "toma el testigo", y empieza a predicar por su cuenta. Sin embargo, no todos los especialistas están de acuerdo con esta interpretación. Sí lo están en que Jesús, después de su bautismo y la cuarentena en el desierto, se va a Galilea, donde comienza su anuncio del Reino. Inmediatamente después viene el texto que consideramos hoy. Su tema es el comienzo de la predicación de Jesús y el llamamiento de los primeros discípulos, las dos parejas de hermanos.
Todo ello en el contexto de "los últimos tiempos", es decir, la llamada es porque "ya está aquí el Reino de Dios" y hay que dedicarse a él, tema al que se alude en la carta de Pablo, de manera muy dramatizada, es decir, en el contexto de "el fin del mundo está cerca", que es como se entendió por algún tiempo esta idea. Así pues, se nos recuerda un tema esencial: somos la Iglesia, invitados por Jesús para anunciar el Reino, invitados a "seguir a Jesús dejándolo todo". Esta frase ha sido la que ha permitido una interpretación restrictiva: el llamamiento es "para los que lo dejan todo", los religiosos, los frailes... Los demás (incluidos los sacerdotes seculares) no están llamados a dejarlo todo. ¿Habrá que recordar que tienen que pasar aún siglos hasta que aparezcan los frailes, los que lo dejan todo? El llamamiento es para los cristianos, para la iglesia, y por tanto ¿qué es dejarlo todo, eso a lo que estamos llamados todos los cristianos? Ser cristiano significa aceptar la Misión, movidos por la fe en Jesús. La Misión es que los hombres sepan quién es su Padre, vivan como Hijos, luchen contra el mal. El punto de partida es "eres Hijo". El resumen final es "tuve hambre y me disteis de comer". Aceptar esto es enrolarse en una tarea exclusiva. Vivimos para el Reino. Todo lo demás es tirar la vida, puesto que termina en la muerte. Pero no sólo como cualquier ser humano, sino más, porque nosotros no somos la Iglesia sólo porque sabemos para qué vale vivir, sino porque hemos recibido la misión de anunciarlo. Esta fue una oferta: "si quieres... déjalo todo y ven, sígueme". Para salvar la vida basta con guardar los mandamientos. Ser cristiano es seguir a Jesús, convertirse en Salvador, vivir para eso. Esto significa que ponemos al servicio de la Misión todos los talentos recibidos, porque para eso se nos han dado. Se nos ha podido dar inteligencia, o comprensión, o dinero, o influencias, o habilidades, capacidades, enfermedades, defectos... Todo para el Reino, nada para el simple disfrute: todo son talentos para servir. Esta es la renuncia. No se trata de que el listo se haga tonto ni el rico pobre ni el sano enfermo. Se trata de que ponga a trabajar su talento, su dinero, su salud, para el servicio, para la Misión. Hay sin embargo dos situaciones en las que se nos puede pedir una renuncia efectiva. La primera, cuando tenemos algo que no es para el Reino, o que no puede serlo. En este campo están nuestros pecados: hay que librarse de ellos: estorban al Reino. Y las cosas inútiles, que no valen y por tanto estorban. La segunda, la vocación especial. Dios invita a algunos a renunciar, a ser testigo viviente de la renuncia: renuncia a la posesión, al matrimonio, a la libertad... Y esto, en forma institucional, "oficial" de la iglesia, o como carisma personal. Son "testigos del Reino", recordatorios vivos del espíritu que debe animar a todos. En la línea de "dejarlo todo", tendemos a engañarnos. Tendemos a decir "Dios a mí no me pide...." ¿Cómo lo sabes? Y tendemos a estancarnos, a mantener nuestro mismo estado. Lo cristiano es escuchar constantemente la Palabra. Es peligroso, porque Dios siempre pide más: es su forma de dar, porque siempre pide que nos liberemos de una esclavitud, y así, cuando le damos, nos liberamos. Todo cristiano, y la Iglesia entera, la humanidad entera, están en camino hacia su propia libertad, trabando por la liberación de todos. El trabajo es mucho, los obreros son pocos: al menos, que los obreros sean válidos, que no tengan las manos atadas por sus esclavitudes. Pero todo esto tiene, ante todo y como clima, una lectura gozosa: Buena Noticia, Tesoro. La Buena Noticia es que “esto es el Reino”, “el Reino está aquí”, “estamos en el Reino”. El Reino no es un añadido, un esfuerzo adicional de ásperos ascetas, algo reservado a santos, sabios o místicos: mi vida es el Reino, lo que hago es lo que espera Dios de mí. Los humanos nos levantamos, nos lavamos, nos vestimos, desayunamos, cuidamos de los hijos, trabajamos, estamos con los amigos, nos esforzamos, reímos, sufrimos…. Y la preciosa revelación, la estupenda Noticia es que esto, no otra cosa rara, es el Reino, la Misión, lo que puede ser válido para siempre, lo que se espera de nosotros. Esta es la revelación, quitar el velo que oculta el valor de todo lo que hacemos. Nos han engañado y nos hemos dejado engañar: como si el Reino fuera un misterio sagrado perteneciente a los manejadores de los misterios: la vida es el reino, lo que hago todos los días es mi misión. La Buena Noticia es que eso mismo que hago no es vulgar, no es mediocre, no es sin sentido: es la obra de Dios, la parte de la obra de Dios que me han confiado a mí. El engaño consiste en hacernos creer que la vida es profana, que se termina, que hay que hacer otras cosas por el Reino. La Revelación es quitar ese engaño, descubrir el valor, el sentido de todo lo que estoy haciendo y, por tanto, sentirme motivado, ilusionado en hacerlo muy bien, porque es la obra de Dios, mi contribución al Reino.
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“¡Mar adentro!” es la consigna de Jesús a los discípulos que pescaron toda la noche sin sacar nada…. Les invita a dejar las seguridades estériles de la orilla del dinero, del poder, de los dogmas, de la Ley, para hundirse hacia lo más temible, más oscuro y más profundo.
En otras palabras, les invita a dejar el mundo del hacer, del aparentar, del sentir, del querer, de lo “ya hecho”, de lo cerrado, de lo muerto, del falso Yo, para abrazar el mundo del Yo real y verdadero, donde brota la vida en abundancia y la libertad pura. Es así como los pescadores del lago de Galilea, se “convierten” en “pescadores de hombres”. Habiendo experimentado en sí mismos la “roca”, lo Verdadero, ellos se transforman en testigos, luz, guías para conducir a otros hombres y mujeres de la orilla del Yo de la nada a la orilla del Yo que es vida. Jesús les envía a resucitar lo que ha muerto. Entre las dos orillas, hace de puente la Buena Noticia del perdón gratuito y del amor infinito de Dios. Esta es como la fuerza de Dios que impulsa a abandonar la playa de las arenas estériles para encaminarse hacia las hondas fuentes de la vida, allí donde se origina el gran proceso de regeneración de todas las cosas y donde la “carne” (el mundo mental y físico) vuelve a florecer y la creación nueva empieza…. Renunciar a todo para encontrarse con la luz divina no es lo mismo que despreciar el mundo o retirarse de él. Es más bien el camino más seguro para transformarlo y transfigurarlo todo. “El que guarda su Yo lo pierde, el que lo pierde lo salva…” “El que ha renunciado a todo para seguirme, recibirá el céntuplo en este mundo y la vida eterna en el otro”. En otras palabras, al renunciar al pequeño Yo, que pertenece a lo efímero, al miedo, a la impotencia, a la codicia, a la mezquindad y a la crueldad, no se pierde absolutamente nada, al contrario, se gana todo, porque ese es el camino para humanizarnos y hacer al mundo igualmente más humano. No es abandonar la tierra para vivir en las nubes, sino bajar de las nubes para fecundar la tierra. Como la lluvia. Según el Génesis, hemos sido hechos de barro, soplado por el aliento de Dios. Barro invitado a multiplicar la vida… Barro convocado a la siembra, al cuidado silencioso de las semillas ocultas en su seno, a agrietarse para dejar surgir los brotes, a nutrirlos desde lo más hondo de sus entrañas para que lo nacido se despliegue.
Ahí está nuestra tierra. Debemos hacernos disponibles, primero, al arado, para permitir que la tierra se quiebre. En el quiebre, en la fragilidad, está el secreto de nuestro crecimiento. Al dejarnos abrir por las heridas, nuestra superficie se parte para acceder a mayores profundidades… El dolor nos brinda la oportunidad de llegar más hondo, buscando nuevo alimento; las raíces se expanden, para sostener mejor y roturar espacios más amplios donde seguir encontrando riquezas nutritivas. Es necesario también asumir la tarea de apertura, de permitir la conmoción, la sorpresa y la movilización. El trabajo consiste en ir rompiendo paciente y amorosamente los terrones, desmenuzando los nudos, para hacerlos más permeables. Nuestra historia personal y comunitaria va armando ligaduras que cuando se cristalizan impiden la circulación de la vida, nos detienen; estamos invitados a desatarlos, para poder seguir sembrando. Para que la vida nos provoque. Si estamos atentos, el mundo entero nos ofrece señales que pueden convertirse en semillas de vida nueva. Las múltiples dimensiones de la naturaleza, la hondura del corazón del hombre y de los vínculos, el universo con sus gigantescas maravillas, la realidad microcelular, el devenir de la historia, la lucha de los que creemos que vale la pena buscar algo distinto, la sabiduría de milenios de pensamiento humano… todo está allí, a nuestra disposición, para sacudirnos, para interpelarnos, para motivar nuevas preguntas y lanzarnos a buscar respuestas. Un desafío es acoger en nuestra tierra esa provocación, recibirla en lo oculto, darle espacio para desplegarse en el silencio, acompañar sus tiempos con sutileza. Ofrecer un sitio protegido y dejarlas germinar… La apertura va permitiendo también, que el agua nos penetre. Que aquella riqueza líquida que siempre proviene del otro, de lo otro (y del Otro) nos ablande, nos vuelva tiernos. Que mezcle los minerales y el abono, fruto de lo que hemos dejado morir, y los vehiculice para que puedan ser tomados por la vida y se hagan alimento de la novedad. Y además, nos expone al ingreso de la luz, con su potencia creadora, fuente de toda energía; al “sol que nace de lo alto”, símbolo de Dios en la mayor parte de las religiones de todos los tiempos. Todo queda así preparado para el parto. Nuestra tierra necesita romperse una vez más, para dar nacimiento a los primeros brotes. Nuevo dolor, entremezclado con la promesa de primavera. Cada retoño nos parte, nos estalla en algarabía, nos vuelve a abrir, nos expone. Cada tallo pequeño exige atentos cuidados, nos conecta con el misterio de que en lo más frágil se manifiesta la vida entera. Después vendrán la cosecha de los frutos, la siega que deja otra vez la tierra pelada. Dicen los que saben, que los campos deberían descansar un ciclo completo para reponer su capacidad nutritiva con la vegetación que naturalmente aparece. Son los tiempos de la gratuidad. Para no “gastarnos y desgastarnos”. Tiempos de recuperar las fuerzas vitales y vitalizantes, en la tarea silenciosa de los gusanos y las lombrices, que aprovechan lo muerto para generar gases y minerales que enriquecen la tierra para recomenzar el ciclo. De dejar a un lado el control, y confiar en la dinámica de la vida, que nos garantiza que nuestro poder generativo se recuperará si logramos tolerar el tiempo de reposo. De aceptar la apariencia de aridez de algunos períodos, apostando a su fecundidad invisible… “Los suelos se conservan siempre fértiles, con el constante reciclaje”… Nuestra tierra necesita ser arada una y otra vez… Para volver a sembrar, necesitamos volver a pasar la reja, para romper la tierra que se ha endurecido con el paso del sol, que se resecó por haber gastado toda el agua para nutrir los brotes; para reutilizar los recursos concebidos en el tiempo de reposo y renovar la fecundidad. Una y otra vez, es preciso revisar nuestra historia, nuestras heridas, nuestros momentos de gloria. Haciendo memoria removemos la tierra, invocamos nuestras fertilidades, revisamos los frutos y las sequías y los buenos riegos, para salir a buscar las riquezas de cada ciclo, para los tiempos nuevos, para recrear el futuro… Siempre hay una hondura mayor para explorar, riquezas escondidas, tesoros que un nuevo proceso de arado nos permitirá intuir, y tener disponibles para las semillas nuevas… Según las características de cada sector del suelo, podremos buscar distinta clase de cavadores, que roturen sin lastimar, y lleguen a la mayor profundidad posible para cada etapa. Y nuevamente, viene el tiempo de la siembra. Momento de elegir qué seguiremos cultivando. Sabemos que el monocultivo es muy pernicioso, que agota los suelos… Es indispensable cambiar periódicamente de semillas, cuidando su renovación prudente, para mantener la fertilidad. Buen desafío para el nuevo año… El "Tiempo Ordinario" comprende dos grupos de domingos: desde El Bautismo del Señor a Cuaresma, y desde Pentecostés a Adviento. No se celebra nada en concreto. Se ofrece una lectura semicontinua de los Sinópticos. Este año (ciclo B), se lee el Evangelio de Marcos, con alguna inclusión de fragmentos de Juan. Las Lecturas del A.T. están relacionadas temáticamente con los evangelios. Las segundas lecturas se toman de las Cartas, básicamente de Pablo y Santiago, y tienen poca relación con los otros textos.
El pasaje del evangelio se toma del capítulo primero de Juan y recoge "el llamamiento", la vocación de los primeros discípulos de Jesús. El camino hacia la fe en Jesús sería aún largo. Vendría después el llamamiento a la orilla del lago, el comienzo de la fe en Caná de Galilea, la amistad profunda, la crisis de la cruz, la fe definitiva en el resucitado. Pero éste fue el principio: aquí "se encontraron con Jesús". Hoy se nos presenta un bello tema de meditación. Una reflexión sobre nuestro propio encuentro con Dios y sobre nuestra vocación. Se plantean dos líneas profundas: un encuentro personal y un llamamiento. La conversión a Dios, y el seguimiento de Jesús, se producen en el fondo íntimo de la persona: son un encuentro personal profundo. Interviene la persona entera: razón, sentimiento, plan de vida... todo se encuentra con Dios. Hoy se nos presenta por tanto este tema de reflexión. Una reflexión sobre nuestro propio encuentro con Dios y sobre nuestra vocación. A veces entendemos "vocación" en términos demasiado específicos, como si "vocación" significara una llamada especial de Dios. Todo cristiano (todo ser humano) tiene una vocación. Ser cristiano significa que Dios me ha llamado, me ha propuesto un trabajo, cuenta conmigo para algo. Está en la misma esencia del ser cristiano. Este llamamiento consiste en que hemos conocido a Jesús y esto nos llama a trabajar en lo de Jesús, en el Reino. Es absolutamente incomprensible separar el conocimiento de Jesús con la invitación a trabajar en el Reino. Esto puede entenderse como un privilegio. No lo es; es más bien un compromiso. Puedo decir que me siento muy honrado, me siento feliz de que Dios cuente conmigo. Pero sé que si Dios cuenta conmigo asumo una gran responsabilidad y cambio mi vida, me dedico a cosas que serán posiblemente duras y menos agradables. Cambio el modo de ver la vida: no estoy aquí para disfrutar sino para trabajar: no estoy aquí ni siquiera para "salvarme", sino para "salvar". Este es el contenido, explícito y claro del llamamiento fracasado del joven rico: no entró en el Reino, fue invitado y declinó la invitación. Juan y Andrés y Simón y Santiago aceptaron. Es también el contenido de la parábola del Tesoro. Encontrar el tesoro significa venderlo todo para comprar lo de más valor. Los dos componentes están presentes en la vocación cristiana. Venderlo todo nos duele, pero es para comprar algo mucho mejor: es un tesoro barato. Por esta razón todo esto se llama "La Gran Noticia", la revelación del sentido y el valor de la vida entera. Ningún modo de vida es tan satisfactorio ni tan válido como aceptar la llamada, entregar la vida a la construcción del Reino. Sobre esta vocación básica de todo cristiano, cada cristiano tiene su propio modo de realizarlo. Cada "vocación" particular no es más que el modo de llevar a cabo esa vocación fundamental de dedicarse al reino. El Reino es el fin global, el modo de vida, la jerarquía de valores, el sentido de la vida. Luego vendrá el tipo de vida, el género de trabajo, la profesión, el estado civil, la posición social... Son maneras de trabajar por el Reino. Y en ellas hay que contar con las aptitudes personales, las circunstancias, las necesidades... Y es ésta una dimensión fundamental de nuestra religiosidad, que ya subrayábamos en el Adviento: el encuentro, salid al encuentro del Señor que viene. Pero, además, el Señor viene, busca, llama. Nuestra vida religiosa se entiende por tanto como "escuchar al que me llama y seguirle". No en vano ha tenido tanto éxito la definición de Rahner acerca del cristiano: "Oyente de la Palabra". Oyente activo, mejor diríamos "escuchante de la Palabra". Y la Palabra es siempre "vocación", traducida en su aceptación más original, "llamamiento". Dios cuenta conmigo, tiene cosas que encomendarme, "me necesita" en su trabajo de salvación. El llamamiento, parafraseando el texto de Juan, tiene tres niveles: § El primero: "¿qué buscáis?", porque la vida del ser humano es inquietud, búsqueda de sentido, necesidad de jerarquizar valores. Es el primer llamamiento, sembrado en nuestra propia condición humana: necesidad de buscar. En su más íntima esencia, el ser humano es el animal insatisfecho, que se hace preguntas sobre sí mismo, sobre su naturaleza y destino, sobre el bien y el mal. Así fue creado, como necesidad de Dios, y Dios se presenta como respuesta a esa necesidad. § El segundo, llamamiento a "estar con Él". Los dos primeros discípulos encontraron a Jesús un viernes por la tarde (según deducen los especialistas del análisis de los textos). Los dos discípulos se habrían quedado con Jesús durante el sábado (desde las seis de la tarde del viernes hasta las seis de la tarde del sábado). Dado el alto sentido simbólico de todos estos datos en el cuarto evangelio, se desprende muy bien una intención del evangelista, de hacer entrar a los discípulos en la intimidad con Dios, en el Día del Señor. El llamamiento a "estar con Él" es para nosotros un llamamiento a la intimidad con Dios, a su conocimiento, a la relación personal en que se ha de basar toda la vida cristiana. Y no precisa que le hablemos constantemente, sino que constantemente le escuchemos y le sintamos. Muchas veces hemos señalado la vocación contemplativa como fundamental en la espiritualidad cristiana. § El tercero: llamamiento como misión. Nos van a encargar algo, es decir, el contacto con Jesús va a suponer que descubramos el valor de nuestra vida, el sentido de nuestra vida como misión encargada por Él. Y será esta una dimensión que hará cambiar todos nuestros parámetros morales, todo el sentido del bien y del mal. La misión, manera de comprenderme, de relacionarme con Dios, de plantear mi relación con los demás. Es el cambio total de mis planteamientos de vida. San Ignacio lo decía con la frase: "En todo amar y servir". Este era su "Principio y Fundamento", que expresa nuestra disposición a aceptar el llamamiento. Una llamada a comprometer la vida... que es lo que "salvará nuestra vida". El evangelio de Juan enmarca el inicio de la actividad de Jesús en un relato de búsqueda y de seguimiento. Dos discípulos del Bautista empiezan a seguir al maestro de Nazaret.
El desencadenante es una palabra de Juan que proclama a Jesús como “el cordero de Dios”. Parece claro que tal afirmación procede de la fe de la comunidad joánica, que la pone en boca del asceta del Jordán. Para la primera comunidad, la imagen del “cordero” contenía reminiscencias profundas: la “Pascua” o “paso del Señor” como liberador, que sacó al pueblo de la esclavitud de Egipto para conducirlo hasta la tierra “que manaba leche y miel”. “Cordero pascual” era, pues, sinónimo de liberación y de vida. Eso es precisamente lo que pone en marcha a aquellos dos discípulos… y lo que sigue moviendo a todos los buscadores del mundo. El ser humano puede definirse como buscador…, hasta que llegue el momento en el que descubra que no hay nada que buscar. De nuevo, la paradoja nos sale al paso permanentemente. Pero, de entrada, la búsqueda es inevitable. En un primer nivel, en el origen de la búsqueda podemos detectar unainsatisfacción: creemos que algo nos falta, porque nos sentimos insatisfechos. Y nos lanzamos en su búsqueda. Generalmente, los primeros pasos los dirigimos hacia fuera, en busca de “objetos” –bienes, posesiones, afectos, imagen, poder, placer…- que reclama nuestro yo. Imaginamos que, fuera de nosotros, debe haber “algo” que nos sacie y nos permita descansar en una sensación de plenitud. Sin embargo, no tardamos en experimentar que, en lugar del descanso soñado, lo que empezamos a almacenar es frustración creciente: la búsqueda no nos aporta nada estable y pleno. A partir de esa constatación, con frecuencia dolorosa, si no caemos en el escepticismo, empezamos a intuir dos claves que nos harán resituarnos en la dirección adecuada: el mundo de los objetos –de las formas- es radicalmente impermanente: no hay nada estable, todo pasa; aferrarse a lo inestable es condenarse a sufrir; la búsqueda debe orientarse hacia el interior: la Fuente que saciará nuestra sed brota en lo más profundo de nuestro ser. Con este giro, tal vez hayamos descubierto algo, que dará una hondura nueva a toda la búsqueda. Decía que ésta nace, en un primer nivel, de nuestra insatisfacción. Ahora podemos empezar a reconocer que, en realidad, proviene de otro nivel más profundo: nada menos que delAnhelo que somos. La insatisfacción era sólo el síntoma. El Anhelo es la voz de nuestro “maestro interior” –o Espíritu- que busca dirigir nuestra atención a lo que realmente somos y hemos olvidado. El anhelo nos hace recordar. Y, cuando eso se produzca, cesará toda búsqueda. Una antigua leyenda judía cuenta que, cuando nace un niño, un ángel le toca en la boca para que no cuente nada del lugar de donde viene. Este toque del ángel parece ser tan eficaz que el niño, no sólo no contará nada, sino que incluso él mismo olvidará su origen. Pues bien, ese “Origen olvidado” es lo que tenemos que recordar: eso es lo que somos. El Anhelo o maestro interior nos reclamará todo el tiempo hasta que se produzca el recuerdo. Y es entonces cuando descubrimos que no había nada que buscar, porque somos lo buscado. Buscamos plenitud, felicidad, quietud, gozo, unidad, luz, verdad, amor, armonía… Pues bien, justo eso es lo que somos. Lo hemos olvidado porque nos hemos reducido al yo, hasta identificarnos con el ego carente e insatisfecho. Al aquietar el pensamiento y venir al momento presente, caen todas nuestras antiguas identificaciones egoicas y queda, simplemente, lo que somos. La búsqueda ha llegado su fin el día en que descubrimos que el buscador es lo buscado. Eres ya –y siempre lo has sido- aquello que buscas. Entre tanto, necesitaremos de medios, de personas y de herramientas. El objetivo de todas ellas no habrá de ser otro que aprendamos a escuchar a nuestro “maestro interior”. No hay que seguir a ningún maestro externo, ni hacerse adicto a ningún medio. Hay que oír y seguir al maestro interior. Pero este maestro habla en el silencio. Por eso necesitamos también familiarizarnos con el silencio –de la mente y del ego-, para permitir que nos muestre la verdad de lo que somos, cuando se retira el velo que lo ocultaba. En no pocas ocasiones, tendremos la sensación de quedarnos a oscuras. Pero eso forma parte también de la búsqueda. Nuestra mente necesita pasar por la noche para que podamos abrirnos a una luz nueva, que trasciende los esquemas del pensamiento. Lo expresó de una manera hermosa el poeta Luis Rosales: “De noche iremos, de noche, sin luna iremos, sin luna, que para encontrar la fuente, sólo la sed nos alumbra”. “¿Qué buscáis?”, les pregunta Jesús a aquellos dos buscadores. De entrada, no lo saben. Simplemente intuyen que el maestro de Nazaret lo ha visto. Por eso, su respuesta es otra pregunta sabia: “Maestro, ¿dónde vives?”. Han empezado a seguirlo porque les parece que él “sabe”. Pero no le piden palabras ni esperan respuestas mentales. Lo que quieren es entrar al “territorio” donde vive Jesús y poder también ellos transitarlo. Se trata del territorio que todos andamos buscamos: la verdad de quienes somos. Todo lo demás son “mapas”, explicaciones, creencias, informaciones, opiniones… Mapas que hemos podido necesitar durante algún tiempo, pero que no pueden saciar nuestro anhelo. La búsqueda no se detendrá –a no ser que la ahoguemos- hasta que no pisemos el territorio. “Nadie se emborracha con la palabra «vino»”, decían los místicos sufíes. Nadie puede quedar satisfecho porque posea muchos mapas. La respuesta de Jesús es la de un verdadero maestro: “Venid y lo veréis”. Experimentadlo por vosotros mismos, recorredlo, caminadlo… No les da explicaciones, ni les pone condiciones ni tampoco les exige ningún tipo de sumisión. Lo que somos, sólo lo podemos “ver” cuando venimos a ello. Nadie nos lo puede enseñar desde fuera; nos puede ofrecer “mapas”, dar ánimos, sostenernos y acompañarnos, pero es cada cual quien debe hacer el camino. Jesús invita a “venir” donde él ya “vive”. Porque ese “territorio” que somos es compartido: quien accede a él, descubre que “lo que somos” no deja nada ni a nadie fuera. Cuando accedemos a él, “vemos” como Jesús mismo veía. No tengo claro por qué inserta la liturgia este evangelio de Juan, cuando ya hemos comenzado la lectura de Marcos. Sobre todo viendo que el próximo domingo nos narrará el mismo Marcos el llamamiento de los primeros discípulos por parte de Jesús. Tal vez pretenda que apreciemos el contraste entre un comienzo y otro. Pero a continuación de lo que hemos leído, Jesús mismo llama a Felipe, como hará con todos en el relato de Marcos.
Debemos recordar que el evangelio de Juan es un escrito esotérico, críptico, cifrado, que dice mucho más de lo que aparentemente dice, siempre que manejemos las claves. · En los versículos anteriores a lo que hemos leído, acaba de presentar a Jesús como el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo” e Hijo de Dios. · En lo que hemos leído, comienza recordando el cordero de Dios, pero sigue poniendo en boca de los distintos personajes otros títulos de Jesús: “Rabí”, “Mesías”. · En los que siguen y no hemos leído, se refiriere a “aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas”, para terminar diciendo Natanael: “Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey’ de Israel”. Por fin, el mismo Jesús habla del “Hijo de Hombre”. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio, para que nadie se llame a engaño sobre la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión pospascual de una comunidad de finales del siglo I. EXPLICACIÓN “Este es el cordero de Dios”. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que vine a eliminar la injusticia del mundo. No viene sólo a impedir que se cometa, sino a evitar que el que la sufra, sea anulado como persona, que es lo que persigue el opresor. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. Hay que estar muy atento para descubrir que no solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto último no lo hemos tenido muy claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión, apelando a un más allá donde se cambiarán las tornas. Jesús exige una actitud beligerante (no violenta) contra el opresor y contra la pasividad del oprimido que permite su anulación como persona. Siempre del lado del oprimido, ayudándole a salir de su opresión, aunque siga ahí el opresor. La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderla tenemos que pensar en un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba. Nos está indicando que le adelanta, que pasa por delante de él. “El que viene detrás de mí...” “Siguieron a Jesús” indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro siguiendo a su dueño. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo, que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos... estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa y es eso lo que él les invita a descubrir. ¿Qué buscáis? La verdadera relación no puede comenzar hasta que Jesús se da la vuelta y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son las adecuadas. La pregunta “¿Dónde vives?” aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. ¿En qué marco vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la vida, en la esfera de lo divino. Tampoco le preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a la experiencia. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental que todo cristiano debía de hacerse. ¿Qué puede significar Jesús para mí hoy? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado a través de los veinte siglos de cristianismo. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una perspectiva única e irrepetible, la mía. La respuesta dependerá de lo que busque en Jesús. “Venid y lo veréis”. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron dónde (cómo) vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él” (como él). No tiene mucho sentido la traducción oficial (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando (eran las cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre: representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús. “Serían las cuatro de la tarde”, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo pueblo de Dios que permite la realización cabal de hombre. Son modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo de Jesús. Lo que “vieron” es tan importante, que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del “Mesías” (Ungido) hace referencia a la bajada y permanencia de Espíritu sobre Jesús en el bautismo. “Fijando la vista en él”. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona. Manifiesta mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va a hacer honor al apodo que le pone Jesús: “Cefas”, piedra, “testarudo”; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza. APLICACIÓN Hacíamos hincapié el domingo pasado en la búsqueda, como actitud irrenunciable para poder encontrar a Dios, que es un Dios escondido. Hoy vemos desarrollada esa idea en la actitud de los dos discípulos que siguen a Jesús. En la Biblia, se describen, de una manera aparatosa, distintas vocaciones de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no cómo actúa Dios, sino cómo respondieron ellos y cómo tenemos que responder nosotros. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Lo mismo los dos discípulos, buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran. Inmediatamente comunican a los demás su descubrimiento. Muy interesantes son también las posturas de Elí y Juan. Saben quedarse al margen y conducir con suavidad a los demás hacia la experiencia de Dios. El verdadero maestro evita todo protagonismo; deja a Dios ser Dios sin mediatizarlo y deja a cada ser humano que responda personalmente a la manifestación de Dios. El encuentro sólo se produce cuando no hay intermediarios. El intermediario me llevará siempre al ídolo, no a Dios. Aquí tienes la clave para distinguir el verdadero, del falso director espiritual. Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi propio ser me exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello. Es una pena que el término “vocación” haya quedado restringido a la vida sacerdotal o religiosa. Todos estamos llamados a desplegar lo mejor de nosotros mismos. Aquel estado para el que tengo mejores aptitudes personales, es el que Dios quiere para mí. La vocación última es la misma para todos. Es un disparate decir que uno tiene vocación si con ello damos a entender que otro no la tiene. La singularidad de cada uno, obliga a que el camino que tenemos que recorrer sea distinto. Todos debemos llegar a la cima de la montaña, pero cada uno desde el punto de la ladera en que se encuentra. Cuando se trata de elegir un género de vida, no tengo que esperar que Dios me diga lo que quiere de mí. Tengo que examinar mi propio ser y descubrir qué camino será para mí más adecuado. Descubrir el camino por el que yo puedo llegar más lejos en dirección a mi plenitud, es descubrir mi vocación. Para descubrirlo seguramente que necesitaré ayuda. Cualquier camino que emprendamos tiene limitaciones, pero salvo excepciones, siempre será más práctico seguir adelante por él, que volver a empezar para caminar por otro. No existe el camino perfecto, ni falta que hace, porque lo importante es que me vaya acercando a la cumbre. Si no he acertado con el camino, me costará más, pero puedo seguir avanzando. Solo ante un obstáculo insalvable, tendré que retroceder y rectificar. Meditación-contemplación ¿Qué buscáis? El primer paso en la vida espiritual está en saber lo que busco. Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar, tienes que tener bien clara la dirección en la que debes ir. No busques seguridades, ni tranquilizar tu conciencia. ………………… ¿Dónde moras? Descubre el ámbito donde Jesús desplegó su humanidad. Cómo armonizó en una sola realidad, lo humano y lo divino. Cómo se identificó plenamente con Dios y con el hombre ……………. Venid y lo veréis. Lo que es Jesús no se puede aprender intelectualmente. Sólo lo descubrirás por la experiencia interior. Viviendo lo que él vivió y amando lo que él amó. Pasando de la materia al Espíritu, de la tiniebla a la luz, de la muerte a la Vida. Hans Küng Teólogo suizo. Excompañero de fatigas de Benedicto XVI en los años 60, se mantiene en la brecha como bastión del progresismo dentro de la fe católica
Lleva 83 años en el seno de la Iglesia católica y no lo lamenta. Nunca ha querido darse de baja ni convertirse al protestantismo para perder de vista al Papa de una santa vez. Una aclaración que no sobra cuando se trata del cura suizo Hans Küng, una leyenda viva de la teología en lengua alemana, que todavía se mantiene en la brecha, ya sea reivindicando el sacerdocio de las mujeres o el uso de la píldora. A pesar de su edad, no le faltan ganas para explayarse en una conversación telefónica con este periódico desde su despacho de la Fundación Ética Mundial, una institución interdisciplinar con sede en Tubinga. Bastan unos segundos para detectar de inmediato la energía y carácter que le han permitido seguir adelante y no arrugarse ante la Santa Sede: «¡Se ha retrasado diez minutos! Ya veo que su sentido metafísico del tiempo no coincide con el mío», se queja con fina ironía. Nunca le ha gustado que le hagan esperar ni mirar a las musarañas. Acaba de reeditarse en España ‘La Mujer en el Cristianismo’ (ed. Trotta) y en su país natal ya se ha hecho un hueco en las listas de ‘best-sellers’ su último trabajo, ‘Ist die Kirche noch zu retten?’ (‘¿Puede salvarse todavía la Iglesia?’). Los que le conocen sospechan que es descendiente de Guillermo Tell, a la luz del arrojo con que dispara sus críticas. «Ya es hora de que el Vaticano abandone un sistema absolutista que data del siglo XI. Fue entonces cuando los Papas se hicieron con todo el poder e impusieron el clericalismo, es decir, la preponderancia de los curas que margina a los laicos. ¡Eso no puede ser!», reflexiona en voz alta, con la convicción de «un miembro fiel de Ia Iglesia, que cree en Dios y en Cristo, pero no en la Iglesia». He ahí el matiz. Su condición de teólogo ‘independiente’, sin autorización eclesiástica, le permite hablar con total libertad. Desde que, en 1979, la Congregación para la Doctrina de la Fe le privara de la licencia, se siente un hombre nuevo. Se le castigó por hablar sin tapujos y, de rondón, se le dio alas para apuntar todo lo lejos que quisiera. Hace poco en la revista alemana ‘Der Spiegel’ llegó a comparar a Benedicto XVI con Vladimir Putin, «porque ambos han heredado un legado de reformas democráticas y, en lugar de ir hacia adelante, van hacia atrás». A su juicio, el Concilio Vaticano II es la gran asignatura pendiente, una hoja de ruta que permitiría recuperar el camino perdido antes de que sea demasiado tarde. «La Iglesia católica está enferma. Su mal es una jerarquía absolutista que no forma parte esencial de su naturaleza. No es algo imprescindible. Hay que desarrollar el Concilio Vaticano II», insiste con pasión y los ojos puestos en aquella época, la década de los 60, cuando creía que el autoritarismo y el culto a la personalidad -«de eso hay mucho ahora»- no tardarían en superarse gracias al impulso de Juan XXIII. Piña con Ratzinger Entonces hacía piña con Joseph Ratzinger, cuando ambos eran unos treintañeros ‘progres’ y brillantes que aspiraban a renovar la Iglesia. No obstante, sus caminos no tardaron en separarse, llevados por las circunstancias y talantes muy dispares. Benedicto XVI se aferra a la tradición y el orden, mientras que Hans Küng todavía se inclina por el diálogo y el progreso. Son duros, constantes y con una inteligencia descomunal. Germanos de pura cepa, que se resisten a tirar la toalla. Una actitud que tiene mérito a la vista de las estadísticas de 2010 sobre apostasías y bautizos en Alemania: por primera vez, había más abandonos (181.000) que ingresos (170.000). Desde los años 60, han perdido a decenas de miles de curas, cada vez más parroquias se quedan sin servicio religioso y los monasterios languidecen sin relevo generacional. La patria de Ratzinger, donde el 32% de la población es católica, no sigue en masa los dictados del Vaticano. Una tendencia que confirma la crisis del catolicismo, apostólico y romano en Europa. - ¿Qué piensa de los movimientos conservadores (Opus, Legionarios, kikos…)? - Me consta que en España se habla mucho de ellos. Y no dudo que habrá quienes depositen toda su confianza en ellos… Pero yo no. ¡La sociedad va en otra dirección! Si se apuesta solo por la línea conservadora, todos saldremos perdiendo. - Si usted ahora tuviera 20 años, ¿le atraería hacerse cura? - No me arrepiento de formar parte de la Iglesia. Ni mi bautizo ni mi ingreso como sacerdote son motivo de amargura. Todo lo contrario. - Pero si fuera joven ahora… - A ver, no me interrumpa. ¿Qué le puedo decir? La Iglesia actual es muy jerárquica, nada democrática y no responde a las expectativas de la mayoría de la juventud. Los movimientos conservadores, insisto, no representan a la gente joven. - A estas alturas, ¿qué le parece el actual Papa? - Me hacía ilusiones, pero ahora tengo claro que el cambio no vendrá de la mano de Ratzinger. - ¿Cuándo fue la última vez que le escribió Benedicto XVI? - Hace poco, me agradeció por mediación de su secretario el envío de mi último libro, ‘Ist die Kirche noch zu retten?’ (‘¿Puede salvarse todavía la Iglesia?’). Me alegro de que la relación entre nosotros no se haya roto. Por lo demás, espero que el siguiente Papa sea muy distinto. - Por cierto, usted critica el celibato entre los curas, pero ¿le parece sano el de los monjes y monjas? - Ah, eso es diferente. Las órdenes religiosas son como asociaciones privadas, con una serie de cláusulas que se aceptan libremente. El celibato forma parte de su identidad. Les enriquece. Nada que ver con el supuesto de los curas, en los que hay una imposición sin ningún fundamento. - Una curiosidad: ¿por qué Dios es Padre y no Madre? - No, no, Dios está más allá de la identidad sexual. En las Sagradas Escrituras hay metáforas tanto masculinas como femeninas. En fin, ya ve, es una de tantas confusiones que han ido arraigando a lo largo de la historia. Una mezcla de extrañeza, dolor, absurdo, vergüenza... fue lo que sentí cuando, como directora de la colección “Senderos Bíblicos” (editorial San Pablo), tuve que explicarle a Pablo Ferrer, pastor metodista y autor de uno de los libros, que los giros a la derecha de la iglesia católica le afectaban también a él.
Una denuncia, a las que últimamente nos venimos acostumbrando, provocó una cadena de cartas que exigen el silencio. Como ven, no pacto con eso. He aquí el motivo de este pequeño escrito. Una reconstrucción de los hechos El Cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, envió una carta con fecha 5 de noviembre de 2011 al superior general de la Sociedad de San Pablo, Don Silvio Sassi, señalando dos libros que, curiosamente, contienen en su título la palabra “sexualidad”. El Cardenal sostiene que “contienen opiniones contrarias a la doctrina de la Iglesia acerca de la sexualidad” y pide “remediar cuanto antes tal situación, que es causa de confusión entre los fieles, e informar a este Dicasterio en relación a las medidas tomadas”. La carta se basa en una información recibida. El informante obviamente permanece en secreto, pero señala como fuente escrita “el semanario litúrgico El Domingo”. Otro absurdo... Efectivamente, en la importante publicación semanal de El Domingo del día 17 de abril de 2011 aparecía esta publicidad de nuestro libro: “Parejas y sexualidad en la comunidad de Corinto. Pablo Manuel Ferrer. Las comunidades cristianas que se expresan en el Nuevo Testamento fueron espacios de búsqueda y debate. La Primera Carta a los Corintios refleja la memoria y las ideas de un grupo de cristianos y cristianas, sus problemas y los modos en que los afrontaron pastoralmente. Un tema fue la forma de vivir en pareja, porque Jesús abrió nuevas posibilidades.” A menos de veinte días de recibir la petición del Cardenal Levada, con fecha 22 de noviembre, el superior general de la Sociedad de San Pablo, Don Silvio Sassi, envía otra carta, esta vez al superior provincial de la misma congregación, P. Agustín Pedro Cortés García, recordando un encuentro previo entre ellos (entre el 5 y el 22 de noviembre) en los que acordaron las siguientes acciones respecto del libro: - retirarlo de los comercios - omitirlo en los catálogos - prohibir la publicidad en las publicaciones de la Sociedad de San Pablo Así fue cómo el libro desapareció de las librerías San Pablo en la Argentina horas después... Esta sucesión de acontecimientos merece una lectura. Ante mi mirada se presentan cuatro aristas interpretativas. Cada lector -y espero que así sea- podrá sugerir otras. Silencio y desapariciónEsta cadena de cartas que llaman al silencio y obligan a la desaparición no hacen más que recordarme los años de terror y oscuridad que vivimos en Argentina durante la última dictadura cívico-militar-religiosa. El aparato del Estado, ocupando toda su maquinaria represiva, real y simbólica, en el silencio y la desaparición de cuanto consideraba extraño a su doctrina y amenazante de su “orden”. En este caso, un aparato de control ideológico capaz de cruzar continentes, persuadir epistolarmente y hacer sentir la autoridad sobre las conciencias. Es lo que vi -o lo que no vi- cuando en los estantes de la librería San Pablo encontré la colección con todos sus títulos ordenados y, entre ellos, en el medio, un espacio vacío, donde antiguamente se encontraba el libro de Pablo Ferrer. El libro es sometido a un exilio forzado o a vivir clandestinamente en las bibliotecas de los que se animen a seguir pensando en libertad. Seguramente quienes detentan el control ideológico de la iglesia católica entenderán que sus recursos provienen de parámetros de otro orden, que no coinciden con las democracias civiles, y pretenderán perpetuar los escenarios de doble estándar. Pero en la Argentina, donde se publican estos libros que los incomodan, vivimos en democracia. Ecumenismo para pocosEl proyecto de la colección “Senderos bíblicos” fue pensado como un espacio ecuménico de exégesis y reflexión en torno a temas bíblicos. Ser un espacio ecuménico implica atreverse a la alteridad. A que cada participante del diálogo pueda, mediante la expresión libre, sincera y en igualdad de condiciones, constituirse en un “otro” capaz de interpelar las distintas identidades, para aproximarse juntos a una verdad que siempre trasciende. La colección quiere sumarse a los distintos esfuerzos ecuménicos, ofreciendo un canal de expresión, mutuo conocimiento y enriquecimiento en la diversidad. No parece necesario explicar que, cuando el autor de uno de sus títulos no pertenece a la iglesia católica, es esperable que no coincida en muchas de sus doctrinas y opiniones. Y es signo de buen ecumenismo correr el riesgo de la alteridad. El Cardenal Levada parece no coincidir. Y como el autor del libro es inmune a las censuras de su dicasterio, el recurso fue censurar a la editorial. Así se cierra un camino más de diálogo ecuménico. El ecumenismo, al que llegó tarde la iglesia católica, en estos tiempos se retrotrae aun más. Es pregonado desde medios oficiales, pero parece posible solo bajo algunas condiciones: relaciones entre dirigentes que, en muchos casos, no pasan de ser actos puramente diplomáticos; o alianzas entre los sectores más conservadores de diferentes iglesias y comunidades religiosas. Estas dos se presentan como formas loables de ecumenismo. Una colección de pequeños libros no corre la misma suerte. La fe de los fielesLa colección “Senderos bíblicos” fue pensada como un aporte a la formación bíblica, que conjugara un alto nivel académico con un formato accesible, tanto en su costo como en su lenguaje y estilo. Ya en otros casos de censura la propia oficialidad eclesiástica ha expresado que el “problema” radica en que este tipo de análisis exegético se difunda a un amplio público. La categoría utilizada por el Cardenal Levada en su carta, “la fe de los fieles”, que es susceptible de tan fácil confusión implica, por un lado, un distanciamiento por parte del sujeto de la enunciación de esa misma fe y, por el otro, una subvaloración escalofriante. Debates como en la EscrituraLa Sagrada Escritura es un testimonio vivo de debates teológicos y relecturas, en la que podemos tener acceso a diversas opciones y tomas de posición, frecuentemente opuestas y en franca contradicción. Si un libro es fuente de conflicto para algunos, ¿por qué no seguir el ejemplo de la Escritura? ¿Por qué no sentarse dignamente a la mesa del diálogo? ¿Por qué no publicar otra obra para discutir en los mismos términos y condiciones, en lugar de tomar el arma del poder para hacer callar? Si Israel se metiera un poco en la piel de los palestinos y los palestinos en la piel de los israelíes, en seguida se haría la paz.
Si las Iglesias hicieran lo mismo entre ellas, muchas murallas se vendrían abajo, y todas ellas llegarían a ser una gran fuente de inspiración para el mundo. Si los empresarios se metieran en la piel de sus empleados y los empleados en la de sus patrones, habría menos huelgas y nadie lloraría. Si el varón se acostumbrara a ponerse en el lugar de la mujer y la mujer en el del varón, la vida sería más linda en las casas, y así por todo el planeta. Si simplemente nos habláramos intentando sinceramente ponernos en la piel del otro, nos comprenderíamos mejor y, quién sabe, tal vez acabaríamos amándonos. Cada vez que uno espera que el otro dé el primer paso, se hace mal a sí mismo, y cada vez que uno se preocupa primero por ser comprendido antes que comprender, se equivoca. Los psicólogos llaman al hecho de meterse en la piel del otro “tener empatía”. Dios se metió en nuestra piel, y esto ha sido la Encarnación hasta el extremo de la cruz; ahora Él espera que nosotros también nos metamos en su piel hasta el extremo de amar al mundo como Él lo amó. Los misioneros hicieron generalmente grandes cosas, muchas absolutamente magníficas, otras tristes hasta llorar. Cada vez que se equivocaron fue porque se olvidaron de meterse en la piel de los pueblos que buscaban iluminar. Hoy la misión consiste en recuperar el tiempo perdido. Antes de decidir lo que sería bueno para los pobres, para las personas homosexuales, para aquellas que se hacen abortos o aquellos que reclaman la eutanasia, haría falta conocer al menos una de estas personas y escucharla profundamente. Al final, quizás uno se preguntaría si verdaderamente tiene derecho a decidir por ellas. Con el Samaritano que desciende de su montura, toma al herido en sus brazos y lo pone en su burro, Jesús nos enseña a no mirar al otro desde arriba, desde nuestra suficiencia, sino a descender de nuestra torre, a hacernos cercanos del otro, a alzarlo a nuestro mismo lugar y a caminar sencillamente a su lado. Lo mismo con los ateos, con personas de otras religiones y con todo el mundo. Se buscan toda clase de espiritualidades. Ponerse en el lugar del otro, meterse en su piel, es una de ellas. Se le llama la espiritualidad de la encarnación. Ésa fue la espiritualidad de Jesús. “No volveré a recordarlo, no hablaré más en su nombre…” (Jer 20,8).
Fueron esas palabras de Jeremías las que vinieron a mi memoria dando nombre a mis sentimientos y deseos. Eran semejantes a las que acababa de pronunciar en mi entrevista con el mejor de mis amigos: Me he equivocado, Demetrio, eras tú quien tenía razón cuando me dijiste que cometía un error al entrar en contacto con la secta de Jesús. Y también tienen razón los que me han reprochado haberme apartado del que fue mi camino de siempre, el mismo que siguieron mis antepasados. No debería haberme alejado de la lucha violenta contra el poder opresor romano, por la que tantos de mi sangre han dado la vida. Desciendo, en efecto, de una familia de zelotas marcada, como tantas otras en Galilea, por un talante revolucionario. Por eso la noticia de mi aproximación al grupo de seguidores del Nazareno, había caído como un rayo entre mis parientes y conocidos. La violencia con que los romanos sofocaban cualquier intento de protesta por parte del pueblo judío, me había hecho perder la esperanza en la posibilidad de liberarnos de su yugo y me encontraba sumergido en una honda crisis personal. Estaba tan necesitado de encontrar nuevos ideales que el anuncio de Jesús, el Mesías resucitado, fue como un destello de luz en medio de mis tinieblas. Comencé a frecuentar el grupo que presidía Mateo y fui entusiasmándome poco a poco con lo que oía sobre Jesús. Me aceptaron en el grupo de los catecúmenos que íbamos a ser bautizados en la solemne noche pascual. Pero en el intervalo se sucedieron algunos acontecimientos que tambalearon mi decisión: mi esposa y mis hijos mayores, que desde el principio se habían mostrado reticentes a mi distanciamiento de los ideales zelotas, se oponían ahora frontalmente a la costumbre de compartir los bienes que era habitual en la comunidad. Por otra parte, y según se iba corriendo la voz de mi cambio de conducta y de mi nueva identidad de seguidor de la doctrina del Nazareno, mis antiguos compañeros en la lucha política comenzaron a establecer un cerco de oposición en torno a mí y a tejer una sutil red en la que envolverme: me hablaban de personajes que yo admiraba y que eran contrarios a los cristianos, me comunicaban los rumores que circulaban en torno a éstos, ridiculizaban ante mí sus prácticas y hasta los insultaban y calumniaban. Todo parecía ponerse en contra mía porque en la comunidad acabábamos de leer el relato de Mateo sobre los cuarenta días de Jesús en el desierto y me costaba trabajo aceptar aquella visión de un Jesús tentado por Satanás: yo tenía una idea demasiado elevada del Mesías como para aceptar que hubiera estado sometido a prueba. “No fueron tentaciones reales”, pensé, “sería para darnos ejemplo...” Tampoco podía comprender el porqué de aquel rechazo radical de Jesús a todo lo que significara fama, poder o posesión. Al fin y al cabo ¿no realizó después signos que causaron admiración en el pueblo? ¿No dio de comer a aquella multitud en el desierto y curó a tantos enfermos? Y además, ¿cómo conseguiríamos sus seguidores respeto y reconocimiento a nuestro alrededor si no dábamos muestra de cierto prestigio y dignidad? Cuando llegué a mi casa me encontré con la visita inesperada de Paltiel, sin duda enviado por el grupo de mis antiguos compañeros. Me abordó indirectamente, como quien transmite los hechos de manera neutral, a la vez que halagaba mi vanidad: – He oído últimamente hablar mucho de ti, pero no he dado crédito a los que dicen que tu comportamiento es extraño, que tratas con gente de ínfima condición, que has olvidado el honor de tu nombre y de tus antepasados y que te han captado unos renegados que han abandonado la circuncisión, las normas de pureza y las tradiciones pero, sobre todo, son ya indiferentes a la suerte de nuestro pueblo, se distancian públicamente de los que empuñan las armas, predican la mansedumbre y anuncian a un Mesías crucificado. Yo te conozco bien y estoy seguro de que sigues siendo tan fiel a los ideales que siempre han unido a nuestro grupo; por eso vengo a proponerte que te pongas al frente de los que continúan empeñados en conseguir la liberación de nuestro pueblo. Ya hemos tomado posiciones, tenemos buenos contactos, contamos con dinero y con armas y sólo nos falta alguien con tu nombre y tu prestigio. Cuando se marchó, me di cuenta con asombro de que, gracias a sus palabras, estaba comenzando a comprender el significado de las tentaciones de Jesús. Según él mismo recomendaba entré en mi aposento, cerré la puerta y hablé con el Padre desde lo secreto de mi corazón. Le pedí fuerza para vencer en el combate al que estaba sometido: “No me dejes caer en la tentación, no permitas que me arrastren la ansiedad por el prestigio y el renombre, haz que la llamada de Jesús al servicio y a la mansedumbre sean más fuertes que mi inclinación a dominar y ejercer el poder”. Me vino a la memoria un proverbio: “El corazón del rey es como una acequia: Dios lo conduce como quiere” (Pr 21,1). Y me di cuenta de que estaba el Espíritu a la obra en mi corazón para conducir la acequia turbulenta de mis deseos por los caminos del Mesías crucificado a quien quiero seguir... |
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